Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 5: Historia de la dragona huérfana
Desperté en medio de un sueño. Acababa de soñar que la Luna perdía el equilibrio y caía sobre Ató, acercándose cada vez más y ocupando cada vez más sitio en el cielo. El ruido de su colisión coincidió con un ruido infernal que me despertó sobresaltada.
Abrí los ojos creyendo que estaba viviendo el final de mi vida cuando me di cuenta de que la Luna seguramente seguiría en su sitio y que los ruidos provenían de mi ventana. Alguien golpeaba contra los cristales, y ese alguien debía de estar impacientándose porque golpeaba cada vez más fuerte.
Syu saltó gruñendo y se escondió debajo de la cama.
“Valiente amigo mío”, mascullé, abandonando las mantas y aproximándome a la ventana. No sé por qué, me esperaba a que fuese Drakvian. Pero no lo era. Abrí la ventana.
—Deria, ¿qué ocurre? —susurré.
La drayta se deslizó en el interior de mi cuarto y, sin una palabra, me enseñó un papel. Lo cogí con perplejidad y meneé la cabeza.
—No veo nada con esta oscuridad, voy a encender la lámpara.
—¡No metas ruido! —murmulló Deria. Parecía sobreexcitada.
Cerré la ventana, corrí las cortinas y encendí la lámpara. El papel era una carta. Mis manos se pusieron a temblar al reconocer la letra.
—¡Aleria! —exclamé por lo bajo, sintiendo que mi corazón iba a explotar.
—No va dirigida a nadie —dijo aceleradamente Deria—, pero al leerla, se ve que va dirigida a ti. Léela. Ha sido un milagro que haya llegado la carta a casa, la trajo a media mañana un vendedor ambulante. No le digas a Dol que te la he enseñado. No quería que la leyeras.
Intentaba empezar a leer al mismo tiempo que me hablaba pero me quedé en suspense al oír sus últimas palabras.
—¿Dol? —me extrañé, frunciendo el ceño. ¿Por qué no querría que yo leyera la carta de una amiga?
Me centré en la lectura y Deria calló, moviendo las manos, nerviosa, como preguntándose si hacía de veras lo correcto. La carta decía así:
«Empiezo a entender lo difícil que es conseguir lo que uno quiere. Desde luego, ¡los conocimientos no lo hacen todo! No diré dónde estoy, no quiero que nadie más corra peligro, ya casi perdí a un amigo, no quiero perder a nadie. Tan sólo quiero decir que estamos bien y que ahora sé que mi madre sigue viva así que voy a intentar rescatarla. No quiero preocupar a nadie, pero, si no vuelvo en primavera, te pido por favor que destruyas todo lo que encuentres en el laboratorio de mi casa. Hay cosas que no deberían haber estado nunca ahí. Por favor, hazlo sin remilgos.»
«Os quiero mucho, a ti y a los demás,»
A.
La lectura de la carta me dejó un amargo sabor en la boca. Me alegraba tener noticias de Aleria, pero la carta contaba tan poco que casi me parecía una burla. Quizá por eso Dol no quería que la viese, para que no me preocupase. Aun así, no se justificaba.
Con una mueca nerviosa, volví a leer la carta, buscando todos los indicios que pudieran ayudarme a entender algo más. Akín había corrido un gran peligro y eso la había traumado. Aleria sabía mucho más de lo que decía, pero parecía esconder información por alguna oscura razón. ¿Qué podía suceder si la carta hubiese caído en malas manos? Por mucho que intentase comprenderlo, no encontré respuesta. ¿Quién podía interesarse por una joven kal que iba en busca de su madre? Aparte de a los Veneradores de Numren, o a quienes fuesen los que habían raptado a Daian, no veía a quién podía beneficiar esa información. Leyendo el final de la carta, empecé, sin embargo, a preguntarme si Aleria no temía más a los investigadores de Ató que a los Veneradores de Numren o a los dragones del Archipiélago de las Anarfias. Pero no acababa de entender por qué me pedía que destruyese todo lo que había en el laboratorio de Daian. A fin de cuentas, el lugar ya había sido registrado por los hombres del Mahir…
—¿Has… acabado de leer? —me preguntó Deria, impaciente.
Solté un suspiro y asentí.
—Sí.
—¿Y…?
—Me parece que Aleria está en apuros —dije, plegando otra vez la carta y devolviéndosela a Deria con el corazón pesado.
—¿Tú crees? Pero dice que está bien, eso pone en la carta…
—Apenas si dice algo explícito —repliqué, sombría—. Y que Dol no quisiese que leyese la carta me atormenta más que cualquier cosa.
—¡Oh! —dijo Deria, sonrojándose—. Por eso no te preocupes, Dol a veces tiene ideas raras. Seguramente pensaría que al recibir la carta, te irías en busca de Aleria y Akín, pero… dado que no sabes dónde está, tendrías que ir a ciegas, y eso es tarea imposible.
Hice una mueca. Deria ignoraba todo sobre los Veneradores de Numren, pero podría haber sospechado que yo sabía más que ella sobre adónde se habían ido Aleria y Akín. Deria enarcaba las cejas, sorprendida por mi expresión, cuando oí de pronto un ruido que provenía de la taberna. Me levanté de un bote.
—¿Qué ha sido ese ruido?
—Ni idea —contestó Deria.
Volví a oír algo. Esta vez, el ruido provenía de la cocina. Tenía toda la pinta de ser un ladrón. ¿Acaso iría a robar cazuelas y platos?, me pregunté, meneando la cabeza.
—Enseguida vuelvo —le dije a la drayta—. Tú quédate aquí. Quizá sea Wigy fregando platos limpios.
—¿Wigy? —se extrañó Deria—. ¿Friega a estas horas?
Tenía ya la mano sobre la manilla de la puerta cuando asentí con la cabeza pero contesté:
—No.
Syu se subió a mi hombro mientras abría la puerta y la cerré detrás de mí, en silencio. Alguien estaba en la cocina, no había lugar a dudas. Envolviéndome en una nube armónica de oscuridad, bajé las escaleras con precaución.
La cocina estaba a oscuras, pero conseguí ver la silueta de un hombre que andaba dando tumbos. Desde luego, no parecía un ladrón profesional, me dije, ladeando la cabeza y acercándome a él con discreción.
Era el joven viajero. El que había insultado a Syu con su tono arrogante. Ahora, más que un elegante señorito, parecía un borracho. Tenía los ojos abiertos de par en par, los pelos revoltosos y sobre él tan sólo llevaba unos pantalones negros de lana. Todo indicaba en él que estaba dormido. Un sonámbulo, entendí, curiosa. Era la primera vez que conocía a uno, si me exceptuaba a mí misma.
Deshice mi hechizo de armonías y creé una esfera de luz armónica para ver mejor al intruso. De hecho, el joven estaba dormido y de pie al mismo tiempo, y murmuraba entre dientes. Parecía estar medio drogado. Entonces, titubeó y cayó cuan largo era. No me decidí lo suficientemente rápido y no llegué a tiempo para sostenerlo.
—Demonios —siseé—. ¿Qué hace usted aquí?
—¿No lo ves? Estoy pescando.
Me sobresalté, atónita, al oír que me respondía.
—¿Pescando? —repetí, anonadada.
—Nunca se me ha dado bien la pesca —se quejó el joven, con su acento arrogante—. Se me da mejor hablar con las mujeres —dijo, con una sonrisilla, intentando enderezarse.
Fruncí el ceño, preguntándome de pronto si el joven no estaba simplemente actuando. Pero la escena era demasiado real.
—Mira… Será mejor que te vuelvas a la cama —le dije, serenamente.
—¡Espera! Que hay uno gordo.
—¿Gordo? —dije, sin entender—. ¿Hablas de Stiv?
—¿Stiv? —se carcajeó el joven—. Que se lo lleven los diablos, y a la piedra de Loorden con él. La piedra de Loorden —repitió lentamente, como si fuese algo muy importante para él—. Hablo del pez.
Lo miré, paralizada. La piedra de Loorden, me repetí. Esas palabras hicieron surgir varios recuerdos de mi estancia en Dathrun. En ese instante, sentí que alguien nos miraba y levanté la cabeza. Junto a la puerta, estaba el hombre de pelo rojo y ojos verdes. Se avanzó hacia mí lentamente.
—¿Qué ocurre aquí?
Lo miré, perpleja.
—¿Eh? Si es él el que ha entrado en mi cocina y me ha despertado. Es sonámbulo, por lo que veo.
El hombre pelirrojo tenía un brillo peligroso en los ojos.
—Repite exactamente lo que ha dicho este idiota —soltó, acercándose todavía más a mí.
Y noté que tenía la mano cerca de su puñal. Palidecí y al mismo tiempo me preparé instintivamente a contraatacar.
—¿Yo? —balbuceé—. Ha… ha dicho que estaba pescando y que era muy malo para eso. Y que no le caía bien Stiv.
—He oído algo más —siseó el hombre—. Algo sobre una piedra.
—¿Una piedra? —solté, inocente—. ¡Ah! Sí, ha dicho algo así como que iba a pescar la piedra del orden, algo sí, está delirando claramente, conozco la sensación. Pero, se lo ruego, tranquilícese, creo que este joven necesita su ayuda para volver a su cama. Será mejor que os marchéis de mi cocina.
La expresión del hombre pelirrojo reflejó un claro alivio y su mano se alejó del puñal. Con una sonrisa algo forzada, asintió y Syu soltó un suspirito de alivio al mismo tiempo.
—El muchacho tiene metidas en la cabeza muchas ideas disparatadas —dijo, tratando de levantar al joven—. Y a veces dice cosas que se malinterpretan fácilmente. Ya nos ocurrió algo parecido en otra ciudad.
Le devolví la sonrisa, totalmente serena.
—Entiendo. Pero no se preocupe, estoy habituada a tratar con todo tipo de gente. Aunque… es la primera vez que veo a un sonámbulo —añadí, amablemente—. Y ahora, si no os importa, no volváis a despertarme u os marcháis mañana sin desayuno.
El pelirrojo sonrió, esta vez con más sinceridad.
—Pensamos irnos antes de que amanezca, de todos modos —me informó, mientras le daba unas palmaditas no tan tiernas al joven para que despertase—. Gracias por su paciencia y buenas noches.
—¿Qué…? —soltó el joven, meneando la cabeza—. Oh, buenas noches, laudá, ha sido un placer bailar contigo.
—¡Infeliz! Cállate de una vez —gruñó el otro, saliendo de la cocina.
Meneé la cabeza, divertida, y esperé a oír la puerta del cuarto que se cerraba, allá en la primera planta, para preocuparme seriamente por lo que había oído. El joven elegante había hablado de la piedra de Loorden. La misma que andaban buscando Daelgar y Amrit Daverg Mauhilver, según me había contado Lénisu. La Gema de Loorden que, al parecer, era codiciada por más de uno. Recordé rápidamente lo que me había explicado Lénisu de esa gema: era una joya que los Antiguos Reyes utilizaban para guardar sus almas dentro de ella. ¿Y si esos cuatro viajeros estaban también en busca de la Gema de Loorden? ¿Y si la habían encontrado? Sintiendo de pronto la boca seca, saqué un vaso y lo llené con agua del barril.
—¿Shaedra? —me llamó la voz de Deria, en las escaleras.
Me giré y bebí mi vaso de un trago antes de contestar:
—Te dije que no te movieras. Volvamos a subir, no vayamos a despertar a toda la casa.
Una vez en el cuarto, abrí la ventana y sentí el frío invernal entrar de golpe en mi habitación.
—Será mejor que vuelvas a casa —le dije a la drayta—. Y dile a Dol que no se preocupe por mí.
Deria, que ya estaba en el borde de la ventana, se detuvo un instante.
—No le puedo decir nada o sabrá que he robado la carta.
Resoplé, sorprendida por su reacción.
—Deria —dije pacientemente—, ¿es acaso robar coger una carta de Aleria para traérmela a mí? Bueno, si realmente Dol no quería que viese esta carta, entonces me tendrá que explicar por qué.
—Se enfadará conmigo.
Puse los ojos en blanco, divertida.
—Me sorprendería —repliqué—. A menos que haya recibido un golpe en la cabeza y se haya vuelto tonto.
Deria hizo un mohín y saltó sobre el tejado.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Deria, y gracias por la carta.
Cerré la ventana. Frotando mis manos la una contra la otra para calentarlas, me metí otra vez en la cama. Estuve diez minutos mirando fijamente el techo.
“Algo te preocupa”, adivinó Syu, sentado cómodamente sobre la cabecera de la cama.
“Varias cosas me han llamado la atención”, confesé. “Primero, no entiendo por qué Dol no querría que yo supiese que Aleria está bien. Segundo, esos cuatro viajeros tienen algo que ver con la Gema de Loorden, y creo que Amrit debería ser avisado. Y tercero…”
“¿Hasta qué número pretendes llegar?”, me interrumpió Syu, agitando tranquilamente la cola.
“Este es el último”, le aseguré. “Y tercero, creo recordar que la palabra «laudá» se utiliza para las jóvenes nobles al oeste de Ajensoldra, en las Llanuras del Fuego. Eso dijo el maestro Áynorin.” Le sonreí anchamente al mono. “A fin de cuentas, tampoco soy una alumna tan distraída como parece.”
“El orgullo gawalt empieza a afectarte”, observó Syu.
“Es posible. Pero me siento mejor”, dije, levantándome de pronto. “Tengo cosas que hacer.”
“¿Ahora?”
“Antes de que se vayan esos viajeros, tengo que averiguar si tienen la Gema o no. Si la tienen…” Sacudí la cabeza. “Pero no creo que la tengan. Es remoto. Aun así, he notado algo raro en ellos. Como un aura energética constante. ¿Tú crees que podría ser la Gema?”
“Hace un frío de mil demonios afuera”, protestó Syu.
Lo miré, burlona.
“¿Quién me ha propuesto hacer una carrera por el bosque, hace unas horas?”, solté.
El mono gawalt puso cara gruñona pero no pudo replicar a eso. Rápidamente, me vestí, me puse mi capa y salí, envolviéndome de sombras con las armonías. La ventana de la habitación de los viajeros daba a la calle. Eso no me facilitaba la vida porque no había ningún tejado vecino desde el que se pudiera ver de cerca el interior. Aun así, no necesitaba ver, sino estar cerca, para poder examinar la energía esenciática que brotaba de ahí.
Subí discretamente por el tejado de la taberna y moví las manos, aterida por el frío. Cuando llegué al extremo del tejado, me quedé un momento inmóvil, mirando las torres de los vigías y procurando no ser vista. Desde ahí, aún no sentía la presencia de la aureola esenciática. Suspiré silenciosamente.
“Habrá que acercarse más”, dije.
Syu, envolviéndose en su capa verde y castañeteando, se subió a mi hombro.
“Será sólo unos minutos”, le aseguré.
Actuando como un buen mono gawalt, utilicé la viga para bajar, y aterricé en un saliente de piedra con moldura que servía de adorno a la fachada de la taberna. La ventana del dormitorio de los viajeros estaba justo al lado.
Eché un vistazo a mi alrededor. La calle estaba silenciosa y oscura. Por una vez, no llovía. Y el menor ruido podía ser traicionero. Reforzando mi sortilegio armónico, hice que el ruido de mi respiración se apagase a muy corta distancia y me incliné cerca de la ventana, tratando de pillar la energía esenciática. Ahí estaba. El jaipú de los cuatro viajeros quedaba inhibido por esa presencia. Pero ¿era acaso la Gema de Loorden lo que provocaba eso? ¿Y qué, si no? Era imposible saberlo sin entrar en la habitación, y no me sentía tan temeraria como para hacerlo, sobre todo sabiendo que uno de ellos conocía bien las artes celmistas, ya que era capaz de soltar un sortilegio perceptista.
Esperé unos minutos más, con la esperanza de notar algo nuevo, algo que me aclarara sobre la naturaleza de esa aureola pero, viendo que la aureola no se parecía a nada que hubiese visto antes y que Syu se estaba congelando metido debajo de mi capa, solté al fin:
“Volvamos.”
Ya no notaba mis manos y el frío me estaba desconcentrando demasiado como para mantener mi sortilegio intacto, de modo que, antes que nada, me alejé de la ventana, siguiendo el saliente de piedra. Luego, no me fue difícil subir otra vez al tejado, cruzarlo, bajar de ahí y meterme otra vez en mi pequeño cuarto.
—Me estoy helando —murmuré, cerrando la ventana con precipitación y moviendo mis pies y mis manos como una bailarina alocada para volver a sentir mis miembros doloridos por el frío.
Syu se metió debajo de las mantas, mostrando sus dientes blancos.
“Con tanto conocimiento celmista, ¿y no sabes hacer un objeto que eche al frío de aquí?”, inquirió, castañeteando todavía.
“Mm… Ahora que lo pienso, debería haberme transformado”, dije, pensativa. “Siento menos el frío cuando tengo la otra forma.”
Me deshice de mi ropa y me puse otra vez el camisón.
“Ninguno de los tres puntos ha sido resuelto”, suspiré, metiéndome en la cama. “Aunque ahora que tengo cosas que hacer, me vienen más ideas. Por ejemplo, Lénisu.”
“¿Mm?”, dijo Syu, medio dormido.
“Lénisu va a volver, para buscar a Hilo”, murmuré mentalmente. “Pero no sabrá dónde la guarda el Mahir. Tengo que ayudarle a averiguar eso antes de que llegue.”
El mono gawalt ya estaba durmiendo profundamente. Tenía la impresión de que, desde que estaba en Ató, el mono había tomado la costumbre de dormir más de lo que realmente necesitaba.