Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 1: La llama de Ató

22 Prueba de voluntad

Miré a mi alrededor. Estaba sobre un suelo blanco iluminado, y más allá todo estaba negro. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? Encendí una esfera de luz, pero no iluminó la oscuridad, como si no hubiese nada que iluminar. ¿Qué habría en la oscuridad, más allá del suelo blanco? Y de pronto, me pregunté: ¿qué era eso sino un acertijo?

Recordé, inopinadamente, lo que había dicho Kirlens unos días atrás: “No todo lo blanco es bueno ni todo lo negro es malo”. No todo lo negro es malo, me repetí. Eché un vistazo a lo que parecía ser el peor de los vacíos y posé un pie. Sólido.

Entonces se iluminó el pequeño corredor y percibí un atmósfera cargada de energías. En medio del corredor, había un objeto. Sospechoso, me dije, entornando los ojos. Sin duda, tenía que haber trampas. Me pasé un buen rato examinando las energías, sin alcanzar a entender los sortilegios. Y entonces, por un extraño azar, se me ocurrió que el objeto en medio del pasillo podía ser un maeth. Según había leído, un maeth era una mágara de ilusiones que mostraba cosas que no eran ciertas utilizando armonías avanzadas.

De modo que quizá el corredor en el que estaba no era un corredor, ¿quién sabe? Traté entonces de percibir el trazo del sortilegio armónico y lo conseguí a medias, cerciorándome al menos de que, efectivamente, lo que estaba viendo era una ilusión.

Examiné la pared, levanté una mano y la toqué, o pretendí tocarla, porque mi mano atravesó lo que debiera haber sido la pared. Di un salto hacia atrás, asustada. De pronto oí una risa estrangulada.

Fruncí el ceño. ¿Podía ser uno de los demás snorís? A fin de cuentas, quizá el muro fuese del todo ficticio y en realidad estuviésemos todos en una gran sala sin paredes. O bien se trataba del maeth.

La risa dejó lugar al silencio. Miré intensamente el maeth y me repetí mentalmente que la risa tenía que provenir de ese objeto.

Entonces oí un grito que reconocí de inmediato. Era el grito de Aleria.

—¡Aleria! —grité desgañitándome.

Crucé el corredor a toda prisa, utilizando el jaipú con prudencia, ya que no sabía nada sobre lo que me rodeaba de veras. Empezaron a activarse varias trampas y las evité todas de milagro, evitando caer en un enorme agujero ficticio mediante un salto artístico. Aterricé sobre una plaza empedrada. Aryes estaba ahí, con la mirada clavada en la ilusión de un enorme engendro infernal.

Aryes, me repetí, jadeando. Era Aryes, no Aleria, por supuesto. Aleria no podía estar ahí. El elfo oscuro estaba aterrorizado. Ni logré poner un nombre a la criatura que le enseñaba sus dientes afilados. Aleria seguro que habría podido. Eché ese pensamiento de mi mente y grité:

—¡Aryes! Sólo es una ilusión.

Aryes me vio de reojo. Estaba rígido y lívido y tenía los labios apretados, como para no gritar. Estaba muerto de miedo. No se movería. Viniendo de Aryes, no era de extrañar. En aquel momento, apareció Yori del otro lado de la plaza. Los demás no tardarían en aparecer. Y se suponía que el objetivo era matar aquella criatura, ¿no?

Llegaron Akín y Marelta al mismo tiempo, tropezándose el uno con el otro. Vi a Marelta empujar a mi amigo con brutalidad y mascullarle algo antes de mirar a su alrededor. Soltó un grito al ver la enorme forma oscura y terrible.

—¿Qué demonios es eso? —tartamudeó Akín.

En ese preciso instante, un rugido demoníaco resonó. Sólo era una ilusión, me repetí, temblando.

—Wuaw —oí resoplar a Aryes, mientras el monstruo parecía estirar el cuello.

—¡Tenemos que deshacer la ilusión! —soltó Marelta con los ojos agrandados.

Asentí con la cabeza, sin moverme. Ahora, todos estábamos frente al engendro y estaba segura de que el jurado esperaba que deshiciésemos la ilusión todos juntos.

—Parece real —murmuró Akín.

—¿Tienes miedo? —replicó Marelta con una mueca de desdén.

—Venga —nos animó Yori—. Manos a la obra.

Nos adelantamos todos y nos concentramos. Al menos, las armonías se me daban bien, pensé. El engendro gruñía y en cuanto intentamos destruirlo se abalanzó sobre nosotros para amedrentarnos, sin alcanzarnos sin embargo. ¿Estaba acaso el jurado entero concentrado en mantener esa ilusión?, me pregunté. Busqué los trazados más débiles y traté de romperlos como pude. Finalmente, todo se deshilachó, pero antes de desaparecer la criatura cayó de bruces sobre nosotros. Marelta soltó un grito de terror.

—La que no tenía miedo —rió Aryes, nervioso.

Lo miré, asombrada. ¡Aryes burlándose de Marelta! Eso sí que era de primera. ¡Y no desvió los ojos ante su mirada asesina! Sin poder evitarlo, solté una risita divertida que me valió una mueca criminal de Marelta.

Examinamos la sala. Era grande y, más lejos, el suelo estaba cubierto de anchas piedras, pero aparte de algunas columnas, no había nada. Sí, una puerta con dos batientes, al fondo y a oscuras.

Íbamos a avanzar en la sala cuando Akín levantó una mano.

—Esperad.

—¿Qué? —replicó de inmediato Yori.

—Mirad el suelo. La forma de las piedras —explicó—. Son hexágonos. Tienen diferente color.

—¿Y? —dije, sin entender.

—Esta sala es una trampa —murmuró Suminaria.

—Un acertijo —rectificó Akín.

Lo miré con admiración. Akín parecía encarnar la inteligencia de Aleria en Ató. Algunos intercambiaron miradas, escépticos.

—¿Qué propones? —le preguntó Laya. Ante su nueva autoridad, Akín parecía un poco perdido.

—Bueno…

—Enviemos algo encima de un hexágono —propuso Revis.

Todos se mostraron de acuerdo y esperamos a que Revis invocase algún objeto, ya que era uno de los pocos en conseguir invocar nada. Se concentró hasta el punto que le salieron gotas de sudor. Agitaba la cabeza como un toro… y finalmente salió una ridícula canica de un verde fluorescente. Se le cayó de la mano y se puso a rodar hacia uno de los hexágonos.

Instintivamente, retrocedimos unos pasos.

—¿Qué creéis que va a pasar? —preguntó Galgarrios.

—Va a explotar —rió Kajert, nervioso.

—No. Creo que saldrá un monstruo —dijo Marelta.

Solamente con pensar que en cada hexágono se escondía un monstruo, toda réplica burlona murió en mi garganta.

La canica rodaba y rodaba cada vez más lento. Se detuvo a un centímetro del hexágono y oí los suspiros exasperados de todos. Yo misma no podía creérmelo y estaba casi segura de que el jurado lo había hecho queriendo.

—¿Qué hacemos? —resopló Laya.

En ese instante, avanzó Aryes unos pasos y se concentró para un sortilegio. Dibujó unos signos que no reconocí en el aire. De pronto se oyó un leve soplido de viento y la canica se deslizó hasta el primer hexágono. Sin pensarlo, atrapé el brazo de Aryes y lo eché para atrás. Justo a tiempo. Una lluvia de lava ardiente caía en el primer hexágono, salpicando alrededor, emitiendo chasquidos y escupiendo gotas rojas de temperatura muy elevada. La ilusión estaba tan bien conseguida como la del engendro, pensé, impresionada.

—Caray, Aryes, no sabía que eras un versado en energía órica —soltó Yori, irónico.

Aryes se sonrojó un poco.

—He leído cosas sobre eso.

—Al menos así sabemos que esta sala no era del todo inofensiva —dijo Akín alegremente.

Le di un codazo, burlona.

—Encuéntranos un remedio para salir de aquí, ya que eres tan listo —le solté.

Esperamos un buen rato, pero la lluvia seguía, imperturbable.

—Esto no va a parar —observó Marelta expresando el pensamiento de todos—. Creo que hay que adivinar qué hexágonos tienen trampas e intentar no activarlas.

Por una vez, estaba de acuerdo con ella. Desafortunadamente, nadie sabía por dónde empezar. Era imposible rodear los hexágonos para alcanzar la puerta que nos hacía frente.

Estábamos desesperados y desanimados, cuando de pronto Yori exclamó:

—¡Mirad!

Nos giramos todos hacia él. Señalaba uno de los hexágonos y nos acercamos con premura. Había algo inscrito. Oh, no, me dije. Seguramente sería algún acertijo. Y, de hecho, lo era.

«Empieza por saltar desde la nada hasta el cielo» —leyó Salkysso, sobre el hombro de Yori.

Akín y yo nos echamos a reír. Aquella frase no tenía ningún sentido.

—¡Ya lo entiendo! —soltó Salkysso sin embargo—. Lo que hay que hacer es saltar hasta el hexágono azul ese. Es el único que hay en la segunda fila.

—¿Ese azul quieres decir? —designó Ozwil un hexágono rojo.

Lo miramos todos perplejos.

—Yo sólo veo uno azul en la segunda fila y es ése —gruñó Yori, señalando un hexágono verde.

Me costó contener la risa cuando entendí que cada uno veía un color diferente en los hexágonos. Cuando los demás lo entendieron también, nos dimos cuenta de que poniéndonos frente a nuestro hexágono azul, cada uno tenía un sitio. Sólo había un hexágono libre. El de Aleria, entendí.

La primera en saltar al hexágono azul fue Laya. No pasó ninguna catástrofe ni nada, así que saltamos todos hasta nuestro hexágono azul. Yo, como justo coincidía que el hexágono azul era el que estaba detrás del hexágono activado y con lava, tuve que hacer malabarismos para llegar a mi sitio, pero lo conseguí con un bonito salto. A todos les fue bien, menos a Ozwil, el cual, no muy habituado a saltar sin la ayuda de sus botas saltadoras, se equivocó calculando y recayó brutalmente en un hexágono que era verde para mí. La voz de uno de los jueces surgió no sé de dónde y le pidió que se mantuviese donde estaba. Ozwil se lo tomó bastante mal, pero no se movió.

En cada losa azul, había un acertijo diferente inscrito en la piedra con armonías. Mi acertijo era: «¿De qué color es la librea oficial de la ciudad de Neiram?».

Estuve a punto de soltar un gruñido. Qué preguntas, pensé. Miré a mi alrededor, entornando los ojos, y se me iluminó la cara. Era el rojo. Pero enseguida hice una mueca al percatarme de que el único hexágono rojo que tenía a mi alrededor estaba ocupado por Marelta. Hasta que la elfa oscura no se moviese, yo no podría avanzar.

Pero Marelta parecía tener problemas para descifrar el acertijo. Suspirando interiormente, le pregunté:

—¿Cuál es tu acertijo?

—¿Y a ti qué te importa? —retrucó.

Cuando le expliqué mi problema no pareció tampoco muy encantada pero aceptó leerme su acertijo. Era un ejercicio de cálculos con cosenos y ángulos. Tuvimos que pedirle ayuda a Ozwil, el gran calculador de la clase. Castigado en su hexágono, hizo los cálculos mentalmente y nos dio el resultado. Finalmente Marelta avanzó de un hexágono y yo pasé a remplazar el suyo.

Vi el acertijo borrarse de la losa y apareció otro: «¿De qué color es una solución de estrandio?». No tenía ni idea.

Los demás seguían avanzando hexágono a hexágono. En cambio, Galgarrios parecía tan bloqueado como yo y Akín tenía en la cara una intensa concentración, como si estuviese rememorándose algo. Abrió los ojos y meneó con la cabeza, desanimado.

—¿Algún problema de memoria, Akín? —le pregunté.

—¿Quién fue el descubridor del archipiélago de las Anarfias?

¡Desde luego no escatimaban con la dificultad de las preguntas! Como negaba con la cabeza, y me preparaba a decirle que no tenía ni idea, Laya intervino:

—¡Creo que me acuerdo! Se lo apodaba el Destripador. El nombre… no recuerdo.

A Akín se le iluminó el rostro y dijo:

—Jansil Gavríez el Destripador. ¡Y Gavríez en caéldrico significa violeta!

—¡Eso! —aprobó Laya.

Akín avanzó de un hexágono. A Yori y a Salkysso les faltaban tres niveles, la mayoría cuatro, y yo todavía estaba en el segundo.

—¿Algún problema, Shaedra? —me preguntó Akín.

Le leí mi acertijo. Akín silbó entre dientes.

—Ni idea —confesó.

Entonces, Galgarrios intervino:

—¿No existe un poema con el verso «oh, hermosa hada, de ojos más azules que el estrandio»?

Parpadeé, aturdida, y entonces me carcajeé, divertida. ¡Pues claro! Salté al hexágono azul y solté una exclamación triunfal.

—¡Gracias Galgarrios! Eres un genio. ¿Quieres que te ayude con tu acertijo?

Galgarrios negó con la cabeza.

—No, si ya he entendido el acertijo. He entendido el juego. Ya me basta.

Lo contemplé, atónita. Realmente, Galgarrios podía soltar frases totalmente incomprensibles. Como parecía estar contento en su hexágono, no insistí y me concentré en el próximo acertijo. Los demás no paraban de hacerse preguntas para asegurarse de que no se equivocaban o para desbloquearse.

El siguiente acertijo era una pregunta de sentido común y pasé al siguiente con facilidad. Continué avanzando, aunque había perdido mucho tiempo con el enigma del estrandio, y me faltaban tres niveles cuando Yori, Salkysso y Marelta llegaron junto a la puerta.

—¡Está cerrada! —declaró Salkysso.

Entonces vieron el mensaje incrustado sobre la puerta, pero, por lo visto, no sabían descifrarlo. Me concentré en mi siguiente acertijo con decisión: «¿Qué planta es esta?» Había un dibujo debajo. Solté un suspiro de alivio, la conocía:

—Rakornia blanca —dije, como si mis palabras pudiesen tener algún efecto mágico. Salté al hexágono blanco.

—¡Ya está! —gritó Yori. Al parecer, habían resuelto el enigma porque consiguieron abrir la puerta. Yori pasó el umbral… y desapareció.

—Mierda —lo oí decir. Estaba detrás de mí, de nuevo al principio. Yori había atravesado un desviador.

Varios se echaron a reír. Marelta desapareció por la puerta entornada seguida de Salkysso, Ávend, Laya y Revis, y esta vez ellos no volvieron a aparecer al principio. Aryes llegó de un salto junto a la puerta y se giró hacia nosotros, con el ceño fruncido. Akín estaba a punto de conseguirlo, Galgarrios no se había movido de su remanso, Yori intentaba acordarse de su recorrido y Ozwil seguía atrapado en su hexágono verde, paralizado y con una cara mortalmente aburrida. ¿Y Kajert? En ese instante acababa de activar una trampa y, sombrío, se sentó antes de que el jurado le dijese nada. En cuanto a Suminaria, sentada contra una columna, observaba con el ceño fruncido un pergamino. ¿De dónde lo habría sacado?, me pregunté.

“¡Quítaselo de las manos!”

La voz se me impuso como una violenta borrasca. Perdí la poca paciencia que me quedaba y me puse a correr, saltando y activando todo tipo de trampas. En un momento, sentí que parte de mi brazo se me congelaba, luego que me llovía una lluvia de veneno y que me perseguía una tropa de leopardos. Finalmente, llegué junto a Suminaria totalmente aturdida y con la mente en efervescencia, viendo bichos por todas partes, moviéndose, girando en remolinos, pero la ira no se me iba. Cogí el pergamino de las manos de Suminaria y lo rompí en varios trozos ante su mirada maravillada. Se acabó esa maldita prueba, pensé. Se acabaron el jurado, los mutiladores, los asesinos de Sain… Sentí que alguien me cogía del brazo suavemente y me arrastraba lejos. Hubo una explosión y luego nada.

Resurgí de mi estado de aturdimiento en mi cuarto. Oía voces y me sorprendí al reconocerlas. Una era la de Akín y la otra de Aryes. ¡Aryes! ¿Por qué venía él a mi cuarto? Jamás había sido amigo mío. Siempre me había parecido un espíritu tímido y medroso.

—No hace falta que te preocupes más, Aryes, ya me ocupo yo de ella —decía Akín.

—Claro —replicaba simplemente el otro.

Pero no oí ningún paso sobre el suelo. Ninguno de los dos se movía.

—¿Por qué crees que ha hecho eso? —Era Akín.

—¿Te refieres a que activase todas las trampas? No lo sé, pero ha sorprendido a todos los del jurado.

—Sí. Me pregunto cómo ha hecho para que no la alcanzasen ninguna de las trampas.

—Eso es mentira —solté.

Gruñí y abrí los ojos. Aryes estaba de pie, junto a la puerta, Akín estaba sentado en mi silla. Conversando ambos como cotorras. Los había sobresaltado y ahora me miraban, sorprendidos.

—Es verdad, lo es —insistí—. Casi todas las trampas me alcanzaron un poco. Casi me parece que aún tengo el brazo congelado. Qué asco de sensación. Por cierto, ¿qué hacéis en mi cuarto?

—Cuando salimos del edificio, estabas desmayada y te hemos traído aquí de vuelta.

—Últimamente tengo la impresión de ser un peso muerto al que siempre le ocurren desgracias —mascullé.

Me enderecé y me di cuenta de que me dolía horriblemente la cabeza. Me golpeé la frente con un puño impaciente.

—Vaya. Lo que faltaba. ¿Qué pasó después de que le quitase la trampa de las manos a Suminaria?

Akín y Aryes intercambiaron una mirada confusa.

—¿Cómo dices? —soltó Akín, perdido.

—El pergamino. Era una trampa —expliqué, impaciente—. ¿Por qué pensáis que me he puesto a correr si no? Suminaria lo estaba mirando como embelesada, y como ya habíamos perdido a Ozwil, pues me dije que ya era suficiente.

Fruncí el ceño al acabar mi frase. No tenía sentido lo que estaba diciendo. No, tenía que haber otra cosa. Recordé la voz imperativa que me había gritado: “¡Quítaselo de las manos!” ¿Era real o no era real lo que había oído?

Si hubiese estado Akín solo, le podría haber comentado el suceso, pero no podía confiar en Aryes. Seguramente pensaría que oía voces irreales en mi cabeza. Pensaría: la ternian medio chiflada se ha vuelto lunática. Agité la cabeza, suspirando. ¿Es que no acabaría nunca este encadenamiento de eventos extraños?

—Buf. No he dicho nada. Por un momento creí… Bah, no importa. ¿Qué tal se ha acabado la prueba para vosotros?

No preguntaba por mí. Ya sabía que la prueba había sido un total fracaso para mí.

—Bueno —dijo Akín—, yo conseguí llegar hasta la puerta y marcharme. Yori se quedó congelado en un hexágono. Galgarrios —sonrió al mencionarlo— se sentó en el hexágono y se puso a bostezar. Y Aryes —añadió, carraspeando— os cogió a ti y a Suminaria y os ayudó a salir de la sala…

—¿Hiciste eso? —exclamé, boquiabierta.

Aryes se había sonrojado pero sonreía como un niño feliz.

—Sí, lo hice.

No comenté su acción porque simplemente me aturdía no lograr entender el cambio de actitud de Aryes. Había sido capaz de replicar algo a Marelta. Capaz de hacer un sortilegio órico… y capaz de hacer el ridículo intentando sacarnos a mí y a Suminaria de la sala de los hexágonos cuando no estábamos en real peligro.

—Bueno —gruñí, frotándome las sienes doloridas—. Supongo que los del jurado te recompensarán por tu acto solidario.

Aryes palideció.

—Seguramente —replicó con brusquedad—. Tengo que irme —añadió antes de abrir la puerta y salir soltando un «hasta mañana».

La puerta se cerró detrás de él.

—¿Qué demonios le pasa a este? ¿He dicho algo malo?

Akín levantó los ojos al cielo.

—Déjalo. Nunca cambiará. Al menos se prestó voluntario para ayudarme a llevarte hasta aquí.

—Todo un detalle. ¿Y Galgarrios?

—Estaba desmayado. Kajert también. En realidad todos los que quedaban en la sala fueron sacados inconscientes, salvo Aryes. No me preguntes por qué. Misterios insondables.

—Sí, misterios insondables —repetí, frunciendo el ceño.

Sentía que había algo que tenía que entender. Algo relativo a la voz que me había hablado. Esa voz no tenía nada que ver con la prueba ni con el jurado. Me lo decía el instinto.

Me levanté de golpe y fui a comprobar que se podía abrir la ventana… Cerrada. ¡Otra vez!, pensé algo asustada. Pero esta vez el sortilegio era todavía más sencillo. No era nada del otro mundo. Pero ¿por qué? Tal vez un mensaje, reflexioné, tratando de serenarme. Pero un mensaje se suponía que tenía que ser entendible y yo no entendía nada.

—¿Sabes, Akín? —dije observando el trazado del sortilegio de la ventana.

—¿Qué?

Por un momento, quise decirle otra cosa, una cosa que había entendido, que el pergamino estaba encantado y que Suminaria había estado a punto de sufrir un sortilegio dañino, quizá hubiese estado a punto de morir. Entonces, recordé que cada vez que decía algo, luego pasaba una catástrofe y me contenté con señalarle la ventana.

—Es la segunda vez que ocurre. Un sortilegio de cierre en mi ventana. ¿Crees que podrían ser defectos del morjás?

Akín se levantó de un bote y se reunió conmigo. Se cercioró de que la ventana no se podía abrir y entonces negó con la cabeza.

—No parecen defectos del morjás.

Solté un suspiro cansado. Me dolía la cabeza y no me apetecía pensar más. Adivinando quizá mi estado de ánimo, Akín se abstuvo de hacer muchas preguntas, me ayudó a deshacer la cerradura mágica y, poco después, me quedé sola en mi cuarto, con los pensamientos aturdidos que se arremolinaban en mi mente. Coloqué la silla junto a la ventana y me senté para contemplar los tejados.

Afuera, dieron las dos de la tarde. ¿Tantas horas habían pasado? ¿Cuánto tiempo habría durado la prueba? No tenía ni idea. Levanté la cabeza y miré la torre de vigía, a lo lejos. Un elfo de la tierra tenía apoyados los codos en el parapeto, contemplando el cielo con aire sereno.

Y mientras tanto, las preguntas fluían libremente en mi cabeza, sin que me dejasen en paz un segundo. ¿Por qué alguien quería hacerle daño a Suminaria? ¿Por qué me cerraban la ventana? ¿Por qué Daian y Aleria habían desaparecido? A todas esas preguntas, sólo me contestaba un inmenso silencio.