Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 2: El Despertar de Kala
El aura de Yánika se congeló. Y todo el buen ambiente se zambulló en un pozo de hielo. Mar-háï… ¿A qué había venido Lústogan ahora? Si hubiese venido en cualquier otro momento, no me habría turbado tanto, pero teniendo a mis compañeros Ragasakis en casa… me sentí como si me hubiese pillado haciendo algo indebido. Y diablos, ¿qué tenía de malo una cena entre amigos? Los ojos de Lústogan me daban la impresión de estar burlándose.
—«¿Quién es, Drey?» preguntó Orih alzando la voz, curiosa, desde la mesa.
Desde donde estaban, apenas debían de poder ver a mi hermano, pues lo tapábamos la puerta y yo. Abrí esta más en grande y dije:
—«Entra.»
—«Gracias,» replicó Lústogan.
Tras una vacilación, añadí:
—«¿Saoko?»
El drow respondió con un gruñido fastidiado desde la oscuridad pero al cabo entró a su vez. Me pregunté adonde había ido a buscar a Lústogan y cómo había sabido encontrarlo. ¿A menos que hubiera sido Lústogan el que lo había contactado? A saber…
Lústogan no abandonó su expresión tranquila y fría cuando entró en el salón. Lo seguí, incómodo. El aire se arremolinaba en la habitación, jugueteando con la llama de las velas. Lústogan a veces parecía ver más con su órica que con sus ojos.
Ante las caras suspensas de los Ragasakis, lo presenté:
—«Es mi hermano. Lústogan Arunaeh. Y este el fastidiado de siempre,» agregué, enseñando a Saoko con el pulgar.
Lústogan paseó una mirada por todos sin detenerse en ninguno. Orih sonreía de oreja a oreja.
—«¡Tu hermano! Es un placer conocerte. ¡Qué sorpresa! ¡No nos habías dicho que vendría, Drey!»
—«Huh. No lo sabía.»
—«Un placer,» intervino Yeren, levantándose y tendiendo una mano hacia mi hermano. «Soy Yeren, curandero de los Ragasakis.»
Lústogan ignoró la mano. Realizó un sutil movimiento de cabeza, se movió por el salón y finalmente agarró un cojín, lo puso en un rincón de la sala y se sentó con las piernas cruzadas. Ni siquiera hacía esfuerzos por esconder su completa falta de sociabilidad. Bueno… No era como si se tratara de algo nuevo.
—«No le hagáis caso,» suspiré. «No es nada personal.»
—«Oh,» dijo Yeren como si lo entendiese. Su mirada absorta se había hecho la de un médico que observaba a su paciente.
—«He visto peores casos en Daer,» relativizó Sirih.
Naylah le dio un codazo para nada discreto que le arrancó un resoplido. Myriah comentó:
“Pff. Ahora sé de dónde saca Drey su falta de educación. Esos Arunaeh… Ya en mis tiempos se decía que eran unos muermos.”
—«Myriah…» protestó Livon.
Los ojos de Lústogan se habían clavado en la lágrima de cristal. Attah… Hubo un silencio incómodo. Entonces, el permutador se levantó.
—«Di, Drey, a lo mejor deberíamos marcharnos. Ya es tarde para echar más partidas. Os dejaremos solos.»
—«¡Sí!» aprobó Sirih, levantándose. «Ha sido una cena genial.»
—«Hacía tiempo que no nos reuníamos todos para cenar,» dijo Yeren. «Que Baryn apareciera fue un caso raro, creedme. Ha sido una maravillosa ocasión.»
—«Ya…» carraspeé. No podía echarles en cara su súbita partida. Era tarde y probablemente se hubieran marchado al de nada sin la intervención de Lústogan… pero esta había aguado la fiesta de todos modos, en gran parte también por el aura tensa de Yánika. Inspiré. «Si os vais ya, podéis llevaros las botellas que han sobrado, yo no voy a bebérmelas y a Jiyari no le conviene.»
El aludido no protestó: me había prometido que no bebería ya ni una gota y se tomaba en serio su promesa.
—«¡Tchag!» llamó Livon con una punta de alarma. «No lo molestes.»
Me fijé en que el imp se había acercado a Lústogan en unos cuantos brincos. Parándose, se sentó a cuatro patas para mirarlo a los ojos…
—«¡Tchag!»
—«¡Voy!» contestó el imp. Agitó una mano hacia mi hermano e hizo lo mismo con Yánika, Jiyari y yo, sonriente. Livon le pasó una cuerda por el collar. Yo le había propuesto que Tchag se quedara cerca de Yánika para evitar su transformación, pero Livon, tal vez adivinando que la solución no me agradaba del todo, se había negado y ahora tomaba más precauciones que nunca para asegurarse de que el imp no se le escapara. Al fin y al cabo, además de la fianza, había tenido que firmar un papel en el que se comprometía a cuidar de él y a entregarlo de nuevo a la Consejería en cuanto esta lo requiriese para estudiar el dichoso collar.
—«Bueno, entonces os deseo a todos buenas noches,» dijo alegremente Orih.
—«Buenas noches,» dijeron los otros Ragasakis.
Se inclinaron levemente hacia mi hermano, como último intento de sacarlo de su mutismo. Y curiosamente funcionó. Lústogan contestó:
—«Dulces sueños.»
Fue seco y formal, pero amable al mismo tiempo. Tal vez por eso, ya en la puerta, Livon me murmuró:
—«Tampoco parece tan raro como me lo pintaste.»
Por lo visto, Livon era de los que, en vez de quedarse con la impresión inicial, se quedaban con la mejor. Sonreí levemente, burlón.
—«Eso es porque tú eres más raro que él.»
Se fueron, salvo Orih que se había quedado a hablar con Yánika afuera. Al girarme hacia el pasillo me encontré con los ojos rojos de Saoko. El drow marcó una pausa. Entonces, se adelantó, pasó el umbral y se detuvo un instante.
—«No voy a fastidiaros más,» soltó.
Y salió a la noche. Me pregunté a qué se refería exactamente con esas palabras. ¿Pretendía dejarnos a mi hermano y a mí hablar tranquilamente? ¿O bien se iba para siempre? ¿O bien había decidido dejar de espiarme para Lústogan? Deseché esas preguntas que no llevaban a ningún sitio y regresé al salón. Jiyari había desaparecido en la cocina. La presencia de Lústogan parecía ponerlo molesto. Hundí las manos en mis bolsillos y me arrimé al marco de la puerta del salón. El aire, en la habitación, se agitaba suavemente, indiferente y silencioso.
—«Mar-háï, qué seco eres,» suspiré. «En fin. Eso es lo que se llama llegar de improviso.»
—«¿Tan de improviso te parece?» El tono de Lústogan era paciente. «Di, Drey. ¿Llevo razón si doy por sentado que no tienes intenciones de ir a la reunión de Taey?»
Así que era eso. Quedaban cuatro días para la dichosa reunión del clan. Sin embargo, me extrañaba que Lústogan se quisiera entrometer en un asunto como ese. Él era uno de los que menos acudían a ese tipo de reuniones.
Lentamente, fui a sentarme a la mesa baja y cavilé.
—«¿Has venido a convencerme de que vaya?»
—«Padre temía que se te olvidara,» sonrió Lústogan. De modo que lo enviaba Padre. Attah… «Di. ¿Es tan terrible volver a casa?»
No contesté. Tras un silencio, Lústogan retomó:
—«Esa panda de amigos que te has hecho… no tienen ni idea de lo que eres. No tienen ni idea de lo que es un destructor, ni de lo que es un Arunaeh. Es más, no te conocen en absoluto.»
—«¿A qué te refieres?» me molesté.
—«Mm. He sido tu maestro durante diez años. Y uno de los deberes de un maestro es conocer perfectamente a su alumno: sus puntos fuertes y sus puntos débiles.»
Sus ojos no dejaban de mirarme. Siempre lo hacía cuando quería decirme que estaba equivocado. Tsk…
—«Una persona no es como una roca,» repliqué. «¿Qué es lo que quieres?»
A la luz de las velas, lo vi acomodarse mejor y apoyar la cabeza contra la pared de madera.
—«Varias cosas. Quiero ver hasta qué punto tu Datsu se altera, quiero saber qué es lo que te dijo exactamente ese Príncipe Anciano, quiero saber cómo te sientes.»
Mi ceño tembló ligeramente.
—«¿Cómo me siento?» repetí.
—«Tu salud física. Y tu salud mental,» especificó Lústogan.
Algo en esas palabras me dejó con la boca seca. Mis labios se torcieron en una sonrisa torva.
—«La gente normal se contenta con preguntarle a sus prójimos: ¿qué tal? Y ellos le responden: muy bien, estoy estupendamente.» Pusimos los ojos en blanco al mismo tiempo. Agregué: «Estoy seguro de que ya sabes lo que me dijo el Príncipe Anciano: Saoko escuchó toda la conversación.»
—«Sonsacarle las conversaciones a Saoko es casi como intentar sonsacárselas a un sordo.»
Adiviné una pizca de frustración en su voz y no pude más que sonreír.
—«Entiendo. Para él debe de ser un verdadero fastidio repetírtelas.»
Oí la puerta de la entrada abrirse y sentí el aura indecisa de Yánika aproximarse. Me giré para verla aparecer en el marco. Su rostro no hacía ni el más mínimo esfuerzo para esconder su turbación. No hubiera servido de nada, de todas formas.
—«Yánika,» dije. «¿Qué tanto te contaba Orih? Bah… Debes de estar cansada después de tanto barullo. Tranquila, puedes irte a dormir si quieres.»
Es decir, si no quieres quedarte a su lado, añadí para mis adentros. Mi hermana asintió agarrándose nerviosamente una trenza, pero se adelantó.
—«Yo… quiero quedarme contigo,» dijo sin embargo.
Se sentó junto a mí. Los ojos de Lústogan se ensombrecieron pero no comentó nada. Propuse:
—«¿Quieres beber algo?»
—«No, gracias,» replicó Lústogan. Se levantó y se acercó hasta sentarse ante nosotros. Guardamos silencio unos instantes. «Si va a seguir así de nerviosa, haría mejor en irse a dormir.»
El aura empeoró. Chasqueé la lengua.
—«Si vas a seguir así de agradable, harías mejor en irte a dormir,» le repliqué.
Lústogan sonrió más ampliamente que normalmente.
—«Ya veo.»
—«Sea como sea,» agregué. «Estás bostezando, Yani: te vas a dormir sentada.»
Yánika estaba cansada y turbada al mismo tiempo… y su tez pálida y azulada se había sonrojado. ¿De vergüenza? Más bien de malestar.
—«Yani…»
—«Perdón,» murmuró. «Yo… estoy nerviosa pero eso no significa que no me alegre de verte… her… herm… Lústogan.»
Tropezó con la palabra hermano y acabó diciendo su nombre, constaté.
—«Tomo nota,» dijo simplemente Lústogan. Con demasiada sequedad, a mi gusto.
Yánika se levantó nerviosamente.
—«Me voy a dormir. Os dejo hablar… Pero no lo hago porque no quiera estar con vosotros…»
Su indecisión ponía en duda sus palabras… La miré con una sonrisa tranquila.
—«Duerme bien, Yani. Tranquila, te has comportado como una santa. Que sepas, hermano, que la idea de hacer esta cena con los Ragasakis se le ocurrió a ella. Y ha sido una muy buena velada, ¿verdad, Yánika?»
El aura de mi hermana se llenó de alegría.
—«Sí… Estoy contenta de que todos hayan venido a la cena.» Sonrió con todos sus dientes. «Ellos también estaban contentos.»
—«Sin duda,» reí quedamente. Estando ella tan contenta, difícilmente no lo iban a estar, pensé, divertido.
Cuando Yánika se hubo retirado al cuarto, fui a cerrar la puerta del salón para que nuestra conversación no molestase. Sin embargo, antes de cerrarla, avisté a Jiyari por la puerta entreabierta de la cocina. Sentado en el suelo, junto a su jergón, estaba dibujando a la lumbre de una linterna, muy concentrado. Odiaba los libros, pero le gustaba dibujar. Sin molestarlo, apagué la linterna del vestíbulo, cerré la puerta del salón y me senté de nuevo ante Lústogan.
—«Su aura está más tranquila,» observó Lústogan.
Notaba el aura de Yánika desde aquí. Mi hermano era uno de los pocos capaces de notarla tan de lejos como yo.
—«Mm…» Sonreí. «¿Sabes? A veces me digo que Yánika controla mejor sus sentimientos de lo que hacen nuestros Datsus. Su voluntad es increíble.»
Mi afirmación arrancó una simple mueca paciente a mi hermano. No dijo nada. ¿No era acaso él el que me había dicho que la mejor de las fuerzas era la fuerza mental? ¿Y qué era la voluntad sino fuerza mental? Mar-háï… Con esa expresión de piedra, era difícil adivinar sus pensamientos. Tras un silencio, dije:
—«Bueno. Quieres que te cuente lo que sucedió con el Príncipe Anciano. Te lo contaré. Pero yo también tengo unas preguntas.»
—«Me lo imaginaba. Adelante: pregunta.»
Parecía curioso por saber qué era lo que me inquietaba. No me lo pensé mucho antes de soltar:
—«¿Sabías que la lágrima de cristal que me dio esa niña en Dágovil era una mágara capaz de contener la mente de una persona?»
—«Lo sabía.»
Su respuesta reverberó en mi mente. Lo miré a los ojos.
—«Entonces, Madre y Padre también lo sabían. ¿Por qué me la dejaron?»
—«Por una razón simple. No es peligrosa para ti. Al contrario. Podía salvarte la vida en caso de recibir una herida letal. Pero… por lo visto ahora eso es imposible. Saoko me contó algo sobre una vieja chillona que transfirió su mente a esa lágrima. Sinceramente, no sé cuáles serán las consecuencias de ello.»
Jadeé.
—«¿Me dejasteis esa lágrima pensando que mi mente se transferiría a ella si llegase a morir? Eso es ridículo. No sé suficiente bréjica para hacer algo así.»
Lústogan se encogió de hombros.
—«La nueva huésped de la lágrima no lo necesitó. ¿Alguna pregunta más?»
—«¿Bromeas? Si me dejasteis esa lágrima, estoy seguro de que sabéis de dónde sale,» mascullé.
—«¿Y de dónde sale?» preguntó Lústogan con tranquilidad.
—«Dímelo tú. ¿O vas a hacerme creer que no investigaste nada después de haberte encontrado con una mágara como esa?»
Con un suave soplo de órica, Lústogan apartó de su frente una mecha negra; apoyó un codo sobre su rodilla plegada y comentó:
—«No acostumbro complicarme la vida. Pero tienes razón: en este caso, que una niña con una mágara de esas apareciera de la nada y te diera a ti esa lágrima… era demasiado sospechoso para que pudiera ignorarlo.» Marcó una pausa pero no lo interrumpí. «Busqué en vano a la niña que viste en Dágovil. Y Madre acabó revelándome algo que ignoraba: que el hecho de que tu Datsu se exceda reprimiendo sentimientos no se debe a un mal funcionamiento de este. Tu Datsu, en realidad, no se excede: algo en ti siente unos sentimientos más fuerte de lo que un saijit normal es capaz, algo que la primera Selladora no previó. El Datsu llega a su límite, se salta el medidor y, por alguna razón, en vez de romperse, apaga todos o casi todos tus sentimientos. Aún sigo sin entenderlo muy bien pero, en ese momento, comprendí que tu mente no era como la de los demás Arunaeh, y Madre me lo confirmó. Me dijo: el día en que lo sellé, mi pobre hijo sufrió el peor tormento que se pueda imaginar.»
Mi Datsu se había desatado en parte hacía tiempo, apagando mi conmoción. Meneé la cabeza.
—«¿Eso dijo?»
—«Ajá. Por eso siempre insistía en repasar tu mente y en enseñarte la bréjica a pesar de que Padre y yo queríamos hacer de ti un destructor.»
—«¿Padre lo sabe?»
—«Naturalmente. Tal vez no lo recuerdes, pero en tus primeros años, tu Datsu no paraba de desatarse completamente… y tardaba días en atarse.»
Pese al Datsu, agrandé los ojos como platos.
—«¿Días?» murmuré.
—«Te ocurría a menudo. Supongo que no te acuerdas porque, precisamente, no sentías nada. Los recuerdos mejor guardados siempre van conectados con sentimientos fuertes.»
Y él me hablaba de sentimientos fuertes… Agarré la ficha del Arquero del Erlun hecha de miga de pan y jugueteé con ella diciendo:
—«Supongo que al menos me libré de cualquier trauma infantil.»
Lústogan sonrió.
—«Tal vez.»
—«Hay algo extraño, sin embargo,» razoné. «Yo sólo recuerdo haber perdido los papeles con el Datsu en contadas ocasiones. La vez de la serpiente amarilla. La del túnel de Kozera… ¿Significa acaso que esa parte de mí que siente demasiado… está muriéndose?»
—«Qué más quisiéramos,» suspiró Lústogan. «Si tu Datsu se desata con menos frecuencia, es porque ya no eres tan impresionable, porque Madre intentó mejorarlo con algún resultado… y porque el aura de Yánika lo controla y te permite atarlo más fácil. ¿No te diste cuenta?»
Resoplé.
—«Me di cuenta. De modo que por eso nos dejasteis irnos juntos. Por eso la dejabais conmigo en el Templo en contra del deseo de los monjes. Ya veo.» Posé la ficha del Arquero. «Di. La última vez dijiste que, por pasar tanto tiempo al lado de Yánika, mi Datsu se alteraba. ¿A qué te referías con eso?»
—«Creo que ya lo sabes.»
Guardé silencio. Tal vez. Era cierto que, tras reflexionarlo un poco, me había fijado en que estos años mi Datsu no reaccionaba tan rápido como antes: se había vuelto en cierto modo “perezoso” y, por eso mismo, como los excesos en mis sentimientos eran tratados unos segundos más tarde por el Datsu, este reaccionaba liberándose más de lo necesario. O esa era mi impresión. Se la expliqué a mi hermano y este asintió.
—«Madre me dijo algo del estilo. Por lo visto, el aura de tu hermana vuelve el Datsu más torpe o perezoso, como dices. Cada vez que te alejas de ella, tu Datsu se regenera y vuelve a su estado normal. Pero como últimamente pasas tanto tiempo con ella, no le das tiempo a reponerse.»
Pero se repondría por sí solo, entendí.
—«¿Por eso tratas así a Yánika?» Meneé la cabeza bajo su mirada interrogante. «Que se retrase mi Datsu unos segundos si luego se arregla solo carece completamente de importancia. Yánika me ayuda a atar el Datsu desatado: eso es más importante, ¿no crees? Por eso, sigo sin entender por qué a ella la ves como a un error y a mí no me ves igual. Al fin y al cabo, mi Datsu estará bien hecho, pero a mí se me va de las manos.»
Alcé la vista hacia él. Mi hermano había fruncido el ceño.
—«No tiene nada que ver. Yánika es un peligro andante. Tú sólo eres un peligro para ti mismo.»
—«Mmpf. Le hablas al que cavó un túnel saltándose todas las reglas de seguridad.»
Mi hermano hizo una mueca.
—«Entonces sólo eras un niño.»
No le faltaba razón, reconocí. Ahora probablemente trataría de reemplazar el vacío de mis sentimientos por razonamientos lógicos. Aun así… Suspiré.
—«Ella cree que la odias,» murmuré.
—«Y eso sólo confirma que no es una verdadera Arunaeh. Los Arunaeh nunca odian, nunca se odian. No es culpa suya, pero su poder acabará por provocar un desastre.»
—«¿Por qué lo dices?»
Até el Datsu, dándome cuenta de que estaba rehuyendo de mis sentimientos y no quería hacerlo. Lústogan contestó simplemente:
—«La mente es débil.»
Me molestó su afirmación, pero no rebatí, porque era cierta. La mente era débil. Por eso los Arunaeh recurrían al Datsu. Por eso los saijits que no lo tenían caían en tantas trampas idiotas, como las guerras, la locura, los excesos.
—«El Datsu no nos libra de toda su debilidad,» dije al cabo, rompiendo un silencio. «Nuestra razón puede equivocarse igual que nuestros sentimientos. Y fue la razón la que creó el Datsu.»
—«Mm…,» asintió Lústogan, pensativo. «Un sentimiento puede medirse por bréjica y controlarse con un sello mientras que la razón no, ¿verdad? Pero te olvidas de algo, hermanito: la educación tiene un peso casi tan importante como el Datsu en nuestro clan. Ambos nos moldean desde que somos niños. Por eso, te cuesta imaginarte hasta qué punto la mente saijit es débil, Drey: porque, de verlo tan cerca todos los días, no ves el abismo que te separa de Yánika y de esos Ragasakis amigos tuyos. Para ellos, la palabra ‘extasiado’, las palabras ‘deprimido’, ‘enfadado’, ‘rabioso’, ‘apasionado’, ‘excitado’, ‘histérico’… todas esas palabras tienen un significado muy distinto al que les damos nosotros y no podemos imaginarlo. Vemos los signos, los gestos, las reacciones, hasta podemos intentar imitarlos… Pero ellos hacen más que verlo con la razón. Nosotros observamos el fuego de lejos, y ellos se meten dentro.»
No me enseñaba nada. La teoría me la sabía y sabía que el Datsu me protegía. Pero no dejaba de sentirme atraído por ese “fuego”… aunque fuera sólo para observarlo un poco más de cerca.
—«Livon, Yeren, Orih, Naylah… no son tan diferentes a nosotros,» dije al cabo. Vi a Lústogan suspirar y disponerse a desengañarme pero lo detuve: «Son diferentes, lo sé, pero eso no me importa. Más importante es lo que todavía no me has dicho. Dices que Madre sabía desde el principio que tenía una mente extraña. ¿Has averiguado por qué?»
Mi hermano bostezó y se tumbó sobre la alfombra.
—«¿Qué has averiguado tú?»
—«Mar-háï,» chasqueé, y retomé la ficha improvisada del Arquero mascullando: «Pienso que tengo metido dentro los recuerdos de un Pixie del Desastre llamado Kala.»
Lústogan se puso las manos detrás de la cabeza, sin mirarme.
—«Me costó cuatro años averiguarlo,» dijo al fin. «Te dije que el Sello se había estropeado antes de que Madre sellara a Yánika. Cuando fui a por la raíz del Sello, descubrí algo interesante: un rastro bréjico subía hacia lo alto del pilar. Con Madre, conseguí evaluar el tiempo que llevaba ahí. El Sello se estropeó hace dieciocho años.»
Fruncí el ceño. Entonces, realmente no podía haber sido yo…
—«Madre me puso el sello hace diecisiete años,» dije. «De modo que…»
—«De modo que, un año antes, ese tal Kala se fusionó con el Sello desde abajo, alterándolo todo en el proceso, y estuvo gravitando hacia arriba para alcanzar la cima y esperar la oportunidad de meterse a través del Datsu en la mente del siguiente Arunaeh recién nacido.»
Mi Datsu volvió a desatarse sutilmente. De pronto, el silencio que había caído en la casa me pareció lúgubre.
—«Attah…» mascullé, rompiéndolo. Manoseé el Arquero. Como estaba hecho de migas de pan, ahora se había transformado en una simple bola. «¿Quieres decir que no sólo fueron los recuerdos?»
—«No. No solo fueron los recuerdos. Tienes la mente de Kala metida en tu cabeza, Drey. Toda enterita, por lo que sospecha Madre.»
Otro silencio. Mi mente no daba abasto. Inquirí:
—«¿Y mi mente sobrevivió?»
—«¿La original?» preguntó mi hermano.
—«Sí,» murmuré.
—«Se fusionó. Pero Madre consiguió imponer una barrera a los recuerdos de la otra mientras te ponía el Datsu. Y como no sabía cuáles eran los que te hacían sufrir de esa manera… se esforzó por sellarlos todos.»
Resoplé ruidosamente.
—«¿No podría haber evitado que Kala entrara simplemente?»
—«Supongo que ya había entrado; si no, lo habría hecho,» razonó Lústogan. «Todavía no me ha quedado claro si Madre había adivinado aquel día de quién era esa mente. No se mostró sorprendida cuando le hablé de mi teoría sobre los Pixies.»
Agité la cabeza.
—«Esto es incomprensible. ¿Por qué Kala habría dejado su cuerpo para fundirse en un Sello y reencarnarse en un Arunaeh?»
Lústogan alzó una mano para tapar la luz de la linterna colgada al techo contestando:
—«Tú deberías poder responder a eso mejor que yo.»
Caray. Tenía razón. Pero…
—«Sus recuerdos están sellados,» le recordé.
—«¿Lo están?» replicó Lústogan. «Entonces ¿por qué Saoko dice que te agitas en tus sueños como una liebre atrapada?»
—«Attah…» siseé. «Ese drow sí que es un fastidio.»
Lústogan sonrió y se sentó añadiendo:
—«También me ha dicho que en Donaportela se os unió un rubio sin luces que no aguanta el vino de zorfo y que dice saber cosas sobre los Pixies. Y que lo aceptaste como si fuerais amigos de toda la vida.»
Sus ojos azules me atravesaban como dagas de la verdad. Apoyé el codo sobre la mesa y la barbilla sobre la palma de mi mano… y suspiré.
—«No estoy escondiéndote nada. Jiyari también es un Pixie. O eso dice. Pero él recuerda todavía menos que yo, según dice. Y yo… recuerdo cosas muy vagas. Nada muy concreto. Es como cuando intentas recordar lo que sentiste justo antes de que el Datsu se desatara. Esa misma sensación: como algo que sólo ves detrás de un velo…»
—«No empieces con las comparaciones: Saoko ya me ha soltado bastantes,» resopló Lústogan. «Dime simplemente qué es lo que recuerdas.»
Asentí. Mi mirada se detuvo un instante sobre la vela gorda y naranja que había traído Tchag. “Protege del fuego y ahuyenta los males”, había dicho Myriah. Y también olía bien. Tras soltar un leve sortilegio órico para arrastrar el olor hacia mí, me sentí del todo sereno y me dispuse a recordar.
* * *
Boki, Jiyari y yo estábamos sentados contra un muro de la gran sala. De cuando en cuando, pasaba una Máscara Blanca. Sólo eran diez en total, pero como estaban muy ocupados con no sé qué experimento de curación, no paraban de pasar con aparatos y trastos. A mí me interesaba, yo quería saber qué hacían pero, cada vez que me allegaba a preguntarles, me contestaban «estoy trabajando», «es muy complicado para ti, pequeño» o «ya verás el resultado». Había aprendido a reconocer las voces de todos. Hubo una época en que había estado convencido de que, detrás de esas máscaras, se escondía un rostro de monstruo, luego había pensado que, pese a todo, eran como nosotros, y ahora…
—«Estoy seguro,» dije.
—«¿'E qué?» soltó Jiyari hurgándose la enorme nariz.
—«Ya sé lo que hay detrás de sus máscaras.»
Mis dos amigos me miraron, curiosos, y dije con certidumbre:
—«No hay nada.»
Los vi agrandar mucho los ojos.
—«¿No hay nada?» repitieron al unísono.
La posibilidad, por lo visto, los aterraba. Barrí el suelo rocoso con mis pequeñas piernas metálicas, contento de haberlos sorprendido tanto.
—«¿Y cómo lo sabes?» preguntó al fin Boki.
Hice una mueca arrogante.
—«Porque es evidente. Si no, ¿por qué se pondrían las máscaras? Porque, si no, no veríamos ni la cabeza. ¿Entiendes?»
—«No.»
—«¡Pues es evidente!» exclamé.
—«¿Qué es evidente?» preguntó de pronto una voz.
Me sobresalté.
—«¡Lotus!»
Nos levantamos los tres. Lotus se acercaba con tal silencio que a veces no nos dábamos cuenta de su presencia hasta que se encontraba junto a nosotros. Lo seguía el pequeño Melzar. Sus ojos estriados me escudriñaban con suspicacia, su trompa se agitaba, olfateándolo todo. Tan sólo llevaba seis meses con esa trompa después de que se la hubieran puesto las Máscaras Blancas para curarlo y decía que todavía no se había acostumbrado y que le hacía mucho daño. Últimamente temía casi mirarlo, porque su dolor era tal cuando se despertaba en su cristal que me recordaba a los días anteriores a que Iliobi muriese. Y, según Lotus, cuando uno moría, ya no podía curarse.
—«¿Qué es evidente?» repitió Lotus.
—«¡Eh… Esto, nada!» balbuceé.
Lotus permaneció un instante silencioso. Entonces, declaró:
—«La cena está lista.»
Mientras lo seguíamos con ánimo y con hambre, Jiyari me murmuró al oído:
—«Pregúntaselo.»
—«¿El qué?» dije, haciéndome el tonto.
—«Pues si es verdad que no tiene nada detrás,» insistió Jiyari.
Beh… Era tan evidente que no hacía falta preguntárselo, quise decirle. Sin embargo, en ese momento llegamos a un cruce y se nos unió Rao. Abandoné toda intención de hablar de nada relativo a las máscaras: Rao era la única que afirmaba sin lugar a dudas que detrás de esas máscaras había gente con rostro, de piel de un azul oscuro. Ella decía que «había visto». Mis ojos se fijaron en la máscara blanca de Lotus. Le cubría toda la cara y, detrás, llevaba una capucha bien ceñida. La forma era igual que la nuestra: una cabeza. Pero…
Ahogué un gruñido refunfuñón.
Yo también quería ver. Con un súbito impulso, me adelanté.
—«Lotus. Yo, cuando esté curado, quiero llevar una máscara como tú.»
Lotus se detuvo de golpe y me empotré contra él. Al alzar la vista, tuve de pronto la sensación de que los dos globos negros que tenía él en lugar de los ojos me miraban de veras.
—«Eso no ocurrirá,» dijo al fin.
Algo en su tono de voz me estremeció. Rao me dio un golpe en la cabeza.
—«¡So tonto! Aquí los únicos que llevan máscaras son los que trabajan. Nosotros somos los pacientes, ¿entiendes? Para trabajar aquí, necesitas estudiar muuucho y ser inteligente. Cosa que no va con tu persona.»
Le dediqué un mohín disconforme y entonces Lotus rió por lo bajo y posó sus dos manos sobre nuestras cabezas. A través de mi piel dura como el acero, casi no la noté.
—«No os peleéis, pequeños. No sólo de inteligencia se vive. Ya te lo dije, Kala: cuando te cures, no necesitarás ver a más Máscaras Blancas.»
—«¡Pero yo no quiero que te vayas!» me alarmé. «Me lo prometiste.»
—«Sí,» dijo Lotus acercando su máscara. «Te lo prometí.»
* * *
Dolor, ira, dolor, miedo, un miedo que te arranca las entrañas, y tristeza. Una tristeza que se engarza con la rabia, porque la confianza se rompía, porque las Máscaras Blancas a las que había visto siempre como a mi familia se convertían de pronto en figuras terribles, porque las palabras de Lotus sobre una huida me habían dado esperanza y ahora las Máscaras Blancas intentaban sonsacarnos a todos el nombre del que había dejado huir a Rao y a Boki. Porque Lotus, para no ser descubierto, activaba las mágaras como siempre para «curarnos», cuando, apenas unas horas atrás, nos había prometido que nos sacaría de ese infierno, que nos enseñaría el mundo real. Odio. Un odio sideral me invadía. ¿Que yo era un saijit como las Máscaras Blancas? Mentira. Odiaba a los saijits. ¿Que yo había nacido con piernas y manos de color rosa, con una nariz pequeña, con cabello, con dedos sin palmas? ¡Mentira! Odiaba todo aquel que se pareciera a aquella Máscara Blanca cuyo rostro, por fin, había podido ver, porque yo mismo le había arrancado la máscara en un arranque de ira. Dolía tanto todo que el mundo ya no era más que un infierno de lava.
Y sin embargo…
Sin embargo, todavía quería creer en que Lotus me salvaría. Si me salvaba… Si me salvaba, podría volver a ver a Rao y a Boki. De ningún modo iba a morir antes de verlos. Lo que desde luego ya no quería por nada del mundo era curarme. Nunca, nunca más…
* * *
—«Y eso es todo,» murmuré. «Sobre todo recuerdo cosas anteriores a que salieran de esa especie de laboratorio. Luego es el vacío. Sólo tuve un sueño en que Kala se fusionaba con el Sello. Creo que ahora lo entiendo. Rao estaba con él, animándolo,» reflexioné, jugueteando con una miga. Ya había transformado la mitad de las fichas del Erlun en bolas de miga y la vela gorda y naranja estaba ya medio consumida. Alcé la vista hacia Lústogan. Pese a la hora tardía, no parecía cansado. Agregué: «O esa sensación tengo. Pero Madre me advirtió más de una vez contra la memoria falsa. Todo lo que te he contado podrían ser recuerdos falsos al menos en parte.»
—«Lo tomo en cuenta,» aseguró Lústogan. «En cierto modo, es una buena señal que no te acuerdes de nada más. Lo más probable es que la vista de ese Príncipe Anciano actuara como detonante y debilitara el sello que puso Madre en los recuerdos de Kala. Mm… Me pregunto por qué Kala cree que ese vampiro mató a Lotus.»
Se quedó absorto. Al de un largo silencio, meneé la cabeza.
—«Hermano. ¿Qué sabes sobre los Pixies?»
—«Mm, los Pixies, ¿eh? No lo suficiente. Todos los presentan como leyendas de antes de la guerra, pero ningún informe serio acredita su existencia. Tampoco nunca nadie los asoció a Liireth. Ni a Lotus Arunaeh, afortunadamente.»
Sentí como si me hubiesen tirado algo a la cara.
—«¿Lotus… Arunaeh?» repetí.
Lústogan se frotó el mentón asintiendo.
—«Me enteré hace poco de la historia por Madre. Al parecer, ese Mago Negro que creó los collares de los dokohis durante la guerra… era un Arunaeh.»
Lo contemplé, atónito. De modo que si el Lotus que había salvado a los Pixies era Liireth… entonces el Gran Mago Negro salía de nuestro clan.
—«Lógico,» murmuré al fin. «Lotus necesitaba saber bréjica para usar esas lágrimas.»
—«Mm,» aprobó Lústogan. «Aunque, según se cuenta, Liireth no murió a manos de un vampiro sino del Gremio de Dágovil.» Se levantó. «Ya hemos hablado bastante. Te informaré si descubro algo nuevo.»
Me puse en pie, sorprendido.
—«¿Te vas ya? ¿No quieres quedarte a dormir?»
—«No. Alquilé un cuarto en un albergue en la parte subterránea de Firasa. Tomaré la caravana mañana muy pronto.»
—«Ya veo. Pero no lo entiendo,» confesé. «¿No venías a convencerme de que fuera a la reunión del clan?»
Lústogan se detuvo junto a la puerta y pareció pensarlo un poco antes de soltar:
—«Si vas a Taey, Madre podría reforzar los sellos. Sin embargo, si vas, es posible que te cueste salir de ahí. Al fin y al cabo, el responsable de haber roto el Sello está en tu cabeza. Y un secreto como ese no puede mantenerse para siempre un secreto.»
Lo observé con fijeza. ¿Me estaba diciendo que los Arunaeh me impedirían salir de la isla una vez llegase a ella?
—«Que las arpías me rapten,» mascullé. «¿En serio lo harían?»
Lústogan se encogió de hombros.
—«Ya conoces a nuestra familia. No acostumbra dejar miembros sospechosos andurrear libremente. Padre fue un poco la excepción al mantener a Yánika tanto tiempo lejos de Taey. Si ella va… no la dejarán salir fácilmente. Y lo mismo va para ti si se enteran de los detalles que ya sabes.»
Mis ojos no dejaban de escudriñarlo.
—«¿Por qué me cuentas esto? Creía que te desagradaba verme en malas compañías.»
—«¿Y encerrarte en una isla con un Sello lleno de miasma maldito lo arreglaría?» replicó Lústogan, burlón. «Haz lo que te plazca, yo sólo advierto. Se avecinan tiempos extraños para los Arunaeh, Drey. Y para Dágovil, me temo. Esos dokohis de los que me has hablado…» sus ojos azules me miraron de soslayo, «podrían estar moviéndose más rápido de lo que crees. Hace unos días, oí que desapareció una aldea entera a una decena de kilómetros al oeste del Templo del Viento. No quedaron ni los cuerpos. Piensa, hermanito: si ese Zyro anda buscando poder… su mejor carta es seguir creando dokohis, ¿no es cierto?»
Su razonamiento, aunque siniestro, se tenía en pie.
—«Siempre y cuando le queden collares,» murmuré. Ya en el pasillo, pregunté: «¿Y tú, Lúst? ¿Vas a ir a esa reunión?»
Lústogan había abierto la puerta y una brusca ráfaga se infiltró en la casa. El cielo se había cubierto de nubes y un viento cargado de la fría humedad del océano soplaba ahora insistentemente. Sin embargo, tan pronto cómo vino la ráfaga, se paró: con un simple sortilegio órico, Lústogan nos protegió de sus sacudidas. Se giró en el umbral y, a la luz de la linterna que oscilaba, vi formarse una leve sonrisa fría en sus labios apretados.
—«Padre aún no ha olvidado que convencí a Madre para irnos hasta la raíz del Sello sin avisar a nadie. No es mi estilo pero… contentaré su petición esta vez.»
De modo que iba… Tras una vacilación, solté:
—«Espera. La tía Sasali me dio un billete de viaje abierto para dos personas. Te lo daré. Yo no voy a usarlo. Mejor que sirva para algo.»
Había tomado mi decisión. Pese a que, en el fondo, deseaba hacerle una visita a Madre, nuestra conversación había acabado por convencerme: no era el mejor momento para tratar con los miembros de mi familia. En un instante, encontré el billete y se lo tendí a Lústogan.
—«Conque fueron hasta darte el viaje gratis para traerte a casa,» comentó. «Madre llorará cuando sepa que no vienes.»
Tragué saliva. ¿Acaso intentaba hacerme cambiar de opinión ahora? Már-háï… Solté:
—«Si es posible, comunícales mis más sinceras disculpas por no asistir a la reunión. En especial a Madre y a la tía Sasali. Dile a Madre… que prometo ir a visitarla pronto.»
Lústogan enarcó una ceja pero no dijo nada. Realizó un gesto seco de cabeza e iba a alejarse pero se detuvo.
—«Ah, lo olvidaba,» dijo.
Rebuscó en su bolsillo y sacó algo. Curioso, recogí el objeto y, más que con los ojos, lo reconocí con la órica. Reprimí un jadeo de sopresa. Era un diamante de la talla de una drimi pequeña. Un diamante de Kron puro.
—«El día en que seas capaz de reducirlo a polvo,» explicó Lústogan, «dejarás de ser mi alumno. Hasta entonces… sigue entrenando.»
Su reto me arrancó una sonrisa.
—«Doy por hecho que tú serías capaz de reducirlo a polvo.»
—«Lo hice cuando tenía tu edad,» confirmó Lústogan.
Mar-háï. ¿Y él decía que yo era un genio destructor? Destruir un diamante de Kron era una tarea de locos. Su dureza y tenacidad eran incomparables. Solamente partirlo ya era un rompecabezas de mil demonios. Una vez lo había intentado y había echado a perder dos semanas sin resultado alguno. Reducirlo a polvo era… una tarea para genios de verdad.
—«¿Cómo se supone que debo romperlo?» pregunté.
—«No voy a hacerte la demostración,» replicó Lústogan, paciente. «Usa tu cabeza.»
Tenía la misma probabilidad de éxito usándola de verdad que usando la órica, pensé. Pero si Lústogan lo había conseguido…
—«Lo haré,» afirmé. «¿Dónde has encontrado la piedra?»
—«En lugares perdidos,» respondió vagamente, dándome la espalda.
Enarqué imperceptiblemente una ceja. A saber por qué lugares oscuros había pasado mi hermano en su peregrinación hacia la raíz del Sello, si hasta había pasado cerca de Brassaria… Se me ocurrió una súbita idea.
—«Espera. Una última pregunta, hermano. ¿Eres capaz de estallar hierro negro de manera precisa?»
Lústogan se detuvo, pensativo.
—«¿Lo dices por los collares de los dokohis?»
—«En particular por el de Tchag,» especifiqué. «El imp sigue transformándose y es un verdadero problema para Livon. ¿Crees que podrías…?»
—«Olvídalo,» me cortó Lústogan con tranquila sequedad. «No me interesa. Aprende a romper hierro negro, Drey, y solucionarás tu problema.»
—«Como si fuera tan fácil,» carraspeé. «Si tuviera ese Orbe…»
—«Pero no lo tienes,» retrucó Lústogan. Su tono tenía una pizca de diversión. Me dio de nuevo la espalda y se alejó con un: «Buen entrenamiento.»
Suspiré y contesté:
—«Buen viaje.»
Vi su silueta desaparecer rápidamente en las sombras de la noche, envuelta de un suave remolino de aire. La tenue luz de la Luna apareció a través de las nubes y pude ver cómo los árboles de la Colina Boscosa, negros como la tinta, se inclinaban regularmente bajo las rachas de viento. Inspiré hondo. El viento de la Superficie era tan distinto y a la vez tan vivificante… Cerré al fin la puerta y me fijé en que, en el salón, la vela naranja se había apagado. Tras una vacilación, la volví a encender y me tumbé bocabajo para contemplar su llama mientras esta bailaba. Quemarás hasta el final, le prometí.