Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 4: La Puerta de los Demonios

8 El discurso

Estaba soñando con una enorme cascada. Yo estaba arriba y me tiraba y caía y caía eternamente hasta que de pronto me salían alas y echaba a volar sobre los bosques y los montes. Y una voz no paraba de repetirme: «voy a comprar trucha y ahora vuelvo». Pero esa voz no parecía que se iba a comprar truchas porque siempre estaba ahí, hablando. Sólo cuando me desperté dejé de escucharla y pensé, medio dormida, que debía de haberse marchado ya al mercado.

Abrí los ojos, vi la luz del día, bostecé y me quedé en medio del bostezo. ¡Hoy era el día de los resultados de los exámenes! Me levanté de un bote, me puse la túnica y el pantalón y sin quererlo le desperté a Syu.

“¿Adónde vas?”, me preguntó.

Su voz sonaba patosa y sospeché que se había quedado toda la noche correteando por ahí.

“A ver mis notas”, contesté. “Y a oír lo que dicen en la Neria”, añadí, pensando de pronto que el Dáilerrin iba a declarar como indeseado a Lénisu.

La víspera, Syu se había escabullido antes de la conversación con Nart y le había tenido que explicar todo lo que había pasado unas cuantas horas después, cuando había vuelto de sus exploraciones. Sabía que evitaba las lecciones de Kwayat. Contrariamente a las de Daelgar, las de Kwayat lo aburrían porque él no tenía la Sreda ni nada de eso. Y de paso le expliqué el caso de los demonios kandaks, aunque Syu tan sólo se encogió de hombros diciendo que me estaba preocupando cuando no debía. Aun así, la revelación de Kwayat había empezado a inquietarme seriamente y había puesto toda mi voluntad en comprender sus explicaciones, aunque todavía no acababa de representarme bien el complicado tejido de la Sreda. Se suponía que la Sreda era algo que se parecía a una energía, según había podido inferir, aunque Kwayat se negaba a llamarla así, diciendo que la energía de los demonios se llamaba el sryho y que la Sreda contenía ese sryho. A saber lo que realmente era la Sreda, suspiré.

Salí de la taberna volando, con un bollo en una mano y poniéndome la capa con la otra. Estaba lloviendo a cántaros pero no ralenticé por ello. Corrí cuesta arriba y llegué a la Pagoda Azul al mismo tiempo que Aryes.

—¡Hola, Aryes!

—Hola, corramos para adentro —me dijo.

Nos refugiamos en el interior y nos encontramos con que ya estaban dentro Ozwil, Salkysso, Laya y Marelta.

—Hola a todos —dijimos.

Marelta me echó una mirada sarcástica y desdeñosa.

—¿Aún sigues viva? Creía que te habrías muerto de vergüenza. Ya veo que no conservas ni una pizca de eso que llaman honor. Qué asco.

Laya y Ozwil me miraban con cara fruncida y Salkysso tenía los ojos muy agrandados.

—¿Es verdad lo que dicen por ahí? —preguntó Salkysso—. ¿Que tu tío es el Sangre Negra?

Abrí la boca pero Marelta habló antes, soltando una risita maligna.

—Por supuesto que es verdad. Ya os lo dije, pero no quisisteis escucharme. Esa familia ternian apesta. Y ella puede llegar a ser tan peligrosa como su tío. Ya visteis lo que le hizo a Suminaria Ashar. Una familia tan respetable atacada por una ternian salvaje y forastera, es ultrajante.

Mi ira estaba hirviendo por dentro.

—No sé qué tienes contra mí desde que me viste, Marelta —siseé—, pero desde luego eres un veneno para la bondad en este mundo.

—¿En serio? ¿No me digas? —replicó Marelta con un desenfado odioso—. No sabes más que soltar insultos, eres una serpiente. No tienes idea de lo que es la bondad. Llevas el crimen en la sangre. Tu tío corta las cabezas de los viajeros. Todos estos años, fue él el único culpable de todas esas muertes en las Hordas. Y esos hermanos que dices que tienes son sus cómplices, y tú también. No podías ignorar lo que hacía tu tío. Es odioso, miserable, apestoso, execrable.

Enarqué una ceja.

—¿Infame, innoble, asqueroso? —sugerí, sarcásticamente—. Mira, Marelta. Si realmente te crees lo que dice la gente, me da lástima tu espíritu crítico. Ahora bien, si dices todo esto sólo para herirme, no lo conseguirás. Tus palabras están lejos de llegarme al corazón.

—¡Ah! —saltó Marelta, mirando a los demás—. ¡Porque no tiene corazón! Está clarísimo, Shaedra, no trates de engañarnos. El Dáilerrin lo va a publicar a media mañana. Ahí obtendremos todos los detalles y luego me cuentas tus mentiras. Mentir no te conviene —añadió, con aire triunfal.

Yo, de pie, delante de ella, empezaba a ponerme nerviosa. Por un momento, sentí la Sreda agitarse en mi interior y sentí una mezcla de satisfacción y miedo: satisfacción al notar la Sreda por primera vez y miedo por estar a punto de transformarme. Vi los ojos de Marelta agrandarse, cerré los ojos y me concentré para serenarme, como me había enseñado Kwayat. No debía perder el control. Debía mantener el equilibrio. La Sreda debía volver a tranquilizarse. Cuando volví a abrir los ojos, realicé un saludo rígido hacia Marelta juntando las manos.

—La verdad acabará por hacerte tragar esas palabras envenenadas —pronuncié.

Le di la espalda y me acerqué a la puerta abierta de par en par, contemplando la lluvia. Era difícil mantenerse sereno, me di cuenta, pero era posible. E imponía mucho más respeto a los espectadores, pensé divertida. Tendría que practicar un poco más e imitar a Kwayat cuando fuera necesario, decidí. Y algo me decía que Marelta me iba a dar cantidad de oportunidades para ensayar las nuevas técnicas que me enseñaba Kwayat.

Sentí que Aryes estaba a mi lado pero permanecí callada.

—¿Qué ocurre con Lénisu? —preguntó sin embargo éste en voz baja—. ¿Ha… hecho algo malo? La verdad es que… no me he enterado de nada.

—La cabeza de Lénisu vale tres mil kétalos, Aryes —le informé sin dejar de mirar la lluvia—. Le acusan de cosas que no ha hecho, como ser el Sangre Negra, el jefe de los Gatos Negros. Eso es todo.

Aryes resopló, aturdido.

—No puede ser —articuló—. El Sangre Negra, ¿es ese tipo que va matando a los viajeros en las Hordas, verdad? Está claro que Lénisu no es el Sangre Negra, ¿cómo van a culparlo de eso? Es ridículo, ¿quién te ha dicho eso?

Me giré hacia él, comprobé que nadie nos oía y murmuré:

—Nart. Su padre es orilh. Sabe esas cosas antes que nosotros. Vino a avisarme.

Aryes frunció el ceño y admitió:

—Eso es una fuente bastante fiable. Porque Marelta, en cambio, podría habérselo inventado todo. Tiene una imaginación desbordante.

—No tanta como crees —repliqué—. Si te fijas, siempre repite lo mismo. Que soy una forastera. Que no debería estar estudiando en la Pagoda Azul. Que soy una paria y una indecente. Insultos de poco vuelo. Si yo fuera como ella podría soltarle insultos durante horas y sin repetirme. No tiene imaginación —concluí.

—Bueno, pero lo que sí tiene es una familia influyente. Así que mejor no soltarle esos insultos que dices, ¿eh? —dijo Aryes.

Sonreí.

—A veces Syu y tú os parecéis mucho. Siempre me dais consejos prudentes.

Aryes puso cara sorprendida y luego sonrió.

—Bueno, me alegro de que Syu también te invite a la prudencia. Sobre todo ahora que hay tantas lenguas que hablan de ti por lo de… —Hizo un movimiento con los ojos, elocuente.

Asentí, desanimada.

—Ayer fue un día horrible, Aryes. Primero, Aleria se enfadó conmigo. Y luego vino lo de Lénisu y… bah. Fue un día de pesadilla. Y para colmo, esta mañana me he despertado soñando que estaba volando y alguien me hablaba de truchas. ¿Qué puedo hacer? —solté, desesperada.

Aryes me dio unos golpecitos reconfortantes en el antebrazo.

—No te preocupes. Todo se arreglará. Por el momento, todo se ha arreglado.

Enarqué una ceja.

—¿De veras? Yo más bien tengo la sensación de que me persiguen todas las desgracias.

Aryes frunció el ceño.

—Venga, tampoco es para tanto. Por el momento no ha pasado nada irrevocable. Lénisu sabe defenderse. Es un buen orador.

Sacudí la cabeza.

—Todos están convencidos de que es él. Hasta hay testigos. Yo rezo por que no lo encuentren los mercenarios. Y espero que se entere de que lo están persiguiendo antes de que le tiendan una trampa. Aunque quizá ya lo hayan cogido…

—¡Shaedra! —protestó Aryes, molesto—, deja ya de pensar en desgracias. Lénisu es listo. Sabrá apañárselas, no te preocupes. Pase lo que pase.

Asentí y me reconfortó que él siguiera a mi lado, mientras que los demás, siempre que pasaba algo, se volvían más desconfiados y dudaban de mí como si no me conociesen desde hacía años.

En ese momento llegaron los demás. Aleria me alcanzó y me cogió del brazo para llamar mi atención.

—Shaedra… quería decirte que lo siento.

Enarqué una ceja, sin entender.

—¿Qué?

—Siento lo que te dije ayer. Me enfadé tontamente. Y creo… que te herí —dijo, avergonzada.

—Oh —contesté. Me había pillado por sorpresa—. No pasa nada. Yo tampoco quería herirte, Aleria. Solamente quería que te sintieras mejor.

—Lo sé —suspiró—. Es que últimamente estoy muy nerviosa y…

—¡Buenos días! —tonó una voz.

Nos giramos todos hacia la silueta del maestro Yinur que se había parado junto al marco de la entrada.

—Buenos días, maestro Yinur —contestamos, sentándonos en el suelo ordenadamente como solíamos.

El maestro Yinur nos sonrió, inclinó la cabeza y se acercó de unos pasos.

—El jurado ha evaluado vuestras competencias, tanto teóricas como prácticas, y ha decidido según vuestras habilidades profundizar vuestras especializaciones en diferentes ramas. Para comenzar, todos habéis sido aceptados al rango de kal, aunque Revis no se haya aplicado mucho, por lo que he visto —añadió con cierto reproche. Revis, que tanto había predicado contra el estudio, se sonrojó como un nerú, mientras los demás sonreíamos, aliviados—. Voy a informaros —prosiguió, sacando un papel— de vuestras especializaciones.

Alejó bastante el papel para leer bien y carraspeó en medio de un silencio atento.

—Akín, especialización en encantamiento. Aleria, especialización en endarsía. Aryes, especialización en energía bréjica. —El kadaelfo agrandó los ojos, y todos nos sorprendimos, ¿por qué demonios no le había metido en energía órica? Todo el mundo sabía que a Aryes lo que se le daba mejor era la energía órica… pero el maestro Yinur seguía con su lista, imperturbable—. Salkysso y Ávend, especialización en energía aríkbeta, también trabajaréis en la biblioteca en la sección de Historia. Kajert, especialización en morjás y botánica. —El caito sonrió, satisfecho—. Revis, Laya, Ozwil, Shaedra, Galgarrios, especialización en combate. —Agrandé los ojos, sin poder creérmelo—. Marelta, Yori y Suminaria, especialización en energía brúlica.

El maestro Yinur enrolló el papel y nos sonrió.

—Estoy orgulloso de vosotros. Ser un kal es tener una verdadera responsabilidad. El pueblo de Ató debe respetaros y todas vuestras acciones deben tener como objetivo el de servir vuestro pueblo lo mejor que podáis.

Pensé en las acciones de Nart durante sus años de kal y reprimí una sonrisa: no se podía decir que Nart se hubiera forjado una aureola de respeto en torno suyo.

—Todo esto os lo explicará con más detalles el Dáilerrin mañana. Por el momento, sólo deseo que todo lo que hayáis aprendido en la Pagoda Azul lo utilicéis honorablemente y para el pueblo de Ató, y que continuéis aprendiendo las artes de un celmista como lo habéis hecho en los años anteriores e incluso mostrando más entrega y voluntad: el kal, como ya os he dicho, es responsable de lo que hace. Podéis iros —añadió.

Nos levantamos todos y saludamos al maestro Yinur antes de salir de la Pagoda. Yo aún no podía creérmelo. ¡Especialización en combate! ¿Se podía saber quién demonios había decidido eso?

Afuera, el diluvio se había reducido a una lluvia más fina aunque regular.

—No entiendo por qué le han dado la especialización en energía bréjica —dijo Aleria, señalando algo con la barbilla.

Me giré hacia donde miraba y vi a Aryes, con las manos detrás de la espalda, caminando pensativamente por la plaza empedrada. Meneé la cabeza. Con él tampoco habían sido justos.

—Yo habría preferido la energía brúlica al encantamiento —terció Akín, bajando las escaleras de madera—. Pero tampoco está tan mal.

—Por si no lo sabes, se utiliza energía brúlica para muchos encantamientos —replicó Aleria.

—¿Pero en qué se basan para decidir las especializaciones? —solté con una mueca.

—Generalmente, son bastante lógicos —dijo Salkysso—. Mira, Aleria sabe mucho de endarsía, así que la especializan en eso. A mí, la energía que mejor se me da es la aríkbeta, aunque la endarsía tampoco se me da del todo mal, pero como ya habían escogido a Aleria, supongo que era demasiado. Deben de mirar sus efectivos y si faltan celmistas de tal cosa, pues también contará. Supongo —añadió.

Solté un suspiro y alcé la cabeza.

—Aryes parece desilusionado —noté.

—Deberías ir a reconfortarlo —intervino Aleria.

—¿Yo? —me sorprendí.

—Pues claro, tú. Lo conoces mejor que nadie. Dile que la energía bréjica también es interesante, por ejemplo.

Enarqué una ceja. ¿Qué quería decir Aleria con que lo conocía mejor que nadie? No pensaba que era la mejor persona para reconfortar a la gente. Nada más que la víspera, Aleria se había enfadado conmigo por mis palabras poco acertadas.

Aun así, hice un gesto con la cabeza y eché a correr para alcanzar a Aryes. Le llamé y se giró hacia mí. Me fijé entonces en que parecía más pensativo que desanimado. Lo alcancé.

—¿Por qué te has ido tan rápido? —le pregunté.

—Bah. Tan sólo estaba haciéndome algunas preguntas —contestó.

—¿Cómo cuáles? —le animé, mientras bajábamos por la calle del Arce.

—Ah —dijo Aryes, sonriendo, y después de una corta pausa añadió—: ¿Por qué no vamos a escuchar lo que tiene que decir el Dáilerrin? Ahora nada me parece más importante.

Fruncí el ceño. Estaba claro que Aryes se estaba haciendo otras preguntas que esa. Pero ya había dado media vuelta y lo seguí, poniéndome nerviosa al pensar de pronto en Lénisu.

—Sabes… Aleria dice que la energía bréjica también es interesante. Y Daelgar sabía también mucho de eso. Hasta soltó un sortilegio de pavor que hizo huir a los hombres que lo iban a atacar. Y el doctor Bazundir me enseñó bastante sobre la energía bréjica para que la comparase con… —hice una pausa, dándome cuenta de que iba a meter la pata— con las otras energías.

Aryes puso cara sorprendida.

—¿Comparar la energía bréjica con las demás energías? —repitió—, es una idea extraña. La energía bréjica no tiene nada que ver con la energía brúlica, por ejemplo. Es… bueno, de todas formas, no importa. No me preocupa la especialización que me hayan dado. Pero reconozco que me sorprendí cuando te dieron la especialización en combate. Porque tú me dijiste que no querías ser un Guardia, ¿verdad?

Asentí, incómoda.

—Supongo que necesitaban a gente. Que hayan cogido a Revis y a Ozwil lo entiendo. A Laya… bueno. Tiene su lógica porque lo demás tampoco se le da del todo bien. En cuanto a mí, supongo que no necesitaban a una celmista armónica, así que, visto así, tampoco es tan sorprendente —concluí, objetivamente.

Aryes se echó de pronto a reír y lo miré con extrañeza.

—¿Qué ocurre?

Sacudió la cabeza, sonriendo aún.

—Me hace gracia que nos tomemos tan seriamente estas cosas cuando probablemente dentro de unos meses estaremos otra vez dando vueltas por la Tierra Baya enfrentándonos contra dragones y tal. Y tú, por supuesto, atravesarás un monolito y tendremos que ir a buscarte, después de encontrar a Lénisu, claro está.

Hice una mueca y asentí.

—No lo digas tan de broma, podría ser cierto. Si Lénisu resulta estar realmente en peligro, tendría que hacer algo…

“Manténte tranquila, como sueles” —citó Aryes, burlón—, eso es lo que te dijo Lénisu la víspera del día en que se marchó. Veo que tienes intenciones de seguir su consejo a rajatabla.

Entorné los ojos.

—Mantenerse tranquila no es tan sencillo —suspiré—. Sobre todo que Lénisu, él, no está nunca tranquilo. Aunque, pensándolo mejor, supongo que tiene muchas probabilidades de salir bien parado. Siempre lo hace.

—Me parece que tienes razón —aprobó Aryes—. Lénisu parece tener muchos recursos.

—Mmpf —dije—. Vayamos a ver al Dáilerrin. Espero que Marelta no esté ahí para soltarme otro de sus torpes discursos porque estoy a punto de estallar —refunfuñé.

Cuando entramos en la Neria, como todos los Lubas, había mucha gente impaciente por escuchar las noticias de Ató. El Dáilerrin, Eddyl Zasur nuevamente electo, ya estaba soltando un discurso sobre los ataques de criaturas en el otro lado del río y sobre los flujos de la Insarida. La gente estaba de pie en los caminos o sentada en la hierba, bajo los árboles, mientras escuchaba.

—La situación se está volviendo peligrosa, sobre todo para los habitantes de la otra orilla. Por eso, los orilhs, el Mahir y yo hemos decidido emprender desde ahora la construcción de un puente resistente, en piedra de Léen, directamente importado de las Tierras Altas. Hoy acaban de llegar los primeros cargamentos y como ya sabéis los kals y los cekals se han unido a los obreros para ayudar a la comunidad. Tenemos pensado construir dos torres, una en cada lado del río, junto al puente, para reforzar la seguridad de la ciudad. El tesoro de Ató cubrirá todos los gastos e incluso hemos recibido varias donaciones, en particular del orilh Tzirun Eiben, del señor Fárrigan Zerfskit, de la familia Lahries, de la familia Pagdem y de la familia Ashar.

Y diciendo eso, inclinó la cabeza hacia un lado y vi que Garvel Ashar estaba presente, escuchando el discurso sentado sobre una silla y protegido de la lluvia fina que caía. Detrás de él, estaba Nandros. Y Suminaria, de pie junto a él, parecía sumida en sus pensamientos, pero entonces levantó la cabeza y crucé brevemente su mirada. Parecía estar más pálida que normalmente. Su tío, en cambio, parecía plenamente satisfecho de su existencia. Con sus setenta y nueve años, seguía estando bastante en forma y su pelo rubio brillaba pese a la oscuridad del día. No podía remediarlo, cada vez que lo veía, recordaba que, un año atrás, él había reclamado que me quitasen las garras. Y Mullpir me había contado, hacía poco, que Garvel Ashar consideraba a los ternians como a una raza inferior que compartía sangre con los trolls. Recordando esos detalles, me extrañaba de que Suminaria hubiese aprendido a respetarme y a respetar a la gente en general: Garvel Ashar era uno de esos hombres que no le tenían respeto a nada, salvo al dinero, a la honra y al poder.

El Dáilerrin pasó a contar otros acontecimientos de la ciudad y abordó al fin el tema de la Guardia de Ató y de su labor honorable e imprescindible.

—Pero no sólo nos protegen de las bestias —decía—, sino que nos protegen de las personas que no sienten respeto por nada. Los ladrones, los delincuentes, los criminales, los contrabandistas y los estafadores. Hoy, quisiera avisaros de que hemos estado albergando en nuestro pueblo a un criminal, y os pido disculpas por ello. Su nombre es Lénisu Háreldin, más conocido bajo el nombre de Sangre Negra. Quizá algunos de vosotros recordéis las actividades despreciables de los Gatos Negros en las Hordas. El Sangre Negra, como jefe de esa banda criminal de bandoleros, ha sido identificado y reconocido a las alturas del Paso de Marp hace cinco días. Se ofrecen tres mil kétalos a todo aquel que lo traiga vivo al Mahir. La noticia ha volado por toda la comarca y esperamos que varios grupos de voluntarios hayan salido ya en busca del criminal. Todo habitante de Ató que decida participar en esta misión recibirá la ayuda de la Guardia para equiparlo y procurarle víveres. Esperemos que el peligroso criminal Lénisu Háreldin acabe capturado cuanto antes para evitar que siga actuando. Todo habitante de Ató debe hacer cuanto le es posible para proteger a su pueblo. ¡Por Ató! Y gracias a todos —concluyó. Eddyl Zasur juntó las manos, se inclinó y bajó del pedestal.

Aryes me cogió del brazo y me tambaleé.

—Shaedra, ¿estás bien? —me murmuró.

Tendí una mano a ciegas y me apoyé contra un tronco, pero este tronco resultó ser Dolgy Vranc.

—¡Dol! —exclamé.

El semi-orco hizo una mueca inquieta y me cogió del otro brazo para sujetarme.

—Menuda vida se está pegando Lénisu —comentó.

—¡Lénisu, lo van a matar! —gemí.

—No lo van a matar, Shaedra —me aseguró la voz ronca del semi-orco.

Me puse a sollozar de manera descontrolada y me abracé al semi-orco mientras Deria y Aryes me daban golpecitos tranquilizantes en el hombro y me guiaban fuera de la Neria.