Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

24 El valor de un Arunaeh

«Las mejores venganzas son insulsas.»

Saoko

* * *

El barro salpicaba y el agua chasqueaba bajo mis botas. Un enjambre de mosquitos me rodeó, evitando mi órica, y se dirigió directo al grupo de presos que nos seguían, levantando gruñidos malhumorados. Les eché una mirada aguda antes de soltar:

«Por un momento he creído que ibas a tirarte sobre él, cimitarra en mano. ¿Qué piensas a hacer?»

Saoko caminaba delante. No me contestó. Suspiré y tras un silencio comenté:

«Si no quieres ensuciarte las manos, espera a que se lo coma la hidra.»

Habíamos salido de la Villa Arcana hacía como una media hora. El plan era sencillo: los dos Zorkias atraerían a la hidra hacia un terreno firme designado por Ronarg, Galaka Dra activaría una barrera rúnica para debilitar al monstruo y los demás atacarían con lanzas… mientras Ronarg, muy probablemente, se escaquearía traicioneramente con sus compañeros más espabilados y trataría de cruzar el lago por el vado hasta la plataforma. Pues bien sabía ese bandido que de ningún modo íbamos a poder matar a la hidra a pedradas o con lanzas primitivas, ni las runas de Galaka Dra iban a retenerla, ni las espadas de los Zorkias conseguirían atravesar la gruesa piel de ese monstruo. En definitiva, nadie pensaba aplicar el plan.

Llegábamos al fin a la pequeña explanada de tierra firme cuando el aura tensa de Yánika cambió sutilmente y me giré hacia ella con una ceja enarcada. La vi tragar saliva antes de informarnos por bréjica:

“Es Yataranka. Dice que es fácil dar el esquinazo a los presos con esta niebla. También dice que Ronarg no mentía para lo del lago: en esa agua, no se puede flotar. Hasta las hojas se hunden, al parecer. ”

Mm. En tal caso, no era de extrañar que Lotus también se hubiera hundido. A mi lado, Kala se estremeció pensando probablemente lo mismo. Le di unas palmadas tranquilizadoras mientras Yánika retomaba:

“También dice que lo del paso menos profundo existe de verdad.”

“¿Ah? Esa es una buena noticia,” me alegré.

“Sí… sólo hay un problema,” admitió mi hermana y se agarró ambas manos temblorosas mientras declaraba: “No saben dónde está la hidra.”

Me paralicé. ¿Habían perdido a la hidra? Según Ronarg, la criatura no debería haberse movido de su sitio en días, porque había comido a saciedad… Obviamente, no era la primera vez que su grupo de evadidos hambrientos y desesperados trataba de alcanzar la plataforma, en vano.

«Ese sí que es un problema,» carraspeé.

«Si la hidra ha desaparecido, » intervino Lústogan con voz fuerte, deteniéndose ante una selva de juncos, «sólo tenemos que buscarla. Encontrar una criatura tan grande no es difícil.»

Rechiné los dientes. ¿Por qué hablaba tan alto? Los presos ya empezaban a murmurar entre ellos, alterados.

«¡Claro, busquemos a la hidra, hermano!» solté con una sonrisa nerviosa y cuchicheé: «¿Estás loco? Los presos nos van a dejar plantados.»

Lúst asintió.

«Por supuesto. Espera y verás.»

No tuvimos que esperar mucho antes de que los presos asignados con la tarea de atacar a la hidra se esfumaran entre la niebla y los juncos.

«Esos traidores…» protestó Weyna. «¿No deberíamos seguirlos y cruzar el lago con ellos?»

Al ver a Lústogan vacilar, resoplé, incrédulo:

«¿No hablarías en serio con lo de buscar a la hidra?»

Sus ojos azules se posaron sobre mí, ensimismados.

«Me extraña que haya desaparecido. No debe de estar muy lejos. Por eso, en estas circunstancias, mejor estar en retaguardia. Yánika, ¿sigue Yataranka cerca?»

Mi hermana negó con la cabeza.

«Ha regresado al lago, donde Mayk y Zehen. Dicen que esperemos antes de acercarnos, que la hidra podría estar sumergida en el lago.»

«¿No podrían haber dejado a un centinela para vigilarla?» musitó Bellim, sentado en el suelo.

Eso hubiera sido lo ideal pero… ni Ronarg lideraba realmente a ese grupo de fugitivos, ni ninguno de estos estaba dispuesto a sacrificar nada por los demás. Lo único que compartían era un objetivo común: salir de ahí.

Esperamos un rato, en la niebla, aguzando el oído. Había un verdadero caos de ruidos: cantaban las ranas, salpicaba el agua, siseaban las serpientes y zumbaban los insectos. Según Ronarg, habían perdido ya a varias personas por culpa de picaduras y venenos letales. ¿Cómo había podido florecer una gran civilización en un infierno como aquel?

Cuando decidimos acercarnos al lago para averiguar la situación, Saoko abrió la marcha con andar presto. Y tan presto que, al de un rato, lo llamé porque nos estaba dejando atrás. No ralentizó y entendí que no iba a parar dijera lo que le dijera. Desapareció en la niebla. Tch. Entendía que quisiera solucionar sus problemas solo pero… diablos, ¿y si encontraba a Ronarg en compañía de otros presos?

«Saoko ha sobrevivido a Brassaria,» dijo de pronto Lústogan, justo detrás de mí. «Ha matado incontables monstruos protegiéndome en mis viajes y lo vi acuchillar a cinco bandidos armados. No tienes por qué preocuparte.»

Hice una mueca. Lúst siempre era tan racional… Pero no tenía en cuenta que, en estos momentos, Saoko no se encontraba en un estado de ánimo normal. Asentí en silencio, sin embargo, y continuamos, siguiendo las huellas que habían dejado los presos.

No estábamos oyendo ningún grito de saijits o rugido de hidra y estaba pensando que esa era una buena señal cuando, de repente, un bramido rasgó el aire y vibró en toda la caverna. Intercambiamos miradas aterradas y aceleramos el paso. Cuando desembocamos en la orilla del lago, la hidra había surgido del agua y agitaba sus dos enormes cabezas mirando hacia el vado… hacia los presos que, hundidos hasta la cintura en el agua negra, intentaban cruzarlo. Los que acababan de meterse dieron media vuelta con desesperación; el resto, presa del pánico, embistió hacia la plataforma… Sin embargo, en ese agua, sus movimientos eran lentos. Uno estaba a apenas unos metros de la meta cuando, de pronto, pareció chocar contra algo. Galaka Dra resopló de incredulidad a mi lado:

«¿Puede ser… una barrera de los Arcanos?»

Por más que lo intentase, el preso no conseguía avanzar. Mar-háï, si de verdad era una barrera rúnica… Me sentí mal por los presos que, creyendo huir los primeros, caían en una cruel ratonera. La hidra arremetió contra ellos sin piedad. Los más fueron arrastrados fuera del vado y se hundieron, otros quedaron paralizados por el terror mirando cómo una de las cabezas de la hidra engullía a uno de sus compañeros…

El aura de Yánika se cubrió de pavor.

«¡Yánika!»

Pasé un brazo ante ella y le tapé los ojos antes de escudriñar de nuevo el lago. Saoko se había adelantado hasta donde se encontraban Mayk y Zehen, junto a la orilla. Los tres estaban intentando ayudar a un preso que había colapsado justo antes de salir del agua… Los miré, incrédulo, mientras la hidra se rebullía en el lago, buscando más presas. Pese a la barrera rúnica que, por lo visto, los aislaba del exterior, los dokohis y Zombras de la plataforma se habían girado hacia nosotros. ¿Oirían el estrépito o discernirían algo? Los Zorkias y Saoko arrastraban el cuerpo del preso por la arena cuando una de las dos cabezas de la hidra se giró hacia ellos, pronto seguida de la segunda. Me petrifiqué. El monstruo inició el camino hacia la orilla…

«¡Saoko, corre!» Antes de darme cuenta, ya me encontraba de pie y desgañitándome. «¡La hidra os ha visto! ¡Corred…!»

El bramido de la hidra se llevó mi grito. En dos zancadas, la criatura alcanzó el borde del lago. El agua negra, en vez de salpicar, se apartaba formando olas al ralentí, olas que acabaron de arrastrar a las pocas personas que forcejeaban en el vado. Los cuatro ojos rojos de la hidra brillaban como rocallamas en la penumbra. Empecé a temblar. Nunca me había sentido tan… indefenso. Ni tan amedrentado. ¿Era ese… el miedo que los saijits normales sentían sin el Datsu? ¿Era eso… terror?

Alguien me agarró del brazo con fuerza y me sacudió.

«Drey, espabila,» gruñó Lústogan. «Tenemos que salir de aquí.»

Al fin, despegué mi mirada de la de la hidra y me giré hacia mi hermano. Su Datsu estaba tan desatado que se extendía por todo su rostro hasta cubrirlo casi entero. ¿Sería por la hidra o por el aura de Yánika? Mayk y Zehen nos alcanzaron a la carrera.

«El drow…» jadeó el primero, lívido, ralentizando a penas. «Saoko… no sé qué hace.»

Agrandé los ojos. ¿Saoko? Entonces, vi al brassareño arrastrando por la arena el cuerpo del preso rescatado… La hidra se alzaba sobre él, lista a aplastarlo o a engullirlo presto. Mi corazón dio una oleada de latidos seguidos, tan rápidos que me mareé y me agarré el pecho, invadido por… excesos. Todo eran excesos… Pero no podía permitir que Saoko muriera ahora. No después de que me hubiera salvado la vida tantas veces. Aunque todo eso lo hubiera hecho por mi hermano, aunque me hubiera protegido sólo para descubrir el paradero del bastardo que había matado a su madre y vendido a su hermana menor como esclava… era de lejos razón suficiente para intentar lo imposible por él.

Me precipité. Mi resolución me daba energía y no presté atención a los gritos que, detrás de mí, me llamaban. Una súbita ráfaga de viento se chocó contra mí y, con los miembros entumecidos por el miedo, me desplomé en la arena. El cuerpo peludo de Naarashi asomó por mi cuello, alerta. De alguna forma, recordar su presencia me calmó un poco.

«Lúst…» mascullé.

Mi hermano me había empujado con su órica. Lo sentí alcanzarme y agacharse junto a mí, jadeante.

«No te muevas,» dijo. «Puede que no nos ataque de esa forma.»

Era tan raro notar tal tensión en su voz…

Alcé la vista. La hidra… era enorme. Mucho más enorme de lo que creía. ¿Cómo diablos pensaba derrotarla? Una decena de metros más adelante, Saoko se había detenido y agachado junto al preso. A esa distancia, me di cuenta de que este no era otro que Ronarg. ¡Ronarg! ¿Por qué él? ¿Por qué Saoko se empecinaba tanto en salvar a quien le había causado tanta desgracia?

«Saoko,» murmuré.

Por lo visto, el brassareño estaba hablando con el bandido. Le siseó algo. Este rió ahogadamente.

«Khukhukhu, ¿un fugitivo de Brassaria, eh? ¿Cómo quieres que recuerde qué fue de tu hermana? He vendido a mucha gente, no sólo a brassareños… ¿Que maté a tu madre? ¿En serio? ¡Ah! Sería demasiado vieja. El comercio es el comercio… Oy, ¿vas a matarme, eh? No te molestes. ¿No crees que deberías preocuparte más por tu muerte inminente? Hey, hidra, escucha, ¿sabes que los drows son más sabrosos que los human…? ¡Aaaargh…!»

Saoko acababa de agarrarlo por la garganta. No lo veía bien, girado como estaba, pero todo, en el temblor de su cuerpo, traicionaba su enojo.

«Lo j-juro,» jadeó Ronarg con voz ronca. «No recuerdo. Ashgavar, no te estoy escondiendo nada, si está claro que vamos a morir… ¿Por qué no me sueltas ya, maldito?»

La hidra había extendido uno de sus dos largos cuellos hacia ellos. Un hilo de saliva cayó junto a Saoko y Ronarg, sobre la arena. Apenas entró en contacto con esta, emitió una extraña crepitación y despidió humo. Agrandé mucho los ojos. Claro. Si la sangre de hidra era un producto muy caro capaz de fundir hasta hierro negro, su saliva, por lo visto, también era corrosiva. Si hubiera llegado a tocar a Saoko…

Todo pasó en un instante: la hidra abrió grande sus fauces y, todavía agachado, Saoko alzó su cimitarra hacia ella. ¿Acaso pretendía morir matando?

«¡SAOKO!»

Grité y envié una ráfaga órica con todas mis fuerzas hacia la criatura. El aire silbó, levantó la arena y al menos la saliva cayó lejos de donde se encontraba Saoko. Con la cortina de arena, dejé de ver claramente a la hidra pero seguí atacando con órica. No sólo yo: Lústogan se apuntó. Si nuestros sortilegios no podían empujar a la criatura, podían taparle la vista, frenarla y permitir que Saoko huyera.

«¡Usad esto!» gritó entonces una voz, la de Galaka Dra. El milenario arrojó algo que recuperé. ¿Una mágara de Delisio? ¿Cómo se usaba? «¡Sólo tírala!»

La tiré. Pesaba y dudaba de que fuera a alcanzar a la hidra. De hecho, la vi caer a unos pasos de esta… pero no tocó el suelo: de pronto, la mágara se alzó. Me giré, anonadado. Sentado sobre Delisio, Bellim tendía sus manos, concentrado. ¿Estaba haciendo… telekinesia?

La mágara chocó contra una de las cabezas de la hidra y estalló. No fue una deflagración: explotó pero no hubo ni fuego ni un gran estrépito. La hidra, sin embargo, bramó y se agitó, levantando aún más la arena. A través de la nube, vi su enorme forma deslizarse nerviosamente hacia el lago.

«Frefa del Jardín,» declaró Galaka Dra, satisfecho. «Atraviesa el caparazón más grueso y da tremendas cosquillas.»

Agrandé los ojos, atónito. ¿Cosquillas? Fuera como fuera, esperé que Saoko no hubiera acabado aplastado. Me abalancé hacia la nube de arena gritando su nombre. Lo encontré, tendido junto a Ronarg.

«¡Saoko!»

Seguía respirando. Gracias a los dioses… Caí de rodillas y agarré al brassareño de los hombros para sacudirlo.

«¡Espabila, Saoko! Tenemos que salir de aquí…»

El drow estaba pálido. ¿Estaría herido? Lo miré de arriba abajo.

«Sa…»

«¿Por qué diablos no habéis huido?» me interrumpió de pronto Saoko abriendo los ojos. Enarqué una ceja. ¿Tan difícil era entenderlo? Gruñó enderezándose: «Sois un verdadero fastidio.»

Sonreí anchamente.

«De nada. Con la de veces que me has salvado la vida, esto no es nada.»

Eché un vistazo a Ronarg. El humano se había desmayado. Sin interesarse ya por este, Saoko sondeó el suelo buscando…

«Tu cimitarra,» entendí. «Espera, ya sé, la he visto caer por ahí. Te dejo encargarte de Ronarg.»

Me levanté y di unos pasos por la arena escudriñando el lugar en la penumbra. Si hubiese tenido mi piedra de luna… Pero se la había quedado Kala. Entonces, vi una lumbre. ¿Tal vez un reflejo sobre la hoja de la cimitarra? Apreté el paso, me agaché y agarré al fin la empuñadura. El arma estaba medio metida dentro del lago negro. La hidra se había sumergido en este y un silencio no del todo tranquilizador dominaba la caverna. ¿Dónde se habrían metido los presos que habían logrado huir? En la plataforma, los dokohis y Zombras se rebullían, inquietos, percibiendo tal vez que algo pasaba del otro lado de la barrera arcana.

La nube de arena estaba ya desapareciendo. Bajé los ojos hacia el agua negra. Si Ronarg había contado la verdad, Erla Rotaeda se encontraba en el fondo del lago. Tendí la mano y toqué la superficie. Era pringosa. ¿Aceite? No, el material era más denso aún. Erla la había llamado «agua milagrosa»… Sin duda lo era: si uno no era capaz de flotar en ese lago, ¿cómo es que la hidra lo conseguía? Tenía que haber un truco, ¿verdad?

Oí a Yánika llamarme y me levanté para regresar, ensimismado. Tal vez pudiéramos aprovechar el efecto de esa frefa del Jardín para pasar por el vado sin que la hidra nos atacara. En tal caso, sólo nos quedaba esperar que Galaka Dra fuese capaz de romper la barrera arcana…

«¡¡DREY!!»

El chillido de mi hermana me dejó temblando de incomprensión. ¿Qué diablos…? Me giré de nuevo hacia el lago al tiempo que mi órica sentía de pronto una corriente de aire. Entonces la vi: la cabeza triangular embistiéndome con esos ojos rojos tan grandes y los colmillos del tamaño de un brazo saijit… No tuve tiempo de reaccionar. Ya me venía encima.

La muerte.

La cimitarra de Saoko se me deslizó de las manos. Me impactó el aliento fétido de la hidra acompañado de un chasquido gutural en el momento en que sus fauces se cerraban sobre mí. Sentí un dolor punzante, seguido de una brutal sacudida de aire: la hidra acababa de lanzarme por los aires y abría ya su boca en grande, verticalmente. Si no hacía nada ahora, me engulliría en un solo trozo… Si no hacía nada ahora, estaba muerto.

Ignorando mis heridas, me propulsé con órica para cambiar la dirección. Caí a escasa distancia de la boca de la hidra —la rocé, para ser exactos—, me raspé con sus escamas, golpeé contra su cuerpo, rodé y caí de nuevo pensando: no puede ser que me esté pasando esto, imposible, no puedo morir ahora y abandonar a Yani y Lúst, Kala y Jiyari… todo por una hidra. ¡No quiero!

Choqué contra la superficie del lago. Mi cuerpo ardía, cubierto de saliva de hidra. ¿Me iba a deshacer? ¿Desaparecería del todo sin dejar rastro? Naarashi bisbiseó, agarrada a mí. La cólera me invadió, suplantando el horror. Ashgavar. ¿Quién osaba destruir así el cuerpo creado por mi más preciada diosa? El líquido del lago se pegaba a mí como un nido de doagals. Me impulsé con mi órica hacia arriba… pero mi sortilegio no tuvo ningún efecto, si acaso… lo contrario. La constatación me dejó atónito. Cuanto más me impulsaba hacia arriba, más rápido caía. Eso significaba que…

Invertí la fuerza órica y salí disparado hacia arriba. ¿Qué clase de material mágico era ese? Desafiaba toda lógica. ¿Sólo porque la hidra pesaba tanto era capaz de flotar y yo no? Era absurdo. Pero me había dado una idea. ¿Cuánto de ligera tendría que ser la hidra para hundirse?

“¡Hermano!”

Era Yánika. Su bréjica desesperada me alcanzó pese a la capa de agua milagrosa que nos separaba. Encontré al fin lo que buscaba: una de las patas de la hidra. Sus escamas eran duras como la telkemita. Sonreí con fiereza para mis adentros y contesté por bréjica esperando que me oyera:

“Hermana, tranquila, no voy a morir. Yo me ocupo de la hidra. ¡Vosotros corred hacia la plataforma!”

Recibí una simple onda bréjica de preocupación mezclada con sílabas incoherentes. Attah… Sólo esperaba que ninguno de ellos fuera a intentar rescatarme. Me aferré a la pata de la hidra y concentré toda mi órica para impulsarla hacia arriba y, en definitiva, hundirla. Con que la retuviese en su sitio mientras mis compañeros huían, me daba por contento.

Hora de adelgazar, serpiente.

Repelí a la hidra hacia arriba. Ella agitaba sus patas, sintiendo que algo andaba mal, pero no la iba a soltar así como así. El aire que había acumulado a mi alrededor se iba enrareciendo, escapándose poco a poco hacia abajo en hileras de burbujas.

Al de un buen rato, me fijé en dos detalles. Primero, la hidra estaba hundiéndose de verdad. Mi rocambolesca teoría había sido acertada. Segundo, mi tallo energético, que debería haberse agotado ya desde hacía tiempo con tales sortilegios, se había consumido poco más de un tercio. ¿Sería por el agua milagrosa? A saber. En cualquier caso, cuanto más nos impulsaba hacia arriba, más nos hundíamos. ¿Cuánto de profundo era ese lago? ¿Cuánto más podría aguantar? Ya no era tanto el tallo energético lo que me inquietaba sino mi creciente mareo. Había perdido demasiada sangre. Mis brazos se agarraban a la hidra con cada vez menos fuerza y una sacudida de la criatura acabó por despegarme. Caí. Diablos. Tenía que volver arriba. Estaba extenuado y a punto de desmayarme y aun así tenía que regresar o los demás se preocuparían. ¿Habrían llegado a la plataforma? ¿Yánika conseguiría reducir su aura para no alterar a los dokohis? Y Mayk y Zehen… más les valía esconder que eran Zorkias ante los Zombras. Esperaba que Galaka Dra sería… capaz de abrir… un portal de salida. Si es que lo había. Sí… Tenía que haberlo.

Naarashi se agarraba a mi piel como un gecko a un árbol. No hablaba ni podía salvarme y, sin embargo, su presencia me llenaba de paz. Si moría, ¿tal vez sería capaz de absorber mis memorias como lo hacía en el Jardín? Esbocé una sonrisa mental.

Deberías haberme creado un cuerpo de diamante de Kron, diosa mía. Perdón por llevarte conmigo…