Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

10 La Gema de Loorden

Al día siguiente, me dije que tenía que hablar con Lénisu sin falta. Sin embargo, no alcancé a hablarle hasta muy avanzada la tarde, de modo que pasé el día pensando en lo que podía decirle. Nadie más me preguntó por qué había caído enferma durante un día, y supuse que no le daban tanta importancia. Reflexioné en cómo habría reaccionado yo si hubiese sido Murri y me hubiesen contado que mi hermana había caído enferma mientras volvía a casa después de una habitual lección con Daelgar, cosa que seguramente habían supuesto todos. Me habría preocupado, sí, pero no le habría dado más vueltas. Pasearse en una noche tan mala como la que habíamos elegido las gemelas y yo para realizar nuestra malaventurada aventura habría acabado con la salud de cualquiera.

Me moría de ganas de saber cómo les iba a Zoria y a Zalén, pero no me atrevía a salir de casa. De modo que me quedé con Aryes y Deria y escuché a Dolgy Vranc darnos consejos para fabricar una bola de algodón que volase. Cuando hubimos conseguido hacer que volaran varias bolas de algodón, nos dijo cómo fabricar un oso de peluche, y nos pasamos varias horas con un hilo y una aguja, cosiendo osos con alas para que se entendiera bien que los peluches podían volar. Por supuesto, la capacidad de volar se perdería al de un tiempo, y los acaudalados padres de los niños podrían ir a visitar a un artesano, preferentemente a Dolgy Vranc, para que permitiese al oso volver a volar. Era puro comercio, y Dolgy Vranc lo sabía, pero si había padres que compraban a sus hijos esos peluches, no había que desaprovechar la ocasión: el alquiler de la casa no se pagaría solo.

A la mitad de la tarde, ya habíamos fabricado diez osos voladores que reunimos con los diez que ya había fabricado Dol. Y al de poco rato estuvimos Aryes, Deria y yo en las calles del mercado de Dathrun, cargando con varios sacos enormes llenos de juguetes. Nos instalamos cerca de una esquina y dispusimos peluches, muñecas, atrapa-colores, bolas de luz, balones caóticos y otros artilugios que había fabricado Dolgy Vranc, casi todos a partir de materiales aprovechados de los que se había deshecho la gente. En Dathrun, los juguetes mágicos no eran ninguna novedad, pero aun así unos osos voladores no se encontraban por todas partes. Y algunos juguetes como los atrapa-colores eran total invención del semi-orco. Así que, o la gente pasaría ampliamente de nosotros considerando que no necesitaban juguetes nuevos, o bien se abalanzarían sobre nosotros.

—¿Quién pregona? —pregunté, cuando hubimos instalado todo nuestro batiburrillo.

Aryes agrandó los ojos y miró hacia otra parte. Deria se frotó las manos.

—Ya lo hago yo —dijo, encantada, juntando las manos y tomando una inspiración. Carraspeó, abrió la boca y se puso a berrear—. ¡Osos voladores! ¡Osos voladores a cinco kétalos para los niños! ¿Quién quiere osos voladores? ¿Usted, señor? ¡Compren osos voladores! ¡Cinco kétalos!

Las caras se volvían hacia nosotros. El señor al que había hablado Deria masculló unas palabras y se alejó con dignidad. Miré a Deria con cierta sorpresa.

—Caray, parece que hoy vamos a hacer un buen negocio —comenté con una sonrisa burlona.

Deria tenía unas ocurrencias que a veces no eran siempre bienvenidas, pero lo más importante es que no callaba, de modo que daba la nota y la gente se fijaba en nuestro pequeño puesto. Era todo lo que necesitábamos. Los juguetes se vendieron como churros pese a que cinco kétalos no fuera un precio del todo razonable. Habíamos calculado cuánto necesitaríamos para pagar la comida y el alquiler, y Dolgy Vranc había acabado por subir el precio a cinco kétalos, reconociendo sin embargo que en Ató jamás se le habría ocurrido venderlos tan caro. Pero Dathrun era una ciudad con niños afortunados y cuando la luz dejó de iluminar la calle del Mercado, vimos desaparecer el último oso volador en manos de un niño de cinco años que lo abrazaba contra su pecho mientras que una anciana que debía de ser su abuela lo agarraba de la mano.

Ya era bastante tarde y empezamos a recoger nuestra mercancía, volviéndola a poner en los sacos.

—No sabía que fueras tan buena vendedora, Deria —dijo Aryes.

—Yo tampoco, hasta hoy —admitió modestamente la drayta—. ¿Cuánto? —preguntó entonces, señalando la bolsa de dinero que llevaba yo en la cintura.

Fruncí el ceño, calculando.

—Hemos vendido los quince osos, nueve atrapa-colores, cinco caballos de barro y cinco bolas de luz, y… dos balones caóticos. ¿Algo más?

—Una muñeca de trapo —dijo Aryes.

—Ah, es verdad. Eso nos hace… —Fruncí el ceño todavía más—. Naj, si estuviese Ozwil aquí… A ver, ya lo tengo, ciento treinta… ciento treinta y dos kétalos.

—¡Uau! —exclamó Deria—. ¡Ciento treinta y dos! Es una fortuna.

—Quizá en Tauruith-jur lo sea, pero en Dathrun nos servirá simplemente para comer unos días más y pagar la mitad del alquiler —dije—. Tendremos que vender unos treinta osos voladores más.

—Mm, yo bajaría el precio del oso a cuatro kétalos —dijo Deria—. Cinco kétalos por un juguete es demasiado. Los que han comprado hoy el oso se sentirán engañados, pero el negocio es el negocio, y la gente irá a comprar más.

Cavilé unos segundos.

—Eso nos hace unos cuarenta osos. Por mí bien.

—Me parece justo —asintió a su vez Aryes.

La verdad es que no habíamos esperado tener tanto éxito en nuestra primera venta. Mi ánimo había subido considerablemente y ya apenas pensaba en lo que le quería decir a Lénisu. Cuando empezamos a alejarnos del mercado, le avisé a Syu que nos íbamos.

“Ya voy”, contestó el mono. Ignoraba dónde estaba, aunque no debía de estar muy lejos si era capaz de oírme. Mientras nosotros nos preocupábamos por cuestiones materiales de saijits, Syu se había pasado todas estas horas fisgoneando y jugando al escondite con los demás vendedores. Hacía tiempo que me había resignado a dejarle hacer lo que quisiera mientras no robase nada o al menos nada demasiado valioso. Aquel día, había hecho varias trastadas, pero la más graciosa había sido la de un vendedor de tejidos. En un momento, se le acercó a éste un señor que tenía aires de pedante. Se puso a hablarle al vendedor con tono autoritario y luego le dijo que nada de lo que vendía podía igualarle al Áberlan. Syu se las arregló para meterle en el bolsillo un trozo de tela que guardaba el vendedor en su muestrario, y se lo puso mal adrede, de modo que el vendedor pensó que le había robado y que era algún espía del Áberlan robándole sus ideas y su arte. La discusión que se había desatado después de esto duró poco, pero hizo que cliente y vendedor se convirtieran en el centro de atención de todos los puestos cercanos. En ese momento, Syu había aparecido junto a nosotros, partiéndose de risa, y cuando les conté a Deria y a Aryes lo que había hecho, nos pusimos a reír a carcajadas, de modo que los gritos de pregonera que alcanzó a soltar Deria resonaron entrecortadamente.

Cuando volvimos a casa, nos encontramos con Murri, sentado a la mesa con Dolgy Vranc. Tenía un aire atormentado, y deduje que aún no había resuelto su problema con Kéysazrin. Dol se alegró de que nuestra venta hubiese salido tan bien y nos enseñó todos los osos que llevaba fabricados desde que nos habíamos ido.

—¿Dónde está Laygra? —pregunté.

—Se encontró con Rowsin en la avenida principal —contestó Murri simplemente—. Al parecer, Rowsin ya está de vuelta a Dathrun después de haber pasado unas semanas en su pueblo. Azmeth vendrá dentro de unos días, por lo que le he oído decir.

—¿Y Sothrus y Yerbik? —ambos eran amigos inseparables de Murri, y sentía que los necesitaría estos próximos días, sobre todo si ya no le prestaba atención a Iharath.

—Sothrus vuelve dentro de unos días, también. Yerbik llegó ayer.

No añadió más, pero sospeché que tenía muchas preocupaciones en la cabeza.

Lénisu regresó cuando los últimos rayos de sol estaban desapareciendo detrás del océano. Ya habíamos cenado y estábamos preparándonos para irnos a la cama cuando oí su voz en el piso de abajo. Estaba hablando con Dol y Srakhi.

Deria me miró arqueando una ceja cuando me quedé inmóvil, intentando percibir el tono de voz de Lénisu.

—Lénisu ha vuelto —expliqué.

Sin embargo, no quería hablarle delante de Dol y Srakhi. Tampoco quería revelarle lo que había pasado la noche en que las gemelas y yo habíamos ido a visitar a Seyrum. Tan sólo esperaba que los efectos de la poción hubiesen desaparecido ya, y haber pasado todo un día sin sentir nada extraño me había reconfortado considerablemente. Quería olvidarme de esa poción, pero ansiaba saber también qué tanto hacía Lénisu fuera. Tenía que saber quiénes eran los eshayríes, qué andaban buscando Amrit y Daelgar, y qué tenía que ver Lénisu con ellos. ¿Por qué no podía contarme la verdad por una vez?

—Shaedra —me dijo de pronto Deria en naidrasio, cuando estaba a punto de dormirme—. ¿Crees que el maestro Helith no se burlaba de mí? ¿Crees que podría estudiar en la academia?

La pregunta me pilló por sorpresa, pero contesté enseguida.

—Márevor Helith es una persona con muchísimo dinero. Claro que podrías estudiar en la academia, si es lo que deseas.

Para mí, el hecho de que Márevor Helith le hubiese preguntado eso a Deria significaba que quería formarla para que trabajara para él. Ignoraba en qué consistía exactamente el trabajo de Iharath y de Drakvian, pero Iharath no parecía vivir descontento de su suerte. Sin embargo… yo nunca hubiera aceptado trabajar para Márevor Helith. No acababa de entender por qué, pero trabajar para una persona tan extraña como un nakrús que tenía varios miles de años de edad no era algo que ansiaba precisamente.

—Entonces, estudiaré en la academia —dijo Deria—. Siempre pensé que acabaría mi vida rascando la roca para sacar el naldren. Luego… pensé que podrías ser mi maestra, pero me he dado cuenta de que tienes otros problemas. ¿Sabes? Cuando supe que tal vez te estaba buscando un lich, lo primero que pensé fue: «¡qué suerte! He caído con un grupo de aventureros de los de los cuentos». Pero luego me he dado cuenta de que la historia del lich era en realidad algo espantoso. Que tengas algo suyo en tu mente no debe de ser nada agradable.

Reprimí una sonrisa.

—Sí, no es agradable, aunque tampoco es para ponerse a llorar. —Hice una pausa con una sonrisa sardónica en los labios—. Te diré una cosa, la parte de la filacteria de Jaixel que tengo en mi mente son recuerdos de su infancia, cuando aún era un muchacho ternian. Todo lo suyo de esa época está encerrado en algún sitio de mi mente y alguna vez he conseguido ver fragmentos.

Bueno, en realidad eran más que fragmentos lo que había visto, pero preferí no extenderme.

—Ribok era un campesino, hijo de campesinos. Un jornalero que iba a trabajar la tierra. Todos los recuerdos son muy nítidos. Más nítidos que los míos. Cuando esos recuerdos atraviesan sus límites en mi mente, es como si viviese otra vida al mismo tiempo. Es una sensación curiosa.

Deria se había sentado sobre la cama, escuchándome con atención.

—Vaya —resopló entonces—. Reconozco que me esperaba más bien a que la filacteria fuese como algún recuerdo secreto que hubiese escondido Jaixel para que nadie supiese destruirlo. Algo así.

Sonreí.

—Me temo que todos los secretos para destruirlo los guarda bien encerrados en su propia mente —dije.

—¿Por qué Márevor Helith piensa que los recuerdos de su infancia podrían ayudarlo a mejorar? —preguntó Deria, después de un largo silencio.

No contesté de inmediato. Era una pregunta que podía tener muchas respuestas.

—No lo sé —reconocí al cabo—. Quizá porque piensa que si el lich recordase su vida mortal de antaño, se haría menos terrible y destructor.

—Jem —dijo Deria, escéptica.

—Bah, no hace falta preocuparse de eso por el momento. Tenemos otros problemas más urgentes.

—¿Cómo cuál? —preguntó Deria, curiosa.

Miré el cielo nocturno por la ventana, sintiendo un pinchazo en el corazón. ¿Cuántos problemas sería capaz de acumular antes de derrumbarme?, me pregunté. Y entonces contesté:

—Como el de pagar el alquiler.

—Ah.

Solté una risita.

—Buenas noches, Deria.

—Buenas noches, Shaedra.

La conversación despertó otra vez mis preguntas adormecidas y aún estaba despierta cuando Laygra volvió a casa. Percibí unos ruidos de voces y supuse que Rowsin y otros amigos la habían vuelto a acompañar hasta casa. Cuando entró en el cuarto, lo hizo haciendo un ruido inhabitual, y me di cuenta de que no estaba del todo sobria. Pronto oí que su respiración se ralentizaba hasta adoptar la regularidad del sueño.

Enmarañada tontamente en mis pensamientos y preocupaciones, no me podía dormir. Así que al de un rato me levanté, bajé las escaleras silenciosamente y me dirigí hacia la puerta del cuarto de Lénisu. Me sorprendió ver luz a través de la ranura. Llamé a la puerta y la abrí.

Lénisu estaba recostado en la cama, con la almohada posada contra el muro y con una pila de pergaminos posada junto a él. En la mano, sostenía una hoja. Me miró con cara sorprendida.

—¿Shaedra? ¿No estabas durmiendo?

—Lo intentaba —dije, cerrando la puerta—, pero algo me impide dormir.

Nos miramos de hito en hito durante unos segundos.

—Siéntate —dijo Lénisu, soltando un suspiro. Retiró la pila de pergaminos de la cama y posó la hoja encima de ella.

Me senté en la cama con las piernas cruzadas y apoyé la barbilla entre mis manos.

—¿Qué estabas leyendo? —pregunté con curiosidad.

—Asuntos no muy interesantes —dijo Lénisu con una mueca—. Listas de artículos.

—¿Artículos de qué tipo?

Lénisu me miró y se rascó la mejilla.

—¿Qué te preocupa? —preguntó, eludiendo mi pregunta.

—¿Por qué no quieres hablarme de los eshayríes?

—Otra vez no, Shaedra. ¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? Es mejor que no sepas nada del tema.

—Bien. Pero Daelgar me dijo que sabías lo que el señor Mauhilver tramaba. Él no parecía considerar que fuese realmente un secreto. Tú siempre guardas secretos aunque no lo sean.

El rostro de Lénisu se había ensombrecido.

—Syu te repitió lo que le dije, ¿verdad? Nunca me creí que pudiese hablarte. Pero bueno, así no tendré que pedírtelo dos veces.

—¿Te refieres a que no vuelva a salir sola? No soy una niña indefensa, tío Lénisu. Y además, nunca estoy sola, estoy con Syu —añadí, con una sonrisa traviesa.

—Oh, ya veo. El mono te protege. Maravilloso.

—No te burles. ¿Así que no vas a decirme en qué trabaja el señor Mauhilver?

Lénisu levantó los ojos al cielo y yo hice una mueca de decepción.

—Buscan la Gema de Loorden.

Me sobresalté y miré a mi tío con estupefacción. ¡Me había contestado! Hacía días que le preguntaba siempre lo mismo, y nunca me había contestado, y ahora por fin…

—¿Qué es la Gema de Loorden? —pregunté.

—¿De veras nunca has oído hablar de ella? —se sorprendió Lénisu. Negué con la cabeza y él hizo un gesto vago de la mano—. La Gema de Loorden es la Gema de los Antiguos Reyes. Según la leyenda, no tiene precio. Es una joya que los Antiguos Reyes valoraban más que todas sus arcas. Tenía el poder de guardar las almas en su interior. Se dice que dentro de la Gema de Loorden, se guardaban las almas de los reyes, y que el heredero era capaz de comunicar con sus ancestros.

Me quedé boquiabierta. ¿Se estaría burlando de mí?

—Er… ¿y el señor Mauhilver cree que esa gema está en Dathrun?

—Amrit no tiene ni idea de dónde está la gema —contestó Lénisu—. Lleva más de cinco años codeándose con gente de la alta sociedad de Dathrun, buscando la gema. Y lo único que ha hecho es encontrar nombres que le llevan a más nombres, con lo que ahora se ha hecho una reputación de hombre mundano excéntrico y generoso.

—¿De dónde saca tanto dinero?

—¿No te lo ha dicho? Es un latifundista. Tiene enormes propiedades al norte de Ombay. Un hombre con grandes aspiraciones. Aunque demasiado…

—¿Demasiado qué? —dije.

—Demasiado joven —contestó simplemente Lénisu después de vacilar ligeramente.

Medité un momento, mordiéndome el labio.

—¿Y por qué buscan la Gema de Loorden? —pregunté al fin.

—Ah. —Sacudió la cabeza y sonrió a medias—. Digamos que es una cuestión de lealtades.

Me prometí buscar más informaciones sobre la Gema de Loorden y sobre los Reyes Antiguos. Todas mis suposiciones de que Daelgar y Amrit eran en realidad unos ladrones de altas ambiciones, espías de algún hombre importante o misteriosos sirvientes de alguna cofradía resultaron menos probables. Aunque por lo que decía Lénisu, Amrit trabajaba para alguien. ¿Qué recompensa le podría dar el que lo empleaba si había dicho Lénisu que los Reyes Antiguos habrían dado todo el dinero que poseían por esa gema?

A partir de ahí, Lénisu consideró que me había revelado suficiente y no tardé en comprender que lo molestaba. Así que me levanté.

—Lo que estás leyendo, ¿no tendrá algo que ver con la Gema de Loorden, verdad? —le pregunté, con cara inocente.

Lénisu me fulminó con la mirada.

—Yo no trabajo con Amrit. A mí no me van las sutiles búsquedas que duran toda una vida. La Gema de Loorden se perdió hace más de mil años. Dicen que por eso cayó el Imperio de Neerieth. No tengo ni idea de historia, pero me extrañaría que fuera sólo por eso.

Me humedecí los labios, perpleja.

—¿La Gema se perdió hace mil años? ¿Cómo se perdió?

—Ya te he dicho que soy nulo en historia. Pero se cuenta que volvió a aparecer en manos de un viejo ermitaño. Cuando se enteraron los herederos de la familia imperial, fueron en su búsqueda. Se mataron entre ellos como buenos hermanos y cuando llegaron al fin donde estaba el ermitaño los pocos que sobrevivieron… —Hizo un gesto como si estuviese batiendo las alas—. El ermitaño se comió la Gema de Loorden y se echó a volar. —Puso cara pensativa—. Bueno, Amrit dice que lo más probable es que nunca hubiese existido ese ermitaño y que en realidad la Gema lleva en el mismo sitio desde hace más de mil años. ¿Pero dónde? —añadió, recostándose otra vez contra sus almohadas—. Bah, hay infinitas historias del mismo estilo, todas más improbables que las otras.

—No crees que la encontrará —resumí.

Lénisu enarcó las cejas.

—No la encontrará —dijo simplemente.

No pude reprimir una sonrisa y me crucé de brazos.

—Supongo que te habrás burlado de ellos más de una vez.

—En cierta forma —concedió Lénisu—. Pero siempre hay que ser prudente con el señor Mauhilver —dijo, pronunciando el nombre con cierta sorna—. Es un chico con un gran corazón… pero tiene unos principios realmente estrictos en la cabeza. Me recuerda a Stalius en más alegre.

—Pff, ¿Stalius? Él no ríe ni habla nunca. El señor Mauhilver es más simpático. Aunque Daelgar me cae mejor. Es más sincero.

El rostro de Lénisu sufrió un cambio sutil.

—¿Daelgar, sincero? No sé si será sincero, pero él también anda bastante mal de la cabeza.

—No lo creo —retruqué con seguridad—. Y es un excelente maestro —añadí, fijándome en su reacción.

Lénisu se encogió de hombros y volvió a coger la hoja de encima de la pila de pergaminos. Dando por concluida la conversación, me giré hacia la puerta, pero entonces Lénisu soltó:

—¿Debo suponer que cuando te encontré literalmente hundida junto a la casa Daelgar tenía las mejores intenciones del mundo?

Lentamente, me volví hacia él.

—Daelgar no tiene nada que ver en esto —repliqué.

Lénisu me miró fijamente, como intentando saber si le estaba mintiendo o diciendo la verdad.

—Es curioso —dijo entonces— porque yo estaba seguro de lo contrario.

—Aquella noche no tenía ninguna lección con Daelgar —proseguí.

—Sobrina mía, si no tenías que ver a Daelgar, ¿adónde fuiste? —dijo tranquilamente.

—Bueno… ya te dije que fui a visitar a Zoria y a Zalén hace unos días… —Lénisu frunció el ceño y asintió—. Pues eso, que les prometí hacerlas entrar en la academia por el pasadizo.

Tendí la mano hacia la manilla de la puerta.

—¿Y? —dijo Lénisu, con su hoja aún en el regazo.

—Hacía una noche de perros. En unos minutos ya estaba hundida hasta los huesos. Al volver, las gemelas y yo nos separamos y, luego, tuve un bajón.

—¿Un bajón? —repitió Lénisu, suspicaz—. ¿Seguro que no habías bebido más de la cuenta?

Agrandé los ojos y por un momento pensé que sabía la verdad sobre la poción. Luego volví a repetirme su frase y la interpreté como lo habría hecho cualquiera: hablaba de bebidas alcohólicas, claro. Me encogí de hombros.

—Llámalo como quieras. El caso es que Syu se preocupó y fue a buscarte.

Lénisu gruñó, más tranquilo.

—Ten cuidado con lo que bebes, sobrina. Sé que no eres tonta, pero a veces la estupidez surge en los momentos más inesperados.

—Y me lo dices tú —repliqué con una gran sonrisa.

Lénisu agrandó los ojos y a la velocidad del rayo cogió un cojín y me lo tiró. Me incliné hacia delante, riendo, y recogí el cojín.

—Más te vale cuidar tu lengua —me dijo, falsamente serio—. Y ahora a dormir.

—Buenas noches, Lénisu —le dije, tirándole el cojín.

—Buenas noches.

Cuando me hube acostado en mi cama otra vez, tardé apenas unos minutos en dormirme. Y esta vez soñé con que había vuelto a Ató. Sentada en la biblioteca, estaba leyendo un libro de aventuras que contaba la historia de una gema voladora cuando de pronto Aleria y Rúnim aparecían junto a mí discutiendo sobre si lo que estaba leyendo estaba bien escrito o no. Akín me hacía una mueca graciosa, Galgarrios sonreía tontamente y Suminaria nos observaba con curiosidad, como si no hubiese visto nunca a un grupo tan extraño. Todo eso, mientras el Archivista Mayor se paseaba por la biblioteca, acercándose peligrosamente a la sección de Historia.

* * *

Desperté de mi sueño por un ruido que se parecía a un gruñido. No, más bien parecía un ronquido. Abrí los ojos y fruncí el ceño. Los pájaros anunciaban ya la mañana y los rayos de sol fluían sobre las hojas verdes del árbol que se veía a través de la ventana. Volví a oír el ronquido y me moví para girarme hacia la cama de Laygra.

Me choqué contra un bulto que se movió inmediatamente soltando gritos histéricos.

—¡Syu! —exclamé.

El mono saltó hasta el pie de la cama, gruñendo y haciendo grandes aspavientos.

“¡Syu, Syu!”, repitió él, malhumorado. “¡Me has aplastado!”

—Lo siento…

“Odio despertarme sobresaltado”, prosiguió.

“¡He dicho que lo siento! Además, estabas roncando.”

“¿Roncando? ¡Yo nunca ronco! Eso es hábito de saijits.” Hizo una pausa y preguntó tímidamente: “¿Es verdad que roncaba?”

Puse los ojos en blanco y asentí.

“Al menos tenía toda la pinta de ser un ronquido. Quizá sea la dieta”, dije, pensativa. “No deberías robar golosinas en el mercado.”

“¡Golosinas! ¿Y eso qué es?”

“Ya sabes, esas cosas de varios colores, llenas de azúcar, que te tragas con tanto gusto”, le expliqué. “Y bueno, hay otras cosas que no te sientan bien y si se entera Laygra de que te dejo comerlas, nos ahogará a los dos en lo más profundo del mar de Ardel.”

“Odio nadar”, pronunció Syu.

—Tendrás que controlar ese peso, Syu, se flota mejor si se come sana y moderadamente —le dije, dándole palmaditas en la tripa.

“¿En serio?”, replicó el mono, gruñendo y apartándose. “¿Y eso qué tiene que ver con los ronquidos?”

Iba a responder cuando oí una risa y me giré hacia mi hermana. Ésta estaba aún durmiendo cuando había empezado a reírse pero luego se despertó y siguió riéndose descontroladamente.

—Buenos días, Laygra —le dije.

—Jajaja, buen… os… días, ¡Shaedraaajajaja!

—¿Qué le pasa? —preguntó Deria, al despertarse de golpe.

—Un ataque —expliqué, con una mueca pensativa.

“Beh, yo voy a desayunar”, dijo Syu. Pegó un salto hasta caer sobre la manilla de la puerta, abrió la puerta y desapareció escaleras abajo.

Antes de que Laygra pudiese recomponerse de su ataque de risa, Aryes y Murri ya habían entrado en el cuarto, curiosos de ver lo que pasaba, así que bajamos todos juntos a desayunar, y Laygra nos contó un sueño descabellado en el que Murri y yo éramos unas ardillas y entendimos por lo que decía, a través de carcajadas, que se había reído por las muecas que hacíamos. Lénisu había hecho las compras y nos tomamos un buen desayuno. Incluso Syu, pese a mis recomendaciones.

Estábamos desayunando tranquilamente cuando llamó alguien a la puerta. Fue a abrir Murri, pues todos pensábamos que sería Iharath, pero cuando abrió la puerta no fue la voz de Iharath la que oí.

—Buenos días, ¿vive aquí Shaedra Úcrinalm Háreldin?

Palidecí y me levanté con el ceño fruncido, mientras los demás se giraban hacia mí y Murri contestaba con aire protector:

—Sí, aquí vive. ¿Qué le quiere?

—¿Está en casa?

—Sí —contesté, apareciendo junto a Murri. Mi visitante era una pequeña faingal con el típico uniforme de sirvienta—. ¿Qué…?

Entonces la reconocí: era la sirvienta que trabajaba en la casa de Zoria y Zalén.

—La señora Nustuan quiere verla —declaró—. Se trata de un asunto urgente.

Agrandé los ojos.

—¿Qué ha ocurrido?

Me imaginé que Zoria y Zalén se habían transformado en unos monstruos. Que se habían muerto. Que habían revelado toda la historia a Leiri…

—Se trata de Zoria y Zalén —dijo la sirvienta con una voz temblorosa—. Han desaparecido.

Sólo entonces vi que tenía los ojos rojos por haber llorado.