Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

13 Yzietcha

Anduvimos durante varias horas antes de que Madeyssa declarase que había que hacer una pausa. Habíamos llegado a un lugar donde el agua parecía un poco más clara e intentamos todos lavarnos un poco aunque, sin lugar a dudas, quienes más lo necesitaban eran Madeyssa y Kahisso. Cuando estos acabaron de asearse, descubrí con cierta sorpresa que Madeyssa tenía el pelo de un rosa brillante. Su rostro de bliaco, mitad humano mitad belarco, era pequeño y tenía el color de la corteza de un joven paeldro. Me echó una mirada directa al ver que la observaba.

—¿Y bien? ¿Aún no recordáis nada? —preguntó Lénisu, con educado interés.

Madeyssa, sin perder su expresión orgullosa, negó con la cabeza.

—Nada. Pero es normal si consideramos que alguien nos atacó por la espalda y nos golpeó la cabeza con algo.

—Eso no fue lo que pasó —negó Kahisso.

—¿Y tú qué sabes? —retrucó Madeyssa—. No me gusta tu teoría sobre energías y tú lo sabes.

Kahisso resopló y la miró con cara aburrida.

—Mady, reflexiona un poco. Sé que es duro vistas las circunstancias, y sé que te preocupas por lo que les haya podido ocurrir a los demás, pero pensemos con claridad.

Madeyssa hizo una mueca testaruda pero al cabo suspiró, rendida.

—Bien, tú piensas que hay algo, en esta ciénaga, que nos ha hecho perder la memoria por un instante. Está bien, admitamos tu teoría. ¿Y luego? ¿Qué harías, oh poderoso celmista?

—Soy curandero, no perceptista —replicó Kahisso—. Ni tampoco soy un Mentista.

Percibí la sonrisilla de Lénisu.

—Bien —intervino mi tío sin perder la calma—. Decidme, ¿cuántos raendays erais?

Madeyssa parecía estar a punto de contestar que eran asuntos que no le incumbían, pero lo pensó mejor.

—Cinco. Yo, Kahisso, Wundail, Imarada y Minimaw.

Enarqué una ceja.

—¿Y Djaira?

Madeyssa, sin extrañarse de que la conociese, resopló y para asombro mío soltó:

—Esa mujer está enferma desde hace varios meses…

Kahisso la interrumpió con un gesto vivo; la fulminó con la mirada y controló su expresión al ver la cara que ponía yo. Que Djaira estuviese tan enferma me sorprendía mucho, y más que Kahisso no me lo hubiese mencionado la última vez que nos habíamos visto en el camino entre Mirleria y Aefna.

—Está mejorándose —aseguró el raenday—. En un momento parecía que no mejoraría, pero ahora está mucho mejor. Y no se trata de una enfermedad, Mady —gruñó. Me miró con sinceridad—. Fue un veneno. Algo debió de morderla mientras estábamos en las Tierras Altas. Era un veneno muy lento. Pero mortal. Pagué el remedio con Wundail. Y ahora está mejorando —repitió.

—Está mejorando desde hace ya dos meses, Kay —le dijo la bliaca con un aire curiosamente más suave—. De todas formas, está claro que no va a morir. A Djaira no la mata ni el mordisco de un tigre de nieves.

No insistí en el tema, sabiendo que debía de ser doloroso para Kahisso hablar de ello. Al fin y al cabo, Djaira era un poco como una hermana mayor, o casi como una madre para él y para Wundail. La recordé, con su pelo pelirrojo y su carácter más bien huraño pero simpático en el fondo… Inspiré y escuché a medias la conversación. Hablaban de la dirección a tomar. Kahisso y Madeyssa estaban totalmente obsesionados con la idea de volver exactamente al sitio donde les había ocurrido la desgracia. Era casi un comportamiento masoquista, pero entendía que era la mejor forma para encontrar a los demás raendays.

Nos pasamos las siguientes horas chapoteando en el barro, perdiendo el norte y dando rodeos, o eso me pareció. Vimos grandes arañas peludas y coloridas que, según había leído yo en los libros, no eran venenosas, pero no dejamos de ser prudentes por ello. Aún no tenía que ser mediodía cuando un grito desgarró el aire pesado de la ciénaga. Y casi enseguida oímos inesperadamente algo que se parecía mucho a una carcajada.

Nos consultamos todos con la mirada, suspensos. Sin una palabra, Madeyssa echó a correr hacia un sentido, que podía ser el bueno como ser del todo equivocado. Kahisso soltó una imprecación por lo bajo y se apresuró a seguirla. Lénisu suspiró.

—A este paso no vamos a salir vivos ni en sueños.

Tuvimos que ponernos a correr para no perder de vista a Madeyssa y a Kahisso. Ahuyentamos varios pájaros que se habían posado en un islote seco, entre dos matas de cañas, bajamos una pequeña ondulación repleta de arena y cruzamos una charca muy poco profunda pero totalmente enfangada. Syu se agarraba a mí, mascullando por lo bajo, mientras Frundis nos acompañaba con una ópera de dos voces.

Acababa de pasar por debajo de un arco formado por bambúes cuando divisé una forma blanca agazapada detrás de una planta de anchas hojas. Me paré en seco. Drakvian se empotró contra mí y fue un milagro que no me desplomase en el barro.

—¡Shaedra…! —protestó la vampira, resoplando. Se le había deslizado el embozo y se lo volvió a poner con rapidez.

—Perdón —me disculpé. Me apresuré a mirar de nuevo hacia el lugar que me había llamado la atención… y comprobé que la silueta se había esfumado. Fruncí el ceño—. Esto no me gusta.

—Y a quién le gusta —replicó la vampira con un ruidoso suspiro.

Retomó la carrera y la seguí con una sensación extraña.

“Hay algo raro por esta zona”, les dije a Syu y a Frundis. “Me recuerda un poco al Mausoleo de Akras. O a la Torre de Shéthil. Pero no es igual. Es como si…” Callé, sin saber cómo expresar lo que sentía. Syu se puso aún más nervioso si cabe.

“Yo también siento que algo no va bien…”, me confesó, rebulléndose.

“Y yo también”, apoyó Frundis con tono quejumbroso, dejando aparte su ópera. “Tengo la impresión de estar cubierto de barro hasta los pétalos.”

Puse los ojos en blanco y los agrandé casi de inmediato cuando, al desembocar en una especie de claro cubierto de arena y rodeado de cañas, vi a Lénisu con la espada desenvainada cortándole el paso a Madeyssa.

—Sabía que no erais de fiar —escupió Madeyssa.

—Al contrario —replicó Lénisu bajando muy levemente la punta de su espada—. Deberías fiarte más de mi sentido común. Corriendo como lo haces, a ciegas y sin la más mínima prudencia, no vas a llegar muy lejos, créeme. Entiendo que estéis todavía algo afectados mentalmente, pero estamos en la ciénaga de Zafiro y, no sé vosotros, pero yo no me he metido aquí para morir precipitándome en la casa de una gorgona.

Hice una mueca de espanto al oírlo hablar de gorgonas. Había pensado en los basiliscos y en los anfigusanos, pero no en las gorgonas. El grito de Syu me sobresaltó.

“¡Ahí!”

Volteé, justo a tiempo para ver desaparecer una silueta que se asemejaba mucho a los saijits.

—¿Lo has visto? —murmuró Spaw, junto a mí.

Asentí varias veces con aprensión. Al menos no era una hidra, pensé, tratando de ser positiva. Sin embargo, obviamente, aquella silueta tampoco era un raenday perdido…

—Sé lo que hago —replicó en ese instante Madeyssa—. Aparta ese arma, chaval. Sé lo que hago —repitió—. Esta ciénaga tampoco es tan peligrosa. Y tengo pensado encontrar a mi gente hoy mismo… —Se interrumpió de pronto y soltó un grito señalando con el índice algo metido en el cañaveral. Lénisu se dio la vuelta con viveza; sin previo aviso, Madeyssa lo atacó por la espalda y le propinó un fuerte puñetazo en la cabeza. Tuve la impresión de haberlo recibido yo. Atónita, vi a Lénisu derrumbarse en la arena, inconsciente. Necesité apenas un segundo antes de recobrar mi movilidad y soltar una maldición. Frundis y Syu bufaron, indignados, al tiempo que yo me abalanzaba hacia la raenday con la clara intención de darle su merecido.

—¿Pero te has vuelto loca? —gritaba Kahisso, agarrando a su jefa del brazo para tratar de apartarla de la espada de Lénisu. Entendí que, irónicamente, Madeyssa tenía intención de robársela sin saber siquiera que era una reliquia.

Sin embargo, apenas tuve tiempo de avanzar unos pasos antes de que, sin aparente explicación, la bruma se intensificase a una velocidad espeluznante. En unos segundos, quedé como ciega.

—¿Qué…? —jadeé.

Estalló un sonido estridente, seguido de voces difusas. Me paré en seco sintiendo que se me helaba la sangre en las venas.

“Os lo dije”, susurré mentalmente. Algo o alguien nos estaba atacando.

—¡Drakvian!

Era la voz de Iharath.

—¡Mil brujas sagradas! —imprecó Aryes, chocándose contra mí—. ¿Qué demonios está pasando?

Ni me dio tiempo a contestarle que no tenía ni idea. Bruscamente, tuve la sensación de estar rodeada de nada, como si la bruma, el ruido, todo se hubiese desvanecido de repente. Como si me hubiese muerto. Tan sólo seguía sintiendo la mano de Aryes sobre mi brazo, la calidez de Syu sobre mi hombro y la madera de Frundis en mi mano… Y tuve la impresión de que pronto no sentiría nada de nada. Me entró el pánico.

—¡Aryes! —intenté gritar, sin atreverme a moverme—. ¡Spaw! ¡Lénisu!

No lograba oírme, me di cuenta, aterrada. Percibí el lamento de Syu por vía del kershí y traté de consolarlo. ¿Qué diablos estaba pasando? Un sinfín de posibilidades más terribles las unas que las otras empezaron a desfilar por mi mente. Estaba imaginándome que nos acababan de atacar unas plantas carnívoras paralizantes cuando Frundis soltó un grito sorprendido:

“¡Son armonías!” Estaba entusiasmado. “¡Son ilusiones, Shaedra! Pero muy muy bien hechas. ¡Es una pasada! ¡Mirad, escuchad!”

Sus palabras me dejaron perpleja por unos segundos. ¿Armonías?, me repetí, mirando a la nada. Y entonces lo vi. De hecho, ahí, pegado a mí, había un trazado; un trazado que me envolvía toda entera, como si las ilusiones me hubiesen metido en una especie de saco. Resultaba que, tal como lo afirmaba Frundis, el trazado estaba pero que muy bien conseguido. Y con toda probabilidad, aquellas ilusiones no se habían creado solas.

“Frundis, ¡ayúdame!”, le pedí, agarrándolo con más fuerza.

Intenté buscar cualquier defecto para empezar a destruir la ilusión armónica, que inconscientemente me paralizaba. Tenía que haber un defecto, me repetí. Y no debía de ser imposible deshacer la ilusión. Al fin y al cabo, ¿no se suponía que era lo que mejor se me daba?

Tras unos instantes, conseguí desestabilizar lo suficiente la ilusión para ver un poco de lo que me rodeaba: Aryes había caído de rodillas y parecía estar totalmente perdido; Spaw, unos metros más lejos, con su daga roja en mano, hacía muecas silenciosas como si estuviese luchando contra sí mismo; y, de pie, a unos escasos metros, se erguían varias siluetas esbeltas desconocidas, vestidas con túnicas coloridas y cortas. Incluso me fijé en que una de las siluetas recogía la espada de Lénisu con sumo tiento, antes de que la ilusión volviese a fortalecerse y a cortarme del mundo.

“¡Frundis!”

“¡Hago lo que puedo! Pero…” Las armonías exteriores ahogaban las suyas casi por completo y tan sólo pude pillar la palabra «fantásticas».

“Frundis”, gruñí. “Esas malditas criaturas nos están atacando, ¡deja ya de entusiasmarte y acabemos con esto!”

Un sonido apagado de trompeta aprobadora me respondió. Me quedé así durante unos minutos, luchando contra las armonías, el pánico y la incomprensión. ¿Quiénes eran esas siluetas? Parecían saijits, pero ¿qué podía hacer un grupo de armónicos en la ciénaga de Zafiro? Una idea del todo extraña me volvía repetidamente en mente y agrandé los ojos al pensar en ella con más detenimiento. Sólo conocía a dos personas capaces de crear ilusiones tan poderosas, capaces hasta de ahogar las armonías de Frundis. Kyisse y Nawmiria Klanez.

Resoplé mentalmente.

—Nixes —pronuncié.

Por un instante, la ilusión se desgarró de nuevo y conseguí ver la expresión sorprendida de un hombre que se situaba muy cerca de mí… demasiado cerca. Entorné los ojos, luchando contra el mareo: definitivamente, no era fácil luchar contra unas ilusiones tan realistas. Tenía la sensación de haberme quedado sin mundo: no oía nada, no veía nada, no olía nada… Resultaba más que desconcertante. Sin embargo, cuando alguien pretendió quitarme el bastón me enteré fácilmente, gracias a Frundis: el bastón emitió un bufido amenazante y lo así con ambas manos, adoptando una pose defensiva.

—Sois nixes —repetí. Y tanto que eran nixes, no me cabía ya ninguna duda de que lo fueran, aunque el hecho me llenaba de asombro. ¿No se suponía, según Sib, que habían desaparecido de Ajensoldra? Por lo visto, no era el caso. A menos que me equivocase del todo y que las personas que había divisado tan sólo fueran ilusiones también y que hubiésemos entrado simplemente en una zona alucinógena o quién sabe… Reprimí un gemido quejumbroso. ¿Por qué nos habíamos metido en esa ciénaga?

Sólo entonces me di cuenta de que me estaba moviendo. ¡Estaba avanzando! Me detuve en seco y la persona que me cogía del brazo, aquel mismo hombre de pelo plateado que me miraba con cara preocupada, dijo algo en una lengua que no entendí. Seguí intentando desgarrar la ilusión para ver más allá, pero era, más o menos, como estar luchando contra el agua. Syu temblaba sobre mi hombro, escondiendo su rostro contra mi cuello. Tensé la mandíbula y escudriñé la bruma densa, buscando a los demás, sin verlos. ¿Adónde nos llevaban aquellos malditos nixes? Por un momento, se me ocurrió empezar a dar bastonazos a diestro y siniestro, pero luego recapacité: no era plan de enfurruñarlos, tampoco; a lo mejor sus intenciones no eran malas… pero bien sabía que, aunque Nawmiria Klanez tuviese buen corazón, eso no significaba forzosamente que todos los nixes de la Tierra Baya lo tuvieran.

Empujada por el nixe, seguí andando. Uno de los puntos positivos era que no parecían atreverse a quitarme al bastón. Sin embargo, ninguno de mis intentos por deshilachar las ilusiones surtió efecto: cada vez que deshacía una, alguien volvía a componerla segundos después. No podía jugar a ese juego contra unos nixes, me percaté, desesperada. Ahora me daba cuenta de lo poderosas que podían ser las armonías: estaba segura de que mis demás compañeros debían de sentirse del todo perdidos, atrapados en una burbuja que inhibía cualquier percepción del exterior. En un momento, pensé en las Trillizas y me imaginé más que sentí el peso de las tres bolas metidas en un bolsillo de mi túnica. Se suponía que canalizaban la energía y multiplicaban el efecto. Pero, aun olvidando el hecho de que tan sólo las había utilizado una vez, me preguntaba si era sabio arriesgarse a sacarlas a la vista de todos para que me las arrebatasen antes de que consiguiese hacer nada; mejor era esperar al momento oportuno…

—Por el amor de Ruyalé, soltadnos —lancé de pronto sin pensarlo mucho. Conseguí oír mi voz pese a que todo, en el aire, parecía querer inmovilizar cualquier onda. Sentí mis ojos llenarse de lágrimas y parpadeé con rabia—. O al menos explicadnos adónde nos lleváis y por qué nos tratáis así —insistí. Me detuve, súbitamente decidida—. No tengo nada contra los nixes. Es más, tengo a dos amigas que lo son. Pero si seguís acribillándonos a ilusiones, podéis estar seguros de que no me voy a dejar matar así como así. Soy Shaedra Úcrinalm Háreldin —gruñí.

“¡Así se habla!”, aprobó Frundis con una ráfaga de guitarra para rematar mi amenaza. Syu, en cambio, estaba demasiado espantado por el vacío que parecía envolvernos como para darme ánimos.

Nadie me contestó. Me empujaron de nuevo hacia delante. Volví a luchar contra las armonías y creí distinguir, entre la bruma que se deshilachaba, una especie de sendero. No sé cuánto tiempo estuve así, avanzando sin notar nada y sin oír nada más que la música tranquilizadora de Frundis. El caso es que, cuando ya sentía que el tallo energético empezaba a consumirse peligrosamente, alguien me detuvo; la burbuja armónica en la que me habían metido desapareció y me encontré cara a cara con una mujer de pelo rubio y ojos dorados que me resultó curiosamente familiar. Se desprendía de ella la misma aura indefinible que poseía Nawmiria.

Antes de que tuviese tiempo de preguntarle nada, se puso a hablar en abrianés, con un acento tan acusado que me costó entenderla:

—Has dicho que conocías a dos de los nuestros.

Enarqué una ceja y eché una mirada a mi alrededor. La bruma seguía siendo densa, pero mis oídos percibieron ruidos de pasos y susurros. Syu, retomando poco a poco una respiración normal, observó a la nixe con ojos desconfiados. Asentí, pensando que al menos aquella nixe parecía querer conversar.

—Así es. —Resoplé—. ¿Por qué nos habéis atacado?

La mujer rubia frunció el ceño.

—Nosotros no hemos atacado. Sois vosotros los que habéis entrado en nuestro territorio —explicó con evidente dificultad—. ¿Cómo conoces a los nixes? ¿Y por qué pasar por aquí? Este no es un lugar para saijits.

—Ya —carraspeé—. El caso es que nos dirigimos hacia el oeste. Nos hemos encontrado con otros dos saijits que andaban perdidos y a los que vosotros, según deduzco, atacasteis y trastornasteis la cabeza. —La nixe hizo una mueca y palidecí al ver que su silencio lo confirmaba.

—Los saijits sois peligrosos y lo sabemos —afirmó—. Ningún saijit que nos ve debe salir de esta ciénaga acordándose de nosotros.

Reprimí sin conseguirlo un mohín de repugnancia y aprensión.

—¿Y cómo os las arregláis? —pregunté con un hilo de voz.

—Con una planta —explicó sin aparente impaciencia—. Nosotros os conducimos lejos de aquí. Y entonces, utilizamos la planta y olvidáis nuestro encuentro, y sólo nuestro encuentro. Y ahora, contesta. ¿Quiénes son esos nixes de los que hablas? Jamás hemos oído hablar de otros nixes en la zona.

Entendí que mis palabras habían despertado vivamente su interés, pero me costó un rato asimilar lo que me acababa de afirmar con tanta tranquilidad: iban a drogarnos. ¡Iban a hacernos perder la memoria!

Me agité nerviosamente. Los ruidos de pasos se alejaban, y por consiguiente mis compañeros también, pero tenía la impresión de que otros nixes nos espiaban desde muy cerca, tras esa maldita bruma. Y decir que Nawmiria pensaba que ya no había nixes en la Tierra Baya… ¿Cuántos podían estar viviendo en aquella ciénaga? Decenas, por lo visto.

—¿Y si os juramos que no diremos nada a nadie sobre vosotros? —sugerí con esperanza. Antes de que la nixe contestase nada, añadí—: Como ya he dicho, sólo conozco a dos nixes. Una es una niña y la otra es su abuela, Nawmiria Klanez.

Oí unos murmullos de voces a mi alrededor y me tensé.

—Una Klanez —susurró la nixe, muy sorprendida—. Pero… según la leyenda, la familia vive en los Subterráneos —objetó.

Meneé la cabeza, preguntándome si contestándole de manera amable conseguiría que los nixes se apiadasen de nosotros.

—Vivía —la corregí—. Nawmiria fue la última nixe en vivir en el castillo de Klanez, con su esposo, Sib Euselys. Se marcharon a la Superficie. Y tienen una nieta, Kyisse… Yarim, quiero decir. Mis compañeros y yo encontramos a la niña sola, en los Subterráneos, hace un año, y la salvamos —apunté, insistiendo en las últimas palabras—. Ahora está con sus abuelos.

Y viendo lo eficaces que eran los nixes con las armonías, ya no me cabía duda de que Nawmiria Klanez era del todo capaz de proteger a Kyisse…

La nixe siguió haciéndome preguntas: que si cómo sabía que Nawmiria era una nixe, que si la niña era nixe del todo o sólo a medias… Su actitud parecía haberse vuelto más amigable y me pregunté si, a fin de cuentas, no conseguiría convencerla para que nos dejase marchar y nos liberase de sus hechizos. Sólo cuando le hube contestado a unas cuantas preguntas se me ocurrió una idea desconcertante.

—No tendréis intenciones de ir a buscarlos, ¿verdad?

La nixe se encogió de hombros con un movimiento ágil; pero no contestó. Carraspeé, molesta, y proseguí:

—Porque si esa es vuestra intención, os juro que no os diré dónde se esconden hasta que no nos hayáis dejado fuera de la ciénaga sin utilizar esa planta de la que hablas. Lo juro —repetí.

Creí ver las comisuras de sus labios levantarse ligeramente.

—Me temo que no estás en condiciones de negociar —observó.

La fulminé con la mirada.

—Sigamos —declaró—. Por cierto, ya que tú has dado tu nombre, me veo obligada a darte el mío, aunque lo olvides pronto: mi nombre es Yzietcha.

—Descuida, no lo olvidaré —le repliqué entre dientes.

Sonrió mientras se daba la vuelta.

—Lo dudo.

Casi acertó.