Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 2: El Relámpago de la Rabia

20 El kershí

Al día siguiente, llegué a clase de Historia acompañada de Steyra, Zoria y Zalén así que afortunadamente no me perdí por el camino. Jirio no apareció por ningún sitio, pero al parecer, según las gemelas, Jirio se saltaba muchas clases. Además, el día anterior había acabado electrificando un juego de cartas y el propietario del mazo debía de ser muy sensible porque se le había escapado un puñetazo. De ahí que el joven ternian hubiese estado sangrando de la nariz durante todo el trayecto de vuelta.

El profesor Tawb ya estaba en el aula cuando entramos. El ternian llevaba el mismo hábito negro que el día en que había pasado la prueba de admisión. Nos recibió a todos dándonos los buenos días muy formalmente y con la misma amabilidad con la que me había dirigido la palabra dos días antes. Ni Yinur ni Áynorin contaban la Historia como lo hacía el profesor Tawb y me sorprendí al descubrir que lo escuchaba con fascinación porque aún recordaba lo poco que me gustaba aprender la Historia, que eran sólo a fin de cuentas hechos pasados y muertos. El profesor Tawb, sin embargo, parecía contar el pasado como una serie de cuentos. Conocía tantos detalles sobre los acontecimientos que no me hubiera extrañado si el duque de Esolia de los años 5430 hubiese aparecido en el marco de la puerta, llevando su espada a la cintura y desafiando al rey Galmasior~II, delante de toda una corte de testigos.

Después de Historia, tuvimos clase de Armonía con la profesora Yadria, que era la elfocana que había presidido el consejo para mis pruebas. Era una persona seria y estricta, pero buena profesora. Hicimos una clase de prácticas, cosa que me dejó un poco nerviosa al principio, porque sobre las armonías sabía mucho de teoría pero sabía que me faltaba mucha práctica, claro que lo que sabía resultó ser muy superior a lo que sabía la media de la clase. El primer ejercicio era crear una onda de sonido y eso no me costó nada pese a que las ondas de sonido no eran lo que mejor me iba de las armonías. Luego los ejercicios se fueron complicando. Tuvimos que imitar una melodía de cinco notas, con lo que el aula se transformó en una cacofonía disonante que me obligó a taparme los oídos. Jirio, que había aparecido en medio de la clase sin que nadie se enterase, soltó en un momento una onda de electricidad y el sonido que salió me recordó al sonido de la arpïeta que había oído de pequeña, cuando tenía ocho años. Apreté más fuerte mis orejas, estremeciéndome.

—Parad, parad —bramó la profesora Yadria al de un rato, cuando ya nadie parecía acordarse de la melodía que había que imitar.

Las últimas en emitir algo fueron las gemelas, que soltaron un sonido parecido al de la gaita.

—Ya basta —repitió la profesora.

La melodía de las gemelas acabó en una sonido discordante parecido a una nota de piano grave. El silencio cayó en el aula.

—Bien. La próxima vez practicad un poco más antes de venir a clase. Bien —repitió—. Ahora vamos a practicar la emisión de la luz. Y no me utilicéis otras energías que las armónicas. Fuera todo lo que tenga que ver con el arte invocatorio, ¿de acuerdo? Bien, quiero que me consigáis esto.

Levantó una mano y de pronto apareció un círculo luminoso silenciosamente que fue paseándose por la sala mientras los estudiantes trataban de conseguir el mismo resultado. Al menos esto sí que sabía hacer, me dije, mientras observaba que Steyra invocaba una madeja de hilo blanco.

Con un sonrisa triunfal, levanté la mano e hice aparecer un globo luminoso como el de la profesora Yadria. Era más difícil hacerlo levitar y volar. Me concentré. Sólo había que pensar que la luz era un globo sólido y que podía subir como una pompa de jabón…

De pronto, alguien se me tiró encima y mi globo de luz se fue en línea recta hacia Yensria, quien se quedó con la piel brillante durante unos instantes aunque pronto volvió a la normalidad. Entretanto, noté pasar sobre mi cabeza un relámpago que fue a empotrarse contra una planta que había junto a la pizarra. El arbolillo se puso a echar llamaradas y consumirse rápidamente mientras la profesora Yadria, desazonada, repetía: “¡Mi nepario! ¡Mi planta!”

—¿Qué…? —solté, sin entender nada, sintiendo que Zalén ya no me mantenía contra el suelo.

Cuando me levanté, vi que todas las miradas estaban posadas sobre Jirio, el cual estaba muy pálido y tremendamente avergonzado.

—¡Jirio! —soltó de pronto la profesora Yadria, habiendo perdido su compostura.

Jirio bajó los peldaños del anfiteatro y se dirigió hacia la profesora, cada vez más pálido.

—¡Jirio! ¿Fuiste tú? —vociferó.

—Sí, señora —contestó él, la cabeza gacha.

—¡Podrías haber herido a alguien!

—Sí, señora.

—¡Fuera de aquí!

Jirio retrocedió de un paso y luego asintió y sin una palabra se dirigió hacia la puerta, la abrió y la volvió a cerrar, en silencio. La profesora Yadria inspiró hondo. Enseguida empezaron a oírse murmullos en la sala.

—Qué rayo —le murmuró Zoria a Zalén, admirativa.

—Yo también sabría hacer algo así —replicó Zalén, y frunció el ceño, pensando seguramente en cómo podría probar lo que acababa de decir.

—Por cierto, Zalén, gracias por haberme apartado del camino —le dije, agradecida.

—Me debes una —me soltó.

—Ve apuntándolo —le aconsejó Zoria.

—Por favor, silencio —dijo entonces la profesora. Parecía recuperada del susto, aunque la vi echar alguna mirada lastimosa hacia su planta—. Iremos a hacer las prácticas en la sala Circular de al lado, será menos peligroso.

—¿Para quién? —replicó Steyra en voz baja.

—Para sus plantas, obviamente —contesté.

Nos trasladamos a la sala Circular y continuamos las prácticas ahí. Hacia el final de la clase, la profesora Yadria parecía haber olvidado el incidente. Luego nos dio deberes y los alumnos le devolvieron un deber que tenían que hacer para aquel día. Me dejó impresionada la pila de papeles que tenía luego la elfocana en la mesa.

—¿Qué castigo creéis que le van a dar a Jirio? —preguntó Steyra mientras salíamos de clase.

—Considerando que ya tiene prohibida la entrada a la Biblioteca y a los Archivos… —empezó a decir Zoria.

—Y que les cae mal a Erkaloth y a Hayma… —siguió Zalén.

—Creo que le darán un trabajo de limpieza —soltó Zoria—. Suele ser así.

—Sí, claro —dijo Steyra, sonriendo—, vosotras ya tenéis experiencia en castigos, lo había olvidado.

—¿Le han prohibido la entrada a la Biblioteca? —repetí, incrédula.

—Un día carbonizó un libro bastante antiguo difícil de encontrar —contó Zoria, con una risita—. Suerte que tenga una familia rica. Pagaron los daños y financiaron a cinco escribanos para que copiasen el libro que había en Aefna y así se restituyó el ejemplar. Eso pasó el mismo mes en que llegamos nosotras a la academia, ¿verdad, Zalén?

—El segundo —la corrigió ella.

—El primero.

—No, fue el segundo. Fue poco después de que te tiñeras el pelo de azul.

—¡De negro! —exclamó Zoria, indignada—. Me lo teñí de negro.

—Mentirosa. Era azul.

—¡Mentirosa tú!

Puse los ojos en blanco y suspiré. Fuimos a comer a la Sala Derretida, lejos de las ventanas porque el viento se había puesto a soplar y la lluvia goteaba por uno de los cristales recientemente roto por una riña que me habían contado. Como era el última día de clase, todos se preparaban para volver a sus casas familiares. Steyra se iría muy temprano, al día siguiente, para ir a casa de su tío, en Ombay, y Zoria y Zalén se iban aquella misma tarde pues un coche les vendría a buscar del otro lado del puente hacia las cuatro para llevarlas a algún sitio, en Dathrun. Después de comer en la Sala Derretida, las dejé preparar sus maletas y salí en busca de Laygra y Murri. Como no los encontré en la Sala Erizal, me dirigí a la enfermería Azul. Al llegar entre los árboles, oí un ruido entre los arbustos y vi a Syu aparecer con una pelota violeta en la mano. Me sonreí.

“Hola, Syu.”

“¡Buenos días!”, me contestó, sacando de pronto otras dos pelotas y poniéndose a hacer malabares. Las pelotas giraban tan rápido que al de un rato me mareó seguir el movimiento.

—Vaya, Syu. ¿Desde cuándo sabes hacer eso? —le pregunté dejándome caer sobre la hierba.

El mono hinchó el pecho, orgulloso. “Es el viejo, el que la ahogadora llama el Doctor. Un viejo sabio. Pero no es tan hábil como yo.”

—No me digas —repliqué—. Muy bien. A ver, déjame que te enseñe lo que es hacer verdaderos malabarismos. Venga, pásame las pelotas.

Enseguida, Syu protestó, soltando ruidos escépticos, pero luego, llevado por la curiosidad, me las pasó.

—Gracias. Y ahora, admira a la profesional.

Syu puso los ojos en blanco pero se sentó, con los brazos cruzados, esperando. Con una sonrisa pícara, me puse a dar vueltas a las pelotas en el aire, tirándolas cada vez más rápido. Estuve así un momento, y luego dije, muy concentrada:

“Ahora te voy a pasar una pelota y me la vas a devolver.”

Le tiré la pelota y poco después estábamos tirándonos las tres pelotas, dando vueltas y haciendo el tonto entre los árboles. Syu era rápido, pero no estaba habituado a ese tipo de ejercicio y me reía al verlo gruñir cuando se le escapaba la pelota. Yo sólo la perdí cuando Syu se decidió a hacer trampas, tirándomela lejos o demasiado baja: era un mal perdedor.

—Menuda pareja —dijo de pronto una voz anciana, riendo.

El mono, tan ensimismado en el juego, se giró y recibió la pelota en la cabeza.

—Au —dijo, masajeándose la cabeza. Imitó tan bien la voz humana que solté una carcajada.

—Buenos días, señor —dije, girándome hacia un anciano humano que se apoyaba en una cachava—. ¿Es usted el doctor Bazundir, verdad?

El anciano asintió con la cabeza, sonriendo.

—Sí, soy yo.

—Mi hermana me ha hablado de usted. Al parecer, también oye los pensamientos de Syu.

—Sus pensamientos no. Más bien sus palabras mentales —rectificó.

—Ya.

Permanecimos unos segundos en silencio, mirándonos. El doctor Bazundir parecía maravillado por algo.

—¿Ocurre algo, señor? —le pregunté, al de un momento, al verlo asentir la cabeza por la enésima vez, las comisuras de los labios levantadas.

—¿Cómo dices? Oh, ya lo creo que ocurre algo. Venid, os invito a tomar una infusión.

—¿Os? —repetí.

—Syu y tú. ¿Sabes? Laygra también me ha hablado de ti. Créeme, normalmente nunca se olvida de darles de comer a los peces del acuario, y se olvidó de hacerlo el día en que llegaste. Estoy seguro de que te echaba mucho de menos —comentó.

Syu saltó sobre el hombro del anciano y los seguí con presteza. Laygra me había hablado mucho del doctor Bazundir y tenía curiosidad por saber qué personaje era aquél. Mi hermana decía que había sido un gran curandero en sus tiempos y que era él quien cuidaba de los animales y quien se había asegurado de que ese rincón de bosque dentro de la enfermería Azul no desapareciera.

Su casa era un hueco situado al final del pequeño parque, metido entre la roca. Tenía todo el mobiliario necesario además de unas placas calientes para cocinar y una estantería con enseres de cocina y botes llenos de plantas y ungüentos.

—Sentaos y poneos cómodos —nos dijo el doctor cuando entramos—. Como ves, no es una casa muy espaciosa, pero se está bien y al mirar por la ventana casi se diría que estamos en medio de un bosque.

Lo comprobé, mirando a través de una ventana redonda. De hecho, parecíamos estar en un claro, en medio de un bosque. Después de dar una vuelta por las estanterías y echar un vistazo curioso un poco por todos los rincones, me senté en una de las sillas mientras mi anfitrión ponía agua a hervir y contemplé las florecillas que había plantado Bazundir junto a su casa.

—Veo que le gusta la jardinería —comenté.

—Oh, mucho, muchísimo —aseguró él, sacando un bote y posándolo en la mesa—. Cultivo todo tipo de cosas. Mi jardín es precioso, ¿verdad?

—Ya lo creo.

—Esto —me dijo, señalando el bote sobre la mesa— es moigat rojo, ¿alguna vez lo has probado?

Agrandé los ojos por la sorpresa.

—¿Moigat rojo? Pero…

—Sí, lo sé, por aquí no se cultiva. Intenté cultivarlo en mi huerta, pero todos mis intentos fueron vanos, esta planta necesita un cierto equilibrio del morjás que no he conseguido alcanzar todavía. Este bote viene directamente de un mercader de Yurminth que comercia con las Tierras del Hierro. Cada vez que pasa por aquí me trae un kilo entero de flores de moigat rojo.

—Me gustaría probarlo —le dije—. No sabía que se hicieran infusiones de moigat rojo. Pensaba que sólo lo ponían en los pasteles. He oído decir que es muy azucarado y que te deja la boca echando llamas al de unos minutos.

Bazundir soltó una carcajada.

—Eso depende de las cantidades que echas. Pero sí, estas hierbas te pueden destruir el estómago si se toma demasiado. Sin embargo —prosiguió, abriendo el bote—, una pizca de moigat rojo es excelente para la salud. Puedes creerme, llevo más de veinte años tomando una infusión de moigat rojo todos los días.

Cuando estuvo hirviendo el agua, vertió una pequeña cucharada de hierbas en la olla y poco después nos sirvió a los dos una taza llena de un líquido rojo como la sangre. Humeé el vapor con minuciosidad. Olía a hierba cortada y a fresas azucaradas al mismo tiempo.

—He notado algo curioso en ti —dijo el anciano.

Estaba a punto de decidirme a probar la infusión pero su tono me llamó la atención y alcé la mirada para observarlo con detenimiento. ¿Estaría intentando decirme que sabía que tenía parte de la mente de Jaixel en mí? ¿O bien solamente quería decir que no parecía una ternian con los modales de una familia como las tenía la mayoría de los estudiantes de Dathrun? A menos, me dije nerviosa, a menos que me lo estuviese inventando todo.

—¿Qué quiere decir? —balbuceé.

Bazundir tomó un sorbo y se levantó.

—Espera, ¿quieres unas galletas? Me las hago yo mismo de una receta que me dio un elfo, un día. Son deliciosas. Bueno, al menos para mí lo son. Dime qué te parecen.

Turbada, cogí una galleta y me la metí en la boca. Mastiqué con decisión y tragué.

—¡Absolutamente deliciosa, doctor!

El viejo doctor pareció halagado por el aprecio que demostraba por sus galletas.

—Entonces coge cuantas te apetezca. A ti no sé si te viene bien —le dijo a Syu mientras éste miraba el plato con ojos ávidos. El mono soltó un gruñido protestón, robó una galleta y se sentó en el borde de la ventana abierta, listo para huir si era necesario.

“Que aproveche”, le solté, divertida, mientras él masticaba la galleta con la boca llena.

La conversación del doctor Bazundir era agradable y casi me hizo olvidar todos los problemas que tenía en ese momento. A decir verdad, él me hacía más preguntas a mí que yo a él. Me preguntó lo que pensaba de la situación política en las Comunidades de Éshingra y tuve que hacer un esfuerzo de memoria para rememorarme los nombres de los Cuatro Reyes Mayores y de los Cinco Menores. Resultó además que el libro de historia que nos había hecho leer el maestro Yinur sobre las Comunidades de Éshingra tenía más de diez años así que uno de los reyes, Tarebuth-sut, ya había pasado a mejor vida.

El moigat rojo no era tan azucarado como lo parecía pero al tomar el primer sorbo me ardió la boca, y me invadieron mil sabores diferentes. También me preguntó el anciano qué sabores reconocía.

—Esa pregunta no es fácil —dije, tomando otro sorbo del líquido rojo—. Huele a hierba cortada y a fresas, pero sabe a algo así como a regaliz y a tomate agrio. —Fruncí el ceño—. De hecho, no está tan azucarado como pensaba.

Bazundir asintió con la cabeza. Parecía estar pensando en otra cosa y lo dejé meditar mientras admiraba el jardín florido, intentando no pensar en nada.

“Me voy”, dijo entonces el mono gawalt.

“Hasta luego, Syu”, contesté con un movimiento de cabeza. Syu recogió las pelotas y se marchó entornando los ojos al ver que lo miraba con aire burlón. “Me parece bien que sigas practicando los malabares”, le solté cuando salía. Respondió con un resoplido ruidoso.

Cuando giré la cabeza otra vez hacia el doctor Bazundir, éste me observaba detenidamente.

—Curioso —masculló, como para sí.

Fruncí el ceño, de pronto desconfiada.

—¿Qué es curioso, doctor Bazundir?

—Vosotros dos —contestó—. Verás, tengo bastante práctica en todo lo que se refiere a la energía bréjica y puedo asegurarte con toda la seguridad del mundo que nunca había visto a una joven de tu edad capaz de esconder tan bien un intercambio mental, y menos con un mono gawalt.

Lo miré, boquiabierta. No me esperaba para nada que sacase aquel tema.

—¿De veras? —farfullé.

—Sí, los monos gawalts son muy parlanchines y muy inteligentes, pero no suelen establecer un vínculo con los saijits, simplemente porque los desprecian. Dicen que tenemos todos un comportamiento muy mediocre. —Sonrió y carraspeó al ver que yo lo miraba como pasmada—. Tan sólo quería decirte esto, joven ternian, porque tenía la impresión de que no eras consciente de ello.

Lo observé unos momentos, dubitativa. ¿Qué quería decir con que Syu había establecido un vínculo conmigo? ¿Y por qué parecía tan turbado?

—¿Consciente de qué? —pregunté entonces.

El doctor Bazundir suspiró y acabó el fondo de su taza con un largo trago. Sus ojos brillaban extrañamente cuando me miró.

—Pues consciente de que el intercambio mental entre Syu y tú no utiliza energía bréjica.

Siguió mirándome insistentemente, como si su frase tuviese algún sentido evidente que vacilaba en decirme claramente. Observé el poco líquido rojo que quedaba en mi taza y le di vueltas, reflexionando. Al cabo, suspiré, vencida.

—No le entiendo, doctor. ¿Qué significa eso? Creía que todos los intercambios mentales necesitaban energía bréjica…

—Pero tú no sabes utilizar la energía bréjica y ni te darías cuenta si la utilizases. Tu hermana la utiliza. Inconscientemente, claro, pero la utiliza: lo sé porque noto las ondas bréjicas cuando habla con Syu o con la ardilla de Reisil o cualquier otro animal. En cambio, cuando Syu y tú habláis… Nada.

—¿Nada? —repetí, un poco perdida.

—Nada —confirmó el doctor Bazundir, levantándose y dirigiéndose hacia la ventana.

Acabé de vaciar la taza de moigat rojo y me removí nerviosa en mi asiento.

—Bueno… ¿Y entonces qué es, si no es energía bréjica?

El doctor Bazundir contemplaba el parque con tranquilidad y cuando respondió lo hizo sin mirarme.

—Es algo que todo el mundo conoce pero que poca gente llega a utilizar.

—Oh, ¿es algún don o algo así? —pregunté, escéptica.

—¿Un don? —repitió el anciano, girándose hacia mí—. Bueno, no exactamente. Quiero decir que mucha gente de este mundo sería capaz de utilizar esa energía pero no se usa y por varias razones. Primero, porque es una energía difícil de controlar —se estremeció—. Vaya, hoy hace fresco, cualquiera diría que estamos en verano.

Paseé la mirada por la habitación.

—¿Quiere que le pase el abrigo aquél? —le propuse.

El doctor Bazundir tosió y carraspeó, gruñendo.

—No estoy tan viejo como para necesitar una sirvienta —repuso—. Lo cogeré yo mismo.

Cerró la ventana y luego atravesó la habitación para ir a buscar su abrigo. Una vez abrigado, se fue a sentar en la butaca junto a la cocina y yo fui a sentarme sobre la alfombra, mirándolo fijamente.

—¿Y luego? ¿Qué energía es exactamente ésa de la que habla?

—Oh. Ya. Así que no sabes qué energía es. —Negué con la cabeza firmemente—. Bien. Te diré una cosa: no te creo. Con los problemas que ha habido últimamente, me extraña que no hayas oído hablar de los yedrays.

Fruncí el ceño, intentando recordar. Yedrays. ¿Alguna vez había oído aquella palabra? En aquel instante, al menos, no me sonaba, aunque según él era muy común.

—Veamos —empecé a decir con lentitud—, esos yedrays son… —agrandé los ojos de pronto—. Espera, ¿ha dicho yedrays? ¿También se les llama las hadas negras, verdad? Sí, utilizan una variante de la energía del pairás, claro que he oído hablar de ellos, por Ajensoldra también… quiero decir… bueno, pero, ¿qué tiene que ver un hada negra con…? —Fruncí el ceño, turbada—. ¿Eh? —solté, alzando la vista hacia él, inquieta.

—Se te da muy mal mentir —apuntó el doctor Bazundir, sonriente—. Sabes, es inútil intentar convencer a nadie de que vienes de las Comunidades de Éshingra. Tienes un acento ajensoldrense de mil demonios… yo diría del este de Ajensoldra, para ser exactos. ¿Ató, quizá? —Se rió de mi expresión aturdida—. Sí, tiene que ser por ahí.

Recuperada del susto, carraspeé.

—Mi familia viene de ahí, pero yo soy de un pueblo llamado Numkaar —dije con desafío, repitiendo la frase que me había aprendido casi de memoria.

—Claro, por eso tus hermanos tienen el mismo acento que tú, porque crecisteis todos juntos. Pero basta de mentiras —me dijo, levantando una mano para prevenir la oleada de objeciones y argumentos que se me ocurrían en el instante—, no pretendo sonsacarte cosas que no me conciernen.

Nos quedamos mirándonos un momento, en silencio, y luego carraspeé de nuevo, más tranquila.

—¿Y bien? ¿Qué tienen que ver los yedrays en toda esta historia? —pregunté.

—La gente cree que los yedrays utilizan el mismo pairás que algunas criaturas subterráneas, como los nadros del miedo. En realidad, lo que utilizan es una variante del pairás, como has dicho muy bien antes. A esa variante la llaman el kershí. Y los yedrays son en realidad un nombre vulgar para llamar a todos los que utilizan esa energía. Supongo que habrás oído hablar del problema que hubo hace menos de un mes.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza ante su mirada interrogante.

—Confieso que últimamente no estoy muy al tanto de lo que pasa por la Tierra Baya —dije.

No mencioné que, perdida en el valle de Éwensin, me habría resultado difícil mantenerme al corriente de nada. Ni me habría enterado si de pronto toda la Tierra Baya hubiese sido anegada por las aguas, así que como para enterarse de no sé qué evento acontecido en las Comunidades de Éshingra sobre un grupo de hadas negras.

—Bueno. Pues te contaré la historia desde el principio. Ya sabes que los yedrays no son bien acogidos en las Comunidades de Éshingra, ni tampoco en Ajensoldra por cierto. Los consideran como gente poco fiable, con un carácter oscuro e impredecible. Las hadas negras de las que has hablado son sólo un grupo restringido de yedrays, una cofradía de muy mala fama que mancilla, entre otras, el prestigio de las hermandades del kershí por ejemplo. Hubo un tiempo en que aquella energía era considerada casi como una energía asdrónica y al que la practicaba lo consideraban como a un celmista. Pero esas cosas cambiaron hace mucho tiempo, en la segunda mitad del siglo cuarenta y tres. En aquella época, los yedrays empezaron a ser perseguidos por toda la Tierra Baya. Los primeros en echarlos de sus tierras fueron los Ajensoldrenses y ante la invasión de yedrays, las Comunidades de Éshingra, que entonces eran una unión de repúblicas, los fueron llevando a las fronteras del este y del norte.

Fruncí el ceño, pensativa. Aquella época se enseñaba siempre mucho más que otras épocas en Ató, porque había sido en aquel momento cuando había nacido la religión eriónica en Ajensoldra, tras la batalla de la Colina de la Paz, en el año 4259. Tras ese año, los elfos oscuros echaron o esclavizaron a pueblos enteros, sobre todo caitos y humanos. Me sentí orgullosa por acordarme de varios nombres de generales y dirigentes que se habían distinguido por sus acciones en aquella época.

—Las hermandades del kershí desaparecieron oficialmente y todo el sistema de las cofradías yedrays se desmoronó —continuó el anciano—. Pero jamás dejaron de existir cofradías yedrays y hoy todavía varias suponen graves problemas para las Comunidades. Por supuesto, habrá yedrays que no provoquen ningún daño a nadie, aunque el simple hecho de querer aprender a controlar el kershí es para muchos motivo de arresto. Principalmente por la existencia de algunos clanes que se hacen pasar por yedrays y que no lo son. Mira el Clan de Aynarheth, ¿jamás oíste hablar de él? Ah, veo que sí. Pues sabrás entonces que sus miembros son en realidad unos ladrones y unos bandidos, pero reivindican la apelación de yedray. Ya ves qué fines ha acabado por tener el kershí antaño tan respetado. Y ahora para la inmensa mayoría, yedray es sinónimo de oscuridad, maldad y, sí, muchos pensarán que es sinónimo de hada sombría. Pero hablemos ahora del caso que tuvo lugar hace poco —dijo, cambiando de tono.

Casi todo lo que decía lo sabía ya más o menos, pero las consecuencias de sus insinuaciones me habían dejado aterrada. La mente en ebullición, escuché el final de la explicación del doctor Bazundir. El anciano parecía disfrutar contándome esa historia.

—Hace poco, como digo, la Guardia de Ombay descubrió uno de los refugios del Clan de Aynarheth. Fueron ahí a sacarlos y sólo consiguieron coger a uno de los miembros, y además era joven, no tenía ni diez años. El niño capturado no quiso contestar a ninguna pregunta pese a la insistencia de la guardia. Nadie sabe cómo, consiguió salir de su celda una noche y fue entonces cuando asesinó al jefe de la Guardia de Ombay antes de fugarse. Desde aquel día, entendieron que había que hacer algo contra el Clan de Aynarheth y las represiones contra los yedrays aumentaron. Y bueno, después de oír decenas de casos de yedrays encarcelados y condenados a la horca, apareces tú, utilizando el kershí alegremente sin esconderte siquiera. Lo que no entiendo es cómo has podido aprender el kershí sin darte cuenta, cuando apenas sabes utilizarlo como los principiantes. Es una energía muy peligrosa y es imposible utilizarla sin saber un mínimo sobre ella. Admito que no lo entiendo.

Calló y un silencio pesado cayó sobre nosotros. De repente me di cuenta de que no había tomado aire desde hacía tiempo e inspiré hondo.

—Voy a hacerle una pregunta tonta —anuncié—. ¿Por qué está tan seguro de que yo utilizo el kershí?

—Ya te he dicho que tenía ciertas bases en energía bréjica. Es una energía mental. Puede sondear y ver.

Lo miré de hito en hito, alarmada.

—¿Qué puede ver?

El doctor Bazundir me contempló, sonriente.

—He ido tanteando la superficie de tu mente y me he dado cuenta de que eras una gran aficionada al jaipú.

Enarqué una ceja, confusa.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Bueno, nada, sólo era una observación.

—Doctor Bazundir, ¿qué más ha visto? —pregunté con tono inquieto.

—Bueno, cuando hablas con Syu, es como si se abriese un vacío entre el mono y tú, como si no fuese necesario ningún tipo de ondas energéticas para atravesar la distancia que os separa. Sólo una energía dársica puede tener ese efecto. Y sólo el kershí puede utilizarse para el diálogo mental a distancia.

—Me parece muy seguro de lo que dice —pronuncié, intentando no evidenciar el alivio que me había invadido al entender que el doctor Bazundir no había podido profundizar en sus búsquedas mentales.

—Y lo estoy. He leído más de un libro sobre el tema. La verdad es que siempre me ha interesado el kershí. Es uno de esos oscuros sueños que uno guarda años y años en el corazón sin hacerle caso. —Se echó a reír y luego agitó la cabeza, suspirando.

Cuando crucé su mirada melancólica me di cuenta, de pronto, de que el doctor Bazundir estaba dándome una información muy grave que alguien que le quería mal podría utilizar contra él. Sin duda, tener tantos conocimientos sobre una energía maldita de por sí era más que sospechoso.

—Si realmente están haciendo una redada contra los yedrays, ¿por qué hablarme de esto ahora? —le pregunté—. Lo más sencillo sería denunciarme.

—Lo más sencillo sería pasar de todo —me corrigió él con tranquilidad—. Pero descuida, no quiero tener nada que ver con la Justicia. Además, los yedrays que persiguen no son como tú. Te he observado, sé que no serías capaz de hacerle daño a nadie, ¿verdad?

Pensé en el dragón de Tauruith-jur que había caído en medio de la sala donde se festejaba la Cena de la Abundancia y tuve que hacer un esfuerzo para no pensar en la gente que aún no había tenido tiempo de escapar y que se había quedado ahí para siempre. Según Aryes, él también había realizado un sortilegio órico que había rebotado el veneno tóxico contra la bestia, pero yo seguía estando convencida de que el dragón se había puesto a agitarse por el sortilegio de cosquilleo que le había echado sin querer.

Con sumo esfuerzo, le dediqué una media sonrisa al doctor Bazundir.

—¿Por qué me lo pregunta, si está tan seguro?

El anciano me contempló con perplejidad y luego suspiró.

—Tus hermanos son personas adorables —dijo—. Sobre todo le conozco a Laygra, pero Murri también es un buen muchacho. Ninguno de los dos es muy hábil en lo que se refiere a las energías, aunque tampoco destacan porque muchos alumnos sólo vienen aquí para comprar el diploma de celmista al cabo de unos cuantos años de estudio, y el nivel no es precisamente excelente.

—Es curioso —dije—, porque de donde vengo siempre se ha dicho que la academia de Dathrun es una de las mejores academias de la Tierra Baya.

—Oh, claro, de aquí salen los mejores celmistas, ni en Aefna son tan buenos —afirmó, con tanta seguridad que lo miré con aire burlón—, pero esta academia antes era menos generosa creando puestos de estudiantes. Ahora, quien pueda pagar una buena cantidad de dinero tiene las puertas abiertas.

—Mis hermanos trabajan muy duro y no se les acepta únicamente por el dinero —protesté.

El doctor Bazundir se encogió de hombros sin replicar y mi falta de insistencia me avergonzó porque me daba cuenta de que efectivamente ni Murri ni Laygra llegaban a tener el nivel de un nerú en Ató, incluso Taroshi sabía controlar mejor su jaipú.

—Doctor —dije de pronto.

—¿Sí?

—Me he dado cuenta de una cosa al venir aquí que me ha sorprendido muchísimo.

—¿De qué se trata, joven ternian?

—Oh, llámeme Shaedra —le dije con educación—. Pues se trata del modo de enseñar y de aprender. Esta mañana he observado que la mayoría de los de mi clase no saben encender una luz armónica para que dure. Bueno, y un chico me ha contado que había muchos accidentes por las energías.

—Es cierto.

—Y bueno… me da la impresión de que no consideran que el jaipú es una parte esencial para estabilizar las energías asdrónicas. Quiero decir que no he visto a ninguno de la clase utilizar el jaipú para realizar el sortilegio.

—Oh, sí. Te refieres a eso. Bueno, existen diferentes modos para ejecutar un conjuro. Ahora bien, no sé cuál es el mejor de todos. Supongo que ninguno. Cada cual debe adaptarse a lo que mejor le convenga, ¿no crees? Pero tienes razón en cuanto al poco caso que le dan al jaipú en esta academia. Todo no puede ser perfecto.

Suspiré y entonces hice la pregunta que me quemaba por dentro:

—¿Qué piensa hacer? Si realmente he utilizado el kershí del que hablaba… ¿no lo dirá a nadie, verdad?

—Ya te lo he dicho, creo que mereces algo mejor que la horca, Shaedra —me contestó—. Yo no diré nada a nadie, te lo prometo. La cuestión es: ¿qué vas a hacer tú? Tienes varias opciones. O te separas de Syu —agrandé los ojos, atónita—, o te vas lejos de aquí —negué con la cabeza: no podía dejar a Laygra y a Murri atrás—, o tendré que enseñarte un par de trucos para que no se note que eres una yedray.

Una yedray, me dije, estremeciéndome. Qué raro sonaba eso, ¡como si fuese algún bicho raro soltando conjuros oscuros y malignos!

—¿Qué trucos? —pregunté.

—Empezaré con la energía bréjica —dijo animadamente—. Creo que si la utilizases al mismo tiempo que el kershí no se notaría la diferencia y la gente pensaría que estás comunicando con el mono con energía bréjica. También intentaré entender cómo funciona el kershí que utilizas para ayudarte a perfeccionarlo.

Esta vez sí que me quedé boquiabierta, pasmada.

—¿Perfeccionar mi kershí? Pero… ¿no se supone que es ilegal?

—Es ilegal utilizarlo.

Puse los ojos en blanco, alucinada.

—¿Y cómo se supone que debo perfeccionar una energía si no es utilizándola?

El doctor Bazundir sonrió otra vez, aparentemente muy divertido.

—¿Confías en mí?

Lo miré en los ojos y resoplé, levantándome de un bote.

—No —tomé una inspiración y gruñí, sintiendo que iba a hacer una de las mayores tonterías de mi vida—. Pero eso no importa. Si tanta ilusión te hace… er, bueno, me gustaría aprender a manejar el kershí y la energía bréjica. Pero con dos condiciones.

Al doctor Bazundir se le había iluminado la cara y preguntó con un gesto rápido de la mano:

—¿Cuáles?

—Primero, quiero que Syu también asista a nuestras lecciones —como enarcaba las cejas, sorprendido, aclaré—: Él también tiene derecho a perfeccionar su kershí.

Asintió animadamente.

—Por supuesto que tiene derecho. Vendréis los dos. ¿Qué tal mañana? Me da la impresión de que me voy a divertir muchísimo —dijo, y se levantó apoyándose sobre su bastón.

Lo observé un momento, atónita. Por lo visto, el doctor Bazundir era un apasionado de las energías mentales. En sí no suponía ningún problema, pero no podía dejar de preguntarme si realmente sabía dónde se metía. Aunque, después de todo, yo tampoco sabía dónde me metía.

El anciano se había puesto a hablar sobre la vejez y sobre los libros, explicando no sé qué de flores y artificios cuando carraspeé, molesta.

—Oh —soltó, aparentemente sorprendido de que siguiera en su casa.

—Se ha olvidado de la segunda condición, doctor.

—¡Ah! Ya, por supuesto, la segunda condición —dijo, enarcando una ceja.

—En realidad son dos en una —dije—. Quiero estar segura de que me explicará todo lo que vaya aprendiendo sobre mi kershí y además… quiero que me prometa no volver a intentar sondearme la mente, ni a mí ni a mis hermanos.

—Ah —gruñó el doctor Bazundir. Por lo visto, no se esperaba ese tipo de condiciones—. Bueno, la segunda condición me parece correcta. La tercera… es absurda. Comprenderás que para enseñarte la energía bréjica, tendré que guiarte… pero te prometo que no sondearé tu mente más allá del kershí, por supuesto, no era mi intención ser indiscreto.

Me mordí el labio y casi de inmediato asentí, animada.

—Entonces volveré mañana a la mañana.

—¿A la mañana? A la mañana no —protestó él—. Me despierto bastante tarde y… —vaciló y gruñó—. Ven hacia las once.

Sonreí anchamente y asentí, dirigiéndome hacia la puerta.

—Hasta mañana, doctor Bazundir. ¡Gracias por el moigat rojo y las galletas!