Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
Laboratorio, Dágovil, año 5572.
No nos curan. Nos matan.
La realidad era demasiado atroz. Pero era Lotus el que nos había hablado de ello y lo creía. El laboratorio, los experimentos, el mundo saijit libre que había ahí afuera… Mis ojos me quemaban, mis párpados roñados apenas conseguían abrirse. El pecho me dolía tanto que, por un momento, intenté olvidar, pero no podía. No podía porque…
“Si seguís así, moriréis,” había dicho Lotus. “Moriréis todos, y muy pronto.”
Acurrucado en mi esquina, ignorando a las Máscaras Blancas que pasaban, trataba de llorar silenciosamente.
—«¿Qué es esto, Kala?» dijo de pronto una voz ligera bien conocida.
Levanté mis párpados metálicos y miré. Rao. Me escudriñaba con los brazos cruzados.
—«¿Otra vez enfurruñado, tontorrón?» me sermoneó. Y, bajando la voz, agregó: «No llores. Creerán que te duele demasiado y te meterán en la sala de recuperación.»
Agrandé los ojos ante la amenaza pero me di un golpe en el pecho con el puño y murmuré:
—«Me duele. Me duele, Rao. Yo ya no quiero curarme…»
—«¡Chss!» me recriminó Rao, agachándose. «No digas eso. Ni se te ocurra alertarlos. La huida está prevista para dentro de cuatro días. Aguántate.»
—«Lo sé. Pero me duele igual,» sollocé. «Tengo miedo, Rao. Y rabia aquí dentro. Quiero curarlos a todos. A todos.»
Quería matarlos. A todas esas máscaras sin rostro. Quería hacerles pagar por lo que nos hacían… Pero el horror me dolía demasiado por dentro para siquiera poder moverme. Sentí la mano peluda de Rao posarse sobre mi frente y deslizarse hasta mis lágrimas para secarlas mientras ella murmuraba con una inhabitual suavidad:
—«Seremos libres. Te lo prometo, Kala. Yo soy la mayor y me ocuparé de todos vosotros. Para siempre.»
Sus ojos grandes y gatunos se habían hecho brillantes.
—«No llorarás más, Kala. Lotus nos ayudará. Yo te ayudaré. Yo también tengo miedo, pero no me rindo. Porque esto acaba de empezar. Somos los Ocho Pixies del Caos, Kala. Tenemos tantas cosas que hacer todavía. Tenemos un mundo que descubrir. El mundo que no nos dejaron ver en esta vida. Y yo quiero que estés conmigo para verlo. Quiero que lo exploremos todos juntos. Por eso, por favor… no te quiebres.»
La miré con desconcierto y creciente asombro. En su mirada, leí audacia y decisión, pero no sólo eso. No, no sólo eso: Rao tenía esperanza. Aquello que a mí me faltaba, porque el miedo la había encadenado y aplastado hasta no dejar nada… Rao seguía teniéndola. Su esperanza brillaba como los relámpagos de energía de la sala de curación, resplandecía como diez linternas, mil linternas… Su luz me traspasó, me envolvió, me encadenó, y me liberó.
Inspiré hondo como saliendo de mi cristal esférico. Mi pecho dejó de dolerme tanto.
—«Yo también quiero ver el mundo,» murmuré. «Contigo. Con todos.»
Rao sonrió enseñando sus dos colmillos y se levantó.
—«Lo veremos. Juntos. Pase lo que pase.»
Admiré su confianza. Admiré su determinación. Y la creí de todo corazón.