Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna
Dashvara e giró en la pequeña plaza desierta, buscando la sombra entre las sombras, en vano. Tahisrán repitió con más lentitud:
“Que Atasiag Peykat ha sido arrestado.”
—Eso ya lo he pillado —replicó Dashvara—. ¿Pero por quién?
“¡Por la milicia republicana!”, explicó la sombra con tono ligero. “Vino un tal Maestre, un humano grande y gordo, rodeado de ballesteros, y le dijeron que por favor los acompañase. Lo han metido en la cárcel. Lo he visto con mis propios ojos. Han dejado a Atasiag en su celda, cerca de una cámara de torturas.”
—Ave Eterna —murmuró Dashvara.
La sombra continuó animadamente:
“Me dijo Atasiag que averiguáramos de qué lo acusaban, porque al parecer los jueces no explican nada a los acusados, y también quiere que, mañana a la mañana, cojas un paquete de cartas azules que tiene en su cuarto, y que lo lleves al número doce de la Calle de los Olivos. Dijo que tan sólo dijeras que el paquete viene de Atasiag y que no entraras por nada del mundo dentro de la casa. Creo que eso es todo”, concluyó tras una vacilación.
Agarrando firmemente a Shivara, Dashvara se puso a caminar más rápido, cruzó un puente, subió las Escaleras y no tardó en pasar el umbral de La Perla Blanca.
“¡Ah!”, dijo detrás de él Tahisrán. “Ahora que me acuerdo, también dijo que en su cuarto había una pequeña bolsa con dinero para seguir pagando el hospedaje. Y, diablos, se me olvidaba: dijo que escondieras en la casa de Sheroda algún objeto que tiene en su cuarto debajo del tercer tablón partiendo desde el fondo. Una bolsa llena de pólvora blanca. Y un energigamómetro, creo que dijo. Una especie de detectatrampas. Al parecer, son ilegales en Dazbon.”
Dashvara agitó la cabeza con paciencia, saludó al empleado del albergue de lujo y subió las escaleras. En el salón, los Xalyas estaban inquietos. El capitán lo acogió con aire fatalista:
—¡Lo que nos faltaba! ¿Te lo ha dicho todo Tah?
Asintiendo en silencio, Dashvara fue a posar con cuidado al niño en su jergón.
—¿Adónde lo has llevado? —preguntó Morzif.
—A pasearse por la ciudad y, de paso, le he dado una lección de historia —sonrió Dashvara.
El Herrero hizo una mueca pero no replicó. Con un amplio ademán, Sashava masculló:
—Pues has hecho algo más productivo que estos: no han parado de desesperarse porque se creen que sin Su Eminencia no somos capaces de encontrar caballos. ¿Adónde ha ido a parar la dignidad xalya? —bramó.
Varios Xalyas refunfuñaron por lo bajo, otros levantaron los ojos al cielo y Aligra intervino:
—No podemos dejar a Atasiag en la cárcel después de lo que ha hecho por nosotros.
Que aquella afirmación viniera de Aligra hizo reflexionar a más de uno sobre la cuestión: ella era una de las menos dadas a reconocer las cualidades de los extranjeros. Dashvara asintió el primero.
—Aligra tiene razón, por supuesto. Sacaremos a Atasiag de esa cárcel, sea como sea.
—Ese titiaka ha esclavizado tu Ave Eterna —refunfuñó Sashava—. Tu padre habría rebanado el cuello a cualquiera que se hubiese atrevido a darle una orden, exceptuando a su esposa.
Dashvara se armó de paciencia: estaba más que acostumbrado a las reacciones acaloradas del Cascarrabias. El capitán Zorvun le dijo a este con voz diplomática:
—Amigo mío, entiendo que tengas prisas por ir a la estepa: todos las tenemos. Pero no quita que ese titiaka, como dices, nos ha alojado y alimentado durante un mes en su isla, nos ha llevado a Dazbon en su propio barco y nos hospeda ahora a todos a cambio de bien poco.
—Por no mencionar que es el padre adoptivo de Yira —apuntó Dashvara—. Le debemos respeto y más que eso. —Sashava el Cascarrabias se encogió de hombros, sin parecer querer contestar. Entonces, Dashvara frunció el ceño—. Por cierto, ¿dónde está Yira?
—Kuriag Dikaksunora se ha marchado a la embajada de Titiaka —lo informó el capitán—. Y Yira y Wassag lo han acompañado. El chaval dijo que no descansaría hasta solucionar el problema de Atasiag. No creo que consiga gran cosa a estas horas, pero me alegra comprobar que al menos mi yerno es tozudo —apreció.
Dashvara sonrió.
—¿Y el agoskureño?
—Se fue al mismo tiempo, pero a su biblioteca. Dijo que se pasaría por aquí mañana a por novedades. —Sus ojos oscuros sonrieron—. Una de las ventajas con esta historia es que Atasiag no podrá mandarnos a transportar barriles por media ciudad —bromeó y añadió de buen humor—: Venga, a la cama, Xalyas.
Dashvara siguió el tropel de Xalyas y se instaló en su jergón. Se le ocurrían unas cuantas razones por las que Atasiag había podido ser arrestado. Por ladrón, por contrabandista, por colaborador de piratas… Lo extraño es que Atasiag se hubiese dejado pillar. Aún estaba despierto cuando oyó la puerta abrirse, unos murmullos y unos pasos ligeros. Segundos después, Yira se tendía junto a él. Dashvara le rozó la mano con los labios antes de abrazarla y susurrarle:
—¿Ha conseguido algo el Legítimo?
—No gran cosa —admitió la sursha—. Pero dice que mañana irá directo al Tribunal. —Tras un silencio, añadió muy bajo—: Tahisrán dijo que velaría por él.
Dashvara entendió que hablaba de Atasiag.
—Estará bien —murmuró—. Esa serpiente siempre sale indemne.
—Mmpf —suspiró Yira, dubitativa—. Buenas noches, Dash.
—Buenas noches, naâsga.
* * *
Aquella noche, Dashvara soñó con kraokdals con ojos rojos y demoníacos. Se iba paseando entre ellos, rezando por que no le hicieran caso. Y, de pronto, se interponía uno en su camino y alzaba dos sables negros gruñendo: “La estepa murió por vuestra culpa. Vosotros, los señores de la estepa, acabasteis con mi familia. ¡Vosotros sois los traidores! Yo, Siranaga de Rorsy, Rey de Rócdinfer, Príncipe de la Arena, ¡te condeno a muerte, Dashvara de Xalya!” Dashvara intentaba hacerle entrar en razón al rey, pero todo resultaba inútil: el demonio se abalanzaba sobre él. Sacaba entonces sus propios sables, que brillaban como la arena de Bladhy bajo el sol, y comenzaba la lucha. En un momento, Dashvara estuvo a punto de morir, pero una vocecita exasperada rechazó ese final. Con un golpe seco, Dashvara decapitó al Antiguo Rey y masculló: “Fueron los Esimeos. Fueron los Esimeos…”
Lo repitió así varias veces hasta que se dio cuenta de que estaba despierto. Abrió los ojos y se encontró con la mirada insondable de Sirk Is Rhad, sentado junto a un biombo. Dashvara se levantó estirándose. No vio a Yira por ningún sitio, pero no se sorprendió: la sursha apenas necesitaba dormir más que unas pocas horas. El Honyr y él salieron juntos a desayunar.
—¿Una pesadilla? —preguntó Sirk Is Rhad.
Dashvara se encogió de hombros.
—He matado a un Antiguo Rey convertido en monstruo. Bah, es por el libro que leí ayer. El de Siranaga. Es tan distinto de los libros que leí en el Torreón…
—¿De verdad? —se interesó el Honyr—. ¿En qué se distingue?
Mientras se servían el desayuno, Dashvara se le puso a resumir el contenido. No le habló de sus teorías sobre los demonios: probablemente serían falsas y de todas formas había llegado a la conclusión de que poco importaba que fueran ciertas. Al cabo, el Honyr se encogió de hombros y empezó a comer su desayuno. Tragó, marcó una pausa y concluyó:
—Como decía mi abuelo, cada hombre cuenta las cosas a su manera. A saber lo que pasó realmente.
Dashvara decidió seguir el ejemplo de Sirk Is Rhad y olvidarse de ese libro. Al percibir una melodía de flautas en el exterior, dejó al Honyr y salió al patio del albergue. Encontró a Tsu sentado en un pequeño muro, tocando su instrumento. Cuando se instaló a su lado, el drow lo saludó con un movimiento de cabeza sin dejar de tocar. El viento fresco de la mañana arrastraba las notas Escaleras arriba. Acababa de amanecer, pero ya pasaban por estas artesanos, obreros, mensajeros y mozos de cuerda con enormes sacos. Adolescentes con uniformes simples de estudiante subían los peldaños, dirigiéndose con cara dormida hacia la Ciudadela. Con todo, pese a la actividad de la ciudad, una extraña serenidad se apoderó de Dashvara. Serenidad que se fue al traste cuando recordó que tenía cosas que hacer.
—Daría mi Ave Eterna por estar en la estepa —dejó escapar.
Tsu apartó los labios de su flauta. Su expresión reflejaba, como siempre, muy poco.
—Cuanto más se acerca uno al hogar, más lo desea —dijo con suavidad.
Dashvara le echó una mirada pensativa.
—Cierto —aprobó y se levantó con energía—. De momento, preocupémonos de lo más urgente. Tengo que ir a entregar unas cartas. Incluso en prisión Atasiag me hace trabajar —se lamentó, sonriente.
Tsu propuso acompañarlo y ambos volvieron al albergue para ir a recoger el paquete de cartas azules y los objetos ilegales en el cuarto de Atasiag. El interior de este estaba ordenado y no tardaron en encontrar lo que buscaban. Lo que no encontró Dashvara fue la pequeña bolsa con dinero de la que le había hablado Tahisrán. ¿Se habría equivocado Atasiag o bien estaba buscando mal?
Decidiendo que se preocuparían del asunto más tarde, salió con Tsu y, tras explicar adónde iban a los Xalyas ya despiertos, se dirigieron primero a la casa de Sheroda a dejar la bolsa de pólvora blanca y el energigamómetro o como se llamara ese extraño objeto. No les abrió la shijan sino Azune. Al ver a la semi-elfa aparecer en el umbral, Dashvara dio un leve respingo.
—¿Sorprendido de verme, estepeño? —sonrió Azune. La republicana llevaba un elegante vestido verde que no le pegaba nada. Es decir, le iba bien, pero hasta entonces Dashvara siempre la había visto con atuendos oscuros y sencillos.
—Ligeramente —admitió—. No sé si te habrás enterado de…
—Sí —lo cortó Azune—. Atasiag. Regresamos ayer de Twach. Nos hemos enterado esta noche. Un acontecimiento desafortunado —dijo, pero su manera de decirlo parecía contradictoria, como si le hicieran gracia las miserias de Atasiag.
Dashvara frunció el ceño.
—¿Sabes de qué lo acusan?
—Ni idea. Pero me temo que en esto no podremos seros de mucha ayuda. Por cierto, si buscabais a Sheroda, mal lo tenéis. No quiere ver a nadie. Está de pésimo humor.
Dashvara alzó una ceja ante su tono burlón.
—Veníamos a dejar unos objetos en su casa. Objetos que podrían comprometer a Atasiag si la milicia los encuentra en su cuarto.
—¿Y queréis dejarlos en casa de Sheroda? —Azune puso cara incrédula—. También podrían perjudicarla a ella, ¿no lo ha pensado Atasiag?
Dashvara reprimió a medias un suspiro exasperado.
—No me compliques las cosas. Yo sólo hago de intermediario.
La republicana puso los ojos en blanco.
—Está bien. Dadme eso. Lo esconderé.
Tomó el saco y la mágara ocultada debajo de un trapo. Dashvara observó con tono casual:
—Pareces alegrarte de que Atasiag haya sido arrestado, republicana.
Azune se encogió de hombros.
—No es que me alegre pero, qué quieres, tampoco me inspira mucha compasión. Ese hombre es un ladrón, un mentiroso y un maldito avaro. Un poco de prisión no puede venirle mal… —Marcó una pausa y los miró a ambos con curiosidad—. ¿Y vosotros, qué vais a hacer ahora?
Dashvara resopló. Seguir viviendo, ¿y tú?, pensó. No le agradaba la falta de gratitud de Azune. Al fin y al cabo, gracias a la ayuda de Atasiag, los Hermanos de la Perla habían conseguido cumplir con su sueño, acabar con el mayor tráfico de esclavos de la República y mandar a la cárcel a importantes personalidades implicadas. Claro que, para ello, seguramente habían debido de cumplir más de un trabajo para Atasiag, pero…
—No lo sabemos aún —replicó al fin—. Por cierto, ayer pasé por casa de Aydin. Tildrin se preguntaba dónde estabais.
La republicana puso cara culpable.
—Intentaré pasar a saludarlo esta tarde.
—¿Tan ocupados están los Hermanos de la Perla? —se sorprendió Dashvara.
La republicana se hizo reservada.
—Tenemos a un nuevo mecenas.
Así que el futuro de su anterior mecenas la traía sin cuidado, carraspeó Dashvara mentalmente.
—En realidad —retomó Azune, más bajo todavía—, la Hermandad de la Perla fue disuelta. Rowyn y yo nos hemos incorporado a otra… organización.
Dashvara la observó con curiosidad.
—Dicho así parece bastante misterioso.
Azune sonrió.
—No es nada ilegal —aseguró—. Pero prefiero no hablar de ello.
—Has dicho Rowyn y tú. ¿Y Kroon?
—Oh. —Azune sonrió esta vez anchamente—. Decidió acabar con la gran mentira de su vida y decir a su familia que seguía vivo. Sus padres y hermanos viven en el campo —explicó—. Kroon siempre temió que no lo reaceptaran por… bueno, por no poder andar.
—Menuda bobada —dejó escapar Dashvara, incrédulo.
—Siempre estuvo algo traumado, pero finalmente Rowyn lo convenció para que fuera a visitar a los suyos. Fuimos los tres. Cuando lo vio, su padre lo llamó idiota por haber tardado tanto en volver —rió.
Dashvara no pudo menos que alegrarse de la noticia: ese monje-dragón era tal vez más insoportable aún que Sashava, pero le caía bien, en el fondo. Tras desearle suerte a Azune con sus nuevos misteriosos trabajos, se marchó con Tsu hacia el número doce de la Calle de los Olivos. Primero, tuvieron que preguntar a un miliciano por dónde caía la calle, a lo cual el miliciano contestó amablemente que se situaba en el Distrito de Kwata, cerca del Templo de la Salvación y de la Gran Cascada. Al fin, encontraron la casa y la puerta, metida en un patio interior, arriba de una escalinata. El número doce había sido grabado chapuceramente en la madera misma. Todas las ventanas estaban tapiadas con tablas de madera. Cualquiera hubiera jurado que la casa estaba vacía. Tras intercambiar una mirada indefinible con el drow, Dashvara se adelantó y llamó al espeso batiente.
No se oyó nada. Esperaron un largo rato antes de que volviera a llamar. Sólo cuando Dashvara empezaba a preguntarse si Atasiag o Tahisrán no habían metido la pata diciendo el número, se oyó un ruido metálico de cadenas.
La puerta se abrió y Dashvara escudriñó la oscuridad. Vio a un chaval humano, moreno y delgado, apoyarse contra el marco de la puerta y mirarlo de arriba abajo con descaro.
—Buenos días, caballeros —lanzó con desenfado—. Siento deciros que hay una fuerte probabilidad de que os hayáis equivocado de puerta.
—Teóricamente no —repuso Dashvara—. Este es el número doce de la Calle de los Olivos, ¿verdad? —Alzó el paquete de cartas azules—. Me mandaron que trajera esto.
Los ojos del adolescente brillaron de curiosidad.