Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

16 La Arboleda de Irsa

«¿Qué valor tiene el tiempo para un inmortal?»

Yodah Arunaeh

* * *

La “joven” que acababa de aparecer era la misma niña al que el Príncipe Caído había visto bajar las escaleras de la ciudadela con un cuenco de bayas. Llevaba pantalones holgados y blancos y una camisa hecha con pétalos de flores. Sus orejas de elfo eran particularmente grandes y puntiagudas. Sus ojos anchos y verdes atravesaban a Galaka Dra con un malhumor que no trataba de esconder.

«W-Weyna,» articuló Galaka Dra. «¿Desde cuándo vienes a esta Arboleda…?»

«¡Galaka!» lo interrumpió ella, poniéndose las manos en jarras. «Es la Arboleda de Irsa: tengo más derecho que tú a visitarlo, ¡kah! ¡Incompetente! Otra vez los estás intentando conducir al portal sin avisarnos. Prometiste no volver a hacerlo.»

«No prometí nada,» se defendió Galaka Dra.

«¡Debiste haberlos dejado arriba! Y tú no deberías pasar la Cortina. Eso sí que lo prometiste.»

«Me puse la máscara,» murmuró Galaka Dra. «No arriesgo nada si me pongo la máscara…»

«¿Que no arriesgas nada?» Weyna se adelantó unos pasos, reprendiéndolo con cara amenazante: «¿Ya te has olvidado de la vez que pasaste cincuenta ciclos en el bosque de Tantra? Regresaste muerto de hambre y con el pelo casi tan largo como el Brillante Perezoso. Creciste más en cincuenta ciclos que en doscientos años, ¿y me dices que no arriesgas nada? ¡Respeta tu vida! No te tomes a la ligera las energías, y menos las de ese lugar. Esta máscara…» se la arrebató y le dio con ella en el hombro con tal fuerza que la rompió, «no es más que chatarra.»

Galaka Dra agrandó mucho los ojos, impactado.

«¡Weyna…! ¿Por qué? Lotus nos la dio…»

«Lotus, Lotus, ¿aún crees que ese hombre va a volver? ¡Nos olvidó en cuanto pasó el portal! Hazte a la idea. De aquí no se mueve nadie. Y tus nuevos amigos, me ocuparé de ellos. Se marcharán de aquí cuando yo lo diga. Tú te quedas…»

«¡No! ¡Weyna! No lo entiendes. Esta gente… ¡Esta gente viene por la promesa!»

Weyna parpadeó.

«¿Qué?»

Nos miró y yo agité las manos, incómodo.

«No, no… No es realmente eso. Somos Arunaeh, de la misma familia que Lotus Arunaeh, pero no sabíamos que existía este sitio en primer lugar…»

«Arunaeh.»

Weyna había pronunciado el nombre con fuerza y a la vez estupefacción. Galaka Dra se recompuso tratando de explicar:

«Llegaron aquí nada más entrar en las mazmorras, Weyna. Algo los guió al Jardín. O Lotus les dio recuerdos suyos… o fue Irsa.»

«¿Irsa?» repitió Weyna, turbada. Frunció el ceño. «¿Qué me estás contando? Seguramente Irsa no recuerda nada tampoco. ¡Aaaaah!» gritó de pronto, asustándonos a todos. «No entiendo nada. ¿Quiénes sois vosotros?» Nos apuntó con el índice, exigiendo una respuesta.

Nos estábamos presentando educadamente cuando Weyna se adelantó de repente hacia Yánika. Miraba a mi hermana con ojos redondos.

«Tú…»

Me acerqué a ella, tenso.

«¿Algún problema?»

Weyna no contestó. Por lo visto, era una costumbre de los milenarios el no contestar a las preguntas. Se quedó un largo momento como absorta. Entonces, sin previo aviso, alzó la cabeza y dijo:

«Los tres Arunaeh. Seguidme.»

Hubo unos instantes de indecisión.

«¿Y Jiyari y Saoko?» pregunté.

«No me interesan.»

«¿Qué?» murmuró Jiyari. La idea de separarnos lo tenía alterado.

«Weyna…» intervino entonces Galaka Dra. «Jiyari… Puede que tenga que ver con los niños que salieron de los laboratorios con Lotus hace… cincuenta y ocho años,» calculó.

Weyna enarcó una ceja.

«¿Cincuenta y ocho ya?» Echó un vistazo curioso a la expresión descompuesta del Pixie rubio. «¿Es cierto?»

Jiyari se inclinó, como para evitar su mirada.

«¡Es cierto, reysha Reysha, me repetí, ahogando una risa. Era el apelativo que los waríes les daban a las mujeres hermosas susceptibles de haber heredado la bendición divina… El Campeón explicó: «Fui reencarnado y cambié de cuerpo. Pero soy el mismo Jiyari de antaño. Aunque… este lugar… sólo me resulta familiar sin poder decir por qué.»

«¿Así que de verdad pasamos por aquí?» preguntó Kala. «No recuerdo absolutamente nada.»

Weyna me echó una mirada extrañada y decidí ser expeditivo:

«Somos dos en un mismo cuerpo: yo soy Drey Arunaeh y el que acaba de hablar antes es Kala, uno de los cobayas de un laboratorio del Gremio que se reencarnó en mi cuerpo.» Por la expresión atenta de Weyna, entendí con asombro que no ponía en duda mis palabras. Retomé: «Empiezo a entender mejor la situación. Galaka Dra dijo que uno de los laboratorios del Gremio estaba conectado a este Jardín por un portal secreto. Lotus utilizó ese portal para que los siete niños se evadieran, ¿verdad? Si era un portal que él solo conocía, no me extraña que los dagovileses no los encontraran. Lo que no entiendo es… por qué los Pixies no se quedaron en el Jardín, teniendo una posibilidad de vivir dentro de esta barrera.»

Yánika se había quedado boquiabierta. Por lo visto, no había llegado a las mismas conclusiones que yo. Lústogan escudriñaba Weyna sin inmutarse. Saoko jugueteaba con una concha luminosa que había encontrado en el borde del río.

«Todo lo que dices es cierto,» dijo suavemente Galaka Dra. «Lotus Arunaeh mantenía una relación secreta y directa con nosotros desde los años 5560. Nos hacía pasar noticias del mundo regularmente a través del portal y nos daba libros, y juegos, y hablaba largo y tendido con Irsa. Su Datsu entonces funcionaba correctamente: podía usar el portal sin olvidar nada.»

Kala y Jiyari se habían quedado mudos de sorpresa. Era difícil imaginar a Lotus pasar tanto tiempo con esos milenarios en la misma época en que ellos mismos estaban metidos en las cápsulas, sufriendo…

«Un día,» prosiguió Galaka Dra, «le pidió un favor a Irsa: quería salvar a un vampiro cobaya haciéndolo pasar por el Jardín. Namun, se llamaba.»

«El Príncipe Anciano,» entendí.

«Irsa lo permitió, mientras el vampiro saliera por otro portal de inmediato. Llevábamos ya varios siglos sin permitir a nadie quedarse aquí. No queríamos hacer excepciones. Sin embargo, dos años más tarde, cuando llegaron los dos niños y luego los otros cinco con Lotus en ese pésimo estado, no nos quedó más remedio que cuidar de ellos. Al fin y al cabo, ellos… eran como nosotros.»

«¿Como vosotros?» repitió Jiyari en un murmullo.

«Hijos del sufrimiento,» contestó Weyna con tono brusco.

«Y ellos sufrieron más que nosotros,» dijo Galaka Dra con tristeza.

«Sufrimos,» admitió Kala con dignidad. «Y seguimos sufriendo el pasado. Contesta, saijit: ¿por qué no nos quedamos aquí si hubiéramos podido ser inmortales? ¿Nos echasteis?»

Weyna hizo una mueca.

«Kah. Os echasteis vosotros mismos. Cuando se sintió un poco mejor, Lotus se marchó en busca de unas lágrimas dracónidas para atraparos en ellas hasta encontrar una manera segura de reencarnaros. Al enteraros, quisisteis salir tras él. Vuestras mentes estaban confusas por los experimentos y estabais como locos: destruíais todo sobre vuestro camino. En especial ese golem de acero, Kala.» Me echó una mirada escudriñadora. «Aunque estuvierais dentro de la barrera, vuestros cuerpos estaban tan llenos de mutaciones que sólo habríais vivido un eterno tormento quedándoos aquí de todas formas. Antes de que destrozarais el portal, lo abrimos. Y bueno. Ahora me gustaría saber qué diablos hacéis de vuelta. Aun si estuvierais aquí para cumplir la promesa de Lotus… Irsa no está aquí. Salió en busca de Lotus pero… Tal vez ninguno de los dos recuerden la promesa.»

Su expresión se turbó, nos dio la espalda y se adentró en la Arboleda de Irsa, por un corredor rodeado de fragantes flores rosas y blancas. La seguimos todos sin que Weyna protestase. Estuvimos doblando esquinas y recorriendo avenidas floridas. Jiyari estaba tan embelesado que olvidó por un momento las historias del pasado y preguntó por el nombre de la flor dominante del lugar, una flor de pequeños pétalos luminosos.

«La llamamos la biramira,» contestó Weyna. «Irsa y yo la plantamos aquí juntas hace muchos siglos y creció hasta crear esta Arboleda.»

«¡La biramira!» exclamó Jiyari, maravillado. «Es la flor más hermosa que he visto hasta ahora.»

Weyna parpadeó y, por un escaso segundo, creí verla sonreír, enternecida. Entonces, nos dio la espalda y continuó andando. Pero siguió contestando a las preguntas de Jiyari y tuve la impresión de que se hacía un poco menos seca.

Mientras dábamos vueltas, aquella Arboleda me fue pareciendo cada vez más un verdadero laberinto. Ni siquiera se veían las torres de la ciudadela de lo altos que eran algunos setos.

«Weyna,» dijo Galaka Dra, adelantándose. Hasta ahora, había estado muy ocupado intentando unir los dos trozos de su máscara blanca partida. Por lo visto, que Weyna se la rompiera lo había herido profundamente.

«Date cuenta de lo que has estado haciendo,» le replicó Weyna sin dejarle hablar. «Ibas a salir de aquí por el portal sin avisar a nadie, llevándote a los Arunaeh, ¿verdad? Por una vez que podemos obtener respuestas… Y tú querías traicionarnos.»

Galaka Dra se sonrojó violentamente.

«No, Weyna. Yo… sólo quiero encontrar a Irsa…»

«¿Crees que eres el único? Además, no sabes dónde está. Podrías morir de viejo antes de encontrarla.»

Al ver a Galaka Dra ralentizar, cabizbajo, resoplé y le carraspeé:

«No te dejes aplastar, anciano. ¿De verdad eres milenario?»

El humano me miró con sorpresa y sonrió, como disculpándose.

«Ya… ¡Weyna!» la llamó, adelantándose otra vez con más decisión. «Tienes razón: soy un egoísta que quiere ir a salvar a Irsa dejándoos sin runista. Ya te he causado muchos problemas y debería escucharte más. Lo sé. Pero esta vez es diferente. Ellos saben dónde está Irsa. Se la encontraron sin saber quién era.»

Weyna se tambaleó y se detuvo.

«¿Qué?» murmuró.

Galaka Dra sonrió.

«Drey Arunaeh… ¿Puedo enseñarle la carta?»

Enarqué las cejas.

«Claro.»

Busqué y le tendí la carta de los Ragasakis. De modo que esa Irsa milenaria era Tchag. Entendí que, al haber vivido tantos años juntos, deseaban que Irsa regresara al Jardín. El problema era que, de momento, Tchag era más Tchag que Irsa y no recordaba bien quién era. En cualquier caso… menudo lío. Entre Lotus y los Pixies que habían pasado por ahí y Tchag… Fruncí el ceño. Había algo más. Según decía Galaka Dra, parecía casi como si las visitas de Lotus al Jardín estuvieran particularmente dirigidas hacia Irsa. Irsa había sido como la líder de aquel lugar. Había perdido dos veces la memoria, según Galaka, dos veces había salido del Jardín. Si la segunda era bajo la forma de Tchag y había ocurrido hacía poco, ¿qué había de la primera?

Tras acabar de leer la carta en silencio, Weyna se la devolvió a Galaka y este a mí. La reysha dio un paso hacia delante, vaciló y dijo:

«Tengo que hablar de esto con los demás. Galaka, nos marchamos. Vosotros…» Volteó, nos miró con calma y declaró: «Encontrad la salida de la Arboleda por vuestra cuenta. El Ciclo del Sueño está cerca. No luchéis contra él si no queréis tener pesadillas. Si queréis salir de aquí, antes tendréis que escuchar… los sueños.»

Con esas extrañas palabras, salió corriendo agarrando a Galaka de la manga. Resoplé.

«¡Dánnelah, ¿en serio?!»

«¿En… en serio, Weyna?» carraspeó Galaka Dra.

Weyna gruñó sin ralentizar:

«¡Ni se os ocurra estropear una sola flor de este jardín u os dejaré encerrados aquí para siempre!»

Vimos desaparecer a los dos milenarios por una esquina. Ninguno de nosotros se decidió a correr tras ellos.

«Er… ¿No los seguimos?» preguntó Jiyari.

«¡Cobardes!» masculló Kala. «¿Por qué se han ido?»

«Será fácil rastrearlos,» comentó Lústogan.

Eso dijo pero cuando empezamos a seguir el rastro, lo perdimos rápidamente.

«Cambian los caminos,» se fijó Saoko, atónito.

De hecho, las plantas en aquel lugar se estaban moviendo: se apretaban sus tallos, ramas y lianas, y estrechaban el camino. Cuando nos dimos cuenta de ello, nos detuvimos.

«Esto pinta mal, ¿no?» intervino Kala.

No estaba nervioso y supuse que seguía teniendo fe en que a alguno de nosotros se le ocurriese una idea genial.

«Puede que estemos dando vueltas en círculo desde hace un buen rato,» meditó Lústogan.

«Esto me recuerda a los bajos fondos de Arhum,» suspiré. «¿Recuerdas, Jiyari?»

El Pixie rubio hizo una mueca.

«Debe de haber una forma…»

«Por Sheyra,» soltó Lústogan. «¡Se están moviendo cada vez más rápido!»

Y la parte de arriba se estaba cubriendo de lianas, me fijé. No, no sólo la parte de arriba. Agrandé los ojos. ¡El camino se estaba cerrando! Oí un grito y al girarme vi que unas lianas habían agarrado a mi hermana por las muñecas. Mi Datsu se desató.

«¡Yánika!»

Me abalancé y la agarré con una mano buscando mi navaja con la otra… De un golpe de cimitarra, Saoko cortó las lianas, tan cerca de las muñecas de mi hermana que me llevé un susto de muerte.

«T-Ten cuidado con tus cuchillos,» resoplé.

Por un instante, los tallos cortados se agitaron furiosamente antes de desenredarse y caer al suelo. Estiré a Yánika para alejarnos, solo para darme cuenta de que, del otro lado… la cosa no estaba mejor. Jiyari y Lústogan estaban desapareciendo en el muro vegetal, arrastrados por las plantas.

«¡Gran Chamán!» oí gritar al primero. «N-no te preocu…»

No oí el final de la frase. En cuanto a Lústogan, no dijo nada. Yánika se había quedado paralizada y, al aferrarme con fuerza, su aura horrorizada me alcanzó de pleno. Y mi Datsu se desató como una cascada.

Lústogan está en peligro.

Ese mismo pensamiento, seis años atrás, me había hecho cavar un túnel como un endemoniado. ¿Qué hacer? Si intentaba crear un sortilegio órico con brúlica, no lo conseguiría a la primera: nunca lo había hecho. Y no le parecía darle gran resultado a Lústogan de todas formas. Entonces, ¿qué? Kala quería abalanzarse. Se lo impedí. Lo corté del mundo sin pensarlo dos veces. No sé cómo lo hice, pero en ese momento sentí como si tuviera el control total sobre aquel cuerpo, porque al fin y al cabo era el mío y de nadie más. No necesitaba interferencias.

«Qué diablos…» lanzó Saoko. Empezó a dar golpes de cimitarra a diestro y siniestro hacia donde habían desaparecido Lústogan y Jiyari.

«Espera,» dije con calma. «Weyna nos dijo que no destrozáramos el jardín.»

Saoko me miró con incredulidad.

«¡¿Qué?! Tu hermano está ahí dentro.»

«Lo está. Pero no puedes ir a buscarlo. Lo que nos dijo Weyna sonaba a buen consejo,» afirmé con tono neutro.

Saoko me observaba con fijeza.

«Tu Datsu… Ya veo. Así que te ha vuelto a pasar. Pero, ¿sabes qué?» Dio un sablazo a una liana que intentaba agarrarse a su tobillo. «Al diablo con el jardín. Al diablo con los consejos.»

Continuó peleando contra las lianas en vano. Una lluvia de pétalos caía sobre nosotros.

Pasaba el tiempo pero Saoko seguía luchando. Al de un rato, sin embargo, sólo conseguía defenderse a sí mismo. Como entendiendo quién era su enemigo ahí, las lianas nos dejaban tranquilos a Yánika y a mí e iban directamente hacia Saoko. Crecían, se enredaban en él, se hacían cada vez más rápidas. Sentado en la tierra, sin soltarle de la mano a Yánika, contemplé, imperturbable, cómo el brassareño esquivaba ágilmente, cortaba, saltaba, se agachaba y gritaba para animarse. Al cabo, empezó a sudar, sus golpes perdían fuerza, pero sus ojos eran igual de testarudos que siempre.

«No dejaré…» resolló, «que te los tragues.» Sus cimitarras bailaban en el aire. «Maldita planta carnívora. Ni a Lúst… ni a Jiyari. ¡Os sacaré de aquí!»

Yánika me agarraba del brazo, temblando.

«Her-Hermano,» consiguió al fin balbucear. «Lo siento tanto. He intentado ver si podía hablar con las plantas con bréjica para que nos señalaran el camino. Las he tocado y en el momento siguiente se… se… ¡se han puesto a mover! Lústogan… Jiyari… se han ido por mi culpa… Y Saoko… Y tu Datsu…»

Sacudí la cabeza. Así que era eso lo que la tenía paralizada. Creía que, por haber intentado establecer una conexión bréjica con las plantas, las había «despertado» de alguna manera. Aunque no sentía nada por mi Datsu, forcé una sonrisa.

«No podemos saber si realmente las has despertado con tu bréjica. No te preocupes, Yani. Todo va bien.»

Los ojos negros de Yánika brillaban de lágrimas y se agrandaron al oírme.

«¿Cómo puedes decir que todo va bien? Weyna nos avisó… y todo por culpa mía, vamos a…»

«Deja de pensarlo,» la corté mientras seguía con la mirada los movimientos cada vez más lentos de Saoko. «Este lugar no es nuestro enemigo. No debemos enfrentarnos a él.»

Los labios de Yánika temblaban.

«Entonces… ¿por qué no lo paras?»

«¿A Saoko? Está desatado. ¿Cómo quieres que lo pare? En ese estado, no me escuchará,» razoné. «Y si me acerco me mata.»

«Matarte,» repitió entonces Saoko rajando tres lianas seguidas sin girarse. «Debería hacerlo. Entiendo por qué tu hermano no quería volver a verte en ese estado. ¿Qué estás haciendo ahí sentado?»

«Y yo te pregunto qué estás haciendo ahí bailando,» le repliqué con tono tranquilo. «Este jardín no es un jardín normal. La energía alrededor lo regenera. Y también te regenera a ti. ¿No te has fijado?» Saoko se detuvo un instante, jadeante. «Cada vez que golpean, las lianas te han dejado marcas rojas, pero estas desaparecen rápido. Si quieres seguir peleando, adelante: no vas a morir. Ni Lústogan ni Jiyari van a morir. No mientras no hagan nada absurdo.» Hubo un silencio. La tranquilidad súbita de Saoko apaciguó casi inmediatamente las lianas. Alcé la vista hacia arriba. Estábamos rodeados de plantas y tan sólo la luz de las flores nos iluminaba. Medité: «Me pregunto siquiera si en este Jardín se puede morir de hambre o de sed. Tal vez porque tengo el Datsu desatado, me he estado fijando. La energía entra en nosotros al respirar y nos cambia por dentro.»

Yánika se había quedado muda. Saoko fulminó las lianas sin envainar.

«¿Nos cambia por dentro?» repitió. «Habla más claro.»

«No podría,» admití con calma. «Es sólo una impresión. Necesitaría más tiempo para entender el fenómeno. Es posible que Galaka Dra o Weyna sepan más sobre el tema…»

«Por si no te has enterado, esos dos inmortales nos han dejado atrás,» masculló el brassareño.

Posó una rodilla sobre el suelo, retomando la respiración. Su oscura frente estaba empapada de sudor. Yánika cerró los ojos como para calmarse.

«Weyna dijo que el Ciclo del Sueño estaba cerca,» comentó en voz baja. «Pero no han pasado ni cuatro horas desde que nos despertamos, ¿verdad, hermano?»

Consulté mi reloj de Nashtag y asentí.

«Tres horas y unos cuarenta minutos. Si de verdad el Ciclo del Sueño está empezando, parece ser que no respeta los ciclos naturales.» Los miré a ambos y afirmé: «Resistirse al sueño no creo que sea una buena idea. Ya encontraremos,» bostecé, «la salida de este jardín cuando despertemos.»

Y diciendo esto, me tumbé apoyando la cabeza sobre mi mochila y cerré los ojos. Saoko chasqueó la lengua.

«¿Ya se ha dormido? Qué fastidio.»

«L-Lo siento, Saoko,» carraspeó Yánika. «Cuando está en ese estado, mi hermano no…»

«No siente y sólo razona, ya lo sé, no te disculpes: él es el que ha dejado que su Datsu se desate tanto. ¿Qué diablos hace Kala en esos momentos?» masculló.

«Duerme,» dije sin abrir los ojos. «En estos momentos, su presencia sólo habría traído más problemas. Y ahora deja de hablar. Este lugar tiene sus propias reglas y no quiero saltármelas sin conocer las consecuencias. Si retrasamos nuestro Ciclo del Sueño, tendremos pesadillas.»

«Entonces, ¿crees que todo lo que Weyna ha dicho es cierto?» inquirió Yánika.

Me encogí de hombros.

«Mm… Dijo que tenemos que escuchar los sueños. Tal vez nos enseñen una manera de salir de la Arboleda de Irsa. ¿No creéis?»

Me giré de costado sintiendo cómo la energía, a mi alrededor, me inducía a dormir.

«Los sueños, ¿eh? Tsk,» masculló Saoko con claro fastidio. «Tengo otra teoría. El portal que nos lleve afuera en realidad no borra los recuerdos: son los milenarios los que borran a los visitantes. Además, parecen tenerle rencor a los Arunaeh porque Lotus no cumplió con su promesa. Nos han dejado en este jardín atrapados hasta que muramos. Si vas a dormir tan tranquilo a pesar de eso, allá tú. Yo no voy a ser tan confiado.»

Esbocé una sonrisa. Mi Datsu empezaba a calmarse.

«Para un brassareño que ya no tiene una razón para protegernos, desde luego te preocupas mucho por Jiyari y mi hermano.»

Abrí los ojos y me crucé con los suyos, rojos y más vivos que de costumbre.

«Sé,» gruñó, «lo mal que uno se siente después de haber dejado atrás a alguien que te ha ayudado.»

Enarqué una ceja.

«Alguien que te ha ayudado,» repetí. «O sea que Lústogan para ti sólo es ‘alguien que te ha ayudado’.»

Saoko deformó sus labios en una expresión de puro fastidio.

«¿Qué quieres decir?»

Sacudí la cabeza suavemente y volví a cerrar los ojos bostezando:

«Nada. Dulces sueños, Yani. Dulces sueños, Saoko.»

Yánika contestó con otro bostezo. Hubo un silencio. El sueño nos pesaba ahora como un yunque y estaba a punto de dormirme cuando oí un murmullo lento y absorto:

«No sabes nada sobre mi maldita vida, Drey. De no ser por Lústogan, ahora mismo…»

Marcó una pausa y no supe si llegó a terminar su frase: caí dormido, arrastrado por un sueño antinatural que invadía mi cuerpo. Su energía era aún más fuerte que en la choza de Galaka Dra. Me arrastró lejos de ahí, a un tiempo remoto. Un tiempo de muerte, sangre y horror…