Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 5: Historia de la dragona huérfana

22 Tebayama

Poco después, llegaron los maestros algo agitados, y no tardamos en saber por qué, gracias al maestro Áynorin que nunca había sabido hablar en voz baja. Al parecer, un tal Aylanku, maestro de Agrilia, le había retado al maestro Dinyú a un duelo de har-kar.

—No pudo superar su anterior derrota —decía el maestro Áynorin, gruñendo.

—Áynorin, por favor, dejemos de hablar del tema —dijo el maestro Dinyú, molesto.

—Está claro que lo hace por vanidad —añadió Áynorin.

—Dejémoslo ahí —replicó el belarco, levantando los ojos al cielo—. No importa por qué lo hace, se hace y ya está. Bueno —dijo, al llegar junto a nosotros—, la inauguración ha acabado. Ahora nos toca separarnos. Los har-karistas conmigo.

Las diferentes especialidades estaban un poco desperdigadas en la ciudad, entre locales y plazas y, al observar cómo la muchedumbre se empujaba hacia la salida, esperé que el local reservado para el har-kar no estuviese tan lleno.

Les deseé suerte a Salkysso, Kajert y Ávend y me reuní con Galgarrios, Laya, Revis, Ozwil, Yeysa, Zahg y Sotkins para salir todos juntos.

“No sé dónde se habrá metido el guitarrista”, dije a Frundis, mirando a mi alrededor. “¿Crees que habrá salido?”

“¡No soy adivino!”, dijeron Frundis y Syu en coro, riéndose.

Puse los ojos en blanco, sin sorprenderme de la respuesta, y seguí a los demás. Lo más urgente ahora no era buscar a Tilon Gelih de todas formas.

Cruzamos la Plaza de Laya y entramos en una gran casa enteramente de madera. Ahí, estaban todos los candidatos de har-kar, y uno de los organizadores del Torneo empezó a informarnos sobre el reglamento, sobre las condiciones de participación y las prohibiciones… Nadie podía utilizar los dientes, sobre todo los miroles; los ternians no tenían derecho a sacar sus garras, los nurones a usar su cola… Claro que lo más probable era que no hubiese ningún nurón entre los candidatos. Miré a mi alrededor con detenimiento y, efectivamente, no vi a ninguno. Los nurones eran poco dados a mezclarse con los demás saijits, sobre todo en un lugar tan continental como Aefna.

Después de comer, empezaron realmente los combates y los corredores superiores se llenaron de espectadores. Cuando miré en la lista los horarios de combate entendí que de los de Ató tan sólo Revis y Sotkins iban a pasar aquel día. Yo entraba al día siguiente y luego el Drusio… es decir el mismo día de mi visita a los Comunitarios.

Algunos combates eran interesantes, otros graciosos y otros aburridos. Frundis se quejaba del estruendo, Syu había ido a explorar el tejado de la casa, y yo, al de dos horas, empezaba a impacientarme, cuando salió Revis. Le tocaba luchar contra un pagodista de Neiram. La lucha estuvo muy comprometida, y se veía que Revis era mejor luchador, pero al cabo ganó el de Neiram, por un descuido de parte del caito.

Intentamos consolar a Revis cuando se reunió con nosotros, pero él, al oírnos, gruñó, fingiendo indiferencia.

—Bah —dijo filosóficamente—. En una lucha real le habría ganado. Las luchas artificiales siempre son poco representativas.

Así y todo, sabíamos que le había dolido en el orgullo, y continuamos subiéndole la moral. En las demás luchas, se las arregló mejor y consiguió ganar a unos cuantos har-karistas. Sotkins, en cambio, le metió una paliza a todos los adversarios que le tocaron, y se puede decir que cuando llegó la pausa, la Pagoda Azul había subido en la estima de todos.

En ese intermedio, volvió Syu, muy animado, diciendo que el tejado era en realidad una terraza y que había balones multicolores, un montón de cañas almacenadas y plantas en macetas.

“¿Cactus?”, inquirí, con una sonrisa torva.

El mono gawalt me miró con cara exasperada.

“No, cactus no. Plantas buenas, no plantas asesinas.”

Reprimí una carcajada al verlo mirar su cola con tristeza, pero le pregunté con seriedad:

“¿Te duele?”

“No. Ya no. Pero así y todo debería poner esas plantitas que me dijiste que cogiese para la pata de Lénisu.”

“¿Te refieres a la aladena?”, dije, examinando la cola con atención. En algunos sitios había sufrido arañazos y había perdido pelo. Negué con la cabeza. “La aladena es para quitar el pus, aquí no hay pus. Pero estaría bien desinfectarlo, por si las moscas.”

Entonces pensé en que probablemente no debía ser la misma flora la que crecía en los alrededores de Aefna que la de Ató. Me mordí el labio, reflexionando, pero antes de que encontrase una solución, Saylen me llamó.

Me alejé de los demás y me acerqué a la mujer del maestro Dinyú que me miraba con una expresión amable.

—Shaedra, mi marido me ha dicho que te había presentado como candidata a las pruebas armónicas. ¿Te gustaría que te hablara de las armonías? Yo no sé gran cosa, te lo advierto, y Dinyú me ha dicho que eras buena.

Sonreí tímidamente.

—Bueno… ¿por qué no? De todas formas, está claro que necesito un entrenamiento porque tan buena como dice el maestro Dinyú no soy —le aseguré.

Saylen me devolvió la sonrisa.

—Entonces, adelante, volvamos a la Pagoda.

Todos los combates de Revis y Sotkins habían pasado ya y yo de todas formas estaba harta de ver a dos saijits bailando sobre los tablados y atacándose como dos gatos calculadores y de mal genio. Aprender cosas sobre las armonías y pasar un buen rato con Saylen me llamaba más. Después de las pocas veces que había hablado con ella, sabía que tenía un espíritu abierto y entretenido y no podía más que sentir el mismo respeto hacia ella que hacia el maestro Dinyú.

Así que volvimos a la Pagoda charlando tranquilamente. Le pregunté por el cuadro que había estado haciendo en Ató, y me contestó que ya lo había acabado.

—¿Podré verlo? —pregunté, entusiasmada.

Saylen sonrió, halagada por mi interés.

—Claro. Te lo enseño en cuanto lleguemos.

Luego, no sé cómo, pasamos a hablar de la pequeña desgracia que le había ocurrido a Syu y me aseguró Saylen que tenía suficiente material para curar a todos los kals si era necesario.

—Le curaremos los rasguños —me prometió.

“Rasguños, rasguños”, gruñó Syu, sobre mi hombro. “¡Es algo más que un rasguño!”

Puse los ojos en blanco pero no comenté.

Al llegar a la Gran Pagoda, Saylen nos guió hacia un edificio contiguo que tenía la misma estructura que la Gran Pagoda, pero en más pequeño. Subimos al primer piso y me encontré en una gran sala con cojines y dos biombos de colores claros. El muro que daba a la terraza había sido reemplazado por unas ventanas deslizantes que dejaban pasar la luz, de modo que la habitación estaba agradablemente bañada por los rayos de sol.

Primero, Saylen se apresuró a traer el remedio para Syu, pero el mono no se dejó, así que tuve que hacerlo yo.

“Te comportas como un niño”, le solté, cuando hube acabado.

El mono hizo un mohín y resopló, mirándose la cola.

“Pica.”

“Naturalmente que pica”, le repliqué cariñosamente.

Entonces, Saylen se metió detrás de un biombo y me hizo una señal para que me acercara al tiempo que le quitaba una sábana blanca a un gran objeto más o menos plano: el cuadro, por supuesto.

—¡Caray! —exclamé, impresionada.

El cuadro era toda una obra de arte. Parecía estar viendo una Ató familiar y extraña a la vez, compuesta de una vegetación exuberante. La colina parecía tener su verdadera profundidad, y el efecto sobre el Trueno había quedado insuperable.

—¿Te gusta? —preguntó Saylen.

—Es maravilloso —solté—. Es curioso, la última vez que lo vi, parecía casi acabado, pero se ve una enorme diferencia con la obra terminada. Es… como si estuviera en Ató, pero aun así no es Ató.

Saylen enarcó una ceja.

—¿No te parece que sea realmente Ató?

—Bueno… el cuadro representa más que Ató, ¿no crees? —dije, pensativa—. Los árboles parecen vivos, como si pudiesen moverse solos. Y el cielo parece que se está cubriendo y que va a haber una tormenta. Es… casi inquietante. ¡Es una obra fabulosa!

Saylen había fruncido el ceño, mirando su obra como si fuese la primera vez que la viese.

—¿Inquietante? —repitió, como confusa—. Bueno, mi intención era representar Ató tal y como era. Parece que he fracasado.

—¿Qué? —repliqué, asombrada—. ¡No! La obra está muy bien. Y quizá veas Ató de esa manera, quién sabe. ¿Qué tienes pensado hacer con el cuadro?

Saylen respondió, sin abandonar su aire pensativo:

—Pues… pensaba presentarla en la exposición del Torneo, en el Liceo artístico.

—Es una buena idea —aprobé.

Saylen recobró la sonrisa.

—¿Sabes? Cuando has dicho que el cuadro te parecía inquietante, me ha sorprendido, porque Relé también me dijo lo mismo. A Sarpi, en cambio, le parecía que era algo así como una Ató ideal. Y a Dinyú le parece que es una Ató vista desde los ojos de una artista. Va a ser que cuando pretendo ser realista, no lo consigo. —Iba a contestar pero ella me interrumpió de un gesto—. No se hable más del tema. Siéntate ahí y comencemos, que la primera prueba es mañana.

Agrandé los ojos.

—¿Mañana? —repetí, boquiabierta, sintiendo de pronto una oleada de estrés—. Pero… creía que las pruebas de ilusionismo no empezaban hasta el Jabalina.

—Han hecho una pequeña modificación de última hora, que si no no les cabían los candidatos.

Me senté pesadamente frente a ella, sobre un cojín blanco inmaculado, sintiendo que era hora de ponerse a trabajar. Frundis, a pesar de que lo hubiese dejado en el suelo, a unos cuantos centímetros de distancia, consiguió comunicarme una música alegre que pretendía animarme e inspiré hondo, decidida a mostrar o al menos a aparentar que era una buena armónica.

* * *

Las pruebas de har-kar las pasé más tranquilamente de lo que esperaba. Gané a un caito grandote de la Pagoda de la Lira de Yurdas consiguiendo que se cansase de mis ataques y retiradas veloces. Le metí una paliza a un candidato libre que parecía haber aprendido a luchar en las tabernas y que no sé cómo había convencido a los reclutadores de que conocía las artes del har-kar. Luché también contra Astklun, y perdí, pero por muy poco.

A la tarde, después de comer un bocadillo de jabalí y una pasta amarillenta de aspecto extraño pero riquísima, abandoné la casa har-karista y me dirigí con Saylen, Relé, Galgarrios y el maestro Áynorin hacia la Plaza de Laya.

El punto de reunión para las pruebas de armonía se situaba en una especie de frontón, reservado normalmente para el juego de pelota. Agrandé los ojos al ver a los celmistas que ya estaban presentes. La mayoría tenían más años que yo. Oí la risa de Galgarrios y me giré hacia él.

—Estás estresada —me dijo, riendo.

Hice una mueca.

—Tú también lo estabas esta mañana.

—Para lo que me ha servido —replicó, con un suspiro, masajeándose la frente.

El caito había recibido un puñetazo en plena frente y se le había formado un chichón bastante visible. Pero no podía decir que yo estaba en plena forma: me dolía una pierna por haber recibido una patada y también me dolía la cabeza, por haberme pasado más de una hora apretando los dientes, esperando mi turno para luchar.

—Bueno, yo voy a ver dónde está el maestro Juryún —intervino el maestro Áynorin, cuando se aseguró de que sabía todo lo que tenía que hacer—. Se supone que debía estar con el maestro Dinyú.

—Yo voy a comprarle un helado a Relé antes de que empiece —dijo suavemente Saylen—. Me lo lleva pidiendo desde hace dos días.

—¡Un helado! —exclamó Relé, saltando con entusiasmo.

Asentí, sonriendo, y los observé alejarse sintiendo que me abandonaban. Menos mal que Galgarrios estaba ahí.

Nos sentamos en unos escalones de piedra que servían de estradas y me quedé silenciosa, repasando todas las técnicas que me había enseñado Saylen la víspera.

—Es la tercera vez que suspiras —observó Galgarrios, sacándome de mi ensimismamiento—. ¿Qué te preocupa? ¿La prueba?

—En este momento, sí —confesé—. Tengo la impresión de que voy a quedar en ridículo, aunque eso tampoco es que me preocupe. Pero el maestro Dinyú y Saylen confían en mí.

—Bah, ya se verá.

—Anda —dije, al fijarme en un rostro familiar—. Esa pequeña semi-elfa… Estaba en la cola con nosotros en la Casa de Torneo.

La semi-elfa era tan pequeña que no la había visto enseguida, pero ahí estaba, hablando con el anciano como si estuviese casi levitando de lo ligeros que eran sus movimientos.

Las pruebas empezaron antes de que Saylen volviese. Tuve que separarme de Galgarrios, le dejé al cuidado de Frundis, y me fui a sentar con los candidatos. Con cierta curiosidad, observé las primeras pruebas ilusionistas.

La primera prueba consistía en crear una imagen cada vez más nítida, mientras el adversario intentaba deshacerla. Era el mismo duelo del que me había hablado una vez Daelgar. Recordaba que a Daelgar no le agradaban dichos duelos y tuve que coincidir con él: el concepto parecía basarse más en la destrucción que en la creatividad. Claro, la calidad y el tamaño de la imagen también contaban.

Así, vi primero a un faingal deshacer la bella azucena de un humano. Luego, se fueron sucediendo varios duelos. En la práctica, muy pocos conseguían mantener sus ilusiones contra los asaltos del atacante.

—¡Tebayama Jadra y Shaedra Úcrinalm Háreldin! —gritó entonces un organizador.

Me levanté de un bote y bajé precipitadamente hasta la plazuela, nerviosa. Eso de que más de cien ojos se posasen sobre mí ya me había puesto de los nervios aquella mañana, y en aquel momento me sentía como un mono enjaulado.

“Esa es la impresión que me das”, aprobó la voz de Syu.

Levanté la mirada y vi al mono gawalt sentado cómodamente sobre el tejado de una casa, preparado para el espectáculo.

“Pues ya verás, le voy a meter una paliza a esa Tebayama, que no veas”, le aseguré.

Y me giré hacia mi adversaria. Al verla, palidecí. Era la pequeña semi-elfa que me había parecido tan lista y espabilada al principio. Debía ser sin duda una muy buena armónica…

Me crucé con su mirada rosácea y decidida y me humecté los labios, indecisa. Tebayama, como un hada ligera, subió al estrado de madera que habían dispuesto y la seguí, con la frente sudorosa. Bueno, me dije, a lo mejor toda esa seguridad de la que alardeaba no era más que fachada…

—¡Que empiece el duelo! —gritó una voz.

Ni me había enterado de quién tenía que construir la imagen antes, hasta que vi que Tebayama creaba una ilusión con la forma de un unicornio magnífico. ¿Cómo había conseguido hacerlo tan rápido?, me pregunté, azorada. A lo mejor era que yo estaba lenta, me dije entonces, sacudiendo la cabeza. Y me puse a averiguar algún modo de debilitar su creación. En eso, supuestamente, era bastante buena.

Concentrada en la imagen armónica, dejé de preocuparme por las demás cosas que me rodeaban. El trazado armónico, en un primer momento, me desconcertó. El tejido era sólido y claro y Tebayama parecía segura de su sortilegio. Vi sus ojos rosados fijarse intensamente en la imagen y me dije que probablemente tuviese un montón de trucos para defender su creación de mis ataques. Pero de nada servía contemplar demasiado el trazado: había que atacar y buscar una manera de deshacerlo.

Así que no esperé más y ataqué con armonías visuales intentando infiltrarlas en la imagen de Tebayama para modificarla. Y, curiosamente, conseguí que el cuerno del unicornio se volviese verde por un instante y me sentí orgullosa al ver en los ojos de Tebayama brillar la sorpresa. Pero reaccionó de inmediato y el cuerno volvió a una blancura inmaculada.

Fui descubriendo los numerosos defectos de la creación armónica y cuando me hube asegurado de que eran efectivamente defectos empecé a cambiar la imagen a mi antojo, transformando el unicornio en un bicharraco deforme cubierto de escamas negras que sonreía con cara tonta e inocente. Así y todo, no conseguí que durase mucho tiempo y Tebayama volvió a imponer su bonita ilusión, aunque observé que ahora el unicornio estaba algo colérico.

Volví a atacar. Transformé el animal en una figura totalmente ridícula y sonreí al oír las carcajadas de los espectadores y la risa mental del mono. Percibí claramente el gruñido desesperado de Tebayama. Cuando acabó el duelo armónico, me declararon ganadora y Tebayama me soltó una mirada asesina antes de volver a su asiento.

En los duelos con los demás no me fue tan bien, y empecé a decirme que finalmente Tebayama no era tan buena armónica como aparentaba. Su seguridad debía de ser pura apariencia, deduje. Sin embargo, cuando le tocó luchar con otros, ganó a unos cuantos, y empecé a dudar otra vez. Quién sabe, quizá fuese solamente casual que yo entendiera mejor los defectos de los sortilegios de Tebayama. No tenía ni idea de cómo funcionaban las armonías en su base, pero el caso era que no me había costado tanto encontrar los fallos en la armonía de Tebayama, mientras que otros armónicos casi no me dejaron ni perturbar sus imágenes, particularmente un humano negro, un tal Mishuá, que parecía controlar las armonías con una facilidad impresionante.

En total, luché contra seis, a veces me tocaba atacar y otras defenderme, pero se me daba peor lo último. La mayoría conseguía destrozar mi imagen, aunque la volvía a crear rápidamente. Sin embargo, para la prueba, perder el control sobre la imagen era mala señal. Así y todo, al final del día, me sentí bastante satisfecha de lo que había conseguido. Al fin y al cabo, no me había preparado casi para la prueba, y aquel día no quedé la última en la puntuación.

Cuando me reuní con Galgarrios, éste me felicitó, y yo le felicité a Frundis por no haber mareado al caito con sus nuevas músicas. Saylen apareció con Relé entre la muchedumbre y después de unos pocos comentarios sobre la prueba, salimos del lugar hacia la Plaza de Laya, llena de gente disfrazada, de literas, de falsos dragones multicolores y de extraños monigotes enmascarados con zancos que avanzaban desordenadamente por los adoquines. Saylen intentó animarnos para que fuéramos a la prueba de los transformadores, pero yo estaba ya cansada y negué con la cabeza:

—Haré mejor en volver a la Pagoda, los combates de esta mañana me han dejado hecha polvo.

—Como quieras. ¿Galgarrios?

—Pues…

—Están todos los kals de Ató —añadió Saylen.

—Creo que haré como Shaedra —replicó Galgarrios sin embargo. Y, después de despedirnos de Saylen, ambos nos dirigimos hacia la Pagoda.

De pronto, me fijé en una niña elfa oscura que se metía algo en la boca y empezó a toser y a atragantarse. Solté un gruñido al ver que la gente se giraba hacia ella sin entender lo que le pasaba y eché a correr. Estaba a más de veinte metros. Evitando a la gente como podía, llevándome una buena serie de insultos, había llegado casi a la altura de la niña cuando me estampé contra un guardia que me miró con cara severa.

Salté, eché una ojeada por encima de su hombro y vi que la niña estaba ya en el suelo, y que algunas personas, llenas de pánico, mandaban llamar a un médico. ¡Un médico!, me dije, atónita. La niña iba a morir si no se hacía nada.

Realicé un amago de salto hacia la derecha y di un bote hacia el otro lado para esquivar al guardia. Me precipité hacia la elfa oscura y le di un buen golpe en los omoplatos. Volví a repetir el movimiento y, al fin, la elfa escupió algo, pero no me dio tiempo a saber si había expulsado todo o si alcanzaba ya a respirar porque en aquel momento un guardia me cogió bruscamente del brazo, me dio una bofetada que me dejó aturdida y me arrastró con brutalidad lejos de la niña, llevándome en vilo. Su mirada reflejaba una cólera que no entendí, y bien creo que hubiese salido maltrecha de ese lance si no hubiese intervenido un humano delgado que llevaba una larga túnica pajiza.

—Guardia —dijo, apareciendo a todo correr—, no le hagas daño. Ha salvado a la pequeña. Sus intenciones eran buenas.

El guardia agrandó los ojos, perplejo.

—¿Qué…? —pronunció. No parecía dispuesto a renunciar a su cólera.

—Una sirvienta de la Niña-Dios se estaba atragantando. Y la ternian la ha salvado —explicó pacientemente el hombre, ansiando que me posase en el suelo ya.

El guardia, entendiendo al fin lo ocurrido, gruñó, fastidiado por haber hecho el ridículo, y me soltó bruscamente, de modo que me agarré al otro hombre para no caerme y era éste tan debilucho que casi nos caímos los dos.

—No se puede infringir el círculo de la Niña-Dios —dijo el guardia.

Miré a mi alrededor y resoplé. Efectivamente, las dos literas más cercanas eran unas literas blancas que llevaban el símbolo del Santuario. Y todo parecía indicar que estaba prohibido pasar la barrera de los guardias a base de fintas y saltos.

—Gracias —dije, con toda la dignidad de que fui capaz—. No me había fijado en ese detalle. Lo recordaré.

El hombre de la bata pajiza ya se había ido a comentar lo sucedido con los demás sirvientes del Santuario y comprobé que la niña estaba recuperada. Al volverme a cruzar con la mirada del guardia, decidí que era más prudente alejarse así que me fui en busca de Galgarrios. Me pasé media hora buscando, pasando por todas partes, sin éxito. Recordé, vagamente, que había metido a Frundis en las manos de Galgarrios antes de echar a correr, e intenté evitar imaginármelo tirado en algún sitio de la plaza, pisoteado por la gente. Lo tenía Galgarrios, me repetí. Convencida finalmente de que no lo encontraría, me encaminé hacia la Gran Pagoda, llamando de cuando en cuando a Syu. Cruzaba una calle más tranquila, cuando sentí de pronto un peso sobre mi hombro y resoplé por el susto.

“¡Syu!”, protesté.

El mono gawalt me dedicó una mueca inocente.

“Lo he visto todo”, declaró con solemnidad.

“¿Lo has visto?”, exclamé yo, entusiasmada. “¿A que he sido impresionante? Nunca había salvado a una persona tan bien, me parece”, reflexioné, orgullosa.

Syu se echó a reír como un mono y le costó recobrarse.

“¿Qué pasa?”, pregunté, extrañada.

“Cada vez te pareces más a un mono gawalt”, me reveló, con una gran sonrisa.

Enarqué una ceja, esbozando una sonrisa.

“Bah”, dije con tranquilidad. “Creo que exageras. Por cierto, ¿qué tal va tu cola?”

Syu se volvió más serio y miró su cola con precaución, como si nunca la hubiese mirado desde que se la había curado. Y entonces se giró hacia mí con una gran sonrisa de mono.

“Estupendamente”, me anunció.

Le contesté con otra sonrisa y, llegada junto a la Pagoda, entré y me encaminé hacia mi cuarto.

“Espero que no le haya pasado nada a Frundis”, comentó Syu.

Hice una mueca.

“Está con Galgarrios.”

“Ya, ¿y tú confías en él?”

Agrandé los ojos, sorprendida.

“¡Pues claro! Por si no te acuerdas, Galgarrios se ha quedado con Frundis durante toda la prueba de armonías”, argumenté.

Syu puso cara dubitativa y luego asintió, convencido.

“Entonces yo también puedo confiar en él. Además, me cae bien.”

Sacudí la cabeza, divertida por su actitud, y empujé la puerta de mi cuarto. Al abrirla, me quedé petrificada por el horror. Adentro, estaba mi colchón así como mi muda vieja pero… ¿dónde demonios estaba mi mochila naranja? Me dispuse a remover el colchón y las mantas, como si se hubiese podido esconder una mochila debajo, pero nada.

Y entonces me puse lívida. ¡Las Trillizas! Si se enteraba Márevor Helith…