Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
Cuando unas manos me agarraron para sacarme del estómago de la aórgona me di cuenta de que el frío de aquel almacén había amodorrado mis sentidos. ¿Cuánto tiempo había pasado? No tenía ni idea. Sólo recordaba haber estado pensando en el pasado, en Yánika, Lúst… y la diplomacia. Diplomacia, me repetí. Eso era lo que necesitaba ahora.
Salí en volandas, aterricé en la piedra fría del almacén y pestañeé ante la luz, tiritando. La silueta que se alzaba ante mí con una linterna era alta, morena y llevaba gafas. No era el Príncipe Anciano, pero lo reconocí.
—«¿Waïspo?» solté.
Era el fan de la contadora de historias Sirigasa Moa, uno de los seguidores del Príncipe Anciano. Waïspo sonrió enseñando sus colmillos.
—«Te acuerdas de mí. Es cierto que en unos meses no he cambiado tanto como tú.»
Sus ojos miraban de manera elocuente mi cuerpo cubierto de líneas negras y rojas. Ignorando a los demás vampiros, me levanté y dije:
—«El Príncipe Anciano quiere hablarme, ¿no?»
Waïspo confirmó con un gesto de cabeza.
—«Sígueme, por favor.»
Obedecí sin aspavientos, dejando que me maniataran de nuevo. En verdad, sentía curiosidad por saber qué era lo que el Príncipe Anciano quería decirme. Sobre todo tras enterarme de que su relación con Lotus y los Pixies distaba de ser superficial.
Seguí a Waïspo y los demás vampiros fuera del almacén y pasamos por la plaza de la caverna de Loeria donde había transcurrido la fiesta. Ahora, el lugar estaba tranquilo, limpio y sin mesas. Pero seguían viéndose en la arenilla del suelo regueros de sangre vertida.
Echando un vistazo a las casas cavadas en la misma roca de color arena, estimé que el pueblo de Loeria debía de haber sido habitado por unas doscientas almas. Mientras seguía a Waïspo por la calle principal, vi a vampiros entrar y salir de las casas como si fueran las suyas propias y me ensombrecí.
—«Los habitantes… ¿Los matasteis vosotros, eh?» pregunté.
Waïspo giró levemente la cabeza pero no contestó y no hice más preguntas. Sabía que los vampiros vivían de beber sangre y que los saijits, para ellos, eran una comida exquisita pero…
—«Es una lástima,» dejé escapar.
Waïspo se había detenido ante un edificio de dos pisos y de muros gruesos, que descollaba entre los demás. El vampiro se giró hacia mí con una mueca molesta.
—«Puede,» reconoció.
Por su respuesta, adiviné que, al menos, él no aprobaba la matanza de saijits.
Entré en la casa preguntándome si, finalmente, Kala no tendría razón diciendo que el Príncipe Anciano no tenía intenciones de dejarme con vida. Después de todo, ¿por qué lo haría? Yo era un Arunaeh, es cierto, pero eso a un vampiro ¿qué le importaba? Era un kadaelfo con varios litros de sangre, como cualquier kadaelfo. Los vampiros no tenían por qué temer las represalias saijits: ninguna autoridad kozereña con suficiente fuerza iba a querer proteger un territorio tan perdido como aquél. Así que a Loeria no iba a venir nadie. Nadie que pudiera salvarme ni retomar Loeria.
La sala en la que entramos, vacía de muebles, estaba por el contrario bien guarnecida de vampiros armados. Entre ellos, reconocí a los compañeros del Príncipe Anciano que habían estado en el cráter, en la región de Skabra, pero había una buena mitad cuyos rostros no reconocí en absoluto, exceptuando a uno de los cazadores del día anterior, el del pelo azul, que me sonrió… aunque no supe si era una sonrisa de bienvenida o una sonrisa dedicada a un plato especial.
De pie, junto a unos sillones, charlaban el Príncipe Anciano y el vampiro al que yo había identificado como el líder del clan que ocupaba Loeria. Ambos giraron sus ojos hacia mí cuando me acerqué, empujado suavemente por la mano de Waïspo. El líder alzó un índice y dijo algo. Probablemente pedía que no me acercase demasiado. Me detuve. El Príncipe Anciano no me quitaba el ojo de encima.
—«Buen rigú, Drey Arunaeh.»
Si me daba el buen rigú, ¿significaba que ya había pasado todo el o-rianshu? Diplomacia, me dije. Kala estaba muy agitado, pero esta vez se atuvo a su promesa. Incliné la cabeza.
—«Buen rigú.»
Satisfecho al ver mi tono civilizado, el Príncipe Anciano se giró hacia el líder.
—«Te presento a mi nieto, Dakoz. Llámalo ajrob si te diriges a él. En nuestra cultura, así llamamos al líder de un clan: faltar a la etiqueta puede considerarse una grave ofensa. Si no te importa, me sentaré. A mis años ya, las piernas se resienten.»
Sonrió y tomó asiento al tiempo que Dakoz, el ajrob, esperaba unos instantes por educación antes de sentarse a su vez. Los ojos del ajrob eran de lejos más hostiles que los del Príncipe Anciano, pero los de este, que rezumaban como siempre una honda sabiduría, tampoco me daban buena espina.
En la sala, detrás de los sillones, reconocí a Limbel, el vampiro que había liderado a sus hombres para salvar a su Príncipe Anciano herido. Estaba serio. Al contrario que otros, que me miraban con sorna y diversión, él se atenía a su papel: proteger al Príncipe Anciano. Sin embargo, tal vez después de haberme visto saltar a la garganta de su príncipe, estaba más tenso de lo normal. No había atisbo de amistad en sus ojos.
Entonces, el Príncipe Anciano retomó la palabra.
—«¿Quién hubiera dicho que nos volveríamos a ver tan pronto, Drey Arunaeh? Espero que no te hayas sentido molesto por lo de ayer. Créeme o no, bebí tu sangre creyendo que era sangre de demonio.»
¿Me estaba dando excusas? No parecía: hasta se rió de la gracia. Suspiré de escepticismo.
—«¿Un demonio? ¿En serio me parezco tanto a uno?»
—«No,» reconoció. «Un experto cazador de demonios no se equivocaría y yo, de haberte visto más de cerca, tampoco.» Una manera de decir que estaba un poco cegato, suspiré. «Sin embargo,» sonrió, «no me arrepiento de haber bebido tu sangre. Algunos dicen que la sangre de demonio es más sabrosa que la de un saijit, pero se equivocan: los demonios son saijits. Lo que hace la diferencia, como suelo decir, es el plasma sanguíneo. Y ese se cambia con el régimen alimenticio. Proteínas, glúcidos, lípidos, hormonas… Densidad y nivel de coagulación para la textura. Si la sangre posee un equilibrio perfecto, entonces el sabor será perfecto. Y el tuyo era una verdadera delicia, asombroso, mejor que el de tu amigo de sangre verde, Yeren, si mal no recuerdo. Tan exquisita que hasta a mi edad me emborraché un poco,» confesó. Sus ojos chispearon. «Como dicen, cuando bebas sangre, recuerda la fuente. Por eso, te doy mis más sinceras gracias.»
El viejo experto catador de sangre parecía realmente agradecido por el festín. Sonreí con mordacidad.
—«De nada. Si por otro vaso me dejas libre, te lo doy encantado.»
El Príncipe Anciano rió quedamente.
—«Gracias por la oferta, pero no creo que necesite hacer promesas de esas para sacarte otro vaso, joven saijit.»
Fruncí el ceño.
—«¿Y tus ideales, anciano? La convivencia entre saijits y vampiros, ¿se te ha olvidado?»
El anciano sonreía.
—«Mira, hijo. Mis ideales siguen en pie. Pero mi nieto, aquí presente, me invitó a una fiesta para festejar mi centésimo cumpleaños. Era una ocasión especial. Además, como digo, creí que eras un demonio. Los demonios y los vampiros mantienen un odio visceral que nada tiene que ver con las relaciones entre los vampiros y los saijits normales. Ellos alaban la Vida y nos odian porque, para ellos, representamos la muerte.»
—«Entiendo,» repliqué con igual calma. «De modo que hicisteis de mí un plato de lujo para el cumpleañero.»
—«Así es,» me felicitó el Príncipe Anciano, recostándose en su sillón. «Pero tranquilo: demonio o no, sigues siendo un plato de lujo.»
—«Me preocupaba haber bajado de categoría,» repliqué. «¿Y qué hay de los habitantes del pueblo? ¿Esos también os los bebisteis para festejar el centésimo cumpleaños?»
El Príncipe Anciano frunció el entrecejo.
—«Esos… ya estaban muertos cuando yo llegué. No nos juzgues, saijit: todo el mundo tiene derecho a vivir, ¿no? Desde que los saijits de Lédek nos atacaron por culpa de los Shigan, la noticia se propagó entre los clanes y el malhumor también. No puedes culparlos sin culpar a los saijits que los obligaron a romper sus promesas.»
¿Sus promesas?, me repetí. Haciendo un ademán hacia el líder del clan, el Príncipe Anciano aclaró:
—«Mi nieto fue educado para respetar la vida de los seres bípedos como los saijits. Durante toda su vida ha sido estricto consigo mismo, no probó la sangre saijit, bebía sangre sin matar, compartía mi punto de vista sobre el mundo… Pero desde que sus padres, igual de idealistas, fueron asesinados por saijits, cambió de opinión, y no se lo echo en cara. Cada uno ha de decidir si los saijits merecen ser mejor tratados que los conejos.»
Miré al tal Dakoz, que escuchaba en silencio con expresión cerrada, y sentí un escalofrío pese a mi Datsu desatado. Inspiré.
—«¿Y tú, Príncipe Anciano? ¿Crees acaso que los saijits merecen más que los conejos?»
Los ojos del viejo vampiro chispearon.
—«No, no lo creo. Pienso que los saijits son capaces de compartir conocimiento con nosotros, pienso que nos podemos ayudar mutuamente, pero también pienso que la mejor de las convivencias sería una en que los saijits nos vendieran su sangre y, a cambio, los alimentaríamos y protegeríamos. Tal y como hice en el pueblo de Lédek. Sin embargo, no funcionó.»
Sentía que Kala se rebullía en mi interior sin poder evitarlo. Sabía que estaba tratando de no romper el acuerdo pero otra cosa es que lo lograra. Fuese como fuese, era por su culpa que mi corazón latía más rápido y por su culpa que mi respiración se hacía jadeante. Advirtiéndolo, el Príncipe Anciano soltó:
—«Parece ser que el Datsu no te protege tanto como quisieras, Arunaeh. Ni parece haber funcionado la fusión de la que hablaba Lotus.» Enarcó las cejas. «Has reconocido el nombre, ¿eh? Dime, ¿me equivocaría si afirmase que sabes de primera mano que los Pixies no son una leyenda?»
—«Tengo a uno dentro y lo sabes,» dije.
El Príncipe Anciano asintió, reflexionando. Había llegado al tema clave.
—«¿Dónde está la lágrima dracónida que me enseñaste la última vez?»
—«Se la presté a un amigo.» Carraspeé bajo su mirada insistente. «En aquel momento, ignoraba lo de Kala.»
—«Kala,» repitió el Príncipe Anciano irguiéndose en su sillón. «Así que es él. El golem de acero.» Bajó la mirada hacia mi mano derecha. «Veo que elegiste colocar ahí la marca de Sheyra. La última vez que lo vi, Liireth llevaba ese mismo símbolo en la palma de la mano. En cambio, Rao lo llevaba en la frente.» Sentí el estremecimiento mental de Kala y me tensé. «¿Puedo saber qué significa?»
Mascullé por lo bajo.
—«Algún capricho por hacerse especial, qué sé yo. No sé por qué añadieron las tres líneas, pero bien sabes que este es el símbolo de Sheyra, la divinidad a la que nosotros, los Arunaeh, nos dedicamos. Y Lotus era Arunaeh. Lo tienes que saber si lo conociste en el laboratorio. Kala me contó la fábula que les enseñaste en ese sitio. No sé qué lío os traéis con la Sabiduría y el Caos y esas historias, pero él cree que no nos dejarás con vida. Y yo digo que no te conviene matarme.»
El Príncipe Anciano unió las manos con una tranquilidad que a mí me costaba cada vez más imitar.
—«No me conviene, es cierto,» admitió. «Quiero que me hables de lo que sabes. Puedes hablar ante todos: los vampiros conocemos la historia de los Pixies. No es un secreto de dónde vienen ni su vida llena de sufrimiento. Fuera del laboratorio, actuaron como presas perseguidas asaltadas por el miedo, el sufrimiento, la desesperación… Sabemos a ciencia cierta que fueron los Pixies los que destrozaron la Torre Maga de Dágovil y los cantos populares les atribuyen mil otros desastres, pero ¿qué hicieron en realidad? Las leyendas esconden fácilmente la verdad. Como la leyenda del Gran Mago Negro. Aquí, todos los vampiros saben que Lotus, el que se convertiría en el Gran Mago Negro, fue en su tiempo mi benefactor. No es ningún secreto.» Sus ojos se clavaron en los míos. «No maté a Lotus. Insinuarlo es un insulto a mi nombre, Kala. Lotus era un amigo mío, que me salvó la vida ayudándome a escapar de un laboratorio de saijits. Parece ser que no conoces toda la historia.»
—«Él dice que lo envenenaste,» apunté con voz tensa. «Rao vio el frasco que le diste.»
—«Sí…» El viejo vampiro asintió lentamente. «Cuando Lotus intentó evadirse con vosotros y fallasteis, los científicos experimentaron con él y su mente sufrió grandes daños. Eso lo sabías, ¿verdad, Kala? Tú estabas con él. Viste con tus ojos sus ataques nerviosos. Nunca se perdonó a sí mismo por lo que os hizo padecer con sus colegas de oficio. Por eso, se obsesionó con vosotros. Cuando salisteis al fin del laboratorio, se prometió que os salvaría aunque eso significase utilizar métodos infames de reencarnación. No conocía ya ningún límite, pero a veces recordaba cómo había sido antaño. Y me pidió que lo ayudara. Ese frasco,» continuó, «contenía una solución especial que pretendía arreglarle la mente y neutralizar completamente el Datsu.»
Fruncí un ceño trémulo.
—«Entonces, ¿mi familia no pudo reparar su Datsu?»
—«No. Antes de la guerra, Lotus le pidió ayuda, pero vuestra familia al parecer… no pudo hacer nada por él. Cuando lo vi aquella vez, su Datsu seguía ahí, deforme y alocado.» Levantó de nuevo sus ojos sabios hacia los míos. «Estuvo de acuerdo para beberse la poción. Pero, por lo que oí luego, esta no tuvo un efecto tan benéfico como esperaba… Créeme, Kala, sólo quería salvarlo, de su Datsu desbaratado y de sus actos. Se lo debía. Y fallé. Ni pude curarlo, ni pude impedir que desapareciera. Pero tal vez me quede una oportunidad para ayudarlo. Según me contaron, al final de la guerra, unos Zorkias lo acorralaron y abatieron cerca de Dágovil capital. Sin embargo, me cuesta creer que el Gremio ordenara que lo mataran sin siquiera interrogarlo. Ojalá… los Pixies puedan confirmar un día que está vida.»
Sonrió. Kala jadeó y me atraganté con la saliva. Cuando recuperé el aliento, murmuré:
—«Creo que Kala también duda de su muerte. Y, sin embargo, te acusa de haberlo matado. Tengo la impresión de haber heredado el Pixie más listo de los ocho… En fin, le hice prometer que no intervendría,» apunté. «Por eso no habla.»
El anciano emitió un gruñido divertido.
—«¿Y te hace caso? ¿A ti, un saijit? Creía que Kala los odiaba.»
Retomé cierta compostura afirmando:
—«Les tiene manía. Al fin y al cabo, la mayoría de los saijits a los que conoció lo maltrataron y mutaron sin compasión alguna. Puedo entender que esté algo traumado.»
—«¿Oh? Eres comprensivo. Como Lotus lo fue. Lo que no me explico es por qué Kala lo perdonó por haberlo tratado como cobaya durante toda su infancia, y por qué eligió reencarnarse en un Arunaeh. ¿Acaso ignora que su tan querido salvador actuaba en ese laboratorio con el acuerdo de su clan y que filtraba informes sobre los experimentos? Tu familia tal vez no lideraba el laboratorio, pero lo infiltró y se aprovechó de los descubrimientos como todos esos saijits, a costa de la vida de unos niños.»
Sus palabras me estremecieron. ¿De modo que Lotus había actuado como espía dentro del Gremio? ¿Sería eso lo que Yodah pretendía decirme? Tenía que haber algo más.
—«Por esas fechas,» retomó el Príncipe Anciano con voz serena y pausada, «fue cuando el Gremio de las Sombras se hizo con el poder de Dágovil oficialmente. Y los Arunaeh les prestaron sus servicios. Sin embargo, un día, unos dagovileses acusaron al Gremio de usar ‘magia negra’. Y, entre varios chivos expiatorios, fueron encarcelados tres Arunaeh. ¿Te suena la historia, verdad? Esos tres, ni eran inocentes, ni eran los únicos culpables de llevar a cabo experimentos sobre mentes, pero los del Gremio aprovecharon para intentar sacarles información. En una década apenas, los Arunaeh habían logrado grandes avances en sus artes bréjicas por diversos métodos y ese conocimiento valía oro. Al final, no creo que el Gremio sacara gran cosa… ¿No se dice que los Arunaeh no ceden ante la tortura? Pero la reputación de celmistas descarriados se la llevó tu familia y no ellos. Soltaron a los Arunaeh, hicieron las paces y, entre otras cosas, tu clan mandó una orden de regreso a Lotus para que dejara los laboratorios y regresase a la isla. Pero Lotus se negó. Ya para entonces, había hablado conmigo largo y tendido y se había convencido de que tenía que actuar por el bien de Sheyra. Me había salvado a mí y se metió entre ceja y ceja salvar también a los niños supervivientes, a los que sus compañeros no daban ya más que unos años de vida. Y ese loco los salvó. Y durante largos años se desvivió por ellos y fue perseguido por el Gremio.»
Aguardó unos segundos, parpadeó lentamente y echó una ojeada a su nieto impasible antes de añadir:
—«Se diría que ya sabías todo eso.»
De pie, rodeado de vampiros, tragué saliva. No, no lo sabía. No tenía ni idea. Pero estaba seguro de que los Arunaeh habían actuado así por una razón. Sus actos siempre iban acorde con Sheyra. Siempre.
Meneé la cabeza.
—«Soy destructor, no brejista, ni pertenezco al linaje heredero. No sabía nada de esto. Pero les doy tanta credibilidad a tus palabras como a cualquiera que pronuncie un ser vivo extraño a mi familia. Es decir, la justa.»
El Príncipe Anciano suspiró.
—«Entonces, veamos qué credibilidad les doy a las tuyas. Te toca a ti contarme lo que sabes, Arunaeh.»
—«Si deseas conocer el paradero de Lotus, lo ignoro,» repliqué. «No sé dónde están los demás Pixies.»
De ninguna manera iba a traicionar a Jiyari no conociendo las verdaderas intenciones de aquel viejo vampiro. Este posó su barbilla sobre sus manos unidas y ordenó:
—«Háblame de la vida de Kala. Cuéntame la evasión del laboratorio: por extraño que parezca, Lotus dijo no recordar cómo os evadisteis y yo no recuerdo cómo me sacó de ahí… Es como si mis recuerdos hubieran sido borrados. ¿Tal vez Kala recuerde algo? Y, también, si lo sabes, dime dónde y a quién Rao ha reencarnado ya.»
Nada menos que eso… Espiré lentamente bajo la mirada de todos esos chupasangres. Había acertado al menos en una cosa: el Príncipe Anciano era un ávido acaparador de información.
—«Si te contesto, ¿me dejarás con vida?» pregunté.
—«Con vida,» repitió el Príncipe Anciano. «Mm. De acuerdo.»
Fruncí el ceño.
—«¿Me dejarás libre?»
El viejo vampiro sonrió levemente.
—«Te dejaré con vida si me cuentas el pasado de Kala y te dejaré libre si me cuentas el tuyo.»
¿El mío? ¿En serio le interesaba la vida de un destructor? No dejé correr la oportunidad y asentí diciendo:
—«Mientras no se hable de mi familia, no tengo ningún problema.»
Kala, en cambio, sí que parecía tenerlo y, adiviné, estaba a punto de estallar. Le mascullé:
“Tranquilízate, ¿quieres? ¿Prefieres morir aquí y no volver a ver a Rao?”
Mis palabras lo tranquilizaron sorprendentemente bien. El Príncipe Anciano consultó a su nieto con la mirada e intercambió con él algún gruñido que le arrancó un encogimiento de hombros al impasible ajrob.
—«Está decidido,» dijo el Príncipe Anciano. «Habla.»
Inspiré. Espiré. Y, bajo la mirada de tanto vampiro alrededor, conté lo poco que sabía sobre la masacre del laboratorio, la huida, las persecuciones y los dos años tranquilos pasados en la Superficie.
—«¿Y la evasión?» insistió el Príncipe Anciano. «Quiero más detalles.»
—«No los tengo.»
—«Pregúntale a Kala por ellos,» insistió el Príncipe Anciano, algo impaciente.
Hice una mueca. Attah… ¿Es que creía que era tan fácil hacerle preguntas a un Pixie que se retenía por los pelos de controlarme el cuerpo para saltarle al cuello?
“Kala, no sé por qué le interesa tanto la evasión, pero si recuerdas algo…”
Esperé. Por supuesto, Kala no dijo nada. Ante los ojos interrogantes del viejo vampiro, meneé la cabeza.
—«Está de malhumor.»
El Príncipe Anciano esbozó una sonrisa algo molesta. Sin duda, él debía de percibir su estado de ánimo con su bréjica. Ahora que lo pensaba, Kala no estaba protegido por el Datsu, de modo que… ¿por qué no intentaba leer su mente? ¿Tal vez su saber bréjico no era suficiente para eso? ¿O bien mi Datsu también protegía a Kala de las intrusiones?
—«¿Dónde os reencarnó Rao?» preguntó entonces el vampiro.
—«Bueno… Sabes que Lotus metió a los siete Pixies en unas lágrimas dracónidas,» dije. «Tal vez hasta te las enseñó. Al fin y al cabo, en el cráter, reconociste la mía sin dudarlo, ¿verdad?» Marqué una pausa. «Rao fue reencarnada por Lotus unos años más tarde…»
—«Eso lo sé,» me interrumpió el Príncipe Anciano con calma. «Lotus la reencarnó en una niña que resultó estar gravemente enferma. Considerando la ruidosa leyenda que creasteis en los Subterráneos hace cincuenta años, pensé que vuestro despertar no pasaría desapercibido tampoco, y acabé creyendo que Rao había muerto sin lograr llevar a cabo ninguna reencarnación. Pero me equivoqué. Puede que hasta lograse reencarnarse a sí misma…»
Me escudriñó, interrogante, siempre buscando respuestas… Esbocé una sonrisa, que el estado de ánimo de Kala convirtió en mohín.
—«Quién sabe. Los otros Pixies estuvieron dormidos en las lágrimas durante décadas: tal vez Rao los haya reencarnado a todos incluida a sí misma, tal vez sigan durmiendo. No puedo saberlo, puesto que Kala también dormía.» La cara de Jiyari me vino en mente en ese momento y la rechacé sin perder la compostura. «Sólo sé lo que le ocurrió a Kala. Seguramente porque Lotus era un Arunaeh, decidió reencarnarse en un recién nacido Arunaeh. E, incluso después de ello, siguió dormido: permaneció sellado por mi madre durante diecisiete años en mi mente y despertó hace tan sólo una veintena de días.»
—«¿Cómo despertó?»
Hice una mueca. Aunque, a decir verdad, me alegré de que el viejo vampiro no preguntara “¿cómo se fundió en el recién nacido?”. De ningún modo podía hablarle del Sello.
—«Decidí hacerme examinar por mi familia,» confesé. «Y, en el intento, su sello se rompió.»
El Príncipe Anciano meneó suavemente la cabeza, pensativo.
—«Lo llevas sorprendentemente bien. Supongo que porque eres un Arunaeh. Cualquier otro saijit se habría vuelto loco.»
Me encogí de hombros y hubo un silencio. Esperé que no hubiera más preguntas… El viejo vampiro se aclaró la garganta.
—«Me siento decepcionado,» admitió. «Hubiera imaginado que Rao os habría dejado una pista para volver a reuniros a todos.» Marcó una pausa. «¿No la dejó?»
—«No que yo sepa,» dije. «De haber sabido dónde estaba Rao, puedo asegurarte que Kala habría salido corriendo hacia allá.»
—«¿Y lo habría conseguido?»
Entorné los ojos ante su mirada penetrante. ¿Quería saber quién era más fuerte, si yo o Kala, para controlar el cuerpo? Resoplé y fui sincero:
—«No se lo habría impedido.»
Sus pupilas se encogieron y centellearon.
—«De modo que estás de su lado, Drey Arunaeh.»
Me carcajeé secamente.
—«¿De su lado? Estamos en el mismo cuerpo, abuelo. Si él muere yo muero, si yo muero, él muere. Lo compartimos todo. En cuanto lo entendí, tuve que asumirlo. No se gana nada luchando contra la verdad. Ahora bien,» añadí tras un corto silencio cruzándome de brazos, «me gustaría saber cuáles son tus intenciones preguntándome todo esto. ¿Mera curiosidad sobre los Pixies porque los conociste? ¿O es que tienes algún asunto pendiente con ellos?»
El ajrob soltó unos gruñidos bajos y el Príncipe Anciano asintió con la cabeza con lentitud, su nieto añadió algo y su abuelo sonrió. Al igual que varios vampiros. ¿Qué diablos estarían diciéndose?, me exasperé. Entonces, el viejo tendió una mano hacia Limbel diciendo:
—«Bien. Me preguntas cuáles son mis intenciones para con los Pixies, Drey. Si quieres que sea sincero contigo, ¿no deberías antes ser sincero conmigo?»
Agrandé los ojos. ¿Qué…? Aceptó de las manos de Limbel un cuaderno usado y lo hojeó con paciencia. Fruncí el ceño. ¿Y ahora qué hacía?
—«Hoy, primero de Ciervo,» leyó de pronto, «he dedicado por primera vez una plegaria a Mahúra, diosa del universo, para enseñarle a Orih cómo rezamos los waríes. Ella dice que nunca creyó en dioses: su pueblo de las montañas cree en las Llamas del Mundo, algo que, en mi opinión, se asemeja a la creencia yurí de la Madre Tierra o a la Esencia de los járdicos.» Los ojos del vampiro saltaron un párrafo y continuó mientras yo me ponía lívido: «Nos hemos encontrado otra vez con Jiyari, el humano rubio, en la Plaza del Tagón. Mi hermano y él no se conocían hasta hace unos días, pero siento que los une un vínculo muy fuerte. Es posible que mi hermano tampoco sea consciente de ello, como no era consciente del odio que sentía para con el Príncipe Anciano. Ambos son muy distintos. Mi hermano es más confiado y desenvuelto, Jiyari es más sensible y encantador y, sin embargo, pese a sus diferencias, algo cuando los miro me dice: son como hermanos. ¡Es tan difícil poner en palabras algunos sentimientos! Pero por eso mismo decidí escribir un diario…»
El Príncipe Anciano calló. Yo reflexionaba con rapidez. Mi mochila. Recordé que, en algún momento del viaje, había metido el pequeño saco de mi hermana en el mío para aligerarla. Me había quedado con sus cosas. Y los vampiros lo habían mirado todo. Pese a mi Datsu desatado, sentí una pizca de irritación, seguida de una inquietud bien razonada: ¿hasta qué punto Yánika había escrito su vida en ese diario?
Como adivinando mi preocupación, el Príncipe Anciano soltó:
—«Dos días después, parece que tu hermana se aburrió de escribir un diario y pasó a escribir cuentos y poemas sin sentido alguno. Está claro que ella no sabe quién era ese Jiyari. Pero tú… Me has dicho hace un rato que no sabías dónde estaban los demás Pixies. Si oigo otra mentira salir de tu boca, saijit, disfrutaré de tu sangre hasta la última gota.»
Kala temblaba y rugió mentalmente:
“¡Que no le toque un pelo a Jiyari! ¡No le digas dónde está!”
“No se lo diré,” lo tranquilicé.
Traté de reponerme, pero Kala no me lo permitía. Gotas de sudor recorrían mi cuerpo tatuado, mi pecho subía y bajaba frenéticamente hasta hacerme daño, mis piernas flaqueaban, mi visión se enturbiaba de lágrimas de rabia y terror… Kala no aguantaba más. Decía que iba a morir. Que ese vampiro era un asesino. Yo intenté recordarle que, según el vampiro, este sólo había querido ayudar a Lotus y no matarlo, pero Kala no me escuchaba. Ardía. Chillaba mentalmente de odio. Cerré los puños con la respiración entrecortada. Tras observarme durante un buen rato, el Príncipe Anciano retomó:
—«Cuando salí de ese laboratorio, desprecié profundamente el Gremio de las Sombras y sus experimentos. Pero los Pixies, ellos, despreciaron el mundo entero. Tanto sus cuerpos como sus mentes eran el fruto de décadas de experimentos… Y su manera de pensar y de sentir era anormal y antinatural. Tú debes saberlo si sientes el odio que Kala tiene hacia mí. Creo entender ese odio. Él ha estado convencido durante muchos años que envenené a Lotus y traicioné su confianza…» Asintió para sí al ver mi temblor nervioso. «Supongo que no es fácil para él cambiar de opinión. Siempre ha sido un poco cazurro, incluso de niño,» sonrió. «Pero te aseguro, Kala, que fue Lotus quien me habló de su problema con el Datsu. Él ya sufría, y mucho. Su Datsu estaba estropeado y nadie pudo reparárselo, ni siquiera tu familia. Estuve buscando una solución y, cuando creí encontrarla, pedí ayuda a un alquimista, trabajé junto a él añadiendo mi bréjica y le di a Lotus el remedio con intenciones de devolverle el favor por haberme salvado de esas ratas de laboratorio. Que no te quepa duda, Kala,» clavó su mirada en la mía, «lo hice por Lotus. Él me lo pidió. Tenía momentos de lucidez y sufría también por ello, cuando pensaba en sus actos, disproporcionados e indignos de un sirviente de Sheyra, cuando pensaba que estaba causando más muertes en esa guerra que en todos sus años de experimentos… y cuando se daba cuenta de que los collares de dokohis que había creado eran una de las mágaras más poderosas y terribles que haya creado nunca un brejista. Intenté devolverle la cordura. Además, él estaba atado a vosotros por una promesa, y traté de quebrarla para devolverle su libertad. Su obsesión por salvaros lo hizo llegar a esos extremos. No tienes la culpa de ello, Kala, pero… como amigo suyo, era mi deber ayudarlo, ¿no crees? Hice lo que pude. Lotus dejó la guerra. No lo vi personalmente después de eso, pero oí decir que después de un año mejoró un poco. Me pregunto si, una vez recuperado el juicio, ha sido capaz de aguantar un pasado como el suyo.»
Le devolví una mirada borrosa por la rabia ciega de Kala.
“¡Amigos! ¡Los amigos no hacen eso!” exclamó en un rugido mental. “¡Él acabó queriendo morir! ¡Lo mataste, monstruo blanco! ¡E hiciste que Rao se pusiera triste! Todos estábamos tristes…”
Se ahogó de dolor y traté de recobrar la respiración a duras penas. El Príncipe Anciano meneó la cabeza.
—«Supongo que un odio tan enraizado es difícil de troncar. Siento ese odio con mi bréjica, Drey Arunaeh, lo siento y sé que ese sentimiento es absurdamente intenso. De no ser por tu Datsu, te asfixiaría, te volvería loco… Entiendes que el ser al que proteges no es saijit, ¿verdad? ¿Acaso no te interesa averiguar si es posible quitártelo de la mente?»
Su pregunta me arrancó una mueca de incredulidad. Me ensombrecí enseguida.
—«Olvídalo, anciano. Si me lo quitase, otro saijit tendría el mismo problema. Y si te refieres a matarlo entonces, no, no me interesa. Kala también tiene derecho a vivir. Por otro lado,» agregué, tratando de ignorar mi tono brusco, «de ningún modo vas a saber tú hacer algo así cuando mi familia no ha sido capaz.»
—«¿En serio lo intentó?» retrucó el Príncipe Anciano con leve burla. «¿No has pensado que tu familia podría estar esperando a que Kala encuentre al Lotus verdadero para sonsacarle técnicas bréjicas que sólo él conoce? ¿Tan imposible te parecería?»
Mientras Kala temblaba como una hoja, fulminé al vampiro con la mirada.
—«Desvarías. Si mi familia quiso sonsacárselas, pudo hacerlo antes.»
Por ejemplo cuando había vuelto a la isla, cinco años antes de la guerra, completé para mí. Ese viejo sólo me estaba tanteando a ciegas, a falta de información, entendí. El Príncipe Anciano enarcó las cejas y devolvió el cuaderno de Yánika a Limbel.
—«Supongo que intentar cambiar tu opinión acerca de tu familia es inútil. Los Arunaeh no cambian. Incluido Lotus. Guardáis los secretos de vuestra familia como si fueran lo más importante del mundo.» Sonrió levemente. «¿Pero tan importantes son?» Se levantó sin desviar los ojos de los míos. «Por lo visto, desconoces muchas cosas, joven Arunaeh. Sobre lo que pasó en la guerra. Sobre tu familia. Y sobre el Gremio. No conozco yo tampoco los detalles pero… si quieres ayudarle a Kala a buscar a Lotus, yo que tú preguntaría a tu clan. Seguro que saben algo.»
¿Pretendía acaso ayudarme a encontrar a Lotus? ¿Insinuaba que los Arunaeh sabían dónde se encontraba? La órica empezaba inconscientemente a agitar el aire a mi alrededor y la detuve mientras el Príncipe Anciano mascullaba algo en la lengua de los vampiros. Sentí unas manos agarrarme ambos brazos y protesté:
—«Un momento. ¿Adónde me llevas? Todavía no he hablado de mi pasado como acordamos para que me liberaras. ¿Es que me vas a liberar a pesar de eso?»
—«Ni se me ocurriría,» sonrió el Príncipe Anciano. «Haremos una pausa, eso es todo. Podrás contarme todo lo que quieras, Drey Arunaeh. No tengo prisas. Mañana hablaremos más.»
¿Mañana?, exclamé mentalmente.
Mi cuerpo estaba tan entumecido por las emociones de Kala que, cuando me arrastraron para atrás, tropecé y caí sintiendo una buena decena de alientos malolientes a mi alrededor. Una mano me agarró el pescuezo, otras las axilas para levantarme. El Príncipe Anciano se había ido. El ajrob también, constaté. Tal vez por eso Kala, que se había retenido hasta entonces, dejó escapar un sollozo y bramó:
—«¡Odio a los saijits!»
Me retuve de decirle que estábamos rodeados de vampiros y no de saijits. El Pixie abrió la boca para gritar pero no le salió sonido alguno. Estaba enmudecido, más de miedo e impotencia que de cólera. Hubiera caído de nuevo si los vampiros no nos hubieran sujetado.
Attah… ¿Y decía que Jiyari era más sensible y sentía más? Las emociones de Kala eran tan fuertes que consiguieron acabar de desatar mi Datsu y me quedé observando sin emoción alguna los rostros pálidos a mi alrededor mientras resonaban las lamentaciones ahogadas de Kala en la sala. Los vampiros murmuraban entre sí. ¿El cambio de personalidad los habría impresionado? Poco me importaba. A decir verdad, en ese momento, tan sólo me fijé en algo que sí importaba para mi supervivencia inmediata: tenía sed.
Sólo que Kala seguía atragantándose con el aire y con sus sollozos, su vista se ensombrecía y nuestro cuerpo se hacía cada vez más débil hasta que, de pronto, dejé de pensar y de ver nada.