Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa
«¡Drey, Drey!»
Estaba arrancando unas hierbas altas al lado de las escaleras que conducían a la casa. Viendo llegar a Livon, tuve como un déjà-vu. Sonrió… pero esta vez no permutó conmigo para ahorrarse el esfuerzo de subir los escalones. Tampoco pareció querer subir. Soltó:
—«¿No has olvidado qué día es hoy, verdad?»
Puse los ojos en blanco. Livon no se despertaba pronto más que en escasas ocasiones. Y ésta era una particularmente importante.
Me enderecé.
—«Claro que no. ¿Traes las provisiones?»
—«Para una semana. ¡Tengo todo en el saco!»
—«Entonces…» Eché una ojeada hacia el cielo. Los rayos de sol bañaban ya de luz la colina. «Voy a coger mis cosas y mi diamante de Kron.»
—«¿Nos vamos ya?»
Sonreí de soslayo.
—«¿Prefieres esperar a mañana?»
—«¡Ni hablar!» resopló Livon.
Je. Tenía prisas. Era de entender. Hacía semanas que esperaba el derretimiento de la nieve para poder ponerse en camino, desde que yo le había explicado mi plan para destruir la varadia y salvar a Myriah.
Jiyari todavía dormía, pero Yánika estaba despierta.
—«¡Firasanos, Firasanas, que tengáis buenas mañanas!» dijo mi hermana, como una canción. Repetía una divisa que se había vuelto de moda en Firasa este invierno.
Sonreí.
—«Buenos días, Yánika. Me voy con Livon. No te saltes las comidas. Si tienes un problema, llama a los Ragasakis. Y no abras la puerta a ningún desconocido.»
Percibí claramente el aura exasperada y divertida de mi hermana.
—«Jiyari está conmigo. Y voy a cumplir catorce años este año, hermano. Ya no soy una niña.»
Hice una mueca y desordené sus trenzas rosas.
—«No te creo, Yani: no has crecido ni una pizca.»
—«¡Sí que he crecido! ¡Hasta soy más grande que Zélif!»
Su réplica infantil me arrancó una ancha sonrisa. ¿Estaba comparando su talla con la de una faïngal? Dándose cuenta de que había caído en mi trampa, resopló y dijo:
—«Buen viaje. ¡Pásalo bien con Livon! Y…» Sus ojos negros centellearon. «En cuanto a ella… Espero que vuelva con nosotros.»
Sonreí.
—«No lo dudes.» Habiendo cogido mis cosas, salí por la puerta y añadí: «Tu hermano mayor es un genio que ha aprendido a destruir el diamante de Kron como mantequilla en menos de un año: la salvaré sin falta.»
—«El genio, es Tchag, por haber encontrado el método,» replicó Yánika. Tch… Tenía razón. En el marco de la puerta, levantó una mano hacia el permutador, que esperaba delante de nuestro jardín florido con impaciencia. «¡Hola, Livon! ¡Que os cuidéis, los dos!»
—«En marcha,» dije.
Con paso rápido, cogimos el camino hacia el río, cruzamos un puente y salimos de Firasa hacia el sur. Estábamos subiendo montes ya cuando Livon, extrañamente silencioso hasta ahora, preguntó:
—«Drey… Estás seguro de ti, ¿verdad?»
Quería creerlo pero le costaba guardar aún esperanzas, después de tantos años… Su mano apretó torpemente la lágrima dracónida que colgaba de su cuello.
El alma de Myriah había sido capturada en esa lágrima desde que, por un descuido, yo había colocado ésta sobre la varadia que rodeaba su cuerpo. Desde que Rao la había sellado con sus técnicas bréjicas para protegerla, Livon no había podido intercambiar una sola palabra con la que consideraba como su maestra de permutación y su primera amiga.
La única manera de despertar a Myriah era devolviéndola a su cuerpo. Sin embargo, este último estaba todavía en la cáscara indestructible, escondida en una cueva de las montañas. Pero, después del episodio de la isla de Daguettra, había comprendido que, en realidad, la varadia no era más que otro nombre para referirse a la roca-eterna. Y, como lo había descubierto gracias a Tchag, resultaba que el diamante de Kron era el único material capaz de alterar esa roca indestructible, empujándola y deformándola. Con un solo diamante de Kron, era imposible abrir un paso hacia el cuerpo de Myriah pero… ¿y si tuviese más de uno? Así que había dedicado horas y horas este invierno a reducir mi diamante de Kron en polvo… Guardaba preciosamente el resultado de mi trabajo en una cajita. Si lograba crear una nube de polvo de Kron con mi órica… ¿no sé apartaría la roca-eterna para, al fin, liberar a Myriah? Eso había pensado. Y estaba casi seguro de que mi plan funcionaría, pero, a pesar de mi seguridad delante de Yánika, siempre podía haber variables que ignoraba…
Livon me palmeó el hombro.
—«Olvida mi pregunta. Siempre es mejor intentarlo.»
Para salvar a Myriah, estaba dispuesto a todo. Hasta se había puesto en contacto con la Kaara para conseguir informaciones. Así que no iba a detenerse ahora.
Me encogí de hombros y le adelanté diciendo:
—«No suelo hacer falsas promesas.»
Livon se rió.
—«¡Te creo!»
El viaje fue más fácil que cuando Livon me había llevado a ver a Myriah por primera vez. También fue más tranquilo, a pesar de nuestras prisas por llegar.
Alrededor de nosotros, los bosques reverdecían bajo el sol de primavera, las florecillas de las montañas se despertaban después del invierno, y los riachuelos, cargados de agua, bajaban las pendientes con la alegría de un recién nacido.
Llegamos a la cueva de Myriah al segundo día. Como prometido, nos esperaban ahí Rao y Kala. La brejista había aceptado ayudarnos a trasladar el espíritu de la elfa centenaria a su cuerpo.
—«¡Llegáis tarde! ¡Llevamos tres días esperándoos!» soltó Kala.
Por algo les habíamos dado la fecha exacta para el encuentro…
—«Como siempre, tienes cara de saber contar, Kala,» lo lisonjeé, burlón.
—«La misma cara que tú,» replicó mi doble. «¿Qué tal va Naarashi?»
La pequeña bola de pelos chilló para saludarlo. Sonreí y, girándome hacia Rao, pregunté:
—«¿Y los demás Pixies? ¿Todos bien?»
—«De maravilla,» contestó la brejista. Sus ojos resplandecieron cuando añadió: «Incluso los nuevos Pixies. Somos cada vez más.»
Quería hablar de las víctimas de los laboratorios de Dágovil. Por lo tanto, había seguido destruyendo esos lugares maléficos… Sólo podía admirarla por ello.
Después de tanto tiempo sin noticias, iba a hacer más preguntas, pero, en ese instante, noté la expresión de Livon. Mi amigo tenía los ojos clavados en la entrada de la cueva con angustia. Intercambié una mirada con los dos Pixies, y Rao esbozó una sonrisa. Sugirió:
—«Dejemos las charlas para más tarde.»
Asentí con la cabeza y entramos en la cueva.
Las estaciones, afuera, bien podían cambiar cientos de veces, la elfa rubia atrapada en la roca-eterna permanecía igual de bella e inmóvil. Livon se sentó en una roca de la pequeña caverna y se quedó mirando largamente a Myriah. Un respetuoso silencio transcurrió, hasta que dije:
—«¿Estás listo?»
Livon asintió con la cabeza.
—«Sí.»
Después de una breve vacilación, le dio la lágrima dracónida a Rao. Ésta prefería utilizar el terreno ventajoso de la roca-eterna para desplazar el espíritu y devolverlo al cuerpo. Decía que eso le facilitaría la tarea. Media hora más tarde, anunció:
—«El traslado está hecho.»
¿Ya? Había terminado más rápido de lo que pensaba… Pero, dada su experiencia con la manipulación de la bréjica, no sé por qué me sorprendía.
Ahora, me tocaba a mí.
Me puse a ello. Abrí mi caja con mi diamante de Kron reducido en polvo y, con delicadeza, coloqué los granos de manera estratégica para poder controlar sus movimientos gracias a mi órica. Para abrir un camino hacia Myriah, iba a tener que crear una grieta por la cual los granos de diamante empujarían la roca-eterna hacia los lados. Si todo iba bien, el cuerpo de la elfa se liberaría. Si todo iba mal… se destruiría. Pero…
“Uno nunca llega a nada si no tiene confianza en sí mismo.” habría dicho Yánika.
Sonreí interiormente, verifiqué mi obra, la verifiqué de nuevo… y luego me concentré. Realicé un gesto con la mano. El viento se levantó.
La roca-eterna se apartó como una ola y los granos de diamante de Kron abrieron un paso. Cuando éste fue lo bastante ancho, Livon y Kala se precipitaron en el interior para sacar a Myriah de ahí.
—«¡Ya… Ya está, Drey!» lanzó Livon.
Recogí el polvo de Kron en una burbuja y la guardé en la caja. No había perdido más que algunas migajas. En cuanto a Myriah…
—«¡Myriah! ¡Myriah! ¡Abre los ojos si me oyes!» exclamó Livon.
Tumbada sobre la capa del kadaelfo, la bella elfa rubia abrió los párpados, cruzó la mirada inquieta de Livon y sonrió ligeramente.
—«De veras lo has conseguido, discípulo mío.»
Su voz estaba ronca. Una ancha sonrisa incrédula iluminó la cara de Livon. Entonces, con lágrimas en los ojos, se rió.
—«No lo habría conseguido solo. Es gracias a Drey y a los Pixies del Caos. Es gracias a todos mis amigos. Y también es gracias a ti.»
Reía y lloraba a la vez. De reojo, vi a Orih que asomaba la cabeza por la entrada de la cueva. Había notado su presencia, durante nuestro viaje. Movida por algún pensamiento extraño, no se había atrevido a decir a Livon que venía. Descubrió sus dientes afilados de mirol y se adelantó adentro, exclamando:
—«¡Ragasakis! ¡Pixies del Caos! ¡He traído carne para festejar la ocasión!»
Kala se entusiasmó. Puse los ojos en blanco. Comer carne, eso era una manera muy mirol de festejar, pero… Le hice notar:
—«Quizás no esté muy recomendado, después de tantos años sin haber comido nada…»
Me interrumpí cuando Myriah se enderezó con energía y, haciéndosele claramente la boca agua, preguntó:
—«¿Asada o tostada?»
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Fin de la serie Los Pixies del Caos!