Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

25 La humillación

Su rostro estaba extremadamente pálido. De su boca, salían dos hilillos de sangre seca. Y su pecho estaba vendado completamente, ocultando la herida.

Arrodillada junto a la cama, intercambié una mirada silenciosa con Spaw. El templario parecía muy impresionado por lo que le había sucedido a Drakvian. Al entrar en la habitación, había mascullado entre dientes: “Maldito Shargu.” Y ahora, sentado contra un muro, parecía sumido en sus pensamientos.

Lénisu, Spaw y Wanli habían vuelto de cazar hacía unas horas y el Mentista le había hecho beber a la vampira todas las presas hasta la última gota. “Necesita sangre para que la herida se cure”, había explicado en voz baja. Márevor Helith lo había reemplazado durante un buen rato para tratar de acelerar la curación de Drakvian y, agotado por haber utilizado tanto el tallo energético, Alal se fue a dormir. Como ya había anochecido, los demás no tardaron en imitarlo tras una cena frugal. Lénisu había salido, quién sabe si porque esperaba que Néldaru regresase o qué. Tras una breve indecisión, había visto a Wanli y a Miyuki salir a su vez, y adiviné que nuestra compañía les causaba aún cierta aprensión.

Aryes abrió la puerta, entró y la volvió a cerrar. Nos echó un vistazo, miró a Drakvian y su mirada se posó al fin sobre Iharath, profundamente dormido en su jergón después de tanto sortilegio esenciático.

Sin una palabra, cruzó la habitación y se dejó caer sobre su propio jergón. Sus mechones blancos como la nieve caían enmarañados sobre su rostro, iluminados por la débil luz de una vela.

—Deberíamos dormir —murmuró.

Asentí pero pregunté:

—¿Lénisu aún no ha regresado?

Aryes sacudió la cabeza.

Como faltaba un jergón, juntamos los dos que teníamos y tratamos de ampliarlos un poco. Sin embargo, Spaw no vino a tumbarse y se quedó sentado en el suelo, con la mirada perdida. Sólo cuando me tumbé sentí el cansancio abatirse sobre mí.

—Buenas noches —susurré.

Ambos me contestaron. Syu vino a acurrucarse junto a mí y sonreí al oír un ruido de estómago.

“¿Cuántas manzanas has comido, Syu?”, le pregunté, socarrona.

El mono gawalt abrió un ojo.

“Pff. No las he contado.”

Puse los ojos en blanco y los cerré, divertida. Al fin y al cabo, el día no había sido tan catastrófico: Drakvian iba a recuperarse, los Sombríos se habían marchado, Wanli parecía ya convencida de que yo no merecía morir, y los demonios habían llegado en son de paz, sin alarmar demasiado y sin alarmarse por la presencia de Jaixel y Márevor. Finalmente, si no venía un ejército de Shargus a cercar el claro durante la noche, podía considerarme afortunada.

Largo rato estuve dándole vueltas a la propuesta de Askaldo. La había rechazado, claro está: mi sentido común y mi espíritu gawalt me prohibían formalmente meterme en tamaña atrapadora. Sin embargo, ¿y si Askaldo conseguía que los saijits reconsiderasen su opinión sobre los demonios? ¿Y si un día pudiera yo volver a Ató? Era una posibilidad esperanzadora, aunque poco probable.

Llevaba tal vez más de una hora pensando en las mismas cosas cuando oí un ruido sutil y abrí los ojos. Spaw acababa de salir del cuarto. Fruncí el ceño, preocupada. Estaba claro que algo alteraba a Spaw. Tal vez fueran los recuerdos de los Droskyns. O tal vez no. Pasaron unos minutos antes de que oyera la puerta de entrada abrirse de nuevo y unos ruidos de botas contra la madera. Reconocí las voces cuchicheadas de Wanli y Miyuki. Pero no estaba Lénisu. Meneé la cabeza y me aparté suavemente de Syu y de Aryes. Deseaba hablar con Lénisu a solas y aquel me pareció de pronto el mejor momento. Abrí la ventana silenciosamente y salí. Había lloviznado y la hierba estaba mojada. Avancé por el claro bajo la luz de la Luna, buscando la silueta de Lénisu. Al fin, lo encontré en compañía de Spaw cerca de los manzanos que empezaban a deshojarse. Ambos parecían tan tensos como catraíndes.

Al verme llegar, se giraron hacia mí. Spaw meneó la cabeza y, sin una palabra, se dio la vuelta y se alejó con viveza. Sorprendida, lo vi dirigirse hacia el estanque. Alcancé a Lénisu y lo miré, interrogante.

—¿Qué le pasa? —pregunté.

Lénisu suspiró.

—No deberías salir de casa sola. He hablado con Néldaru: otros Shargus podrían estar buscándote.

Fruncí el entrecejo y vi que apretaba el pomo de Hilo con fuerza, como inquieto.

—Lénisu, ¿qué os habéis dicho Spaw y tú? Parece como si os hubieseis enfadado.

Mi tío se encogió de hombros y se relajó.

—No me he enfadado con él, qué ideas. Olvídate de eso —añadió, al ver que su respuesta me había dejado escéptica. Se sentó en una piedra y me invitó con un gesto a que lo imitara—. ¿Menudo día, eh, sobrina?

Resoplé.

—Así que has hablado con Néldaru —dije.

—Ajá. Volvió después de dejar a Ujiraka con Awsrik y sus dos compañeros. Volvió… a avisarme de que no podemos quedarnos aquí. Claro que era de suponer. Pero se agradece que un hombre al que has llamado amigo se comporte de veras como tal.

Hice una mueca y sacudí levemente la cabeza.

—Cuando amenazaste con matarlo… admito que por un momento creí que serías capaz de hacerlo.

Lénisu enarcó una ceja.

—Era el objetivo. Pero tú me conoces: era puro teatro. Si lo hubiese matado, me hubiera desmayado y luego me habría deprimido hasta el día de mi muerte. Pero entre los Sombríos que no me conocen tengo cierta reputación y creo que incluso Wanli dudó por un instante.

—Aun así, yo nunca le perdonaré lo que le ha hecho a Drakvian —murmuré.

Lénisu desvió la mirada, sombrío, antes de contestar:

—Cualquier saijit la habría intentado matar. Es una vampira. Néldaru no sabía que estaba con nosotros.

—Es un asesino como Ew Skalpaï —gruñí.

Lénisu alzó la mirada hacia la Luna, semiescondida entre las nubes nocturnas.

—No es igual —repuso al fin—. Néldaru ha sabido escucharme. Y creo que lo ha entendido… Aunque con Néldaru nunca se puede saber: a veces pone cara de lunático y no es fácil adivinar lo que piensa. Pero te aseguro que si hubiese querido matarte… lo habría hecho.

Asentí, recordando el golpe de revés que me había dado el esnamro con su espada.

—Lo sé.

Hubo un breve silencio. En el bosque, se oían gritos de búho y silbidos de cigarras.

—Finalmente, la idea de pedirle a Alal que viniera no ha sido tan mala —sonrió Lénisu.

Le devolví la sonrisa.

—No. Suerte que sea un buen curandero. En cuanto a lo de la Sreda…

Lénisu hizo un ademán, interrumpiéndome:

—No hablemos más de eso. Entiendo… bueno, no lo entiendo, pero trato de entenderlo y creo que tienes razón. Para ti, dejar de ser una demonio ahora sería como… dejar de ser tú misma, ¿verdad?

Sus ojos violetas me examinaron, interrogantes. Asentí sin dudarlo un segundo. Un destello burlón iluminó su rostro y me pasó un brazo fuerte por los hombros, soltando con ligereza:

—¿Sabes qué? No todo el mundo tiene a una sobrina demonio. Y la verdad es que me siento bastante orgulloso.

Me carcajeé por lo bajo y nos levantamos para encaminarnos hacia la casa.

—Lénisu —dije tras unos pasos—. Si es cierto que los Shargus siguen buscándome, encontrarán este claro enseguida. Será mejor que me marche mañana.

—Te acompañaré —afirmó mi tío.

Me tranquilizó su reacción, pero meneé la cabeza.

—No sé si deberías. Tienes una vida en Ajensoldra y me sentiría culpable si te fueras de aquí por mí. Además, te prometo que no me meteré en más líos. Aryes dijo que vendría conmigo.

Lénisu esbozó una sonrisa.

—Desde que lo vi, ese kadaelfo siempre me ha caído bien. Pero te acompañaré de todas formas. Y os dejaré en un lugar seguro.

Me mordí el labio y asentí, nerviosa.

—Cuando vuelvas a Ajensoldra, tal vez puedas… hablar con Murri y Laygra y… hablar con Kirlens. Tal vez podrías decirles que… —Tragué saliva, sin saber qué añadir. ¿Qué podía decirles Lénisu? ¿Que no pensasen que me había convertido en un monstruo? ¿Que había decidido irme lejos sin ni siquiera despedirme de ellos?

Lénisu suspiró mientras caminaba.

—Les hablaré, te lo prometo. Pero fíjate en que aún no hemos ni salido de Ajensoldra, así que no pensemos demasiado en el futuro, ¿eh? Mañana atravesaremos el bosque rumbo al sureste, pasaremos por las Montañas de Acero, iremos a Mirleria y tomaremos un barco. Y luego… —vaciló y yo me carcajeé por lo bajo, interrumpiéndolo.

—Ya será un gran avance si consigo llegar viva a Mirleria —repliqué. Lénisu hizo una mueca y sonreí—. Como dices, no pensemos demasiado en el futuro.

Estábamos casi llegando a la puerta cuando una sombra sentada en una roca del estanque atrajo mi atención. El estado de Spaw empezaba a preocuparme seriamente.

—Enseguida entro —dije.

Lénisu miró la silueta de Spaw y me echó una ojeada curiosa antes de asentir.

—Si oyes cualquier ruido extraño en el bosque, corre inmediatamente adentro.

Le sonreí con todos mis dientes.

—Te lo prometo.

Me acerqué a la roca. La luz de la Luna se reverberaba en las aguas del estanque. Spaw permanecía inmóvil, sumido en sus pensamientos.

—Er… ¿Puedo sentarme?

Me miró de reojo y asintió con la cabeza. Me senté, deseando saber qué diablos habían estado diciéndose él y Lénisu. Iba a preguntárselo cuando Spaw tomó la palabra.

—Cuando te vayas… no podré acompañarte. Al menos, no enseguida. Aún tengo un asunto que resolver.

Enarqué las cejas, sorprendida por su tono de voz. Estuve a punto de preguntarle en qué consistía ese «asunto», pero luego pensé que si no deseaba ser más explícito sería por una buena razón.

El demonio alzó la mirada y vaciló antes de añadir:

—Lo siento.

Meneé la cabeza.

—No te preocupes. Espero que no sea un asunto grave.

—Oh, no. No es un asunto de vida o muerte. No del todo. Pero… es algo que deseo resolver desde hace muchos años. —Un reflejo intenso brilló en sus ojos. Me dedicó una leve sonrisa—. Espero que te cuides, allá donde vayas. Nos volveremos a ver… de todas formas.

Inspiré hondo, súbitamente emocionada. ¡Iba a echar de menos a tanta gente saliendo de Ajensoldra! Mis ojos se humedecieron. Sin previo aviso, sentí la mano de Spaw sobre mi mejilla y sus labios cálidos contra los míos. Acallé cualquier pensamiento. Él se apartó antes que yo, dejándome anonadada y con el corazón latiéndome a toda prisa.

—Lo siento —repitió. Se pasó una mano por el pelo, alterado—. Soy un idiota. No debería… Bueno. Aryes… Yo no quería…

Levanté una mano para apaciguarlo.

—No te azores. —Tragué saliva, sintiendo aún el contacto de sus labios sobre los míos—. Si Aryes hubiese nacido lejos de Ató, seguramente yo… Bueno. No sabes cuánto me importas, Spaw.

El templario esbozó una sonrisa.

—Pues claro. Siempre seguiremos siendo como hermanos.

—Como hermanos —asentí, aunque una parte de mí hablase a regañadientes. Sentía que mi corazón empezaba a desgarrarse como un viejo trapo demasiado usado y traté de cambiar de tema—. ¿Qué os estabais contando, Lénisu y tú?

Spaw sacudió la cabeza.

—No te preocupes por eso. Deberías ir a dormir o mañana a la mañana no habrá quien te saque de la Quinta Esfera.

Hice una mueca leve pero no insistí y le devolví una sonrisa.

—Buenas noches, Spaw.

—Buenas noches. Shaedra.

Me alejé sintiendo que aún mi corazón latía anormalmente rápido. Entré en la casa por la ventana y me tumbé de nuevo entre Syu y Aryes. El mono se había hecho un ovillo y dormía plácidamente. Contemplé el rostro del kadaelfo durante unos minutos y al cabo sonreí. Como hubiera dicho Syu, no había que darle demasiadas vueltas a las cosas. Y pensando así, concilié al fin el sueño y soñé que me sentaba en una pradera y comenzaba a meditar como Srakhi Léndor Mid sobre la Paz.

* * *

Desperté cuando aún el cielo apenas empezaba a azularse, por un bufido que se oyó por toda la casa.

—¡Ladrón!

Me levanté de un bote y me precipité hacia la puerta en el instante en que Aryes e Iharath se enderezaban preguntando con los ojos semicerrados qué demonios estaba pasando. Descubrí la respuesta con una simple ojeada que me dejó estupefacta: Lénisu se abalanzaba afuera, hacia un Spaw que llevaba una espada corta entre las manos. Askaldo, Kwayat y Daorys salían del otro cuarto cuando yo eché a correr hacia Lénisu y Spaw.

—¡Spaw! —exclamé. No podía creer que hubiese sido capaz de intentar robar la espada de Álingar. ¡Era tan absurdo!

De pronto, sentí un rayo de energías atravesar el aire. Spaw dio un paso, dos pasos, y cayó de rodillas, como mareado. Giré bruscamente la cabeza hacia donde había salido el rayo de aturdimiento y vi a Márevor Helith de pie, junto al estanque.

Lénisu recorrió los últimos metros y se apresuró a recuperar su espada.

—¿Te has vuelto loco? —ladró—. ¿Spaw…? ¡Spaw!

Llegué a su altura y vi cómo Spaw, transformado en demonio, se levantaba con dificultad. Meneó la cabeza, aturdido. Sus ojos rojos brillaron como dos fuegos.

—Necesito esa espada —articuló.

No fue más explícito, pero enseguida entendí su razonamiento. Tras oírnos contar cómo Lénisu había logrado luchar contra la parálisis activando la espada, había deducido que esta absorbía la energía. Y con toda probabilidad aquella noche le había pedido ayuda a Lénisu y este se la había denegado. Y no había encontrado otra manera que la de robarle la espada…

Lénisu resopló, sarcástico.

—No podrás activarla solo, de todas formas. Además, ¿quién te dice que Hilo es capaz de salvar a Zaix? Una cosa es que ayude a mi sobrina porque es mi sobrina y otra cosa que ayude a un demonio al que no he visto nunca. Devuélveme el Corazón.

Spaw tensó la mandíbula y echó una mirada hacia los demás que acababan de alcanzarnos. Al fin, asintió, metió la mano en un bolsillo y sacó el Corazón de Álingar. Lénisu se lo arrebató de las manos con viveza.

—Sé que la espada lo liberaría —dijo Spaw—. No tenía intenciones de robarte nada, Lénisu. Pero tú eres más terco que un burro. Y llevo tantos años buscando una manera para liberar a Zaix que tu rechazo me parece crueldad gratuita.

—Crueldad gratuita —gruñó Lénisu—. ¿Y robarme a Hilo no es eso crueldad gratuita? Hilo lo es todo para mí. Me siento como si me hubieses apuñalado por la espalda.

Su comparación podía parecer algo exagerada para alguien que no lo conocía, pero, sin entender muy bien por qué, yo sabía cuán importante era la espada para él. Spaw lo miró a los ojos, agachó la cabeza y, para asombro de todos, se arrodilló ante él, realizando uno de los gestos más antiguos y también más inusuales de los demonios: le estaba suplicando a Lénisu que lo ayudase.

—Acompáñame a ver a Zaix y libéralo tú mismo —dijo con firmeza—. Y a cambio puedes pedirme todo lo que tú quieras. Cualquier cosa.

Siempre había sabido que Spaw deseaba liberar a Zaix, pero hasta entonces jamás lo había visto expresar un fervor tan intenso, como si estuviese expresando el propio deseo del Demonio Encadenado.

Lénisu abrió la boca y supe que, aunque se había quedado impresionado, distaba mucho de haber entendido el alcance del gesto de Spaw. Intervine suavemente:

—Lénisu. Acepta, por lo que más quieras. No sabes lo que significa ese gesto entre los demonios. —Lénisu enarcó una ceja, desconcertado, y yo le eché una ojeada rápida a Kwayat antes de proseguir—: Según recuerdo, el que se arrodilla suplica algo a cambio de cualquier cosa y si el otro se niega entonces el suplicante queda deshonrado para siempre a menos que se vengue. Es un asunto bastante serio y muy poco frecuente.

Spaw no pronunció palabra alguna y se quedó inmóvil, como esperando una respuesta. Lénisu carraspeó, molesto.

—El problema es que yo no soy un demonio, de modo que ese gesto no tiene ningún significado para mí y no tengo la sensación de estar deshonrando a nadie… No sé si merece la pena tomárselo todo tan en serio. Zaix seguro que está muy contento con sus cadenas. Lo siento, Spaw. No puedo prometerte nada.

El silencio se hizo pesado. Las marcas de la Sreda sobre el rostro de Spaw se volvieron aún más negras y brillantes. Estaba claro que la respuesta de Lénisu lo había destrozado y, conociendo sus impulsos, temí que estuviese a punto de cometer un error… Un súbito ruido de pasos precipitados nos llegó desde los lindes del claro y nos giramos todos, sobresaltados. Los primeros rayos de sol iluminaban ya el cielo y pude ver sin dificultad la silueta que se acercaba. Era Wanli. Con cierta sorpresa, deduje que había tenido que salir durante la noche y, por un terrible instante, temí que nos hubiese traicionado. Sin embargo, no tenía sentido entonces que hubiese vuelto, razoné. La Sombría llegó hasta nosotros, resollando.

—He ido hasta Belyac —declaró—. Están preparando una caza dentro del bosque. Son una veintena. Llegarán tal vez dentro de una hora… tal vez dos. No podemos quedarnos aquí. —Nos miró a todos y sólo entonces pareció extrañarse de la situación—. ¿Qué hacéis todos levantados? ¿Qué le pasa a ese joven? —preguntó, refiriéndose a Spaw. Sus ojos se agrandaron, alarmados, cuando vio sus marcas.

—Una hora —repitió Lénisu, sin contestar a sus preguntas—. Eso… no nos deja mucho margen. Pero espera un momento, ¿cómo así te has ido a Belyac en plena noche?

Wanli sostuvo su mirada con firmeza.

—Alguien tiene que avisaros cuando se acercan los problemas —replicó—. Y alguien tiene que solucionarlos. Voy a tratar de crear más rastros para que se pierdan mientras vosotros huis de aquí. Pero tenéis que iros ya.

Todos nos habíamos puesto nerviosos, salvo Spaw, quien acababa de levantarse con lentitud. Estaba extremadamente pálido.

—Yo puedo ayudar a algunos de vosotros —intervino de pronto Márevor.

Se acercaba con su andar esquelético y con su sombrero rojo. Al advertir nuestras miradas de incomprensión, señaló algo junto al estanque.

—El monolito —explicó al ver que aún no acabábamos de entenderlo. Entorné los ojos y creí percibir al fin un ligero filamento energético casi transparente. Ante el portal, Jaixel parecía estar reforzándolo—. Puedo hacer que lo atraveséis —continuó el nakrús—. Hasta, tal vez, cinco personas. Evidentemente, me llevo a Ribok. Y a Drakvian —apuntó—. Tengo que dejarla en un lugar seguro donde pueda descansar y reponerse del todo. Podría crear dos salidas: una que conduzca a ese lugar seguro y otra que me lleve a mí y a Ribok más lejos. Aún no he renunciado a mis gahodals —anunció con aire divertido.

Los demonios intercambiaron miradas aprensivas e incrédulas. Lénisu asintió enérgicamente, como si la idea le pareciese estupenda.

—Llévate a Shaedra. Me lo debes.

—Lo haré encantado —sonrió el nakrús—. La dejaré junto a Drakvian en mi isla. —Realizó un gesto—. Y ahora, venid todos y observad mi obra de arte.

Se dio media vuelta y se encaminó hacia su monolito. Tras una vacilación, Askaldo, Kwayat y Daorys se apresuraron a volver a la casa para coger sus pertenencias. Intercambié una mirada confundida con Aryes y luego me giré hacia Lénisu con los ojos agrandados.

—¿No pretenderás que pase otra vez por un monolito y os deje a todos atrás?

—Eso es exactamente lo que pretendo. Wanli, aún no te vayas. Te acompañaré. —El rostro de la elfa de la tierra se aclaró levemente y asintió. Dicho esto, Lénisu me dio un fuerte abrazo al que intenté sustraerme.

—Beksiá, tío Lénisu —mascullé—. Ni que fuera un adiós eterno.

Sonrió.

—Iré a Dathrun en cuanto pueda. No te preocupes por mí —añadió al ver mi expresión sombría—. A Lénisu Háreldin nunca le pasa nada.

—Esa es la mentira más grande que he oído en mi vida —repliqué.

Lénisu se carcajeó, me revolvió el cabello e iba ya a alejarse con Wanli cuando solté:

—Sé que no es el momento ideal pero… ¿por qué es tan importante para ti la espada de Álingar? ¿Es que perteneció a alguien que conoces?

Por un instante, creí que Lénisu no iba a contestar. Sin embargo, se detuvo y una sombra pasó por sus ojos.

—No perteneció a nadie que conociera. Pero contiene recuerdos de una persona que conozco. De una persona a la que amé.

Miyuki seguía con nosotros y advertí el sobresalto que le causaron sus palabras.

—¿No estarás… hablando de mi hermana? —preguntó la elfa oscura, turbada.

Fruncí el ceño, sin entender nada. ¿De qué hermana estaban hablando?

—De ella hablo —asintió Lénisu en un murmullo—. Un día, activé la espada y… no sé muy bien lo que pasó pero los recuerdos quedaron grabados en ella y se hicieron tan vivos que me pareció que ella volvía a… —Lénisu carraspeó. Tragué saliva, entendiéndolo al fin. Hilo contenía recuerdos de Kalena Delawnendel. Algo parecido al horror se reflejó en los ojos de Miyuki y Wanli se puso lívida. Lénisu hizo un brusco ademán y gruñó—. Pero qué importa ya. Vayamos a despistar a esos cazademonios y démosle la acogida debidamente. Cuídate, Shaedra. Y cuidaos vosotros también, Spaw y Aryes.

Se alejó con prisas, acompañado de Wanli. Miyuki suspiró como con tristeza y al fin nos sonrió y nos hizo un saludo dumblorano.

—Que Úrelban os proteja.

Echó a correr hacia Lénisu y Wanli. Los tres desaparecieron pronto entre la espesura. Me sentía como una cobarde aceptando cruzar el monolito mientras Lénisu se quedaba ahí. Sin embargo, lógicamente, la que corría más peligro era yo. Los cazademonios no tenían ninguna razón para matar a Lénisu. En teoría…

—Maldito sea tu tío —gruñó Spaw.

Le dediqué una mirada elocuente.

—No se lo tengas demasiado en cuenta. Estoy segura de que si sigues insistiendo, Lénisu te hará caso.

—Sí, tal vez si me postro ante él todos los días —retrucó Spaw. Suspiró ruidosamente y se esforzó por calmarse—. Pero tienes razón, no voy a rendirme. Llevo toda la vida queriendo liberar a Zaix, y lo conseguiré. Se lo debo por todo lo que ha hecho por mí. —Nos miró a Aryes y a mí con una media sonrisa—. Espero que ese nakrús sepa lo que hace con sus monolitos.

—No lo dudes —le aseguré, sonriente.

Spaw levantó una mano. Le devolvimos el saludo y, antes de alejarse hacia el bosque, nos soltó:

—¡Me volveréis a ver!

Cuando lo perdimos de vista, Aryes se puso la capucha para protegerse del sol de la mañana. Suspiró.

—Lo echaré de menos —dijo.

Me sonrojé levemente al ver que me miraba de reojo y confesé:

—Yo también.

Nos apresuramos a volver a la casa. Kwayat, Daorys y Askaldo estaban ya listos para marcharse. Iharath y Alal estaban desplazando a Drakvian para tumbarla en la litera. Al ver a la vampira despierta, me precipité hacia ella.

—¡Podría beberme un dragón! —gruñía—. Seguro que tenéis algo bebible por aquí… Tened un poco de compasión…

—Drakvian —masculló Iharath. Se lo veía profundamente aliviado al verla consciente—. Por el momento, vamos a huir. Y luego ya te encontraremos algo para beber.

La vampira le contestó con un gruñido bajo. Salieron de la habitación y yo los seguí un minuto después, cuando hube colocado a Frundis a mi espalda: el bastón estaba alegre, aquel día, y se había puesto a cantar una balada folclórica iskamangresa. El mono gawalt, en cambio, estaba más que preocupado. Acababa de dejar el hombro de Aryes para instalarse en el mío y ladeé la cabeza, intrigada.

“Syu, ¿qué te ocurre?”

“Bueno… Si he entendido bien, ¿vamos a pasar un monolito? Recuerdo que me explicaste lo que era eso…”

Puse los ojos en blanco.

“Más de una vez te lo expliqué”, le hice notar.

“Ya. Pero entonces eso fue lo que crucé yo cuando cambié de vida”, concluyó.

No pude más que confirmárselo. Entendía de sobra su miedo: yo misma no tenía unas ganas tremendas de pasar por un monolito. Sin embargo, era la mejor solución y desde luego la única si queríamos llevar a Drakvian a un lugar seguro y cuidarla. Así que me contenté con rascarle la barbilla al mono y el pétalo azul a Frundis y salí de la casa, siguiendo a los demás.

La zona junto al estanque estaba saturada de energías y Márevor Helith parecía casi danzar alrededor del monolito, optimizando cada detalle. Cuando llegamos a unos diez metros, Iharath y Alal posaron la litera. Drakvian bufó.

—Ahora tan sólo necesita reposo y beber mucho —declaró el Mentista—. No puedo hacer nada más. Será mejor que me vaya. No quisiera… que mi presencia aquí comprometiese la reputación de mi cofradía —sonrió. Adiviné un deje burlón en su voz y supuse que la reputación de los Mentistas era la menor de sus preocupaciones.

Le dimos las gracias por todo lo que había hecho por Drakvian y, desviando por un momento su atención del monolito, Márevor Helith le soltó:

—¡Alpyin! ¡Que los huesos te duren mucho tiempo!

Hicimos una mueca al oír su bendición. El Mentista esbozó una sonrisa, nos saludó y se marchó hacia el norte. Entonces, Askaldo se giró hacia todos nosotros.

—¡Bueno! Nuestros caminos se separan aquí y esta vez para un buen rato, me temo.

—Supongo que no has cambiado de opinión —intervino Kwayat.

—¿En cuanto al Desvelo? En absoluto. Es mi destino y mi sueño. Y pasar una vida sin ni siquiera intentar realizar sus sueños es una de las peores tragedias de este mundo —sonrió—. Por cierto —añadió. Rebuscó en su capa y sacó varios artefactos—. He pensado que estos objetos podrían seros útiles. —Para asombro mío, me tendió unos guantes pardos que tan sólo cubrían la parte principal de la mano, dejando libres la punta de los dedos y las garras. A Aryes le dio un pequeño reloj de bolsillo plateado. Y a Iharath una linterna diminuta. Ante nuestras miradas sorprendidas, Askaldo aclaró—: Si recuerdo bien lo que me explicó el semi-orco, los guantes están hechos con las escamas más finas y duras que tienen los dragones de tierra. El reloj es… —hizo una mueca— un reloj. Ese no lo identifiqué, porque no llevaba suficientes kétalos encima, pero probablemente tenga algún encantamiento, no me extrañaría. En cuanto a ese objeto, es una especie de linterna. No viene de la casa de Ahishu, sino de Aefna, de la tienda de un magarista muy habilidoso… aunque, la verdad, me pareció extremadamente joven para haber conseguido esta maravilla. Se trata de una linterna roja que puede alumbrar durante meses sin que se apague.

Intercambié una mirada asombrada con Aryes.

—¿Por casualidad ese magarista no sería un ternian con el pelo electrificado? —inquirí.

Askaldo enarcó una ceja.

—De hecho, es posible. ¿Lo conoces?

Sonreí anchamente.

—Es un amigo. Su sueño era montar una tienda de linternas en Aefna. Y por lo visto, lo ha conseguido. —Llevé mi mano hasta el hombro, agradecida—. Gracias por todo.

Aryes e Iharath le dieron también las gracias y tras unos saludos rápidos, Askaldo siguió el mismo camino que Alal, lleno de esperanza. Márevor Helith y Jaixel seguían completando el sortilegio del monolito y me pregunté cuánto tiempo tardarían en finalizarlo. Me giré hacia Kwayat y Daorys, intrigada.

—¿No lo acompañáis?

Mi instructor se encogió de hombros.

—Yo paso de acompañar a un iluminado —replicó. Sin embargo, esbozó una sonrisa, restándole brusquedad a sus palabras—. Ojalá su sueño se haga realidad.

Hablaba con sinceridad. Sonreí.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—¿Yo? Voy a buscar a Naura. Como ya sabes, la cambié de lugar y la dejé cerca de las Tierras Altas, pero luego comprobé que había vuelto sola al Árbol del Jadán, a las Montañas de Acero. De verdad que no sé qué hacer con esa dragona. Cualquier día me la encuentro entrando en Aefna despreocupadamente. Tal vez debería iniciar yo el Desvelo de los dragones para que puedan convivir también con los saijits. Y con los demonios.

Enarqué una ceja, sorprendida al verlo bromear con tanta ligereza.

—Te ayudaré a encontrarla —intervino Daorys, burlona—. Luego iré a visitar a mis conocidos. De todas formas, no me están esperando. Y bueno, ¡jamás en mi vida he visto un dragón! Aún recuerdo un tiempo en que decías que los dragones tenían Sreda y podían convertirse en demonios. Estabas convencido de ello.

—Y aún lo estoy —resopló Kwayat.

Los observé con curiosidad.

—Si no es una pregunta demasiado indiscreta, ¿de qué os conocéis? —pregunté.

Daorys sonrió anchamente.

—Fui su primera discípula. Te lo juro. Hizo un trabajo excelente —apuntó, señalándose con el pulgar—. Puedes estar orgullosa de tu instructor, Shaedra.

Kwayat puso los ojos en blanco.

—Será mejor que nos vayamos antes de que vengan esos cazademonios.

Daorys aprobó y echó un vistazo hacia el nakrús.

—¿Seguro que no se va a pasar todo el día construyendo ese monolito? —preguntó, preocupada.

Nos encogimos de hombros. Pensándolo bien, no descartaba la posibilidad de que llegasen los Shargus mientras Márevor seguía perfeccionando su monolito… Sin embargo, en ese instante el nakrús se giró hacia nosotros y agitó su sombrero.

—Vía libre —declaró, satisfecho.

Nos despedimos al fin de Kwayat y Daorys. Para asombro mío, mi instructor realizó hacia mí un gesto de respeto que me dejó conmovida. Se lo devolví, convencida de que él merecía de lejos más respeto que yo.

Se fueron y nos quedamos seis. Cuando me percaté del detalle, fruncí el ceño.

—Márevor, ¿por qué dices que sólo podrían cruzar cinco personas? —carraspeé.

El nakrús se llevó una mano a la barbilla, divertido.

—¿Cuándo he dicho yo eso? Se te pasó el «tal vez», querida. En realidad, no sé cuántos podrían cruzar el monolito. Supongo que seis pueden pasar, mientras yo siga concentrado. Simplemente, no quería llenar mi isla de demonios —admitió. Lo miré con los ojos agrandados, incrédula, aunque en un rincón de mi mente me alegré de que Lénisu no nos siguiese: mi tío tenía aún un problema mayor que yo, y no lograría solucionarlo cruzando un monolito. En cambio, si se quedaba, tal vez Wanli consiguiese hacer que olvidase… Tal vez.

—Pues la isla estaba llena de gatos —intervino Drakvian en su litera—. Eran puros demonios. ¡Lo que nos costó a Iharath y a mí llevarlos a Acaraus! Una pena que ya no estén en la isla —añadió, relamiéndose.

Su broma le atrajo una mirada taciturna por parte de Márevor Helith. Entre Aryes, Iharath y yo levantamos la litera.

—¿Ya está? ¿Podemos cruzar? —preguntó el kadaelfo con un hilo de voz.

Márevor Helith asintió.

—Adelante. Tratad de pasar rápido la litera para que Drakvian no se quede demasiado en el umbral.

Enarqué una ceja, preguntándome hasta qué punto era peligroso quedarse en medio del portal. Como no tenía ni idea de monolitos, decidí no reflexionar más sobre la cuestión y nos acercamos prudentemente. Jaixel pasó el primero: avanzó en el arco casi transparente y desapareció, tragado por la nada.

—Adelante —nos repitió el nakrús al ver que nos deteníamos, aprensivos.

Syu temblaba de pies a cabeza, convencido de que iba a morir.

“Descuida, Syu. Tu vida no va a cambiar: es más, vamos a volver a un sitio que conoces”, le aseguré. El gawalt, lejos de tranquilizarse, se aferró a mi cuello y hundió su cabeza en mi pelo para no ver. Me mordí el labio. “Frundis, ¿qué tal si nos cantas La tierra del sol para que nos serenemos un poco?”

El bastón se animó enseguida.

“Anda, Syu”, dijo, en medio de una estrofa. “Yo nunca he pasado por un monolito de verdad. Seguro que es emocionante.”

De lo más emocionante, pensé con una mueca. Llegamos a unos centímetros del portal.

—Jamás habías hecho un monolito de manera tan rápida —observó entonces Iharath, con cautela.

Márevor resopló.

—Soy un experto en monolitos. Se agradecería un poco más de confianza. Además, ¿quién te dice cuánto tiempo he tardado en crear este monolito? He utilizado una mágara. Adelante o me haréis perder la concentración.

Sin pensárnoslo más, nos abalanzamos dentro con Drakvian en medio gruñendo y mascullando por lo bajo. Lo último que vi antes de que nos tragaran las garras del portal fueron los ojos azules de Márevor Helith.