Por un río de fuego, enhiesto, llega
pálido y orgulloso un monstruo fiera.
Lo mira un ciervo-estatua en la ribera,
y él, en su barca, navega y navega.
Hace calor. Es época de siega.
Se trilla trigo en nuestra obscura era.
Y en las ondas de sol surge la espera
que a los brazos de un encino se entrega.
Mas en el río todo es aire frío,
gélida sombra que hasta al sol detiene.
El monstruo avanza ajeno a nuestro estío,
mudo de voz, sordo de oído, tiene
los ojos puestos en terco vacío,
ni aun es posible que a algún dios apene.
Luna, dime, ¿qué ves sino te ciega
la luz del sol, en nuestra negra tierra?
¿Sientes acaso pasos de una guerra
royendo a cachos fanega a fanega?
Dime, Luna, si ves, si no se riega
la sangre y si el recuerdo no se entierra,
¿por qué miras distante lo que Erra
hizo del mundo que al ser vivo anega?
Tu luz, Diana, blanca, alba tuviera,
rojos los ojos y roja la cara,
de ser espejo, ¡de sangre bebiera!
Blanca palabra Luna alma soñara
mas el poeta bebe de ella y fuera
cruel querer que un día sonrojara.
Del vientre de la tierra, enmudeció
el viento, cayó el mar, nació la Vida,
de sus ojos el sol nació, absorbida
surgió la luz del mundo y la meció.
La Vida vio la Tierra y ya lloró
ufana en su existencia amanecida,
aunque muy pronto se quedó dolida
pues que su Madre muda se tornó.
«¡Ay silencio que al ser tanto te olvido
con ser peor mi alma no te advierte!»
¡Temía condenarse! Dejó el nido,
ir pensó sola a buscarse la suerte,
y entre la luz y el alba en lo vivido
un canto: «¡hermana!» Ahí estaba la Muerte.
El árbol que creció antes de ser plantado
era polvo enraizado que aun ni la sombra había
y los surcos de amor que dejó el sol solía
bastar para en semilla tornarse por trazado.
El tronco dio la rama, la rama más hermanas,
y envueltas en corteza, sin alma o savia, eran
las hojas hijas suyas, de sangre verde fueran
si a su vez no tuvieran unas sonrisas canas.
Y contra el viento, a ráfagas, vienen aves ligeras
a descansar sus alas y peligrar sus cantos,
y tras sus plumas de oro se esconde un suave encanto
de cielo y de paisaje, de sol y primaveras.
Del cielo azul el coronado espejo
con un rugido atruena y oscurece
los verdes campos, y en tinieblas crece
la tempestad con lívido reflejo.
Es de un guijarro loco árbol complejo
forjado con metal que se enloquece
y con arcilla que al fuego enfurece
lumínico con rayos, dios anejo.
¡Oh terremoto alado, ira celeste
que baja al son del trueno su arma grave!
Los ojos muy abiertos, mármol de este
llorado por memorias, en él caben
trescientas flechas, luces de alma agreste
que entiende tierras porque a tierra sabe.
Este es un este del primer soneto
que fue en comienzo lo que el verso Oriente,
y en todo fue razón que en el saliente,
la luz saliera en su primer efeto.
Aunque entre versos poco me entrometo,
los versos son el oro de la mente,
y entre oro y oro lloro porque miente
y ya se llega al fin de este cuarteto.
No se detenga el mundo a ver de lejos
el contenido sino el instrumento
que es manejar la pluma alta razón.
Y pues entre estas líneas hay espejos
que apresan letras con un vil tormento
observémoslas con el corazón.
Amarillas espigas de trigo descansan
en el campo de otoño que el tiempo enmaraña,
y en el río que pasa, ataviado de agua,
se derrama un diluvio de cristales y llamas.
Un poeta, sombrío, por el campo, pasaba,
y fue ver el paisaje, y fue andar por la tierra,
y correr y dar vueltas sobre un banco de arena,
y cantar cuatro versos que de versos hablaban.
Otra vez, por el aire, corre un viento de amor,
de alegría, de sueños y de trigos cortados.
¡Con días venideros, sueña, poeta, hoy!
Y en la fuente ya suspira un suspiro de azahar,
mezclando el agua sus cauces con la vida y su soñar,
¡oh blanca espuma del alma que se detiene a pensar
entre piedras y entre versos y pretende despertar!
Amarillas espigas de trigo descansan
en el campo de otoño que el tiempo enmaraña,
¡oh poeta de luna! Respirando el olor
de las flores silvestres, de las hojas de otoño,
caminando, el poeta, la mirada en su flor,
largo escribe sin pluma sobre su corazón.
Junto al balcón negro,
se posó un gorrión
lo llamó un muchacho
y él contestó…
«¡Aburduskanís!»
Le dice el muchacho,
«¿qué te pasa, pájaro?»
Y él le contesta
con tono irritado:
«¡Aburduskanís!»
Llega todo el pueblo
a ver al gorrión
y lo miran todos
y él les soltó:
«¡Aburduskanís!»
Pasó todo el día,
y lo mismo dijo,
y algunos gruñían
«¡Que calle el maldito
Aburduskanís!»
Pues así pasó
a llamarle el pueblo
pues ese gorrión
oyeron primero
su aburduskanís.
Después de la escuela,
el muchacho iba
a decirle al ave
y así cada día:
«¿Qué te pasa, amigo?»
Y un día el gorrión,
le dijo al muchacho
«¿Qué te pasa, viejo?»
Y él dijo turbado:
«¡Aburduskanís!»
Es al surgir del agua del océano
el rayo amado de la piel de plata
el sueño soñoliento y escarlata
que es ardiente fulgor aunque sea sueño.
El sueño en albas locas se despierta
y al despertar sus ojos se estremecen,
su luz pálida y piel grisácea crecen
dorando el agua con su espuma abierta.
¡Abiertos ojos y adorados mantos
de copos blancos y de trenzas fuertes!
Es el sueño que empieza a ser pasado.
Se olvida. Se adelantan bravos cantos.
Hay un beso ligero. ¿Qué vida viertes,
sueño, en el despertar que has recordado?
En el pajar de mis abuelos,
solía yo siempre jugar,
la hierba seca en un pañuelo
para muñecas y al pasar
yo les decía «buenos días,
¡paja comed, qué rica está!»
Mucho engordaban las muñecas,
hasta los lienzos rebasar,
y así buscando y rebuscando
yo les traía más y más.
¡Pobres muñecas!, me decía,
¡que tan pequeñas han de estar!
Cosiendo lienzos y más lienzos,
yo trabajaba en mi pajar,
cayóseme la aguja un día
¡al diablo con ese soñar!
Ya no muñecas ni pañuelos,
¡con lo imposible fui a dar!
Oh trueno, loco amor, dulce armonía,
de este lugar la corteza hechizó
subió la lenta llama que rizó
las aguas a la suma de este día.
¡A tu tierra el relámpago venía
trazando el suelo que a gritos trizó
los surcos de una mano que atizó
con luz el cielo que se amanecía!
Y ató de nuevo la cuerda a la tierra
el astro de Casbino, a su morada,
a las murallas de la tempestad.
Y herró la frente como el casco hierra
la mano dura del alba olvidada
fabricando con rayos la verdad.
Tierra, quién pudiera hacerte
blanca de alma y corazón,
y azul de ríos y verde.
Tierra, qué tormenta fuerte
pudiera aplacar tu voz,
que mata, condena y muerde.
Quién, si existes, puede hacerte
roja en desierto y alcor,
y olvidar lo que se pierde.
Tierra, quién pudiera hacerte,
pensando en lo que olvidó,
tierra blanca, azul y verde.
Aquí, ante los altares del abismo,
alzado en majestad entre dos lagos
de lava y fuego, de llamas y estragos,
surge en silencio un pueblo derruido.
Sus altas torres negras, tras el sismo,
parecen troncos muertos y averiados,
cóncavo túnel, murallas sin paso,
que rodean un sol de cataclismo.
Y entre el polvo y las vigas de madera,
duermen niños fugaces, callejeros.
Un hombre pasa con una carreta.
Con la hierba murió la voz. Los viejos
recuerdan que ayer el cielo llameaba,
y que la tierra no era de ceniza.
Y mañana, los niños serán viejos
y la palabra hierba morirá,
morirán, bajo el llanto de cenizas,
bajo las lluvias ácidas,
las palabras que no se han de encontrar.
¡Qué cerca azota el viento mi morada,
sus párpados batientes,
su boca de madera,
y sus dientes de piedra!
¡Qué lejos está el son de aquel silencio
que ayer brotó del agua de los versos!
Su murmullo chirriante
se agota ante las ráfagas. La huella
de un pez sobre la arena en remolinos
deja un surco inclinado hacia la mar.
¡Qué bella era la mar…! El trino de su espuma,
las graves veleidades de su cauce rusiente,
tan tímida en el fondo…
¡Qué inmensa majestad! Sus encajes de plata,
sus trenzas que se engarzan, oscuras y remotas,
hermanas con el rayo grandioso de la aurora.
Qué cerca está de mí
el fragor de la espuma,
el blancor de la luna.
Qué próximos los campos floridos del crepúsculo
que siguen contemplando los cielos azulados
mientras las nubes negras, ligeras, de la noche,
van avanzando, lentas,
con una luz magnífica de forja
de fuego azul y hierro libre y ancho.
Temblorosas hierbas de incendio
por el tosco lugar se amamantan,
del arroyo se secan, sus olas
de empolvada tierra quemada.
Tres petizos, dos gauchos de fuego
del extenso lugar de la pampa
caminando hacia un destino nuevo
van soñando su vida pasada.
Uno ve en el cielo el crepúsculo
y el fin del sol que golpeaba,
ve la desierta voz, silencio inmenso,
los vientos sin obstáculos que pasan.
Y más viejo y duro, el otro arrea y piensa
en la infinita gente a la que extraña
y que recuerda sin mucha insistencia
alejándose de ellos, acercándose.
¡Qué hermoso el canto de aquella existencia!
El más joven, fiero y justo, orgulloso, alma robusta,
sigue los pasos del hombre que le enseña los secretos.
Los secretos de la pampa, los secretos de la tierra,
de esa tierra verde y clara, desértica y tan amada.
No recuerdan lo que es pasado,
sólo tienen impresiones. ¡Y aquel cielo
que parece de un abrazo
querer abarcarlo todo!
Y esas serenas estrellas que acompañan al resero
cuando en las noches él cierra sus ojos junto a su tierra…
Parece entonces un sueño que une el cielo con la tierra.
Parece que el viento es pájaro y su trino libertad.
Vida de gaucho, buen hombre,
que tiene hierba y estrellas, silencio en el corazón.
Bajo los rayos de sol, siempre alerta y solitario,
con su poncho, su recado,
su silencio y su caballo,
la hierática figura,
tiene en su silencio un canto lleno de fuerza de amor.
Se alzó el rüido inquieto de los cauces pendencieros,
clasiarios combatientes y viejos jornaleros.
En la calle del puerto se izó una vela negra.
Silenciosas de angustia las gaviotas miraban.
Se habló de aquella muerte que avanza por la mar diciendo ¡Pena!
Habíanse reído los borrachos. La mar la tienen ellos.
Si se ha de oír por el camino un eco
del marinero que cuenta la historia de ese monstruo,
verán que en sus ojillos marineros
se esconde, bajo un corazón de acero,
una simple verdad. ¡Mar marinero!
Viene el palpitar naciente
en el oscuro horizonte
enseñando entre sus dientes
los fuegos de un alto monte.
Y se ocultan en el cielo
las estrellas y las noches;
se van pintando en su centro
gruesos trazos de arreboles.
¡Qué hermosas son las mañanas,
qué bellos son los colores!
Pintaste belleza blanca,
Artista de los paisajes,
un volcán de aire y de brasa,
una erupción de celajes.
Pintora, que vibra en los cielos la luna,
lejanas anillas del mar se dibujan,
y el viento que trae la pícara espuma
se vierte ligero en riberas y dunas.
¡Diamante de estrellas y luz amarilla
que deja la llama del sur encendida!
Amante de hierbas que flotan arriba
con manos de nube los álamos pintas.
Y en otras colinas supiste ser buena,
ser tierra de barro, ser roja y ligera.
Supiste que allí desde el banco de piedra
la anciana miraba tus ojos de arena.
Sabía ella el hambre que abría tu boca
la sangre sangrienta que cae en las rocas.
El alma es tan vieja y la luz tan remota…
Las nubes embalsan la lumbre y se tocan
las almas que llaman gritando horas locas.
Era en un pozo su sombra quebrantada por el sol,
arrullada en el camino fue creando una canción.
¡Con las almas los aromas van trazando alas de mar!
Y en el oro de sus sueños el pozo empieza a cavar
la sombra que en el camino tanto mal pudo rozar.
¡Y cantando alegres rimas va arrastrando con candor
ese lirio pequeñito que en los valles se perdió!
Llorando entonces con alma se pone luego a penar:
¡ay, dolor, un alma buena no acongojes, por piedad!
Devuélveme, jadeando dice el buen hombre escritor,
¡Devuélveme esa corola, que fue un día corazón!
En el pozo se oye un ruido.
Tal vez fuera alguna pluma de cigüeña que cayó.
Apareciste un día, celosa y adorada,
cantaste aquella música que los cielos amaban,
faltaste a la esperanza que era el Dios de la magia,
y fuiste sin fortuna, desnuda y melancólica
a la morada oscura que llaman tenebrosa.
Amissa dio a tu paso la blanca ligereza,
Tulya cerró con sombras tu ebúrnea frontera,
y llegó el dios del Sueño probando tus imágenes
que pintaban tu rostro sobre un tapiz de viaje.
Ayudaste a la rabia a recoger sus frutos,
sus manzanas perdidas entre las hojas verdes,
sus trémulas frambuesas entre brazos oscuros
dejando el vil granate con pardas decisiones.
Y vagas alusiones quedaron cual raíces
truncadas y amarillas y solas y sin gente.
Dejaste cabalgando detrás de ti la llama
que el granero de vida con ruin mano acercaba.
Te fuiste y no tenías alma que más preciabas.
Camino andaste en vano sin saber más que antes.
Sabías que era todo lo que hacías en balde.
Mas no entendías nada, las sombras te sellaban
aquella puerta extraña que tanta gente abre.
Hay un pino a cada lado del jardín, y espeso barro
sobre el camino regado con jazmín y hielo blanco.
Una mariposa roza las hojas del árbol manco,
han podado su deshonra con la hoja afilada en mano.
Un artista en el recuadro que pintó llamó al insecto.
Amatista, jade y oro, y otras piedras, lo selecto,
fueron por fin el decoro del ala que azotó el verso.
El jardín es la caricia que sabe tener su tiempo.
De estación en estaciones, de postín flores de otoño,
exuberantes jazmines dando a Vida nuevo soplo.
Belleza de esos caminos por el que corre el rocío.
Belleza por ese brillo que al amanecer amigo
se torna en flauta cantora y en ebúrneos sonidos.
Acuérdate, mañana, Otoño mío,
de las tardes que yo pasé contigo,
de los atardeceres, de las luces,
de las tenues estrellas, de las nubes.
Recuerda el mar ahí, tras la ventana,
rodando, alegre, sobre nuestra playa.
Recuerda Otoño aquellas estrellitas
que nos decían cuando aparecían:
¡azul oscuro, azul y tarde clara!
Nubes blancas y rojas que se traban.
Escucha, Otoño, aquellas hojas secas
que se estremecen con el viento trémulas,
escúchalas, mañana será tarde,
que tus ramas amigas no me llamen,
mañana, Otoño, seré ida lejos
con ese viento que me llevas pienso.
Tardaré en regresar, Otoño mío,
son diferentes nuestros dos destinos.
Y por eso recuerda en tu camino
que no siempre están juntos los amigos.
Pensaré en ti, ligero como el tiempo,
tu memoria tan nítida en mi pecho.
Sentiré el agua fría en tus cabellos
e intentaré sentirla con mis versos.
Mi voz ya está tornando como nieve
¿Otoño, no querrás que yo me quede?
Mas el viento me lleva y ya me aleja.
¡Recuerda! Sí, recuerda aquella arena
que se extraviaba con la brisa alegre.
Recuerda, Otoño, que el viento se tuerce.
Y en el celaje las doradas nubes
dejan correr joviales los perfumes.
Aguardando en el jardín está la puerta del alba
a que alguien la abra, tú, alma valiente y dorada.
Toma el abrigo, alma noble, toma la llave y la lámpara.
Mira el camino que traza e ilumina tu mirada.
Detrás de la puerta esperan las luces y llamaradas.
Detrás un mundo de flores, de pasiones y esperanzas.
Abre la puerta, alma extraña, abre la puerta del alba,
que ella aguardando te espera y espera aún tu llamada.
Mira la rosa que un rayo que por la rendija pasa
con justo amor ilumina, mira las dulces camadas
de llamas y de amapolas. Admira el son de guitarra
que se desprende del agua con que puedes dibujarla.
Admira aquellas pequeñas y encantadoras aladas
que tiemblan tan cristalinas con el viento en la mañana.
Está esperando a que llegues al umbral y a que se abra
al fin a ti un arcoiris en corazón, cielo y alma.
Te miro, sobre la almena, tras las cortinas de plata,
te miro, alma vencedora, esperando a que la abras.
No hay patraña, farsa o embuste, no hay vacilación que valga.
La puerta cruje y chirría, esperando a que la abras.
La puerta gime y su llanto cubre las rosas de lava.
Los cielos gimen y lloran regando la hierba a lágrimas.
Y en medio ya del camino, distraída, alma, te paras.
¿Qué hay de esos plantos? ¡Espera! ¿Qué hay de la puerta del alba?
Espera, divinidad, a que la llave dorada
gire en el cerrojo albino y dé paso a tu esperanza.
Mas, si abro, protestas, alma, si abro la luz me alcanza.
Aguarda la puerta, alma, y detrás está la Vida.
Mas, si abro, dices, cansada, no me verás ya mañana.
La almena se oscurecía en las cortinas de plata.
Alma, mira aquella rosa que pide luz destrozada.
Alma, mira, mira el alba que se refleja tan clara
sobre la piedra que deja iluminarse cual agua.
¿Tan aprisa, alma, te niegas a retomar tu esperanza?
¿Tan loca y triste volviste de las sombras para hallarla?
Están vivos los colores junto a la puerta del alba.
Deja caer de tu cuerpo las prendas que te sellaban.
Deja rodar por la hierba las lágrimas que te faltan.
Deja de llorar y avanza, alma que ha sufrido, avanza.
Después de la sombra viene siempre lo que suena y habla.
De la mar vienen las olas y de la tierra las plantas.
De las plantas las raíces y de las olas las algas.
Detente y anda, pensando que es hermoso abrir las alas.
Echar a volar tan libre como un ave. Como un hada.
Viene del rocío el alba y del rocío la escama.
Aquella escama escabrosa que de las sombras se aparta.
Que las manos con amor elaboran y preparan.
¿Lloraste, melancolía? Lejos, una risotada
como la estrella fugaz que los tiempos acaparan.
Miro el rostro blanco y pálido de la dulce alma cansada.
Tanto has hecho en esta vida, tanto trabajo sin pausa.
No desvíes la cabeza: te he visto llorar de rabia.
Te he visto pensar con odio contra los que te aplastaban.
Te he visto perder a un hijo y enterrarlo una mañana,
los ojos como dos astros brillando de oscura llama.
No mires hacia tus plantas, alma mía, avergonzada,
si has matado al que crecía en lo hondo de tus entrañas.
Llora de rabia, alma, tienes toda la razón a cargas.
Y si de las sombras sales para partir hacia el alba
no girarás la cabeza hacia el hambre de tu casa.
No hacia las tristes pendencias de tu calle y la mortaja
con la que envolviste a un vivo que iba a morir sin palabras.
Lloraste lo que perdiste, que era tu última esperanza,
y más allá, aún seguían tus llantos contra la nada.
Y ahora que la puerta, estrella de tu vida y de tu llama,
chispa que aun sigue despierta junto a las reales malvas,
se yergue ante ti, llamando, llamando desesperada,
tú, te detienes, y miras, y al fin te decides, alma.
Abriste la puerta en grande, te cegó la luz del alba.
Alza la cabeza y mira las flores que en ti brillaban.
Ves, alma, que eras muy bella y muy dulce y que gozabas,
ves que no hay solo tinieblas en la vida que tú odiabas.
Con razón, alma, la odiabas, con razón loca actuabas.
Mas hoy las flores menean su dulce perfume, embriagan
los bosques, el viento pasa, el cielo busca una planta.
Y en esa tierra, alma buena, en esa tierra se embalsan
nuevos aromas, la vida, la brisa y tus esperanzas.
Si muero, en ave a tus puertas,
dejaré plumas doradas,
daré flores coronadas
de fuego y estrellas muertas.
Soy de la tierra una llama
que un día desvanecida
dejará de ser la vida
que fue tan dulce en mi alma.
Tiembla en mi oscuro cobijo
la luz que la lluvia agarra
y alada, cual es alada
el ave que abre su nido
llueve su mar al vacío
y a un nuevo y largo camino…
En esta tarde llorosa
que se desata en mis sueños
me extraño de ver agora
la mirada de un extraño
que parece ver mis versos
como un desatado aliento
sin razón pues, me detengo
que no hay en la poesía
razón ninguna y jamás
la hubo, descanse el verso.
Del pasado a mi presente,
un camino entre los dos.
Tres espinas de los cielos
que quisiera perdonar
en los mares me tuvieron
de la negra oscuridad.
Y cantaban, como agujas
en un rayo de metal
rechinando las oía,
solamente rechinar.
Y contra el peso del viento
que en borrascas me cernía
gran sonido de instrumento
me vino, que no veía.
Me vino, que no veía,
la memoria de un pasado.
De un pasado que volvía
para un presente cansado.
Una hilera de agua en la piedra se tuerce
cubierta de una estrella de lava incandescente,
se arremolina, brava, caótica en el puente,
brotando cual destellos que el reflejo coerce,
Y se trenza y desciende por la vida, de suerte
que, a ciegas, es artista que la música siembra,
escoge rosas blancas y en su camino tiembla,
lleva en la mano blanca la flauta de la muerte.
De la tierra coger sus frutos nadie intente,
pues aun encadenadas están las hierbas de ella,
que el flujo de los años no la torna más bella
cuanto tiene de canas es la espuma que miente.
Ver soñar al mundo en vano
es como andar sobre el vacío
y ver el mundo sin soñarlo
sin tocar almas con la mano.
Ardor, ardor del mundo,
qué música lo mueve,
qué distancia lo empuja
qué destrucción lo hiere.
Dos ojos lo ven todo,
oír lo hace el oído,
y por si fuera poco
siente el alma, y un río
de pensamientos siente.
Mas único en el mundo
es nuestro corazón
que en sí solo se parte
porque vive de ardor.
Pienso arder de loca amada,
solicitando tu amor
que si el peso de esta amarga
lucha de rabia y pasión
sabe llegar a algún sitio
para mí que se perdió.
Dulce, sin voz, sin escudo,
pasa mi historia veloz
sin dejar rastro en el mundo,
¿por qué alguna lo dejó?
Sin cesar, mueve mi mano
las orillas, no las aguas,
que si las aguas moviera
triste sed el alma hubiera
y hambre loca a ella llegara,
y no quiero que detenga
la lágrima las raíces
que no se equivoquen quiera
el alma con los matices.
¡Ay, amor! Astuto pliegue
da sombra a lo que antes era
loco amor, puñal y fuelle
de un fuego que sin madera
llamas tenía de fiebre.
¡Ay amor! Triste es que duela
cuando la muerte lo mata,
y oscuro cuando en ti ciega
la memoria de su llama.
Real amigo sueño te bendigo
por todo lo que quieras serme hoy
que el sueño se deshace si lo pido
y se torna en historia si lo doy.
Tráeme lo que hay en este día,
la vida necesaria portarás
que aunque no quieras ser lo que hay en vida,
vida serás que no mi malestar.
Aprende a razonar por lo que humillas
y a las almas a descorazonar,
que es temprano para cambiar de orilla
y tarde para asir nuevo lugar.
Del veneno de la muerte
están tus ojos cargados
que ni miran a mi suerte,
ni dejan ser contemplados.
No hay peor alma que el alma
que muere de un gran dolor,
pues ve la vida apagada
y herido su corazón.
Está preso de la magia
del alba en sombras sin sol
y no consigo que nada
vuelva a ser luz sin dolor.
Del veneno de la muerte
cargado está el corazón
de aquel a quien todo duele
por haber visto un dolor.
Que desde que nací solté octosílabos,
Luna, no me lo creo.
Mas que desde que amé fui poesía
cierto lo considero.
Atrapado en el alma que me di
rumoreé mi paz en mis adentros,
sí, Luna, me lo creo.
Que desde que nací, supe ser verso
Luna, no sé si es cierto,
mas que subí hasta él, en esta vida,
durante tanto tiempo,
sí, Luna, aunque por ello
tiemble, yo sé que es cierto.
Está el patio ya cubierto
con una luz otoñal.
Cerca de la fuente brava
un pajarillo cantaba,
yo en la ventana soñaba
a puños de vendaval.
Está el patio ya cubierto
con una luz otoñal.
El cielo sin voz lloraba
contra la piedra en aldaba,
y la puerta se cerraba
soportando el cenagal.
Está el patio ya cubierto
con una luz otoñal.
Y ya se está descubriendo
el cielo por el portal.
El tronar vívico es
y no me digan no es.
Mundos con péñalo oscuro
sus defectos pago y curo,
que si le viene a tronar
la muerte ¿qué se ha de dar?
¿Un puesto de suplicante
para el juicio del rogante?
Volvamos para allá atrás.
¿Pues qué golpe me darás?
Muerte que a espaldas le hiere
mala muerte y malo muere.
Sigamos para adelante.
¿Será la flor aberrante?
Tres palabras, un camino.
nacer, vivir y destino.
Inmortal, ¿tronar esperas?
Tronar de muerte y sorderas.
Mortal, un poco de vino
para seguir el camino.
Mientras que el grito prospere,
siga en paz, la vida hiere,
y no la muerte, la muerte
es asesina de suertes.
Un amago me dirige por caminos. ¿Quién ha sido?
Un grito. Me desconcierta. Me dice. Ya he decidido.
Voy a ver aquel chirrido del tan odiado camino.
Voy, me marcho, me detengo, paso a paso, en el camino.
Rodando por la ladera he visto pasar un crío.
Decía, pasando al lado, que volaba y sin sonido.
Tengo alas y repito de ráfagas alarido.
Tiene tan poco sentido.
Me distraigo contemplando los humos oscurecidos.
Ya es de noche. Me he perdido.
Ilusión, guía tramposo, ¿creíste burlarte, amigo?
Me di contra alguna nube y un vendaval repentino.
Me deshice de las alas. De las plumas. Del camino.
Y giré en torno a mí mismo.
Giré sabiendo que tú seguías ahí conmigo.
Y caí, sin saber cómo, entre dos campos de trigo.
Rodé por las escaleras de un oscuro laberinto.
Me fijé entre dos reliquias que eran de oro y de platino.
Y me golpeé, despacio, contra la tierra, aturdido.
Eso es lo que es el poeta, sombra del cielo caído
que viene con una pluma dibujando su camino.
Me ha dicho la luna llena
que esta noche moriría
un alma que se moría
tendida en plácida arena.
Era un mensaje anodino
vacío y ornamental,
frío, porque en el camino
muchos de él se han de cortar.
La luna, cuya memoria,
tan antigua como el sol
retumba en toda la historia,
por mil siglos caminó,
de frïaldad plenilunia
y blanquecina y feroz,
del sol, la blanca pecunia,
viendo esa muerte precoz,
de cuerpo frío y menudo,
apenas la divisó,
y quedó en su rostro mudo
su reflejo que olvidó.
Traté de escapar a oscuras
de la noche hasta la playa
bajando de las alturas
hasta el mar que el tiempo halla.
Dejé que el viento azotara
en la noche mi delirio
como bárbara malaria
como marchitado lirio.
Y en la orilla, ahí llegando,
a ese punto que es mi vida
dejé que la luna andando
fuese a encontrar mi salida.
Vila, loca y aturdida,
un gran ópalo desnudo,
que soltaba en mi salida
un primaveral escudo.
La huella leve y segura
acerquéme al moribundo
cruzando la lona oscura
que es el límite del mundo.
Era un rostro blanco y liso,
con una pálida mueca,
un rostro que nadie quiso
cuando dejó aquesta tierra.
Era un alma con fiereza;
sus suspiros bocanadas
eran de tierna inocencia.
Jamás perdió la esperanza.
Tampoco la tuvo, es cierto,
aquella vaga esperanza
pues creció en algún desierto
que el ojo vulgar no agarra.
Al morir, la gente ve
la vida que deja atrás.
Tal vez recordase él
sueños que se han de borrar.
Al morir, la gente llora
por la vida que ha dejado.
Tal vez recordase ahora
un sueño que no ha olvidado.
Y al morir, un punto vago
de la memoria se triza,
buscando en el cielo, algo,
que fue falacia insumisa.
Sus ojos se posan, tristes,
brillantes de fiebre y sangre
sobre la luna que viste
las sombras de su levante.
Y cuando la sombra crece,
y dos párpados se encuentran
brillando los dos de pieles
de una roca de diamante,
dos ojos se quedan fijos
y un cuerpo en la arena yace.
Yo, triste de ver el hilo
de la vida que no late,
digo adiós al alma amiga
que la soledad rindió
a las rebeldes orillas
del mar que se la llevó.
Y dando la vuelta al alba,
el primer rayo encendió
las hojas de cristal blancas
que la playa se inventó,
y así como vino al alma
la muerte, vino la vida,
que llamó en aquella playa
con mi nombre, hasta mi orilla.
Volví sin querer volver
hasta de donde venía
y era algún amanecer
que inició algún nuevo día.
Otro día, y otra noche,
cuando el disco relucía
oí el mensaje que un toque
de metal me lo decía,
y dejé de preocuparme
por todo lo que decía
como la luna de helarme
temí mas no me movía.
Y de la noche el silencio,
al oscurecerse todo,
desatábase en el sueño
la balada, como un soplo.
Y de la triste balada
el soplo se quedó muerto
olvidado en un recuerdo
que el sueño siempre emborrona.
No puede ser sino justa porfía
este enconoso trago al que me obliga
tu amistosa sonrisa,
que parece volver día tras día,
pues en el oleaje de tu orilla
mi humilde condición ansí me humilla.
Dar el presente por dar el futuro
si es respeto volver hacia el pasado,
piérdese en actuar, aunque haya dado
respiro, sangre y vida a un mal seguro.
Fiera es la vida, engaña a puñal duro,
rueda por tierra, sabe a zumo alado,
y es entre trigo y lana, en alto grado,
susurro grande de un manantial puro.
Con simple estado de continuidad
es un simple graznido polvoriento
que el tiempo empolva y el viento desata.
¡Qué es vida sino un canto que se ensaña
buscando trinos nuevos sin sustento!
Un soplo dice: el presente has de dar.
¿Qué es descalzar la letra de su manto
diciéndole su nombre sin hablar?
Dándole un alma, dándole memoria,
¡qué bella en su papel blanco ha de estar!
Se esculpen ellas solas, como herreros
que sus mismos caballos han de herrar,
aunque por ser caballo y él herrero,
quizá la pluma algún daño tendrá.
Se alzan de porcelana y sangre negra,
como los ojos tristes de un cristal
cuando la lluvia deforma los campos,
y los cristales viene a amendrentar.
Son como estrellas en un mundo inverso,
en el que un agujero es alma blanca,
y en el calor de algún día de otoño
se hicieron silenciosas, sin palabra.
Espera. Anda. Camina.
Huye de tu huella, amiga.
El agua discurre, ingrávida,
por donde caminas, pálida.
¡El agua corre en tu rostro
dejando hielo en tus ojos!
Grave son es el que oías
por la boca de la vida.
No camines. Para. Espera.
Ya no hay hora. Ya no hay día.
Calló el chasquido. Tus ojos
dejaron de hablarme, amiga.
Dejó de brillar, tan triste,
el hielo que antes veía.
Ansí surca el aire en agua
haciéndose luz y nada.
Estos albores, entre el rocío,
brillan despacio, amaneciendo,
duermen, despiertan, su dulce sueño
rompiendo las aguas del río.
Lejos se fueron, rayos de sol,
lejos por los campos de trigo,
en los rostros pintando el brillo
un aire de intenso rubor.
¡Estos sones de luz divina
manos artistas de campanas
anunciando entre sombras claras
la muerte de lo que fue un día!
Oh, atardecer que amanecía
sin escuchar el canto fúnebre
que oscureciendo hasta las nubes
hizo llover lo que perdía
en arcos claros de esperanza,
rayos de sol, lívida danza.
¡Ven a ver el campo,
luna, en la noche,
las estrellas brillan
y aman las flores!
¡Está tan cristalina
el agua y si la bebo
en el reflejo veo
que estoy bebiendo el cielo!
Por el frío invierno,
¡qué blanca es la nieve
y en su corazón
qué fría se siente!
Afuera dormir anhelas
junto a la fuente de plata,
los ojos en las estrellas,
y una estrellita en el alma.
Esperó la niña
en la calle oscura
a que el sol viniese
con su luz más pura.
Esperó la noche
y esperó un día
pero en esa calle
el sol no crecía.
Y creció la niña
sin luz en la vida,
y cuando salió,
¡qué dulce salía!
bajo el sol el alma
tierna amanecía,
y la niña el sol
en su alma tenía.
Cantan en el bosque mudo
alegres los picaflores
¡no se acerquen a mi escudo
las iras y los dolores!
Prefiero los dulces trinos
de las aves en el día
a escoger arduos caminos
de asfalto y melancolía.
No son mías las palabras
que denigran la ilusión
que en silencio hace que abras
puertas de imaginación.
Y junto al arroyo frío
prefiero yo descansar
a estar en inmenso río
sin ser posible nadar.
Denme una pluma en la mano,
yo sé de escribir, señor,
y haré de letras hermanos
de tinta sangre y ardor.
Al caer como el agua desde el cielo
los frágiles destellos de la aurora,
se repercuten lejos
los cascos sobre un camino de sombras:
por el alcor dorado va subiendo
un caballero negro.
En la distancia se advierten sus ojos
hundidos en la sombra.
Tiene el rostro escondido por el frío,
y un aire misterioso
en el silencio oscuro de la aurora.
Tras la silueta el mar derrumba el aire,
se abre en espuma blanca en la mañana,
y de rocas y tierras enemiga
roza el donaire con sus andanadas.
Mas junto al caballero, son las hojas
menos que hojas pintadas,
están las piedras inmovilizadas,
el alba antes veloz parece coja.
Parece ser que se detiene el tiempo
que se desmaya el viento.
Con la llegada del alma a mi casa
parece ser que se murmura un eco
perdido entre tinieblas
forjado como forjan las espadas,
ardiente y rojo como el fuego etéreo.
Invito al ser a que tome un descanso,
pues nunca del misterio hay que espantarse
y cuando me contesta dice: «amiga,
yo no he venido más que aquí a quedarme».
Y así diciendo, extiende hacia mí
su mano blanca. En ella hay una flor,
una flor de la aurora, ¡un alkeirí!
Libres las sombras fueron a dormir.
Has encontrado en mi casa
una muñeca muy vieja,
aquella con la que antaño
hablaba más de la cuenta.
Tiénenme con el querer
este corazón herido
que por no querer perder
a todos los ha perdido.
Me fueron a dar azotes
ellos a los que más quise,
pues es más golpe aquel golpe
que de amor viene y más triste.
Duérmete y vete a soñar.
Las campanas se oirán
tañer al cerrar los ojos,
el sueño es ahora tu hogar.
En un imperio, vivía
un pueblo recto y muy grave.
Del corazón no sabía
nada de emociones grandes.
Había fuentes de mármol
y estatuas, cisnes y estrellas.
Contemplaba el pueblo el habla
como una grisácea idea.
Un día, por los caminos,
se vio acercarse la tierra,
se vio temblar en el trino
de un ave alguna voz nueva.
¿Quién eres? le preguntaban.
¿Quién se atreve a tales cantos?
Soy poeta, contestaba,
¿acaso es razón de espanto?
Soy poeta, repetía,
nada de vuestros rigores
tiene en mí ley que me obliga,
vuestras reglas son dolores,
mis versos son la mi vida,
alabáis ortografías,
mis poemas sólo amores.
¡Abrid a la poesía
puertas en los corazones!
El pueblo imperial rió,
ofendida lo riñó,
y así lo apresó obligándole
a tocar con muda boca,
dando muerte a Poesía
borrándola en la memoria.
El poeta así tocando
entre cisnes, entre fuentes,
dejó el tiempo trastornarlo,
olvidóse. ¿Olvidóse?
¡Es olvido semejante
alta poesía! Recuerda
entonces. Sabe y conoce.
Cuando deja de tocar
ya el frío invierno lo aprieta.
¡Oh, hermano, te salvaré
con los versos de un poeta!
Ningún manto cubre tan bien
como los brazos, hermano,
ninguno como el poema
sabe ahuyentar hielo a versos.
Lucecita de la flor
si te despiertas mañana
te querré como a una santa,
mas te querré como amada
si por suerte te abres hoy.
¿Me llamaste? Lector mío,
¿a quién llamares así?
¿Fue el pastor de estrellas muerto
que me despiertas a mí?
Sepas que no soy poeta,
ya que sólo soy su fin,
que tengo tinta en las venas,
no sangre, que es baladí
tener sangre en donde el sueño
se sueña en sí más que en ti.
Poderosa es la palabra
del pastor, mas ¿qué hay de mí?
¿si pudiera hacer de un verso
un pétalo de alelí,
beso de gorrión volando
por el cielo, ardor de abril
desplegando hojas de sombra
bajo el fuego del vivir?
Pudiera sentir vergüenza,
mas no hay más culpable aquí
que la muerte de un poeta
porque es afrenta morir
si no lo hacía soñando,
y sé de él, pues conocí
su ardor de vida, que es bueno
dejar sin él de escribir,
¡mas no olvides que de él
salí yo, de aquél salí!
Borrando huellas y huellas
me dejó solo, al fin,
y así triste y melancólico
me veo… —¡Mal te hallo aquí!
Dice de pronto una voz.
¡Estafando tú, sin mí,
a mis queridos lectores
y dejándome morir
sin piedad ni cortesía
y aun mostrando que hay en ti
gran traición, grave osadía!
Fuérame un día y pedí
que en silencio me guardases,
¡y te complaces así!
Amigos, lectores míos,
que de vuestro ardor bebí,
excelentísimas almas
quiero a vosotros decir…
—¡Válgame, que no ha de ser!
Si no llego a maldecir,
¿cómo has de beber de mí?
Una luz brillaba un día
que el jardín iluminaba,
y del álamo a la encina,
y de la rosa a la dalia
un caminito de sol
con rubor blanco corría.
Andando por el camino
vi volar rayos de sol,
que en las fuentes de agua clara
risueños se reunían.
¡Estaba tan nuevo el sol!
Y tan reciente el camino
que allá por donde pasaba
de flor en flor, el rocío
con el ala las cubría,
que ni aun la sombra lo hacía.
Besáronse las hojitas
del roble contra las aves,
hiciéronse pequeñitas
las espinas del rosal.
Sube por la nube, sube,
el sol sube por la nube,
murmurea el oleaje
de su llegada triunfante.
Yo avanzo por el camino,
paso a paso,
como un antiguo vecino,
conozco todos los sitios,
paso a paso.
Si fuera la mañanita
la que me hiciera mover
seguro que subiría
como el sol día tras día,
por las ramas del papel.
Si es que entiendes lo que digo
dime, amigo, lo que sientes,
pues bien sé que las palabras
son más de lo que tú entiendes.
Tú eres corteza, te mueres
día tras día. Si fueras
canción como yo, verías
acaso que eres corteza.
Si sabes quién eres, algo,
el saberlo, el tiempo, el hado,
desbarata tu saber
e ignoras tu nuevo estado.
Quisiera yo ser humana,
mas también elfa o enana,
saijit, dragona, nakrús,
leona, vampira, centaura.
Corteza, amigo del alma,
fueras tú araña gigante
que te quisiera enseñar.
Si me entiendes te diré
que todo se hace sin fin,
porque el fin, al fin y al cabo,
se ignora sólo al vivir.
Lleva un pañuelo terroso,
destella sudor su frente,
tiene los ojos hundidos,
su boca una mueca tuerce.
Se le ven, casi escondidos
tras su barba, blancos dientes.
¿Será sonrisa aquel gesto?
¿Es sonrisa eso que tiene?
Gran pesadumbre desvela
aunque su sonrisa muestre,
de sol a sol trabajando
con hambre a su casa vuelve,
es su fatiga tan grande
que apenas pensarla puede,
pero en el rostro, ahora,
su sonrisa resplandece.
Junto a su hogar se perfilan
lumbres que abrazarlo quieren.
Compañero, compañero,
a fe que si yo me muero
darete el caballo de oro
que en el prado de acá tengo.
Y también a mis amigos
unas espadas de acero.
Extremeño, extremeño,
haz que se convierta entero
tinta negra en blanca estrella,
blanco pergamino en cielo,
donde la noche sin luna
me deje en paz en su sueño.
Por tus pasos traerá
la poesía en su verso
una canción que distraiga
las ráfagas de los tiempos.
Compañero, si recuerdas
mañana que esto fue sueño,
llevarete a algún lugar
con caballos, compañero.
Y haré que por una vez
el sueño muera de sueño.
Vino con su bolsa al hombro
caballerito don Villa,
bordeando el mar de noche,
bordeando el mar de día.
Al pie de un viejo abedul
duerme al alba, al alba, al alba.
Al pie del árbol dormía.
Cantaba el pájaro azul,
cómo al alba aquél cantaba
diciendo que amanecía.
Ay, que ya salía el sol,
don Villa en sueños andaba,
durmiendo don Villa estaba,
caballerito dormía.
Llegó la noche, la noche,
y don Villa despertaba,
anduvo, anduvo muy lejos
hasta que el alba venía.
Vino con su bolsa al hombro
caballerito don Villa,
bordeando el mar de noche,
bordeando el mar de día.
¡Ay, del día, ay, del día!
Que por más que lo buscase
el sol ya no aparecía.
Don Villa, ¿por dónde fuiste?
¿Por dónde fuiste don Villa?
—Por el camino que lleva
arriba a la fuente fría.
¡Ay, del día, ay, del día!
El sol se escondía, el sol,
por más que mirase arriba.
Don Villa, ¿por dónde vas?
¿Pero adónde vas don Villa?
—Quiero beber de esa agua
que llaman ahí Fontefrida.
Vino con su bolsa al hombro
caballerito don Villa
subiendo montes de noche,
y jamás amanecía.
Llegado a la fuente fría,
¡cómo el viajero sufría!
Tornado se había el agua
que en la fuente negra había.
Caballerito viajero,
don Villa, ¿por qué no miras
las lágrimas que te ciegan?
¡Ay, del día, ay, del día!
Sombras sin sol, triste niebla,
mira, don Villa, y camina,
camina, don Villa, y mira
que las lágrimas que corren
por tus heladas mejillas
carámbanos de diamante,
hielo, nieve, son tus días.
Si no los miras pasar,
morirán, don Villa, mira.
Arrodillado, buscabas,
cerca de la fuente fría
el olor que algunos llaman
río y otros llaman vida.
¡Ay, del día, ay, del día!
Al día los ojos abre,
pues que sería mañana
yo quien te los cerraría.
En la mitad del camino
vi volar flores hermosas
yo me detuve a mirarlas
por verlas primero a solas.
Alelíes, primaveras,
pensamientos, mariposas
voladoras parecían
como brisas silenciosas.
Allí les dije, señoras,
allí les dije yo a solas
—¡Dadme a mi boca el perfume
de vuestras almas cantoras!
Respondiéronme las flores
con fuerza el viento agitolas
diéronme respuesta y burla,
respuesta diéronme todas:
—Digno viajero que andas
por esta verde redonda,
por estos campos que en olas
de poniente se coloran,
contamos la primavera,
contamos toda su historia,
bien sabrías que aun tú llevas
el mismo olor que nosotras
que si supiese el humano
todo el bien que tanto ignora
fuera más feliz, empero,
es tan corta su memoria.
Soy minero, soy obrero,
a fe mía que no miento,
la tierra donde vivimos
en vida cúbreme más
que en la muerte sólo un poco.
Minero soy para vivir,
con pica voy para picar.
Minero soy para vivir,
con arma en mano al cielo voy.
Minero soy hasta morir.
La tierra tiene precipicios
hondos, muy hondos,
tiene en el mar ojos ahogados.
La tierra da, la tierra coge,
lo mismo da, lo mismo coge.
Minero soy, negro peón,
hombre de vida que muere hoy,
Obrero, obrero, buen jornalero,
alma que cava, alma que siembra,
alma que extrae, alma que entrega.
Trabaja al sol, labra a la sombra,
duerme sin sueño, duerme sin paz.
Soy minero, soy obrero,
a fe mía que no miento,
si labro la tierra muero,
si cavo la tierra muero,
mas si no lo hago reviento.
Se dice de la luna
que tiene blanco brillo
mas yo ayer desde el pasillo
la vide sola y de luto.
Niña, niña, que nacida
en una cuna de vidrio
fuiste a correr y perdida
te perdiste en el camino.
Cielito negro que anoche
ibas perdiendo color,
se pierde la niña y corre
¿quién eres luna sin sol?
Ombría sombra olvidada
que me pediste perdón
por no haberme dicho nada
cuando tu luz se apagó.
Quién pudiera, quién pudiera
hacer que me vuelvas hoy,
ha más de un mes que te añoro,
¡ay si pudiera ser hoy!
Lavandera, lavandera,
canta o muere, tuerce o arde,
lavandera canta o muere,
tuerce la ropa en la tarde.
Trenzas de plata en tu frente,
ojos de vidrio volante,
frota, frota con la piedra
frota la ropilla, madre.
Frota, frota sucias ropas
con los ríos, con los mares,
flor hay en el agua, roja,
flores hay y muy brillantes.
Lavandera, lavandera,
canta, canta sin olvidarte
que se tuerce, que se canta
los rayos de un sol gigante.
Madre, lavandera, madre,
frota las ropas, que es tarde
para que yo cante nada,
canta o muere, tuerce o arde.
Sobre la mesa,
hay una rosa
en un jarrón.
Sobre la mesa
también reposa
un corazón.
Con la madera
en la mejilla,
¡ay qué contenta
estaba la niña!
Cierra los ojos,
abre la boca,
el aire aspira,
aire de rosa.
¡Late muy fuerte
su corazón!
Sobre la mesa
duerme una niña,
y hay una rosa
que la vigila.
¡Y cómo late
su corazón!
Mandó la luna se hiciese
un palacio en nuestra tierra
que fuese el más grande y bello
que el humano construyera.
Y en su orgullosa presencia
dijo la luna soberbia:
—En tres días yo la quiero,
bella cual yo quiero verla.
Mi morada ha de ser grande,
su cuerpo ha de ser de piedra.
Y así dijo la lunita:
su alma ha de ser eterna.
Obraron día tras día,
con ardor y con presteza.
Y así terminó el palacio
llegada la noche negra,
y una luz que desde siglos
en cielos no apareciera
surgió y destruyendo todo
dejó un mensaje en la tierra:
—Que os valga, hoy, humanos,
esta desgracia nueva,
que entendades por fin
que la luna es soberbia
que no se le ha de dar
todo lo que ella quiera.
Al fin, el destruir
parece que os afecta,
para vosotros cuenta
tan sólo la experiencia.
Y así, desque pasó,
por los cielos contemplan
a la lunita blanca
que allá vagabundea.
Va llorando, va llorando
con en las manos un libro,
sobre el corazón, abierto.
¡Ay, que muero,
ay que me muero!
Luce en su pecho una herida,
negra de un puñal está.
¡Ay, que muero,
ay que me muero!
En su rostro, caen lágrimas,
pero aun es feliz el muerto.
¡Ay, que muero,
ay que me muero!
Al caerse, cayó el libro,
eran dos páginas blancas.
¡Ay, que muero,
ay que me he muerto!
Perseguida por la noche,
iba la ráfaga,
corriendo como temiendo acabar entre sus garras.
¡Soltadme, pálidas sombras!
ella gritaba,
saliendo despavorida entre hojas, rocas y ramas.
Mas tanto ella corría,
que no veía,
el valle en que se metía.
¡Pobre ráfaga!
Que ahí, por un callejón, ya se infiltraba,
y ahí paróse y murió, como alma en pena.
A través del tragaluz
sopla una brisa acallada,
bajo la noche cerrada —
«¿cómo puedes ver la luz?»
Se han apagado los fuegos
y las tinieblas volvieron,
cubriendo, como cubrieron
ayer, las calles de incienso.
A través del tragaluz,
tú estás mirando hacia el cielo,
buscando un no sé qué sueño
oculto tras un capuz.
Está la noche muy bella,
enlutada como tú,
con esas pocas estrellas
brillando con tenue luz,
como perlas ya dispersas
solas, algo vacilando,
hoy tal vez negras y muertas,
quién sabe, mujer, quién sabe
lo que hoy estás contemplando.
Tal vez ya estés renaciendo
y aún ignores que estás dando
la luz a la luna llena
la luz a aquellas estrellas
que ocultan turbios pasados.
En la luna, ahí, sentada
yo, ayer, en la luz nocturna
vi a una muchacha desnuda
que los ojos entornaba.
El rostro oscuro y sereno
tenía la joven, sola
en la nocturna y redonda
concha que flota en el cielo.
Sobre la tierra, la niña
murmura versos y coplas,
acurrucada y perdida
en el numen, ella adora
estar sentada, ahí, horas
sin dormir, sin tiritar.
La luna está destruida.
Ella la vuelve a montar.
La luz se apaga, enseguida
ella la vuelve a soñar.
En la luna, ahí, sentada
yo, ayer, en la luz nocturna
vi a una muchacha desnuda
que los sueños recreaba.
Ella es la que guía el mundo
desde aquella luz divina.
Ella la que en un segundo
de vida hace maravillas.
Un punto negro en la pálida
reina celeste, quimera
que el bello país de las ánimas
y de los cuadros moldea.
Mas, no sé, ¿quedarse entera
su vida ha para soñar?
¿No vivirán nuestros sueños
si ella no quiere soñar?
¿No vivirán más sus lienzos
de imágenes adornados
si ya en la luna sus brazos
no quieren más reposar?
Ay, ¡turbios mis pensamientos
llueven en noches de hiel!
Mas, si ella torna sus sueños
en movimientos, ¿qué hacer?
Si muere su vida y quiere
salir de su astro, ¿qué hacer?
Si ya las velas no quiere
agitar, blandir la cuerda
a la que nos agarramos
náufragos en esta tierra,
¿qué puede hacer un humano
contra la fuerza del mundo?
¿Qué contra la vengadora
que apaga un humo fecundo?
¡Sueños han sido! Las rotas
verdades duermen, las olas
de la fantasía truenan
y si la muchacha suelta
lo que ha dado a luz, la luna
morirá, una sola pluma
caerá en esta caída.
La noche, noche en la brisa
quedará, negra y oscura.
¿Cual de los dos siente más?
¿La tierra o el corazón?
Quizá cuando llueva más
pueda dar contestación.
Cada día, una pregunta
cada día un tropezón.
Y cuando mueva la pluma
para copiar la canción,
un, dos, tres, halos de luna
irán en mi corazón.
La nube es la cáscara
que llueve los sueños.
Sus brazos de niebla
agarran los cielos.
La lluvia se engancha,
la tierra se moja;
la nube se cierra
de trémulas gotas.
La nube recita
poemas de gloria.
La fría cascada
con pétalos rosas
dibuja el planeta
que la nube arroja.
El cuadro se pinta.
La nube rebosa
de perlas y vidrios
y vidrios y gotas.
La nube las almas
poéticas roza.
La nube es la cáscara
que la lluvia dora.
¿Hubo en aqueste país
dama tan enamorada?
Galán que viene a subir
por aquella mi morada
¿cómo he de poder negar
que subas por esta escala?
¿Cómo he de poder hablar
sin tener miedo a mi llama?
¿Cómo si es Dios el mi hogar
podré tener esta llaga?
¡Loco amor! ¿Cómo ocultar
la verdad, que estoy preñada?
¡Ay, tumulto de pesar!
¡Ay, loco mundo que llama
a damas para rezar
mientras deshonra a las damas
sin poderlas remediar!
¿Hubo en aquesta estación
dama tan desesperada?
¡Ay! Galán que de pasión
tiemblas y loco de amor,
¿por qué Dios dos veces llama
a quien a dos dio su alma?
Roto el corazón, contemplo
subir por la escala a Dios,
tiene el cabello moreno
y una rosa en el jubón.
¿Hubo en aqueste universo
una dama tan feliz?
Feliz de saber que el mundo
sabe de amor y de fe
tanto por el lado oscuro
como por la buena ley.
Pues que el mundo
no tiene arreglo
dejémoslo
como lo quiero.
Alguien gritó. Ni miré.
¡La mar era tan hermosa!
Alguien rió. Desperté.
¡Qué risa tan luminosa!
Loca me puse a correr.
¡Ay que vida tan graciosa!
El corazón me latía
la inspiración me alentaba
y ¡veloz! amanecía
una infinita sonrisa.
Rima se acercó hacia mí
riendo do nace el Rin
campana de tres al cuarto
cambiando de pan y trato,
propio de plazo y festín.
Ay, Rima, cuando te acercas
siento que detrás de ti
hay una pata más coja
y otra que muere por ti.
Viaja en los tiempos remotos
viaja en el camino ajeno,
temeroso, entusiasmado
el vagabundo viajero.
Si ve, el alba lo serena,
lo hará el perfume, si es ciego,
le dará Dios de la mano
si es viajero verdadero.
Guiándolo por la senda
irán los buenos consejos,
y sentirá que lo llaman
por amor el buen viajero.
Te necesitan los niños,
las ilusiones, los sueños,
te piden que te demores,
te piden que cuentes cuentos
donde se hable de gigantes,
de monstruos y caballeros,
historias, te piden, llenas
de emoción y de misterio,
te dan pan, vino, hojas secas,
te llaman el sabio viejo
que sobrevivió a batallas
y a desastres lengendarios.
¿Cómo era, anciano, la nieve
del norte por los inviernos?
¿Anciano, es verdad que es blanca,
y que quema todo el pecho?
¿Es verdad que ahí la gente
muere de frío, abuelo?
Viajero que tanto viaja
tanto tiene en sus recuerdos
que los mezcla como mezcla
el camino en su sendero.
¡Oh, abuelo, cuéntanos algo!
¿Cómo termina aquel cuento
del monstruo de tres cabezas?
Y así, se queda el viajero,
contando cuentos a niños,
quedándose en algún pueblo
cercano al lugar querido
de su antiguo nacimiento.
El monstruo de tres cabezas…
Los caminos con los cielos
distantes ya se entremezclan.
En su vida, un extranjero
ha sido siempre do andaba,
sumando metros a metros,
sus botas vagando, erraba.
Tú, viajero, ahora en tu pecho
onírico y sedentario
late un corazón contento
telúrico y ordinario.
Sobre la luna, vi que brillaba
la lucecita de un manantial,
junto a la estatua que una mañana
dijo que era agua de paz.
Mano de fuente, fuente real,
rico poema, llama del mar,
¡duende y poeta! ¿de qué brotar?
Ramo de fuente del manantial.
Como espejo del lugar,
oh, yo, como imitadora,
quiero yo como pintora,
pintar e imitar la paz.
No soy rica si es dinero
lo que riqueza fabrica,
mas soy poeta y soy rica
si me enriquecen los versos.
Y en tal hipótesis, pienso
que es holgar de buen destino
tener luna, amor y brillo
y un manantial do me enciendo.
¡Ay, ay, ay! Paloma mía,
bajo la lluvia feroz,
arrimada a la ramita
del cerezo te veo yo.
No te mueves, ave muda,
aunque seas ave veloz,
que hace meses que ninguna
lluvia tus plumas mojó.
Ahí, quedas, barrigona,
sobre la rama delgada,
bajo las espesas gotas
bajo las flechas de agua.
Chorreando están tus plumas,
entornados tus ojillos
ciegos mirando tranquilos,
la oscura lluvia rabuda.
¿Por qué no buscas abrigo?
¿Por qué tal higiene extrañas?
¡Ay, ay, ay! Paloma santa,
de grises plumas doradas,
cómo se tornan los brillos
hacia tus ojos dormidos,
¡ay, palomita varada,
con las alas de cristal!
Estornudas, toses, saltas,
y te despiertas, amor,
con las plumitas mojadas
y un rumor en el pulmón.
¡Ay, ay, ay! Paloma mía,
ven a casa de una vez,
cogiste una pulmonía,
ven que yo te curaré.
Paloma paralizada
que el amor hizo mover,
levantaste tu mirada
y echaste a volar con fe.
Y llegaste a mi ventana,
con las alas fatigadas
entra, entra, alma mojada,
entra que aquesto es tu casa.
La cuidé y hoy vuelve al mundo,
hoy vuelve a volar feliz,
bajo el cielo, bajo el alba,
bajo su rojo matiz.
Ay, vuela paloma gris,
vuela en el mundo feliz.
En la noche, destellaban las estrellas de Anarién,
como dos perlas doradas cayendo sobre la miel.
La bella Anarién lloraba sobre el verso en el papel.
Su corazón de tristeza ya se convertía en hiel.
¡Agua azul y cristalina que turbaba un gran dolor,
y que bebiendo del agua no le calmaba la sed!
Y se tendía en su cama perdiendo todo el calor.
«Anarién, mi dulce dama»…escuchaba en su dolor.
Escuchaba ahí tendida, enmudeciendo su voz.
Oía su voz cantando como un distante rumor.
«¡Más no tortures, mi vida, ven a mí, lumbre divina!
¡Anarién, dulce alma mía, ay mariposa de amor!»
La noche con sus tinieblas sus ojos tristes vestía.
Cruzaba sus brazos pálidos sobre la sábana límpida.
Y oteando hacia la luna, sus ojos puros pedían
que se cerrase la puerta de su amarga y negra vida.
El rumor entre las nubes grisáceas resplandecía.
La luna su hielo blanco serenamente vertía.
En la noche, como ráfagas por la ventana se oían
entrar las tristes palabras de un lamento que moría.
«Ay, amor, triste te dejo mas sé que no me querías.
Penando me iré y llorando por lo que soñé que había.»
Se alejaba su cantar dejando a un alma llorando.
Llora Anarién pues un mundo, amante y vida perdía.
«¡Ay padre!, ¿puñal tan raudo la Muerte en mí ha despertado?
Un corazón que el amor con veneno ha destrozado
¿puede seguir por amor a un padre viviendo helado?
No es dolor lo que yo siento, es un agónico estado.»
Silenciosa va pensando, triste, bella e impotente.
Sigue llorando el amor que quedó en turbio pasado.
Y el leve rumor del hombre fuerte y de vigor ardiente
sigue rozando su oído como un eco persistente.
Inmóvil, tendida y sola, se olvidaba del presente.
Ya no había luna nueva que en su alcoba amaneciese.
La misma luna miraba Anarién, pálido rostro,
miraba Anarién la Muerte, la misma luna de siempre.
Los meses pasaban, largos, opresivos, laboriosos.
Transparente aún pasaba la luna sobre su rostro.
¡Y qué rayos y qué llantos silbaron estruendorosos
mientras la dama soñaba rehuyendo de su entorno!
«¡Ay!» se lamentaba triste el barón Lerron, su padre.
«¡Aun sin oro, lo prometo, mi hija, será tu esposo!»
Mas Anarién ya no oía. Estaba cerrada a llave
su alma en sangre que sufría por despecho de su padre.
Los meses pasaban largos, amargos e interminables.
El amor había muerto. No existían los amantes.
¡Piel gélida y alma rota! Se destruyó un corazón.
El mismo sigue cantando el dulce amor que perdió.
¡Y el otro corazón muerto sigue recitando amor!
Mientras que la dama guarda el suyo en una prisión.
Un señor a su criado
con enojo preguntó:
«¿dónde está aquel hijodalgo
que ayer a mi hijo mató?
Que lo tendré hecho pedazos
como está mi corazón.»
El criado, malicioso,
con prudencia contestó:
«guárdese usted de infructuosos
actos y vuelva a razón.
Que el ser justo y rencoroso
no matará el mal, señor.»
«¡Dioses que lo he de matar!»
Exclamó el gentil señor
rompiendo luego a llorar.
«Los Dioses lo designaron,
señor, y así mueren dos,
pero no aún, pues el hado
quiso que alargue el dolor.»
«¿Pues he de morirme yo?»
«No, señor, moriros no».
«¿He de dejarle la vida?»
«No, pues es un vil traidor.»
«Entonces, pues por criado
te pagué, por servidor,
por consejero, hoy, te pago,
que me alumbres con tu voz».
El criado, con sigilo,
un suspiro reprimió
pues había sido el filo
del hombre que fue traidor.
«Ay, señor, cómo el camino
se parte a veces en dos,
y cómo el hombre asesino
escoge mal, ¡triste error!
Mas como usted me ha pedido
que le aconseje, señor,
le diré lo que he aprendido
de la vida y su aguijón.
Su hijo no tuvo la suerte
que tuvo, usted, mi señor,
y si a él vino la muerte
es que su hora llegó.
El hijodalgo que muere
muere porque lo mató
otro hijodalgo más fuerte
y más loco y sinrazón.
Ambos tenían guardada
la misma turbia pasión,
para una dama que amaban
ambos con llama feroz.
Mas el amor no comparte
y si es amor para dos
la historia muestra que el arte
de matar muere al mejor.
Su hijo era el más afín
mas la envidia y el rencor
le impidieron conseguir
la vida que él intentó.
Del hijodalgo, señor,
ignoro apellido y nombre,
mas supongo que fue un hombre
con título y con honor.
Por eso, pienso, es mejor
que permanezcamos, señor,
conspirando con prudencia
que es divina la paciencia
mientras nos proteja Dios.»
«¡Que es divina la paciencia
mientras nos proteja Dios!
Ay, hombre de buena ciencia,
que tengo por servidor,
no vale en mí la paciencia
que, aunque sé que es mala herencia,
soy padre antes que señor.
Si he de tener mis dos manos
porque me las dejó Dios,
las he de usar como el rayo
que parte la tierra en dos,
y partiré al hijodalgo
con mi espada por traidor.
¡Lo juro y aunque no traigo
conmigo la información,
juro que he de averiguarlo
su paradero, por Dios!»
El criado muy turbado
asintiendo replicó:
«Entiendo, señor, el daño
y su tremendo dolor
mas debiera pedir fallo
a la justicia y razón,
que descubrirán el daño
y vengarán el dolor.»
El señor, muy afligido,
su cabeza sacudió
y diciendo así, escondido
tras sus ojos el dolor:
«Sabe usted más de justicia
que yo, criado asesor.
Mañana, tras mis pesquisas,
encontraré al traidor,
y daré venganza limpia
en un duelo sin perdón.»
El criado sonrió
y encogiéndose de hombros
así le dijó al señor:
«ahora que lo pienso el rostro
del hombre recuerdo yo.
Lo vi correr como un lobo
en la noche en que mató.»
«¿Y cómo ahora lo piensas
criado que te crió
el diablo porque recuerdas
cuando me quema el tizón?»
«Tenía pelo de cuervo,
sí, así recuerdo yo,
y era delgado de cuerpo
porque corría veloz.
Más no recuerdo aunque, sí,
ahora que pienso, corrió
hacia los Pitiminís
que es calle de alto honor.»
«¿Pues tanta cosa recuerdas?
¿Pues con tanta información?
Dime, criado, si juegas
conmigo, si eres traidor,
si eres de leales cuerdas
o eres tuno y malhechor.»
«Ay, señor, usted me mata
al decir esto, por Dios,
que ha de ser ahorcada el alma
para sufrir mal peor.
¿Soy traidor si soy anciano
y no recuerdo, señor?
¿Si no recuerdo a mis años,
es ser tuno y malhechor?
¡Dioses que las almas miran
decidme si soy traidor
si andaba una alma perdida
en mí sin saberlo yo!
De niño, más no quería
que ser pícaro ladrón
y por ventura, un día
un señor me recogió.
¿No he de tener lealtad
al hijo de quien salvó
mi vida con tal bondad,
y al nieto que se perdió?
Si hice un delito en mi vida
no fue tan grave, señor,
que fue quizás la más pícara
ejercer como buscón.»
«Leal hombre eres, lo sé,
dejéme por mi dolor
dominar sin condición.
A la justicia tendré
que llamar, tienes razón.
Y al que sangre derramó
de la que en mis venas corre
acabará como Dios
quiera que acabe su nombre.»
El señor toda la noche
quedó rezando y marchó
al alba, cuando del hombre
aún se oye un ronco rumor.
En casa de la Justicia,
dijo así al sentenciador:
«En nombre de mi familia
de la justicia y mi honor,
pido que se haga justicia
condenando al que mató
ayer a un ser que quería,
ayer, a un hijo varón.
Que a su cabeza asesina
el sitio le quite Dios.»
El juez, grave, asintió.
La hora de la justicia
para un crimen sin perdón
había llegado; arriba
clamaba un gran orador.
Era un obeso abogado,
escudo sin salvación
pues que la flecha del arco
ya hiere su corazón.
Al hombre mandó prender.
Con odio el padre miró
a aquel hechizado ser
que por envidia y amor
el odio por todo juez
a un amigo condenó.
«¡Mataste a un amigo, monstruo!»
Exclamó el padre, llorando,
y el ajusticiado rostro
del reo tembló rogando:
«¡No me matéis, por amor
al que fue amigo vuestro!»
«A un amigo mío, no,
ni a su hijo tampoco muero,
mas a un renegado sí,
hijo por hijo, el vivir
es raudo pero el morir
aún es más rápido y lento,
rápido porque es instante
y lento porque es constante.»
Y fue condenado a muerte.
Y a dos hijos se perdió.
Uno porque era valiente,
otro porque era feroz.
Desta relativa suerte,
recobró honra y honor
el padre, que el tiempo es fuerte,
que es Muerte reparación
para venganza y desdicha,
y para estragos del amor.
Y de vuelta a casa, el padre
vio que el criado no estaba.
¡Santos que la espada parte
al inocente y no mata
al necio y cruel culpable
que a dos familias engaña!
La vida es el hilo
que fino se enrolla
en el huso ciego
que la voz ordena.
Viví de dolor
en mi vida vieja
y dejé mi voz
volar en tinieblas,
volar como el ave
que torna sus alas
mientras una llave
cierra las ventanas.
Viví de pasión,
pasión sin palabras,
y dejé mi voz
correr hacia el alba,
correr como liebre
que huye más aprisa
cuando luego debe
socorrer su vida.
Viví de terror,
de sangre incolora,
y dejé mi voz
vagar sin destino,
vagar como el mundo
que el reloj empuja,
orador facundo
y tic-tac sin pluma.
Y ayer en mi cuarto
vi una tersa luz
que fue dibujando
la sombra que aún
sigue deslizando
su viento en mi voz,
como un viento helado
que cubre el color.
Y soñando ahora
como ayer y hoy
va hilando las horas
con rueca mi voz
va enrollando el alma
en un verso en flor.
Los encinares en su tronco
tienen cuadrados de madera
que aún se parecen hoy un poco
al adoquín de la plazuela.
Con verde musgo va cubierto
el cristal gris de la corteza,
con grietas, zanjas y agujeros
entre las piedras de madera.
Los transeúntes que caminan
sobre la calle vertical
son los insectos, las hormigas,
que al alba van a trabajar.
Y van andando sobre el mundo,
calle ovalada y circular,
grueso cilindro moribundo
oscuro y finisecular.
Toda mi juventud pasada
bajo un viejo y negro encinar
que a veces a hablar se dignaba
para decir que hay que esperar.
Esperar a que un sentimiento
llegue hacia mí, esperando horas,
la pluma en ristre, un pardo verso,
mientras al suelo una bellota
llegaba a mí en noviembre acaso.
Duerme la lluvia en mi cobijo.
Duerme la llama en mis escondrijo.
Duerme el pasado y retrasado
se va el presente ya olvidado.
Mi encinar es tan gordo y viejo
que ya no puede ni moverse,
y sus raíces se han quedado
paralizadas aunque alegres.
Y en mi encinar suben las calles
y por ellas los animales,
que son pequeños, yo con ellos,
cantando al viento, voy subiendo.
Porque la calle es como un verso
y el verso enredándose en letras
como un terreno de mesetas,
parece estar como en suspenso.
Mi encinar ha visto mi vida
crecer y ver que lo quería,
vio también muchas otras vidas
que ignoro porque no están vivas.
El árbol es puente en la vida,
calle por la que se camina.
Yo vi bellotas caer de niña
mientras la nieve lo recubría,
hoy veo el oro contra sus hojas,
mientras los rayos del sol las sonroja.
Mañana, ¿qué veré? Ya vieja,
ramas y sol que el traje claro lleva.
Oscura encina que se oscurecía
mientras yo caminaba, sumergida,
por sus largas y hermosas avenidas.
¡Ay triste son elaborado
que traza en mí heridas de dardo!
Una saeta popular,
canto que hiere,
¡Ay, heme aquí sin protestar!
Y así me mueren.
¿Qué decir del pobre que da?
Canta sin pan.
Y así lo mueren.
¿Qué del que viaja sin hogar?
Busca y no encuentra.
Y así lo mueren.
Una saeta popular,
así me hiere,
porque en mí traza su cantar
como la nieve,
¡como la nieve que al matar
es tan paciente!
Ay canto viejo y popular,
¡cómo me hiere!
Venga, arriba, alma infantil
que está despertando el alba
y ya está el cielo y su calva
tornándose en carmesí.
Abre los ojos y mira
los rayos que te arrebolan
cual brazos que el mundo rolan
de matices con su lira.
Y están las viejas cortinas
pintadas de rojo aliento,
fuego que dispersa el viento
y pinta en sombras felinas.
De tu cuarto el buen aroma
de la madera respiras
y el sol con sus rojas tiras
tu sábana blanca aloma.
Arriba, que canta el ave
un dulce canto de amor,
¿oyes? dice el ruiseñor
que no hay amor que no sabe.
Y despiertas ya por fin
por un rayo que te daba
el sol, flecha de su aljaba,
con esa cara infantil.
En mi corazón
yace un valeroso
sueño de cartón.
Caballito, lloro
pues tenías razón,
no tenías rostro
en mi corazón.
Caballo que hermoso
fuiste para mí
y tan espantoso
el sol al salir.
Mi corazón es
tuerto de razón,
un blanco papel
que un sueño escribió.
Todo en la vida,
cuando se nace,
es poesía,
quién lo diría.
La luz no es
luz de una bola de fuego,
hidrógeno de fusión
y composición de helio.
La madera es un tablón,
y el árbol un champiñón.
Cuando no hay palabras, basta
con inventarlas.
Si se escucha una palabra
se libera
y si no existe en su tinta
se la unta.
Así funciona, de veras,
la poesía.
En mi familia se encuentran
grandes personalidades.
Uno dibuja integrales
y otro otea y hace hashes,
pero en fin, tomando en cuenta
que todo en la vida cuenta,
sería ya de mi parte
una cosa abominable
no contar la historia cierta,
verídica de mi madre.
Lo cierto es que la paciencia
no está en el mejor baúl
y que a veces por su ciencia
deja cruzarse la luz.
Tengo, por si lo ignoráis,
un jardín y ahí unos thujas,
de los cuales —¿quién los busca?—
tres a se desarraigar.
Y un baúl, de esos de plástico,
encarnado y algo elástico,
de muchas baldosas grávido,
fue a parar entre sus manos.
Estirarlo pretendió
con fuerzas y decisión
pero los sueños afligen
si rebasan ya los límites,
¡perurena algo feroz!
Por eso ahora, curvada,
camina, lenta y soñando,
¡oh, quién pudiera ser hada
y darme un corto descanso!
Mas la salud, ser vital
para seguir el andar
reclama reposo y, bueno,
lo mejor es reposar.
De rodillas, sobre el barro,
un hombre está silencioso,
las manos sobre su rostro
llorando en el camposanto.
¡Porque ha perdido a su hermano!
¡Porque la vida es cruel!
De rodillas, sobre el barro,
porque acaba de llover.
Sobre la piedra, dos fechas,
un nombre y un cuervo gordo.
¡A rayos sabe la tierra
cuando a los pobres entierra!
Se lamenta el labrador,
y tras suyo, su familia,
está enterrada también.
No tiene Vida razón
cuando el corazón arriba
a tal triste condición.
De rodillas, no suplica,
el honrado labrador
porque quien pierde la vida
para siempre la perdió.
Y llorando, en su memoria
va buscando buenos sueños,
que son las lágrimas solas
para los pobres remedio.
Y entre la niebla, divisa,
las fechas sobre la tumba,
un tiempo que ya se nubla,
tras dos cortinas de hierro.
Las flores, pestañas negras,
sobre la tumba, cual flechas
que van abriendo la tierra,
el corazón…¡Ay, que mueran!
Y recogiendo una rosa
blandiéndola cual espada
abrió en su pecho una fosa
y la metió, espina y alma.
¡Y ahí se desploma, el hombre,
joven labrador y fuerte
que al no llamarlo la muerte
la llevó hasta él, tan joven…!
de hinojos, ciego a la Muerte,
por amor al que se pierde.
En mi mano, tengo yo
una rosa ¡bella flor!
¡con sus pétalos de oro
de encarnada tentación!
Y en mis ojos,
la corteza
de un roble arraigado en tierra,
y sobre mi alma la hiedra
que va subiendo ¡subiendo!
cual izándose una vela,
cual si estuviese saltando
y jugando a la rayuela.
En mi corazón, no sé
lo que puedo yo tener,
aunque si yo lo supiera
muda estaría, no sea
que fuese rosa y no piedra.
A su hija dijo una madre
«leña vete a recoger,
vuelve antes de que el celaje
se torne en carmín y miel».
La niña, muy obediente,
salió de casa corriendo
por ver si tenía tiempo
de ir a ver a su pariente.
Su amante vivía lejos,
al otro lado del bosque.
Niña que recoge leña
para alimentar su fuego
con todo lo que recoge
no hay temor que la detenga
ni larga fatiga o miedo.
Y cruzando tronco a tronco
roble a roble, pino a pino,
fue pasando el pecho loco
de amor que es largo camino.
Y haciendo así largo trecho,
ramas secas recogiendo
libre el sueño, loco el pecho,
una gavilla fue haciendo.
Y cuando hubo terminado
se puso al hombro la leña
y prosiguió, caminando
hasta salir de la celda
pues celda llaman al bosque
que tiene tantos barrotes.
Y arribando a la cabaña
vio encurvado a un joven hombre
que mientras se aproximaba
alegre gritó su nombre.
«¡Nara, qué feliz sorpresa!
Ha un segundo te añoraba
y cuanto el alma desea
Dios lo otorga, acerca, acerca.
Estarás muerta y cansada.»
«Alma que largo camina
si camina por amor
es tal la pura pasión
que no conoce fatiga.»
«Ay, amor mío, te creo,
que es el amor fuerza loca,
la tierra que hoy laboreo
pronto será cornucopia.»
Y así se miran los novios,
él con la azada en la mano,
ella con el haz al hombro
los dos risueños soñando.
Y están la niña y los cielos
sonrojándose de amor.
Estaba ya anocheciendo
mas ella no se movió.
Hablaban, reían mucho,
alumbrados por el sol
que de soslayo y oscuro
sus ojos pronto cerró.
«¡Ay!» dijo entonces la niña
turbadísima y muy triste.
«Debo volver, muere el día
y el cielo oscuridad viste,
mi madre pidió volviese
antes de que oscureciese».
El labrador quiso entonces
acompañarla, mas ella
con temor dijo: «no, hombre,
que mi madre, si supiera,
me enterraría en la tierra».
«Al menos, amada mía,
te acompañaré hasta el bosque».
Accedió, y ya por entonces
la noche abrazaba el día.
Y cuando llegó hasta el bosque,
el hombre volvió a rogarle:
«está muy oscura la noche,
déjame que te acompañe».
Mas ella —aunque oyó algún grito
de monstruo en lo distante—
dijo: «seguiré el camino
sola, ¿qué puede pasarme?».
Muy a su pesar el hombre
la dejó ir, preocupado.
Y así solitaria andando
por entre arbustos y robles
iba la niña cargando
con leña entre humo y azogue.
La niña oía chirridos
de bestias, monstruos feroces,
y en medio de su camino
oyó el terrible rüido
de un corazón que se rompe.
Avanzaba, arrepintiéndose
de haber rechazado ayuda
mientras que entre la espesura
brillaba cual frío diente
el astro que llaman luna,
barro blanco entre la nieve.
Huía del miedo alzando
la cabeza fatigada,
la bella niña, contando
los pasos que le quedaban.
La gavilla le pesaba,
mas seguía con ardor,
porque es inmortal la llama
que hace arder el corazón.
Y al fin la humilde cabaña
a lo lejos divisó,
y del bosque y de sus garras,
al fin del monstruo salió.
La llama tras la ventana
de tenue vela salía,
y estaba inquieta la niña,
cuando a la puerta llamaba
porque nadie respondía.
La blanca vela movía
su llama en el interior
y nadie más se movía…
«¡Ay, madre, abre, por Dios!»
Y oyó una voz que decía:
«¿Quién puede llamar, querida?»
«Si ignoras, ignoro yo.»
Y abriendo la puerta el padre
afuera miró, a su hija,
y no la reconoció.
«¿Qué quieres, niña, qué haces
llevando aquella gavilla
de leña oscura y carbón?»
«Esta leña es para el fuego,
para calentar el alma
del pobre y su corazón».
«¿Qué quieres, niña extranjera?»
«Quiero, padre, tu perdón.»
«No hay perdón para quien sale
como diablo y sin temor
a pedir la vida, diantre,
¿quién eres, niña de Dios?
«Soy, padre, la hija del Hambre
del Cansancio y del Amor».
«No hay amor para el mendigo
que pordiosea a los pobres,
que hay entre todos los hombres
mucho dios y poco brillo.»
«¡Padre! ¡Hija soy de vos!»
«Y yo soy Hijo de Dios.
Anda a pedir a otro lado
que aquí no hay hijos ni ajos.»
Y la puerta se cerró.
Muy triste la niña y sola,
desesperada quedó.
«¿Acaso hay piedad tan poca
para una hija?» Gritó.
Mas nadie más a su grito
se apiadó ni contestó,
nadie más que el eco, ruido
del solitario pastor.
«Pastora seré de nubes
porque la lluvia lloró
y entre los viajeros solos
el único que es piadoso
es el risueño pastor».
Y vagó por las colinas
año tras año, y erraba
con un solo pensamiento
que la aturdía y turbaba.
«¡Ay, qué profundo dolor,
que ya no te reconozcan
los que misma sangre portan,
portaron con tanto amor!»
Y al otro lado del bosque
lloraba un buen labrador
contra su pecho un pañuelo
que un día ya tan lejano
su amada le regaló.
La tierra que ayer labraba
un campo erial era hoy,
y crecían hierbas malas
que agarraban con fervor.
Y así lamentaba el hombre
herido en el corazón:
«¡Amada en mi sueño, alondra,
que tal vez nunca existió!»
Y un día en que trabajaba
lágrimas, sudor mezclándose,
bajo una plomiza tarde
una y otra vez gritó:
«¡Amada en mi sueño, alondra,
que el alma me arrebató,
y que fue quizá mi loca
esperanza que inventó!
Cuánto te amé, ¡ay, alma mía!
¡Este hombre cuánto te amó!»
Y entonces bajo la lluvia
una voz le contestó:
«¡Cuánto te amé, ay, alma mía!
¡Y cuánto mi alma sufrió!
¡Tener que dejar la vida
cuando ama tanto el amor!»
Alzó la cabeza, atónito,
el robusto labrador
las lágrimas en su rostro
brotaban del corazón.
Y el sol vertió un rayo de oro
y el rostro se iluminó,
estaba su bella amada
esperándolo y llamó:
«Dulce Nara, dulce amor,
qué diera si fueses mía,
qué si juntos ya los dos
pudiésemos vivir vida
sin más tristeza y dolor».
La pastora sonreía
viendo que había quedado
tan fiel a su prometida
y así le dijo: «mi amado,
era tan sólo una niña
cuando un mal nos separó.
Ahora, dulce alma mía,
ahora, dame la mano,
y dame tu corazón.»
El joven sin vacilar
dio mano, dio corazón,
y fueron juntos felices
a tizonear el amor.
Y en el cielo dos rayitos
brillan que no son de sol,
son aquellos dos caminos
que acaso un hombre pintó.
Al hombre que vive pobre
toda su vida lo azotan
con duro y áureo garrote,
con palo desde su infancia.
Y, humilde, honrado, su testa,
ante su enemigo agacha.
Nace y desde joven pierde
grandes hermanos o padres,
casa con mujer y debe
labrar y matar el hambre.
Sus hijos nacen y mueren,
a veces ya muertos nacen,
mas alguno sobrevive
y ve morir a su padre.
Y cuando muere y lo entierran,
lo entierran junto a su esposa,
con los golpes que a la tierra
dio en su vida mala y corta.
Y, humilde, honrado, su testa,
ante su enemigo agacha.
De la azada sigue el eco
sobre la tumba del muerto.
La tierra traga a los pobres
y los pobres la golpean,
mas ahí no encuentran nada,
sólo reposo y miseria.
¡No es a ella, compañeros
que hay que dar golpes de azada!
Sanguijuelas, carroñeros,
esos son los que se tragan
la vida de un hombre honrado
que vive y muere y acaba.
Mi voz,
un disco rayado,
y mi corazón
también.
La flecha que se ha clavado
en mi corazón
no ve.
Mis ojos están cerrados
y está mi pluma a un lado,
y mi corazón
también.
Por el camino pasaba
la reina de las abejas
cubriendo sus alas viejas
mientras el pueblo alababa.
Y en su paseo grandioso
iba a morir en su tumba
—su eco todavía zumba
en su aguijón proceloso—.
Por la tarde, sale el sol
y la telaraña brilla
mientras la araña amarilla
surge de oscuro rincón.
Mueve las patas cansada
después de construir la casa
y mientras Sueño la abrasa
un golpe de pala y nada.
Al pie de la torre, rosca
por la que se mueve el viento,
está en largo arrobamiento
mirando un plato una mosca.
De placer le hacía el plato
babear de admiración
y en esa contemplación
le daba intenso arrebato.
Mas no por mirar se halla
un alma ufana y contenta
y pues su alma se impacienta
ya su gula arde y estalla.
Ay, sí, golosas las moscas,
testarudas platos hieren
hacen todo cuanto quieren
pues son oscuras y toscas.
Patitas negras, las moscas,
patitas sobre la nieve.
Pérfido en sustentamiento
entra el cínife en mi cuarto
y llévase todo el parto
de mi oscuro entendimiento.
Válgame Dios, qué protervia
tiene en el alma, se masca
la picadura que arrasca
la piel con zafia soberbia.
Mas como es rencor sinónimo
de humano, corro a vengarme
por al menos cerciorarme
de que el mal no quede anónimo.
Y, con mirada maligna,
en la mano un sucio trapo
lo encuentro, aplasto y atrapo,
muerte que el destino asigna.
¿Quién oyó tanta proeza?,
Historia que marcó un hito
con la muerte de un mosquito,
bestia por naturaleza.
Verrugosa criatura,
las patas como tentáculos
no chocas con los obstáculos,
te escondes entre verdura.
Anfibio que croa, rufo
con gordos ojos bermejos,
aún corres aunque ya viejos
están tus miembros de bufo.
Ha mucho tiempo, en la choza
de unos pobres pescadores
vivía con mil dolores
una horrible y fea moza.
Tenía deseos tantos
que de muchos se olvidaba,
con un príncipe soñaba
terrible llanto entre llantos.
Y la madre le gritaba:
«¡la espina del centro quita!»
Mas la moza contestaba:
«no puedo, está muy profunda».
Profunda en su alma pensaba
con tristeza mas ¡qué fea
era y con qué plomo pesa
la fealdad! y ella lloraba.
Sus hermanas se burlaban,
sus hermanos la evitaban.
«Que el diablo os lleve a vosotros
almas sin piedad» decía,
mas su fealdad crecía.
Y un día en que tan llorosa
estaba en el bosque sola,
oyó que una voz decía:
«Pescadora, pescadora,
deja ya de atormentarte,
que si eres trabajadora
Dios todo podrá otorgarte.»
E intentó ver quien le hablaba
mas nada pudo encontrar.
Mas decidió que era sabia
la palabra fantasmal.
Trabajó entonces muy duro
y los otros, sorprendidos,
de ella aprovecharon mucho.
La pescadora dormía
agotada del trabajo
y un día en que trabajaba
las manos con el pescado,
un joven vino a la casa,
diciendo a la madre así:
«soy hijo de Dios, señora,
por piedad dejadme entrar».
La pescadora quería
dejarlo entrar en la casa
—era de buen corazón—
mas la madre replicando
dijo así al joven mendigo:
«no quiero en mi casa moscas
que pidan el pan ajeno.»
Y todas las hermanitas
salvo la moza clamaron:
«Vete de aquí, pordiosero.»
La moza fea lloró
porque alejarse lo vio,
triste y flaco y pobre perro.
Al otro día llegó
bajo una oscura tormenta
un joven diciendo así:
«soy hijo de labrador,
cobijo pido, por Dios.»
Mas la madre, sin piedad,
colérica replicó:
«aquí no hay sitio, buen hombre,
que es casa de pescador.
Vete de aquí, labrador».
La moza fea lloró
porque alejarse lo vio,
bajo la lluvia feroz.
¡Era tan triste su vida
en esa choza perdida!
Se imaginaba viajando
por los caminos, cual vate,
mas sus hermanas reían
cuando hablaba de ello en sueños.
Y un día claro y albar
vino a la casa a llamar
un joven diciendo así:
«soy hijo de rey, abrid»
Las hermanas saltaron,
atónitas y excitadas.
Y la madre dijo así:
«Hijo de rey, ¿cómo pues
a esta choza viene usted?
Su Alteza reciba el pan
y el pescado a voluntad».
Sonrió el joven y dijo:
«No he venido a por comida
sino a por una princesa
que ha quince años aquí
dejó un rey porque temía
que por ser alma tan bella
en la Corte se perdiera.
Pienso yo salvar su vida
y casarme yo con ella
pues el rey se arrepintió
y me mandó la buscase».
No soy yo, pensó la moza.
«¿Y dónde está esa princesa?»
preguntó la madre atenta.
«Es una de vuestras hijas,
mas no sé reconocerla,
¿me ayuda usted mujer buena?»
«¡Por supuesto, ayudaré!
Ahora mismo interrogo
a cada una y sabré.»
«¡Soy yo, la princesa, madre!»
gritó una de las hermanas.
Él sacudió la cabeza.
«Mas la princesa no sabe
que es princesa aún, señora,
pues sólo se dará cuenta
cuando me dé cuenta yo.»
«¿Y cómo he de ayudar?»
pregunta la madre astuta.
«Pida a cada hija que coja
un pez del barco de pesca,
si el pez contiene un anillo
será aquella hija mi esposa,
mas cuando ella se dé cuenta
yo me convertiré en rana
y tendrá que ir hasta el bosque
donde le conduzca el alma
hasta un sitio en que los hombres
nunca han cortado una rama.»
Se hizo pues como pidió
y cada hermana cogió
un pez y a casa volvió.
Las hermanas se miraban
con odio y de camino
una en misterio murió.
La moza fea lloraba
en un oscuro rincón.
Cuando cortaron los peces
por mucho que lo buscaron,
la joya no apareció.
El joven turbado un poco
el ceño entonces frunció:
«¿Y quién es esta mujer
que no fue a coger su pez?»
«Es monstruo del mal, jamás
princesa pudo nacer».
Mas la madre la mandó
que fuese a coger un pez
puesto que tanto insistía
el joven hijo del rey.
Y cuando cortó el pez
el anillo, en las entrañas,
al suelo se deslizó.
Rápida una hermana suya
con maldad lo recogió
y dijo: «Caray, qué tonta,
no lo vi hasta ahora, ¡Dios!
Que soy la bella princesa
de la que usted habló».
Mas ya el príncipe no era
el joven apuesto de antes
que ahora una verde rana
que croaba como el diablo.
«¡Sucia, sucia!» le gritaba
la hermana pataleando,
y envió a la rana lejos
por la ventana con miedo.
La madre riñóla mucho
cuando vieron que la rana
había muerto en el golpe.
«¡No había aún que matarla!»
gritaba la madre loca.
Y todas gemían, tristes,
porque no serían reinas.
Todas habían creído
que su hermana era princesa
mas que por triste artificio
sería pobre hasta vieja.
Mas la moza, esperanzada
porque a ella, aunque era fea,
a ella, aunque era horrible,
el anillo había llegado,
la noche, salió de casa,
recogió el cadáver muerto
y fue corriendo hacia el bosque
donde refugio buscaba
para llorar su infortunio.
Y llegando ahí en el claro
en que una voz, algún día,
bien le había aconsejado,
la rana movióse rápido
y un príncipe apareció
mucho más bello que el otro
y más rico y sonrió.
«Tú eres la dama que el alma
me hizo arder de amor en sueños,
tú la princesa varada
que el rey mandó que volviese.
Mi esposa serás y reina.»
«Dios me despierte del sueño».
«Estás soñando si es sueño
tu vida de pescadora».
«Entonces lléveme lejos,
príncipe y hágame bella».
«¿Bella? ¿Pues crees que eres fea?»
«Más que el diablo y que sus fieras».
«Te equivocas, el hechizo
se deshizo para siempre.
Mírate en aqueste espejo,
mira pues qué bella eres».
Y la moza contemplándose
creyó ver a otra moza,
tan bella como una reina
que con las estrellas ciega.
«Mas entonces, ya sabía
que yo era la princesa».
«No, pues tus hermanas son
tan feas como el demonio.»
Y vivieron juntos, años,
reinaron como en los cuentos,
tan felices, tan contentos,
que ya no cabe relato.
En mi corazón diviso
la forma de un gran metal,
parece un cardo podrido
y sé que será fatal.
En mi corazón diviso
la forma de un animal,
parece un oso dormido
que un día despertará.
En mi corazón diviso
¡ay! la forma de un bardal
parece un techo que el hilo
se deshizo, ayer quizá.
En mi corazón admiro
la estatua de mi soñar
que late y cuando lo miro
parece ser inmortal.
Miradla, cual breve sueño
andando sobre la acera,
tan sólo piel sobre huesos,
lleva gacha la cabeza.
Tiene el abrigo manchado
con la bruma cenicienta
de los que yerran sin nada
por la vida sin haberla.
Debe de tener catorce
y ya pidiendo a la tierra
dice: «Por Dios, que a un pobre
no se le da tanta pena».
Y andando por la ciudad
por oscuras callejuelas
mira la mediocridad
del mundo y muriendo sueña.
Sueña con grandes señores,
con príncipes y con reinas,
sueña con que vuelva al mundo
el honor que el Bien gobierna.
Escuchad, oigo en su alma
lo que dice y lo que sueña:
«quisiera ser mariposa
y volar donde quisiera.»
Miradla, sola y piojosa,
cómo sueña tan contenta
mientras que a su alrededor
llueve un río de miseria.
Mas luego se desanima
cuando de pronto despierta
y saliendo de su reino
mira lo que la rodea.
Mas así mira, impasible,
y nunca jamás protesta,
porque es ya bastante grande:
de la magia nada espera.
Y los cuentos de su madre
con nostalgia aún recuerda.
Los mira como se miran
las vitrinas de las tiendas.
Su abrigo es muy grande y ancho
y la cubre toda entera
porque es pequeña y robando
no se mira talla o vuelta.
Miradla, una niña pobre,
hija de una costurera,
y de un minero y hermana
de nueve jóvenes huérfanas.
Sabe ser madre, mas tiene
que luchar contra una piedra.
Nadie la mira y ya nadie
sabe que vive en la Tierra.
Que es lo peor de su mundo
la asesina indiferencia
porque da vida al tirano
y al hombre honrado miseria.
Miradla, ahí está corriendo
huyendo de una librera.
Quería coger un libro
aunque leer no supiera.
Mas lo que no dicen nunca
es que también la librera
está huyendo de un logrero
¿y el logrero? de la tierra.
Que es el único consuelo
para el que tiene riqueza
decirse que cuando muera
en mejor sitio se entierra…
Miradla, con sus hermanas,
el pan del día se llevan
a la boca ¡tan hambrientas!
de mientras hay otras damas
que a unas dos calles apenas
se están llevando a la boca
una exquisita merienda.
Ahí, atragantada muere
una con una cereza.
Al día siguiente, muere
una hermana y se la lleva
la Muerte ¡porque se lleva
tantas cosas cada día!
De tantas vidas se lleva
lo mejor de cada una,
de la dama grasa y tierra,
de la hermana luna muerta.
Miradla, cómo levanta
sus ojos de honda tristeza.
Y cómo al día siguiente
sigue viviendo con pena,
y el hambre, cuando es muy grande,
a veces quiere que pierda,
mas ella no se resigna
y con pan a casa llega,
porque mirad qué energía
cuando uno cree que está muerta.
Veo mi sombra hermana rodar
mansa y curvada sobre la mar,
trémula y rota contra las olas,
tiene pintura y agua con sal.
Y se deslizan sobre el rojal
cual sueño sombras sobre la mar.
La sombra hermana, ¡cómo se va
pintando oscura sobre la playa!
Los rayos brillan sobre la sombra.
Los rayos ruedan sobre la mar.
¿Qué lleva el viento contra esas rocas?
¿Algún mensaje que descifrar?
Nada esculpía, nada llevaba,
ningún mensaje que conservar.
En lontananza ya se olvidaba.
Nada en la arena, todo en el mar.
Rostro pálido que aguarda
de pie en una sala oscura,
en vez de dedos agujas
en sus manos que juntaba.
Una capa la envolvía
de los pies a la cabeza,
tan larga como la hebra
de un huso que gira y tiembla.
Y no dice nada. Algunos
tal vez piensan que está muerta.
Mas no lo está porque sueña
que está viva y hace muecas.
Su nariz es aguileña,
su piel triste y macilenta.
Tiene los ojos muy pálidos
y absorben la luz que entra.
No llora, no ríe o habla.
No dice nada y no calla.
Porque callar es del hombre
que supo hablar en su nombre.
Y ella ignora hasta su nombre.
Tiene miedo. No se mueve.
Es fría como la nieve
y entre sus manos se cosen
las vidas, mas se detienen.
En una sartén había
aceite de buena oliva,
y en ese aceite en que hervía
un verso que se movía,
tres lunas negras había.
Hay entre mis dos brazos una rima
que rima; mas no rima porque es rima
sino porque es mi vida que la arrima
y va echándole cuerda, verso y arte.
Los cielos ya amanecen; llaman almas
a restar hojas del otoño a palmas
mientras tú, rima, a sílabas aún calmas
el hierro ensangrentado, el estandarte.
¿Quién humillaste, a gatas, quién, de hinojos,
a quién quitaste el alma y, aun los ojos,
cabeza gacha? ¡pórtico de enojos,
rapaz del fondo, arquero del baluarte!
Nació entre mis dos brazos, mas me engaño
porque aun ya era en un remoto año,
y arraigóse en mi sangre, no sin daño,
pues ¿quién eres rimilla si te partes?
Ven, coge mi mano,
querido hermanito,
que vamos al río
que corre aquí al lado.
Por casa no vemos
el río; agua tiene
y el cántaro llevo
que de agua se llene.
Corriendo, saldremos,
tú y yo de la mano
corriendo y en tanto
que el cántaro lleno
haremos un juego
con cuerdas y lazos.
Tendrás que hablar alto
que te oigan las aguas,
que te oigan, hermano
correr por la playa.
La luz de los cielos
ya brilla en la arena
buscando mil fuegos
que brillan y juegan.
Ven, coge mi mano,
que el pueblo aún duerme,
y el día ha llegado
¡que ellos no lo saben!
El agua es el vino
del niño y del alma,
que es vida, hermanito,
¡y juega sin nada!
Si no fuera lo que soy
y fuera un desconocido
tal vez dado por perdido
me dieras, y con razón.
Mas tú me conoces, alma,
y sabes lo que pasó,
sabes mi vida arruinada,
conoces mi corazón.
Ah, cómo fuera mi mundo
alegre y vivo, mi amor,
ya no fuera vagabundo
si no fuera lo que soy.
Mas sé lo que sabes, alma,
sé lo que conoces tú,
y alegre, como en la infancia,
vuelvo a ser como eres tú.
Linda, Linda, abre la puerta,
Linda, abre la puerta ya,
no una palabra que vuela,
una flor te quiero dar.
Vida mía, vida mía,
¡ay! no puedo abrirla, no,
junto a mi alcoba ya brilla
un hermoso girasol.
¡Alma mía!, grita, ¡Amor!
No puedo seguir viviendo
y que me dejas sabiendo
con semejante traición.
Déjame tus ojos vea,
y que tu extraña beldad
acariciártela pueda
para saber si es verdad.
Vida mía, vida amada,
no verás nunca jamás
el rostro que contemplabas
en esta ventana ya:
ca es de otro el anillo
que mi mano adornará.
¡Ay, dolor, Cuerpo de Dios!
¡Ay, Linda, me muero yo!
No te mueras, amor mío,
casadita estoy ya,
la vida tiene castigos,
y éste nuestro el peor será.
¡Plegue al cielo, que me muero,
me muero por tanto amar
y por tu amor traicionero,
¡ay, Linda, no puedo más!
Yo tampoco, ¡vete ya!
Válgame el cielo, ya tardas
en odiarme, ¡mal estás!
Oírte llorar es llama
de ira y cólera, ¡pardiez!
Tratando de serte mala
y tú sigues a mis pies,
déjate ya de dolores,
que la que sufre de amores
más soy yo, amado, tal vez,
que ha perdido sus colores
ya mi esposo y su altivez.
«¡Linda, espera! ¿Me amas tú?»
«¡Como que el cielo es azul!»
«Pues espera, idea tengo
que podrá hacernos felices,
y puede que en los matices
del alba siguiente entero
sea nuestro amor así».
«Linda, Linda, abre la puerta,
Linda, abre la puerta ya.»
«Amor mío, ya está abierta,
y dentro tu vida está.»
«Te daré, no una palabra,
Linda, sino libertad.»
«Y yo te daré las alas
para que puedas volar.»
El girasol que brillaba
ya no es flor sino rosal.
Las siluetas que se alejan
bajo la aurora estrellá
reverberan la luz ciega
que luce felicidad.
Conozco una tierra
do nunca creció
ni árbol ni hierba,
contáronmelo.
Se dice que lleva
una maldición
que su polvo hiela
con sol invernal.
Conozco esa tierra,
la he visto al soñar,
me quemé en su arena,
jamás regresé.
Se dice, resuella
con viento pasado
mas nada se lleva,
tan sólo recuerdos.
De la fuente, de la fuente,
me han traído un cuenco lleno.
Lleva agua fresca en su seno
y una música potente.
¡Sean clamadas unánimes
en coro y sinceramente,
todas las gotas que siente
la boca al beber exánimes!
Y cante, la luz divina
reverberando supina
sobre la hierba, la abeja
zumbando, el ave en la teja,
y el pardo mirlo que trina.
A su gloria infinitamente dada
en nombre de la Vida y Libertad,
hará su mente vacua agua sin sal,
pura y liviana, clara y azulada,
y entrará por la atmósfera la espada
de lluvia transparente, hasta la mar,
y alzando sus dos Manos cogerá
la Tierra entera que en cristal tornada
hará sonar las gotas de agua clara
en sonsonete y tintineo alado.
Y vendrán los humanos, la algazara
y la gloria infinita que brillara
quizás un día en otro constelado
cielo, apartado de aquí, que sonara.
La lluvia, negra y verde, tronando se avecina,
lleva sobre sus hombros la flecha de la Muerte
tras las tinieblas sigue, sobre el barro camina,
no puede ya ni verte.
Surca las zanjas rotas de la atmósfera sucia.
Moja la cara ingrata del obispo y la frente
del campesino rústico a quien un trueno acucia,
que reza lentamente.
Y cuando la tormenta ya pasa por sus tierras
removiendo los campos, el aire y las tinieblas,
te alejas, escondida, y, temerosa, cierras
los ojos a las nieblas.
Gota a gota, la lluvia se estrella, calla, arrecia.
Los rayos sin embargo hacen chispear el cielo,
forman con los celajes y la ráfaga necia
un amoroso velo.
Canta, llueve, camina, ruge y se descarría,
pasa por la pradera, cruza un río y evita
las rocas puntiagudas de la cansada orilla,
so la luna levita.
Y tú, Alma Humana, que tanto saber quieres,
¿qué te impide probar sus flechas? ¡Las adoras!
¿Subirías a un árbol? ¡Hermosas cosas vieres!
Tal vez por pocas horas.
Mientras tú piensas, ella, desfila festejando
porque ha encontrado una razón para volver.
Y mientras ella teje sus nubes a su mando,
tú la buscas sin ver.
Escucha la Luna Amor
como la Flecha Cupido
y como el Sol el ardor
del amado no vencido.
Si es Amor de la Princesa
de este Cuento conocido,
jamás Corazón le pesa
ni en el día amanecido.
Y escucha ella la Brisa
que una Canción le susurra,
y escucha como Artemisa
los versos que se le ocurran.
Y, de cuando en cuando, mira
hacia la Luna invernal
y canta y toca la Lira
con su Arco y su Carcaj.
Y un día, en Campo Abierto
habiendo salido a andar,
vio que no estaba en lo cierto
en todo lo que es amar.
Y abrió la puerta a la Vida,
y su corazón al viento
y que la Suerte decida
dejó y alejó el tormento.
Ahora que es su Amor de todos
los lectores conocido,
plegue a sus artes y modos
que el Amor encuentre nido.
Y si no lo encuentra, atentos
estad, que es fuerza que vea
que todos los sentimientos
los hay que no los entiendan.
En una noche de ensueño,
con espectros de pasión,
así cantaba un filósofo
a un fantasma turbador:
Ama, vida, ama, amor,
que si no vives ni amas
jamás hallarás calor.
Piensa, mente, piensa más,
que si no piensas, peligra
tu vida y felicidad.
Canta, boca, canta al son
de esta terrible canción,
que si no cantas, fantasma,
no tendrás galleta, no.
En el bosque, un lobo entró,
¿quién lo sacará de ahí?
Del bosque un bulto salió,
cien lobos, eran, ¡cien, sí!
Mas, ¡por el amor de Dios!
¿Cuál de ellos fue el que yo vi?
Tú cambias amaneceres con sólo cambiar un hilo,
hablas de mares y tierras y salen peces y grillos,
la espiga se vuelve fértil, y la luna mediadora
da guerra a las más potentes naciones de nuestra historia.
Tierra y mar hacen tus gestos, aire y nido y pedregal,
da a luz a los cuatro vientos y a los montes potestad,
por eso cuando te paras súbitamente de hilar
se detiene el mundo entero y te escucha respirar.
Sin los pájaros que canten en el dorado pensil
no hay más que un silencio eterno que hacerte puede dormir,
sin los peces que en el mar mueven escamas de luz,
se vuelve el silencio nada, vacío, de norte a sur.
Mas cuando por fin tus manos recuperan su labor,
vuelve a respirar el viento y humea el ciervo su olor,
se hace más brava la tórtola, rumorea todo el mar,
y a cada ola que pasa nace un nudo y un soñar.
Detrás de la roca
hay una cascada.
Un hombre la mira,
¡y cómo la mira!
Con su alma derroca
su infeliz memoria,
detrás de la roca,
¡qué pronto delira!
Hay en mi tierra
una ilusión
que abre las puertas
del interior.
Llueve de día
mágico olor,
y a mediodía
un arrebol,
y en postrer eco,
cae en el suelo
un rubio espejo
de áureo color.
Llueve despacio
en mi interior.
Vélame cuando me muera,
alma mía, alma de amor,
cuando en el jardín, afuera,
muera la postrera flor.
Cuán cortos años de vida
me parecieron, amor,
cuando tan feliz vivía,
al vivir juntos los dos.
Vélame cuando me vaya,
y no me olvides, amor,
y cuando suene la aldaba
dame un beso por favor,
quiero mirarte, ¡mirarte!
cuán larga será la muerte
sin que yo pueda besarte
ni oírte, no aun verte.
Siento que vendrá ya pronto…
No quiero ya que me esperes.
Yo siempre te quise tanto
como ahora tú me quieres.
Vélame, amor, que ya suenan
las campanas de mi muerte,
perdóname que te deje,
aunque sólo sea un instante.
Melancólica es la espera
del que viene a marchitar
viniendo toda las tardes
al campo del olivar.
Tiene un sombrero de paja
que al rostro sombra le da
y un negro pañuelo viejo
atado cual un collar.
El hombre, moreno y fuerte,
se sienta al alba llegar
sobre una piedra con forma
de estrella vieja y dorá,
y todos dicen que tiene
la piedra un don especial,
que a veces da hasta consejos,
para bien o para mal.
Muchas horas pasó el hombre
en esa piedra, quizá
oyendo un murmullo vago,
eso nadie lo sabrá,
mas algo esperaba, acaso
buscaba alguna verdad,
o bien, como otros pensaban,
estaba loco de atar.
Y mientras ahí pasaba
el tiempo en tiempo estival,
su familia trabajaba
en el campo sin cesar.
Un día sucedió el caso,
como era de esperar,
que fue el hombre abandonado,
y exiliado de su hogar.
Mas el hombre, sin reposo,
siguió viniendo al brillar
el primer rayo del día
al campo del olivar.
Y un día, algunos graciosos,
habitantes del lugar,
quisieron saber, burlones,
si algo había que escuchar.
Mas el hombre, ensimismado,
nada fue a contestar.
Pasaron días y días,
y la historia dio que hablar,
de otros pueblos se venía
siempre por curiosidad,
y el hombre, sobre la piedra,
sin comer ni descansar,
seguía mirando algo
que nadie podía mirar.
Y en las noches de verano,
la piedra lucía más,
y todo el mundo pensaba:
es un santo de verdad.
Aquel año, sin embargo,
dio muy poco el olivar,
tras varios años de holgura,
abundancia y bienestar.
Y una mañana de otoño,
no se vio al hombre más,
muy pocos, solo tres hombres,
saben qué fue, nadie más,
y esos tres hombres no vieron
el día se levantar,
y no volvió ya la piedra
a brillar nunca jamás,
eso cuentan las historias,
y algo tienen de verdad.
Esa bola de fuego que obnubila la mente
que hace latir más fuerte
el corazón, y arde
con diez mil lucecitas que se encienden.
Ese ardor deseado que apasiona la mente,
que hace sentir el alma
con fuego doblemente,
ese volcán que abrasa
lo que uno piensa y siente…
Ese estado de ánimo que en una llama alegre
hace que ya los tiempos
se unan y se desvelen
mil fugaces destellos.
¡Cuántos nombres te deben
los hombres! Incluso hoy…
¡Cuántos nombres te deben
los hombres! ¡Cuánto, Amor!
Conozco el fondo de los pensamientos,
también el mundo nocturno.
Lo conozco como el alba
que huye de él y a él se agarra.
Es un pozo lleno de hambre,
lleno de lindes y lleno
de inquietantes infinitos,
¡si lo tuviera delante!
Conozco la imagen, conozco la letra,
conozco el sonido, conozco el sabor,
mas nunca he sabido lo que era de veras,
y jamás vi el fondo de lo que era amor.
Y una mañana, buscando sin tregua,
también olvidada de lo que buscaba,
por una ventana entró una luz blanca,
pasó por el aire, por la cristalera,
y por la cortina y la dura madera,
pasó y se detuvo en mi alma con vida,
gorjeando cual ave que anuncia la aurora.
Conozco ese fondo, mas hoy ya clarea.
Es un túnel… No. Es una pradera.
Un mundo con flores, con muchos colores
que brillan despacio, cantando en la hierba.
Piedras son, que una luz suave
con dulces voces calienta,
y hay canturreando un ave
sobre una rama que tiembla.
¿Dónde estarán ya las cartas
de esos distantes recuerdos?
¿Dónde esa cándida llama
que un niño un día pintó?
Las lunas sobre la noche,
el silencio recordado,
sobre una silla en derroche
de luz del día sentado…
¡Tantas épocas que ni aun
un filósofo recuerda!
Esperanzas y alegrías
de un tiempo que fue sagrado.
Sobre la estrella, en silencio,
va montado un caballero,
y cuanto más éste brilla
menos la estrella camina.
Infancia, que aún no he perdido
tu mundo, y aún lo comprendo,
tan sólo sé que contigo
aún no lo comprendería,
y hoy, tranquilo el corazón,
huyéndote te persigo…
Mas no te busco, te tengo,
y eso es lo que yo no olvido.
Obsérvalos, tus ojos ya los miran,
siguen sus pasos y leen sus rostros.
Lleva esa gente que anda tus recuerdos.
Tienen sonrisas, caras, tienen vida.
Míralos bien, ¡cómo giran sus ojos!
¡Cómo se cruzan también con los otros!
Tal vez distinguen más cosas que tú.
Tal vez ven como yo un cielo azul,
meditaciones de flores perdidas
más hermosas que el sol de la mañana,
tal vez ven almas a su alrededor.
Si abro los ojos veo, sin embargo,
gente cabeza gacha, gente harta,
ojos dormidos que miran sin ver,
fijamente te miran, como absortos,
sin entender siquiera, gente extraña
que tal vez piensa aunque lleva el rostro
enmascarado con aburrimiento.
Escúchalos entonces desde dentro,
obsérvalos sin que ellos se lo esperen,
oirás quizá la risa de una niña
y verás la sonrisa de un anciano.
El mundo tiene tantos recovecos,
que es preciso observarlo
y con detenimiento.
Quieren decirme qué se siente
cuando el alma se está ahogando,
cuando los ojos brillan, cuando
nuestra existencia se estremece.
Quieren decirme: ¿qué has vivido?
Sólo un chispa que encendida
sorbió de tu cuerpo la vida
y que ahora corre hacia el olvido.
¡Quieren decirme tantas cosas!
Mas yo no entiendo una palabra.
Todo en mi alma es ardor, y nada
puede más que una chispa hermosa.
¡Háblenme, sí, de vuestra ciencia!
Mas yo no pienso comprenderos,
que hay no sé qué en la experiencia
y el saber no puede valernos.
¿Oíste? la fuente
del agua tan clara
en una mañana
de abril sale verde.
¡Por Dios, quiero verte!
Cantando se acerca
la niña a la fuente
cantaba risueña
un canto que quiere
llegar hasta el fondo
del ávido mar,
¡por Dios, quiere verte!
Lo pide, sincera,
lo pide a la fuente,
«agua, dame, reina
del agua que viertes,
agua, dame, cerca
de tu agua se aviene,
fuente de agua clara
bajo el sol del alba
¡por Dios, que ya viene!»
Sonríe, sus labios
son alas de rosa
que se abren aprisa
y luego se tocan,
y laten de prisa
como mariposas.
Sus perlas muy blancas
se encienden y apagan,
sonríe y se ríe
y luego se calla.
Sus ojos, dos mundos
con sol vagabundo
que a veces confundo
con lunas de amor.
Se inclina, se aparta,
se aleja y se acerca,
va y viene, mas siempre
sonríe de cerca.
A veces me busca,
mas yo siempre avanzo,
y a veces con brusca
mirada lo agravio.
¡Oh, qué cruel destino
el que Dios depara
al loco poeta
que busca un camino
y, airada, se para
ya cuando lo encuentra!
Sus perlas muy blancas
se encienden y apagan,
sonríe y se ríe
y luego se calla.
Y así le pregunta
al cielo el poeta
pidiéndole ayuda
con alma profeta:
«¿Qué soy, Dios amigo,
más que un monstruo asido
a mundos distintos
que yo imaginé?
¿Es cierto que el alma
del vate es morada
do sólo se instalan
sus propias quimeras
los mismos ensueños
que yo fabriqué?»
Y así, algo perdido,
decía, en delirios,
y contestó él mismo
diciéndose Dios:
«No soy loco adrede,
ni loco común,
soy duende de vidas
y si así lo quieres
que se abran sonrisas
y brille la luz.»
Sonríe y contempla
la luz amarilla
del alba y del sol.
Sus ojos, sus perlas,
su nieve fundida
el alba los trae
ardientes de amor.
Las heridas que tú tienes
ya no te duelen
pero a mí, como a tus sueños,
siguen doliéndome.
Dadle la mano a la Vida,
hombres que sufren,
ese contacto tan cálido
nada lo suple,
le hace feliz a la Vida
que alguien le ayude,
no merece el golpe pálido
que la consume.
¡Azul! ¡Azul! Te llama el ave.
En el jardín. Es primavera.
Las flores cuentan sus colores.
La hierba quema.
¡Mira! Los ojos encerrados,
detrás las nubes. Y las abejas.
El son bermejo de las fresas,
rojas cerezas.
¡Mira otra vez! La tierra tiembla,
hay una estrella en cada piedra.
Brillan las perlas en la hierba…
¿qué cuentan ellas?
¡Cuentos de hadas! En primavera,
escucha bien, y aun recuerda,
en primavera, cuentos te cuentan
las flores bellas.
¡Azul! ¡Azul! Brilla en la orilla,
la olita azul y transparente.
¿No oyes tu nombre reflejado
en su corriente?
Encontrarás si buscas en la selva
de la conciencia el alba
que pinta el cielo en rosicler y malva
y hace que el alma vuelva.
Pero sobre la cumbre del alcor
hallarás una nube y un jarrón,
aquélla como escudo de los rayos,
éste para guardar lluvias de mayo,
y un pétalo tal vez de alguna flor.
Pero tras las vidrieras de la iglesia
no hallarás más que niebla y una mesa,
aquélla es agria, amarga y melancólica,
ésta guarda un sabor de luz alcóholica
y una gota tal vez de viejo ron.
Tendrás que ir más allá de tu país,
donde nunca sopló el viento por ti,
y entre dos montes, en hermoso valle,
verás salir, antes que se desmaye,
el último fulgor del rojo sol.
De camino a Sevilla perdí un verso al andar,
sin aliento, en la orilla, lo dejé junto al mar.
Como arena florida lo vi en la playa un día,
quédate yo le dije, que yo vuelvo enseguida.
---
Espérame, le dije, espérame a que vuelva,
de camino a Sevilla lo escuché que se iba,
que se iba corriendo, y que me perseguía.
La luna es cuna
de hambruna, sí,
la luna llora
con frenesí.
Amiga luna,
¿qué amor tendrás
si lloras tanto,
cómo amarás?
Ópalo blanco
lleno de miel
que ama muy dulce
lo que no ve,
¿qué desafío,
luna de miel,
qué desafío
puedes tener,
contra el capricho
del cielo azul,
qué amor perenne
contra la luz?
Si sueño que es real lo que no siento
y siento más de lo que soy capaz,
quizá es porque imagino lo que es cierto,
y olvido el resto aunque sea real.
Así envuelta en el fuego del infierno
oso desafiar hasta a los muertos,
y hasta a los que no existieron jamás,
porque ¿quién sabe? en esta vida fueron
muchos los que mintieron con verdad.
Trueca las hojas de un gran abogado
con fantásticos seres exiliados,
entenderás que el aire del segundo
es más alegre y mucho más fecundo.
El agua brilla,
bajo la luna llena
sobre la orilla.
Alguien se inclina
sobre el agua serena
y cristalina.
¿Qué busca? Acaso
un doble reflejado
en el ocaso.
Mira hacia el cielo.
Ve las nubes oscuras
que urden el velo.
Cierra sus ojos.
Se oyen las aguas tersas.
Y los rastrojos
desprenden un perfume
de viejo otoño.
«Es más buena la vida
cuando la quieres bien»,
testificó animado
el condenado ayer.
Hoy, con la soga al cuello,
el valiente rehén,
lleno de odio, rabioso,
angustiado a la vez,
quisiera huir del mundo
y empezar otra vez…
empero, su asesino
lo hizo desparecer.
«Es más buena la vida
cuando la quieres bien»,
¡ay! ojalá la gente
supiera comprender
lo que es la vida buena
y qué es lo que no es Bien.
Cual voluta de humo atardecido
vi a un sibilino espectro aparecer.
Bajo la sombra de un pino raquítico,
lo vi venir arrastrando los pies.
Color de estratocúmulo tenía
con sus dorados y amarillos pies,
y un ligero rubor en las mejillas
que le daban prestancia y parecer.
Aparición etérea y sencilla,
¿dó posaste tus perlas al comer?
¿Y dó el fétido queso que en las mías
ha un rato se fundía cual la miel?
Pasaste levitando con el viento,
risueño, alegre, con sedosos garfios
con que, al correr por la orilla, sediento,
cazabas mariposas, cantos zafios.
Dijiste entre murmullos de agitadas
vacas: «Libérame del mal que me atropella»,
levantéme enseguida, y entre zarzas,
halléte despojado de tu estrella.
¡Mira hacia el cielo, espectro, ahí la tienes!
Me desgañité yo, gritándole a la oreja.
El fantasma me oyó. Precipitóse cienes
de veces hacia el cielo: ¡mas no llega!
Mariposa leve,
mariposa azul,
dime lo que quieres
y lo tendrás tú.
Cielo, aire celeste,
tierra enamorá,
si me dieras este
ángel de verdad,
te prometo entonces
que ni aun los dolores
nos separarán,
¡ay!, te lo prometo,
cielito, ¡jamás!
Mariposa verde,
lámpara de luz,
para ti se enciende
el rayo en la cruz.
Mariposa, viene
la brisa veloz,
ven rápidamente
junto a mi mansión,
mariposa, rápido,
¡ya viene y yo soy!
¡Tin! Sobre una hoja, yo
puse una gota de miel
que bajo un rayo de sol,
sorbió la luz a granel.
Corriendo sobre la hoja,
resbalando hasta la punta,
está cayendo la gota
¡al suelo! y pidiendo ayuda.
Una hoja se adelantó,
mas el viento la empujó,
y nuestra gota de miel
a otra hoja fue a caer.
¡Srin! La gota suspiró,
huyendo de su panel.
Del estruendo furioso del trüeno
el temblor agitado agita el viento,
y cavando en el piedra de los lagos,
flechas de oro volando hacen milagros.
Entre los rayos
de sol y grana
sopla la brisa
por la mañana.
«Calla», murmura,
«Calla y aguanta»,
suave y ligera,
en la mañana.
Un sonsonete
de agua distante,
y un manto negro
que brama y late…
Viene la lluvia,
viene la muerte,
vienen los fuegos
que el aire parten.
Y huyen los pájaros,
lloran las flores,
brilla la magia en los alrededores.
Lluvia, ¡más lluvia!
Rayos constantes
iluminando
cielos y mares.
Y, relámpago, ansí, vate sin cuerpo
vas dando forma al cielo sin objeto,
dando luz a lo negro, tinta al suelo,
rojo al albor y bruma al blando sueño.
En una humilde choza, junto al Ebro,
moraba una princesa con su amigo.
Él era buen pastor y ella tejía,
lavaba, urdía, hablaba y reía.
Cuando el sol despuntaba, ¡cuán ufana
estaba ella y cuán hermosa la vía
el amigo pastor que la adoraba!
Él le decía así: «Princesa mía,
trabajar no debieras todo el día,
quiero traer a casa los tejidos,
darete una corona y un castillo,
quisiera yo tenerte como esposa
darte todo el tesoro de Castilla,
¡oh, Irina! a la que el ruiseñor adora
cantando hasta que lo ciernen las sombras,
tus pies descalzos rozan las praderas,
jugando con las flores y los vientos,
y cuando cantas tú, bella princesa,
creen las aves oír la dulce fiesta
del cielo y de los ángeles eternos
los largos dedos sobre el harpa magna».
Reía la princesa alegremente
al escuchar así a su dulce amigo
y oyéndole decir tal desatino
decíale ella a él lo que aquí viene:
«Muy pastor mío a mí me das más oro
diciéndome el amor de esta manera,
más alegría cuanto más me miras,
y al fin soy tan feliz como quisieras.
Pues bien, ¿qué falta aquí, en esta pradera,
con esas tus hermosas ilusiones
que alimentan mis sueños de colores,
y hacen que en tu sonrisa me sonroje?
Yo no quiero palacios ni vestidos,
ni a un hombre que se vista de oropeles,
no soy una princesa que en castillos
con mil diamantes se encierra y se muere
por un amor que está afuera, esperándole.
Si el ruiseñor me adora, es porque canta
en el mismo camino en el que voy,
si las flores y el aire me abren paso
es porque yo conozco sus secretos
y si tú así me miras con amor
es porque así se miran las estrellas
que lucen en el cielo: ellas conocen
el lugar donde brillan y no entienden
de perlas, de riquezas ni de bienes».
Y ella fuése a coger el agua al río
y él el cayado en mano fue a los pastos…
cada vez que de un ruiseñor el trino
se oía por el ancho y verde campo
ambos alzaban la cabeza y ambos
se sonreían felices y amigos.
¿Puede la vida ser si no es la muerte,
o si la muerte es mas no lo sabe?
¿Es acaso vivir inmortalmente
gota a gota morir eternamente?
Porque si así es entiendo que la gente
quiera vivir la vida locamente,
y si la gente sabe lo que es vida
teme la muerte porque se la quita
y ¿puédese temer algo que hiela
aunque no tenga vida, aunque no exista?
Aquí sólo te queda una respuesta.
Corre, vida,
corre, amor,
que si te pilla
tu tía
no hay pesadilla
peor.
Corre aprisa,
bella flor,
quitárate antes tu tía
tu vida,
que dejarte casadita
con un hombre como yo.
Corre, vida,
corre, amor,
que si tú me quieres mucho
mucho más te quiero yo,
y hacia la estación, mi vida,
hacia ahí corremos dos.
Vuela, pájaro azul,
vuela hasta mi balcón,
y dime si esta noche
vendrá mi tierno amor,
susúrrale al oído
una dulce canción,
y dile que me traiga
dos versos y una flor.
Por el camino llega,
ardiente el corazón,
el dulce enamorado,
el amado, veloz.
Y entre sí, murmurando,
dice, loco de amor,
palabras a la noche,
casi como un sermón:
Vuela, pájaro rojo,
vuela hasta su balcón,
y dile si esta noche
querrá de mi pasión,
acaricia sus labios
de bermejo color
y humildemente ruégale
un beso de su amor.
Y ella, en su balcón mira
la luna y el Señor,
y él contempla la hoguera
que arde en su interior:
Vuela, pájaro mío,
vuela hasta mi pasión,
enséñame el camino
por tu dulce canción.
Duerme luz amarilla,
duerme luz encendida,
mariposa que brilla
en la llama perdida,
dando vueltas y vueltas,
¡no hay quien la resucita!
¿Por qué de lo romántico el humano
se escapa y lo destruye y desmorona
si hay quien dice que la tierra es corona
y que el agua no cabe en nuestra mano?
¿Qué hay de esos amores cortesanos
que, sin sus oropeles y mentiras,
debieran existir, sin turbias iras,
ni insensatas envidias de entrecanos?
¡Cuán pueden las ideas trastornarnos,
y dejar que se abran, intimidados,
los ojos del Amor enamorados!
Déjase el buen amor siempre enterrado,
y en desconfianza y deterioro piensa
el humano buscar lo que ha olvidado…
Pero piensa pensando y tanto piensa
que el amor natural se aleja y deja
tan sólo un suave aroma… ¡respiradlo!
En la cabaña de blanco mármol
vive una bruja, en negro bosque.
Y cada vez que viene la noche
desaparece, tornada en árbol.
Al alba agita sus hojas verdes
y su columna recta se yergue,
sus ramas en tejas se tuercen
y en ventanucos, flores y muebles.
Y al alba sale la bruja afuera
desciende el claro y la vertiente,
y, cavilando, prudentemente,
se sienta en un banco y espera.
Pasan las horas y la mañana,
pasa ya el sol por el cenit,
y queda inmóvil la buena anciana,
tal vez no llora o tal vez sí.
Sus ojos grises a lo lejos
miran montañas, y un colibrí
que ahí aletea bajo los tejos,
y un precipicio y un iasmín.
No está llorando, no, la viejita,
está pensando, está feliz,
recuerda que en su joven vida
era ignorante con su vivir.
Ah, cuántos años va recordando,
ah, cuánto viento viene a oír
en ese monte donde, volando,
vienen las sombras a cubrir.
Muere la luz blanca en sus ojos
nace la estrella, la ve brillar,
tiene la luna destellos rojos,
la anciana se va a levantar.
Y mientras surge de los cielos
la sombra oscura de la noche
vuelve tranquila y con recuerdos
viejos, la bruja a su bosque.
Y la cabaña se hace árbol verde
y las ventanas ramas cual sierpes,
y hanse las flores convertido en hojas de aloe.
Ya no se oye
ni un aleteo extraño de ave,
el bosque duerme.
Hay entre la verdad y la mentira
un infinito innumerable y hueco,
y es el humano sentimiento el eco
de la razón que la pasión estira;
por eso es imposible hacer del yo
una cierta verdad o falso invento,
todo será ficción, máscara y viento,
nada falso hay aquí que sea cierto,
tal, en el mundo, las visiones son.
Jóvenes, niños, luz primaveral,
tal vez un día, en vuestros corazones
sintáis del fuego nuevo manantial…
Mas no os fiéis: detrás de los telones
la fuente será río tumultuoso,
la orilla bruma y náufraga la flor,
y entre naranjas, uvas y limones,
arrugados los rizos, pesarosos,
avanzaréis distantes, sin color.
Almas viejas, vosotros que habéis visto
fuentes, ríos, montañas, torbellinos,
decid: ¿acaso hay en los caminos
un lago de placer sin imprevisto?
Cada rizo del agua que en su zanja
silba, danza y escarba adusto y noble,
es un hilo que siembra
cristales y diamantes.
Verdad. Mentira. Mentira y verdad.
¿Qué importa, al fin y al cabo, que lo sea?
Ficción real, la vida deletrea
los recovecos de la realidad.
Sigue el río girando. Gira y cae.
Mas la vida es un río fuerte y grande.
Tiene también montañas, sube y cae,
y al caer sube y da círculos tales
que a veces piensa uno que es gigante.
Sela, a tu lado, el día amaneciendo,
siente el espejo de tu voz liviana
el silencio ideal, la luz de hada,
el alba buena que embellece riendo.
En blanca seda de color de aurora
llevada por la brisa de un apolo,
entre el sol y la luna, hallas tan solo
un instante infinito en tu demora.
Sela, alma pura, nube en cuerpo y sílfide,
suave arroyo inasible de Aretusa,
huidiza, como Afaya, inasible.
Límpido río, como Faetusa
ámbar divino tu luz invisible,
eres del nuevo día ninfa y musa.
Cuántos celestes días en tu pecho,
cuántos suspiros, cuántas experiencias,
en tu vida, no más, en tu áureo lecho,
hallé cuanto naturaleza enseña.
Siento roer desde dentro,
en tu cuerpo de madera,
a unos intrusos espíritus
que nada de bueno llevan.
Cuántos siglos ha que siento,
amigo, tu sangre verde,
¿cuántos…? Ya yo ni me acuerdo,
fueron, mas no suficientes.
Soy tu hamadríade, amado,
soy tu espíritu y tu alma,
diéronme las tus raíces
la vida que ahora amas.
Juntos crecíamos cuando
al amanecer llovía,
y cuando lloraba Aurora
con lágrimas cristalinas.
Y cuando tembló la tierra,
cuando la tormenta fiera
doblegó nuestras hermanas,
despeinó sus cabelleras.
Y cuando Khione furioso
dividía nuestras fuerzas,
helando todas las rosas
de las colinas de Grecia.
Y también juntos estábamos
cuando, al revivir la tierra,
volvía las flores todas
a cantar la primavera.
¡Cuán celebrados, amor,
los dioses entonces eran!
Dionysos el alma llena
de placer, vida y calor.
Después de tantos años conservando
esa fidelidad de cuerpo y alma,
¿a qué, Destino, si no estando en nada
por la Muerte tentados, amenazas
con un cisma que nos causará espanto?
Siento roer desde dentro,
en tu cuerpo de madera,
a unos intrusos espíritus
que nada de bueno llevan.
Y está sangrando una rosa
en la punta de una rama.
De un clavel, al otro extremo,
un arroyo se derrama.
Vayamos, cambiemos, árbol
de cuerpo, vayamos pronto,
te demoras, ¿a qué esperas?
Veo tu silencio y lloro.
Ya la rosa se ha quedado
blanca, muy blanca,
por haber tanto sangrado.
Y el clavel, como en otoño,
cayó al suelo mojado.
El tronco mudo y ya muerto
de vejez ya lo ha dejado
el tiempo, Balanis llora,
dice que la ha abandonado,
mas ya su espíritu tiembla,
levita y se deslimita,
abrazando la natura
con sus dos brazos silvestres.
Cual al cielo Cinosura,
con una rosa en la mano,
ascendió la bella ninfa,
hasta las altas estrellas.
Y dejó, clavel durmiente,
bajo el frondoso edificio,
un arbolillo naciente
con hamadríade dentro.
La luna sorbe el tiempo.
No se mueve.
«¿De dónde viene su luz encendida?»
La silueta replica:
«De los reflejos viene».
La luna está serena.
Tiene dientes.
«¿Por qué, abuelo, la luna tiene dientes?»
El abuelo responde:
«Tiene hambre».
En la nocturna noche, por el cielo,
la luna ahora sonríe.
«¿Por qué sonríe, padre?»
El padre alza la vista hacia la noche,
medita y no responde.
«¿Es acaso la luna el falso espejo
de trece mil luciérnagas?»
Hacia el hijo se giran, sorprendidos,
abuelo y padre.
«Tal vez» responde el padre.
Y a la par, en la noche, ambos sonríen,
mientras el niño duerme.
Sueña que hasta la luna, alguna noche,
mil luciérnagas quizá se lo lleven,
mientras la luna sigue su viaje,
muda y desierta, solitaria y vieja.
¿Qué trae el niño a su madre?
Bien sé yo lo que le trae.
Del otro lado del río,
una rosita del valle
en su blanca mano trae.
De oro fascinan sus ojos
y sus cabellos de otoño.
Lleva una túnica blanca
y entre su menudo puño
la rosa deja un rasguño
en su piel de porcelana.
—Madre, ya traje la flor—
le dice el niño a su madre.
La madre lo mira, frunce
el ceño y pierde el color.
—¡Ay! Suelta la rosa, hijo,
suéltala o te matará,
las rosas de la otra orilla
tienen ponzoña letal.
El niño, inocente y pálido,
abre la mano temblando,
la rosa cae en silencio
sobre la piedra del patio.
—¡Tan roja y hermosa es!—
dice el niño, sollozando.
La madre lo abraza y llora,
mirando su herida mano.
¿Qué trae el niño a su madre?
¡Quién lo ignorara, Dios salve!
si palideciendo el pétalo
de la rosa, quedó el niño
en aletargado sueño
con miedo en el corazón.
Eléctrica pasión que me tortura
con no saber si lo que vivo es cierto,
magnética ilusión, fantasma tuerto,
calor divino de una luz oscura,
si a mis sentidos atacando fiera
siguieras como hoy, me lo creyera,
¡vive Dios! que si es vida y no mentira
que es factible poder sentir tan largo,
no hallara una palabra a tu memoria
si no a tu hoy: que no baste la historia…
es tan terrible hallar pasado amargo…
Con aturdida mente constelada
de estrellitas doradas que un filósofo
llamara pensamiento, desalojo
las magnéticas dudas de mi ser,
y haciendo uno con mi yo doblado
hubiera andado por cielo endiosado
si un no sé qué de humilde o quizá flojo
no hubiera tambaleado el proceder.
Y hundida ya, como ahogada, la llama,
partió cual humo por el viento aireada,
y desdoblóse mi unidad en ramas
cual árbol que jamás pudo enredar,
mas aún, en un cajón, depositado
un recuerdo persiste de mi hallazgo,
fue tan sólo quizá, después de todo,
ficción que en vida dio alguna otredad.
«¡Ay!» Comienzan los poemas.
¡Ay…! Mis ayes no se oyen,
son como los trinos nuevos
de las aves en los árboles.
¡Ay! Repiten ya, agónicos
todos los sentimentales.
¡Ay! Y otros ayes lacónicos
aprenderé, como tales,
pues algo deben de hallar
si es que hay ayes en los ayes.
Sencilla razón me dan
los sentimientos que traen,
con tal expresión de duelo,
de sollozos y tormento.
¡Ayayay! Los hay que sienten
más que los ayes sinceros
y que escriben sin pensar
aun cuando son lisonjeros.
Pero mejor es fingir
si no se siente que darnos
a leer lo que escribir
quisisteis sin sentimientos,
y así es mejor inventar
los duelos y sufrimientos
y evitar los retorcidos
que en gélidos versos tristes
sosos pensamientos dicen,
porque, ciertamente, dan
más duelos y sufrimientos
al que lee que al que escribe,
¡ay! ¡Válgame Dios, verdad
es lo que digo y no os miento!
Recordad lo que os he dicho.
Que sepáis que no se oyen
mis ayes… son de los pájaros
mis duelos sus trinos nuevos.
Terremotos furiosos, sórdidos desembarcan
en anímico puerto que los cielos ofrecen,
son temblores, delirios que tiritan, desgarran
la piel con mil sudores y escalofríos crecen.
Con los brazos alzados, como pidiendo ayuda,
tiembla el mástil borroso, alocado, en su culmen,
y en el cielo no hay ni una deshidratada nube
que a esta loca llamada compasiva no acuda.
Horrísono es el son del surco sobre el sueño
que en mil latentes almas cristalinas se parte
y aliviados los últimos relumbres y relojes
duermen luego los miedos y emprende su camino
el mudo peregrino que endulza el llanto en arte.
Imita el agua,
imita el sol,
tiene requiebros
en su corazón.
Imita el alba,
imita Amor,
cuando amanece
bajo el calor.
Sigue los pasos
de un meteoro
que se desliza
en cielos de oro.
¿Adónde lleva
ese tesoro?
Imita el agua,
imita el sol,
ata su enagua
y su griñón.
Un rayo entra,
luego se va.
Imita el cielo,
imita el mar.
Detrás del velo
de ese cristal,
las hojas vienen,
luego se van,
y se intercambian
entre los árboles
saltan y juegan,
libres están.
Qué desastre de canción,
me lo dije mentalmente,
y así lo repito yo,
tres veces y lentamente.
¡Dioses dadme, por piedad,
algún verso y armonía,
para que no pueda dar
al lector más tropelías!
Y si el poeta desdeña
lo que le dicta el lector,
hágale usted el favor
de echar al fuego más leña.
Decíale el caballero
a la noche consejera
«Loco estoy, alma viajera,
maldita pasión que entero
me hace temblar, desquiciada
la mente, ¡divina amada!
Yo la adoro, ella me miente,
me desdeña, yo la amo,
y ella mi locura siente
y la reenvía a su amo.
Atormentado en exceso,
Noche, mi corazón siento,
arde mi deseo y beso
los ojos de mi tormento
soñando para tortura
de mi pobre entendimiento,
y caigo, noche serena,
en esa abismal locura
que conocieron en pena
las almas, ¡adiós cordura!
¡Adiós amada!, os adoro
buen ángel, estad segura
con vuestro corazón de oro,
yo parto lejos de aquí.
Y si la muerte me llama,
Noche, ¿qué más me da a mí?
Llámeme ella si lo quiere,
muerto en vida, ¿qué me pierdo?
Tan sólo adorar pretendo,
mas la pasión tanto hiere
que es esto vivir muriendo
con el único consuelo
de saber que allá en el cielo
juntos los dos estaremos
puesto que un alma no quiere
a otra con tanto ardor
por una vana razón.
Adiós, cruel corazón
que rechazaste mi amor,
Noche serena, terror
la muerte me hizo sufrir
mas hoy ya no siento nada
que a quien no responde amada
no sabe por qué vivir.»
Y así hablaba el desdichado
cubierto entre oscuras sombras,
y ante las mudas tinieblas,
dijo una voz: «Loco, nombras
al Amor tan insensato,
está tu mente con nieblas
y tu juicio mentecato,
¡parte y no vuelvas jamás!»
«¿Quién habló?» exclamó, aterrado,
girando con aspavientos
buscando acaso un fantasma.
«¡La Muerte!» exclamó, espantado,
y lidiando sin aliento
contra espectros invisibles
hacía gestos terribles
cual de manicomio un loco.
«¡La adoro!» exclamó, perdido,
desplomándose en el suelo,
«Dime, muerte, que si muero,
ella también me amará».
Deliraba el pobre loco,
oyendo voces, llorando:
«Venga la muerte… ¡la toco!
¡ahí está, me está mirando!»
Yo quiero entender la vida,
la gente y la sociedad,
por qué está mi mano asida
a ellas con tanta ansiedad.
Siento la vida divina,
siento la gente, tan sólo
a la gente que es amiga,
pero no a la sociedad,
esa sociedad amarga
que hoy me aterra de verdad
como una flecha enemiga
que mata y cree no matar.
¡Bella es la vida! Me invita
a alegremente gozar
de todas sus maravillas
¿quién las quisiera dejar?
Mas en cuanto ven mis ojos
cómo viven los demás,
ya despiertan mis enojos
al ver que todos son cojos,
no saben abrir los ojos,
ricos mas locos están.
¡Bella es la vida! Ya trina
el ruiseñor en la aurora,
¿quién, entonces, no imagina
y no deja, en buen hora,
la realidad que no existe,
impuesta ficción que viste
deshonra, vicio egoísta,
absurdos huecos? ¡Ficciones!
La sociedad las pasiones
ridiculiza, el amor
vuélvese obra de teatro,
y en fin la vida trastorna
confundiéndolo en un báratro
y pudiendo ser mejor.
¿Quién pudiera vivir menos
viviendo en ficción total?
Y viendo mis mundos, pienso:
¡Más ficción es lo real!
Decidme si me equivoco…
Yo sé que no: todo es cierto,
y aun lo dijeran los muertos
si nos pudieran hablar.
Al alba vi que volvía
en el sinuoso camino
mi desdichado destino
el amor que me quería.
Con gabardina venía,
con paraguas y sombrero
de copa negro, y ligero
andar de joven guerrero.
Años se pasó en ausencia
«¿dó estuviste? —Predicaba.
—¿Dó predicabas? —En Francia,
en Rusia y en Alemania,
¿tú qué has hecho? —No he hecho nada
sino esperar a que vuelvas,
me dejaste enamorada,
y mataste lo que era.
—Ya he vuelto, alma querida,
enfermo de amor, he sido
uno de esos anarquistas
que no lo son más que hablando,
pero por fin he aprendido
a vivir: amar lo es todo,
que nada hay en esta vida
como el amor he sabido,
y la libertad se cobra
de lo que amar se ha podido,
perdona mi ausencia, amada,
perdona mi joven llama,
perdí mi razón de vida,
hoy he venido a cobrarla.
—¿Por qué tanto tiempo? —Estaba
loco, mi razón, me explica,
creía salvar el mundo
con la pluma y una pica,
mas dime cuenta, al perder
mis amigos, que mi fe
se perdía, y entendí
que en el mundo no hay más fe
que lo que alcanza a vivir;
después de tanto suplicio,
sin una cama ni un vicio,
¡amor mío! —exclamó entonces—
dame una oportunidad,
que si fuiste enamorada
quizá otra vez lo estarás,
tuyo soy, alma, te ofrezco
todo cuanto soy: te quiero,
y si muero,
quiero morir junto a ti.»
¡Qué dulce es oír el fuego
de las palabras de amor! …
Más dulce es sentir su juego
en el propio corazón:
¡Cómo destellan sus ojos
de viva y loca pasión!
Todo en él grita socorro,
todo en él amor tormento
de sus turbios pensamientos,
de su efusivo delirio,
sincero espíritu, es:
¡Cómo fue su sufrimiento…!
Late su corazón… Miento:
parece un loco tambor:
Tiene miedo, en un momento,
se caerá, como hace el viento,
cuando una racha pasó.
Como una vela se apaga,
y su trémula mirada
parece esperar en vilo
la vida, su amor, o nada.
Y con profunda pasión
surgió de nuevo la llama,
dile yo toda mi alma
con un beso de mi amor.
Dile viento, dile fuego,
y su alma brotó otra vez,
cayósele el sombrero
e, intenso, sobre mi beso
él posó un beso a su vez.
Y en ese ferviente abrazo
vi su vida transcurrir:
desde que nos despedimos
hasta que nos reencontramos
tampoco alcanzó a vivir.
¡Dejad, nefandos humanos,
a nuestros enamorados!
Impulsivo amor que late
en corazón inocente
es un tesoro gigante
sin riquezas que lo igualen.
Cándida estrella que tu lumbre dora
las aguas que en la tierra aún reposan,
¿por qué tu endeble vida desenlosan
los rayos de oro de un sol que aun te llora?
Que cerro un día fuiste, y hoy leyenda,
palabra extraña que al amor enfada,
alma inocente, lumbre desdichada
que se apaga en un beso y una prenda.
Yo a tu templo imperial fui algunas veces
a probar en silencio poder verte,
mas mostrando tu faz, vi yo tu muerte
rondar entre las sombras… Ya amaneces.
La noche rueda. Las nubes se tejen.
Los árboles murmuran, se entrelazan
sus ramas y sus hojas se descalzan
silbando como pájaros fugaces.
Y entanto que descubren tu presencia,
las flores titubean, se estremecen
sus pétalos, se cierran, y humedecen
las hierbas altas las tierras salvajes.
Paloma atenta a las ternuras buenas,
cariñoso y alegre pajarillo,
cantas de noche, callas con el grillo,
sin locas penas.
Alumbras, ¡oh fantasma de inocencia!
mi turbia mente de poeta loca
y humilde hablas por mi propia boca
dando a mi verso tu grata presencia.
¡Ángel de nubes! Espacial cometa,
dulce recuerdo de mi poesía,
lóbrego fin tu sino, vida mía,
te espera, mortal llaga de saeta.
¡Alumbra! Pon tu luz en mi memoria,
viste mi pluma con pasión… no olvido.
Dame tu luz, fantasma, tú que has sido
para mí de mis sueños la ilusión:
aparta sol demente, sombra das
al nido verdadero, vete en paz,
que el arcoiris, entre oscuridad
y luz, sabrá guiar un corazón.
Ser inasible que me abre el camino
por do quier que mis versos quieran ir,
pasan volando sobre el pergamino
deseando salir.
Paloma atenta a las ternuras buenas,
cariñoso y alegre pajarillo,
cantas de noche, callas con el grillo,
sin locas penas.
¡Y cuán distinto su fantasma piensa
al mío! Cuán distinto es su destino.
Mas como yo estoy loca, son divino
me inspira: y yo acojo cuanto es fuerza
que acoja en mi desquiciada mente:
alivio de mi sueño
es hablar con fantasmas, sean dementes
o sean de mi estrella dulce dueño.
¡Ruiseñor!
Amigo mío,
¿dónde y cuándo se murió?
El amor que más quería
me dejó muerta de amor.
Ave poeta,
amigo,
¿desde cuándo se perdió?
La luz me cegó los ojos,
¿mas desde cuándo partió?
¡Poeta amigo!
Las alas
bates en la blanca aurora.
Aconséjame, te pido,
porque yo perdida estoy.
¿Qué pereza, adormecida,
divina luz, te atormenta?
Con un sopor amarillo
contra la madera, lenta-
mente te acuestas mecida
por alegres pajarillos.
¿Qué letargo te entretiene,
blanca luz de la mañana
que te hace sentir galana
en la nueva alba que viene?
¿Qué delirio te adormece,
murmura lánguidamente
junto a tu oído, y se pierde
entre un suspiro que empieza
y otro suspiro que muere?
Inspiras rayos de sol,
y expiras entre la nieve
de sus blandos almohadones,
buscando acaso razones
para alumbrar mientras duerme
la princesita de Albión.
Si es que vienes, luz amiga,
luz del alba,
luz dormida,
a despertarla, ¡detente!
Sueña la princesa un sueño
que le ilumina el semblante,
y no quiero, no, lucero,
que tan pronto se levante.
Amaina tu lumbre, endulza
tu fulgor, vuelve a dormirte,
mejor se sueña a oscuras
porque la realidad miente,
observa a nuestra princesa
cómo sueña que está presa
de un dulce amor sonriente.
Sus tirabuzones de oro
sobre su rostro pueril
extiéndense en rededor
sobre el nevado cojín:
¡Ah! tras las cortinas blancas
está la luz vaporosa
esperando a que la hermosa
abra sus ojos de abril.
Abrióse el cielo en mi corazón frío
tal vez impávido observó lo que había dentro
creyendo ver más niebla, hasta el centro
pasó con su luz vaga y tenue brillo.
A solas en brumosos interiores
abrí mi tierra a la verdad del día,
mas el día no supo ver si había
luz en mis nebulosos estertores.
¡A Dios! Nube que arriba en un lamento
sube y se va volando como vino,
dejando sueños y quitando aliento.
Bajo el hechizo y letargo divino,
No tornará mi suerte con el viento,
ni volverá al papel tal desatino.
Deshojó la niña
una margarita
le dijo: “¡yo quiero!”
y la arrojó al viento
de la mañanita.
La buscó en la tarde.
No la buscó en balde:
Salió al poco tiempo
junto a un caballero,
volando adelante.
Y él dijo: “mi amor”,
mas la margarita
ya se marchitaba,
¡oh la triste flor!
que se olvida aprisa
de la noche al alba
cuando ya la niña
no muere de amor.
Y como en otoño
las flores desnudas,
va la margarita
sin pétalos muda,
ya nunca una niña
podrá deshojarla
susurrando al alba
«¡yo quiero y me quiere!»
¡Oh tú, naturaleza de mi vida,
hogar furioso con oro caliente!
¿quién tu hermosura al admirar no siente
el éxtasis de tu luz encendida,
el gozo de tu amanecer naciente?
A adorarte han venido cinco hombres,
uno recuerda que al alba jugaba
con sus amigos, ¡y cuánto gozaba!
aunque ya no se acuerda de sus nombres,
su infancia al verte su memoria cava.
El segundo era un gordo posadero,
lleno de sentimientos en el alma,
y al contemplarte una profunda calma
siente que lo recorre todo entero,
tu luz reparadora así lo ensalma.
El tercer hombre es un hombre sin dueño,
ni tierras, ni familia, ni heredero,
camina cual errante buhonero
por los caminos que en lúcido sueño
le trazas y él te dice: «yo te espero».
El penúltimo es vago y maleante,
tiene en sus manos cosas que no le pertenecen,
mas su riqueza es pobre, sus tesoros no crecen:
tiene la bolsa rota, tal vez por un diamante,
mas te ama como nadie,
por ti sus pensamientos adolecen.
El quinto ser divierte a sus oidores.
Todos lo juzgan como a un loco en ciernes.
Y de lunes a viernes
escuchan sus poemas los pastores,
sus delirios y cantos a tu nombre,
¡oh, divina hermosura!
tu región y tu espacio cinco hombres
han venido admirar. Y la locura
perdona de sus ojos: pues son hombres
y a quererte han venido únicamente.
Brilla, brillante, como la lun-
la florecita del abedul,
se abre, despierta las demás flores,
y el aire esparce suave perfum-
¡Bella estrellita, gema morun-
de la nocturna noche sin luz
pareces, perla, vivo lucero!
Libre destellas como la lun-
Lunita plácida del abedul,
Di ¿por qué al alba muere tu luz?
¡Ay! florecita, ¡cómo sonríes
bajo la luna, la luna azul!
Ahí bajo el aura de la mañana,
bajo los fríos copos de nieve,
entre la tierra, oculta, se mueve
una canción.
Tiene los pétalos tímidos, locos,
se agita ingrávida lejos del eco,
dejan sus notas cual trino seco
un viejo amor.
Ya no contaba nada de sí,
ni de su tierra, de su historia,
ya no guardaba en su memoria
más que dolor.
Desearía contaros una historia
sobre un muchacho que vendió su gloria,
pero antes de escuchármela, si os toca,
quiero comunicaros que estoy loca,
para que, si algún día mal hicierais,
no tornarais a mí culpando a ciegas,
que en serendipia inicua puede haber
casuales hechos que os enoje ver.
Este muchacho, digo, era un mancebo
apuesto, hermoso, culto,
mas tímido en exceso.
Si oía, por la espalda, algún insulto,
cabizbajo marchaba, desdeñoso,
cada día enfermaba de este mundo,
cada día, entre sí, decía, ansioso:
«Yo no nací para entender las almas,
cada día la mente humana se hace
más misteriosa, más incomprensible,
y, ciego, yo, a la sociedad, me hundo.»
Él era hijo de un artesano pobre,
mas fue por casual suerte apadrinado
por un antiguo explotador de cobre.
Era él un mecenas poco cuerdo,
hombre quizá algún día adinerado,
que descendía de ínclito linaje,
aunque no se diría por su traje.
El viejo le pagó, dios sabe cómo,
buena instrucción y lo puso al servicio
de un actor muy famoso.
Murió el padrino, lo siguió el padre,
y el muchacho encubría su tristeza,
como encubrió rencores y venganzas,
como encubría su furia candente
frente al actor soberbio, cruel y cerdo.
A Europa dio la vuelta,
siguiendo a su amo en su cansina empresa.
Conoció a gente, vio nuevos paisajes,
nuevas culturas, mas toda la gente
era la misma: nunca la entendía.
Su amo le reñía
cada vez que lo oía
hablar con hombres cultos, estudiantes,
filósofos, y en vano
con las preguntas que el muchacho hacía
pudo buscar el joven más respuestas.
Finalmente, harto ya de oculta quina,
abandonó al borracho actor gallina,
y vagó por la tierra,
cual peregrino, buscando respuestas.
Pasaron años. Su juvenil rostro
de un vello suave se cubrió, mas nada
en su desesperado corazón cambiaba.
Y el humano y su vida y su memoria
seguía siendo un profundo misterio.
Durante un año intentó mejorar
lo que le rodeaba: fue en vano.
Durante otro año predicó insolente
sandeces que la ira le infudía.
Luego se retiró, como eremita,
y, más tarde, luchó, mas poco tiempo,
en la guerra feroz que mata a todos.
Y al fin, cansado ya, volvió a España,
y lo que no encontró en tierra extraña
esperando encontrar,
cruzó el río del Ebro,
pasó la cordillera,
y caminó por la Castilla entera.
En un pueblo, a orillas
del ancho río de Guadalajara,
cantaba una aldeana: «tres estrellas,
brillaban,
eran tres,
una para la novia,
otra para el amado,
y otra para la fe.»
El joven —pues no tenía más de treinta,
aunque él creyese su alma moribunda—,
escuchó el dulce trino de esa ave
cuyo rostro brillaba de hermosura.
Su bastón de viajar tiró a un lado
y, con súbito arranque, echó a correr,
y arrodillándose junto a las aguas claras,
buscó la llama que lo hizo arder.
Ahí estaba, en la orilla,
como él arrodillada,
acariciando el agua
y adornando las aguas
con flores de azahar.
«Tres estrellas celestes,
a la par
dos iban, y la otra
sobre ellos quiere velar.»
«Yo soy tu estrella, hermosa alma del sol»,
dijo el joven, mirándola a los ojos.
«Diez años ha que busco una respuesta,
y acabas tú de dármela, mi amor.»
¡Encontró Amor el joven! Feliz era,
casado con su dulce alma gemela.
Pasaron años. Todo era alegría.
Y él por fin de este mundo algo entendía.
Mas un día le vino a ver un conde
diciéndole: «yo sé tu inmensa ciencia,
sé que has atravesado toda Europa,
y que has hablado en todos sus idiomas.
Si vienes a mi hogar, te daré oficio,
dinero y un blasón y buena tierra.
A cambio me darás sabiduría.»
Pero el joven así le contestó:
«Sabiduría poca puedo darte,
toda la que aprendí no tiene arte,
tan sólo una aprendí, y fue en España,
en este mismo hogar que ves ahora.
No necesito tu tierra y tu bolsa,
buen conde, aunque más de uno consintiera,
yo no tengo más vida
que la que entiendo y yo no entiendo de esto:
tan sólo entiendo Amor, lo demás presto
se va y muere en misterio:
libre me veo.»
Barrabúm,
trueno y relámpago,
en el sur
tambores vagos.
Barrabúm,
¡ya viene! lenta
con la luz
una tormenta.
¡Ruge! El azul
muere, y encierran
en un alud
nubes la tierra.
¡Ay! Barrabúm,
¡Que llueve! Llueve,
de trueno en trueno, bum,
y ahora: nieve.
Dicen los vascos que apenas llueve,
van al mercado: a todo se atreven
si sirimira como lo hace
hoy nuestro cielo, pronto se siente
cómo la lluvia de húmedos dientes
muerden los rostros y se deshace
casi enseguida, evaporándose.
La lluvia flota sobre el ambiente,
la alzan los vientos, ella se tuerce,
miente las horas, y dulcemente
la tierra moja, la hierba verde.
Bajas las nubes, suelta la atmósfera
un gran silencio, donde se oye
la mar serena, la silenciosa
fina llovizna, la calma enorme.
No sopla el viento ya por el aire,
todo estancado: nada se mueve.
Por la grisácea y lóbrega calle
todos ya han vuelto a casa y llueve.
En el cielo
no se escucha
negra lucha
de tronar,
que todo está
desnubado
azulado
como el mar.
De mañana
centellea
blanca tea
al descubrir
el rocío
la luz blanca
del alba
suave de abril.
Ya cantan
aves ligeras
primaveras
nuevas mil,
y rumorea
la fuente
sonriente
y más feliz.
En la distancia
se alcanza
una danza
a columbrar
de lucecitas
divinas
piedrecitas
de cristal.
Y avanza
peregrinando
destellando
el dios Ra,
un gran arco
describiendo
corriendo
para escapar,
¡avanza!
y corre, huyendo
de toda la oscuridad.
Y de noche
las estrellas
lumbres bellas
brillarán
en un espacio
más puro
y más oscuro
junto a Yah.
Hoy, no hay nubes
en el cielo
todo el velo
es azur,
y se acerca
suave viento:
viene lento
desde el sur.
Las nubes del cielo se escapan y vuelven veloces,
deshacen sus cuerpos, se mezclan, se mueven feroces,
retruecan, disparan, ligeras, pesadas, y bailan
cual olas en una cascada cargada de agua.
¡Oh cielo! en vaivenes constantes te mueves, y haces
que el viento tu mapa dibuje, retoque, entrelazas
distantes vapores y tímidas nieblas, tenaces
escollos deformes que temen del mar las tenazas.
Son nueve las nubes que hoy pueblan los mares celestes,
la brisa deslumbra en colores y azota sus formas,
se escapan, las coge, se enfadan, y vuelven feroces:
con truenos y lluvia y más ráfagas la tierra ensordecen.
Mas luego se quedan inertes: al viento la muerte
han dado, la bóveda queda plomiza, monótona y triste.
Ya no hay movimiento, el viento está muerto, de suerte
que el mundo no vive, Jaizquíbel de luto se viste.
Ha salido el sol…
¡qué bello es sentir
su fuego y calor
y a su luz abrir
nuestro corazón!
Calor estival…
¡cuán dulce es estar
junto al manantial,
del frondoso olmo
a la sombra, ver
pastar las ovejas
y tal vez oír
zumbar las abejas,
soñando, al dormir,
que el dolor alejas
de tu buen vivir!
Ya se duerme el sol…
¡qué bello es estar
mirando a los pies
de un monte el sol
con vivo arrebol
risueño escapar
al atardecer!
Ya están las hojitas
mirando hacia el cielo
pidiendo perdón.
Lloran, ¡cómo lloran!
Y las flores todas
tienen una lágrima
en el corazón.
Y pétalo a pétalo
se alzan hacia el cielo
pidiendo perdón.
¿Pero por qué lloran?
¿Por qué alzan los ojos
hacia el albo cielo
pidiendo perdón?
También los insectos
con sus antenitas
abren sus alitas
mostrando una lágrima
en su corazón.
¿Qué ha sido del alba?
¿Qué de la alegría?
¿Cómo ya se callan
las aves divinas?
Todas, en la ramas,
silenciosas todas,
alzado su pico
silenciosas lloran.
¿Qué ha sido del mundo?
Todo ya lo cubren
las lóbregas nubes.
¿Dó está, vagabundo
viento, el día alegre,
dó el ameno y plácido
mundo que amanece?
Ha llovido. El viento
mece rama a rama
la corteza amarga
con cansado aliento.
En el aire eleva
su cantar el ave
¡oh música suave,
que el viento te lleva!
La bóveda entera
huele a nube gris,
y apenas a abrir
su corteza empieza.
¡Aupa, primavera!
Tú, dulce y ligera,
alma que renuevas
las bellas violetas,
que cantos elevas
a Naturaleza.
Tú, tierna presencia,
madre universal,
¡danos de tu esencia
de ese manantial,
un suspiro eterno
que poder cantar!
Gota a gota, brilla
matinal rocío
silencioso y frío,
¡y, a fe, es maravilla
verlo así brillar!
Rama a rama, canta
el ave a tu idilio,
¡y canta en su nido
la cría a tu santa
materialidad!
Ya la aurora
despertó,
y el azul
tímido entró,
y entanto se dora el suelo
de vivas flores de amor,
en la cúpula del cielo
aparece el dios del sol.
Es una tarde tranquila
rubia, azul, cirrosa y límpida.
La veleta con la brisa
se hincha como vela y gira,
el sol discurre aguileño
cazando sombras, y viene
cargado el aire de sueño
y de perfume sureño
que sin voluntad va y viene.
Y se mecen entre ramas
verdes estrellas volantes,
doradas por el destello
del sol en todos los árboles.
Es domingo. Aunque tal vez
me equivoque. En los misterios
pocos hay que se entrometen,
pues ¡vaya usté a saber!
Las nubes, blancas y gráciles,
nacen por donde atardece,
deshilachadas, colgantes,
mudas el viento las mece.
En alegres paseos van
las estrellitas volando
quizá la tierra buscando
antes del otoño están.
Mas, bien mirado, ¿no viene
pronto ya la primavera?
¿No viene la luz del tiempo
a renovar nuestra tierra?
Dulces árboles, robustos,
fuertes, como el mar constantes,
fuente de vida y distantes
para quien os olvidó…
Buen alma del cielo grato
que hoy un edén nos concede,
¿acaso lo que precede
olvidarás? Nunca — No.
Nunca olvidaré el invierno,
la tierra nevada, el frío
que en infierno un paraíso
quiso tornar algún mes,
ni olvidaré aquella ráfaga
que hizo temblar mi constancia
a la par que, en mi estancia,
revoloteó el papel,
llevándose el viento el verso
y lo escrito así hundido
por la lluvia, vi surgido
ante mí un fantasma cruel,
adentróse en mi conciencia,
desbarató mi prudencia,
y haciendo de mente ausencia,
fue y me engallinó la piel.
¡Amigos! grité, aterrada,
y buscando torpemente
entre las hojas, demente,
en una de ellas creí ver
—si choca al lector, disculpe—
hermosa visión lozana
que a través de una ventana
me daba al cielo, ¡ilusión!
¡De ningún modo hasta aquí
en ese turbio papel,
emborronado —sobre él
cayó la lluvia a tropel—,
mostró puerta chica ser
de la realidad! ¡Mentira!
Abandonada en mi ira,
lo hice trizas y lloré:
al mirar por la ventana
vi que la tarde liviana
moría como el papel.
¡Adiós, día hermoso, adiós!
Que te añoraré yo sé,
mas te perdono tu ida
porque yo la provoqué,
y para que vuelvas, día,
yo a tus pies te dejaré
un ramillete de flores
hasta que pienses volver.
Mas, por suerte, yo exagero,
por ser poeta extraviada
y a tiempo tener vedada
la razón por no sé quién.
Y así, pasando la tarde,
escribiendo sin perdón,
con mi peregrina mente,
he cantado mi canción.
¡Y sepa, lector, que canto
con el permiso de Dios
porque si no no cantara
por temer mi inspiración!
¡Cómo brama el viento
y repiquetea
la lluvia en violento
ruido atronador!
Despierta la niña…
—Bella luz, pequeña,
¿acaso, mi niña,
te asusta el clamor?
¡Y qué bella es!
Pero ya, despierta,
¡qué miedo, pardiez!
temblando la niña,
está de temor.
—¡No llores, hijita!
No llores, por dios,
que la luna brilla,
que no hay nubes, no,
y el trueno, lejano,
y la lluvia, amor,
lejos se han marchado,
—¿Y volverán? —No.
Lunita, amiga,
lunita, di,
¿quién te ha hecho blanca?
¿Quién? ¡Luna di!
¿Luna, por qué,
como una niña
de oro y de nácar
junto a la aurora
brillas así?
¿Y por qué el viento
te ha de empujar
hasta el sangriento
atardecer,
y blanca y pálida
tu tez dejar
truncada, inválida,
nocturna miel?
¡Ay, mi lunita,
ay, dulce amor!
¿Quién te ha pintado
tanto dolor
en tu albo rostro?
¿Quién te dejó,
di, luna, di,
con de la muerte
ese color,
y por qué llevas
en tu perfil
esa siniestra y dulce expresión?
A ser cortés me resolví mañana
empezaré de nuevo a ser de España,
turbio lugar, país y tierra extraña,
alma que el alma ¡zás! con su guadaña.
Bum. Cayó la esperanza.
Ya se ha hincado en la arena congelada
el pensamiento de ser más mañana.
Porque, en fin, soy de mi pasión ajena
cuando al chocar contra el papel se ensaña
mi sangre negra desdentada, amarga.
Dientes son, y la hierba,
y los picos de las montañas blancas.
Afilados colmillos, transparentes
torres. Quien las ha visto no se engaña.
Líbrame cielo azul de tus inviernos,
dientes fríso de hielo,
de cristal,
lívidos cuellos con espejos sordos
que abren sus puertas al país sin fuego,
telarañas que cubren una rosa,
e impiden que sus pétalos se abran.
Dulce sabor a muerte de lo eterno
y eternidad de una visión sin campos,
sin brisa, o vida, verticales, piensan.
Es, acaso, una música celeste
la que eleva a la vez troncos enormes
de hielo duradero,
y la que horizontal, y burladora,
me hace escribir mis versos sin relieve.
«¡Déjenme hablar!»
Es una voz que suspira.
La tengo dentro, ¿quién la tiene?
Dentro, intenta liberarse,
alejar las cadenas
un poquito más lejos.
Mañana haré… tengo que hacer… ¡Escucha!
La vocecita dice: Espera, piensa,
hay tantos tiempos en la vida, tantos
grilletes que chirrían,
y anillos que sisean
y besos que no dan más que prisiones.
«¡Déjenme hablar!»
Prosigue.
Su voz es diminuta. Yo la escucho.
Cierro los ojos. Sus razones vagan
por mi conciencia. Libre, como un barco
con diez cañones… Libre como el pájaro
que echándose a volar
da mil envidias a quienes se han quedado
atascados, sedientos, en el suelo.
«Déjenme hablar…»
La voz… —Pienso— ¡es tan tenue!
Parecen estertores de un pobre moribundo.
La libertad no es como una niña chica,
es un mundo infinito,
al que la gente pone, y sin saberlo, un marco,
como a los cuadros, salvo
que no hay cuadro en el centro.
¡Déjenme hablar!
Ya no habla la voz. Ya se ha callado.
Quien grita ahora soy yo.
La vida es corta: haz
lo que a ti te convenga
sin olvidar que el mundo
es un animalito
que precisa respeto, amor y odio.
Déjenme hablar…
Ya no. Hablad vosotros.
De la mar vengo
de recoger las flores.
Rosas os traigo
cortadas, madre, en mano.
El alba cambia,
las hojas otoñales
caen sobre la arena.
De la mar vengo,
de recoger las flores,
rosas os traigo
con rocío y dolores.
La lumbre dora
la nieve fría y arde
en el hogar
el fuego.
De la mar vengo, madre.
No os traigo hoy las flores,
que las rosas estaban
tristes y sin colores.
No debiera escribir
me dice mi conciencia
cuando tanto trabajo
tengo que ver cumplir.
Escribe, escribe, ahora,
que aun no te la han quitado
(la vida, la esperanza
y la felicidad).
Con estas dos conciencias
(y otras que se desdoblan
en multiplicidad)
tengo a bien que mi ciencia
es la de los que tocan
la máxima verdad.
Tiembla la torre,
los árboles se tuercen,
las tuercas se deshacen
y se condensa el aire.
Eso es lo que sentimos
cuando el sueño no quiere
dejarnos, cuando abrimos
el alma a lo que amamos
y albergamos la duda
de si es torre o es aire.
Imaginaos. Un ojo
que brilla cual diamante
difuminado en torno
de un cielo azul granate,
sobre un mundo fantástico,
con dos rocas gigantes
y un río que entre ambas
pasa, puro y brillante.
El sol ya ha descendido,
en el bello paisaje
hay ya en los celajes
colores otoñales
y vuestros ojos ávidos
liban esas imágenes
que se reflejan, bellas,
en los ojos alegres.
Ya lo tenéis delante.
Los elfos que ahí bailan
felices en las calles.
Los unicornios bellos,
las aves elegantes,
la música pausada
y las canciones graves,
el flautista que toca
sentado bajo un arce
y el sabio que no habla
pues todo no lo sabe.
¡Sí! Ya estás recordando
las dos rocas gigantes,
los elfos, las casitas,
la música silvestre.
Mas ya se hace de noche,
y estás cansado acaso,
dejemos a los elfos
y sus eternos bailes
y como el sol vayamos
a decansar que es tarde.
Imaginaos. La luna
con pico de gallina
con patas de elefante.
Imaginaos la noche,
cuando brille, ¡qué gracia,
—diremos— hoy nos trae!
Mas si así por mil años
brilla el astro, ¿qué símbolos
le darán, qué amoríos,
qué tristeza o qué sueños
le otorgarán los hombres
poetas de esos siglos?
Cuando se coge el tren
siempre se piensa (a veces)
¿por dónde irá esta vez?
Es muy desconcertante
pensar que si los trenes
invirtiesen sentidos
no llegarían tarde.
Cielo azul.
Árboles cubiertos
por polvo verde.
Con capa de hielo.
Y a medio llenos.
Mesas. Casas. Calles.
Voz de hombre sin cuerpo.
Madera con fuego
dentro.
Música chirriante
de viaje frenado,
gentes esperando
fuera.
Y caras tristonas
reservadas: voces
de gente al teléfono.
Dibujos y muros.
Llanuras sin alma.
Piscinas caducas.
¡Cerraré los ojos!
Sí, te echo de menos,
no quiero ver campos,
sino montes, ¡montes!
y cielos más bajos.
Me queda un espacio.
Buscaré en recuerdos.
Buscaré en mi vida,
quejas y derrotas,
historias remotas
y rotas memorias,
y os las daré a olas
porque los recuerdos
no son puntos solos
sino son tesoros
de un mismo baúl.
Por eso recuerdo
a una niña azul
que nada quería
porque según ella
todo lo tenía.
Era infinita.
Era cielo y alma,
todo lo veía,
y brillaba al sol,
mas cuando, ya mudo,
el día lo abandonaba,
muy triste ella quedaba
en la oscura infinidad.
Pero no pensó en pedirle
al sol que la convirtiese,
la niña, jugando, alegre,
de día vivía
de noche lloraba,
aunque a veces dicen
que de día, cuando llueve,
se acuerda de algo
y con nubes grises
así rodeada,
pálida, solloza.
Tal es el espacio,
que no acaba nunca.
Imaginaos a un mundo sin razón,
a un mundo absurdo,
en que todas formas buenas no son buenas,
en que es correcto lo malo y ridículo.
Un mundo en que personas
totalmente inconscientes y monótonas,
regañan con maldad a almas buenas,
¿por qué en el mundo hay tantas desgracias
que bien pudieran evitarse fácil?
Imaginaos a este mundo, vedlo lejos,
y despedíos de él, maldito sea.
No sé si suele ser lo que no duele
vacío y ser vacío nunca duele
o suele ser que por no ser se suele
pensar que al no ser nada no nos duele.
Quiero contar el verso bello y limpio de imperfecto,
pulirlo, amarlo, mecerlo en un rincón del paraíso,
verlo en mi corazón y darle un nombre,
enseñarle a crecer, vivir, quizá
también aprender de él y hacerlo mío,
bailarín como el viento y bello cual princesa,
altivo como un príncipe, sabio como una flor,
distante y frío cual emperador,
dulce y cálido y bueno,
si tan sólo pudiera hacerle un sueño
y compartirlo para que al fin juntos
durmiéramos los dos.
Hoy siento que soy feliz,
¿demasiado feliz?
Ayer también lo era.
Y… anteayer también.
Esta es la vida entera
que amo con amor,
esta la vida mía
que vivo con fervor.
No se oye tan siquiera
un grito de pasión
pero hay tres mil estrellas
que gritan
en mi interior.
Soy tan feliz, oh mundo,
y tan feliz estoy,
tengo la vida misma,
la quise porque es mía,
ayer, mañana y hoy.
Es tan sencilla la vida,
tan simple, tan divina,
como el agua camina,
como la lluvia cae,
como los astros brilla,
es vida, vida, y bella
como la luna espera,
crece y vuela y termina.
Hay mentes que tienen volcanes enormes,
espantan con llamas y lava palabras,
destruyen pasado y presente y se acaban
rogando a los cielos que un mar los ahogue.
¿Los oyes? Distantes, inmensos, mortales,
son unos gigantes que gritan a voces,
agarran palabras y arrancan feroces
ideas escritas que estallan letales.
Las rocas chirrían, la lava chasquea,
se raspa la tinta en corrientes ardientes
la mente se eleva, encandila y arquea,
con nuevas mareas renace y se enciende.
Y, oculta en su seno, curiosa y risueña,
asoma la obra, respira y entiende.
No es tan obvia la vida cuando piensas
que el vivir es hacer lo que el vecino,
cantar lo que sus labios ya repiten,
hacer del ojo espejo y eco hueco.
¡Tan duro es imitar!
y pensar como piensan, trabajar,
creer en lo que adoran, ocupar
el tiempo en vanos miedos, consumir
todo lo que me traigan, y reír
ante lo que no entienda, disminuir
lo trágico de mi alma, decidir
que no hay mejor camino, ¡qué decir!
Dura es la vida, dicen, aun teniendo
días de sol a sol comiendo el mundo,
gastando porque es así y necesario,
rugiendo contra un hermano, sonriendo a un asesino,
tan absurdo es este río al que hemos llegado
que uno se dice: sin duda ha de ser duro
y complicado todo en este mundo.
Y sin embargo, si uno abre los ojos,
si abre su alma, si sonríe al cielo,
y de la sociedad se aparta un poco,
verá que no hay prodigio más sencillo,
que no hay trance más simple que la vida,
la vida, nuestra vida, es agua y música.
Voy a rezar aunque no crea en nada.
Voy a deciros: yo no existo. Es sueño
todo lo que comprendo.
Voy a jurar por todos esos dioses
cuyos nombres me han saludado un día.
Voy a pensar en esos mundos frágiles
que despertaron en nuestras consciencias,
que los dioses crearon y olvidaron,
y aún no residen en ningún papel.
Voy a rezar por Ruyalé y Casbino,
por Numren, por Islimya,
por Kofayura y por la Madre Tierra.
Voy a orar por las Madres de las Luces,
y por la Esencia y por el Ave Eterna.
Todos existen y todos son sueños.
Mas, pues la vida es sueño, ya dejadme
que a todos os invita a soñar tiempo.
¿Por qué cuando poeto apilo versos,
tragándolos sin rumiar
cual carrera estrafalaria?
A veces me aburre ver rimar,
me giro hacia lo extraño,
me estalla la conciencia,
recito sin pensar,
escribo sin contar,
resisto al tiempo en pausa,
reclamo mi eficiencia,
me importa poco el canto,
el resultado es paja,
tampoco me arrepiento,
ni me parece inútil,
es baile de confianza,
palabras amorosas
que dicen en mi habla
aquí estamos y somos.
No cuento. Me desangra.
de «Sueños dorados», Unenoa Noïn, mundo de Bunterfield
Estoy paticonfusa,
mañana estaré oyendo
palabras que renacen en la brisa.
Estoy bacilenada,
cojeando por cerros
soplando un verso quebrantado y solo
¡que se perdió en mi corazón abierto!
Hoy dejo en la pintura
de esos cuadros muy viejos
un alma de poeta aceitunado;
imaginad la magia
naranja imaginada,
imaginad el suelo demimbrado;
un alfanje en la orilla atasemado.
Una blancura intacta,
trazando un cuervado círculo impreciso;
un lazo deliriorado.
¡Imaginad al grillo derrosado!
en un ayer desvaído
en un ciprés con caducas olas verdes.
Estoy, tras el contado
minuto, ante el abierto
portal. ¡Mirad la Historia
escrita en la corteza desmayada!
Nacer veo a semillas
del ala alaventada
un pactado silencio movedizo
un lugar despreciado
un talento enfermizo
en tus miradas acabadas, ¡mira!
¡Aquellos traicioneros huidores!
Ellos no me escucharon, sólo vieron
lo que sus corazones no quisieron.
Estoy desorientada…
¡Mira aquellos momentos despreciados
que yo tanto llevé en mi celda abierta!
Hay una estrella gigante
en el corazón del hombre.
No se apaga, no se explica:
no tiene sombra ni aguante.
Tiende sus puntas de luz
y las lleva a todas partes:
sobre las ramas del tiempo
y hasta las tierras distantes.
Busca a otras, les sonríe,
les da la mano y camina,
gira, salta, va y tropieza,
y al tropezar, desafina,
suspira y no siempre atina
pero entonces ríe y brinca,
destella y brilla en la noche,
se hace de día. ¡Y aún brilla!
Es una estrella que late
en el corazón del hombre.
Se oye un rumor.
¡Escucha, atiende, espera!
Ese rumor que en el desierto crece
y el viento lleva…
Despierta y parpadea. Se estremece.
La arena quema.
Se alza, corre y tantea,
¡y cómo juega!
con la tierra y la arena que la cubre toda entera.
En la distancia, se hace un paso.
Se detiene el aire,
otea y, curioso, ladea
el horizonte. Se da la vuelta y ve
que un mar de sombras le siguen la huella…
Súbitamente, grita,
se exalta, se desata.
Baila al son de una música frenética.
Las flechas y las luces lo atraviesan:
las sombras también juegan.
Al fin, baten las alas y se alejan.
El aire, sin aliento, echa la siesta.
Cierra los ojos. Sueña
que está buscando estrellas en la tierra.
Despierta al fin serena.
Vuelve, se va y retorna.
Se renueva.
Inconstante veleta
que ruge a veces y a veces susurra
y, siempre, siempre, juega.
Ha muerto dulce y verde y melancólica
la efímera que ayer llamó a mi puerta.
Era distante y muda y era hermosa.
Ha un instante la vi alzarse orgullosa
sobre el marco y ahora…
ahora, en este instante, en tu memoria,
recuérdala poeta.
Recuérdala con sus frágiles alas.
Pon en verso su historia.
Inocente y gloriosa en su pureza,
vivió y murió y dejó huella en la tierra.
Sus alas la llevaron a la puerta de un poeta…
¡gran prodigio, en verdad, nuestra naturaleza!
Para ti, alma pastora,
se abre el canto, para ti,
con una luz en la mano,
y una rosa que encendí.
En tu chimenea un alma
chispea con frenesí,
mientras que un fuego con cola
sonríe detrás de ti.
¡Y bate el ala tu pluma
sobre una lágrima! Di,
¿con qué se viste un poema,
con qué llave se ha de abrir?
Con almas en fuego y rosas
y cenizas de alelí.
¡Con fuego, música y sueños,
los versos han de partir!
Para ti, alma pastora,
se cierra el canto en abril,
con una luz en la sombra,
y un verso detrás de ti.
Por ver si el habla resucita ahora
voy a escribir tres versos y uno más,
pues si una cosa es cierta es que el poeta
hace de un verso un poderoso mar.
No necesito que me den estrellas
ni seda, ni sonrisas de alabanza:
más grata es la caricia de una idea
y aun más la pluma que la bruma alcanza.
Me dirán: ¡qué locura, qué hojarasca!
¡Escribir un poema en pos del habla!
No me condenen por ser lo que soy:
el tiempo es para mí un hostil amigo
que por así entregarse habla conmigo
y esconde, por no herirme, mi reloj.
¡Pues no lo oiré su extraño tic tac hueco!
Muy claro y con veloz y rauda danza.
Y aun en mi pluma no se agarra nada,
ni ideas, ni palabras: no la alcanzan.
No por ello me marcho ni me rajo:
¡bien terrible sería aquella chanza!
Que pues siendo yo gawalt de cuidado
ni por asomo pierdo la esperanza.