Página principal. El espía de Simraz

3 El devorador de nombres

Tardamos más tiempo de lo previsto para alejarnos de la torre. Primero, Rinan y yo nos preocupamos seriamente cuando, al salir, nos percatamos de que no podíamos llevar nuestra espada: pesaba demasiado y nada más empuñarla nos atravesaba y caía ruidosamente al suelo.

—¡No os las llevéis! —rió la princesa desde la puerta—. No las necesitaréis: ¿a quién se le ocurriría enfrentarse a un fantasma? Id a esperarme junto a ese roble, ahí, enseguida os alcanzo.

Suspirando, obedecimos con la impresión de estar flotando más que andando.

—¿De qué va exactamente esa historia de Ahinaw, Deyl? —soltó entonces Rinan. Los rayos de sol lo atravesaban y lo escudriñé para distinguirlo mejor.

—Es… una vieja historia —respondí. Percibí su ceño fruncido y me apresuré a añadir—: Conozco ahí a alguien capaz de descifrar las inscripciones de la torre. Si quieres saber mi opinión, no acabo de creer en las capacidades del mago del diario. Esa historia de pulpo…

—Tienes razón —aprobó Rinan—. Me parece tan extraño como a ti, pero prefiero no decirle nada a la princesa. Podría desanimarla. Entonces, ¿quién es esa persona? ¿Cómo sabes que estaría dispuesta a ayudarnos?

—Es… un amigo al que conocí hace cinco años —expliqué, molesto.

Una nube ocultó el sol y no se me escapó la expresión pensativa de mi hermano.

—Hace cinco años —repitió—. ¿Eso no fue cuando desapareciste en Ahinaw durante dos meses sin dejar rastro?

—Esto… Sí. —Carraspeé, sintiendo venir ya las preguntas de mi hermano—. Pero bueno, ¿qué demonios está haciendo la princesa? ¡Princesa Uli! —exclamé, conteniendo las palabras de Rinan—. ¡No mataremos al pulpo quedándonos aquí!

—¡Ya voy! —contestó ella con tranquilidad.

De hecho, ya salía de la torre a la carrera.

—Deyl —gruñó Rinan—, podrías explicarme un poco quién es esa persona.

—Tienes razón, te lo explicaré, el problema es que…

Una súbita explosión ahogó mis palabras y me mandó en volandas. Realicé un semicírculo en el aire y me elevé dos veces antes de caer al suelo.

—¡Por Ravlav! —grité—. ¿Qué ha sido eso?

Se oyó un juramento. Me levanté de un bote y me quedé de piedra. La torre se había esfumado. Rinan apareció detrás de un arbusto y silbó entre dientes al ver las piedras desparramadas por los alrededores, junto a los muebles y las pieles curtidas. La marmita destacaba en medio de los escombros.

—Ah, me maravilla lo inteligente que es la princesa. —Se giró hacia mí, consternado—. ¿Y las inscripciones? ¿Qué hacemos ahora?

Suspiré y me incliné para recoger la camisa con mi cuaderno.

—Las recopié.

Rinan me miró con aire alarmado.

—¿Tú sabes recopiar runas?

Me encogí de hombros, enervado.

—He hecho lo que he podido.

Él arqueó una ceja, divertido.

—¿Durante la noche, después de…?

Le di un empellón y él se carcajeó.

—¡Menuda eficacia! —alabó, burlón. Sonreí a medias, contento al comprobar que ya no parecía tan enfadado conmigo.

En aquel instante, la princesa fantasma nos alcanzó con una gran sonrisa en los labios.

—¿Vamos?

Rinan y yo la miramos, intrigados.

—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó mi hermano.

—¿Hecho el qué?

Ambos carraspeamos al mismo tiempo.

—Bueno… —empecé a decir.

—La torre —explicó al fin Rinan.

—¡Oh! —La joven se pasó una mano bajo la barbilla—. He pensado que no volvería jamás a esta torre y, si recobro mi cuerpo, ya no me servirá de nada, así que mejor que nadie entre ahí y sufra la misma maldición, ¿no creéis?

Su razonamiento me dejó impresionado y asentí con la cabeza.

—Muy bien pensado —aprobé.

Aunque hubiera podido hacerlo antes de que nosotros entráramos, añadí mentalmente. En cualquier caso, destruir la torre no nos había devuelto nuestro cuerpo. ¡Ojalá hubiese sido tan fácil…!

—¿Cómo sabe que el maleficio ya no tendrá efecto? —inquirí entonces.

La princesa hizo una mueca y confesó:

—No lo sé. Pero lo que está claro es que así no tendré la tentación de volver. Tenemos que ir hasta el final.

Asentí con la cabeza y paseé de nuevo mi mirada por la torre devastada.

—¿De dónde ha sacado todos esos explosivos?

Mi pregunta pareció divertirla.

—Una princesa no desvela nunca todos sus secretos —replicó, pasando junto a nosotros con andar presto—. Ten cuidado, tu camisa se va a caer —me previno—. Aún no entiendo por qué persistís en llevar vuestra ropa. Es inútil.

Le respondí con una simple mueca para darle a entender que lo sabía de sobra, pero no dejé de conservar la camisa en mano, envolviendo el cuaderno… y las runas.

—Te recuerdo que me debes explicaciones —me cuchicheó Rinan.

—No ahora —repuse, haciendo un gesto de cabeza hacia la princesa que se alejaba—. En marcha.

Alcanzábamos ya a la princesa Uli cuando percibí de pronto un movimiento entre el ramaje y levanté una mano, alerta.

—Ahí se ha movido algo —los informé.

—Ah, sí —soltó Uli—, serán los trasgos.

Agrandé los ojos, alarmado.

—¿Los trasgos? ¿Tan cerca?

Y nosotros estábamos desarmados, indefensos, ligeros como el aire…

—Han debido de salir despavoridos con la explosión, no te preocupes, tienen miedo de los fantasmas —dijo ella.

Puse los ojos en blanco mientras Rinan escrutaba los alrededores.

—Oh, no me preocupo —le aseguré, mintiendo con mucho tiento—. A propósito, quería preguntarle, princesa, ¿cree que podríamos morir bajo esta forma? Quiero decir, ¿cree que seguimos siendo mortales?

Mi pregunta pareció pillarla de improviso; la princesa dejó escapar una sonora carcajada.

—Por supuesto que podemos morir. De lo contrario, sería muy aburrido. Por ejemplo, si una enorme roca te cae encima, dudo que salgas con vida.

—Ah —pronuncié con una mueca—. ¿Y si alguien nos atraviesa con una espada? —retomé.

La princesa gruñó, exasperada.

—Nadie va a atravesarte con una espada, ¡qué ideas! Deja ya de ser tan pesimista y sigamos. Como decías, no mataremos al pulpo quedándonos aquí.

Abrí la boca y asentí, molesto.

—Ah, ya, el pulpo, es verdad. Entonces, en marcha. ¿Rinan?

Mi hermano aprobó con la cabeza y salimos al fin del claro para adentrarnos en el bosque. Los árboles se alzaban, majestuosos y oscuros, ocultando sin lugar a dudas mil peligros. Aquella zona era un verdadero laberinto y Rinan y yo habíamos pasado días enteros dando vueltas y más vueltas después de que un cazador aterrorizado nos hubiera jurado que había visto la aparición de una joven entre los arbustos. Sin embargo, ahora, teníamos un guía.

Mientras nos llevaba por el denso sotobosque, la princesa Uli se entretuvo narrándonos cómo había conseguido una vez entrampar a un orco que la perseguía.

—¡Lo llevé directamente hacia la cueva del oso! —nos contó con entusiasmo—. Y el oso se lo comió de un bocado, ¡ja!

No pude reprimir una sonrisa.

—Bonita aventura —comenté.

—Sí. —Ladeó la cabeza y ralentizó el ritmo—. ¿Y qué me decís de vosotros? —soltó entonces. Un deje de interés vibraba en su voz—. Me dijisteis que erais agentes del reino… de Ravlav.

Pronunció esa última palabra con cierto desdén y me estremecí.

—Así es —respondió Rinan—. Somos mensajeros. Y diplomáticos.

—¡Unos diplomáticos! —rió la princesa—. Cuando era niña, conocí a un diplomático real. Se llamaba Isis. ¿Lo conocéis?

No se me pasó por alto su tono burlón. Detrás de ella, Rinan y yo intercambiamos una mirada elocuente. La princesa lanzó entonces una ojeada tras ella.

—¡Ah! ¿No lo conocéis?

—Er… Sí, princesa —contesté.

Rinan me dio un discreto codazo y puse los ojos en blanco.

—Es la princesa: tiene derecho a saber —le murmuré.

—Oigo cuchicheos —observó Uli, girándose del todo. Sus ojos azules brillaron en su rostro blanco como la leche—. Me acuerdo bien de Isis, vaya que sí. Era el asesino de mi padre.

—¿Qué? —me estrangulé con mi saliva.

—Quiero decir que trabajaba para él —precisó inmediatamente la princesa—. Naturalmente, no asesinó a mi padre… bueno, quién sabe —agregó con el ceño fruncido—. Si sois agentes de Ravlav y conocéis a Isis, ¿eso significa que él trabaja todavía para el reino? ¿Acaso trabajó para el Usurpador? Y vosotros, ¿cómo es que lo conocéis? —nos bombardeó.

Sentía que habíamos entrado en un terreno pantanoso.

—No conocemos personalmente a Isis —intervino Rinan, terriblemente incómodo—. Bueno, no exactamente —corrigió.

A veces mi hermano mentía pero que muy mal, me dije, cerrando brevemente los ojos.

—Mire, princesa, creía que usted no quería oír hablar de su reino —apunté.

Ella enarcó una ceja.

—No pretendía hablar del reino. Yo sólo quería saber más cosas acerca de vosotros. Así que sois diplomáticos. Bien, ¿y en qué consiste ese empleo?

Tuvo que percibir la rápida ojeada que intercambiamos mi hermano y yo, porque suspiró.

—Ya veo, no queréis hablar de vuestro oficio. Bien, pues hablemos de otra cosa. Habladme de lo que hacéis fuera de ese trabajo. Vivís en Eshyl, ¿verdad?

—Er… Sí, princesa —contesté.

Sonrió.

—¿Y bien? ¿Cuáles son vuestras aficiones?

Agrandé los ojos, sorprendido. Rinan se había quedado tan perplejo como yo.

—¿Nuestras aficiones, alteza? —pronunció.

La princesa Uli frunció el ceño, intrigada.

—Pues, sí, vuestras aficiones, vuestros pasatiempos. ¿Qué os gusta, la jardinería, los paseos, la música?

Nos miraba, pasmada ante nuestra falta de reacción.

—Oh, er… Sí —solté. ¡Como si hubiese tenido tiempo yo, en mi vida, para preocuparme de jardinería, de paseos y de música!

—¿Sí, qué? —replicó ella, desconcertada—. Por lo que veo no sois muy habladores, ninguno de los dos. Os aburro con mi verborrea, ¿verdad?

—¡Qué va! —aseguré.

—En absoluto —apoyó Rinan.

La joven nos observó un instante, como si estuviese esperando a que alguno de los dos añadiésemos algo… y entonces suspiró.

—Bueno, yo… —Carraspeó—. Sigamos.

Reanudó la marcha y la seguimos en silencio, turbados. Al cabo de un rato, la princesa se puso a canturrear una balada… Agrandé los ojos. ¡Cantaba en élfico! O al menos se parecía mucho. Claro que, dado que había sido esclava de los elfos durante dos años, no era de extrañar.

—Sabes —me dijo Rinan por lo bajo—, creo que será mejor que evitemos hablar de Isis y de nuestro trabajo de diplomáticos. No vaya a ser que la alarmemos.

Aprobé. Seguramente ella debía sospechar que habíamos trabajado para el Usurpador, y no sólo como diplomáticos, pero vistos los sentimientos que albergaba para nuestro rey recientemente difunto, tenía la impresión de que cuanto menos hablásemos del tema, mejor sería.

Mientras andábamos tenía que guardar un ojo sobre mi camisa, que atravesaba mi mano poco a poco, y agarrarla cada hora varias veces para reajustarla. Durante el día, nos cruzamos con un zorro que nos miró pasar con ojos abiertos como platos, y luego provocamos la huida de un ciervo que desapareció rápidamente entre el follaje. Finalmente, la princesa Uli nos sacó de nuestro mutismo preguntándonos si conocíamos un poco la región.

—No especialmente —contestó Rinan—. Es la primera vez que entramos en el Bosque Azul. Dicen que es peligroso.

—No tanto como el Bosque de las Hachas —nos aseguró Uli—. En realidad, la primera vez que entré ahí, tuve mucha suerte al topar con esos elfos de los que os hablé. Podría haberme topado con algo peor. Con trolls, por ejemplo. Vi a alguno, una vez, cerca de la tribu de los elfos.

La miré con los ojos agrandados, fascinado.

—¿En serio?

—Pues claro. —Realizó un gesto teatral y contó—: Estaba rellenando el cántaro en el río, cuando apareció. Era pequeñito, era un niño troll —precisó—. Incluso me saludó con la mano. Pero yo no soy estúpida: enseguida entendí que, si el niño estaba ahí, la madre no debía de encontrarse muy lejos. Así que salí corriendo y alerté a los elfos. Después de eso, los elfos me liberaron de mi condición de esclava, pero me quedé con ellos durante un año más. No tenía donde ir, de todas formas.

La rocambolesca vida de la princesa Uli me impresionaba.

—¿Y cómo salió del bosque? —inquirí.

—Ah, esa es la parte menos agradable. Una tribu de humanos salvajes apareció un día y masacró a todos los elfos. Me apresaron y les seguí la corriente hasta que vi una oportunidad: otros elfos vinieron a vengar a mi tribu. Y entonces conseguí huir. Una historia apasionante, ¿eh? —bromeó—. Después de eso, me dije que era más que hora de salir del Bosque de las Hachas. Estaba cerca de los lindes y no eché ni una mirada atrás. Entre los días que siguieron la traición de ese barón infame y todo lo que pasó después, creo que me he vuelto insensible a todo —nos confesó—. Así que, cuando me vi transformada en fantasma, me dije: mira, eso es lo que eres en realidad, un espíritu solitario y para siempre condenado.

Su tono ligero se había colmado de pronto de tristeza y otra vez la vi tal y como era en realidad: una joven perdida, perseguida por las desventuras, que intentaba superar día tras día su maldición sin lograrlo. Entendía la confusión que nuestra llegada le había causado. Ella ansiaba poder confiar en nosotros, pero ¿qué podía pensar de dos agentes que trabajaban por un reino que no quería volver a ver?

Sumida en sus pensamientos, la princesa se había detenido. Con un súbito arranque, extendí mi mano y cogí la suya para apretarla con dulzura. Una descarga nos recorrió a ambos. Me sobresalté y la princesa me dedicó una pálida sonrisa.

—Gracias —dijo—. Sois muy amables al querer ayudarme. Después de todo, podríais haber querido matarme.

Retrocedí, escandalizado al oírla hablar así.

—¿Matarla? —resoplé—. Jamás. Usted es… —callé y concluí—: la princesa.

—Podrías haber querido vengarte —insistió ella. Su tono bromista me dejó asombrado—. La venganza no tiene ojos más que para ella misma.

—Nosotros jamás actuamos por venganza —afirmó mi hermano.

Hice una mueca al oírlo emplear una de las frases que tan bien nos había inculcado Isis. En ocasiones Rinan tenía unas salidas… La princesa Uli nos observó alternadamente.

—Sé que no me habéis perdonado aún —declaró—. Ni tú, Rinan, ni tú, Deyl —añadió, mirándome con intensidad.

Me sentí palidecer, incapaz de mentirle. Si la princesa Uli realmente hubiera querido evitarnos la maldición, podría haberlo hecho. Pero no lo hizo. Aun sabiendo que tenía razones válidas, aunque egoístas, no podía perdonarla. Todavía no.

—¿Es acaso nuestro perdón tan importante para usted? —pregunté.

La princesa se encogió de hombros.

—Supongo que antaño me habría parecido ridículo pedir perdón a… bueno, a unos plebeyos. —Pareció algo molesta al tratarnos de tal forma pero yo asentí con naturalidad, dándole a entender que no me sentía insultado. Sonrió—. Ahora soy algo más sabia, creo, y normalmente sé cuándo actúo correctamente y cuándo hago estupideces. Y cuando os dejé entrar en la torre, tuve la impresión… de haber hecho una enorme estupidez. Sin embargo, aún tengo esperanzas de que…

Vaciló y tuve una media sonrisa.

—¿Tiene esperanzas de haber actuado correctamente? —terminé por ella—. Lo entiendo. Un amigo mío me dijo un día que en la vida uno no puede nunca saber si sus acciones son verdaderamente buenas o malas, pero que lo esencial es saber si tendrá que arrepentirse de ellas al día siguiente. ¿Se arrepiente usted de estar aquí, con nosotros, en el bosque?

La princesa Uli me miró con fijeza, sorprendida por mi réplica. Rinan pasó una mano etérea por su cabellera transparente y, rompiendo la solemnidad de mi discurso, lanzó:

—Y pues… vaya. ¿Y quién es ese amigo, Deyl?

Mis labios se encorvaron en una sonrisa traviesa.

—Es el amigo del que te hablaba justo antes. Ese al que vamos a visitar en Ahinaw.

La princesa agrandó sus ojos azules.

—Veo que no me lo habéis contado todo. El pulpo tal vez no esté en Ahinaw, entonces.

—Francamente… no lo sé —confesé, prefiriendo no hablar demasiado de pulpos—. Pero mi amigo nos alumbrará, se lo prometo.

La joven tuvo una frágil sonrisa.

—¡Ah! Lo prometes. Me parece que ambos prometéis las cosas más que apresuradamente.

Hice una mueca y ella se carcajeó.

—Ya está, ya me has devuelto mi buen humor —declaró—. Sigamos. Quiero salir de este bosque mañana al alba.

Rinan y yo fruncimos el ceño.

—Pero… ya es casi de noche, princesa —le hice notar—. No saldremos nunca del bosque mañana al alba.

—Princesa —dijo Rinan a su vez—, ¿no pretenderá seguir avanzando a oscuras?

La princesa, que ya se alejaba, se giró, como divertida.

—¿No dicen que los fantasmas salen de noche? ¡Venga! ¿Es que acaso estáis cansados?

La pregunta me hizo súbitamente reflexionar. No, no estaba cansado. Estaba harto de llevar esa camisa con el cuaderno, pero aparte de eso estaba en plena forma. Bueno, todo lo que un fantasma podía estarlo, claro. No tenía ni hambre.

Rinan había debido de seguir los mismos pensamientos porque en ese instante resopló.

—¡Alteza! —llamó, corriendo detrás de ella viendo que esta seguía andando. Me apresuré a seguirlo—. ¿Está segura que no necesitamos dormir?

—¡Un fantasma no puede dormir! —replicó ella—. Ahora, sin mi torre, ¡no dormiremos más hasta que no hayamos matado el Pulpo de las cuevas del Infraviento! —decretó y soltó una risita—. Y eso da igual que lo prometáis o no, seguirá siendo verdad de todas formas.

Rinan me echó una mirada afligida.

—Me va a costar acostumbrarme —gruñó en un murmullo, junto a mí.

—Y a mí —dije. Durante esos últimos diez años, dormir había sido uno de los escasos momentos en los que había podido olvidar todo lo que era… Suspiré—. Se me va a hacer largo.

Muy largo, añadí para mis adentros, mientras la noche caía completamente sobre nosotros y la Luna se elevaba poco a poco en el cielo, más allá de las copas de los árboles.

Seguimos andando. Yo que había sido entrenado por Isis para andar en silencio y pasar desapercibido a la vista de todos, tenía la impresión de que ni un alma, en torno nuestro, percibía nuestra presencia. No resonó ningún crujido bajo nuestros pasos, no rechinó ninguna rama. Éramos dos siluetas apenas visibles que seguían a otra a través de las tinieblas.

Cuando el cielo se aclaró, la princesa Uli rompió el silencio.

—Ya casi estamos —anunció.

—No me lo creo —masculló Rinan—. Deyl y yo tardamos días enteros en encontrar su torre. No podemos haber llegado a los lindes.

La joven hizo una mueca.

—Pues os lo digo yo.

De hecho, unos minutos después, los árboles se hicieron menos tupidos y más pequeños. Finalmente, desembocamos sobre un camino. Al verlo, ahogué una exclamación de sorpresa.

—¿Eso es el Camino de Cantor? —preguntó Rinan, rascándose una mejilla transparente. Personalmente, me pregunté si le picaba de veras.

Uli ladeó la cabeza.

—¿El Camino de qué? Más bien se trata del Camino de los Alvales.

Rinan hizo un mohín.

—Sí, eso quería decir. El Camino de Cantor es el nuevo nombre que le han dado.

La princesa se sobresaltó.

—¿Qué? ¿También cambiaron los nombres de los caminos? A ese usurpador le faltaban unos cuantos tornillos —gruñó con vivacidad. Posó un pie sobre el camino pavimentado y volteó bruscamente—. Dejad que lo adivine, ¿también cambió el nombre de los templos?

Puse los ojos en blanco.

—No, esos los destruyó. En honor a Ravlav.

—Ravlav —masculló ella con desprecio. Sacudió la cabeza—. Todo esto es ridículo.

—En cambio, todos los nombres de las calles de Eshyl cambiaron —la informé—. Pero a mucha gente aún le cuesta acostumbrarse.

La princesa Uli tenía un aire sombrío.

—Todo esto es ridículo —repitió—. ¿Y el reino? ¿Funciona?

Su pregunta nos divirtió a ambos.

—Oh, va tirando —aseguró Rinan.

—Podría ser peor —añadí yo.

Rinan y yo intercambiamos una mirada y nos carcajeamos. Uli nos contemplaba, intrigada.

—¿Por qué os reís? —inquirió.

Rinan se encogió de hombros.

—En realidad, estos dos últimos años han sido bastante terribles. Tuvimos las revueltas de los Oronis y luego también los bárbaros saquearon bastantes granjas. Pero como el rey estaba enfermo y los Consejeros pensaban más en sus placeres y sus recreos que en el reino… —Se interrumpió de pronto, recordando a quién estaba hablando. Carraspeó—. Por supuesto, hubo algunos Consejeros que intentaron llevar a cabo algunos planes y, finalmente, todo se calmó, hasta la muerte del rey.

—Del Usurpador.

—Eso.

La princesa adoptó una expresión pensativa.

—Y dices que todo se calmó, hasta su muerte. ¿Y luego? —preguntó.

Mi hermano me miró con el rabillo del ojo antes de contestar:

—Luego, no sé muy bien lo que sucedió: apenas nos quedamos unos días en Eshyl. Teníamos una tarea que cumplir fuera del reino. Pero creo que los problemas aún no están resueltos.

—Ya veo. —La princesa juntó las manos y las colocó sobre su cabeza, con una pose meditativa, y entonces retomó—: Así que vosotros teníais una tarea que cumplir. Teníais que encontrarme, ¿no es eso?

—Sí, entre otras cosas, eso es —asintió Rinan, sin entrar en los detalles.

La joven dejó caer sus brazos y declaró:

—Francamente, si queréis saber mi opinión, ese reino está habitado por chiflados. Revueltas, saqueos, reyes que cambian las calles de nombre… Prefiero no pensar en ello. —Indicó una dirección con el dedo—. Ahinaw, es por ahí.

Hacia el norte, aprobé. Miré, divertido, a la princesa avanzar con un andar entusiasta por el camino. Los rayos de sol la atravesaban, iluminándola toda entera. Tenía la impresión de que, al ser ahora yo mismo un fantasma, conseguía distinguirla mucho mejor. Levanté los ojos hacia el horizonte. Cinco años antes, había pasado por ese mismo camino… Ojalá no cayese esta vez en manos del Príncipe Evitado porque eso hubiera significado para mí una muerte segura. Aunque, considerando mi estado, era probable que el príncipe loco no me reconociese. No se perdía nada por tener fe.