Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 2: El Relámpago de la Rabia

14 El Departamento de la Fauna

—¿Por qué no me dijiste nada? —exclamó Laygra, colérica, cuando el maestro Helith hubo desaparecido de nuestra vista—. Ya me imaginaba que estabas tramando algo, Murri, pero jamás me imaginé que encontraría a Shaedra de la noche a la mañana, tan rápido, ¡y en Dathrun!

—No estábamos seguros de que iba a funcionar. Bueno, el maestro Helith decía que estaba seguro, pero él siempre es muy optimista. Además, las cosas se precipitaron y tuvimos que actuar antes de lo calculado porque les atacaron unos nadros rojos. Teníamos que sacarla de ahí, ¿qué querías que hiciera?

—Sí… claro —masculló Laygra, confusa—, pero debiste decirme… debiste hablarme de todo esto.

—¿Estás contenta o no de tener a Shaedra con nosotros? —replicó Murri gruñendo.

Yo los miraba alternativamente con los ojos agrandados.

—Claro que me alegro —protestó Laygra, cogiéndome afectuosamente del brazo—, muchísimo… pero la próxima vez no tienes por qué tener secretos que me conciernen también a mí, ¿entendido?

Su rostro severo pareció convencer a Murri.

—De acuerdo. Ven, Shaedra, salgamos de esta torre.

Asentí, el ceño fruncido. Laygra me miró fijamente y se giró hacia su hermano.

—Buena idea. Creo que el monolito le ha revuelto las ideas.

—Qué va —protesté—. Lo que pasa es que no todos los días pasan tantas cosas. Decidme, ¿por qué no pasamos una tarde tranquila, sin hablar de liches, ni de monolitos ni de cosas de ésas? Me haríais un favor tremendo, tengo la impresión de que mi cabeza va a explotar. Mira, ¿y si me enseñáis un poco los alrededores?

Mis dos hermanos me miraron, sorprendidos, y luego ambos se sonrieron.

—Vayamos a la Galería de Oro —propuso Laygra.

—Y luego vamos al Parque —asintió Murri—. Es un sitio realmente hermoso. Ya verás.

La Galería de Oro, iluminada por los últimos rayos de sol, era increíblemente maravillosa. En el crepúsculo del día, salimos al Parque y me enseñaron las fuentes, me presentaron a varios alumnos que conocían y me contaron su vida en Dathrun, sus clases, el aprendizaje, los horarios cargadísimos… Todo me recordaba a la Pagoda Azul y al mismo tiempo me daba cuenta de que el aprendizaje en Dathrun era muy diferente al que había recibido yo en Ató. La academia de Dathrun era mucho más grande y tenía muchos más alumnos, el ambiente no era el mismo. Les escuché explicarme el funcionamiento de la academia con interés, observando las diferencias notables entre ambos sistemas.

Al de un momento, advertí que ninguno de los dos se atrevía a preguntarme cosas sobre mí, pese a querer conocerlas, y poco a poco fui también contándoles mis años en Ató, les conté mis disputas con Wigy, mi encuentro con Lénisu, la muerte de Sain y la aparición del monolito durante la última prueba de snorí. Cuando llegué a la etapa del dragón, fruncieron el ceño, incrédulos, pero tuvieron que creérselo a fuerza de detalles. Acabé relatando el ataque de los nadros rojos y ahí callé, carraspeando.

—¿Alguna vez atravesaste algún monolito?

Laygra negó con la cabeza.

—Ninguna —dijo Murri—. Pero el maestro Helith dice que es como meterse en aguas que tuviesen manos que te van estirando por todos los lados.

—No es una mala imagen —aprobé, pensativa—. Espero no tener que volver a cruzar un monolito en mi vida.

Charlar con Laygra y Murri era agradable, pero hubiera preferido poder hablar con ellos en otras circunstancias y no en un momento en el que no podía dejar de pensar en los que había dejado atrás, Zemaï sabía dónde. No acababa de entender mi situación. Había estado a punto de morir en manos de los nadros rojos, pero Márevor Helith había intervenido y me había salvado la vida. Me seguía desde hacía años, espiándome, y parecía querer protegerme. ¡Un nakrús quería protegerme! A un muertoviviente que tenía más de dos mil años de vida, ¿cuánto le podía importar una ternian de trece años y unos pocos meses?

Resoplé, ahogada por mis propias preguntas interiores.

—Creo que necesitas descansar un poco —intervino Laygra.

Murri se levantó con presteza.

—No te preocupes, ahora estás a salvo. Te llevaré a tu dormitorio.

Me levanté como en un sueño, mirando a mis hermanos con los ojos agrandados. Para ellos, era la hermanita perdida y recuperada que había tenido que pasar unas cuantas calamidades antes de ser rescatada. Necesitaría tiempo para habituarme a esta nueva situación, y de todas formas no tendría ese tiempo puesto que tenía pensado irme cuanto antes de Dathrun para ir a buscar a los demás. Murri y Laygra me acompañarían, claro, y el maestro Helith nos daría unos consejos y nos dejaría ir y dejaría de espiarme y… Estábamos atravesando un pasillo iluminado con piedras de luna, como las llamó Murri, cuando de pronto me detuve.

—Esperad —dije—. En ningún momento habéis mencionado a nuestro tío Lénisu. Y cada vez que lo mencionaba, se os ensombrecía la cara… ¿por qué?

Murri y Laygra intercambiaron una mirada que no supe interpretar.

—Bueno —contestó Murri—, en realidad, nos ha asombrado oír el punto de vista que tú tenías de Lénisu. Nosotros lo vemos de manera muy diferente. Cada vez que venía al pueblo, en las Hordas, era… alguien simpático en apariencia. Pero Wigas me contó cosas sobre él y eso me disuadió de querer volver a verlo… al menos hasta que vinieses tú.

—Quizá haya cambiado —sugirió Laygra.

El ceño fruncido, los contemplé con aire sorprendido.

—¿Simpático en apariencia? —repetí—. No lo entiendo, ¿hizo algo malo que no recuerdo?

El silencio cayó entre nosotros mientras yo los miraba a ambos con aire incrédulo. Murri agitó la cabeza, los ojos girados hacia el pasado.

—Estás cansada, quizá hoy no entiendas bien… —contestó.

—El monolito me ha dejado hecha un trapo de cocina —reconocí, interrumpiéndole—, ¿pero qué hizo Lénisu? Seguramente no fue tan terrible como parecéis creerlo.

Murri frunció el ceño.

—De acuerdo, te lo contaré: nuestro tío era un contrabandista que andaba traficando con mágaras en los Subterráneos. Nuestro padre trabajaba con él antes de que se casara con su hermana —explicó—. Ambos eran compañeros, pero cuando nuestros padres se casaron, quisieron cambiar de vida. Lénisu les dio un collar como regalo de bodas. —Su rostro se ensombreció aún más—. Era un collar robado —me reveló—. Nuestros padres fueron acusados. Y, para protegernos, a nosotros dos nos mandaron a la Superficie, a un pueblo de humanos, bajo la protección de Wigas, un viejo amigo de la familia. Nuestros padres tuvieron que vivir como forajidos y, un día mientras huían, fueron capturados por Jaixel.

Lo miré, boquiabierta.

—¿Y yo seguí estando en los Subterráneos? —pregunté, atónita por la historia que estaba oyendo.

—Tú aún no habías nacido.

—Oh. Claro. ¿Y qué les ocurrió a nuestros padres? —pregunté, con la voz trémula.

—Se escaparon, logrando lo imposible. Ahí es cuando robaron la parte de la mente de Jaixel. El resto de la historia no me la sé, aunque puedo suponer unas cuantas cosas.

—¿Qué? —pregunté inmediatamente.

—De alguna manera, la parte de la mente de Jaixel te fue inyectada a ti, nuestros padres murieron, perseguidos por el lich, y un hombre te llevó al pueblo con nosotros. Sinceramente, no me acuerdo del día en que llegaste al pueblo, tenía menos de cinco años. Así que no te puedo contar mucho más.

Abrí la boca y la cerré, estupefacta.

—¿Así que crees que, sin lo del collar, nunca se habrían encontrado con Jaixel?

—Lo creo. Sin ese collar, ¡nada de eso habría ocurrido! —afirmó Murri con una vehemencia que me dejó pasmada—. Y Lénisu, mientras tanto, no hizo nada. Desapareció sin dejar rastro. Y años después, pasó por nuestro pueblo. Cuando Wigas me lo contó todo, entendí que nuestro tío no era una persona en la que se podía confiar y que estaba metido en asuntos oscuros y peligrosos.

Sacudí la cabeza.

—No puedes acusar a Lénisu y culparle de la muerte de nuestros padres —razoné—. Además, Lénisu y nuestro padre trabajaban juntos. Eso has dicho. No creo que Lénisu tuviese malas intenciones regalando ese collar. Y si desapareció, tal vez fue porque no le quedó otra.

—Entiendo que lo defiendas —dijo Murri—. Visto cómo me lo has presentado, parece realmente una buena persona. Pero yo aún tengo mis dudas. —Abrió una puerta a su izquierda—. Adelante.

Me guió a través de varios pasillos más antes de subir unas escaleras y abrir una puerta.

—Seguramente la cama que te reservamos para dentro de unos días estará libre —susurró, entrando en la sala.

—¡Ey! —dijo una voz ronca—. Alto ahí. Se supone que ya deberíais estar en la cama desde hace un buen rato. ¿O es que pensáis ir mañana a clase a dormir y a roncar como asquerosos cerdos de feria?

Entre la sombras, llevando una linterna, apareció el rostro alargado y sucio de un hombre de expresión desdeñosa.

—Huris —resopló Murri con cara sorprendida—. No sabía que espiaras las idas y venidas de los estudiantes.

—No os vendría mal un poco de orden en vuestros horarios. ¿Quién es esa chiquilla? No me suena tu cara. ¿No estarás intentando introducir a gente de la ciudad en nuestra academia, joven Murri, verdad?

—Oh, vamos, qué va, ni se me ocurriría —protestó mi hermano soltando una carcajada forzada—. Esta es mi hermana, ha llegado hoy, ha dejado las tierras de nuestra familia por esta academia tan hermosa y tan estricta con sus reglamentos. Es una niña adorable que no te dará ni el más mínimo problema, te lo aseguro.

—¿Ah, sí? —masculló Huris, ladeando la cabeza hacia mí. Me enseñó sus dientes y yo le enseñé los míos con mayor elegancia.

—Buenos días, señor —le dije.

—Ah. Será mejor que abras los ojos y mires por esa ventana, ¿qué ves, muchacha?

Miré hacia fuera y no vi nada.

—Mm. Pues, nada. ¿Qué tengo que ver?

Huris me dedicó una sonrisa llena de sorna.

—Nada. Como verás, no hay absolutamente nada, porque es de noche. Buenas noches, muchachos. Estos jóvenes de hoy no saben ni hablar con exactitud.

Volvió a entrar en su despacho y yo lo seguí con la mirada, anonadada.

—¿Qué le ha pasado? ¿Se ha puesto así sólo porque le he dicho buenos días en vez de buenas noches?

—No sé si tiene que ver —reflexionó Laygra—, pero en su tiempo fue profesor de lengua en una escuela en Dathrun. Y no te preocupes, a mí me hizo una escena parecida cuando me equivoqué y confundí algunas preposiciones.

—Bueno, ahora a buscar una buena cama —dijo Murri—. Esta es la Sala Derretida, no me preguntes por qué se llama así, es una larga historia, si quieres te la contaré mañana. Para resumir, es la sala de los estudiantes que tienen menos de catorce años. Nosotros estamos cerca de la Sala Erizal. Es un poco más reducida. Bueno, de aquí salen unas ocho torres. En cada una hay varios pisos con dormitorios.

—¿Y por qué no quedarme en la enfermería? —intervine, contemplando con aprensión la inmensa sala—. Podría volver ahí.

—Ni hablar —replicó Murri inmediatamente—. Me costó casi una hora hacerte entrar en la enfermería esta mañana. Me pilló la encargada y no quiso dejarme entrar, diciendo que no tenías nada y que sólo necesitabas reposo. De mientras te has pasado esa hora sentada inconsciente en el pasillo. Menudo lío. Pero a mí se me da bien argumentar, y al cabo le convencí que nos dejase entrar. ¡Y qué sorpresa me llevé al ver que había muchas camas vacías! Esa enfermera es una bruja desgraciada, la próxima vez iré a la enfermería Azul, aunque esté un poco más lejos. En esa dicen que te despachan al de nada pero que te dejan entrar por nada también. A ella van muchos estudiantes vagos… pero… hablo mucho, ¿no os parece?

Laygra y yo soltamos una carcajada en voz baja.

—No —continuó Murri—, será mejor la Sala Derretida. El maestro Helith me dijo que te reservara una cama en la torre de la Fauna. Esa cama normalmente estaba reservada sólo para dentro de tres días, que era cuando pensábamos poner en marcha los monolitos para ir a buscarte. Pero no creo que suponga un problema el llegar unos días antes.

De pronto sus palabras me hicieron recordar algo.

—Murri, antes, ¿has dicho que venía de las tierras de nuestra familia o me lo he inventado yo?

Murri se paró junto a una puerta y se giró hacia mí con una sonrisa divertida.

—Bueno, has oído bien. Para los que viven aquí, somos los hijos de una familia rica asentada en los límites del Bosque de Hilos. Nuestra familia no tiene ningún título, pero es muy respetada en los alrededores y muy rica. Para entrar en esta academia hace falta un poco más que habilidad y buena voluntad. Los estudiantes que vienen de una familia modesta lo tienen mucho más difícil, y los desprecian continuamente, pero escucha, esos estudiantes son hijos de artesanos, de campesinos con sus propias tierras, gente que tampoco ha quedado abandonada por la beneficencia de los dioses. Así que imagina, tú, la cara que pondrían los demás si supieran de dónde venimos realmente.

Había bajado la voz y noté una nota de amargura en su voz mientras continuaba hablando.

—El maestro Helith se ocupó de construir esta historia, ¿verdad? —pregunté con un escalofrío.

—El maestro Helith tiene buen corazón —murmuró Laygra, cogiéndome del brazo.

Murri asintió gravemente con la cabeza.

—Nos ayudó cuando nosotros estábamos sin un duro, vagando en las ciudades. Buscábamos información sobre Jaixel y nadie nos pudo decir nada sobre él hasta que un día llegó el maestro Helith, se presentó, nos propuso entrar en la academia de Dathrun y nos dio dinero y consejos. Sin él, no habríamos durado aquí ni cinco minutos.

—Tuvimos que pasar una prueba —me dijo Laygra—. Nosotros no tenemos ni idea de energías. Antes de entrar aquí, yo sólo sabía unos cuantos trucos que se aprenden cuando eres una curandera. Te podrás imaginar lo mal que lo pasé al principio. Conseguí la prueba porque los profesores que me notaban se quedaron impresionados por mi habilidad reconociendo las plantas. Hasta les enseñé un truco con la flor de kalrea —añadió con una sonrisa divertida.

—Vaya —solté, resoplando. Medité un momento—. Así que el maestro Helith ya sabía quiénes erais cuando os invitó a ir a Dathrun.

—Bueno, lo primero que nos dijo fue exactamente —carraspeó para adoptar una voz diferente que pegaba tan bien con la de Márevor Helith que me sobresalté—: “estáis siendo muy indiscretos, muchachos ternians, cualquiera diría que buscáis convertiros también en liches”.

—¡Uau, Laygra! —solté, admirativa—. ¿Cómo lo haces?

—Es una cuestión de práctica —dijo una voz aguda y femenina.

—Es un don —dijo Murri, riendo.

—Aunque a veces es también una maldición —intervino una voz ronca de anciano resignado.

Miré a mi alrededor. Todo estaba vacío.

—¡Por Ruyalé! —murmuré, maravillada—. Eres una ventrílocua. Eso sí que es increíble.

—El viejo Révlor, en el pueblo, me enseñó unas cuantas cosas —repuso Laygra, muy divertida—. Pero hay cosas más increíbles que eso. Imagínate cómo reaccionamos al ver la cara de Márevor Helith por primera vez. Casi me muero del miedo que tuve.

—Creímos que era Jaixel —explicó Murri.

—¿Puedes creer que Murri lo atacara con su daga? —dijo Laygra, con los ojos agrandados.

—¿Qué? —solté, boquiabierta, intentando imaginarme a Murri sacando su daga contra el muertoviviente. La imagen era risible y terrible a la vez.

—Se le fue toda la razón en un segundo —pronunció mi hermana.

Murri gruñó.

—Jamás pensé que un nakrús podría querer ayudarnos.

—Y me pregunto aún por qué quiere ayudarnos —dije, bostezando.

Al verme bostezar, Murri avanzó para abrir la puerta de la torre de la Fauna:

—Basta de charla, es hora de irse a dormir.

Me condujeron por unas escaleras anchas que subían unos cuantos peldaños antes de llegar a un comedor con chimenea, sofás, mesas y alfombras de calidad incontestable.

—Vaya —murmuré, los ojos clavados en un tapiz que representaba un castillo de murallas blancas y cúpulas doradas iluminado—, menudo lujo.

Murri sacó un papel y le echó un vistazo.

—Número 12. Por aquí —dijo Murri.

Atravesamos la sala y desembocamos en un balcón muy largo que daba la vuelta a un parquecillo lleno de vegetación y con un árbol enorme en medio, cuya cumbre acababa lejos hacia arriba.

El balcón, comunicaba con varias puertas que llevaban a los dormitorios.

—Jamás había venido por aquí —comentó Laygra.

—Yo tampoco —reconoció Murri—. Pero no creo que nos cueste mucho encontrar el número~12.

Encontramos el dormitorio un piso más arriba, en otro balcón. En las escaleras, nos cruzamos con un sereno que nos guió amablemente hasta ahí diciendo:

—Ya verás, pequeña, la torre de la Fauna es la mejor de la academia. Y vosotros ¿de dónde sois?

—Yo soy del Departamento del Aire —contestó Murri.

—Yo estoy en medicina, en el Departamento Azul —dijo Laygra.

El sereno asintió tranquilamente.

—Es aquí —dijo—. Número 12. Creo que efectivamente hay una cama vacía. Ahora recuerdo. La joven sibilia se fue hace unas semanas. Bueno. Podéis volver a vuestros respectivos dormitorios, jovencitos. Ya me ocupo de vuestra hermana si necesita algo. Buenas noches.

Les dije buenas noches a todos y entré en el dormitorio de puntillas, intentando no despertar a los que dormían. La cama que tenía estaba junto a la ventana. En uno de mis pasos, pisé algo que se agitó de pronto maullando y bufando.

Que los dioses me protejan, ¡un gato!, me dije, inmóvil y de pie entre las camas.

—¿Qué ocurre? —preguntó una voz pastosa.

—Nada —contesté—, todo va bien.

—Mm.

Permanecí un momento inmóvil hasta cerciorarme de que todo estaba en calma. El gato siguió escupiendo insultos pero al menos se había apartado de mi camino y llegué sin más incidentes a mi cama. Ahí me quité las botas y me metí bajo las mantas sin tomarme la molestia de desvestirme. Me dormí enseguida y soñé con un burro que iba avanzando por un campo baldío arrastrando una carreta con una pereza poco común.