Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento
Llevábamos andando un buen rato, y el camino empezaba a estrecharse de modo que no podía pasar ya más de una carreta a la vez. Los montes, a nuestro alrededor, eran empinados y rocosos. Algo me impedía asemejarlos a los de las Hordas. Quizá porque escaseaban los bosques, pensé. Acababa de pasar una carreta de mercancías que iba un poco demasiado rápido a mi parecer, cuando Srakhi, que andaba delante, se volvió hacia mí.
—Shaedra, deberías quitarte esa túnica y ponerte otra. No sé si es una buena idea que vayas enseñando a todo el mundo que eres de la Pagoda Azul.
Bajé la vista hacia mi túnica, sorprendida, y contemplé la hoja de roble negra.
—¿Qué tiene de malo ser de Ató? —pregunté entonces, sin entender.
Srakhi esbozó una sonrisa.
—Se ve que nunca has ido a Kaendra. Existe en esa ciudad una inquina ancestral contra el poder de Ajensoldra.
Me encogí de hombros. Ya había oído hablar del carácter independiente de Kaendra.
—¿Y una pagodista de Ató representa el poder de Ajensoldra? —me burlé, divertida.
—Sí.
Su réplica me hizo enarcar una ceja.
—Vaya. Entonces me cambiaré. No me gusta representar a nadie —reflexioné—, y menos a un poder que me ha traído más problemas que otra cosa —agregué, echando un vistazo a mis garras.
Poco después, llegamos a un arroyo bordeado de matorrales e hicimos una pausa para descansar y comer un poco, y antes aproveché para ponerme una túnica de recambio que tenía.
—Así que ya has estado en Kaendra —dije, cuando me reuní de nuevo con Srakhi y Spaw.
—Una vez —asintió el gnomo gravemente—. Hace muchos años.
No dijo más y reprimí una sonrisa irónica: Srakhi tampoco se diferenciaba tanto de Lénisu en algunas cosas. En ese momento, me fijé en que Spaw estaba muy silencioso. Pero cuando crucé su mirada, me sonrió y sugirió:
—¿Y si nos lees algo de Limisur?
Puse los ojos en blanco pero saqué el libro y les leí algunos poemas para pasar el rato.
Después de rellenar nuestras cantimploras de agua, reanudamos la marcha. En el camino, nos encontramos con una patrulla de guardias, alguna carreta cargada de mercancía y viajeros con escolta. Era casi imposible no acordarse entonces de lo cerca que estaba el portal funesto de la ciudad de los Extradios. Y cada vez que Frundis hacía una reflexión macabra sobre la región, Syu y yo echábamos ojeadas a nuestro alrededor, inquietos.
El camino se fue ensanchando poco a poco y me di cuenta, al de un rato, que estábamos en un valle y que ambos lados del camino estaban poblados de bosquecillos.
—Hace un calor de mil demonios —resopló Srakhi, abriendo el cuello de su túnica.
De hecho, el sol pegaba fuerte y Syu hasta se había cubierto con mi pelo para ocultarse de sus rayos cálidos. Para compensar, Frundis nos cantó al mono y a mí una canción épica del gran Thurb'Orak perdido en las Montañas Nevadas.
Afortunadamente, poco después topamos con un río y nos empapamos todos la cabeza. Sólo cuando alcé la vista, chorreando, me fijé en que alguien nos observaba. Estaba sentado en una roca, a la sombra, en la misma ribera. Era un ternian de pelo sombrío cuya cara redonda reflejaba aprensión. Debía de rondar los mismos años que Kahisso y vestía la típica ropa de los campesinos de la región de Aefna. Supuse que la carreta que acababa de divisar estaría cargada de productos agrícolas.
—Qué calor, ¿eh? —soltó, pese a su aire prudente.
—Y que lo digas —contesté, sonriente.
—¿Vais hacia Kaendra, verdad? —preguntó, levantándose—. ¿Sabéis algo de cómo van las cosas ahí?
Srakhi se encogió de hombros.
—No tenemos ni idea. ¿Por qué? ¿Hay problemas últimamente?
—¡Ja! —sonrió el comerciante—. Siempre los hay. Pero el trigo se vende más caro que en Aefna así que merece la pena el viaje.
Trigo, pensé, echando un vistazo a su carreta mientras el hombre volvía a enganchar los caballos.
—¿Sois… de Aefna? —preguntó.
—Venimos de ahí —asintió el gnomo—. Aunque yo crecí en las Comunidades.
—¿Las Comunidades? —repitió el hombre, frunciendo el ceño, pensativo—. Veo que lleváis todo el día andando. Ya que nos dirigimos todos hacia Kaendra, ¿por qué no viajamos juntos?
Srakhi, Spaw y yo intercambiamos una mirada y asentimos.
—Será un placer —dijo Srakhi.
—Gracias —dije yo, uniendo las manos.
—Entonces todos a bordo. Mi nombre es Pflansket —declaró. Después de que nos hubiéramos presentado, nos hizo saber que quien le había puesto aquel nombre era un tío abuelo suyo explorador que había llegado hasta la lejana Albrujia—. Significa “Resistencia” en un dialecto de ahí —nos explicó, mientras arreaba los caballos y seguíamos el camino montados en la carreta—. ¿Extraño nombre, eh? Mi tío abuelo recorrió toda la Mar de Plata. Y tan sólo volvió con setenta y seis años. Puso los nombres a todos mis hermanos y hermanas: Ravacha, Liklata, Linsawdro, Kujnigrá, Laychows y Jatraguembo. Ya os imagináis que no nos llamamos así a diario. Preferimos los diminutivos Rava, Lik, Lin, Kujni, Lay y Jat. A mí me llaman Flan —se rió—. Y toda esta historia por culpa de las exploraciones de mi tío abuelo.
La conversación de aquel hombre era divertida e ininterrumpida. Parecía que su tío abuelo le había contado sus historias tantas veces que se las sabía de memoria, así que nos complació contándonos hechos reales de aquellas lejanas tierras del sur. Toda su aprensión parecía haberse desvanecido. Yo seguía sus palabras con mucha atención, fascinada por aquellas exploraciones por Albrujia, Kunkubria y el Principado de Néih. El maestro Áynorin siempre había dejado claro que aquellas tierras habían sido siempre salvajes y que no existía ningún tipo de civilización, si se exceptuaban algunas ciudades de Néih, y me sorprendía oírle hablar a Pflansket de pueblos acogedores, de comercio y de cultura.
—Sí —decía, al advertir mi expresión extrañada—. Según mi tío abuelo, existe toda una red de pueblos nómadas en Kunkubria. Y para ir de un pueblo a otro, cruzaba leguas enteras de tierras inhóspitas llenas de monstruos de todo tipo. No sé cómo volvió vivo de ahí pero no le fue mal porque llegó a cumplir los ciento diez años antes de reunirse con los ancestros.
Srakhi no parecía estar muy atento a lo que decía y Spaw guardaba un silencio que me sorprendía cada vez más.
Llevábamos ya varias horas avanzando y el sol estaba desapareciendo detrás de los montes cuando, de pronto, oímos un grito que me levantó los pelos de punta. Miramos a nuestro alrededor y entonces Spaw siseó:
—Bandidos.
Eran dos, uno con un bastón y otro con un machete. Se precipitaban hacia nosotros, saliendo a descubierto de los bosquecillos. Flan se había quedado lívido de terror pero reaccionó rápido y arreó los caballos.
—¡Al galope, Nin y Gar! ¡Corred!
Los dos caballos eran resistentes y de buena raza, pero no eran de los que echaban carreras de cuádrigas. No tardamos en darnos cuenta de que, ante nosotros, otras dos personas habían dispuesto una barrera. Y era imposible salirnos del camino con una carreta, pensé.
—Estamos perdidos —se lamentó Flan.
—Qué vergüenza —solté, mirando a nuestros asaltantes con desprecio—. ¿A quién se le ocurre atacar a cuatro pobres viajeros con una carreta llena de trigo?
—No quieren el trigo —dijo Flan, con los ojos abiertos de par en par por el pavor. Suspiró y, para mi sorpresa, confesó—: Me están buscando a mí. Lo siento —murmuró. Parecía estar a punto de desmayarse así que le cogí las riendas de las manos y estiré para detener los caballos.
Los dos bandidos que nos seguían estaban ya a menos de cincuenta metros pero los dos de delante aún estaban lejos. Empuñé a Frundis, Srakhi desenvainó su espada y Spaw se quedó mirándonos con una sonrisa traviesa.
—¿Vais a luchar? —preguntó.
—Me temo que no nos dejan otra opción —suspiró el say-guetrán, a regañadientes.
—Está bien —declaró Spaw con tranquilidad y sacó velozmente de su bota una daga de un metal rojizo.
Lo observé sorprendida pero enseguida me concentré y bajé de la carreta de un salto. Apreté con fuerza a Frundis y observé a los dos hombres que se aproximaban a la carrera.
“Es ahora o nunca”, dije. Percibí el asentimiento del bastón. Entorné los ojos por la concentración.
—¡Iii-Aaaa! —vociferé, como una salvaje, mientras el bastón soltaba de pronto dos rayos de luz armónica que dejaron a los bandidos estupefactos—. ¡Acabaréis en los infiernos! —sentencié y lancé el sortilegio armónico que llevaba preparando desde hacía un rato. Una horrible imagen oscura y temible se formó ante los atacantes.
—¡Un azruk! —exclamó uno de ellos, detrás de la imagen creada. En su voz pude percibir un sentimiento de pánico. Oí la risita burlona de Frundis. Habíamos conseguido amedrentarlos.
“¿Qué es un azruk?”, preguntó Syu, ladeando la cabeza.
Me encogí de hombros.
“Ni idea.”
Nuestra pequeña victoria, sin embargo, no lo arreglaba todo ya que desde mi posición era difícil no reconocer una armonía a menos que realmente no se supiese nada sobre ellas. Por eso los dos bandidos de delante, un caito rubio y una ternian, ambos enmascarados, se pusieron a correr hacia nosotros mientras que sus compañeros huían despavoridos.
—¡Ríndete, Pflansket! —gritó el rubio.
Su compañera, de pelo largo y negro, tendió un arco hacia nosotros y se paró a menos de veinte metros.
—¡Sabemos lo que llevas! —bramó—. Y no te vas a librar, aunque te acompañe el mismísimo Ágalsur el Terrorífico.
Me desconcerté al ver a Flan inspirar hondo, aterrado, y mi monstruo oscuro se deshilachó y desapareció.
—Nosotros no tenemos nada que ver con esto —dijo Spaw, bajando de la carreta de un bote—. Os dejamos entre vosotros ya que parecéis conoceros.
—Siento haberos metido en esto —nos murmuró Flan—. He cometido un grave error.
—Devuélvenos lo que es nuestro o quemo toda tu mercancía —declaró de pronto la arquera. Entonces me fijé en la flecha y advertí una ligera chispa.
—¡No! —exclamó Flan, levantando unas manos temblorosas—. No lo hagas.
—No queremos meternos en ningún lío —intervino Srakhi—, es cierto que acabamos de conocer a este hombre, pero no podemos permitir que arregléis vuestra querella de esta forma tan salvaje.
—No dispares, Dekela —le suplicó Flan a la arquera—. Podemos llegar a un acuerdo. Os daré lo que deseáis. Pero no utilices esa flecha de fuego. No llevo… sólo trigo, ¿entiendes? Esta carreta lleva varios kilos de pólvora.
¿Pólvora?, me repetí, horrorizada. Con un súbito impulso, Spaw, Srakhi y yo echamos a correr tan lejos como nos fue posible de la carreta y los bandidos retrocedieron unos pasos, prudentes.
—¡Si le dispara, todo va a explotar! —resoplé, horrorizada, al girarme hacia Flan y la carreta, después de haber recorrido unos veinte metros—. ¿Por qué no corre? —les pregunté a Spaw y Srakhi, pero estos menearon la cabeza, la mirada clavada en la escena. ¿Por qué no corría?, me repetí a mí misma.
—¿Quién eres en realidad? —preguntó Dekela, autoritaria—. Dinos la verdad. ¿Trabajas para alguien más? ¿O te has creído que podrías vender la piedra tú solito y utilizar el dinero a tu antojo?
Los dos bandidos que habían huido habían llegado a la altura de la carreta y el rubio hizo señas para que se apartasen con premura. Nosotros ya estábamos a una distancia prudente.
—Vámonos de aquí —nos sugirió Spaw—. Ya se arreglarán entre ellos.
—Tenemos un problema —suspiré—. Nuestros sacos están en la carreta.
Y de pronto me puse lívida y metí la mano en los bolsillos internos de mi túnica. Me había cambiado de ropa, recordé, aterrada. Y me había olvidado de las Trillizas. Por no hablar de las cartas para Lénisu y de la carta de Laygra. Una explosión de pólvora acabaría con ellas, sin lugar a duda…
—No puedo dejar que corra la sangre —declaró gravemente Srakhi, interrumpiendo mis pensamientos—. Vosotros, alejaos un poco más y sobre todo no os acerquéis.
Lo observé que bajaba otra vez hasta el camino y, tras alejarnos unos cuantos metros más, agudicé el oído para escuchar el intercambio entre Flan y Dekela, pero apenas oía algunas palabras sueltas. Cuando Srakhi llegó a la altura de la carreta, habló tranquilamente, Dekela hizo un gesto de impaciencia y el gnomo cogió mi mochila y la suya. Había caminado unos cuantos metros cuando, de pronto, la arquera se enfureció. Percibí claramente la palabra “ashro-nyn”.
—¿Ha dicho ashro-nyn? —preguntó Spaw, enarcando una ceja, intrigado.
—Eso me ha parecido —confirmé. Si aquellos eran miembros de la cofradía de los ashro-nyns, lo mejor que podíamos hacer era salir corriendo de ahí lo antes posible. Se decía que los ashro-nyns eran unos asesinos y ladrones que no respetaban nada. Tenían una reputación parecida a la de los Istrags en las Comunidades y, si Flan andaba en líos con esa gente, tenía un grave problema.
Entonces oí un ruido de pasos no muy lejano y me giré. Levanté los ojos al cielo al advertir que los dos bandidos que antes habían huido nos amenazaban ahora con sus armas.
—Os habéis burlado de nosotros —soltó uno al acercarse. Su expresión estaba deformada por un sentimiento del todo negativo.
—Moriréis por ello —afirmó el otro, levantando su machete.
Al oír tales palabras, me estremecí. Advertí un brillo rojizo en los ojos de Spaw y, con cierto temor, entendí que todavía su Sreda no acababa de estar del todo equilibrada.
—Odio que me amenacen de esa forma —siseó el demonio, levantando su daga roja.
No sé exactamente cómo empezó la lucha. El caso es que, en un momento dado, el del bastón intentó darme un golpe y no tuve más remedio que replicar. Lo más increíble fue que, aunque tenía más fuerza, no consiguió darme ni una vez. En cambio Frundis y yo lo llenamos de moratones hasta que cayó de rodillas, exhausto. Retrocedía unos pasos inspirando hondo cuando oí un grito de dolor. Spaw acababa de dar un tajo en el brazo a su adversario, y este soltó el machete, sosteniendo su miembro con una mueca de sufrimiento.
—¿Esos son los terribles ashro-nyns? —jadeó Spaw, sarcástico. Se había quedado sin aliento.
Apenas hubo hablado, oímos una terrible explosión. Dejé caer a Frundis y me tapé los oídos. Al echar un vistazo hacia la carreta, vimos a la arquera y al rubio tirados en el suelo, protegiéndose los oídos mientras Flan, montado sobre uno de los caballos de la carreta, galopaba a rienda suelta. La flecha de la ternian aún estaba junto al arco, sin disparar. Entonces, ¿quién había provocado la explosión? Aún no acababa de entender lo que sucedía cuando percibí un movimiento por el rabillo del ojo y lancé un ataque estrella al desgraciado que me había querido atacar por sorpresa. Le di luego una patada y tumbé de nuevo al ashro-nyn, que quedó esta vez inconsciente.
—Maldito. No me apetecía luchar —le gruñí, contrariada.
Spaw sonrió ante mi observación pero su rostro enseguida se ensombreció.
—¿Dónde está Srakhi?
La pregunta me heló la sangre en las venas. Recogí a Frundis y, mientras corríamos hacia el bosque, miré a mi alrededor, muy preocupada. Unos segundos después, sin embargo, vimos a Srakhi salir de detrás de unos arbustos y echar a correr hacia nosotros.
—Muchachos, huyamos de este condenado sitio —masculló.
Ambos aprobamos con la cabeza y eché a correr con ellos. Suspiré interiormente al pensar que nuestros primeros encuentros en los Extradios no habían sido muy afortunados.
“Si Naura la Manzanona hubiese estado aquí, todo nos habría ido mejor”, bromeé, mientras seguía al gnomo.
“De eso no me cabe duda”, reflexionó Frundis. “En primer lugar, nadie nos habría propuesto subirnos a ninguna carreta.”
Al imaginarme a la dragona, montada sobre una carreta llena de pólvora, reprimí una sonrisa divertida. La imagen de su cara simpática e inocente despertó en mí cierta añoranza. Aún recordaba los ojos brillantes de incomprensión de la Manzanona al vernos alejarnos de ella. Esperaba que Kwayat la cuidaría correctamente.
Al llegar al bosque, Spaw se dobló en dos y declaró, jadeante:
—De ahora en adelante, ya lo sabremos: nunca aceptes viajar con un desconocido.
—Queda dicho —aprobé—. Aunque, quién sabe, quizá le hayamos salvado la vida a Flan. Me pregunto cómo una persona tan alegre y simpática como él puede tener relaciones con unos asesinos.
—Por lo que he podido entender —dijo Srakhi, retomando su respiración—, todos ellos eran ashro-nyns. Incluido Flan.
Agrandé los ojos, espantada.
—Aunque éste parecía haber desertado la cofradía —añadió el gnomo—. Bah, sus historias no nos incumben. No nos paremos aquí. Sigamos. Avanzaremos un buen trecho fuera del camino.
—Siempre tan prudente —sonreí, contenta de ver que, a pesar del incidente, todos estábamos sanos y salvos—. Por cierto —proseguí, mientras reanudábamos la marcha—, ¿alguien sabe lo que es un azruk?
Spaw, detrás de mí, soltó una carcajada.
—Según la creencia, es un Demonio de Sombras, o algo así.
Srakhi se giró hacia él con seriedad.
—No es sólo una creencia. Los Demonios de Sombras existen. Pero no en la Superficie.
Spaw y yo intercambiamos una mirada y él hizo una mueca, pensativo.
—Tengo curiosidad. ¿Crees de veras que los demonios existen?
Percibí en su tono una incredulidad perfectamente conseguida y fulminé al demonio con la mirada. El say-guetrán tuvo una media sonrisa.
—Por supuesto que existen. Todos los libros de Historia te lo dirán. Pero todos ellos han sido erradicados de la Superficie.
—La Superficie —repitió Spaw, meditativo—. Una suerte entonces que no estemos en los Subterráneos.
—No será por mucho tiempo —declaré.
El joven humano enarcó una ceja, alarmado.
—¿Qué quieres decir?
Recibí una mirada de aviso del gnomo pero la ignoré.
—Que en cuanto encontremos a Lénisu, nos vamos a los Subterráneos.
Spaw me observó con detenimiento. Las comisuras de sus labios comenzaron a levantarse.
—Maravilloso —declaró con sinceridad.