Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

11 Decisiones y confianzas

—¿Hacerles creer que me ha desposeído un Mentista? —exclamé, anonadada—. ¿Y cómo? ¿Te vas a hacer pasar por un Mentista tú, Lénisu? ¿Y quién te creería? No quiero ser pesimista, pero tu plan es un poco flojo.

Lénisu posó las manos sobre sus rodillas, meditativo.

—Te aseguro que lo he pensado detenidamente.

Resoplé y desvié la mirada hacia las altas copas de los árboles. Llevábamos toda la tarde andando bajo un sol de plomo y había sido un alivio para todos poder disfrutar al fin de un poco de sombra en ese bosquecillo de paeldros. Y sólo ahora Lénisu se decidía a revelarme en qué consistía exactamente ese «plan» en el que albergaba tantas esperanzas. Más o menos yo había entendido que pretendía hacer que todo volviese a la normalidad: que yo pudiese volver al Ciervo alado como si nada y retomar mis patrullas o qué sé yo. Sin embargo, ahora me enteraba de que su intención era pedir la ayuda de un Mentista para simular una suerte de exorcismo y probar así a quienquiera que yo ya volvía a ser una saijit común y corriente. Era una verdadera locura, aunque viniendo de Lénisu nada podía extrañarme.

Di unos pasos agitados por la hierba. El sol del atardecer se infiltraba a través del frondoso bosque, iluminando los troncos y las hojas. Aún quedaba tiempo para que estas se tornasen pardas y rojizas. Era curioso ver cómo la naturaleza podía ser tan indiferente ante los problemas incomprensibles de los saijits. Parpadeé, me detuve y me giré.

—Es meterse en la boca del dragón —determiné.

Lénisu se levantó y se acercó a mí como si estuviese tratando con un gato asustadizo.

—Shaedra, no te azores. Ya te he dicho que es sólo una posibilidad. Pero es la única opción que tenemos para que todo vuelva a ser como antes. Si no funciona, entonces… tendrás que salir de Ajensoldra. —Sacudió la cabeza con aire sombrío—. Prefiero no pensar en ello. En fin —esbozó una sonrisa consoladora—: Menudo dilema, ¿eh?

Resoplé y reflexioné sobre sus palabras.

—Tampoco necesitaría irme tan lejos… —murmuré al fin—. Y es obvio que no me apetece marcharme, pero ¿qué otra opción tengo… aparte de confiar ciegamente en un Mentista que tal vez resulte ser un cazademonios? —Solté un resoplido afligido y me dejé caer encima de una gruesa raíz—. Odio tener que tomar decisiones tan difíciles.

Lénisu sonrió y se agachó junto a mí.

—La vida está llena de decisiones difíciles —dijo con aire sabio—, y quien no se arriesga a tomarlas… no vive.

Volvió a levantarse antes de declarar:

—Vayamos a cenar. No es bueno tomar grandes decisiones con el estómago vacío, te lo digo yo.

Le devolví la sonrisa y lo vi alejarse entre los árboles hacia donde se habían instalado los demás. Tamborileé contra la raíz con una mano y me di cuenta de que había sacado las garras. Las volví a meter con un suspiro y levanté la cabeza al oír un crujido de ramas. Syu apareció corriendo tranquilamente por la hierba; se detuvo ante mí, me miró con bigotes trémulos y puso los ojos en blanco.

“¿No estarás preocupándote por algo?”

Sonreí y negué con la cabeza.

“No me preocupa tener que tomar una decisión. Lo que me preocupa son las consecuencias que puede tener esta decisión”, confesé. Marqué una pausa y le miré al mono gawalt con curiosidad. “Dime, Syu. ¿Qué harías si tuvieses que elegir?”

El mono entrecerró un ojo, sorprendido.

“¿Me lo preguntas a mí?”

“Sí. Imagínate que te encuentras en un bosque. Y que de repente le has pegado fuego sin querer…” Me mordí el labio. “¿Qué harías? ¿Intentar apagar el fuego o irte solo a buscar otro bosque más seguro aunque totalmente desconocido?”

Syu se sentó lentamente sobre la hierba y se sostuvo el mentón con pose meditativa. Al fin, sacudió la cabeza.

“Me iría a otro bosque”, decidió. “El fuego quema demasiado rápido para que un gawalt pueda apagarlo.”

Aprobé, ensimismada.

“Tienes razón, Syu, sería lo más juicioso. Además, en Ajensoldra existe un proverbio que dice que el miedo quema más rápido que el fuego.”

Syu rió mentalmente.

“Lo que se está quemando es la liebre que ha cazado Drakvian.” Saltó sobre mi hombro y agitó la cola. “Frundis le está enseñando su obra maestra a Spaw”, me informó.

Esbocé una sonrisa. Conociendo a Spaw, sabía que Frundis no se quedaría a falta de cumplidos. Le rasqué la barbilla al mono y me levanté con más energía.

* * *

Aquella noche, soñé con que iba tranquilamente paseándome por un prado florido. Aparecía Ew Skalpaï y yo echaba a correr pero avanzaba tan lento que el maldito me alcanzaba. Su voz me perseguía. Al principio no entendía lo que decía pero luego, a medida que se iba acercando, logré oír sus palabras. “¿Qué honor puede tener un demonio?”, preguntaba. El tono era tranquilo pero frío. Muy frío. “¿Qué honor puede tener un demonio?”, repetía, cada vez más cerca. Yo estaba a punto de retrucarle si acaso un asesino podía tener honor cuando súbitamente él me agarraba del brazo con fuerza. “¡La muerte es poco para monstruos así!” Antes de que todo se convirtiera en una verdadera pesadilla, aparecía Kyisse de la nada y con un simple ademán expulsaba al cazavampiros como si se hubiese tratado de una ilusión armónica. “Asok alaná eftraráyale”, pronunciaba la pequeña en tisekwa, sonriente. A partir de ahí, dejé de soñar y dormí profunda y serenamente durante el resto de la noche… Sin embargo, cuando desperté, lo primero que me vino en mente fue la imagen de Ew Skalpaï, espada en mano, mirándome como a una aberración. Efectivamente, me dije con una mueca, ¿qué honor podía tener un asesino?

La música de Frundis, junto a mi mano, me espabiló. Me pasé un brazo delante de los ojos, bostezando, y husmeé el aire límpido de la mañana. Flotaba un agradable olor a… Abrí al fin los ojos. ¡Raíces de tugrín! Lénisu estaba asándolas sosteniendo un palo sobre el fuego. Eché un vistazo a mi alrededor y adiviné que el día sería caluroso. Los rayos de sol ya calentaban la tierra a través de la copa de los árboles. Aryes e Iharath seguían durmiendo, Drakvian observaba las raíces con cara de asco y, más allá, regresando de algún sitio, Spaw y Daorys se acercaban al pequeño fuego. Él traía algo envuelto en su capa negra; en cuanto a la demonio de la Oscuridad, ponía cara ensimismada.

—¡Buenos días! —lancé, enderezándome.

Lénisu abrió la boca para contestarme y… soltó un repentino grito agudo. Una raíz de tugrín se desprendió del palo y salió disparada lejos del fuego. Cayó, humeante, a unos centímetros de mí.

—¡Rayos y centellas! —masculló mi tío, sin dejar de agitar su mano quemada con energía. Su grito había despertado a Aryes y a Iharath y a quién sabe cuántas criaturas de la vecindad.

Drakvian lo miraba, meneando la cabeza.

—Lo que te decía: las raíces no son sanas.

—¡Ja! Que no son sanas, dice —resopló mi tío, metiéndose el pulgar quemado en la boca—. Las raíces de tugrín son de lo más sano que hay. Y además mata el hambre. En el Lago Turrils se las llama daekabuil, que significa algo así como «las fortunas del viajero», en tisekwa. —Se encogió de hombros—. Es cierto que si hubiésemos tenido un poco de arroz habría podido cocinar algo mucho más comestible —confesó. Me sonrió—: El arroz con tugrín me sale casi tan bien como la sopa de puerros negros. Shaedra es testigo.

La vampira gruñó.

—Jamás entenderé esa capacidad que tenéis los saijits para sobrevivir con semejante comida.

Spaw sonrió anchamente y se sentó junto a la vampira.

—Estoy seguro —dijo, mientras desplegaba la capa con movimientos delicados— de que si probases una de estas maravillas, cambiarías de opinión.

Drakvian puso cara de profundo aburrimiento y, al ver lo que contenía la capa, inspiré con brusquedad.

—¡Frambuesas! —exclamé.

Me reí y, antes de acercarme al fuego, recogí con precaución la raíz extraviada. Desayunamos todos juntos, exceptuando a Drakvian y a Syu, quien, con toda probabilidad, estaría explorando algún árbol. Con alivio, comprobé que Aryes parecía andar mejor y me pregunté si efectivamente las energías que poblaban la Cripta podían haber frenado su curación. En todo caso, la salud mental del kadaelfo ya no parecía peligrar… hasta que le sucediese el próximo ataque de apatismo, pensé, reprimiendo una mueca.

Habíamos acabado de desayunar y Spaw, Aryes, Iharath y yo charlábamos tranquilamente de cosas sin importancia cuando Lénisu intervino, juntando las manos con pose meditativa.

—Deberíamos movernos. Esta zona podría ser peligrosa: no andamos muy lejos de la Insarida.

—¿Puedo saber hacia dónde os dirigís? —preguntó Daorys con interés, tomando por primera vez la palabra—. Personalmente he pensado aprovechar que estoy en la Superficie para ir a visitar a unos amigos. Hace mucho tiempo que no los veo y no voy a visitarlos tantas veces como debería. Si la dirección coincide, podría acompañaros. Si no os molesta, claro.

—En absoluto —aceptó enseguida Spaw—. Los amigos de Daorys viven por el oeste, cerca de Aefna —nos explicó—. El oeste es el mejor camino y quizá el único más o menos razonable.

Lénisu miró a Daorys y a Spaw alternadamente antes de asentir.

—Es muy posible —admitió—. Sin embargo, debo avisarte, Daorys, que tal vez no hagamos más que darte problemas. Pasar por el camino queda descartado: sería tentar la suerte. Pasaremos por la ciénaga de Zafiro. No creo que Ew Skalpaï se atreva a meterse ahí solo. Y si se marcha a Ató a buscar refuerzos, el tiempo que los encuentre, nosotros ya estaremos lejos. Si los encuentra, claro, porque quién nos dice que esos dos sainals de los que nos habéis hablado no se lo han comido vivo. —Sonrió con aire fúnebre y le devolví la sonrisa, divertida.

—Podría ser, si Ga lo ha confundido con una rosa… pero lo dudo —añadí.

—Por mi parte, no le veo inconveniente a pasar por la ciénaga de Zafiro —aseguró Daorys con una media sonrisa.

Lénisu arqueó mucho las cejas.

—Ah… ¿no?

Parecía sinceramente sorprendido.

—La ciénaga de Zafiro —masculló Iharath—. Eso suena a barro y a insectos. ¿De verdad no podemos rodearla?

Spaw soltó una risita breve.

—¿Rodear la ciénaga de Zafiro? Difícil. Los Extradios son todo precipicios por esa zona. Habría que cruzar el camino por el norte y hacer un rodeo de mil demonios o subir otra vez la misma cuesta que bajamos ayer. Pero, tienes toda la razón, la ciénaga de Zafiro, entre otras cosas, está llena de barro.

—Más barro… —suspiré, desanimada. La víspera había necesitado una hora entera para quitarme el barro acumulado durante la bajada, y aun así no lo había conseguido del todo.

Iharath carraspeó.

—Disculpad mi ignorancia, pero yo, aparte de algunos sitios de Éshingra, no tengo ni idea de geografía. ¿La ciénaga es peligrosa?

—Algo —convino Spaw. Percibí la mirada curiosa que le echó al semi-elfo—. ¿Así que eres de Éshingra? Ahora que lo pienso, no me sorprende. Según me dijo Shaedra, el tal Márevor Helith vivía en Dathrun. En la academia. —Marcó una pausa—. ¿Eres celmista?

—Sí, así es. Soy magarista. Magarista bréjico —precisó Iharath, tal vez sorprendido por el vivo interés que mostraba de pronto Spaw—. ¿Así que… la ciénaga es peligrosa? —Frunció el ceño—. ¿Hay nadros rojos?

—No, a los nadros rojos les repugna tanta humedad —contestó Lénisu—. Tranquilo, la ciénaga es menos peligrosa que la Insarida. Recuerda un poco a las marismas de Acaraus, con más niebla, más mosquitos, cañas por todas partes y menos árboles. Sí, ya he tenido la ocasión de meterme en ese lodazal una vez —admitió ante nuestras miradas curiosas mientras apagaba el fuego—. Recuerdo que me acompañaba Néldaru Farbins. Unos mercenarios nos abordaron en el camino exigiendo que pagásemos una tasa para contrabandistas y como ya habíamos vendido toda la mercancía teníamos… er… bastante dinero y…

—¿Una tasa para contrabandistas? —lo interrumpió Aryes con extrañeza.

—Como lo oyes. En Belyac hay una especie de gremio que intenta o más bien intentaba monopolizar el contrabando. —Meneó la cabeza como si la idea le pareciese soberanamente ridícula—. Incluso llegaron a meterse con los Sombríos. Según me han dicho, hace un par de años el capataz del gremio fue arrestado por el Mahir de Belyac. Y resulta —se rió por lo bajo— que ese mismo Mahir compraba información por vía de unos contrabandistas Sombríos. Qué irónico, ¿no os parece?

No le pregunté si él formaba parte de esos «contrabandistas Sombríos» y me levanté para ir a recoger a Frundis.

—El caso es que nos costó dos semanas salir de la ciénaga —contaba Lénisu mientras se ponía su saco al hombro—. Me mordió una araña que tenía un veneno paralizante, ni idea de cómo se llamaba esa asquerosidad. Me quedé con una pata coja durante un mes entero. Casi llegamos a arrepentirnos de no haber pagado esa tasa. —Marcó una pausa y le sonrió a Iharath anchamente—. No te preocupes, todo irá bien —le dijo, dándole una palmada en el hombro—. Un proverbio de los Subterráneos dice que volver a pasar por un lugar donde casi te mueres trae buena suerte. Venga, espabilad. Si vamos a buen ritmo llegaremos a la ciénaga a principios de la tarde.

En ese momento, Syu apareció con las manos y los morros pegajosos de frambuesas. Echamos todos una última ojeada al campamento para ver si no dejábamos demasiadas huellas, y nos dirigimos directamente hacia el oeste.

No tardamos en salir del bosquecillo de paeldros y nos encontramos rápidamente subiendo y bajando pequeñas colinas bajo un sol cada vez más agobiante. El paisaje era más bien lúgubre, poblado de arbustos sin hojas, con ramas retorcidas cubiertas de pinchos. Syu no se atrevió ni una vez a bajarse de mi hombro y se rebullía, nervioso.

“Hay cactus y más cactus por todas partes”, gimió en un momento.

Esbocé una sonrisa. Por lo visto, el mono se había metido en la cabeza que todas las plantas con pinchos eran forzosamente cactus.

Apenas intercambié palabras con los demás, y es que hacía tal calor que preferíamos concentrarnos simplemente en avanzar. Daorys resollaba y comentó algo sobre lo bien que se estaba en los subterráneos. Iharath tampoco parecía de muy buen humor y aseguraba que a ningún habitante de Dathrun se le ocurriría viajar con tales calores.

—Menos a mí —suspiró.

Pero, sin lugar a dudas, el que más sufría era Aryes. Arrebujado en su capa, con las manos enguantadas y la capucha ocultando su rostro, respiraba ruidosamente y transpiraba a mares. Ignoraba cómo podía aguantar.

El sol estaba casi en su cenit cuando, exhaustos, le pedimos una pausa a Lénisu. Él aceptó de inmediato. Se dejó caer en la tierra seca y levantó una polvareda.

—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó Aryes, imitándolo. Antes de que Lénisu contestase, resopló, echando una mirada sombría al suelo—: Esto no es tierra, es fuego puro…

Lénisu puso cara pensativa.

—Yo diría que unas dos horas, aproximadamente —estimó—. Si seguimos a este ritmo, claro.

—Quién diría que echaría de menos el barro de ayer —suspiró Iharath.

Sonreí. La pausa duró, a decir verdad, muy poco, ya que andábamos todos con prisas por llegar. Tenía una sed horrible, pero no tardamos en vaciar nuestras cantimploras. El único que parecía algo animado era Frundis, cómo no. Sombría, yo estaba pensando que morir de sed era una de las peores muertes posibles, cuando empecé a oír un arrullo de agua. Se me iluminaron los ojos… y se me ensombrecieron enseguida cuando me percaté del artificio. Frundis rió y Syu gruñó.

“Esa es una broma de muy mal gusto, Frundis”, refunfuñé.

“Qué poco humor”, se lamentó Frundis, teatral.

Syu, asfixiado y medio atontado por el calor, resopló.

“Un gawalt tiene el humor que conviene a las circunstancias”, afirmó. “Y esto es un infierno.”

No debía de faltar mucho para llegar a la ciénaga cuando Aryes empezó a delirar. Mascullaba por lo bajo ininterrumpidamente y cuando me acerqué para intentar entender qué decía, lo oí mezclar temas y hablar del calor y de Borrasca, de Ató y del arroz, del maestro Áynorin y de su hermana… Lo cogí del brazo, preocupada, y él me sonrió con indecisión… Acto seguido, sus ojos se volvieron vidriosos y se desmayó. Conseguí de milagro evitar que se desplomase contra un arbusto e inspiré, tomando una bocanada de aire tórrido. Todos se habían detenido, alarmados.

—Debe de ser el calor —dijo Lénisu, acuclillándose junto a mí. Lo vi esbozar un gesto para quitarle la capucha al kadaelfo pero yo se lo impedí.

—Aryes no soporta el sol, Lénisu.

—Si lo dejamos así, se va a quedar seco —protestó mi tío. Echó una mirada sombría al rostro pálido de Aryes. Le dio unas palmaditas en las mejillas… y suspiró—. Lo llevaré a cuestas —declaró—. De todas formas, siento que ya estamos a punto de llegar a la ciénaga.

Lo miré con los ojos agrandados mientras cogía al kadaelfo en brazos. En un segundo volvió a posarlo y determinó, resollando:

—Spaw, ayúdame.

El demonio enarcó una ceja burlona y asintió. Entre los dos, lo levantaron, se pasaron un brazo alrededor de los hombros y comenzaron a avanzar, arrastrándolo casi.

—Genial —dijo Iharath, pellizcándose las mejillas como para espabilarse—. Lo que faltaba. Espero que si me pasa lo mismo no me dejéis tirado, ¿eh?

Drakvian le dedicó una sonrisa irónicamente compasiva.

—Descuida. Te pondremos una mantita para que no pases frío y te recogeremos a la vuelta.

Por toda respuesta, Iharath emitió un profundo suspiro difícilmente interpretable. En un momento, Drakvian y yo propusimos a Lénisu y a Spaw relevarlos, pero ambos se negaron estoicamente. Aryes avanzaba entre ellos, cabizbajo, como un peso muerto.

Tardamos aún media hora en avistar la ciénaga, desde lo alto de una colina. Estaba cubierta de una bruma curiosamente densa, pero los primeros cañaverales se veían muy nítidamente. El aire era algo más fresco y húmedo, muy húmedo. Tan húmedo que mi sed despertó de nuevo, más apremiante que nunca. Sin una palabra, empezamos a trastabillar cuesta abajo. Estábamos ya casi llegando cuando, súbitamente, Spaw se sobresaltó y estuvo a punto de perder el equilibrio y de soltar su carga. En ese instante, Aryes despertó. Agitó la cabeza y frunció el ceño al ver su extraña posición.

—¿Qué me ha pasado? —preguntó, aturdido.

Spaw se apartó muy ligeramente, como si temiese que el kadaelfo fuese a derrumbarse otra vez.

—Te desmayaste —le informó—. Hace como media hora.

Aryes enarcó una ceja muy sorprendido.

—Vaya —pronunció, mientras levantaba una mano para colocarse mejor la capucha—. Qué cosas.

Resoplé y me acerqué.

—Sí, qué cosas —aprobé—. De hecho, yo no sé si no deberías considerar la posibilidad de no volver a utilizar las energías óricas. Son un peligro.

El kadaelfo sonrió con aire inocente.

—No tanto —protestó—. Pero te prometo que seré más prudente la próxima vez.

—Eso es lo que me preocupa —repliqué—. Sé que, por lo general, eres prudente y mira cuántos apatismos has tenido ya. Prefiero no pensar cómo terminaría Spaw si decidiese convertirse en un Talvenire maestro en órica —añadí, echándole una mirada burlona al demonio.

El aludido puso los ojos en blanco y Lénisu carraspeó.

—¿Nos vamos a quedar aquí hasta que nos desmayemos todos o preferís seguir avanzando?

Sonreímos y recorrimos los últimos metros. La sombra de los cañaverales pronto nos escondió del sol.

—Aún quedan muchas horas antes de que anochezca —intervino Daorys entonces—. Podríamos avanzar un trecho dentro de la ciénaga…

—Nooo —rebatió Lénisu, escudriñando la zona—. No se mete uno en la ciénaga de Zafiro sediento y con hambre. Además, cuantas menos noches pasemos ahí dentro, mejor —determinó—. Hagamos una pausa y luego os sugiero que sigamos un poco más hacia el norte, bordeando la ciénaga. Así acortaremos el viaje.

Asentimos, cansados. Lénisu tuvo que hacer hervir varias veces el agua cenagosa en su cazuela para que pudiésemos saciar todos nuestra sed. No nos demoramos mucho y pronto seguimos andando. Teóricamente, no nos encontrábamos demasiado al sur de la Torre de Shéthil, aunque no había ni rastro de las bellas praderas que la circundaban.

—Aryes —murmuré con indecisión al verlo avanzar con paso no muy firme—. ¿Estás seguro… de que estás mejor?

El kadaelfo giró levemente la cabeza y su rostro pálido apareció debajo de su capucha.

—Seguro. Si fuese a peor, ya me habríais metido en algún loquero, créeme. Más de una vez he leído libros sobre el apatismo. Cuando te afecta de manera irreparable, jamás vas a mejor, sino todo lo contrario —aseguró.

Sus palabras me causaron gran alivio. Por un momento, quise volver a pedirle que fuese prudente con la levitación… pero me di cuenta de que de nada servía repetirle lo que ya sabía. Sin embargo, Aryes pareció adivinar mis pensamientos.

—Te aseguro, Shaedra, que sé perfectamente dónde están mis límites. El mayor problema no son las energías óricas… el mayor problema es mi mala suerte.

Sonreí anchamente.

—Qué coincidencia. Cualquiera diría que me copias mis malas costumbres.

—Tal vez suceda al revés —replicó Aryes, divertido.

Iba a añadir algo cuando un terrible grito semejante al de una arpía ronca desgarró el aire. Venía de lejos, pero eso no impidió que me sintiese de pronto como si una tropa de escama-nefandos fuese a surgir de los cañaverales.

—Rápido —murmuró Aryes, tenso—. No nos quedemos atrás.

* * *

Aquella noche, cenamos ratas de agua. Todas desangradas, por supuesto: por un momento, temí que Drakvian hubiese bebido demasiado. La vampira estaba tan enérgica que se pasó toda la cena hablando y bromeando con sus típicas bromas macabras. Nosotros ya estábamos acostumbrados, pero Daorys no y sus comentarios le arrancaron más de una mueca nerviosa.

—No le hagas caso, Daorys —aseguró Iharath—. Conozco a Drakvian desde hace años y normalmente sólo caza por necesidad. Es para mí como una hermanita algo sanguinaria —sonrió con todos sus dientes—. Mientras no le robes su Cielo, puedes estar tranquila.

Daorys enarcó una ceja, aprensiva.

—¿Su cielo?

—Cielo —ronroneó Drakvian—. Mi daga.

Daorys tragó saliva, pero a partir de ahí se relajó un poco. Y cuando Spaw le contó su primer encuentro con Drakvian, en el camino de Kaendra, sonrió. Conocía demasiado las distancias infranqueables que existían entre demonios, saijits y vampiros para no entender las reservas de Daorys. Aun así, una cosa estaba clara: Daorys era increíblemente más tolerante que Kwayat.

Aquella noche, me dormí enseguida, agotada, pese a los ruidos extrañísimos que provenían de la ciénaga. Soñé con que me había convertido en gawalt y subía un árbol infinito. Corría y saltaba de rama en rama y Syu me decía: “¡Arriba, más arriba!” Y aparecía en alguna rama, con los bigotes llenos de jugo de zooya. Entonces se ponía a tronar y un rayo fulgurante caía en el árbol, fulminándolo. Las llamas lo invadieron todo, Syu desapareció entre el humo, me puse a gritar y…

Desperté de sobresalto y resoplé de alivio al darme cuenta de que sólo había sido una pesadilla: Syu dormía apaciblemente junto a mí; la noche estaba ahora relativamente silenciosa, iluminada por la luz de la Gema; sentada un poco más arriba, en la colina que bordeaba la ciénaga, había una silueta que observaba tranquilamente la noche. Spaw, entendí.

En silencio, me levanté, procurando no molestar a Syu. Me alejé del campamento y me senté junto al demonio, pensativa.

—¿Una pesadilla? —preguntó él en un murmullo.

Asentí y se la conté por lo bajo. El demonio resopló, como divertido.

—Ese no es el tipo de pesadillas que suelo tener —confesó.

Enarqué una ceja, curiosa.

—¿Y qué tipo de pesadillas tienes tú?

Se encogió de hombros, mirando el cielo negro.

—Más realistas.

Hice una mueca.

—La mía parecía muy realista —protesté.

Sonrió.

—Sí. Pero ya sabes que nunca te vas a encontrar con un árbol infinito. En cambio, mis pesadillas son más… realistas —insistió.

Su tono grave me intrigó todavía más.

—¿Es decir? —lo animé.

—Bueno. Últimamente tengo siempre el mismo sueño. Tal vez se deba al Ciclo del Ruido —razonó, algo molesto—. Es una simple pesadilla, en cualquier caso.

Puse los ojos en blanco ante tanta vacilación y esperé pacientemente. Spaw sonrió y cambió de tema.

—Por cierto, no te he dicho que Zaix me ha hablado. Justo cuando estaba llevando a Aryes. Me ha pegado un susto de muerte. —Meneó la cabeza—. Dice… que Kwayat ha pasado por casa y que se ha marchado a buscarte. Sin duda querrá echarte una buena bronca. Aunque al menos… —sonrió de nuevo— ahora no podrá decirte que no te instruye por no querer dejar la vida saijit.

La noticia me hizo fruncir el ceño.

—¿Y se va a meter en la ciénaga?

Spaw negó con la cabeza.

—Le he dicho a Zaix que nos dirigíamos hacia Aefna. Seguramente, nos esperará ahí, o en Belyac.

Calló y adiviné sus pensamientos.

—Crees que intentará frustrar el plan de Lénisu.

Spaw alzó los ojos.

—¿Te refieres a lo del Mentista? Tal vez —coincidió—. Podría ser. De todas formas… —carraspeó.

—De todas formas, a ti tampoco te parece un buen plan —intuí.

—He… Como comprenderás, dudo mucho que un Mentista sea capaz de convencer a todo un pueblo que el demonio que hay en ti se ha marchado. Basta que unos pocos no lo crean, para crearte muchos, muchísimos problemas. Y ningún otro demonio se atrevería a hablarte por miedo a ser identificado. No es la primera vez que un demonio mete la pata —aseguró mientras me veía palidecer—, pero créeme, no pasa todos los días y esto… va a generar mucha tensión. Al final, lo que decía Lilirays será verdad: los tiempos cambian. —Sonrió amargamente y agregó—: Aun así, no seamos tremendistas. Aún te queda una opción.

Sus palabras me habían dejado con la boca seca. Bajé la cabeza hacia los cañaverales sumidos en la sombra.

—Quieres decir… ¿encerrarme junto a Zaix? —pregunté.

Spaw se encogió de hombros.

—O partir lejos de aquí. Sería lo más seguro. Y si te marcharas… te juro que te acompañaría. Y no estarías obligada a aguantar los lamentos de Zaix —bromeó.

Lo observé con los ojos agrandados y esperé que la oscuridad de la noche ocultaría mi rubor. Tras un silencio, meneé la cabeza.

—Aún no me has contado tu pesadilla.

Spaw resopló y tardó tanto en responder que creí que no lo haría.

—Bueno, si de veras quieres saberlo… —Marcó una pausa. Me miró a los ojos con una extraña emoción. Y entonces, susurró—: Sueño con que mi primera familia vuelve a por mí para matarme.

Me estremecí tanto por el sentido como por la dureza de sus palabras. Su primera familia, me repetí.

—¿Qué primera familia? —osé preguntar en un murmullo.

Spaw apartó la mirada, significándome que no quería hablar de ello. Sin embargo, ya cuando me había levantado, dijo:

—Los Droskyns. Son una Comunidad muy antigua. Y que no tiene nada que ver con los Droskyns perdidos de la Isla Coja. Nadie habla de ellos. Es, más o menos, como si perteneciese a una familia de asesinos, pero en mucho peor. Es… Bueno. —Se miró las manos con los ojos perdidos, y entonces sacudió la cabeza e hizo un vago ademán—. Lo siento. No pretendía hablar de ello. Pero estos sueños me están haciendo pensar en ellos más de la cuenta. Es historia pasada —afirmó con más energía. Sus ojos oscuros brillaron bajo la luz de la Gema y sonrieron—. Buenas noches, Shaedra.

Estuve a punto de decir algo. Y también estuve a punto de irme y dejarlo con sus pensamientos. Sin embargo, no hice ni lo uno, ni lo otro. Simplemente volví a sentarme, le cogí ambas manos y las apreté para comunicarle en silencio todo lo que no se podía pronunciar con palabras. Aunque apenas me había revelado nada, estaba claro que el pasado de Spaw no era mucho más halagüeño que el mío. ¿Desde cuándo vivía con Zaix? Según había entendido, desde muy joven, con lo cual aquella comunidad que tanto parecía haberlo traumado no había podido enseñarle nada malo, ¿verdad?

Cuando al fin me levanté y lo dejé con sus pensamientos, otra pregunta insidiosa me turbó. Si esa pesadilla era tan realista como decía que era, ¿acaso podía ser que unos Droskyns estuviesen buscándolo… para matarlo?