Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
«Draken me pidió un día que le escribiera una historia en caéldrico. Le dije: pero si casi nadie sabe leer la lengua antigua, ¿para qué usarla? Me contestó: vete a destruir roca.»
Drey Arunaeh
* * *
A la mañana, cuando desperté en mi habitación del templo, volví a pensar en esa época en la que entendía poco de la vida y me pregunté si mis crisis de infancia con el Datsu completamente desatado no habían afectado un poco mi comprensión del mundo.
Bostecé, me estiré, le di los buenos días a Kala y me vestí. Salí del cuarto para comprobar que Reik seguía roncando en la habitación vecina. Habíamos dormido como osos lebrines, constaté, consultando mi anillo de Nashtag. Fui al refectorio y me lo encontré vacío. En la mesa, había una cesta de panes de zorfo cubierta por un lienzo. Agarré dos para mí y otros dos para Reik y tomé el camino de regreso a la habitación de este con intenciones de sacudirlo para despertarlo si hacía falta. Estaba recorriendo el corredor cuando un monje drow de pelo rojizo se me encaró, cortándome el paso. Enarqué las cejas alzando los ojos. Era alto, de ojos rojos como la sangre y labios finos y violáceos. Se parecía mucho a Draken en más joven. Entonces, caí en la cuenta.
—«¿Pargwal de Isylavi?» solté con sorpresa.
Un brillo irónico pasó por los ojos del joven drow.
—«El mismo. Veo que los dos hemos cambiado. Y tú más que yo. Quién diría que me ordenaría antes que tú. Qué irónica es la vida, ¿no?»
Puse los ojos en blanco.
—«Enhorabuena. ¿Y Yemon y Naenarax? ¿También se ordenaron?»
Pargwal se ensombreció.
—«No. Yemon tuvo que renunciar: su hermano mayor murió y tuvo que heredar el título de su padre. Nae… falló las pruebas y se marchó de viaje a entrenar.» Asentí. No era nada raro que un aprendiz de dieciocho años no hubiese conseguido ordenarse todavía. Si Pargwal lo había conseguido, debía de haber mejorado considerablemente estos años. Añadió con tono casual: «Estaba en la cena, anoche. Supongo que no te fijaste.»
No, no me había fijado. Me incliné.
—«Lo siento. Ayer estaba cansado.»
—«No importa. Sabes, ya se me han bajado los humos desde entonces.»
Enarqué las cejas. ¿Se refería a nuestros años de aprendizaje?
—«Pues me alegro,» dije. «Ciertamente, esos años no nos hablamos mucho.»
Mi formulación pareció hacerle gracia a Pargwal y este afirmó:
—«De hecho, muy poco. Me sacabas de mis casillas. Pero, ¿sabes? Así como tú parecías olvidarme del todo, yo no podía olvidarte. Sólo pensaba en sobrepasarte,» sonrió. Su confesión me arrancó una expresión sobrecogida. El drow torció los labios, pensativo. «Si echáramos una batalla rocal ahora, me pregunto quién ganaría. En cualquier caso,» declaró, «el Gran Monje quiere verte.»
Afirmé con la cabeza.
—«Enseguida voy.»
Fui a dejar dos panes en la habitación de Reik y volví a salir arrancándole dos bocados seguidos a los míos. Para sorpresa mía, Pargwal seguía en el corredor. Comentó:
—«¿No andarás con tantas prisas como para rechazar un reto de batalla rocal?»
No pude evitar sonreír.
—«¿Quieres la revancha, eh?»
—«Bueno… quiero comprobar con mis propios ojos que realmente eres un genio.»
Resoplé.
—«De genio, nada. Ya lo dije ayer: no elegí ser destructor. Me gusta lo que hago, es cierto, pero supongo que si me hubiesen enseñado a serrar tablas o fabricar zapatos, también me habría gustado. Es cuestión de acostumbrarse.»
Pargwal negó con la cabeza.
—«No lo creo. Te vi más de una vez entrenando… Sé que disfrutabas. Y eso es vocación. Lo sé porque yo también la tengo. Al igual que mi tío Draken. No soy destructor para salvar a gente como ese ingenuo de Bluz… soy destructor porque me gusta destruir.»
Enarqué una ceja ante su afirmación. Sus ojos rojos me miraron de soslayo.
—«Y tú eres igual.»
¿Lo era? No tenía ni idea. Me encogí de hombros.
—«De todas formas, habrá que dejar la batalla rocal para otro día. Salgo hoy para Kozera.»
Pargwal asintió.
—«Lo sé: el Gran Monje me pidió que os acompañara.»
Di un respingo.
—«¿Qué? ¿Tú?»
—«Voy a Doz. Así que viajaremos durante un trecho juntos.»
Asimilé la noticia. Diablos. Pargwal era de la misma familia que Draken, un Isylavi, pero era de la línea directa heredera, un integrante del Gremio de las Sombras… Le eché una mirada inquisidora. ¿Estaría al corriente de lo de Reik? Como adivinando mi inquietud, Pargwal mostró una expresión pícara.
—«Cuidado: si te niegas a la batalla rocal, puede que hable más de la cuenta. Y cuento con que pongas toda tu voluntad. Estoy harto de tener contrincantes más atentos a mi apellido que al juego. ¿De acuerdo?»
Desde luego, no lo conocía bien… Pero algo, en él, su carácter directo y franco, me recordaba a Draken. De niño, se había mosqueado por mi obvia superioridad en destrucción; ahora, seguro de haber mejorado, me retaba de igual a igual. Acepté, divertido:
—«Mientras no seas mal perdedor…»
Pargwal soltó un resoplido arrogante y se detuvo ante la puerta de la gran sala.
—«Iré a prepararme.»
Mientras el ruido de sus pasos se alejaba, miré a los dos guardias silenciosos a ambos lados de la puerta, me adelanté y llamé.
* * *
Salimos del Templo del Viento poco después, con una carta para el líder de los Arunaeh, una túnica y una nueva máscara sin tatuaje para Reik, así como un nuevo acompañante ansioso por demostrarme lo bien que había entrenado en mi ausencia.
Aún resonaba en mí la última pregunta que me había hecho el Gran Monje tras desearme buen viaje. “Esa mutación,” había preguntado, “¿te la provocaron los Arunaeh?” Me había quedado tan sorprendido, a la vez pensando en que, de hecho, sin la intervención de mi familia el sello de Kala no se habría desestabilizado, que había permanecido en silencio largos segundos y el Gran Monje había suspirado y me había hecho un gesto para despedirme.
En fin. Me molestaba que hubiese sacado falsas conclusiones, pero tampoco sentía que el explicarle lo de los Pixies era una buena idea. Sólo lo habría complicado.
Reik estaba de un humor negro. Se había zampado los dos panes que le había traído y dos más antes de que le consiguiese sonsacar una explicación: le dolía la cabeza. Y no sólo eso, adiviné. Debía de recordar algo de lo sucedido en su borrachera porque, al montarnos sobre Neybi, me había mascullado:
—«De lo que pasó… ni una palabra a mis compañeros, ¿me entiendes?»
—«¿Porque te echaste a llorar o porque pediste perdón a Ohawura?»
—«¿Quieres que te estrangule?»
No habíamos vuelto a intercambiar una palabra. Recorrimos el túnel por donde se había hecho la limpieza de doagals, llegamos a Blagra y tomamos el Gran Túnel sin problema alguno. Los guardias se contentaban con mirar el identificante de Pargwal y se apartaban enseguida. Avanzábamos rápido: así como la vía hacia Dágovil era un infierno, la que iba hacia el sur estaba casi desierta.
—«Drey,» soltó Pargwal de Isylavi, girándose en un momento. «Atrapa.»
Me lanzó un objeto con órica y, soltando las riendas, lo recuperé. Era una pequeña caja con ocho piedras.
—«Las preparé para un adversario digno de ese nombre,» explicó Pargwal. «Te las muestro para no tener ventaja en Doz. Ahí, te invito a un trago y a una batalla.»
Estaba emocionado por la perspectiva, constaté. Dejando que Neybi siguiera al anobo de Pargwal, me centré en las piedras. Las reconocí, pero cuatro de ellas no formaban parte del examen que había pasado la víspera. Pargwal realmente se lo había trabajado, me impresioné.
Tardamos unas cuatro horas en llegar a Doz, ciudad portuaria que indicaba el límite meridional de Dágovil y la frontera con el país de Kozera. A partir de ahí, en una hora como mucho estaríamos en la Villa del Mar y sacaría a Jiyari de su Escuela Sabia, me prometí. Pero antes, tenía que ofrecerle a Pargwal un bonito desafío.
Mientras entrábamos por las puertas de Doz y cabalgábamos hasta unos establos, me pregunté hasta qué punto Pargwal sería capaz de aguantar un fracaso. Fuera como fuera, tampoco iba a subestimarlo. Es más, hasta me sentía algo impaciente por comenzar.
Entramos en una taberna llamada La Medusa Gigante. Sin sorpresas, comimos medusa, bien frita y rebozada, con segundo plato y un postre bien caro. Pargwal insistió en que nos invitaba, así que me contenté con inclinarme a su deseo y disfrutar de la comida. El Zorkia, en cambio, no parecía gozar de buen apetito.
—«¿Algún problema?» le pregunté, mientras me limpiaba los morros. Me había quitado la máscara. Según Pargwal, tampoco tenía aires tan terribles: ojos reptilianos, ya los tenían los caitos y algunos ternians, muchos drows tenían los ojos rojos y mi piel gris algo parda podía parecer la de un belarco… En fin, que en todo caso podían creer que era uno de esos esnamros que, de tanta mezcla, heredaban variados rasgos de las distintas razas de sus ancestros.
Reik no se había quitado la máscara pese a que Pargwal había pagado por una pequeña habitación privada y pedido que nadie nos molestara —destructor o no, seguía siendo un Isylavi del Gremio y el lujo, para él, era un requisito.
—«¿Te encuentras bien?» insistí.
El Zorkia chasqueó la lengua.
—«Estoy bien. No tengo hambre, eso es todo.»
Estaba tenso. Tras sorber el helado con vainilla azul, Pargwal comentó:
—«¿Quieres que pida algo más fácil de digerir?»
Hubo un breve silencio y un:
—«No.»
Era seco. Pargwal cayó en la cuenta antes que yo y sonrió levemente antes de decir con calma:
—«Entiendo. Me tienes rencor por lo que hizo el Gremio a los tuyos. No te mentiré: mi padre votó a favor de que los Zorkias fueran jubilados.»
Sentí cómo el ambiente se tensaba. Reik apretó los puños.
—«¿Jubilados? Fuimos masacrados.»
Pargwal se encogió de hombros.
—«Lo siento: no conozco bien los detalles.»
Reik se quitó la máscara de un gesto brusco y, al ver sus ojos llameantes, me alarmé.
—«Oye, no te pongas nervioso…»
—«¿Cómo no me voy a poner nervioso?» replicó el comandante Zorkia. «Lo he perdido todo por culpa de esa gentuza a la que servimos durante casi cuarenta años, ¿y no voy a poder ponerme un poco nervioso?» Escupió groseramente en su plato bajo nuestras miradas sobrecogidas y repitió: «Detalles. ¿Las vidas de mis compañeros eran detalles?»
Ciertamente, Pargwal no había elegido las buenas palabras y este pareció comprenderlo.
—«Lo siento,» dijo. «Si lo perdiste todo, ¿por qué no te resignaste y no te uniste a los Zombras?»
No, no lo había entendido, suspiré.
—«Pargwal,» intervine.
Pero Reik no me dejó meter baza.
—«¿Así sois vosotros? Os roban a vuestra familia y, en vez de intentar recuperarla, ¿os unís a los ladrones? ¿Esa es vuestra moralidad? Os desprecio… No sabes cuánto os desprecio.»
—«Odiarnos sería más justo creo,» apuntó Pargwal. «Pero te recuerdo que yo no hice nada y no tenía ni dieciséis años cuando pasó. Podría salir, gritar ‘guardias, guardias’ y mandarte directamente a Makabath, pero, ¿ves? No lo he hecho.»
—«Y me pregunto por qué,» resopló el Zorkia, cruzándose de brazos de nuevo. «Tal vez porque sientes lástima. ¿Es eso? ¿Te compadeces por un mercenario?»
Aquello le arrancó una sonrisilla a Pargwal, quién sabe por qué.
—«La verdad es que no,» admitió. «Si no te vendo a las autoridades, es porque, primero, el Gran Monje me lo ha prohibido mientras no te muestres violento; segundo, porque mi tío Draken me dijo que le caías bien; y tercero,» su sonrisa se ensanchó, «porque Drey parece tener proyectos para ti y no quiero que rechace mi desafío.»
Puse los ojos en blanco y, queriendo cambiar de tema, dije:
—«Entonces, que empiece la batalla.»
Ambos sacamos nuestras cajas mientras él explicaba:
—«Las reglas son estas: hay que cortar las seis primeras piedras en dos, por la mitad, las dos últimas en cuatro, también por la mitad. Los cortes deben ser limpios. No tenemos árbitro, pero la buena fe bastará. Este es el reloj de arena: si nos pasamos los dos de tiempo, pasamos a la siguiente. ¿Estamos de acuerdo?»
Era una de las maneras más frecuentes de jugar a la batalla rocal.
—«De acuerdo.»
Cogimos cada uno la primera piedra y Pargwal dijo con una gran sonrisa:
—«¡Empieza!»
Le dio la vuelta al reloj de arena. Me concentré. Aunque se suponía que la primera piedra era la más fácil de las ocho, no dejaba de ser todo un desafío cortarla por la mitad con un corte liso. No había pasado ni un minuto cuando Pargwal posó los dos trozos diciendo:
—«¡Listo!»
El corte era perfecto y no emití objeción. Las dos piedras siguientes las gané yo. Estábamos en la cuarta cuando Reik cogió su plato y empezó a comer. Aliviado, me distraje y Pargwal se burló, posando la piedra cortada:
—«En una carrera, el que se queda mirando las mariposas, pierde. Ahora viene lo duro.»
Y tanto: en aquel momento se abrió la puerta en volandas y desembarcaron unos saijits con los rostros tapados, tan veloces que nos encontramos Pargwal y yo frente a varias dagas centelleantes sin que pudiéramos reaccionar. Una voz femenina dijo con frialdad:
—«Ni un grito, u os desangramos.»
Se cerró la puerta tras ella. Eran cuatro. No, cinco, rectifiqué. Más el vigilante que se había quedado fuera. Pargwal tenía los ojos desorbitados; Reik se había levantado de un bote y alzaba los puños; yo tenía el Datsu desatado y analizaba la situación. Esos tipos no eran guardias.
—«¿S-se puede saber quiénes sois?» interrogó Pargwal, en voz más baja que alta.
La mujer sacó una daga a su vez y apuntó a Reik con ella diciendo:
—«Tú, no te muevas tampoco o matamos a tus compañeros.»
—«Si te crees que me importa,» replicó Reik. Entonces, me fijé en que el Zorkia no tenía los puños vacíos: llevaba un cuchillo largo en uno de ellos. ¿De dónde diablos lo había sacado? ¿Lo habría robado en el templo?
La mujer se encogió de hombros.
—«Tranquilo. Venimos a por un solo destructor. ¿Quién de los tres aceptó el trabajo de destruir las Gemas de Yarae?»
Pargwal tragó saliva. ¿Las Gemas de Yarae?, me repetí. No sabía de qué iba toda esa historia, pero estaba claro que esa mujer no quería que se destruyeran.
—«Está bien,» dijo entonces la mujer. «Por eliminación, debe de ser el mayor. Esos muchachos seguro que no sabrían ni por dónde empezar. Tú,» añadió, acercándose a Reik sin temor alguno. «Si te vemos tomar el camino del Templo de Yarae, morirás antes de alcanzarlo. ¿Entendido?»
Reik hizo desaparecer el cuchillo debajo de su manga, encogiéndose de hombros.
—«Mira tú, ni se me había ocurrido ir a visitar ese templo.»
La mujer debió de tomar eso por una réplica irónica.
—«No salgáis de aquí hasta pasada una hora, o nos enfadaremos igual.»
Dio media vuelta y se marchó con sus compañeros. En el brusco silencio, me quedé absorto resoplando:
—«Caray, Parg, ¿qué clase de trabajo aceptaste?»
Pargwal de Isylavi meneó la cabeza retomando sus colores y, alzando un puño, dejó caer los dos trozos de la quinta piedra, perfectamente cortada.
—«Como decía, el que se queda mirando las mariposas, pierde.»
Jadeé.
—«¿En serio?»
El drow sonrió.
—«En una batalla, las pequeñas interrupciones no deben distraerte.»
Su sonrisa se ensanchó ante mi expresión anonadada. Por algo decían en mi clan que los saijits sin Datsu eran tan imprevisibles: ese Isylavi tenía un orden de prioridades incomprensible. Bajé mi mirada hacia mi piedra y protesté:
—«Oye, realmente parece que estás en un aprieto, ¿sabes? ¿Es que no los has escuchado?»
Pargwal resopló de lado.
—«Odio cuando la gente interrumpe mis duelos y suelta amenazas. Mi tío Labri vive en Doz. Iré a verlo, arreglaré el asunto, aseguraré mi protección y destruiré lo que tengo que destruir.»
Sonaba tan seguro de sí mismo…
—«Las Gemas de Yarae,» murmuré. «¿Qué es eso?»
Pargwal se encogió de hombros con aire misterioso.
—«Quién sabe.»
Lo miré, aburrido, y me giré hacia Reik. Este se había pegado contra el muro junto a la ventana, sondeando la calle.
—«¿Han salido?»
El Zorkia asintió.
—«Al menos la mujer. Ya no llevaba la capa, pero he reconocido sus botas.»
Lo miré, impresionado, y me apresuré a acercarme a la ventana. Reik me lo impidió con un brazo firme.
—«Ya ha desaparecido. Si mal no recuerdo,» dijo, girándose hacia nosotros con expresión cerrada. «Las Gemas de Yarae son una reliquia. Están incrustadas en un templo abandonado al norte de Doz. Las vi una vez. Se cuenta que los de la Contra-Balanza usaron su poder para crear mágaras. Y tú…» Escudriñó al Isylavi. «¿Vas a destruirlas?»
Pargwal hizo una mueca. Fruncí el ceño, aún más escéptico que Reik.
—«Si es una reliquia potente, estará hecha en un material muy resistente,» dije. «Esto no es un trabajo para un solo destructor. A menos… que no pretendas destruirlas, sino desincrustarlas.»
Un brillo de frustración pasó por los ojos de Pargwal.
—«Maldita sea. ¿Qué importa eso ahora? Está bien,» lanzó, «te lo explicaré: el Gremio me ha pedido que ayude a arrancar las gemas de la roca para facilitar el transporte. El Templo del Viento está al corriente. Y por lo visto se ha corrido la voz y hay unos tipos problemáticos intentando proteger las gemas. El templo no está, por desgracia, abandonado,» le desengañó a Reik, «está ocupado por una cofradía de fanáticos llamados los Yaraga que piensan que esas gemas son un regalo de su Dios Único. ¿Podemos seguir con la batalla?»
Hubo un silencio. Entonces, regresé hasta mi cojín, me senté y cogí la sexta piedra.
—«¿Un Dios Único?» dije entonces.
—«Concéntrate,» me recriminó Pargwal.
Estaba concentrado: al de un rato, dejé la piedra cortada en dos sobre la mesa. Pargwal emitió un gruñido divertido al inspeccionar el resultado.
—«Maldito, está pulido como una hoja de acero. Sí, un Dios Único,» dijo. «No sé muy bien de qué va la historia. Algo sobre un dios con máscara negra y sus siete apóstoles. Mi tío me contaba en su carta que durante sus orgías, se drogan con sangre de alieve, fornican durante todo el o-rianshu y cantan como salvajes antes de sacrificar algo a su dios. Y lo peor,» agregó con tranquilidad, «al parecer, ese dios está vivo y le dan el nombre de Lotus. ¡Como el loto de la paz!»
Se rió de lo absurdo que le resultaba. Se rió solo. Yo me tragué mi sorpresa pensando que de ningún modo Lotus aguantaría a unos fieles así. Además, Lotus estaba muerto y los Pixies deseaban resucitarlo, ¿verdad? Sin embargo, resucitar era imposible. De modo que, si estaba vivo, en algún sitio debía de estar, ¿no?
Recogí la séptima piedra y dije:
—«¿Seguimos?»
—«Con placer,» se animó Pargwal. «Las dos últimas cuentan doble y hay cortarlas en cuatro.»
Por alguna razón, me ganó. ¿Es que no estaba lo suficientemente concentrado? No, yo lo estaba. Era Kala el que estaba alterado por la conversación. Furioso, incluso. Indignado.
“Tranquilo, Kala. Por lo visto es sólo un aquelarre de brujos locos que se han inventado un dios. Lotus no tiene nada que ver en esto.”
El Pixie no contestó, pero se calmó un poco. Lo suficiente para que rompiera la octava y última piedra en cuatro con dos cortes limpios y perpendiculares. Sólo que perdí un instante puliendo el resultado y Pargwal exclamó:
—«Siete puntos contra tres, ¡gano!»
En esas ocasiones, era el deber del perdedor inclinarse ante el ganador. Me incliné y dije:
—«Gracias por este gran duelo.»
—«¡Gracias a ti por ser mi adversario!» replicó Pargwal. Tal vez no era buen perdedor, pero era buen ganador: se inclinó a su vez y sonrió. «El entrenamiento paga, ¿a que sí?»
Le devolví una sonrisa y asentí.
—«Sin duda, me has impresionado.»
—«¿Y si dejamos vuestro blablá y nos ponemos en camino ya?» nos interrumpió Reik.
El Zorkia se moría de aburrimiento, sin entender lo sutiles y precisos que habían sido nuestros sortilegios óricos. Intercambié una sonrisa con Pargwal y me levanté.
—«Trata de rodearte bien. Por lo visto, esos fanáticos se pasean libremente por la ciudad.»
—«Y pronto dejarán de hacerlo,» aseguró Pargwal. «Bueno. Os digo buen viaje y…» Alzó un índice. «Sólo una cosa, Drey Arunaeh. Ya que he ganado… ¿podría pedirte un favor?»
Arqueé las cejas, intrigado. Era cierto que no habíamos apostado nada antes de la batalla rocal. Asentí.
—«Naturalmente. ¿De qué se trata?»
Pargwal enseñó todos sus dientes.
—«Dime: eres mejor que yo.»
Parpadeé. Y resoplé, ahogando una risa. Tomando un tono solemne, me incliné y dije:
—«Eres mejor que yo, Pargwal de Isylavi.»
Se quedó satisfecho. ¿Acaso tanto lo había traumado aquel día, en la orilla del lago? Divertido, seguí a Reik afuera pero me detuve en el marco diciendo:
—«¿Sabes? En la práctica, un destructor no sólo lucha contra una roca cuando destruye: lucha contra todas.»
Y lo dejé ahí esperando que ese asunto de Gemas de Yarae no le resultara fatal. Minutos más tarde, el Zorkia, Kala y yo estábamos de camino hacia Kozera. Hacia Jiyari… y la isla de Taey.