Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

21 Las Montañas de Acero

Como la Luna es… Viento
contra la voz violento.
Como el amor, lejana.
Brisa helada. Rumor
de la nueva mañana
cubierta de vapor.

Cerré el libro, meneando la cabeza.

—No entiendo estos poemas —declaré, vencida—. Parecen acertijos.

Sentados en unas rocas, nos situábamos en la cuesta de la primera montaña, que daba luego paso a una especie de meseta irregular. Llevábamos un día y medio andando y no habíamos visto ningún rastro de nuestros perseguidores. Y Srakhi empezó a dudar en voz alta de las palabras de Spaw. Este aguantaba su desconfianza con suma paciencia aunque fui notando que, ciertas veces, sus réplicas eran cada vez menos diplomáticas.

Para evitar cualquier disputa, mientras comíamos y reposábamos, había sacado el poemario de la Niña-Dios titulado Shirel de la montaña. Al cabo de uno o dos poemas, Srakhi había cerrado los ojos y, por lo visto, se había puesto a meditar.

—¿De quién son esos versos? —preguntó Spaw, recostado contra el único árbol que había en veinte metros a la redonda.

—De un tal Limisur —contesté, echando un vistazo a la cubierta—. No tengo ni idea de quién es, pero desde luego Frundis tiene más inventiva.

“Gracias, Shaedra”, me dijo el bastón, tendido sobre mis rodillas. “Siempre es agradable oír cumplidos. A veces no me atrevo a decírtelo, pero los cumplidos me sientan tan bien como cuando me rascan el pétalo azul”, me aseguró.

Con una mano, le rasqué el pétalo azul y, mientras me invadía una melodía de cítara, solté:

—Lo malo es que este libro no es mío. Se supone que debería habérselo devuelto a la Niña-Dios. Pero no me dejaron —añadí, con una mueca, pensando en las prisas que había tenido Wanli de que me fuera ya de Aefna.

—Así que Frundis es el nombre del bastón —dijo Spaw, con un leve tono interrogante. Parecía algo sorprendido.

—Sí —contesté—, er… te dije que no era un bastón normal y… En realidad, no te dije toda la verdad.

“¡Espera, espera!”, me dijo el bastón, con rapidez. “No le digas nada. Déjame entre sus manos. Veremos cómo reacciona”, rió, imaginándose ya la escena.

Me mordí el labio, reprimiendo una sonrisa.

“Es una buena idea”, concedí, divertida. “Pero no lo mates de un susto.”

Entonces, dejé el libro y le tendí el bastón al demonio.

—Cógelo y verás.

Spaw agrandó los ojos, intrigado, y asió el bastón. Frunció el ceño e iba a preguntar algo cuando, de pronto, se le escapó un resoplido. Pero no soltó a Frundis. Lo observó con fascinación y, a partir de ahí, se pasó un buen rato en silencio. Supuse que estaría hablando con Frundis. Tenía curiosidad por saber qué se decían, pero hubiera sido de mala educación preguntárselo.

Alcé la mirada. Srakhi seguía sentado con los pies cruzados, pero sus ojos observaban con atención a Spaw y al bastón. Ahora que lo recordaba, él tampoco estaba al corriente de la existencia de Frundis.

“Shaedra”, dijo entonces Syu, apareciendo junto a un gran roble barik. “¿Una carrera?”

Se me iluminó el rostro, me levanté de un bote y, dejando a Spaw y a Frundis con su conversación y a Srakhi con su trance, me fui a correr con Syu, sin tener que evitar espinas y arbustos peligrosos como en el Santuario. Algunos árboles tenían muchas ramas gruesas que partían casi desde el suelo y nos divertimos como niños subiéndonos a ellos y haciendo carreras.

Cuando volvimos, Srakhi me esperaba con impaciencia.

—Se supone que estábamos haciendo una pausa y tú estás más cansada que nunca —suspiró—. Deberíamos continuar. Quiero llegar a la meseta esta noche.

Spaw se avanzó hacia mí y me tendió a Frundis con una gran sonrisa.

—Frundis ya me cae bien —declaró—. Es un verdadero artista. Aún no acabo de creerme que pueda una persona fundirse en un bastón.

Nada más tocar el bastón, sentí la música invadir mi mente. Frundis parecía muy contento de haber podido impresionar a Spaw.

—Supongo que ahora no me mirarás tan raro cuando digo que el bastón es amigo mío —sonreí.

El demonio hizo una mueca.

—Lo siento. No podía imaginarme algo parecido. Es increíble.

—Pero cierto —apunté.

Seguimos nuestro viaje, hablando de Frundis, de la música y de las energías. Bajábamos ya la montaña, hacia la meseta, y los bosques se volvían cada vez más densos.

—¿Dónde aprendiste a controlar las energías? —pregunté mientras caminábamos.

—Oh —dijo Spaw—. Lu me enseñó, entre otras personas.

Entendí que no quería hablar del tema delante de Srakhi y suspiré. Cuántos secretos. El uno no podía hablar de los demonios, aunque ser un demonio simplemente significase que la Sreda se había “despertado”. Y el otro no quería hablar de Sombríos porque no se fiaba de Spaw. Afortunadamente, no había sólo demonios y Sombríos en el mundo y podíamos hablar alegremente de muchas otras cosas.

A la noche, les volví a leer dos o tres poemas del libro de Limisur y, mientras Srakhi rezaba, Spaw, Syu, Frundis y yo echamos carreras en el crepúsculo. El terreno era ya casi recto y la hierba era tan blanda y verde como el musgo.

—Última carrera —declaré, cuando vi que Spaw estaba jadeando y ya apenas se veía dónde pisábamos.

Cuando volvimos adonde nos habíamos instalado para la noche, vimos a Srakhi rezando todavía y Spaw no pudo reprimir un resoplido.

—¿Tú sabes por qué siempre está así? —me preguntó por lo bajo.

—Es un say-guetrán —le expliqué en un murmullo—. Anteayer me explicó que le rezaba a la Paz.

—¿La Paz? —repitió Spaw con una risa estrangulada—. Pero si cuando lo conocí, casi me atraviesa con su espada.

—Ejem —carraspeé, molesta.

—Hay que respetar las costumbres de cada uno —intervino entonces Srakhi, abriendo los ojos—. Venga, todos a dormir.

Nos dijimos buenas noches y nos envolvimos en nuestras mantas y capas. Pese al calor del día, las noches eran aún frescas a tal altura y hasta me desperté una vez por el frío, en plena noche. Las estrellas lucían, bellísimas, en el cielo y la Luna iluminaba el claro donde yacíamos. Con tanta luz, enseguida vi que Spaw no estaba en su estado normal. Estaba transformado en demonio. Y las marcas negras, sobre su rostro, se divisaban claramente. Dormía plácidamente sin embargo y, tras cavilar un poco, se me ocurrió que quizá su Sreda se restablecería más rápidamente si se transformaba. Con este pensamiento, me volví a sumir en un sueño profundo.

A la mañana siguiente, una bruma espesa nos cernía. Apenas veíamos a unos cuantos metros de distancia, pero Srakhi aseguró que sabía hacia dónde teníamos que dirigirnos, así que lo seguimos. Continuamos avanzando, pero esta vez en silencio. Hasta la música de Frundis se había acompasado a la mañana brumosa. Tan sólo horas después empezó la niebla a levantarse y, en nada de tiempo, nos iluminó un sol resplandeciente.

—Quién hubiera dicho que detrás de esa niebla había un día tan radiante —se alegró Srakhi, avanzando con más decisión.

—¿Alguien vive por estos parajes? —preguntó Spaw, al de un rato.

Asentí.

—Por lo que sé, existe un pueblo. Antiguamente se llamaba Eklao, que en jruense significa “paradero”, pero, ahora, lo llaman Kolcero, por Chaubil Kolcero.

Spaw frunció el ceño.

—¿Chaubil Kolcero? La verdad es que no conozco mucho la historia de Ajensoldra. ¿Quién es ese?

—El sajigante que mató al dragón de hielo que vivía en la zona, hace unos cien años —expliqué—. Pero te aviso, yo tampoco sé mucho de historia. He leído mucho, pero me entra todo por un ojo y me sale por el otro. Es terrible.

—Y ese sajigante… ¿no seguirá errando por aquí, verdad? —preguntó Spaw, mirando a su alrededor.

—Por supuesto que no —le reconforté—. Seguro que ya está muerto. Aunque quizá no haya existido nunca, nadie puede conocer realmente el pasado. Pero, si existió realmente, tal vez sus descendientes sigan por aquí —aventuré, burlona.

En aquel momento, estábamos cruzando un claro, bajo la luz del sol, y el grito de Srakhi, a unos pasos delante de nosotros, nos pilló totalmente por sorpresa.

—¡Atrás, bestia! —vociferó el gnomo—. Maldita sea, Shaedra, ¡corre!

El corazón latiéndome de pronto a toda prisa, extendí el cuello y… solté una carcajada al ver un pequeño dragón de escamas rojas que nos miraba con ojos agrandados por el miedo.

—No te preocupes, Srakhi —suspiré—. La conozco, es Naura.

Al oír su nombre, la dragona se abalanzó sobre nosotros, tiró a Srakhi a un lado sin querer y movió la cola con estrépito, feliz, al reconocerme. Desde luego, toda su anterior timidez parecía haberse desvanecido.

—Hola, Manzanona —le dije, acariciándole el hocico sonriente.

Agrandé entonces los ojos. Que estuviera Naura aquí sólo significaba una cosa: Kwayat no debía de estar muy lejos. Levanté la cabeza. Y me crucé con las miradas estupefactas del demonio y del say-guetrán, que no sabían cómo reaccionar a una escena tan inédita. Y Syu, junto a Spaw, meneaba la cabeza, manteniéndose a una distancia prudente.