Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

4 Los Hijos de Shilabeth

Desperté tras un sueño agitado en el que caía y caía en un pozo sin fondo. Unos chasquidos atravesaron mi mente adormecida.

“¡Shaedra!”

El tono angustiado era apremiante y por un momento creí que se trataba de Syu, pero enseguida rectifiqué al notar la presencia bréjica.

“Zaix”, resoplé mentalmente. Esa sí que era una sorpresa. Me dolía horriblemente la cabeza y ni intenté abrir los ojos aunque notaba que ahora estaba tendida en un mullido colchón. ¿Cuánto tiempo habría dormido?

“Shaedra”, repitió el Demonio Encadenado. “Tenemos un problema. Spaw me contó lo sucedido. Ahora lo están persiguiendo. No quiero echarte la culpa, pero tienes que arreglar esto.”

Sus palabras me sumieron en una total confusión.

“¿Que lo están persiguiendo? ¿Quiénes?”

“Los guardias de Ató. Piensan que es un demonio, creo que porque te acompañó a la Isla Coja. Dime, ¿dónde estás exactamente? No consigo hacerme una idea.”

Esta vez había abierto los ojos, aterrada, sin apenas fijarme en el pequeño cuarto en el que me había metido el hobbit. Spaw, pensé estremeciéndome. Sentí que el corazón se me helaba al pensar que, sin lugar a dudas, la culpa era mía y únicamente mía. Musité débilmente:

“Creo que estoy en el pueblo de Kaarnis.”

Zaix dio un respingo mental, sorprendido.

“Vaya, y… ¿qué haces ahí, hija mía?”

Hice una mueca y me enderecé, echando un vistazo a mi alrededor. No había mucho que ver: la habitación era reducida y un cortinaje rojo tapaba la salida a modo de puerta. Se oían voces no muy lejanas. Mi cabeza me dio vueltas y volví a tumbarme. Todo el cuerpo me dolía y observé que había vuelto a mi forma de ternian. Mis brazos, cubiertos de heridas, habían sido limpiados del barro. En realidad, ya no llevaba mi túnica sino un simple camisón verde y sedoso.

“¿Shaedra?”, se preocupó Zaix tras un silencio.

“Estoy buscando a Kyisse”, contesté al fin, espabilando un poco.

“Kyisse… ¿la Klanez? Mm”, meditó mientras yo asentía. “Escucha, Shaedra. Por una vez, creo que Spaw necesita ayuda. Le dije que volviese a casa, pero él teme que sigan su rastro. Eres la única que puede ayudarlo. Nidako está a semanas de viaje, en el Mar de las Agujas, y Modori… bueno, es un investigador, no un guerrero. Si le llega a pasar algo a Spaw…”

Su temor era tan evidente que, por un segundo, creí que perdería la concentración y rompería el contacto bréjico.

“Zaix, yo…” Me interrumpí sin saber qué decirle o más bien sin atreverme a confesarle que si Spaw no lograba despistar a sus perseguidores yo no podría salvarlo. Me representé de pronto la mirada fría de Ew Skalpaï acercando la punta de su espada a la garganta de mi amigo y el horror me bloqueó por un momento la respiración. “¿Dónde está?”, pregunté.

“Huyendo de Ató. Al menos eso hacía cuando he hablado con él, hace apenas dos horas. Prométeme que lo ayudarás.”

Inspiré hondo. Aquella era tan sólo la segunda promesa que me pedía Zaix tan formalmente. Pero no podía engañarle prometiéndole algo que me sería tal vez imposible realizar.

“Haré lo que pueda, Zaix.”

“No debe ocurrirle nada”, insistió él. Noté que se retiraba, como cansado. ¿Acaso pensaba que yo tenía poderes mágicos para teletransportarme junto a Spaw y detener a un grupo de guardias pagodistas?, me pregunté, sombría.

Suspiré profundamente. Y todo era por culpa de unos odios ridículos que pervivían entre saijits y demonios. Al menos, muchos demonios habían aprendido a convivir con los saijits. En cambio, estos últimos parecían incapaces de razonar un mínimo, gruñí. Traté de no dejarme llevar por el miedo. Spaw iba a salvarse, afirmé. Tenía que salvarse.

Alguien corrió la cortina y una silueta apareció en el marco.

—¡Iharath! —solté, parpadeando por la luz.

El rostro del semi-elfo se iluminó con una sonrisa.

—Shaedra —pronunció, acuclillándose junto a mí con presteza—. Empezaba a preocuparme de que no te despertaras. Llevas tres días durmiendo.

Me quedé sin aliento.

—¿Tres días? —articulé.

—Ajá. Teb Kaarnis te ha dado un jarabe para que durmieras profundamente y te recuperaras antes.

Silbé entre dientes y me pasé una mano por las mejillas, como para deshacerme de esa modorra que no parecía querer marcharse.

—Teb Kaarnis —murmuré—. ¿El mismísimo Kaarnis me ha dado un jarabe?

Iharath asintió alegremente.

—Ajá. Y nos está hospedando en su casa. ¿Sabes? Empiezo a darme cuenta de que los demonios en realidad son muy parecidos a los saijits.

Esbocé una sonrisa.

—Me alegro. —Marqué una pausa y fruncí el entrecejo—: Pero… ¿y Kaarnis? ¿Sabe que no sois…?

Iharath posó el índice sobre sus labios para imponerme silencio.

—Kaarnis sabe quiénes somos. Pero los demás no. Según él, ya es bastante que su comunidad acepte tener entre ellos a una vampira. Aunque… ha tomado medidas para asegurarse de que Drakvian no atacase a nadie. —Suspiró, fatigado—. Ya le he dicho que era inútil, pero entiendo que no se fíe. Además, Drakvian no para de soltar bromas de mal gusto. Cuántas veces le habré repetido que la mayoría no entienden su humor. —Carraspeó y agregó—: Así que la tienen encerrada en un árbol.

Lo miré boquiabierta.

—¿En un árbol?

—Extraño, ¿verdad? En realidad, es la única prisión que tienen —explicó—. Los árboles de por aquí son muy anchos y, por lo visto, muchos están huecos por dentro y los utilizan para almacenar comida y herramientas comunes. Y uno de esos agujeros lo utilizan para cuando tienen que encerrar alguna bestia para las fiestas. Me lo intentó explicar Kaarnis. Drakvian está… de muy mal humor —afirmó mientras yo ponía los ojos en blanco ante la evidencia—. Ahora ni siquiera me contesta. Incluso escupió contra la reja para que nadie se atreviese a acercarse. Deberías hablar con ella cuando estés un poco más repuesta. A lo mejor consigues serenarla un poco.

Asentí y pregunté, ansiosa:

—¿Y Galgarrios?

—Está bien. Bueno, reponiéndose como tú. Tenía más heridas que la de la pierna y se habían infectado.

Resoplé.

—¿Y por qué no lo dijo?

Iharath se encogió de hombros.

—Como le decía Wujiri, no es bueno ser demasiado estoico. Pero está mucho mejor —aseguró—. Ahora está durmiendo. Y Wujiri también. El pobre elfo oscuro dice que está totalmente superado por los acontecimientos —sonrió—. Dice que ya no sabe dónde está el Bien y dónde está el Mal.

Le devolví la sonrisa.

—Pues ojalá se haga una idea clara del asunto —murmuré. El alivio al saber que todos mis compañeros estaban bien me devolvió un poco el ánimo—. ¿Y Syu? —pregunté al fin.

Iharath hizo ademán de levantarse mientras contestaba:

—Ha estado velándote casi sin pausas. Y ha salido hace un rato a explorar la zona. —O más bien a explorar los árboles, pensé, divertida—. Deberías descansar. Estás medio dormida.

—Por el jarabe —mascullé.

—Tal vez. Le diré a Kaarnis que deje de darte ese brebaje. Parece eficaz, pero…

—Pero un buen plato de arroz lo sería todavía más —repliqué, interrumpiéndolo—. Tengo hambre —declaré, enderezándome.

De pie junto al colchón, Iharath se carcajeó.

—No sé si tienen mucho arroz por aquí, pero tienen una especie de sémola bastante rica.

—Eso será suficiente —afirmé, levantándome—. Arrg —dejé escapar al tambalearme.

Iharath me cogió del brazo.

—No sabes el susto que nos has dado a todos cuando desapareciste por ese pozo —confesó con voz profunda, mientras salíamos de la habitación—. Te juro que pensé que te habíamos perdido para siempre.

Tragué saliva.

—Yo también lo creí.

Iharath me ayudó a sentarme en una silla, frente a una larga mesa de madera blanca. La sala estaba ahora desierta y silenciosa.

—Espera aquí, ya te traigo la comida.

Lo miré salir con gratitud y me quedé sentada muy recta en mi silla, sin atreverme a apoyar los codos sobre la mesa por culpa de las heridas. Al poco rato, oí unos susurros y pronto volvió a aparecer Iharath, seguido por el hobbit en cuya casa me había metido yo sin la menor educación. De pelo negro y rasgos duros, seguía transformado y deduje que, probablemente, se trataba de un táhmar. Me sonrió y todo rastro de severidad desapareció.

Taú kras —pronunció, realizando un saludo—. Es un placer verte al fin despierta.

Le contesté cortésmente llevando mi mano al hombro izquierdo. Y entonces la realidad me impactó. Ese hobbit…

—¿Tú eres… Kaarnis? —balbuceé mientras Iharath posaba ante mí un plato que tenía una pinta suculenta.

El demonio asintió tranquilamente y se sentó enfrente de mí diciendo:

—Soy Teb Kaarnis, hijo de Nalan Kaarnis.

Me ruboricé.

—Yo… siento haber entrado en tu casa, así, tan de repente…

Una sonrisa surcó de nuevo el rostro de Kaarnis.

—Lo cierto es que me llevé un buen susto. Afortunadamente Zanda acababa de avisarme de todo lo ocurrido y deduje que debías de ser la muchacha en apuros. No quisiera hablar de recuerdos seguramente desagradables, pero tengo curiosidad, ¿cómo así conseguiste sobrevivir a una caída mortal?

Iharath se había sentado él también y ambos me miraban con atención. Cogí la cuchara de madera y antes de tomar el primer bocado dije:

—No caí. Al menos no del todo. Encontré una especie de agujero que resultó ser un túnel muy estrecho. Fui reptando hasta que llegué a una pequeña gruta, junto a esta casa.

Engullí una cucharada y el sabor dulce de la sémola despertó del todo mi hambre. Me dediqué a comer mientras Kaarnis asentía para sí.

—Has tenido suerte, entonces. Porque de lo contrario habrías caído directamente en los arrecifes de la cascada, si no me equivoco. En fin, no hablemos más de desventuras. Ga me ha comentado que pertenecías a la comunidad de Zaix. Ignoraba que el Demonio Encadenado hubiese formado una.

Agité afirmativamente la cabeza y tragué los cereales.

—Es pequeña, pero existe —apunté.

Pequeña, y más que podía llegar a ser si alguno de sus miembros acababa quemado en la hoguera. Ese pensamiento alimentó de nuevo mis temores. Y mientras comía, me pregunté por qué diablos tenía que complicar siempre la vida de Spaw. Definitivamente, hubiera actuado con más inteligencia encerrándome junto a Zaix, Sakuni y Modori tras meterme en la cofradía de los Sombríos: de ese modo, ningún guardia de Ató estaría ahora cazando demonios. No quería pensar en lo que harían Kaarnis y las demás comunidades cuando se enterasen de que había metido la pata tan estrepitosamente.

—Según me contó la vampira, te convertiste en demonio por culpa de una poción —prosiguió Kaarnis.

—Hace tres años, exactamente —precisé—. Y sí, bebí una poción sin saber lo que era y mi Sreda se alocó.

Kaarnis parecía vivamente interesado.

—Entonces, debía de ser una poción de un alquimista demonio.

—De Seyrum —asentí.

—Mm. Dicen que es el mejor alquimista de la Superficie. —Tras un breve silencio, añadió—: Disculpa mi indiscreción pero, supongo que alguien se habrá ocupado de tu instrucción durante estos años, ¿verdad?

Terminaba ya mi plato y vacié mi vaso de agua antes de contestar:

—Por supuesto. Kwayat se encargó de instruirme.

Kaarnis sonrió abiertamente.

—Por supuesto. Ese hombre siempre me ha parecido muy especial. —Su rostro se hizo pensativo—. Lo vi una vez, hace muchos años. Recuerdo bien su rostro y su expresión. Parecía… como si se enfrentase a su pasado en una lucha interminable.

Nunca mejor dicho, pensé. Esbocé una sonrisa sombría.

—Kwayat es una persona rodeada de misterios. Por cierto, estaba riquísimo —dije, señalando el plato.

Curiosamente, la sonrisa de Kaarnis me recordaba un poco a la del maestro Dinyú.

—Entonces, lo mejor será que vuelvas al cuarto y duermas todo lo que necesites —concluyó, levantándose.

Asentí, me incorporé y lo saludé respetuosamente, alzando ambas manos hacia los hombros opuestos.

—Es un honor poder hospedarnos en tu casa —pronuncié.

El hobbit acogió los agradecimientos con un breve gesto de cabeza.

—Y para mí es un honor recibiros. Lo cierto es que, con lo que me gustan las rarezas, jamás había visto a un grupo tan abigarrado como el vuestro.

Su comentario nos arrancó a Iharath y a mí una sonrisa.

—¿Dónde está Ga? —pregunté.

—Devorando todas las flores de la caverna, seguramente —bromeó el hobbit.

—Mm. ¿Y Frundis? —dejé escapar, antes de darme cuenta de que era más que probable que no supiese quién era Frundis.

—Está en el salón —contestó sin embargo Kaarnis para mi sorpresa—. Estaba precisamente escuchando una de sus canciones. Es una persona muy curiosa. Y un amigo leal: no me ha contestado a ninguna de mis preguntas. Salvo a las que tienen que ver con la música, claro.

Me mordí el labio. No recordaba que alguien me hubiese hablado nunca de Frundis empleando la palabra «persona».

—¿Puedo… retomarlo?

Kaarnis asintió enseguida.

—Ahora mismo te lo devuelvo.

Desapareció tras una cortina y yo volví renqueando a mi cuarto seguida de Iharath.

—Buenas noches, Shaedra —me murmuró este cuando aparté la cortina roja de mi habitación—. Creo que voy a seguir tu ejemplo. La verdad es que, con estas cavernas, ya nunca sé cuándo toca dormir. A lo mejor ahora en la Superficie son las doce del mediodía. Es una extraña sensación —confesó, rascándose la mejilla.

Por lo visto, a Iharath tampoco parecía convencerle la vida subterránea, observé. Kaarnis regresó con Frundis y no tardé en darles las buenas noches y tumbarme con el bastón. Este se alegró de verme y declaró animadamente:

“Ese hobbit tiene una curiosidad admirable, aunque confieso que ya me estaba cansando intentando explicarle la técnica del contrapunto. Es increíble lo folclóricos que son en este pueblo. Al parecer, sólo tocan guitarra y tambor. No es que esté mal, pero ¿te imaginas? ¡En su vida han visto un piano! Bah, ríete como Syu”, gruñó cuando dejé escapar una risita por lo bajo. “¿Cómo te encuentras?”

Le rasqué el pétalo azul y oí unas dulces notas de flauta.

“Mucho mejor”, aseguré. Poco después, concilié el sueño y soñé con que estaba de vuelta en el Ciervo alado. Kirlens me miraba con horror y yo me daba cuenta de que estaba transformada en demonio. Salía corriendo y sólo después de haberme alejado de Ató me percataba de que había dejado a Spaw atrás. Pero entonces llegaba Márevor Helith con Jaixel y ambos lo salvaban y le daban un baúl lleno de capas verdes. Desperté riéndome a carcajadas, aunque pronto callé pensando en que Spaw seguramente no estaba en ese momento preocupándose por su capa, sino más bien huyendo de unos asesinos… a menos que estos ya lo hubiesen atrapado.

Parpadeé. Me sentía mucho más reposada y me detuve un rato a meditar. Ya que al parecer todos mis compañeros estaban bien, mis pensamientos fueron directamente a preocuparse por Spaw. Si efectivamente lo perseguían, Aleria y Akín debían de sospechar que Maoleth, Kwayat, Askaldo, Skoyena, Lilirays, Arfa y tantos otros eran también demonios. Sin duda Aleria se preguntaría por qué entonces habían acabado con la vida de uno de los suyos. Cabía esperar que entendiese que Driikasinwat y sus simpatizantes no constituían más que una parte de la población de los demonios… Pero nada más recordar el destello vengativo de Aleria al hablar de los Droskyns, empecé a dudar sobre si, a fin de cuentas, no estaría dispuesta a revelar todo lo que sabía al Mahir. Y en tal caso tenía que avisar a los demás, ¿pero cómo?

Unos súbitos chasquidos mentales me hicieron agrandar los ojos por la tremenda casualidad.

“¡Zaix!”, exclamé con precipitación. “Qué casualidad, necesito que me ayudes para avisar a otros demonios de que están en peligro…”

“¿Me hablas a mí?”, me cortó el bastón, socarrón.

Suspiré y me traté de idiota.

“Frundis, ¿a qué venían esos chasquidos?”

“Estaba componiendo”, replicó pacientemente.

“Mmpf. Buenos días, Frundis.” Lo dejé componiendo y salí del cuarto, estirándome como un mono gawalt. Enseguida una bola de pelos trepó con rapidez hasta mi hombro gritando mi nombre.

“¡Syu!”, solté con alegría, rascándole la barbilla.

El mono se alejó hasta una de las ventanas y declaró con solemnidad:

“Puesto que me dejaste atrás, sólo hay una manera de que te perdone.”

Apartó la cortina e indicó animadamente el paisaje con la mano. Me mostraba los árboles, cómo no. Sonreí.

“Empiezo a entender lo que propones. Tomo un desayuno y echamos la carrera”, le prometí. De pronto oí un golpe contra la madera detrás de mí y me di la vuelta. Al ver a Galgarrios saliendo de su cuarto con una cachava, salté de felicidad y me precipité hacia él para darle un abrazo con el mayor cuidado.

—Galgarrios, ¡no sabes cuánto me alegra verte tan mejorado! —confesé.

El caito sonrió pero enseguida adoptó una expresión afligida.

—Shaedra —murmuró, cabizbajo—. Cuando pienso que estuve a punto de matarte…

Me quedé atónita.

—¿Qué?

Él suspiró.

—Frundis se me escapó. Yo no quería soltarlo pero ya no sabía lo que hacía, perdí el equilibrio y…

—Galgarrios —lo interrumpí, exasperada—. No tienes la culpa de que me tirase en un pozo. ¿De dónde sacas esas ideas?

Mi amigo se encogió de hombros y suspiró.

—Según Iharath, Frundis estaba colgando justo encima del agujero. Por eso te caíste: porque fuiste a recogerlo. Nunca me he sentido tan avergonzado —confesó.

Lo miré con fijeza.

—Amigo mío —dije con más calma—. Si tú te sientes avergonzado por algo tan absurdo, prefiero no pensar en cómo debería sentirme yo. Deja ya de apesadumbrarte. Un gawalt no lo haría —le sonreí—. ¿Qué tal la pierna?

El caito pareció hacer un esfuerzo para retomar el buen humor y me devolvió una leve sonrisa.

—Mejor. Lo cierto es que ya no me duele.

Poco después apareció Kaarnis frotándose los ojos para despertarse y le dimos los buenos días antes de instalarnos a la mesa. El desayuno consistía en unos peces llenos de espinas que el Demonio Mayor llamó bugras rojas y que me recordaron un poco a las truchas del Trueno en más pequeño. Pronto llegaron Wujiri e Iharath, con el pelo hundido, diciendo que habían estado bañándose en el río. El elfo oscuro había quitado su armadura y su túnica de guardia. Parecía relajado y supuse, divertida, que no se sentía demasiado amenazado por los demonios. Tampoco parecía guardarme rencor por no haberle revelado la verdad sobre mi propia naturaleza.

Mientras comíamos, charlamos tranquilamente de la vida de la Comunidad de la Oscuridad. Según explicó Teb Kaarnis, la gente de ahí vivía sobre todo de fruta, pescado y cereales.

—Esta zona era una de las más ricas, en tiempos del reino de Shilabeth —contó Kaarnis, mientras nosotros acabábamos nuestros platos—. La tierra es muy fértil, los árboles dan siempre frutos y la caverna es difícil de acceso. Es raro que vengan criaturas a molestarnos. Como veis, es un verdadero paraíso —afirmó.

Sonreí al oírlo hablar con tanta convicción. Acababa ya mi última bugra roja cuando oí unos ruidos regulares afuera y alcé los ojos, extrañada.

—Esos son nuestros guardias —explicó Kaarnis, al ver que me levantaba para echar una ojeada al exterior—. Suelen entrenarse cuando no están patrullando.

Wujiri enarcó una ceja.

—¿Tenéis muchos guardias? —inquirió, intrigado.

El Demonio Mayor se encogió de hombros.

—Nueve guerreros y un maestro de armas. Seis de ellos andan fuera del pueblo. Los demás ya los conocéis, volvieron con vosotros.

Kojari, Zanda y Rayth, entendí. Curiosa, aparté la cortina de la entrada. Más abajo, en un pequeño hoyo que separaba el pueblo del bosque, Kojari y Zanda se entrenaban, entrechocando unos bastones en forma de sable con movimientos precisos y regulares. Rápidamente me percaté de que Kojari se las arreglaba mejor que Zanda aunque, habiendo observado tantos combates de entrenamiento en mi vida, no me fue difícil percibir cierta temeridad en alguno de sus movimientos. Reprimí entonces una sonrisa irónica al darme cuenta de que analizaba el combate como lo hubiera hecho delante del maestro Dinyú.

“¿Y la carrera?”, me recordó inocentemente Syu, subido a mi hombro. Asentí y me giré hacia Kaarnis, indecisa.

—Esto… ¿Puedo salir, verdad? —pregunté.

El hobbit puso cara sorprendida.

—¡Naturalmente! Faltaría más.

Sonreí anchamente, me despedí de todos y me apresuré a vestirme y recoger a Frundis antes de salir de la casa y dirigirme hacia el bosque. A mi derecha, se alineaban unas chozas de madera y roca casi ocultas tras la vegetación. Según Kaarnis, la Comunidad de la Oscuridad contaba con trescientos veintisiete miembros, pero todos no vivían en aquella caverna. Aun así, jamás había estado rodeada de tanto demonio y me daba una extraña sensación pensar que precisamente muchos de esos habitantes no habían visto a un saijit en su vida. Por eso, seguramente, no les cabía en la imaginación que Wujiri, Iharath y Galgarrios no fuesen demonios. Pasé junto a Kojari y Zanda y ambos humanos interrumpieron un instante el combate para saludarme. Retomaron la lucha, concentrados, y yo seguí mi camino sin atreverme a decir una palabra, aunque me hubiese gustado darles las gracias por haber llevado sanos y salvos a todos mis compañeros hasta el pueblo. Una vez que me hube adentrado en el bosque, Syu se puso a olfatear todas las raíces, hiperactivo. Los árboles eran inmensos.

“Esos árboles deben de medir treinta metros”, estimé, paseando una mirada impresionada a mi alrededor.

El mono gawalt señaló uno de los árboles.

“Este es el más alto que he encontrado”, me informó, entusiasmado.

Levanté la cabeza y palidecí al ver que la copa se sumía en las sombras de la caverna.

“Syu… ¿te has vuelto loco? Además, no tiene ni ramas hasta pasados varios metros”, me quejé, examinando el tronco con aire crítico.

El mono se cruzó de brazos y me contempló con sorna.

“¿Tienes miedo?”

Gruñí.

“Creía que un gawalt era más prudente.”

“Prudente en su justa medida”, rectificó Syu. “Además, un poco de aventura siempre abre el espíritu.”

Puse los ojos en blanco.

“Eso lo sacas de Frundis”, adiviné.

Syu se encogió de hombros y siguió clavando sus ojos en los míos. Su pose me pareció tan divertida que me eché a reír y desistí:

“Está bien.” Guardé a Frundis a mi espalda. El bastón murmuraba y mascullaba para sí entre acordes de violines y acordeones. “A la de tres”, declaré, sacando las garras.

Se encargó Syu de contar y salimos disparados árbol arriba. La corteza del tronco ofrecía muchos agarres y por eso sabía que en caso de apuro siempre podría hincar las garras e inmovilizarme. Llegamos pronto a las primeras ramas e íbamos a continuar subiendo cuando Syu soltó un grito de sorpresa y me paralicé. ¿Qué…?

Sentada cómodamente en el corazón del árbol, con un fruto amarillo en la mano, una ternian me contemplaba, tan sorprendida como yo. Se repuso antes. Tragó el fruto que comía y realizó el mismo saludo preciso que acostumbraba a realizar Kwayat. Era un gesto reservado a los instructores. Agrandé los ojos, extrañada, mientras le devolvía el saludo más humildemente. ¿Qué hacía una instructora de demonios subida a un árbol?

—Déjame adivinarlo —soltó con una voz pausada—. Eres la joven que apareció hace unos días en casa de Kaarnis, ¿verdad? —Asentí, sonrojada—. Mm. Entonces, tú debes de ser Shaedra —declaró—. Veo que a pesar de tus heridas ya has empezado a hacer ejercicios algo peligrosos —observó—. Mi nombre es Daorys. Oí decir que vais en busca de una spiartea de sol. ¿Es eso cierto?

Noté una pizca de burla y escepticismo en su voz y enarqué una ceja. ¿Acaso no se creía que realmente buscábamos esa spiartea? Ignoraba si era juicioso darle más detalles a esa desconocida, pero precisé:

—Técnicamente, vamos en busca de una niña que fue raptada.

—Ya, eso he oído también —meditó la instructora. Reprimí un suspiro y me pregunté qué demonios habían podido decir Ga, Wujiri e Iharath a Kaarnis para que supiesen todos tanto—. También he oído que esa niña no es una niña cualquiera. —Me miró con insistencia pero yo no despegué los labios, indecisa. Daorys tiró el corazón de su fruto al vacío con un gesto desenfadado antes de agregar—: Al parecer, es una de las últimas nixes que existen en la Tierra Baya.

Ladeé la cabeza, desconcertada.

—¿Nixes? —repetí.

La ternian frunció levemente el ceño.

—¿No andáis buscando a una Klanez? Pues, que yo sepa, los Klanez son una familia de nixes. —Me miró, incrédula—. ¿No lo sabías?

—No. Francamente, no sé ni qué son los nixes —admití, tratando de no alarmarme. Daorys se había quedado perpleja, como sorprendida por mi ignorancia. Eché una mirada a Syu. Sentado en otra rama, el mono seguía el intercambio con un interés relativo, impaciente seguramente de ir a descubrir ramas más altas.

“¿Tú sabes qué son los nixes?”, inquirí.

La mueca del mono me bastó como respuesta.

—Supongo que no es tan raro que no conozcas a los nixes —dijo al fin Daorys—. Al fin y al cabo, hay muy pocos y se esconden bien. Algunos del pueblo los llaman hadas. Pero, en todo rigor, son nixes. —Mi expresión confusa la hizo menear la cabeza—. La sainal debía de saberlo si realmente habló con los que se llevaron a la nixe… ¿Sabes dónde puede estar ahora? —me preguntó.

—Pues no —confesé, agitada—. Entonces… ¿tú crees que Kyisse fue raptada por los nixes para llevarla a su hogar?

—Obviamente es lo que parece. Lo que me pregunto es por qué un grupo tan extraño como el vuestro, perteneciente a una comunidad… —vaciló y pronunció—: tan nueva y acompañado por una vampira, anda tras una joven nixe y, de paso, va en busca de una flor de cristal. Supongo que tendréis vuestras razones —añadió sonriente mientras yo la miraba con los ojos abiertos como platos.

—¿Queé? —pronuncié—. ¿La spiartea de sol es una flor de cristal? —Por algún milagro, recordaba que las flores de cristal eran plantas rocosas subterráneas, rebosantes de energía bréjica y capaces de provocar trastornos serios con tan sólo acercarse a ellas.

Observé, aterrada, cómo Daorys asentía con la cabeza.

—En tajal se le llama spiartea de sol porque brilla en la oscuridad. Spiartea es una palabra viejísima sinónimo de «sombra». —Hizo una mueca medio incrédula medio divertida—. Veo que Ga os ha explicado todo con claridad. Tan sólo falta que nos aclare por qué diablos desea tener una flor de cristal. Los sainals a veces tienen ideas que ni los demonios podemos lograr entender —sonrió. Hizo ademán de agarrar una rama para emprender la bajada pero se detuvo y giró unos ojos verdes muy claros hacia mí—. Por cierto, Kaarnis me dijo que Kwayat se ocupó de tu instrucción. Eso, supongo, significa que se encuentra bien.

Enarqué las cejas.

—Al menos la última vez que lo vi, estaba bien —le aseguré—. ¿Lo conoces?

Daorys esgrimió una media sonrisa.

—Sí.

Con un leve gesto de cabeza se despidió y desapareció ágilmente detrás del tronco. Syu y yo nos acercamos al borde del árbol para observarla bajar. Parecía conocer aquel árbol de memoria, noté. Cuando llegó al suelo, me recosté contra una gruesa rama, pensativa, mientras Syu se alejaba para explorar el árbol a fondo.

Por lo visto, Ga no me había dicho toda la verdad. Claro que tal vez había pensado que, al revelarme que Kyisse era una “nixe”, yo habría entendido adónde la habían llevado y dejaría de intentar buscar esa “flor de cristal”. Una nixe, me repetí, anonadada. ¿Eso significaba acaso que Kyisse no era una saijit? Pensándolo detenidamente, jamás había conseguido determinar a qué raza pertenecía, pero lo cierto era que tampoco le había dado mucha importancia al asunto. Daorys había hablado de hadas. Pero yo siempre había creído que las verdaderas hadas eran criaturas olvidadas y extinguidas desde hacía tiempo. En todo caso, si Kyisse estaba sana y salva, desde luego no era gracias a mi eficacia: habían pasado ya cuatro días desde que habíamos desaparecido por la Torre de Shéthil.

De pronto oí unos chasquidos y entorné los ojos, pensando que se trataba de alguna broma de Frundis, pero entonces la voz de Zaix me sobresaltó.

“Shaedra. ¿Estás despierta? Vengo como mero mensajero.”

Enarqué una ceja ante su tono monocorde y algo enfurruñado. En cualquier caso, era inédito que Zaix estableciera dos conexiones bréjicas en un intervalo tan corto. Además, yo siempre había pensado que un sortilegio tan potente, aun respaldado por las cadenas de Azbhel, debía de requerir mucha energía.

“Zaix”, suspiré, aliviada. “Pues a mí me gustaría pedirte un favor…”

“Spaw también me ha pedido uno”, me cortó. “Te dice que no te muevas de donde estás y que ni se te ocurra ir a ayudarlo. Hasta me ha amenazado con entregarse él mismo si me negaba a repetir sus palabras”, suspiró, malhumorado.

Meneé la cabeza. ¿Por qué no me extrañaba la reacción de Spaw? Aunque, de todas formas, aun si hubiese pedido ayuda, la habría recibido seguramente demasiado tarde.

“Deduzco de esto que los guardias siguen sin haberlo encontrado”, observé, optimista.

Zaix asintió mentalmente.

“Sí, pero no ha querido describirme su situación. Sólo me ha dicho que lo acompañaban unos amigos entre los cuales, tu tío.”

Di un respingo.

“¿Lénisu?”, silbé entre dientes. ¿Y qué demonios hacía Lénisu huyendo de Ató cuando se suponía que había salido de ahí hacía días en compañía de Miyuki, Dashlari y Darosh? Eso sí que era una sorpresa. Sin embargo, a pesar de todas las incógnitas, no pude negar el gran alivio que sentía al saber que Spaw estaba tan bien acompañado.

Conociendo a Zaix, me apresuré a pedirle antes de que rompiese el contacto que avisase a Kwayat, a Askaldo y a Maoleth de lo ocurrido. Se despidió de mí con estas palabras:

“Dudo de que no estén ya al corriente. Pero, de todas formas, yo no me ocupo de salvar a Demonios de la Mente. Ya tengo suficiente con vosotros. A ver cuándo os decidís Spaw y tú a vivir juntos y os dejáis de aventuras.”

Quedé enmudecida por su insinuación. ¿Acaso Zaix pensaba que Spaw y yo nos queríamos más que como simples amigos? Me ruboricé y meneé la cabeza, tratando de no reflexionar demasiado sobre el asunto.

En la caverna, sólo se percibían el murmullo del agua y los choques de madera de Kojari y Zanda. Frundis mascullaba por lo bajo con un ruido de címbalos enervado y pareció estar recriminando su orquesta por algún sonido disonante. Entonces recordé que estaba subida al árbol probablemente más alto de toda la zona y me incorporé para buscar a Syu. Lo encontré metros más arriba observando con precaución un objeto oscuro y circular. En ese momento un avecilla de plumaje azul claro vino a posarse con una lombriz en el pico. Se elevaron chillidos de crías. Un nido de paiskos, entendí, tan maravillada como Syu.

“No hay plátanos”, me dijo entonces el mono. “¡Pero no sólo se vive de plátanos!” Y me enseñó triunfalmente un fruto amarillo semejante al que había estado comiendo Daorys. Acto seguido, se lo tragó de un bocado y salió disparado hacia arriba soltando: “¡Voy a por otro!”

Nos pasamos la media hora siguiente engullendo frutas amarillas. Tenían un sabor muy curioso aunque, incontestablemente, eran deliciosas. Syu hasta confesó que casi le parecían tan buenas como los plátanos, tal vez porque también tenían una piel amarilla. Aun así, insistió claramente en el «casi». Cuando estuve saturada y hube echado alguna carrera más con Syu por los altos ramajes, declaré:

“Voy a ver a Drakvian.”

Syu asintió.

“Pues buena visita. Yo vuelvo a casa: la última vez que pasé cerca de su árbol olía peor que una mofeta.”

Con una sonrisa bailando en mis labios, emprendí la bajada del inmenso árbol.