Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 4: La Puerta de los Demonios

Epílogo

Nos juntamos todos a la mañana siguiente delante del nuevo puente de Ató. Las torres aún seguían sin acabar y en la oscuridad azulada de la mañana parecían como ruinas cubiertas de hiedra o monstruos deformes.

La gente de Ató aún dormía. Sólo habían bajado a despedirse Kirlens, Taroshi, y un joven cekal que al parecer quería tomar nota de todo según se lo habría ordenado el Mahir.

Nuestro grupo era del todo inhabitual. Entre los primeros en llegar, estaban los que realmente eran aventureros, Kahisso, Djaira y Wundail, a los que se unió sorpresivamente Sarpi.

De hecho, cuando vi al maestro Áynorin y a Sarpi bajar por el Corredor, me sorprendí mucho, y cuando vi que Sarpi llevaba un saco de viaje, me quedé boquiabierta. El maestro Áynorin se acercó a nosotros mientras Sarpi iba a hablar con los raendays.

—Aryes, Shaedra —pronunció—. Confío en que cuidaréis de mi mujer como si fuese vuestra propia madre, ¿eh?

Asentimos, asombrados al ver que efectivamente al maestro Áynorin no le agradaba saber que Sarpi había decidido acompañarnos.

—Y cuidad de vosotros también —añadió.

—Sí, maestro Áynorin —contestamos ambos al mismo tiempo.

Luego vinieron Deria y Dol y, al verlos, Aryes enarcó una ceja, sorprendido.

—Creía que estabas harto de viajar —le dijo al semi-orco.

El semi-orco soltó un gruñido.

—Si no os acompañara, Lénisu me quemaría vivo. Además, tengo intereses en este asunto —añadió misteriosamente.

De pronto, pareció haber un flujo de personas. Llegaron Nart, Mullpir y Sayós juntos, por la orilla del Trueno, y, por el Corredor, aparecieron Yori, Ávend y Ozwil. No sé qué grupo me sorprendió más al verlo presentarse junto al puente. Quizá el de Nart, Mullpir y Sayós, porque después de todo, Nart era hijo de un orilh, Mullpir era hijo del Sacerdote y Sayós siempre había sido muy flemático para emprender cualquier aventura. ¿Quién se hubiera imaginado que esos tres amigos hubieran decidido meterse en un lío tan poco interesante como el de ir en busca de un Sangre Negra en medio de las Hordas?

En cuanto a los otros tres, me pregunté qué era lo que les había empujado a venir hasta el puente aquella mañana. Se nos acercaron a Aryes y a mí, como si no se atreviesen a hablar con los demás.

—Buenos días —soltó Yori con un vozarrón, enseñando sus dientes afilados de mirol como para disimular su nerviosismo—. Nosotros también vamos con vosotros.

—Sí —afirmó Ozwil.

—¿Estamos todos aquí? —preguntó Ávend, mirando, como extrañado, la expedición.

—Eso creo —contestó Nart, girándose hacia nosotros—. ¿Así que queréis perder vuestras cabezas, jóvenes kals?

—¡Ja! —replicó Yori—. No sabes con quién estás hablando. Aunque sea kal, soy un muy buen celmista. Y tengo casi quince años, a esa edad Paylarrión de Caorte ya había matado a un oso sanfuriento.

—Eso es lo que dicen las leyendas —intervino tranquilamente el maestro Áynorin, apartándose de Sarpi y acercándose a nosotros—. Y también dicen que a los dos años se había comido vivo un escorpión rojo y que murió y resucitó tres veces.

Yori se sonrojó mientras los demás nos reíamos, divertidos. El ambiente, sin embargo, se tensó otra vez enseguida. La partida era inminente y aún no me creía que realmente fuéramos todos en busca de esos Gatos Negros asesinos. Era difícil creer que quizá diez días más tarde estaríamos corriendo, perseguidos por unos Gatos Negros salvajes… Era un pensamiento inquietante.

No nos demoramos y cuando decidimos que ya estábamos todos, salimos de Ató, despidiéndonos del maestro Áynorin, el cual intentó detener a Yori, Ávend y Ozwil para que no fueran, pero los tres estaban determinados a ir. Después de todo, cuando un snorí se convertía en kal adquiría la absoluta responsabilidad de todo lo que emprendía y aunque hubiera querido hacerles recapacitar, Áynorin no podía hacer gran cosa.

Por mi parte, ignoraba por qué tenían tantas ganas de meterse en la boca del lobo, pero en el momento me sentí más tranquila al saber que no éramos sólo cuatro pelagatos. De hecho, éramos diez, más dos Centinelas, Sarpi y Dun, un joven humano que parecía muy inteligente y alerta pero que apenas pronunció unas pocas palabras antes de partir.

Primero, nos pusimos a andar en silencio. El cielo aún estaba oscuro aunque azulado y soplaba un viento otoñal que iba tirando poco a poco las hojas de los árboles. Frundis imitaba el sonido del viento y parecía estar medio dormido. Syu estaba sentado sobre mi hombro y me hacía trenzas, distraído.

Al de un rato, sin embargo, el silencio fue demasiado inquietante y Deria lo rompió, murmurando:

—Dol, ¿tú crees que hemos llevado suficiente comida?

Advertí la sonrisa del semi-orco cuando contestó:

—¿No ves cómo vamos cargados todos?

De hecho, llevábamos todos unas mochilas bien llenas.

Apenas habíamos andado media hora cuando, de pronto, aparecieron dos siluetas en el camino. La primera era grande y delgada y la segunda más baja y rubia. Me quedé boquiabierta al verlos.

—¡Suminaria! —exclamó Sarpi, frunciendo el ceño, como contrariada—. Te dijeron que no podías marcharte. Nandros, ¿cómo la has dejado ir?

Suminaria sonreía anchamente. Creo que nunca la había visto tan feliz. Nandros, en cambio, no parecía estar de muy buen humor pero al oír la pregunta de Sarpi se contentó con encogerse de hombros, sin contestar. Sarpi soltó un resoplido.

—No puedes venir con nosotros —afirmó rotundamente.

Suminaria agrandó los ojos, ofendida.

—Claro que puedo. Yo he sido la que ha organizado todo esto. Tengo todo el derecho a ir con vosotros. Además, hay otros kals entre vosotros. No puedes oponerte, Sarpi.

Hablaba con un tono autoritario que me recordó un poco al tono del Mahir o al de Garvel Ashar.

—No se trata de si eres una niña incompetente o una aventurera veterana, el problema es que tienes prohibido salir de Ató.

—¿Y por qué, si se puede saber? —replicó la joven tiyana, fulminándola con la mirada y temblando de rabia—. ¿Porque soy una Ashar, eh? ¿Porque tengo a un tío carcelero que me prohíbe hacer cualquier cosa que quiera hacer aparte de estudiar y cenar con sus malditos «contactos»? ¡Buaj!

Se cruzó de brazos y Sarpi iba a contestar secamente cuando Djaira intervino con una voz potente.

—¡Por las barbas de Karihesat! —dijo—. Déjala ir, Centinela. Esta joven necesita ver rodar unas cuantas cabezas antes de darse cuenta de que es mejor su pequeña Ató que el mundo salvaje.

Sarpi y Suminaria la miraron con aire sorprendido. Sarpi negó con la cabeza.

—Si dejo que venga con nosotras, estaría incumpliendo las leyes de Ató.

—¿Las leyes de Ató? —repitió Dolgy Vranc, soltando una breve carcajada—. ¿O bien las órdenes de Garvel Ashar? Además, según las órdenes del Mahir, deberías estar andando y no hablando en medio del camino.

Sarpi pareció a punto de sonreír pero entonces puso cara decidida.

—Yo no me muevo de aquí hasta que Nandros no jure por su vida que protegerá a Suminaria y hará todo para que regrese sana y salva a Ató.

Nos giramos todos hacia Nandros y él puso los ojos en blanco.

—Ese juramento no es necesario, hace muchos años juré defender a la familia Ashar aunque fuera a costa de mi vida. Y hace un año juré proteger a… Suminaria —dijo, girándose hacia la joven kal. Como Sarpi asentía con la cabeza, Nandros añadió—: Pero también juré obedecer a la familia Ashar y Suminaria es una Ashar. Así que no puedo actuar en contra de su voluntad —soltó con un seco movimiento de cabeza.

Sarpi resopló de nuevo.

—¡Eres adulto, Nandros! No puedes obedecer las órdenes de una niña.

Nandros se cruzó de brazos y, sin contestar, mantuvo su mirada tercamente. Sarpi soltó un sonido quejumbroso.

—Está bien. Yo me desentiendo. Si el propio protector está en mi contra, no hay más que hablar, sigamos. Pero no esperes que demos la vuelta por ti, Suminaria. Si vienes con nosotros, no recibirás ninguna preferencia por tu fami…

—Me alegro —la interrumpió Suminaria bruscamente—. Olvida que soy una Ashar si tanto te molesta.

Ambas se fulminaron con la mirada y Dun carraspeó.

—¿Seguimos? —propuso.

Los demás asentimos y Sarpi y Suminaria tuvieron que dejarse las miradas asesinas para otro momento. Sarpi se puso delante, con Dun, y Suminaria se reunió con nosotros. La acogimos con alegría.

—Después de haberme deslomado para preparar todo esto, no iba a perderme lo más divertido —razonó al de un momento.

Nos reímos, pero luego yo sacudí la cabeza.

—Divertido, no lo es mucho para Lénisu —dije.

Suminaria hizo una mueca, avergonzada.

—Es verdad —coincidió—. Pero lo será cuando se sepa que es inocente, ¿verdad?

Asentí, pensativa.

—Sí —dije.

Pero en lo más hondo me hacía una pregunta muy inquietante. Lénisu había dicho que no existían dos Sangres Negras. Y había confesado, más o menos, que él era el Sangre Negra, entonces, ¿a quién andaban buscando? ¿Quién asaltaba los caminos y mataba y robaba a los viajeros desde hacía ya casi diez años?

Crucé la mirada de Aryes y vi perfectamente que sospechaba que yo sabía algo más sobre el asunto. Pero esta vez no podía decirle nada, no antes de que hubiéramos probado que Lénisu nunca había hecho nada malo.

“Shaedra”, dijo entonces Syu, frunciendo el ceño. “Dijiste, hace tiempo, que en las Hordas también había gawalts, ¿no?”

“Así es”, asentí, sorprendida de que hablara de eso. “Me acuerdo de que cuando era pequeña y vivía en el pueblo de los humanos venían los monos gawalts hasta el linde del bosque y nos observaban como a criaturas extrañas, como si estuvieran estudiándonos.”

El mono sonrió, divertido.

“Los saijits son torpes, pero tienen muchas cosas que se pueden estudiar.” Hizo una pausa y al de un rato añadió: “Me gustaría encontrar a un mono gawalt. No te lo tomes a mal, tú también eres una gawalt, pero no es lo mismo. Tengo curiosidad por conocer alguno de esas montañas.”

Sonreí y asentí.

“Claro.”

Pero en aquel momento me pregunté si Syu no estaría deseando volver con los de su especie. Y aunque eso me rompería el corazón no podía negar que hubiera sido lo que cualquier mono gawalt habría hecho… Así y todo, en algún hondo rincón de mi mente, albergué la esperanza de que Syu no me abandonaría.

En ese momento, se elevó una música de guitarra y, sin darme cuenta de ello, me puse a silbar la melodía que Frundis se había puesto a tocar. Cuando los demás se giraron hacia mí, sorprendidos, callé y, al ver que Deria estaba a punto de hablar de la verdadera naturaleza del bastón, solté, desafiante:

—¿Qué? Siempre canto cuando camino.

Deria enarcó una ceja, seguramente preguntándose por qué no quería que todo el mundo conociese a Frundis. Y es que a mí simplemente no me apetecía tener que contestar a preguntas. La drayta se encogió de hombros y sonrió anchamente.

—Me parece una idea maravillosa —aprobó.

Y entonó una canción de Tauruith-jur. Frundis y yo la acompañamos mientras Dol sonreía, y Kahisso, Djaira y Wundail nos miraban, sorprendidos, al oír versos desconocidos para ellos.

En cuanto a Dun y Nandros, el primero abría la marcha, y el segundo la cerraba, y ambos guardaban un silencio imperturbable, quizá esperando ya alguna emboscada, algún ataque de monstruos o bandidos. Y, por Ruyalé, no les faltaba razón.

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Nota del Autor: ¡Fin del tomo 4! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.