Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna
Alta se apeó de un bote.
—Demasiado tarde, ha pasado las líneas —resolló atropelladamente—. Lo siento. —Tenía cara atormentada. Sus hermanos trataron de consolarlo pese a su propia decepción y nerviosismo y Alta exclamó—: ¡El Liadirlá guarde a ese muchacho! Si hubiese forzado más a mi Alrahila tal vez habría llegado… pero hacerlo en esta oscuridad era una locura. Ese muchacho… Diablos. Si los Esimeos llegan a hacerle daño…
—No lo harán —aseguró el capitán con voz calmada—. Están esperando una respuesta para lo del pacto. Sería absurdo meter cizaña.
—Los Esimeos son absurdos —graznó Orafe—. ¡Ya sólo por haber marcado a un niño como a un objeto…! —Sofocó y bramó—: ¡Diablos malnacidos!
Más de un Shalussi se había acercado a ver qué ocurría y curioseaba alrededor. Dashvara alzó una mano.
—Tranquilos, hermanos. El capitán tiene razón: no le harán daño. Y mañana iré en persona a recuperarlo. —Previendo protestas, alzó la otra mano, alegrándose de paso de que ya no le doliera el gesto, y declaró—: Me siento personalmente responsable de este incidente. Además, como bien dice el capitán, mientras lo del pacto esté pendiente, no habrá derramamiento de sangre. Todakwa respetará la tregua.
—Como la respetó hace tres años, ¿no? —replicó Zamoy con sarcasmo.
Dashvara hizo una mueca y se topó con expresiones escépticas. Insistió:
—Eso fue diferente. Mirad, soy el primero en desconfiar de esa serpiente, pero en este caso no le interesa el conflicto. Quiere paz con los clanes de la estepa.
—¡Paz y un cuerno! —protestó Zamoy—. ¡Nos quiere sometidos, Dash! Quiere humillarnos.
Orafe le dio un codazo y el Calvo resopló, pero calló. Hubo un profundo silencio en el que Dashvara pilló la indirecta de sus hermanos: ellos lo seguirían decidiera lo que decidiera. Ahora entendían los riesgos mejor que nunca y lo que estaba en juego: el futuro de doscientos Xalyas. Pero, si Dashvara consideraba el riesgo necesario, se lanzarían a la batalla cuerpo y alma.
Y no sabéis hasta qué punto os temo por ello, hermanos…
Dashvara inspiró y rompió al fin el silencio.
—Hoy ha sido un día muy largo. Mañana será un nuevo día. E iluminará sin duda mi cabeza con ideas más constructivas que las que tengo ahora, así que… os deseo a todos buenas noches, hermanos.
Le contestaron y todos menos los vigilantes regresaron adentro a instalarse en sus jergones improvisados y apagar las antorchas. Como todas las noches, Tsu volvió a usar sus ungüentos y sortilegios sobre su brazo y, mientras el drow trabajaba, Dashvara observó un silencio absorto. Finalmente, pese a las energías que empezaban abotagar su mente, trató de espabilar y soltó:
—Tsu. —El drow alzó la cabeza enarcando levemente una ceja interrogante antes de retomar su trabajo. Dashvara vaciló—. ¿Qué tal va Fushek?
—No muy bien —confesó Tsu—. Le quité el virote y ha perdido mucha sangre. Pero vivirá, creo. Es un hombre fuerte.
Dashvara asintió, alegrándose pese a la acogida más bien hostil que le había reservado ese Shalussi.
—Bien —murmuró. Y entonces giró la cabeza hacia el saco abultado y lanzó—: ¿Tah? ¿Estás durmiendo? Estaba pensando…
La sombra se lo adelantó interrumpiéndolo con un carraspeo burlón.
“Que si puedo ir a ver si todo le va bien al muchacho, ¿verdad? Voy.”
Dashvara sonrió.
—Gracias, Tah. Gracias de corazón.
La sombra le respondió con una sonrisa mental, salió de su saco a la luz tenue del refugio y desapareció en un completo silencio. En la sala tan sólo se oían ya murmullos, carraspeos y alguna tos. Tsu se apartó.
—Listo. ¿Sabes, Dash? Cuanto más piensas, más te estresas, y cuanto más te estresas, más tardará en curarse la herida y tendré que sacarte otra vez esas ogrollas.
En sus ojos se adivinaba un ligero destello bromista. Dashvara lo miró con diversión.
—Si no me das ya de esa porquería es porque se te han acabado, confiesa.
Tsu meneó la cabeza y una leve sonrisa animó su rostro oscuro de drow.
—Bah, duerme ya —le dijo.
Se levantó y Dashvara le deseó buenas noches. Gracias a las energías esenciáticas, se ahorró un mal rato intentando conciliar el sueño: abrazado a su naâsga, cayó pesadamente dormido.
* * *
Despertó después de haberse pasado horas o tal vez días subiendo y subiendo el monte Bakhia hasta el cielo. Se enderezó en su jergón desechando los últimos retazos de su sueño agotador. Su naâsga no estaba a su lado y el refugio estaba más bien vacío: tan sólo se encontraba una joven mujer instalada junto a la entrada con los niños más jóvenes del grupo. Dashvara se cruzó con su mirada y meneó la cabeza resoplando.
—Er… Buenos días, Morgara. ¿Dónde diablos está la gente?
—No quisimos despertarte —explicó ella—. Los demás están afuera. ¿No oyes el barullo? Zefrek y Lifdor se van a batir en duelo.
Dashvara estaba poniéndose las botas pero al oír eso alzó bruscamente la cabeza. ¿Que se iban a batir en duelo? ¿En serio? Emitió un gruñido despectivo, luego una carcajada incrédula y al fin acabó de ponerse las botas, se abrochó prestamente el cinturón, agarró la capa y se dirigió hacia la salida dando los buenos días a la chiquillería. Apenas salió, el frío lo azotó. Se arrebujó en la capa echando una simple ojeada hacia el cielo plomizo antes de interesarse por la numerosa tropa que se había congregado para el duelo: este tenía lugar en uno de los cercos contiguos al de los caballos xalyas y honyrs y unos cuantos de su pueblo se habían colocado sobre las barreras para intentar ver sobre las cabezas shalussis sin necesidad de mezclarse a estas. Mientras que una tranquila algarabía reinaba entre los espectadores xalyas, entre los Shalussis era diferente: vociferaban como animales.
Mientras se acercaba, sobre la barahúnda, Dashvara creyó percibir un choque sordo, como el producido por un sable chocando contra un escudo. Allegándose al capitán, preguntó:
—¿Y por qué se supone que hacen eso exactamente?
Zorvun resopló, apartándose de la barrera con tranquilidad.
—Asuntos de salvajes. Por cierto, Dash. Adivina de quién es el caballo que se llevó Yuk anoche.
Dashvara agrandó los ojos, alarmado.
—¿No era nuestro?
Zorvun suspiró.
—No. Era honyr.
Dashvara palideció. Oh, diablos. No era muy difícil imaginarse el estado de ánimo de su propietario. Y menos conociendo el apego que les tenían a sus caballos los Honyrs: así como los Xalyas cuidaban de sus monturas como a amigas del alma, los Honyrs las cuidaban como a verdaderas diosas.
—Están intentando ser comprensivos —aseguró Zorvun, acercando el rostro para hacerse oír pese al follón que estaban montando los Shalussis—. Pero ese caballo… hay que recuperarlo sea como sea.
Dashvara asintió.
—Y tanto. ¿Dónde está el Honyr? ¿Has intentado tranquilizarlo?
—Pues claro. Pero no estaría de más que lo tranquilizaras tú también. Es el grandullón aquel con el cinturón rojo. Es el padre de Sirk Is Rhad. No ha querido dar su nombre.
Dashvara detalló al hombre. Conociendo el desprecio inicial que le tenía Sirk Is Rhad a todos los «zoks», adivinó que su padre no debía de ser un ejemplo de tolerancia tampoco. Se le acercó y, mientras avanzaba, los Honyrs le devolvieron miradas graves. Desde luego no parecían estar disfrutando tanto del duelo como los Xalyas, y menos como los Shalussis. Se detuvo ante el padre de Sirk Is Rhad y fue al grano:
—Te presento mis disculpas, Honyr. Tu caballo te será devuelto lo antes posible. Trataré de compensar este… er… —Estuvo a punto de decir «percance» pero se lo pensó mejor y dijo—: esta desgracia.
Un estruendo de gritos y cantos se elevó entre los Shalussis. Dashvara resopló y, girándose de nuevo hacia los Honyrs, alzó la voz agregando:
—Por otro lado, os prometo a todos que, si acepto ese pacto, Todakwa tendrá que dejaros volver a vuestras tierras sin impedimento alguno. De eso no debéis preocuparos.
El padre de Sirk Is Rhad lo fulminaba con el ceño fruncido.
—Primero me robaste a mi hijo —pronunció en un ladrido—, luego mi caballo… ¿Cuál será la próxima sorpresa?
Dashvara frunció el ceño a su vez, tenso.
Y bueno, Dash, ¿acaso pensabas que todos aquí venían a jurarte lealtad y a morir a cambio del perdón hacia su pueblo por lo que hizo Sifiara el Traidor? Gran iluso. A veces pareces tan ingenuo como Maloven.
Se relajó a la fuerza y afirmó:
—Te equivocas. Si deseas que tu hijo vuelva al norte, que así sea. No tengo derecho alguno a interferir en una decisión como esa. —El Honyr lo observaba como intentando adivinar si aquel zok estaba siéndole sincero. Dashvara dio un paso hacia atrás y agregó para todos los Honyrs—: El Gran Sabio me contó la historia de vuestro clan y me dijo que algunos de vosotros acogeríais con alivio el perdón de parte de un señor de la estepa y… teniendo en cuenta que muy probablemente sea el único que queda vivo, me gustaría aprovechar para expresaros en persona ese perdón, aunque no creo que mi palabra tenga mucho valor pero… como último señor de la estepa, aseguro a todo aquel que siga poniéndolo en duda que la traición de Sifiara no tiene ya razón de avergonzar a sus descendientes. Un hombre ya tiene suficiente con avergonzarse de sus propios errores como para avergonzarse de los hechos de todos sus antepasados.
Calló y sólo entonces se dio cuenta de que, ahora, no solamente lo escuchaban los Honyrs sino también los Xalyas. El barullo se había alejado. El duelo había acabado. Y Dashvara se había perdido el resultado. Trató de adivinarlo según el alboroto que recordaba haber oído, en vano. Pero bah, ¿quién podía haber ganado? Lifdor muy probablemente. Era un guerrero veterano.
Se inclinó ante los Honyrs sin saber muy bien si debía esperar una respuesta a su discurso… Entonces, el padre de Sirk Is Rhad pronunció:
—Tus palabras son bien recibidas. Respeto el deseo de nuestro Gran Sabio y valoro la estima que ha despertado en ti. Pero, como comprenderás, nuestra historia nos ha enseñado mucho. Y por ello, mi pueblo jamás aceptará renacer junto a un clan dispuesto a renunciar a su Ave Eterna bajo el yugo esimeo.
Su voz era pausada, inflexible, pero no hostil. Dashvara asintió con el corazón encogido. Por lo visto, aquel Honyr tenía una influencia evidente en su clan. Inspiró y reconoció:
—No puedo sentirme herido por tu acusación. —Al contrario que otros, notó de reojo, viendo el rostro de los Xalyas—. Ni tampoco puedo verla como una real acusación. El Ave Eterna no es una montaña inalterable. Así como la vuestra ha sacado lecciones de vuestro pasado lejano, la nuestra las ha sacado de un pasado más reciente, pero no menos duro. Si he de aceptar el yugo esimeo, será porque habré considerado que no hacerlo sería mandar a mi pueblo a una matanza. Como dijo Nabakaji: muerte al hombre que arrastra a sus hermanos a una muerte segura.
El padre de Sirk Is Rhad le devolvió una mirada indescifrable y respondió:
—Las desavenencias que tuve con el señor Vifkan en el pasado no se borran con el tiempo. Sin embargo, el Gran Sabio dice que su hijo tiene un Ave Eterna más parecida a la nuestra. He venido a comprobarlo.
Dashvara enarcó una ceja, preguntándose qué era lo que, en tal caso, aquel Honyr esperaba que hiciera, pues estaba claro que ni aprobaría que lanzara a su pueblo a la muerte ni vería digno de un señor que este agachara la cabeza ante unos zoks que habían destruido la antigua estepa. No sabiendo muy bien qué responderle, realizó un ademán y dijo con tono afable:
—Pues siéntete libre de comprobar todo lo que quieras, buen hombre. Mientras tanto, nuestro hogar es vuestro hogar.
Se inclinó, el Honyr hizo otro tanto y Dashvara se reunió con sus hermanos. Hizo un gesto con la barbilla hacia el cerco del duelo y preguntó:
—¿Ha muerto?
Zamoy se carcajeó.
—¡Qué va! El pirata es un caballero. Lo ha dejado con vida.
Dashvara se sobresaltó, sorprendido.
—¿Ha ganado Zefrek?
—Por un golpe de suerte —confirmó Lumon mientras los demás se ponían a comentar animadamente el duelo.
Aquello lo sobrecogió. Por un lado era una buena noticia y por otro no tanto. Lo bueno era que Zefrek tendía a todas luces por un arreglo más pacífico del bloqueo: debía de pensar que el pacto le otorgaría la legitimidad oficial de la que carecía y es que, en verdad, lo que más debía de preocuparlo ahora eran las disensiones entre su propia gente y las historias de venganzas internas de su clan. Lo malo era que de estas últimas podían salir mal parados todos, porque si los Shalussis comenzaban a darse de tortas en plena Lamastá… los Xalyas tendrían que tomar partido o salir volando y aceptar el pacto sin posible renegociación.
Dashvara giró la cabeza en varias direcciones, con el ceño fruncido, cada vez más agitado.
—¿Dónde está Yira?
Varios la buscaron con los ojos con él, en vano. Un temor sordo invadió a Dashvara. ¿No habría ido sola a buscar a Yuk, verdad? O bien, quién sabe, tal vez algún Shalussi la hubiera pillado rondando de noche por el pueblo y… Entonces, para gran alivio suyo, la vio. La sursha acababa de aparecer al final de la calle principal del pueblo, en compañía de Shokr Is Set. Todos los miraron acercarse con curiosidad. Antes de que nadie pudiera preguntar nada, Shokr Is Set declaró:
—Hemos estado hablando con Ashiwa de Esimea. Pienso que deberíamos convencer a Zefrek de que lo libere ahora mismo.
Dashvara frunció el ceño, extrañado. ¿Liberar a Ashiwa incluso antes de haber aceptado el pacto? Y bueno, ¿por qué no? A estas alturas, de poco les iba a servir, aceptaran o rechazaran el pacto, y con su hermano libre, Todakwa no podría negarse a devolverles el favor entregándoles a Yuk. Así que dio por bueno el consejo del Gran Sabio sin vacilar y prometió:
—En cuanto se calmen los Shalussis, iré a verlo.
Sólo que los Shalussis se negaron a dejarlos pasar al cuartel general: «ya os harán mandar», decían. Ni que fuéramos súbditos suyos, bufó Dashvara mientras regresaba al refugio echando humo.
Pero no les quedaba más remedio que esperar, así que aguardó con impaciencia. Desayunó frugalmente y, tras ocuparse de Amanecer, dedicó su mañana a esculpir un pequeño caballo de madera mientras lo iban informando de lo que sucedía en el pueblo. Tah no había vuelto, y aquello lo tenía algo preocupado pero podía ser, como decía Yira, que el sol lo hubiera pillado en pleno campamento esimeo y no se hubiera atrevido a cruzar el terreno de hierba rala que lo separaba de Lamastá. O que se hubiera quedado a hablar con Api. Por lo que sabía, el joven demonio había sido reaceptado en el campamento gracias a la intervención de Asmoan de Gravia. Ese muchacho sortudo parecía poder moverse con casi tanta libertad como una sombra.
Hubo al menos dos duelos más entre los Shalussis aquella mañana y más de una disputa encandilada por las calles. Los Xalyas que se alejaron a curiosear le dijeron todos lo mismo: Zefrek seguía encerrado en el cuartel general, reunido con los cabecillas. Algunos decían que había sido asesinado, otros que había huido y aun otros, inspirados por la vieja sabia shalussi, creían que era el Elegido de su clan, que por haber viajado era un hombre culto y que, de un modo u otro, llevaría al fin la paz y la libertad a sus familias… En fin, que Lamastá se desgarraba bajo la mirada lejana del ejército esimeo y los guerreros shalussis, igual de desinformados que los Xalyas, se pasaron toda la mañana inquietos y enfurecidos, exaltados y expectantes. De ahí que en unas horas surgieran más encontronazos con los Xalyas que en todos los días anteriores: para empezar, varios Shalussis, tras aceptar que los Xalyas ordeñaran su ganado, se negaron a dejarles parte de la leche como de costumbre y la reclamaron entera para ellos diciendo que los diablos «no necesitaban comer»; otros se negaron a siquiera dejar que trabajaran ya para ellos y más de uno los tanteó con insultos no ya encubiertos sino claros como el agua… Teniendo en cuenta que los Shalussis no tenían esos reparos con los muertos ajenos como los Akinoa, sus palabras reventaron a más de un Xalya por dentro. Pero, para asombro de Dashvara, ninguno se saltó sus órdenes de no caer en las provocaciones. Ni siquiera Maef. Algo que Dashvara no hubiera creído posible. Desde luego, su pueblo comenzaba a desarrollar un autocontrol admirable.
Fuera como fuera, el acuerdo tácito de respeto mutuo se fue al traste, la alianza se tambaleó y a punto estuvo de desmoronarse del todo cuando, hacia el mediodía, cuatro Shalussis les vinieron hasta el refugio arrastrando a un muchacho y diciendo que «esta rata vuestra» les había robado un queso. Estaban fuera de sí.
—¡Sabéis que no mataremos a unos niños y los mandáis a robarnos! —bramaba uno—. Hijos de rata… Ahora que tenéis a los Honyrs lamiéndoos las botas, pensáis que estáis a salvo, ¿eh? Pues os equivocáis. Este es territorio shalussi. Si empezáis a pasaros de la raya, ¡os mataremos de hambre y os cortaremos las patas!
Le dio un violento empujón al presunto ladronzuelo, el cual se espatarró a los pies de su señor conteniendo las lágrimas como un campeón. Dashvara lo agarró de un brazo y lo levantó sin esfuerzo.
—Dime, pequeño. ¿De verdad has intentado coger un queso que no era tuyo?
El niño negó con la cabeza sin atreverse a hablar. Su movimiento generó renovadas imprecaciones por parte de los Shalussis que arrancaron a Dashvara una mueca de agobio. Incapaz de determinar quién mentía, presentó de todos modos sus disculpas con tono hosco y la historia acabó ahí, por fortuna.
Siguió con una mirada sombría a los cuatro protestones que se alejaban con andares de rey. La renovada hostilidad de los Shalussis lo tenía profundamente turbado. Hasta ahora, estos habían tratado a los Xalyas con relativa clemencia y compasión… pero la llegada de los Honyrs había dado un vuelco a la situación. ¿Sería acaso porque temían que los Xalyas se unieran a los Ladrones de la Estepa? Con esa unión, los Shalussis se convertirían en el clan más débil de Rócdinfer, quitando quizá a los Akinoa… y la perspectiva los asustaba. Al contrario que a Todakwa: él, no movería un dedo para impedir dicha unión mientras Dashvara aceptara el vasallaje, pues precisamente le vendría de maravilla tener al fin cierta influencia sobre los Honyrs. Pero a los Shalussis… más les hubiera convenido que el señor de la estepa estuviera enterrado a cincuenta palmos bajo tierra.
Pues que intenten enterrarme, masculló para sus adentros. Cuando perdió a los cuatro Shalussis de vista, escupió en voz alta:
—Shalussis. No cambiarán nunca. —Le revolvió el cabello al niño ladrón sin pedirle cuentas y le confesó a Zorvun—: O Zefrek de verdad está muerto o nos está ninguneando adrede.
Resultó ser lo segundo pues, a la tarde, cuando ya Dashvara se estaba preparando para ir a informar a los cabecillas shalussis de que, puesto que era así, los Xalyas tomarían sus decisiones sin consultar a nadie, llegó un mensajero a anunciar que Zefrek lo invitaba a reunirse con él al norte de la aldea.
—Más raudo que un bodún —comentó Dashvara con sorna, alegrándose de todas formas.
El joven mensajero se contentó con poner cara de incomprensión. Dashvara estaba listo. Junto con una decena de hermanos, se alejó hacia el norte. Viéndolo, Sirk Is Rhad se apresuró a separarse del grupo honyr y a unirse a ellos, obviamente decidido a mostrar a su padre quién era su verdadero señor ahí. Dashvara no pudo evitar dedicarle una sonrisa fraternal pese a la mirada sombría que sin duda debía de echarles el padre en ese momento.
El cielo se había descubierto y un sol frío iluminaba ahora Lamastá con sus rayos. Al norte de la aldea, junto a las barricadas de escombros, se encontraba un numeroso grupo de jinetes. El denso polvo levantado por sus monturas se mezclaba a los hálitos cálidos que manaban de sus bocas en el aire invernal. No se oían voces, si acaso algún murmullo entremezclado con los resoplidos de los caballos. Se preparaban para ir a algún sitio, sin duda. Quedaba por saber si con las armas desenvainadas o la cabeza gacha.
Dashvara avistó a Zefrek y se acercó con andar firme y ojos cautelosos. Se fijó en el vendaje medio oculto que el pirata llevaba en la muñeca, probablemente herida durante el duelo de la mañana. Por lo demás, parecía mucho más en forma que la víspera y respiraba confianza en sí mismo a espuertas. El duelo le había sido saludable.
—Zefrek de Shalussi —lo saludó con voz profunda.
—Dashvara de Xalya —replicó el jefe shalussi, sin apearse—. Perdón por no haberte invitado a la reunión esta mañana pero, como comprenderás, tenía que tratar asuntos que sólo concernían al clan. Los hemos zanjado al fin y hemos reflexionado también largo y tendido sobre el pacto propuesto por Todakwa… Supongo que vosotros habréis hecho lo mismo y me gustaría conocer tu conclusión sobre el tema.
Dashvara barrió los rostros shalussis con vivacidad y sondeó la expresión de Zefrek tratando de adivinar precisamente cuál era su conclusión sobre el tema. Al cabo, contestó con franqueza:
—Todo depende de la vuestra. Si aceptáis, no tendremos más remedio que aceptar también.
Su respuesta arrancó a Zefrek una mueca divertida.
—Cierto —concedió—. ¿Y si he decidido rechazar?
Dashvara frunció el ceño. ¿Jugando conmigo, pirata? Se encogió de hombros.
—Si rechazas, será porque sabes que obtendrás en breve más ayuda de Dazbon.
La sonrisa de Zefrek se ensanchó. Sí, estaba jugando con él, confirmó Dashvara sin inmutarse. Estaba claro que ya había tomado una decisión.
—No sólo podrían ayudarnos los republicanos —replicó el jefe Shalussi—. También están los Akinoa.
Sobrecogido, Dashvara entornó los ojos, observándolo con detenimiento.
—¿Tienes noticias de Raxifar?
El Shalussi asintió con calma.
—Atacó las minas del norte con una veintena de hombres y mujeres de su pueblo. —Bajo la mirada asombrada de los Xalyas, detalló—: Al parecer, los mineros eran casi todos Akinoa. Los salvó y, como los perseguían y no tenían caballos, se atrincheraron en el torreón Nayul al noreste de Aralika. Y ahí siguen.
Dashvara resopló. Por lo visto Raxifar se encontraba en una situación tan delicada como la suya…
—¿Cómo te enteraste?
—Por un mensajero esimeo —contestó Zefrek—. Todakwa debió de pensar que la noticia nos invitaría a aceptar más rápidamente el pacto.
Dashvara se preguntó qué otras noticias podía estar escondiéndole aquel pirata y con una sonrisa sardónica replicó:
—Qué amable. Dejémonos de rodeos, Zefrek de Shalussi: ¿vas a aceptar el pacto, sí o no?
Zefrek intercambió una mirada con sus compañeros antes de asentir.
—Imponiendo nuevas condiciones de las que deseo hablar con Todakwa en privado. Pero sí, considero que el pacto nos será ventajoso. He decidido entregar a Ashiwa ahora y hablar con Todakwa. Te invito a que me acompañes.
Dashvara tardó unos segundos en asimilar su respuesta, aunque lo hizo sin sorpresas. Sentía dolorosamente la falta de poder de los Xalyas en aquel asunto.
—Sea —dijo con voz ronca—. Más le vale a Todakwa respetar su palabra. Enseguida voy.
Saludó y le dio la espalda con cierta brusquedad. Regresó a la zona xalya con el corazón pesado y rodeado de silencio. Apenas de vuelta, declaró a todos con voz fuerte:
—Xalyas, nos rendimos. Recogedlo todo y preparaos para salir de Lamastá. No vamos a quedarnos en este antro shalussi más de lo necesario.
Todos obedecieron con presteza sin comentar una sola vez la decisión de Dashvara. Tampoco debían de querer reflexionar demasiado sobre ella: al fin y al cabo, el señor decidía lo mejor, ¿verdad? Dashvara suspiró.
Deja de quejarte de tus responsabilidades, Dash: se supone que te criaron para aguantarlas.
Se subió al lomo de Amanecer y le palmeó el cuello con dulzura. La voz de su padre resurgió de la muerte en aquel instante y resonó en su mente con la fuerza de un martillo: ¡un Xalya no se rinde!, tronaba. Y la voz más suave y pausada de Maloven le susurró: “Rendirse ante lo inevitable no es rendirse, sino actuar con sabiduría.” Los labios de Dashvara se curvaron en una mueca irónica.
¿Rendirse? Y un infierno. Un Xalya no se rinde: firma pactos.