Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento
A la mañana siguiente, Frundis aún seguía más silencioso de lo habitual por su esfuerzo armónico. No me había atrevido a hacerle el más mínimo reproche sobre lo ocurrido. Su esfera de oscuridad había sido tan exagerada que el mediano que vigilaba la casa sospechosa, al verla aparecer como un agujero negro en el aire, se había desmayado de terror. Pero ni Frundis, ni yo comentamos el percance, y Syu tan sólo observó burlonamente que la manera de escapar le había parecido profesional. Esperé que el tal Hawrius no se acordara de nada cuando despertase.
Estaba a punto de entrar en el comedor para desayunar cuando el maestro Dinyú se acercó a mí.
—Buenos días, Shaedra, quisiera hablarte un momento.
Realicé el saludo que convenía a un maestro y lo seguí. Me condujo a sus habitaciones y saludé a Saylen y Relé con una ancha sonrisa.
—¿Cómo estás? —le pregunté al niño de tres años.
Relé, al verme, salió disparado hacia mí, con las manos abiertas.
—¡Mono! Arriba —dijo.
Percibí la exasperación de Syu, al que nunca le había dejado de irritar la atención que aquel niño le prestaba.
—Syu es un mono gawalt —le expliqué.
—Yo también —dijo el niño, chupándose los dedos y sonriendo como un pequeño demonio.
Sonreí.
—Relé, ven aquí —le llamó su madre—. Tu padre quiere hablar con Shaedra.
—¿Y hablar con el mono? —preguntó Relé, volviendo adonde su madre.
—Eso me temo que va a ser más difícil —replicó el maestro Dinyú, sonriéndole con aire divertido.
Me despedí de ellos y seguí al maestro Dinyú a una pequeña sala impersonal con cojines y mesas bajas.
—Bueno, siéntate —me dijo, tomando asiento en un cojín escarlata.
Me senté y lo miré interrogante.
—¿Qué ocurre, maestro? —pregunté.
—Tengo unas preguntas que hacerte —empezó, lentamente—. Sé que os dimos para esta noche toda la libertad de ir adonde queríais y cuando queríais mientras os comportaseis como kals de Ató… no quiero meterme donde no me llaman, pero considero que si tienes un problema, es mi deber de maestro ayudarte. Esta noche te vi volver y parecías algo atemorizada.
Sentí que me invadían la tensión y el malestar. El maestro Dinyú siempre sabía adoptar el tono adecuado para no parecer un entrometido. Y yo lamentaba haberlo preocupado. ¿Y si el maestro Dinyú empezaba a dejar de confiar en mí por todos los secretos que le ocultaba?
—Es… un asunto que me viene preocupando desde hace unos días —confesé—. Así que esta noche fui a investigar.
—¿En el cuartel general? —preguntó Dinyú.
Agrandé los ojos. ¿Así que estaba al corriente…?
—Lénisu y Aryes están encarcelados ahí —asentí.
Su reacción mostró que, obviamente, no estaba al corriente de eso. Se sobresaltó y me miró, incrédulo.
—Espera… ¿puedes repetir lo que has dicho? —soltó, pestañeando.
—Lénisu y Aryes están encarcelados en el cuartel general —repetí pacientemente.
—Pero… ¿qué hace Aryes en Aefna? —preguntó, con aire perdido. Veía claramente que las preguntas se arremolinaban en su mente.
—Vino hace unos días, pero no quiere que nadie de la Pagoda sepa que está aquí. No me pregunte la razón, no la conozco. Estaba con Lénisu cuando lo arrestaron.
—Así que está vivo —meditó—. Eso alegrará a su padre. Bueno… como ya he dicho, no quiero meterme donde no me llaman, pero si necesitas ayuda, puedo proporcionártela, siempre y cuando el objetivo sea honesto.
Recordé que el maestro Dinyú había salvado a Lénisu en Ató al no señalar su presencia junto a la casa del Mahir.
—Realmente me siento muy mal metiéndole en esto, maestro Dinyú —me disculpé—. Ya tiene usted mucho que hacer con el Torneo y con los duelos y…
—Veo que estás acostumbrada a guardar todos los problemas para ti —me interrumpió tranquilamente Dinyú, con un tono que oscilaba entre la aprobación y el reproche.
“Se equivoca, no los guardas sólo para ti”, me gruñó Syu cariñosamente. “Frundis y yo también los compartimos con generosidad.”
—Mire, maestro Dinyú —empecé—, puedo explicarle el asunto, si lo desea, pero dudo mucho de que vaya a poder hacer algo, porque está todo un poco embrollado.
El belarco me miró fijamente y asintió para animarme.
—Verá —dije—, un día quedé con Aryes en Aguaclara. Lo esperé quizá media hora, pero no venía, y él normalmente es siempre muy puntual —añadí.
—Cierto —aprobó Dinyú.
—Empecé a recorrer el Anillo que rodea el Santuario y vi a unos guardias montados a caballo arrestando a tres hombres. Y reconocí a Lénisu y a Aryes, aunque llevaban sacos en la cabeza. Y los condujeron al cuartel general.
—¿Cuándo pasó eso? —preguntó el maestro Dinyú.
—Antes de ayer —contesté, sintiéndome algo aliviada al contárselo todo y al ser tan bien escuchada—. Desde entonces, creo que no han salido de ahí.
—Y… ¿por qué los han arrestado?
—Ahí empieza el problema. —Con un mohín, saqué las garras y empecé a afilarlas unas con otras distraídamente mientras hablaba—. Y ahí entra en juego Srakhi.
—El gnomo say-guetrán —dijo el maestro Dinyú, entendiendo.
—Así es. Pero voy a contarlo cronológicamente que si no no va a entenderlo. Hace unos cuantos días, el primer día de mi prueba armónica, salvé a una sirvienta de la Niña-Dios cuando estaba atragantándose. Y el día del duelo entre Farkinfar y Smandjí, vino un Arsay de la Muerte a pedirme que fuera adonde la Niña-Dios… La Niña-Dios me dio las gracias por haber salvado su sirvienta y me dijo que podría pedirle un favor.
—Y tú le pediste que salvara a Lénisu y a Aryes.
—Era la víspera del arresto. Pero sí, al día siguiente fui al Santuario a pedirle que los sacara de ahí y me dijo que necesitaba tres días para pensarlo.
El maestro Dinyú parecía aún tener dificultades para asimilarlo y creerlo todo.
—Es una historia rocambolesca —acabó por decir.
—Pero no se acaba ahí —suspiré—. Ayer, Srakhi me dijo que Lénisu había entrado en la cárcel adrede. Con lo que probablemente he metido la pata pidiéndole a la Niña-Dios que… Ejem, bueno —me ruboricé—, el caso es que todo parece indicar que Lénisu está en apuros y que alguien pretende robarle otra vez su espada.
El maestro Dinyú permaneció en silencio un largo rato.
—Tu tío debe de tener amigos poderosos para que tantos guardias lo protejan. —Frunció el ceño—. Si es verdad que ha entrado ahí voluntariamente.
—No tiene sentido —admití—. Lénisu jamás habría permitido que Aryes… En fin, no lo entiendo. Y como Lénisu nunca me explica nada, ando totalmente a ciegas.
—Entiendo tu confusión —reflexionó el maestro Dinyú—. Y ahora entiendo por qué estabas tan poco atenta a lo que hacías estos últimos días. —Hice una mueca culpable—. Intentaré ayudarte. —Mi rostro se iluminó—. Pero quiero que sepas que si resulta que Lénisu está encarcelado por una buena razón, no haré nada para sacarlo de ahí.
—¿Usted siempre actúa según su conciencia, verdad? —solté con admiración.
Dinyú sonrió, recobrando su habitual serenidad.
—Actúo siempre según lo que me parece correcto. Quizá por eso haya tanta gente en Ajensoldra que me mira con mal ojo.
Puse cara sorprendida.
—Me extrañaría que sean tantos como dice —le aseguré, risueña—. Y ya tiene a un buen número de alumnos pagodistas que lo admiran. El maestro Jaslu…
—Dejemos aparte a ese joven maestro. Te invito a un desayuno —dijo el maestro Dinyú, sonriente.
Junté las dos manos y sonreí.
—Será un placer —respondí.
El maestro Dinyú se levantó riendo.
—Una de las cosas que más me marcaron al llegar a Ajensoldra fue la buena educación. En Iskamangra, la gente es menos abierta. Y eso sí, si el maestro Jaslu hubiese sido iskamangrés, habría empezado la lucha para obligarme a aceptar el duelo. A los iskamangreses no les gustan los circunloquios.
Lo vi algo soñador, recordando quizá ciertos eventos de su pasado en su tierra natal.
—¿De dónde es usted exactamente? —pregunté, curiosa—. Iskamangra es muy grande.
—Del Reino de Kolria —contestó él—. Nací cerca del Bosque Pang. Es una hermosa región.
Salimos de la salita y nos sentamos junto a Saylen y Relé para desayunar. Saylen le regaló un plátano a Syu y a este se le subió la moral enseguida. Frundis había empezado a tocar unas dulces notas de piano, como para adormilarse mejor.
Mientras desayunábamos, Saylen preguntó:
—¿Dónde se darán los premios?
—En la misma sala que durante la inauguración —respondió Dinyú, comiendo una torta llena de frutos secos—. Lo que es seguro es que Farkinfar ha ganado el segundo puesto en el har-kar del último nivel. Y Smandjí ha quedado primero.
—Estarás orgulloso —comentó su esposa—. Pero ¿por qué Pyen sigue siendo har-karista si no era lo que quería ser?
Dinyú se encogió de hombros.
—No he podido hablar mucho con él, aunque creo que se ha alegrado mucho de verme. Me dijo que había estado en los Reinos de la Noche durante muchos años. Enseñaba har-kar y recibía a cambio comida, alojamiento y favores. Me comentó que estuvo de aprendiz con un ebanista y con un herrero y que luego estuvo viajando por la Tierra Baya buscando algún destino.
—Pobrecillo —suspiró Saylen—. Al menos sus padres estarán contentos de verlo ganar el segundo puesto del har-kar en Ajensoldra.
—También me dijo que sus padres habían muerto —contestó tristemente su esposo.
Saylen agrandó los ojos y miró de reojo a Relé, entristecida.
—Oh. Vaya.
—De todas formas, ese joven es increíble —prosiguió el maestro Dinyú—. Siempre ha tenido muchas iniciativas.
—Aún me acuerdo de él —asintió Saylen—. Era un chico muy educado.
—Yo también —dijo Relé, mirándonos a todos con cara risueña e inocente.
Me eché a reír y lo observé levantarse e ir a buscar otro plátano para tendérselo a Syu. Reprimí una carcajada al notar su sorpresa y el mono gawalt me miró con los ojos entornados.
—¿Pa' Su? —dijo el pequeño.
El mono abandonó mi hombro, saltó sobre la silla, juntó las dos manos para agradecerle el regalo, como me había visto hacer tantas veces, y cogió delicadamente el plátano de las manos del niño.
“Este bebé saijit me empieza a caer mejor”, dijo Syu. “Aunque ahora no es que tenga especialmente hambre”, añadió, pelando y devorando el plátano.
—Es un animal curioso —comentó Dinyú, observándolo—. Ha hecho una especie de gesto para dar las gracias. ¿Le estás enseñando la cortesía a un mono gawalt?
“Podría enseñártela a ti, grandullón”, gruñó el mono, masticando ruidosamente, con los ojos fijos en el maestro.
—No exactamente —contesté y añadí, burlona, señalándome con el pulgar—: pero toma ejemplo.
“¿Tú, un ejemplo?”, replicó el mono, con una risita irónica. “Tienes más cosas que aprender de mí que yo de ti, te lo digo yo, que soy un mono gawalt.”
Sonreí, divertida, y lo cogí en brazos.
—Muchas gracias por el desayuno, maestro Dinyú —dije.
—Os quiero a todos aquí a la hora de comer —me avisó—. Iremos todos juntos a la sala de los premios. Y te prometo hacer algo respecto a Lénisu.
Al advertir que hablaba tan tranquilamente delante de Saylen, supuse que no guardaba ningún secreto que no compartiera con su esposa. Los saludé a los tres, sonreí cariñosamente a Relé y salí de la sala para reunirme con los demás, que habían decidido dar un último paseo por Aefna. Al fin y al cabo, se suponía que al día siguiente retomaríamos nuestras carretas, rumbo a Ató. Pero yo sabía que si las cosas no se arreglaban de aquí a mañana, no me movería de Aefna.