Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento
Cuando volvimos a la Pagoda, me esperaba otra sorpresa. En las escaleras, sentado como un monje montañés, había un gnomo vestido demasiado calurosamente para un día tan soleado. Enseguida lo reconocí. Era Srakhi. Srakhi Léndor Mid, el say-guetrán que había estado siguiendo fielmente a Lénisu porque este le había salvado la vida. Estaba en plena oración, bajo el sol plomizo, y su rostro estaba bañado de sudor.
Me dirigí hacia él, fingiendo tranquilidad, preguntándome qué demonios hacía ahí. Su presencia, sin embargo, me causó cierto alivio. Además de saber a ciencia cierta que había sobrevivido a los Istrags, albergaba cierta esperanza de que su presencia se debiese al apuro en que se había metido Lénisu. Después de todo, ahora el gnomo le debía a mi tío dos veces la vida.
Me paré ante él y me apoyé en Frundis como en una cachava, contemplándolo en silencio durante unos segundos.
—Buenos días —dije al fin, en nailtés, interrumpiendo sus plegarias.
El gnomo abrió los ojos sin sobresaltarse y sonrió.
—Qué alegría verte —dijo, levantándose—. Te estaba esperando.
Sonreí anchamente y lo pillé por sorpresa dándole un abrazo. El gnomo carraspeó, incómodo.
—Cuando sepas por qué estoy aquí, quizá no te alegres tanto de verme —pronunció, por lo bajo, girándose levemente hacia el maestro Dinyú que se había quedado parado arriba de las escaleras al verme saludar con tanta efusión a un gnomo desconocido.
El maestro Dinyú invitó a los kals a que entrasen en la Pagoda y, pese a las miradas curiosas que estos me echaron, obedecieron, dejándonos solos.
—Buenos días —dijo mi maestro al gnomo—. Esto… no quisiera ser indiscreto, pero ¿quién es usted?
—Srakhi Léndor Mid, para servirle —contestó el gnomo, realizando un saludo que no tenía nada de ajensoldrense. Su abrianés era tan horrible como siempre.
El maestro Dinyú enseguida dedujo muchas cosas de su respuesta. Sin duda, tuvo que suponer que yo conocía al gnomo de mi viaje por las Comunidades de Éshingra.
—Conocí a Srakhi en Tenap —intervine—. Nos ayudó después de que saliésemos de Tauruith-jur.
Aquellos acontecimientos me parecían lejanísimos y aún no alcanzaba a entender cómo siendo tan joven había podido no desmayarme al ver una cabeza de dragón a unos metros de distancia o al ser perseguida por una manada de nadros rojos al salir de Tenap. Desde luego, a la juventud no le faltaba coraje.
—Yo soy Dinyú Fen —dijo mi maestro, presentándose—. El maestro de Shaedra. Jem. Bueno, no os molestaré más. Supongo que tendréis muchas cosas que contaros. ¿Ha hecho usted el viaje desde Éshingra para ver a Shaedra? —preguntó sin embargo, con cierto asombro.
No pude evitar sonreír al ver que mi maestro sentía una real curiosidad por saber quién era aquel extraño gnomo vestido con una túnica gruesa cubierta de símbolos raros. Luego recordé que Srakhi era de por sí todo un personaje. Su jaipú estaba como asaltado por el morjás, de una manera insólita, como si no supiese nunca qué forma adoptar. Y sin duda el maestro Dinyú había tenido que advertirlo.
Srakhi asintió con la cabeza.
—He venido aquí por Shaedra y… por el Torneo —añadió con una media sonrisa.
—El Torneo —repitió el maestro Dinyú, sumido en sus pensamientos—. Entiendo. Pues que pase una buena estancia en Aefna. ¿Quiere que lo alberguemos en la Pagoda? Sería un honor considerando que es un say-guetrán.
—Oh, no, gracias pero ya me he ocupado de eso —contestó, gratamente sorprendido. Seguramente no se esperaba a que adivinase que era un say-guetrán y todavía menos que le tuviese en gran estima por ello.
El maestro Dinyú, sin dejar de sonreír con sinceridad, asintió.
—En ese caso, le dejaré con mi alumna. Confío en que nos volvamos a ver.
El gnomo lo miró con cierta sorpresa mientras él desaparecía por la entrada de la Pagoda de los Vientos.
—Tu maestro parece un buen hombre —comentó.
Sonreí de oreja a oreja.
—Lo es.
Bajamos las escaleras de piedra que rodeaban la entrada de la Pagoda, mientras le decía yo:
—Y bien, ¿qué te trae por aquí? Me asusté mucho cuando los Istrags te secuestraron. Me alegra comprobar con mis propios ojos que sigues vivo. Esos Istrags no tienen corazón.
El rostro de Srakhi se había ensombrecido.
—Cierto —contestó con lentitud—. Tu tío Lénisu me salvó la vida. Otra vez. Y luego me apartó de él. Otra vez —repitió—. De modo que aquí estoy. Más atado que nunca. Y tengo que salvarle la vida a Lénisu sea como sea.
Su tono ferviente me dejó atónita.
—Quieres decir…
Pero él me interrumpió.
—Lénisu ha sido arrestado por las autoridades de Aefna —me dijo, examinando mi reacción.
—Lo sé —contesté, muy a mi pesar—. Vi a los guardias que se los llevaban al cuartel general. A Lénisu, a Aryes, y a un mendigo.
—Así que lo sabes. El asunto es delicado —dijo Srakhi—. Pero todo está saliendo como planeado, no te preocupes.
—¿Quieres decir que vas a sacarlos de ahí? —me maravillé. Srakhi nunca me había dado la impresión de ser un gran valiente.
—Bueno… no exactamente. Verás, el asunto es complicadillo y no puedo explicártelo porque simplemente no sé lo que está pasando exactamente. El caso es que por alguna razón Lénisu está encerrado a posta en el cuartel general. No sé si por voluntad suya o de sus aliados, pero me temo que es para protegerlo de algo.
Lo miré con los ojos desorbitados e inspiré hondo para tranquilizarme.
—Estás insinuando… ¿que Lénisu se ha denunciado a posta y que de paso ha metido a Aryes en el lío? Me extrañaría mucho —negué con la cabeza, incrédula.
—Mira, no sé lo que ha pasado realmente. Pero Lénisu te pide que no hagas nada. Que no intentes hacer ninguna locura. Que te conoce. Según él, todo está controlado.
—¿Has hablado con él después del arresto? —pregunté, asombrada.
—No. Esto me lo dijo antes del arresto, puesto que sabía que iba a ser arrestado. Ahora bien, yo creo que el arresto no le salió como había previsto. Me extrañaría que tuviese pensado mezclar a Aryes en esto.
Todo aquello me dejaba confusa. ¿Podía ser cierto lo que decía el gnomo? ¿Que Lénisu se había dejado arrestar para protegerse? Pero… ¿protegerse de qué?
—Esto es demasiado extraño —mascullé, perdida—. ¿Por qué nunca me dice Lénisu lo que le ocurre? Ni siquiera sé exactamente quién es, ni qué hace, ni cómo vive…
Callé, al percatarme de que estaba hablando en voz alta. Srakhi suspiró.
—Es difícil entender nada de él. Mejor es no preocuparse por eso. Yo sólo intento salvarle la vida. Y a pesar de los problemas que tiene, no consigo nada —añadió, con su sonrisa de gnomo—. Bueno, ¿y qué tal te ha ido este último año? ¿Qué tal Syu? —preguntó, posando su mirada sobre el mono gawalt, que le correspondió con una mueca cómica.
Yo no estaba para cambiar de tema pero, así y todo, le contesté como pude, mientras fluían las preguntas, en mi interior, como el agua en un torbellino. La situación explicada por Srakhi carecía de sentido. Tenía que averiguar qué estaba pasando y saber si había metido la pata hasta el fondo hablándole a la Niña-Dios. Si Lénisu había querido aprovecharse de la seguridad de las autoridades, yo no le hacía ningún favor sacándolo de ahí… ¿Pero para qué demonios Lénisu habría urdido un plan para su propio arresto? Todo aquello no me entraba en la cabeza.
Ninguna de las preguntas que le hice a Srakhi me aportó aclaración alguna. Todo indicaba que no estaba más al corriente que yo sobre el asunto. Pero algo más tenía que saber, me repetí. Sin embargo, a pesar de mi insistencia para que me revelase quiénes eran esos «aliados» de los que había hablado antes, el gnomo siguió tan imperturbable ante mis asaltos, arguyendo que no tenía ni idea de las actividades de Lénisu, y al cabo debió de cansarse porque se despidió de mí, pretextando que tenía que ir a hacer sus plegarias y me dejó con mil preguntas en la boca. Lo único que me repitió fue que no me preocupase, que todo lo que estaba pasando era normal. Y el problema era que, aunque me fiaba de Srakhi para algunas cosas, tenía mis serias dudas de que Lénisu hubiese aceptado nunca un plan para encarcelarse a sí mismo. Iba totalmente en contra de su personalidad. Antes habría recorrido medio mundo para huir de sus perseguidores, que entregarse a unos guardias desconocidos.
Entré en la Pagoda, cabizbaja, con el ceño fruncido y los ojos inquietos. ¿Por qué demonios le habría pedido a Lénisu que permitiese a Aryes dormir en su escondite? Sintiendo cierto malestar, en vez de ir a comer, fui directamente a mi cuarto y me dije que era hora de actuar. Y si lo que hiciera fastidiaba el plan de Lénisu… pues que él me lo hubiese explicado antes en vez de andarse con tantos secretos.
Me rebullía, inquieta. Inconscientemente, había sacado las garras y me quedé un momento absorta. De pronto, me levanté, cogí a Frundis y abrí la pequeña puerta con firmeza.
“Vamos a ver a Tilon Gelih”, declaré.
Syu me miró con una expresión de asombro.
“¿Tilon Gelih?”
“El guitarrista”, le expliqué, saliendo del cuarto. “Le prometí a Frundis que iría a verlo.”
Enseguida la música armónica pasó a ser más alegre. Aparecieron sonidos de pájaros, de flautas y de risas.
“Pero… ¿qué tiene que ver con el rescate de Lénisu?”, preguntó el mono, siguiéndome.
“Nada. Simplemente que así me ocupo la mente”, suspiré.
Syu se subió a mi hombro y me dedicó una gran sonrisa.
“A veces sí que pareces un gawalt”, me confesó, con orgullo. “Pero sólo a veces”, insistió, para que no me creyera más de lo que era.
Me crucé con Salkysso, Kajert y Galgarrios en el camino. Los dos primeros me observaron con extrañeza.
—Mírala —dijo Salkysso, cruzándose de brazos—. Parece transparente, como un fantasma.
—Será por no comer suficiente —dijo Kajert.
—Quizá —asintió Salkysso, mirándolo con aprobación.
—No me suena haberla visto hoy, comiendo con nosotros —añadió Kajert.
Galgarrios me echó una ojeada, sin entender.
—¿Un fantasma? —repetimos los dos, yo con indignación y él con incomprensión.
—Oye, ¿por qué os metéis conmigo? —me quejé, con una mueca—. No tenía hambre, eso es todo.
Salkysso y Kajert dejaron sus aires de expertos y sacudieron la cabeza con seriedad.
—¿Desde cuándo no tienes hambre? —soltó Kajert.
—¿Por qué últimamente estás tan extraña? —añadió Salkysso—. ¿Quién era ese gnomo de la entrada? ¿Y por qué estás siempre tan pensativa? Pareces Ávend.
Kajert le dio un codazo.
—No metas a Ávend en esto —gruñó.
Los observé con cierta sorpresa y entendí lo que sucedía: se preocupaban por mí. Eso me llegó al alma y sentí de pronto que todo el nerviosismo que había acumulado se hacía más ligero.
—Tal vez vaya a comer algo, si queda —dije—. Y luego he decidido ir a ver a Tilon Gelih.
—¿Tilon Gelih? —repitió Salkysso, boquiabierto—. ¿El guitarrista? ¿Y cómo se supone que vas a conseguir verlo? ¿Es pariente tuyo?
—Es humano, ¿cómo va a ser pariente mío? —repliqué—. Aún no sé si me dejarán entrar. Pero le prometí a alguien que iría a verlo.
Las expresiones de Salkysso y Kajert se ensombrecieron otra vez al notar que les estaba escondiendo algo. Pero Galgarrios, él, lo entendió todo. Cómo no. Y preguntó:
—¿Te refieres al bastón?
Lo miré con un tic en la cara.
—Exacto —contesté, algo tensa.
Al tiempo que Galgarrios fruncía el ceño, sin entender mi reacción, apareció de pronto una luz a mi derecha… justo alrededor de la cabeza del bastón. La señal era inequívoca. Frundis quería que les revelase su existencia.
Sin salir de mi asombro, escuché las exclamaciones de mis amigos y levanté una mano para que me prestasen atención.
—Este es mi amigo Frundis —declaré, sintiéndome algo ridícula al estar presentándoles un bastón—. Es músico… y compositor. Y le gustaría conocer al tal Tilon Gelih. Y como le prometí que se lo enseñaría, pues allá voy.
Galgarrios y yo contemplamos la reacción de Kajert y Salkysso con cierto temor. Kajert se lo tomó bastante bien. Se llevó la mano a la barbilla, pensativo, aunque algo escéptico. Salkysso se quedó paralizado, mirando a Frundis con los ojos abiertos como platos.
—Una mágara armónica —reflexionó Kajert, en voz alta.
“¡Que se lo lleven los demonios!”, exclamó Frundis, ultrajado. “Cada vez que me ven, siempre me toman por una mágara. Pero yo tengo de mágara lo que ese caito de lince”, resopló.
Carraspeé.
—No es una mágara. Es una persona que decidió abandonar su cuerpo por este bastón. Es un bastón sensacional —les aseguré con una gran sonrisa.
—Lo siento, Shaedra, no quería meter la pata —intervino débilmente Galgarrios, en medio del silencio.
Puse los ojos en blanco.
—No te preocupes, Galgarrios. Creo que ahora Frundis y tú estáis en paz. Mira, venid conmigo los tres. Os contaré cómo encontré a Frundis.
Salkysso había recobrado cierta serenidad y resopló.
—No me voy a perder por nada del mundo una entrevista con Tilon Gelih —declaró—. Y visto lo rara que eres, quizá la consigas.
—¿Lo rara que soy? —repetí, frunciendo el ceño.
—Lo extraordinaria que eres —rectificó Kajert, carraspeando y dándole otro codazo a Salkysso.
Los miré alternadamente y me encogí de hombros.
—¿Vamos?
Pasé por el comedor a coger un trozo de pan y rellenarlo del arroz que había sobrado y salimos de la Pagoda. Tener junto a mí a tres amigos que me iban preguntando cosas sobre Frundis me reconfortó notablemente y, sobre todo, me impidió pensar en Lénisu y en Aryes e imaginarme historias estrafalarias que sólo conseguían marearme y deprimirme.
Cuando me preguntaron por el gnomo, les dije que lo había conocido en las Comunidades de Éshingra y que era un buen amigo de mi tío. Al mencionar a Lénisu, Salkysso y Kajert hicieron una mueca pero se ahorraron los comentarios. Sin duda decidieron que era mejor no tocar ese tema. Me pregunté qué hubieran dicho si les hubiera revelado que Lénisu y Aryes estaban en ese mismo instante en Aefna, en una celda del cuartel general.