Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 1: Los Ragasakis
Cómodamente sentado en una silla en equilibrio, giré una de las caras del cubo con números, miré el resultado, fruncí el ceño, di unos cuantos giros más sin encontrar escapatoria y, finalmente, la vi y fulminé el cubo con una sonrisa entretenida.
—«¿Sabes, Livon? No te imagino jugando a este tipo de rompecabezas.»
El aludido, por supuesto, no contestó: estaba tumbado sobre su cama, aún inconsciente. Había pasado toda la noche desmayado y ya había amanecido desde hacía horas. Según la vieja Shimaba, algo en su permutación de la víspera debía de haberle salido torcido.
Oí de pronto una risa queda.
—«Para él es más que un juego.»
Posé las patas delanteras de la silla y me levanté, sobrecogido. Un extraño saijit de piel pálida y pelo blanco acababa de cruzar el umbral de la casa de Livon. Era bastante más bajito que yo. Inclinó levemente la cabeza, sonriente.
—«Debes de ser Drey. Yo soy Yeren. El curandero de los Ragasakis.»
De modo que él y la hija de los taberneros de La Calandria habían regresado.
—«Hola. Mucho gusto.» Eché un vistazo al fondo de la habitación. Yánika había alzado los ojos de su libro. Pregunté, curioso: «¿Más que un juego, dices?»
Yeren se aproximó a la cama asintiendo:
—«Ajá. Hace dos años, le prometí a Livon obtener una información importante para él, pero como no paraba de preguntarme todos los días, le regalé este cubo para que se relajara un poco y aprendiese a tomarse las cosas con paciencia. Pero se lo ha tomado en serio. Es un poco como si pensara que, el día en que consiga resolverlo, conseguiré sacarles una respuesta a los de la Kaara. La organización,» explicó.
Fruncí el ceño, sin entender.
—«¿Otra cofradía?»
—«Er… No. No exactamente. La Kaara es bastante conocida por estos lares. Incluso en los Pueblos del Agua. Son algo así como recopiladores de información. Te dan la información que buscas a cambio de favores o dinero. Aunque no es fácil obtener una entrevista con uno de sus miembros, ni tampoco negociar con ellos.» Posó una mano sobre la frente del permutador mientras confesaba: «En realidad, no esperaba que fuera a tardar tanto en resolver este cubo, ni yo en conseguir una respuesta… Pero, bueno, lo importante es que Livon no pierde los ánimos. Y se atiene a su palabra,» sonrió con cara concentrada. «Para bien o para mal.» Retiró la mano diciendo con ligereza: «Ya de niño era más terco que un burro. Bueno. No creo que tarde mucho en despertar. Está durmiendo.» Sus ojos verde claro me sonrieron. «¿Así que eres destructor? ¿Y esa pequeña debe de ser tu hermana?»
—«No soy tan pequeña,» apuntó Yánika acercándose. «Y tú no eres mucho más alto que yo.»
—«Eso es cierto,» sonrió el curandero. Yánika lo miraba descaradamente. Nunca habíamos visto a un ser tan blanco con rasgos de drow, pero no era su sola rareza: una especie de gran escama negra resaltaba bajo su ojo derecho acompañada de una cicatriz. Y Yani se había quedado mirándola, fascinada. Molesto, abrí la boca para romper el silencio, pero Yeren se adelantó contestando a nuestra duda silenciosa: «Soy un drow albino. Nací con estas pintas. Tal vez gracias a eso me interesé tanto por las artes de curación.» Nos dedicó una amplia sonrisa mientras ajustaba su pañuelo azul alrededor del cuello, sus grandes orejas se combaron y agregó: «Bueno, os dejo. Tengo trabajo. Tomad: este es un pastel de verduras, dietético pero consistente. Lo he hecho esta mañana. Es para Livon, pero sin duda podréis compartirlo con él. Él sería capaz de comérselo entero en un día.»
—«Mi hermano también,» aseguró Yánika.
—«Yani…» gruñí por lo bajo. Y desviando la mirada del pastel embalado que Yeren había dejado sobre la mesa, le dije al curandero: «Gracias. Por cierto, habrás pasado por la cofradía, ¿verdad? ¿Hay noticias del elfo oscuro inconsciente?»
—«Sigue sin querer hablar,» suspiró Yeren. ¿Todavía? Puse los ojos en blanco ante la suavidad de los Ragasakis y pensé que, de haberse encargado algún inquisidor de mi familia, habríamos acabado hacía tiempo. El curandero añadió: «Lo he revisado esta mañana, lo escayolé y le di un calmante para el dolor… Se fracturó las dos piernas y un brazo al caer del árbol,» explicó. «Al menos no se fugará. Debería alegrarse, podría haber acabado peor. Cada vez que lo pienso… Livon tomó un riesgo excesivo sabiendo que nunca había conseguido hasta ahora una tercera permutación. Dioses… Este chaval es un caso perdido.»
Attah… Agrandé los ojos. No lo había pensado, pero era cierto que si Livon hubiese fallado la permutación y se hubiese desmayado estando encaramado a un árbol… Eché una mirada anonadada hacia el rostro dormido del permutador. Primero salvaba a un tipo que se ahogaba arriesgando su vida en el Lago Blanco, luego permutaba arriesgándose a una caída que hubiera podido ser mortal…
—«¿Y hace estas cosas a menudo?» pregunté. «¿Cómo es que sigue vivo?»
Yeren se carcajeó suavemente.
—«¿Livon? Tiene una suerte del demonio. Si puedes enseñarle a ser más prudente, inténtalo. Yo ya lo intenté y ni caso, ahora me contento con hacerle pasteles dietéticos. Cuando se deja llevar por la acción, pierde totalmente el juicio. Bueno, ¡nos vemos!» añadió.
El curandero se fue con paso enérgico y lo seguí con la mirada desde la puerta de la pequeña casa, divertido. Así que ese era uno de los famosos cocineros de los Ragasakis.
—«Parece simpático,» dejé escapar.
Sentí el aura firme de Yánika aprobar. Estaba entreabriendo el envoltorio del pastel. Le eché una mirada elocuente y ella protestó:
—«Sólo es curiosidad. Leí una vez que la cocina dice mucho sobre una persona. Según llene el plato, será parca o generosa, según la disposición, chapucera o meticulosa…»
—«Y si cocina con veneno, será malévola,» me burlé. «El caso es que querías echarle un vistazo al pastel. ¿Qué pinta tiene?»
Yánika se cruzó de brazos con una sonrisa angelical.
—«Ya lo verás, hermano.»
Me tragué mi impaciencia. Pese al buen desayuno que nos había traído Naylah, ya empezaba a tener hambre. Fui a cerrar la puerta y me detuve, alzando una mirada hacia el cielo azul moteado de nubes blancas. La casa de Livon se situaba en las afueras de Firasa, junto al río. En verdad, se veía que la había construido él mismo y que las comodidades no eran ni de lejos una prioridad para él. Sonreí. Y me ensombrecí cuando recordé las palabras de Yeren sobre la Kaara. Livon andaba buscando una importante información… ¿pero sobre qué? No debía de ser muy urgente si era capaz de esperar dos años para resolver un cubo con números. Volví a sentarme y retomé el cubo. Estaba ya casi resuelto. Sólo faltaban tres giros. ¿Lo dejaba como estaba o lo revolvía? Hasta ahora ignoraba la importancia de ese cubo… Ahora que sabía que, para Livon, no era un juego, sentía como si hubiera estado trasteando con algo íntimo. Hice una mueca incómoda. Fuese como fuese, no sabía si Livon deseaba ayuda o no. Si algo había aprendido de él aquellos días era que no le gustaban los caminos fáciles. Había ido incluso hasta pedirme que le dificultara la permutación con órica. Un tipo así sacaba placer de los desafíos. Un poco como Lústogan, pensé súbitamente. Pero sin la vena insensible y con infinitamente más capacidad empática. No, definitivamente, Livon no era como mi hermano.
—«¿Drey?»
Giré la cabeza y vi a Livon con los ojos abiertos. Se enderezó mirando a su alrededor.
—«¿Dónde estoy?»
—«Er… En tu casa. ¿No la reconoces?» me inquieté de pronto. ¿Podría haber sufrido un traumatismo por usar demasiado su tallo energético?
Miraba la única habitación de su casa, boquiabierto.
—«Pero…»
—«Ordenamos tu casa,» dije, creyendo entender. «Me temo que algún ladrón debió de pasar por aquí desordenándolo todo. Quizá fuesen esos tres que nos atacaron ayer. O quién sabe. Por si acaso, Yánika y yo pensamos que sería más seguro no dejarte solo con Tchag y montar la guardia.»
Livon se rascó la sien y mi inquietud aumentó.
—«¿Estás bien, Livon?»
—«¿Mm? Claro. Reconozco la casa pero… ¿qué ha pasado con todas las bolsas y los papeles? Quiero decir,» continuó, mientras se levantaba prestamente, «esto es increíble. Parece la casa de un príncipe. ¡No hay ni un trasto en el suelo! ¿Cómo lo habéis hecho?»
¿Huh? Livon estaba maravillado. Lo miré, alzando la comisura de un labio.
—«No me digas,» dije levantándome a mi vez, atónito, «¿no me digas que la basura que había por ahí… era normal?»
Livon posó el índice sobre sus labios, perplejo.
—«No era basura…»
—«¿Que no era basura?» repetí. Intercambié una mirada incrédula con Yánika. Las peladuras, las bolsas pringosas de buñuelos, las pilas de papel pegajosas con olor a pescado… ¿no eran basura? Y las hojas esparcidas por todo el suelo… ¿no era desorden?
Livon rió agitando la mano para quitarle importancia.
—«¡No importa! ¡No está nada mal como está ahora, de verdad! Gracias, Drey. Y Yánika. Por el esfuerzo.»
A saber cuánto te dura, pensé. Meneé la cabeza, anonadado, y señalé el pastel:
—«Ha pasado Yeren. Te ha dejado esto.»
—«¡Un pastel!» se alegró él.
Estaba delicioso. Mientras lo comíamos, le conté lo ocurrido junto a la cabaña y añadí:
—«De momento poco sabemos sobre esos atacantes aparte de que querían atrapar a Tchag.»
—«¿Dónde está Tchag ahora?» preguntó Livon.
—«Se ha ido al mercado con Naylah. Aquí no paraba de moverse. Me sacaba de mis casillas.»
Livon puso cara sorprendida, como si no llegara a entender cómo Tchag podía ponerle nervioso a alguien. Pues vaya, si lo hubiera visto sentado sobre él cantándole en estribillo que se despertara…
—«Aunque esta noche estuvo tranquilo,» añadí. «Durmió de un trecho y no se transformó.»
—«¿En serio?» se alegró Livon. Sentado con las piernas y los brazos cruzados sobre el suelo, marcó una pausa y frunció el ceño, concentrado. «¿Por qué llevaban collares como Tchag? ¿Quién puede querer ponerse un collar de espectro?»
—«Dudo de que se lo pongan ellos mismos,» le hice notar.
Yánika concordó con un gesto de cabeza sombrío y vaciló antes de coger su último trozo de pastel. Yo había terminado hacía tiempo. Afirmé con tranquilidad:
—«De nada sirve hacer conjeturas sobre la nada. Sonsacaremos la verdad. Zélif parece tomárselo muy en serio. Y Naylah… dijo algo extraño,» confesé. «Dijo que esos tipos eran dokohis. Esta mañana le he preguntado por ellos y se le ha vuelto a ensombrecer toda la cara. ¿Crees que sabe algo de ellos? ¿Algo de su pasado? Bueno,» dije, cruzando las manos detrás de la cabeza con una mueca molesta. «Creo que no debería haberle preguntado nada. Me puso una cara… ¿Crees que metí la pata?»
Livon meneó la cabeza, ensimismado.
—«Hay gente a la que le cuesta hablar de su pasado. Sobre todo en una cofradía como los Ragasakis. La mayoría no tenemos otra familia y acabamos aquí por pura casualidad. Algunos puede que tengan pasados realmente oscuros. Pero, como dice Baryn, no somos lo que fuimos, sino lo que somos.»
Me imaginé al monje yurí dándole lecciones filosóficas rimbombantes a Livon y sonreí. Aquello me hizo recordar lo que había dicho Yeren y mis ojos se posaron en el cubo de números, abandonado sobre la silla. Siguiendo mi mirada, Livon soltó:
—«Oh. ¿Te lo ha contado Yeren?» Tendió la mano para recoger el cubo y lo contempló un momento. «Estoy seguro de que, el día en que resuelva esto, Yeren tendrá mi respuesta. No quería meterlo en el asunto, pero como insistió tanto… Yeren es un gran Ragasaki,» sonrió. «El objetivo es colocar todos los números hasta nueve en cada cara. En realidad, esto también son permutaciones, así que a veces me digo que no debe de ser tan difícil. Pero… le doy vueltas todos los días desde hace dos años y no consigo nada,» suspiró. Le dio unas cuantas vueltas a las caras. Y estropeó todo mi trabajo. Y decir que había estado tan cerca de ganar… Con una sonrisa algo triste, concluyó: «Yeren no me lo ha puesto fácil.»
—«¿Quieres ayuda?» propuse. Livon parpadeó, sorprendido. Y me dije: Attah… ¿por qué te metes, Drey? Encadené con una mueca casual: «Pero a cambio me dices por qué necesitas a la Kaara.»
Livon superó su sorpresa y sonrió ampliamente.
—«¡Claro! Eso te lo puedo contar… Pero no hace falta que me ayudes en esto. Aunque…» Se mordió el labio con una cara casi culpable. «¿De verdad crees que serías capaz?»
Resoplé, divertido, y tendí la mano. Me dio el cubo. Y me puse a ello diciendo:
—«Mi hermano me regalaba cacharros parecidos cuando era niño. Una vez, me hizo resolver cincuenta seguidos de diferentes tipos y no dormí ni comí durante dos días,» sonreí. «He perdido algo de práctica, pero con un poco de suerte…»
Me centré en mi labor. Livon miraba el cubo con concentración.
—«Ese hermano,» dijo entonces, «¿es el mismo que te ha enviado al guardaespaldas?»
Marqué una pausa y chasqueé la lengua continuando.
—«Para mí que es más un espía que un guardaespaldas. No querrá perderle la pista a mi hermana, eso es todo.»
—«¿Yánika?» se extrañó Livon, girándose hacia ella.
Fruncí el ceño, súbitamente tenso por el brusco cambio en el aura de mi hermana. Desvié la mirada hacia el cubo resoplando:
—«No, pensándolo bien, supongo que es a mí a quien no quiere perder. Después de todo, fui su discípulo durante más de diez años.»
—«¿Oh? Parece ser un hermano responsable,» se alegró Livon.
Le eché un mirada sardónica pero confesé:
—«En cierto modo, lo fue demasiado. Tiene un gran sentido del deber,» expliqué con calma ante su mueca confundida. «Cada vez que hace algo, lo hace bien y raramente falla. Sólo falta que sea un poco más… abierto. Pero le tengo cariño. Él me enseñó casi todo lo que sé sobre las rocas. No tenía piedad,» sonreí. «Pero tampoco me ha abandonado nunca.» Salvo cuando robó el Orbe, añadí para mis adentros. Hubo un silencio en el que Livon pareció quedarse absorto. Entonces, alcé el cubo. «¡Listo!»
Livon agrandó mucho los ojos.
—«¿Qué? ¿Ya?» exclamó.
Tendió ambas manos y se lo alejé, protestando:
—«¡Ya-náï! No me has explicado lo de la Kaara.»
—«Ah. Es verdad.» Se golpeteó la mejilla con el índice como buscando las palabras más adecuadas antes de lanzarse: «Busco algo capaz de romper varadia.»
El aura de Yánika se impregnó de curiosidad. Ladeé la cabeza.
—«¿Varadia?»
—«Sí… Verás. Te contaré cómo la encontré. Te dije que no conocí a mis padres, ¿verdad? Me dijeron que murieron por culpa de los vampiros. Crecí en una aldea perdida en las montañas de Skabra. Me ocupaba de las cabras de la vieja Dyara, así que pasaba más tiempo vagando por los montes que en cualquier otro sitio. Y, un día, me metí en una cueva y encontré a Myriah. Pasaron meses antes de que me contestara, pero iba casi todos los días a darle los buenos días. Hasta que…»
—«Espera un momento,» lo corté. «¿No te contestó en meses?»
Al ver nuestras expresiones impactadas, se carcajeó.
—«¡Myriah no es una persona común y corriente! Pronto lo vais a entender. Myriah está aprisionada en una especie de cascarón transparente. Cuando empezó a hablarme, lo hizo con energía bréjica. En ese momento yo no era más que un niño y no entendía nada, pero recuerdo que no me asustó. Es la persona más dulce que conozco. Y la primera saijit a la que consideré como a una verdadera amiga. Ella fue la que me enseñó las bases de las artes celmistas. Ella también es permutadora. Me enseñó muchas más cosas durante esos años. Lo malo es que…» se ensombreció, «cuanto más hablaba por vía mental, menos la oía. Al final… me explicó que cuanta más energía gastaba más le costaba llegar hasta mí por culpa de la varadia. Porque su tallo energético no se regenera. Esa sustancia la paraliza casi entera.» Frunció el ceño y sus ojos refulgieron, ensimismados. «Ese día le prometí que la liberaría. No sé cómo lo voy a hacer pero lo haré. Llevo ya ocho años buscando… Si no hay otro modo, permutaré mi sitio con el de ella. Sé que Myriah estaría triste si lo hiciera. Por eso… intento encontrar otro método.»
Me quedé mirándolo con fijeza, a la vez impresionado y alarmado. ¿En serio estaba dispuesto a renunciar a su vida y permutar con ella? Por Sheyra… ¿Es que no le tenía aprecio a su vida? Fuera como fuera, un pastor de cabras, una cueva encantada y una chica atrapada en el tiempo… ¿Qué clase de historia era esa? Le eché un vistazo a Yánika. Su aura emitía interés, y no esa impaciencia típica que sentía cuando alguien soltaba obvias mentiras. Así que ella se lo creía. Bueno…
—«Eso sí que es tener una misión épica,» comenté. «Destruir varadia. No sabía que existiera un material capaz de paralizar el cuerpo por completo. Eso suena más a magia de cuentos.»
—«¡Pero es la verdad!» aseguró Livon con tono más ligero.
—«Mm… ¿Y cómo se quedó ella atrapada ahí?»
—«Er… Esa es la pregunta,» carraspeó Livon, cruzándose de brazos. «Cuando se lo pregunté, apenas la oía ya…»
¿No se lo habías preguntado antes?, salté mentalmente, estupefacto. Livon continuó:
—«Según entendí, había una criatura dentro. Myriah hizo una permutación y se quedó atrapada. Dijo que había cometido un error… No le entendí muy bien,» admitió con una mueca. «Pero,» añadió, descruzándose de brazos, absorto, «recuerdo sus últimas palabras. Me dijo que siguiera adelante. Y me llamó… Livon, Livon… durante un buen rato.» Marcó una pausa. Estaba obviamente afectado por sus recuerdos. Súbitamente, alzó la cabeza y sonrió de oreja a oreja. «También es la elfa más hermosa que he visto nunca, ¿ya os lo he dicho?»
Sonreí.
—«Habría sido raro que no lo fuera,» me burlé. Así que ese era el objetivo de Livon: salvar a una hermosa elfa atrapada en un caparazón indestructible. Me hubiera echado a reír si no fuera porque entendía que aquello era importante para él. Bajé la mirada hacia el cubo. «Dudo que unos simples informadores sean capaces de resolver un cuento de hadas.»
Le eché una ojeada, socarrón. Y le di una vuelta a una cara del cubo para deshacer lo resuelto. Livon soltó una exclamación de protesta. Pero, en vez de abalanzarse para coger el cubo, el maldito permutó conmigo. Cuando lo vi sentado en mi sitio con una sonrisilla inocente, me sulfuré, incrédulo.
—«¡Serás granuja! ¡Sólo estaba bromeando! ¿A quién se le ocurre permutar por una bobada así?»
Yánika se carcajeó y Livon la imitó. El aura divertida de mi hermana nos envolvió y acabé por sonreír. Pero insistí:
—«No deberías permutar tan a la ligera. Y otra cosa,» añadí con tono súbitamente serio, «ni se te ocurra permutar con mi hermana. Eso no te lo perdonaría.»
—«Lo sé, Drey, lo sé,» me apaciguó Livon, levantándose. Agarró su capa roja y se la puso diciendo: «Vayamos a ver a los demás. Quiero disculparme ante Orih.»
—«¿Disculparte?» me sorprendí, ya en pie.
—«Bueno… Es culpa mía que esos tipos nos hayan atacado. Porque yo a Tchag… no pude abandonarlo así, sin saber con quién lo dejaba,» confesó, cabizbajo. «Os puse a todos en peligro. ¡Lo siento!»
Se inclinó bien bajo. Resoplé, exasperado.
—«Tonterías… ¿Quién iba a imaginar que habría gente así buscándole a Tchag? Además, Orih tampoco lo entregó.» Aunque seguramente hubiese acabado por hacerlo para salvarte, pensé, recordando los ojos horrorizados de la mirol posados en su compañero. Agregué: «Creo que es evidente que Tchag tampoco quería ir con ellos. Ni el espectro ni el Tchag de verdad. Alguna buena razón tendrá.»
Livon asintió y alzó entonces la cabeza con brusquedad.
—«¿Tchag ha recordado algo?»
Resoplé de lado.
—«Tan amnésico como siempre. Dijo que no los conocía, pero que le daban miedo.»
Los ojos de Livon se quedaron inmersos, llameando como dos fuegos grises.
—«Tengo que saber la verdad,» dijo.
Y bien decidido estaba, me fijé al verlo pasar el umbral con paso rápido. Recogí el envoltorio del pastel y, cuando le eché un vistazo y reconocí un signo dibujado encima, comprendí que buena parte del desastre que habíamos limpiado Yánika y yo venía de los pasteles de Yeren. El curandero debía de regalárselos regularmente. Muy regularmente.
Salíamos detrás de Livon cuando este ralentizó y agregó con un tono completamente cambiado:
—«Oye, Drey… ¿Qué cara hay que girar para volver a ponerlo como estaba?»
Miraba su cubo. Jadeé. ¿En serio lo preguntaba? Le señalé la cara, él la giró y su rostro se iluminó. Mar-háï… Definitivamente, no le iban ese tipo de juegos. Intercambié una sonrisa divertida con Yánika y nos pusimos en marcha hacia la Casa de los Ragasakis.
* * *
La cofradía estaba animada. Loy estaba al fondo de la sala, pasando el plumero a los libros de la estantería. Sirih se divertía dibujando con sus armonías líneas luminosas en el suelo; Sanaytay tocaba una suave melodía de flauta tumbada boca arriba sobre unos cojines. Y también estaban ahí Staykel, su esposa Praxan y su hija Shaïki, sentados a una mesa. Madre e hija tenían el pelo tan violeta como la amatista. Orih se tiró casi literalmente en los brazos de Livon alegrándose de que estuviera ya en pie y echó a un lado las disculpas de este con un perplejo:
—«¿Pero qué dices? Tchag es ya como un Ragasaki, ¿no? ¡Lo protegemos todos juntos!»
Mientras nos instalábamos a la mesa donde estaban sentados los demás, eché una mirada circundante en busca del elfo oscuro capturado. La víspera, apenas había pasado por la cofradía, transportando enseguida a Livon a su casa con la ayuda de Loy. No había vuelto ahí desde entonces. ¿Dónde lo habrían metido?
—«¿Qué haces?» preguntó Shaïki.
La pequeña miraba a Yánika. Mi hermana había vuelto a sacar su libro. Se lo había prestado Loy el día anterior para que dejase de pensar en lo ocurrido junto a la cabaña y, como solía con los libros de historia, se había quedado enganchada enseguida. Los ojos castaños de la hija del Ahumador estaban fijos en mi hermana. Ardían de una curiosidad descarada.
—«Leo un libro de historia sobre los Nómadas Blancos de las llanuras de Korame,» contestó Yánika. «¿Te gusta la Historia?»
La pequeña asintió con firmeza sin despegar los ojos de ella.
—«¡Mm!»
El aura de Yánika se enterneció.
—«¿Qué edad tienes?»
—«Seis años,» contestó con voz alta y clara. «¿Y tú?»
—«Casi trece,» sonrió Yánika.
—«Ah. ¿Jugamos al Amarrado?»
—«¿Al Amarrado?»
—«¿No sabes jugar al Amarrado? Te enseño,» decidió la pequeña.
Se levantó, cogió a mi hermana de la mano y se la llevó a otra mesa. Pronto las vi entrechocar las manos mientras Shaïki decía «pájaro», mi hermana, «roca»; a lo cual siguieron así: «carro, romero, rosa, sartén, tenedor…». No pude evitar reír quedamente, pues a Yánika nunca le habían ido esos juegos. Me arrancó de mis pensamientos burlones la voz de Praxan, la runista:
—«Por cierto, Livon, sigo esperando mi caja. Ya sé que la necesitas para el imp pero… devuélvemela cuando puedas, ¿eh? Esa caja me la trajo una amiga runista directa de los Reinos de la Noche. Su madera de roble barik es excelente para colocar runas, perfecta para los trazados más complicados y…»
—«En resumen,» la interrumpió Staykel, burlón, «es la mejor caja del mundo, así que no se la rompas, Livon, o mi mujer se convertirá en tu peor pesadilla.»
Praxan le dio un coscorrón, protestando, divertida:
—«No estoy bromeando.»
—«¡La cuidaré como a un miembro de mi familia!» aseguró Livon.
Diablos, se lo tomaba en serio. Desviando la mirada de una flor armónica que acababa de dibujar, Sirih suspiró, impaciente.
—«¿Cuánto tiempo planea Zélif interrogar a ese dokohi?»
—«¿Vosotros también los llamáis dokohis?» me sorprendí.
—«No… Bueno, así los ha llamado Naylah,» reconoció la armónica. «Ha dicho que no sabía por qué le había venido esa palabra a la mente… Un poco rara, la historia.»
—«Pero realmente parece afectarla,» se ensombreció Orih. «Parecía pensar que esos dokohis eran los peores monstruos del mundo…»
Calló y alzó una mirada preocupada hacia las escaleras que llevaban al primer piso. Sirih masculló:
—«En serio, espero que no le haya pasado nada malo a Zélif…»
—«Tranquila, Shimaba está con ella,» replicó Staykel. «Y el dicho monstruo apenas puede moverse. Además, tu hermana lo oiría si pasara algo, ¿no?»
Enarqué una ceja y me giré hacia la hermana de Sirih. Sanaytay apartó la flauta enderezándose, pero la suave melodía que tocaba siguió flotando en el aire sin apagarse. Inspiré, sorprendido. ¿Estaría usando armonías? Sabía que ambas hermanas eran armónicas, pero así como Sirih era una ilusionista, Sanaytay parecía controlar las ondas de sonido.
—«No consigo oír lo que dicen,» confesó entonces la flautista. «Pero sé que el dokohi no habla. Zélif parece preocupada.» Se sonrojó con timidez. «No me gusta escuchar tan lejos.»
Agucé el oído. No oía absolutamente nada, y menos con Shaïki y Yánika jugando al Amarrado… De pronto, dos golpes fuertes resonaron contra la puerta de entrada y nos sobresaltamos. Otros dos golpes.
—«¡Abrid! ¡Somos la Orden de Ishap!» bramó una voz afuera.
Praxan siseó.
—«¿Ellos?»
Los ojos de Staykel relucieron y se remangó, levantándose.
—«A este paso esos malditos fisgones van a romper la puerta.» Y ladró: «¿Sois idiotas? ¡La puerta está abierta!»
El pomo giró y la puerta se abrió. El Ahumador iba a moverse, pero Loy se le adelantó, levantó el plumero para detenerlo y dijo en voz baja:
—«Me ocupo yo.»
Dos saijits entraban por la puerta, vestidos con los tabardos blancos y negros de la Orden de Ishap. Según me había explicado Livon el primer día, eran una vieja cofradía de Firasa que competía con la de los Ragasakis. Uno de los dos llevaba un yelmo de cuero rojo y un arma negra extraña parecida a una alabarda cruzada a la espalda. La otra era una elfa rubia más joven que se erguía todo lo posible sin alcanzar, por supuesto, la imponente figura de su compañero. Escuché a Orih inspirar y murmurar sobreexcitada:
—«¡Es Grinan! Si tan sólo estuviese aquí Nayu para verlo…»
El secretario de los Ragasakis se inclinó formalmente con su plumero.
—«¡Buenas tardes, Caballeros! ¿Qué deseáis?»
—«Hablar con vuestra líder,» contestó Grinan con voz profunda. «¿Es posible?»
—«Es posible,» dijo de pronto la voz de Zélif.
Sorprendido, vi a la pequeña faingal bajar las escaleras junto con Shimaba. La vieja dueña de la casa llevaba unas gafas extrañas que retiró posándolas sobre su melena blanca mientras ambas alcanzaban los últimos peldaños.
La líder de los Ragasakis se detuvo ante Grinan, apartó un largo mechón de su cabellera rubia y alzó unos ojos penetrantes hacia el Caballero de Ishap.
—«Hola, Grinan. ¿Qué ocurre?»
El caballero paseó una mirada rápida por toda la comitiva de Ragasakis y, por un instante, me pareció ver un destello de incomodidad en sus ojos. Inclinó secamente la cabeza.
—«Zélif de Eryoran. Me han comunicado extraños acontecimientos sobre lo ocurrido ayer en la parte norte, no muy lejos de la mina abandonada. Al parecer, unos Ragasakis fueron vistos mientras bajaban de ahí con dos cuerpos inconscientes. Y esta mañana, se os ha visto desenterrar dos cadáveres y volver a enterrarlos. ¿Alguna explicación?»
La tensión de los Ragasakis era evidente. Zélif suspiró.
—«Muchas explicaciones. Resumiendo: tres espectros atacaron a unos Ragasakis, estos se defendieron y dos espectros resultaron muertos.»
Hubo un silencio.
—«¿Espectros? Eran saijits,» objetó Grinan.
—«Cuerpos saijits controlados por espectros. Los saijits tal vez fueran inocentes, pero los espectros, ellos, fueron a matar, y mi gente los mató. Defensa propia.»
No mencionó en ningún momento a Tchag, noté. Grinan frunció el ceño.
—«¿Quién los mató?»
Zélif abrió levemente la boca, se giró hacia mí vacilante… e intervine, levantándome:
—«Yo. Yo los maté.»
Ya estaba bien que el drow de pelo pincho me hubiese salvado la vida, no iba a meterlo en líos. El Caballero de yelmo rojo me atravesó con la mirada. ¿Acaso iban a acusarme de haberme defendido? No tenía ni idea de cómo funcionaban las leyes en Firasa.
—«Ese tatuaje,» dijo Grinan de pronto, «¿es de los Arunaeh?»
Noté la sorpresa a mi alrededor, pero Zélif, ella, no se inmutó. De modo que ella ya lo sabía…
—«Lo es,» confirmé. «¿Importa?»
El caballero de yelmo rojo frunció aún más el ceño pero, para alivio mío, se giró de nuevo hacia la líder.
—«Somos tal vez rivales, pero sé que tú nunca mientes, Zélif. Sin embargo, un cuerpo poseído por un espectro… es poco común.»
—«Esos saijits, en particular, no podían liberarse fácilmente,» se ensombreció Zélif. «Llevaban un collar traficado alrededor del cuello que retiene al espectro… Algunos tacharían esas mágaras de magia negra.»
—«¿Magia negra?» dijo Grinan en un eco escéptico. «Vamos, Zélif. La magia negra es un término popular que no significa gran cosa. Me extraña que lo emplee una experta perceptista como tú.»
—«Entonces seré más explícita: los dos saijits llevaban un collar con un espíritu dentro conectado a su propia mente con un potente sortilegio bréjico y brúlico. Una práctica que muchos llamarían magia negra.»
Grinan tenía una expresión entre incrédula y sombría.
—«¿Eso existe?»
—«Y no es nada nuevo,» murmuró Zélif ensombreciéndose aún más. Se subió a una de las sillas del mostrador, se sentó sobre este con ligereza y declaró con lentitud: «Esos collares… no han sido fabricados ahora, me temo. Han sido reutilizados. Aunque se supone que el que los fabricó fue derrotado hace treinta años. Liireth, el Gran Mago Negro.»
Me recorrió un escalofrío tan sólo con oír el nombre. Liireth… El legendario mago negro de Dágovil había sido, según sabía, el líder de una terrible sublevación de celmistas desterrados y mercenarios sedientos de sangre. Había masacrado saijits sin piedad ni discriminación hasta que, treinta años atrás, había sido aniquilado por una unión de celmistas y guerreros dagovileses. Hasta habían dado su nombre al bosque de los rebeldes. Los ojos azules de Zélif se habían vuelto fríos como el acero.
Hubo un silencio.
—«¿Hablas en serio?» intervino Loy. «¿Crees que Liireth sigue vivo?»
—«O bien alguien ha querido seguir sus pasos,» murmuró la faingal.
Carraspeé, sentándome de nuevo.
—«No sé mucho de historia pero, en mi tierra, se cuenta que Liireth tenía un poder y una habilidad celmistas fuera de lo normal. Replicar sus técnicas no debe de ser nada evidente.»
—«¿Tan conocido es ese Liireth?» inquirió Livon, perdido.
Me encogí de hombros.
—«Conocido en los Pueblos del Agua, al menos.»
—«Pero es un tema del que se habla poco,» intervino Loy. «Una leyenda casi secreta.»
—«¿Leyenda?» se extrañó Orih. «Si murió hace apenas treinta años…»
—«No deja de ser una leyenda,» aseguró el secretario, y enunció con estilo de diccionario: «De orígenes desconocidos, portador siempre de una máscara, Liireth participó en la Guerra de la Contra-Balanza, sembró el terror y generó varias leyendas sobre la destrucción de Dágovil, de los Pueblos del Agua y hasta del mundo entero. Se lo conoce como al Gran Mago Negro porque practicaba sortilegios prohibidos, jugaba con las mentes de los saijits y, en algunas crónicas, hasta dicen que llegó a concluir un pacto con los demonios, los espectros, los zads y un atroshás, nada menos. Aunque, en verdad, no se ha visto a uno de esos enormes dragones negros por los Pueblos del Agua desde hace cientos de años… Y aquí termina la lección,» sonrió recolocándose las gafas con gesto de profesor.
—«Siempre tan bueno explicando,» lo loó Orih, entusiasmada.
—«Gracias,» dijo Loy alzando humildemente el plumero hasta el pecho.
Yánika y yo ahogamos una risita. Livon asintió, pensativo.
—«Ya veo. ¿De modo que una persona ha retomado las creaciones de ese Liireth y las está reutilizando?»
—«Sacáis muchas conclusiones,» intervino Grinan, molesto. «Sea como sea, he venido a avisaros de que la retención de una persona en contra de su voluntad está penada duramente por el Consejo Gremial. Os pido que entreguéis a la persona que mantenéis cautiva. Será interrogada y la mantendremos en nuestra cárcel temporalmente hasta que se tome una decisión conjunta de los gremios. Zélif… tendrás que explicar todo esto en la siguiente reunión de gremios dentro de dos semanas.»
Zélif puso cara levemente ofendida.
—«Lo iba a explicar de todas formas. Y lo siento pero no puedo entregaros al sujeto en cuestión: cayó de un árbol y se fracturó dos piernas y un brazo. Nuestro curandero dijo que no está en condiciones de ser trasladado a ningún sitio.» Se deslizó hasta el suelo y puso las manos en jarras. «Entiendo tu posición, Grinan, pero que sepas que este asunto es serio y no es momento para pequeñas rivalidades. Léete algún libro sobre la guerra de la Contra-Balanza en Dágovil y lo entenderás. Si el que está creando a esos dokohis está cerca… Firasa podría estar en peligro.»
En ese momento, Naylah entró por la puerta y se quedó sorprendida al ver a tanta gente. Tchag estaba medio escondido debajo de la cabellera plateada de la lancera… y era mejor que no se mostrase, pensé. Si el Caballero de Ishap lo veía, probablemente intentaría llevárselo, a él también. Con los ojos agrandados, Naylah balbuceó:
—«Ho-hola.»
—«Mm,» gruñó Grinan con una ceja enarcada. «Meditaré sobre todo esto, Zélif, y te dejaré ocuparte de tus asuntos de momento. Pero no te creas que nosotros sólo funcionamos por recompensas como soléis hacer vosotros: somos la Orden de Ishap y, vengan dragones o espectros, protegeremos Firasa aunque nos cueste la vida. Nos vemos en el consejo,» se despidió.
Me echó una última mirada como preguntándose qué diablos hacía un Arunaeh en la cofradía de los Ragasakis, dio media vuelta y se marchó con su compañera elfa. En cuanto Loy cerró la puerta, respiré más tranquilo. Orih Hissa dejó escapar una risita.
—«Protegeremos Firasa aunque nos cueste la vida,» imitó y juntó ambas manos con los ojos brillantes. «¡Grinan es tan heroico! Y tan apuesto, ¿a que sí, Nayu, a que sí? Se te parece un poco en carácter. Y tiene el pelo blanco como tú. ¡Y unos ojos! Dicen que los humanos con los ojos violetas tienen poderes de brujo. ¡Y cómo embrujan!»
Naylah se había sonrojado.
—«Tonterías.»
Orih la miró y rió por lo bajo otra vez. Naylah resopló de exasperación y plantó su lanza en el suelo.
—«Grinan es nuestro rival, Orih, ¡no lo olvides!»
La mirol hizo un mohín, decepcionada. La casa se llenó pronto de voces.
—«Estos de Ishap se creen la milicia oficial de la ciudad,» gruñía Praxan. «No se me olvida la vez que nos robaron un cliente por la cara.»
—«¿Una vez? Si yo no llevo aquí más que unos meses y no paran de hacerlo,» masculló Sirih.
—«Siempre quejándoos,» refunfuñó la vieja Shimaba. «¡Trabajad y haced bien las cosas y vendrán más clientes!»
—«Ni que fuera pan comido, abuela,» bostezó Staykel.
Enarqué una ceja mientras la vieja se dirigía de nuevo hacia las escaleras. ¿Shimaba era la abuela de Staykel? No se parecían para nada… Tchag aterrizó sobre la mesa con agilidad, atrayendo la mirada fija y castaña de la pequeña Shaïki. Mientras seguían todos comentando lo de los dokohis, Liireth y la fisgonería de los Caballeros de Ishap, Yánika se sentó junto a mí, pensativa.
—«¿Por qué mentiste?» me murmuró. «Tú no los mataste.»
—«Lo sé,» carraspeé. «Pero no quiero atraerle más problemas a nuestro espía…»
—«¡Drey!» soltó Livon, girándose hacia mí en el alboroto de voces. «¿O sea que los Arunaeh sois conocidos en los Subterráneos? ¡No me lo habías dicho!»
—«Eh… Al menos en algunos círculos,» contesté. Como las cárceles y los interrogatorios… «Son brejistas. Expertos en artes de la mente. Yo soy uno de los pocos que aprendieron órica y no bréjica.»
—«¡Brejistas!»
Livon parecía más maravillado que asustado. Diablos, sin duda Yánika tenía razón: su querido hermano no entendía ni pizca a los saijits. A lo mejor le decía a Livon que era de una familia de inquisidores que trasteaban con mentes saijits y le parecía también maravilloso, quién sabe… De pronto, vi a Zélif detenerse junto a la mesilla y soltar:
—«Ragasakis.»
Todos callaron y alzamos la vista, sorprendidos, hacia la faingal. Su rostro era grave.
—«Aún no sé qué está pasando aquí, ni quién está reutilizando esos collares, ni he logrado entender las reacciones de ese dokohi… Pero seguiré meditando sobre ello. Permaneced atentos de todas formas. Si mandaron a tres dokohis a por Tchag… podrían mandar a más.»
Asentimos. Era lógico.
—«Livon Wergal,» dijo entonces.
El permutador tragó saliva bajo los ojos azules penetrantes de la líder. Esta suspiró.
—«No vuelvas a permutar con un dokohi. Piénsalo. Hubieras podido quedarte con el collar.»
Palidecí. Mar-háï, eso… no lo había pensado. Y por lo visto los demás tampoco. Livon parpadeó, asombrado. Zélif suspiró con el ceño fruncido y se dirigió hacia la salida diciendo:
—«Sé que esta vez no tenías ni idea de ello pero a partir de ahora debes evitar el riesgo sin excepciones. Si llegaras a tener un collar de esos alrededor del cuello, Livon…» giró la cabeza y sus ojos claros volvieron a atravesarlo, «no sé lo que podría pasarte.»
Nada bueno, eso seguro. Al percibir el aura inquieta de Yánika, posé instintivamente una mano sobre su cabeza para tranquilizarla… y sentí la mirada de Zélif girarse hacia nosotros. Me crucé con sus ojos. Y la vi sonreír muy débilmente antes de que su rostro desapareciera detrás de su cascada rubia. Salió de la Casa con paso ligero dejando atrás un silencio sobrecogido. Aunque este pronto se rompió.
—«Y a saber adónde se va ahora,» suspiró Sirih en un gruñido, tumbándose en los cojines. «Siempre tan misteriosa. Todo lo contrario de mi líder de Daer: ese era un parraplas insufrible… Perdón, Sanay,» dijo de pronto.
Enarqué una ceja al darme cuenta de que la flautista se había estremecido. No sabía gran cosa de ellas aparte de que, según Livon, ambas habían llegado a Firasa desde Daercia huyendo de su gremio de ladrones. No parecían haberlo vivido bien y, por lo poco que había leído sobre el reino sureño de Daercia, no me extrañaba: se decía que era una región extremadamente pobre, con sus leyes anticuadas, sus castas y su importante población de desposeídos y ladrones. No daban ganas de ir a visitarlo. Y a Sanaytay todavía menos de volver, adiviné, observando de reojo cómo se encogía de hombros, con los ojos perdidos en el vacío.
La voz de Loy me arrancó de mis pensamientos.
—«En realidad Zélif está muy extraña,» meditó el secretario, jugueteando con el plumero. «La última vez que la vi así de preocupada… sí, creo que fue la vez en que desapareció Néfikel.»
Los ojos de Orih brillaron.
—«¿Néfikel?»
Sirih se había enderezado, igual de curiosa. Loy hizo una mueca pensativa.
—«Néfikel,» afirmó. «Ya te hablé de él, Orih. Zélif, Shimaba y Néfikel son los tres fundadores de la cofradía. Néfikel era miembro de la Orden de Ishap y el hermano mayor de Grinan, pero abandonó la Orden poco después de que su padre, Barklo Farshi, se convirtiese en líder… Algo pasó entre esos dos. Sea como sea, sin él, esta cofradía probablemente no hubiera nacido nunca. Shimaba será una buena magarista y Zélif una auténtica líder y una gran perceptista, pero ninguna de las dos sabe de burocracia. Néfikel me enseñó a tener los papeles bien guardados. Era un gran erudito. Recuerdo que lo veía como a un tipo honesto y recto. Sin embargo… poco después de que cumpliera yo dieciséis, desapareció dejando una nota de despedida. ¿Lo recuerdas, Staykel?»
El humano pelirrojo asintió con una mueca.
—«Un tipo recto y simpático. A saber adónde se fue y por qué.»
—«A saber.» Loy meneó la cabeza, perdido en sus recuerdos. «Néfikel no regresó desde entonces. Aquel día, Zélif estuvo muy turbada. De hecho, durante meses estuvo más ausente que presente en la cofradía. Han pasado ya más de diez años pero… no sé por qué tengo la impresión de que el asunto de ahora tiene alguna conexión… Al fin y al cabo, fue en esa época en la que Zélif viajó al Bosque de Liireth. Tal vez me equivoque,» admitió, encogiéndose de hombros. «El caso es que es mejor por ahora dejar que Zélif medite todo lo que tiene que meditar sin que la molestemos.» Sonrió. «Puede que nuestra líder tenga sus defectos, pero es la que mejor piensa de todos los Ragasakis.»
Se alejó de nuevo hacia las estanterías con su plumero, dejándonos pensativos. Orih se rascó la mejilla asintiendo para sí y exclamó:
—«¡Ahora me acuerdo! Néfikel Farshi. ¿No me dijiste que ese tipo sabía hablar veinte idiomas y leer las escrituras antiguas?»
Loy asintió desde el otro lado de la sala y pareció que iba a matizar algo, pero calló cuando Tchag soltó de pronto un alegre:
—«¡Drey, Livon, Yánika! ¡Tenemos un regalo!»
El imp, de pie, sobre la mesilla, señalaba algo que Naylah acababa de sacar de su bolsillo. La lancera le echó una mirada paciente pero sonrió y, para sorpresa mía, me tendió algo. Eran dos pequeñas figuras geométricas, la una azul oscuro, la otra blanca. Tenían la misma forma que el símbolo en la fachada de la Casa.
—«El colgante de los Ragasakis,» dijo Naylah ante mi mueca turbada. «Todos tenemos uno. Si quieres formar parte de esta cofradía… simplemente tómalo.»
Quedé sobrecogido. Así que eso era lo que planeaba la lancera cuando había dicho que tenía «algo que comprar». Hubo un silencio. No tenía razón por la cual no aceptarlo, pero no quería precipitarme tampoco, no fuera que me tomaran por un caso perdido que no tenía ningún sitio adonde ir… o que pensaran que me lo tomaba a la ligera. “La mayoría no tenemos otra familia ,” había dicho Livon. Yo sí que la tenía. Pero… eso no significaba que no pudiera tener una segunda, ¿verdad?
Súbitamente fui muy consciente de las miradas de los demás posadas sobre mí, así como del aura cada vez más impaciente de Yánika. Me apresuré a coger los colgantes. Enseguida me acogieron las sonrisas aprobadoras de Naylah y Staykel, la enorme sonrisa blanca de Livon, los afilados dientes de Orih y la mueca medio sonriente medio burlona de Sirih… Con el plumero sobre el hombro, Loy se acercó de nuevo soltando:
—«Voy a por las botellas y los pasteles. Kali nos ha traído lo que sobraba de La Calandria y una tarta de frambuesas…»
—«¡Tarta de frambuesas!» se emocionó Orih.
—«¡No todos los días se tiene a un nuevo miembro en la cofradía!» afirmó Loy.
—«Dos nuevos miembros,» corrigió Orih, cogiéndole a Yánika de los hombros como una madre orgullosa.
—«¡Tres!» protestó Tchag. «¡Yo también tengo uno!»
Enseñó su colgante. El suyo era rojo y lo había atado cuidadosamente a la cuerda alrededor de su pelo blanco. Sus ojos resplandecían de contento. Puse los ojos en blanco. Tchag no necesitaba gran cosa para ser feliz. Girándome hacia Yánika, le tendí los colgantes para que eligiese el color. Sin sorpresas, se llevó el blanco, y me quedé con el azul. Recordaba que una vez, hacía tiempo, me había dicho que el blanco, para ella, era el color de la vida. El color de todas las emociones. La vi colocárselo en una de sus trenzas y nos sonreímos. Le iba bien.
Llegaron las botellas y los pasteles y, cuando Loy me tendió un vaso para brindar, vacilé al cogerlo. Acababa de recordar que nunca había bebido alcohol. Según sabía, pocos Arunaeh lo habían siquiera probado. Iba contra los principios de equilibrio y control mental de la diosa Sheyra y desequilibraba el Datsu. Sin embargo… un pequeño trago para brindar por nuestra entrada en la cofradía de los Ragasakis no dañaría demasiado mi equilibrio, ¿verdad? Dánnelah, pensé. Cuando Livon se les acercó a Yánika y a Shaïki con una botella de zumo de uva, hice una mueca y, con tono casual, solté:
—«Lo siento. No bebo alcohol. ¿Puedo tener zumo yo también?»
Sin siquiera poner cara sorprendida, Livon asintió alegremente, acercando la botella.
—«¡No hay problema!»
De verdad parecía no haberlo. Me relajé. Y cuando todos tuvimos nuestros vasos llenos, Naylah alzó el suyo solemnemente diciendo:
—«¡Ragasakis! ¡Por nuestros nuevos compañeros, Drey, Yánika y Tchag! ¡Que sus ideales los guíen en sus misiones, que se fortalezcan y sigan siempre avanzando!»
—«¡Bienvenidos!» tonó Staykel.
Todos le hicieron eco ruidosamente y oí la voz algo rayada, seria y decidida de la pequeña Shaïki decir «¡feliz cumpleaños!». Reí, algo abrumado. Attah… Sólo los conocía desde hacía una semana y aun así… nunca me había sentido tan en casa.
¿Tan asocial había sido hasta entonces que no podía recordar una conversación amistosa con nadie en aquellos últimos tres años? La amistad… era algo sobre lo que había pensado regularmente en mi infancia y mi adolescencia. Algo cuya ausencia me había entristecido más de una vez. Pero, de alguna forma, había acabado por quitarle importancia…
“¿Un… amigo?” me había dicho una vez Lústogan con tenue sorpresa. “¿Quieres que te explique lo que es tener un amigo?”
Aún podía ver sus ojos azules, fríamente sinceros y a la vez irónicos, mientras yo asentía con inocencia. Me contestó:
“Pregúntaselo a otro.”
Sonreí llevándome el vaso de zumo de uva a los labios. Finalmente, tal vez no fuera a necesitar preguntárselo a nadie.