Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 2: El Relámpago de la Rabia
—¡Ey! —protesté, cuando Syu me robó hábilmente la manzana que estaba comiendo—. No sabía que te gustaran las manzanas.
El mono gawalt se encogió de hombros y le dio un gran mordisco a mi manzana, para dedicarme luego una gran sonrisa de mono bribón. Hice una mueca.
—Te la puedes quedar.
“¿Dónde está la ahogadora?”, preguntó Syu.
—Está en clase, y no le llames la ahogadora, no pretendía ahogarte, sólo limpiarte.
“Ya sé limpiarme solo. ¿Dónde están las uvas?”
—Ya que me has robado mi manzana, no sé por qué no debería quedarme con las uvas —repliqué, burlona.
El mono se acercó con cara inocente.
“Comparto.” Tendió una mano pequeña hacia mí con una cara que daba pena verla.
Saqué una uva e hice ademán de comérmela. El mono ladeó la cabeza, ofendido. Entonces me eché a reír y se la tiré. La cogió al vuelo, se la tragó y se acercó a mí. Compartimos tranquilamente el racimo de uvas que había traído. Eran uvas provenientes de los Condados de Liriath, en las tierras sureñas, y aunque estaban algo secas, estaban ricas.
—Te diré una cosa, Syu. Esto de que estés encerrado en el parque de una enfermería no me gusta.
Syu se zampó las dos últimas uvas y saltó a un árbol.
“No estoy encerrado. Puedo salir cuando quiero. Por ahí”, dijo, señalándome un lugar contra el muro.
Entorné los ojos. “¿Dónde?”, repliqué, sin darme cuenta en el momento de que había hablado por vía mental por primera vez en mi vida.
El mono gawalt se puso las manos detrás de la espalda, y mirándome con desconfianza le dio una patada a una piedra y agitó la cola.
“Es un secreto.”
—Vaya —dije—, ¿de veras? ¿Y no me lo vas a decir? —El mono me observó gruñendo y cruzándose de brazos, negando firmemente—. Pues no pasa nada, tranquilo.
Me di cuenta en ese momento que tenía aún una uva en la mano y se la di. La atrapó, la examinó como si no hubiese visto ninguna uva en su vida y luego me la volvió a tirar. La atrapé, sorprendida.
—¿Ya no la quieres? Tienes razón, te estabas volviendo goloso y luego habrías engordado y te habría ganado en las carreras.
Syu puso cara escéptica y de pronto salió corriendo dejándome claro que le siguiese. Puse los ojos en blanco. No había mejor manera que decir que no querías conocer el secreto para que te lo dijeran. Solté un suspiro y le seguí rápidamente entre los árboles y los arbustos. Llegamos pronto a un arbusto lleno de frutos violetas y el mono gawalt desapareció debajo. Me acerqué con curiosidad y cogí un fruto en la mano, intentando recordar si alguna vez había visto un arbusto así en Ató. Syu apareció entonces soltando un gruñido y enseñó los dientes.
“¿Quieres morir?”, me preguntó. “Eso no es comida, es muerte.”
Solté inmediatamente el racimo de frutas envenenadas.
“¿Cómo lo sabes?”, inquirí.
“Muchos de estos arbustos vivían en la tierra de donde vengo”, contestó simplemente el mono gawalt.
—¿Y de dónde vienes? —pregunté.
Syu se puso nervioso y entendí que no debí haberle preguntado eso.
—Olvídalo. ¿Qué es lo que querías enseñarme, amigo?
El mono se recuperó enseguida y me hizo un gesto para que me aproximara al muro. Ahí vi una pequeña abertura por la que Syu se deslizó y pareció meterse dentro del muro. Ladeé la cabeza, miré hacia mi alrededor para cerciorarme de que nadie me veía y me agaché para seguir a Syu.
Al principio, tuve la impresión de haberme metido en un pequeño cobijo sin salida, pero pronto vi un pequeño tapiz oscuro que ocultaba una abertura lo bastante ancha como para que reptase adentro. Me mordí el labio, insegura. ¿Y si me metía ahí y no podía dar marcha atrás?
“Avisaría a la ahogadora”, me tranquilizó Syu. “Además, luego se ensancha, y luego está el sol verdadero.”
Preguntándome cómo demonios Syu había adivinado mis pensamientos, empujé la pequeña tela oscura y me metí dentro reptando con dificultad.
“Está oscuro”, protesté.
“Cómo no va a estarlo, estamos dentro de los muros”, replicó el mono gawalt. Por toda respuesta, invoqué un globo de luz. Por supuesto, Suminaria los hacía mejores, pero me tendría que contentar con mis pobres haberes.
Poco a poco me di cuenta de que no era difícil hablar por vía mental, de hecho era aún más fácil que hablar en voz alta y me asombré de que la gente tuviese tantas dificultades para entender en qué consistía el diálogo mental. Ahora comprendía cómo se las había arreglado Yilid, el hijo del marqués de Vilona, para hablarme en Tenap. Era muy sencillo, ¿pero qué utilizaba exactamente?, me pregunté, intentando averiguar si el jaipú tenía algo que ver en esto.
Syu surgió de entre las sombras agitando la cola con impaciencia.
“No hace falta entenderlo todo, hablas conmigo y ya está. No pierdas tiempo.”
“De acuerdo. ¿Pero por adónde me llevas?”
“A ver el sol.”
“Ya, eso ya lo sé, quiero decir…” Me interrumpí al desembocar en un pasadizo entre dos muros, angosto y no muy alto, pero donde podía enderezarme y moverme con más comodidad. No parecía ser una escalera de servicio porque estaba plagada de telarañas. Podía ser un pasadizo abandonado o bien…
“Qué manía con dar un nombre a todo”, gruñó Syu.
—¿Y bien? —le dije—, ¿por dónde vamos ahora?
Las escaleras bajaban rectas durante un buen rato y luego daban vueltas y vueltas en forma de caracol. Iba evitando y saqueando las casas de las arañas según mis posibilidades y el mono acabó por exasperarse de mi lentitud.
“No me apetece tener veinte mil arañas en el pelo cuando salga”, mascullé a modo de explicación, cuando aparté una araña de patas largas y el mono se cubrió la cara con las manos soltando un gruñido quejoso.
El pasadizo tenía varios cruces y había otras escaleras que subían y que bajaban, que rodeaban otro muro y que pasaban no sabía por dónde. Empezaba a tener la certidumbre de que esos pasadizos no eran muy transitados, pero no era Syu el único en utilizarlos. En un momento, vi las huellas de unos pasos de saijit entre el polvo del suelo, y en otro vi una antorcha consumida colgada de un candelabro.
Se me apagó la luz invocada y solté un gruñido bajo. Iba a volver a convocar un globo de luz cuando de pronto me llamó la atención algo, una hilera de luz muy fina en el muro, apenas visible. Me acerqué y aproximé el ojo al agujero. Sí, no cabía duda, aquello era un agujero de espionaje. Desde donde estaba, veía el interior de un aula con extraños objetos en las mesas que estaban contra el muro. Enfrente, sentado en su escritorio, estaba el maestro Tawb escribiendo, quizá corrigiendo deberes. Me ruboricé al darme cuenta de que lo estaba espiando y retrocedí. ¿Seguirían utilizando estos pasadizos o bien estaban ahí desde hacía siglos sin que nadie les diese ninguna utilidad?
Sentí la exasperación latente del mono gawalt de tal modo que me dio la impresión de que la exageraba intencionadamente para que me moviese. Invoqué otra luz y me alejé del aula del profesor Tawb.
Seguimos nuestro camino con más rapidez y llegamos pronto a un pasadizo estrecho que se parecía mucho al que había atravesado para entrar en el entramado principal. La luz se filtraba por las rendijas de una abertura a mi derecha, cerrada con barrotes. Fruncí el ceño.
—Esto no me gusta —pronuncié por lo bajo.
Syu resopló y de pronto desapareció a la vuelta de una esquina. Aceleré y acabé finalmente por salir del agujero con la impresión de tener arañas por todas partes y pasarme la mano por el rostro no mejoró nada. Pestañeé. Estaba a la sombra, debajo de algo que se parecía mucho a la piedra. El sol del día se reflejaba en el agua y lucía agradablemente. Asomé la nariz hacia la derecha y luego hacia la izquierda y me senté en el suelo, la mirada fija en el mar que iba y venía contra los guijarros.
Syu me había conducido debajo del puente que reunía la academia con Dathrun.
“No se puede cruzar el agua”, dijo tristemente el mono gawalt.
Estaba sentado junto a mí, las piernas plegadas y las manos alrededor de ellas. Imitaba tan bien mi postura que me eché a reír.
—Pareces un saijit —le dije.
“¡Y tú una saco de telarañas!” —me replicó levantándose de un bote y cruzándose de brazos.
Jamás pensé que un mono gawalt podía tener un carácter tan afinado como el de Syu. Me levanté.
—Salgamos de aquí.
Syu me condujo por debajo de un pequeño túnel de piedra del que no me fiaba mucho y yo me aseguré de que los guardias, en las puertas, no me viesen pasar. Más allá del pequeño portal natural, había una pequeña ensenada en la que habían crecido varios árboles y una vegetación densa. No se podía salir por ningún sitio, el lugar estaba cercado por un acantilado.
—Si lo entiendo bien, no hay otra escapatoria que la de volver por el mismo sitio, ¿verdad?
Syu no me contestó. Estaba muy ocupado examinando un objeto en la playa.
“¿Qué ocurre, Syu?”, pregunté al acercarme.
El mono cogió el objeto que resultó ser una cinta verde, y se la puso en la cabeza, en el brazo y en el pie, mareándola como una muchacha pija probándose un vestido nuevo.
Syu se giró hacia mí y entornó los ojos. Me sonrojé al darme cuenta de que le había hablado mentalmente sin saberlo. Carraspeé.
“¿Qué pretendes hacer con esa cinta? A ver, trae.” Se la puse sobre la cabeza, como a los típicos marineros. “¿Contento?”
Syu tanteó su improvisado sombrero, ladeó la cabeza como si le molestase y luego se fue corriendo hacia el bosquecillo muy contento. Sola en la playa, alcé la mirada hacia la academia. La vista era impresionante. ¿Cómo se vería desde Dathrun? Desde luego merecería la pena verlo.
Nos pasamos quizá dos horas en aquella playa escondida, haciendo carreras y disfrutando del sol. Perfeccioné mi nueva capacidad para hablar mentalmente y al de un rato tenía hasta la impresión de que yo también podía adivinar ciertos pensamientos del mono. No entendía por qué me había resultado tan fácil utilizar el diálogo mental con Syu y no con los saijits. Cuando me puse a discurrir sobre el tema, Syu confesó que nunca había hablado con saijits antes de «morir» —así es como pensaba haber cambiado de lugar de vida. Cuando le expliqué que no se había muerto y que sólo había atravesado un monolito, resopló y se encogió de hombros, aburrido de que le hablase de cosas incomprensibles. Lo único que tenía claro es que Laygra había querido desangrarlo y ahogarlo y que yo corría más lento que él.