Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 1: La llama de Ató

21 La Isla Sin Sol

Al día siguiente, pasé los exámenes de Literatura, de Matemáticas y de Biología. Akín no volvió a hablarme en público y supuse que su padre le había soltado un buen sermón, pero me echó una mirada de cómplice que me devolvió el ánimo a pesar de que había devuelto las hojas de Literatura casi en blanco. Sólo podía culparme a mí: no había estudiado ni una maldita obra, pero en aquel momento, ¿qué me importaban los resultados? Por más que dijese Kirlens, no se sabría si podría haber llegado a ser una excelente celmista ya que me iría un día antes de que los resultados fuesen públicos así que, ¿para qué molestarse? Además, nunca había tenido el objetivo de ser una excelente orilh, ¿verdad? Bueno, la verdad es que antes de la llegada de Murri no tenía realmente ningún objetivo más que divertirme y aprender. ¿Acaso había cambiado en algo? No.

A la tarde, Lénisu y yo entregamos el dinero a la casa de los Ashar por medio de un secretario con gafas sin que el tío Garvel apareciese por ninguna parte. Lénisu salió de la casa soltando un suspiro de alivio:

—Odio estar en casa de grandes. Me da la sensación de que te pueden aplastar como sucias hormigas.

—No tenías esa impresión en casa de Emariz —observé.

—Bah. Emariz fue una grande que empequeñeció de golpe. Siempre ha tenido malas relaciones. Una dama sin escrúpulos que trata con gente de baja calaña.

—¿Como los contrabandistas? —solté tranquilamente.

—Un buen ejemplo —replicó simplemente Lénisu.

Me pasé la tarde en la biblioteca, en compañía de Akín, metidos entre unas estanterías por donde nadie pasaba. Así, le pude contar todo lo del viaje y lo del Amuleto de la Muerte. Primero, Akín se mostró horrorizado, luego totalmente asombrado.

—¿Dolgy Vranc va a venir con nosotros? —silbó entre dientes—. Creí que era una de esas personas topos que nunca salen de su sitio.

—Si bien recuerdas, nos contaba muchas historias sobre lugares extraños. Quizá los haya visto realmente.

—Sí, decía que sacaba de ahí sus ideas para hacer juguetes, ¿no? Pff, no sé si acabo de creérmelo —carraspeó Akín.

Sonreí.

—¿Quién sabe? Igual hay más verdades en lo que dice que mentiras.

Akín puso una mueca escéptica pero no dijo nada. Estuvimos estudiando todo el resto de la tarde, enterrados entre el polvo y los libros.

Sólo quedaban tres días de práctica y nos iríamos, cavilaba de cuando en cuando. Cada vez que pensaba en eso, me alegraba. ¡Nos iríamos lejos de los mutiladores!, y de toda Ató, que me detestaba. Akín estaba todavía más impaciente que yo. Por eso, seguramente, al día siguiente, en la prueba de lucha cuerpo a cuerpo perdió contra mí, y eso que yo no estaba para pelear contra nadie.

Ahora que me había hablado Suminaria de la esfera nerviosa que había echado contra mí, había alcanzado a ver la amplitud de su efecto. Los movimientos rápidos me mareaban y me daban dolor de cabeza. Por otro lado, aunque ya no me dolían tanto los pies, las manos aún me arrancaban algunas muecas de dolor. Sería inútil decir que perdí contra Yori. Hice un gran esfuerzo por ganarle a Marelta, pero perdí, teniendo que soportar su horrible sonrisa durante varias horas. Su desprecio empezaba a cansarme seriamente. Además, el juzgado evitó un enfrentamiento entre yo y Suminaria, por una ridícula prudencia que me hirió el alma, dejando claro que todo el mundo pensaba que era una pequeña salvaje incontrolable medio chiflada capaz de atacar de nuevo a la intocable Ashar. Estupendo. Cuando salí de la Pagoda Azul, humeaba de rabia.

Volvía a la taberna cuando me cortó el paso una masa con rostro preocupado y concentrado.

—Shaedra, tengo que preguntarte algo.

—Galgarrios —pronuncié—. ¿Qué haces aquí? Estoy segura de que tus padres te habrán dicho que no me hables.

Cuando vi su expresión herida me traté de insensible y le cogí suavemente el brazo para continuar andando con él.

—Lo siento, Galgarrios, estoy un poco brusca últimamente. ¿Qué querías decirme?

Galgarrios aceptó mis excusas sin rechistar y pasó directamente a su preocupación.

—Me preguntaba si sabías dónde estaba Aleria.

¡Menuda pregunta! ¿Cómo quería que le contestase?

—No, Galgarrios, no tengo ni idea.

Galgarrios se giró hacia mí. Sus ojos brillaban de una concentración que no era acostumbrada en él.

—Pues yo sí sé dónde está.

Necesité varios segundos para entender que hablaba en serio.

—¿Tú, Galgarrios, sabes dónde está Aleria? —susurré.

Asintió, convencido.

—Sí.

—¿Dónde?

—Ha ido a buscar a Daian.

Esperé a que añadiese algo, pero no, se quedó ahí. Interiormente, dejé escapar un inmenso suspiro. ¿Por qué había tenido la esperanza de que supiese algo más?

—Muy bien, Galgarrios —repliqué—, pero eso no nos avanza mucho.

Galgarrios puso una cara sorprendida.

—¿Seguro? Pero si sólo hay que ir donde está Daian, y ya está.

—Y tú, claro, sabes dónde está Daian.

Entrecerró los ojos, pensativo, y asintió:

—No, no lo sé —confesó, y gruñí, exasperada, pero él continuó—: Pero esta noche, cuando estaba pensando, lo entendí.

—Enhorabuena. ¿Qué entendiste?

Su rostro se iluminó.

—¿No lo ves? Las sombras. El grito. Todo concuerda. Han llevado a Daian a la Isla Sin Sol.

No pude evitarlo, me cubrí la cara con las manos.

—¡Oh, Galgarrios!

—¿Soy bueno, eh?

Me sonreía, muy orgulloso de sí mismo. Estallé. Mi exasperación se convirtió rápidamente en una risa sonora.

—Ay —dije, enjugándome los ojos—. Muy bueno, Galgarrios, buenísimo.

Su cara perpleja se transformó en una cara feliz.

—Entonces, hay que decírselo al Mahir, para que vaya a buscarla, ¿no?

—Mira, no te preocupes. Yo me encargo de todo.

No le vio ningún inconveniente, más bien estuvo muy aliviado con la idea de que no fuese él quien tuviese que hablar con el Mahir. La Isla Sin Sol, me repetí, sonriente, mientras entraba en la taberna. ¿Pero aún creía en eso?

* * *

Al día siguiente, teníamos la prueba práctica que, según muchos, contaba más que ningún otro examen. Me levanté temprano, sin que Wigy tuviese que sacarme de la cama. Abajo, Lénisu no estaba y aposté a que dormiría a pata suelta hasta el mediodía. Desayuné pese al nerviosismo y me encontré en la Pagoda Azul sin que me diese tiempo a hacerme a la idea de que había llegado.

—Hoy toca la prueba gorda —me susurró Akín, mientras nos guiaba un maestro del jurado, el maestro Tábrel, fuera de la pagoda, hacia un edificio contiguo.

—Bueno, espero que estará a mi altura —solté con un tono pedante, imitando a Yori.

Nos reímos y Yori, que nos había oído, nos miró con cara de pocos amigos.

—Bien —dijo el maestro Tábrel cuando hubimos llegado y entrado en una sala alargada con un montón de puertas—. Coged cada uno una de esas cintas y ponérosla alrededor de la cabeza. No la quitéis en ningún momento y bajo ningún concepto —mientras obedecíamos, añadió—: Detrás de estas puertas, se encuentra el escenario de la prueba. Recordad el reglamento y llegad hasta el final como podáis.

A través de mi mente aturdida, quién sabía ya si por el estrés de la prueba o por la esfera nerviosa de Suminaria, divisé un amago de sonrisa en el rostro del maestro Tábrel.

—La prueba ha comenzado —sentenció.

Los trece snorís abrimos nuestras puertas respectivas y la cruzamos, sumergiéndonos en la oscuridad.