Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

13 Galaka Dra

Saoko no se movía. ¿Estaría inconsciente? Mi órica sintió la de Lústogan acercarse y le guié el camino. Mi hermano salió de los lindes y, atravesando el riachuelo junto con Jiyari y Yánika, se detuvo a mi lado. Clavó sus ojos azules en la máscara blanca.

«¿Te ha dicho algo?» preguntó en un murmullo.

Kala estaba tan conmocionado, que me costó robarle el cuerpo para hablar.

«No.» Hubo una pausa. «¿Lo has notado? Hay algo en los lindes.»

Acababa de percibirlo con mi órica: una respiración fuerte venía de la espesura, a nuestras espaldas.

«Mm,» confirmó Lústogan. «Debe de ser el monstruo que ha atrapado a Saoko. Y ese…» agregó, haciendo un gesto de barbilla hacia el enmascarado, «debe de ser su amo.» Alzó la voz: «¿Por qué lo has llevado hasta aquí?»

El saijit se giró un poco más hacia nosotros y ladeó la cabeza.

«Soy Galaka Dra. Un placer.»

«¡Ningún placer!» replicó Yánika. «¿Qué le has hecho a Saoko?»

En su aura crecía una cólera contenida. Galaka Dra se cruzó de brazos.

«Hey… Es de educación presentarse cuando el otro ha dado su nombre,» protestó. «Habéis hecho bien en no abandonar a vuestro amigo, pero no vais a pasar la siguiente prueba si perdéis la calma enseguida.»

Su voz estaba tensa, como frustrada. ¿La siguiente prueba, decía? Ese saijit… no me daba la impresión de estar totalmente en sus cabales. Tomando la iniciativa, di un paso hacia delante.

«Drey Arunaeh.»

Di otros dos pasos, los suficientes para que mi órica alcanzara Saoko. Comprobé que respiraba mientras los demás se presentaban:

«Lústogan Arunaeh.»

«Yánika Arunaeh.»

«Er… Jiyari,» dijo el Pixie rubio. «Jiyari Tatako. Un placer.»

El enmascarado se quedó un momento en silencio.

«¿A… runaeh?» repitió entonces. «¿Habéis dicho Arunaeh?»

«Exacto,» confirmé, avanzando. Ya no estaba muy lejos. «Di, Galaka Dra. ¿Qué clase de criatura te ha ayudado a llevar a nuestro compañero hasta aquí?»

Galaka Dra alzó una mano para detenerme.

«No te acerques más. Me pongo nervioso cuando se me acercan nuevos aventureros. Aviso, y…» Rió por lo bajo. «Tantra no es una “criatura”. Es la gueladera más inteligente del mundo. ¡Tantra!» llamó. «Muéstrate.»

Me giré hacia los lindes mientras los demás se apresuraban a alejarse de estos y acercarse a mí. ¿Gueladera? Según sabía, las gueladeras eran plantas capaces de moverse, pero…

«¡Venga, no seas tímida!» la animó Galaka Dra.

Las hojas se agitaron y apareció al fin la leñosa silueta de un árbol repleto de lianas. Alzó uno de sus forzudos brazos, tan largo como la rama que se había enredado antes en el cuerpo de Saoko, y agitó la punta, rematada por cinco ramas finas. La observé, anonadado. ¿Nos estaba saludando con la mano? Al de unos instantes, la gueladera había vuelto a la espesura. Galaka Dra rió con las manos en jarras.

«Tantra no puede salir del bosque. Está atada por las energías. Os habréis fijado que aquí ya no son tan intensas.»

Tenía razón. Las energías, que en el bosque pesaban e impedían respirar adecuadamente, eran más llevaderas en la colina de hierba plateada. Una brisa extraña llegaba desde más allá de la colina. ¿Qué habría ahí detrás? Me giré hacia Galaka Dra, decidido a resolver todos esos misterios.

«Parece ser que conoces bien este lugar, Galaka Dra. ¿Vives aquí?»

«Pues claro,» afirmó. «Deberíais estarme agradecidos. Si hubieseis seguido andando por el camino fácil, habríais muerto.»

Agrandé los ojos. ¿Qué?

«Un poco más allá, el aire se carga de malos espíritus vengativos,» explicó. «Bréjica agresiva, para ser exactos. Si este hombre, con todas las armas que lleva, hubiese ido ahí, os habría matado a todos.»

Afirmaba con la cabeza, convencido de sus palabras. El aura de Yánika se estremeció.

«¿Bréjica?» murmuró.

«Os habría vuelto locos,» confirmó Galaka Dra.

«De modo que, según tú, nos has salvado la vida,» resoplé. «¿Y Saoko? ¿Qué le ha hecho tu gueladera?»

«Oh… Lo ha dormido. No lo hace queriendo. Todo aquel que toca a Tantra se duerme. Vuestro compañero despertará dentro de un tiempo.»

¿Un tiempo? ¿Qué quería decir con eso? Attah… Una zona bréjica capaz de volver loco a un saijit, una gueladera inteligente capaz de dormir a alguien con sólo tocarlo… ¿Qué diablos era ese lugar?

«Venid,» dijo entonces Galaka Dra. «Os enseñaré un camino más seguro. Estáis en las Mazmorras de Ehilyn: rechazar la ayuda de un guía podría seros letal.»

Sus palabras no me tranquilizaron. Kala reaccionó al fin gruñendo:

«Ni hablar. Si quieres que te sigamos, antes tendrás que explicarme una cosa: ¿por qué llevas una máscara blanca? ¿Eres un científico?»

Galaka Dra marcó una pausa.

«¿Un… científico? Oh… Bueno, se puede decir que lo soy,» rió quedamente. «¿Por qué?»

Una ira ciega dominó a Kala. La noté a través de mi Datsu protector. Hice un esfuerzo por mantener el control del cuerpo, pero Kala consiguió soltar su amenaza:

«¡Muere!»

Cerré los puños.

«Maldita sea, Kala, ¿puedes dejar de sulfurarte?»

«¿Y cómo quieres que no me sulfure? ¡Es un asesino!»

«No todos los científicos son asesinos. Y la máscara no significa nada.»

“¡Es igualita a las suyas!” exclamó Kala mentalmente. “¡Voy a matarlo! ¡Si no me dejas, se acabó nuestra amistad…!”

Iba a abalanzarse y me solté un golpe de órica para frenarlo, sombrío.

“¿Amistad?” repetí. “Dejarte matarlo sin pensar sería un grave error de mi parte. ¿Quieres convertirte en un asesino? No lo conoces. De momento, parece que hasta nos ha salvado la vida. Y, si sabe algo sobre estas mazmorras, puede resultarnos de gran ayuda. Deja de molestar.”

Kala estaba furioso. Pero se calmó un poco con mis palabras y dije:

«Perdón, Galaka Dra. Olvida lo que acabo de decir. Te seguimos. ¿Quién me ayuda a cargar con Saoko? Ah, y por cierto, si no contestas a nuestras preguntas, puede que mi segunda personalidad vuelva a resurgir.»

«¿Segunda personalidad?» repitió Galaka Dra. «Creía que los Arunaeh teníais la mente más íntegra de todos los saijits. Parece que el tiempo os ha cambiado.»

Su voz rezumaba cierta… ¿decepción? Con la ayuda de Lústogan, cargué con Saoko. Jiyari quiso ayudar y transportar nuestros sacos, pero el Pixie rubio no era precisamente musculoso y, antes incluso de ponernos en marcha, ya resoplaba.

Galaka Dra no nos condujo hacia lo alto de la colina: nos hizo atravesar la ladera. Llegamos a un pasaje entre dos desniveles rocosos y comencé a caminar en él, cada vez más intrigado.

“Galaka está inquieto y contento a la vez,” dijo Yánika por bréjica. “No siento hostilidad hacia nosotros. Puede que de verdad quiera ayudarnos.”

“Ojalá,” dije con tranquilidad.

“Cuando ha oído el apellido Arunaeh, ” agregó Yánika, turbada, “estaba particularmente sorprendido. Me pregunto por qué. Y hay otra cosa extraña.”

Fruncí el ceño y Lústogan preguntó, curioso:

“¿Qué?”

“Los símbolos en su túnica.”

Miré la espalda de nuestro guía, que avanzaba con paso ligero, echando frecuentes ojeadas hacia nosotros. ¿Símbolos? De hecho, en su túnica blanca, llevaba en varios sitios un motivo de tres círculos morados dispuestos en triángulo. Enarqué una ceja. No recordaba haber visto nunca un símbolo como aquel. ¿Era acaso importante? Yánika parecía pensarlo. En cualquier caso… de momento, no teníamos otra opción que seguirle a ese extraño saijit.

Desembocamos en un hoyo cubierto de florecillas. En medio, había una casa de madera. ¿La casa de Galaka Dra? Este apartó la cortina adornada con motivos de flores y nos invitó a pasar. Una vez dentro, se quitó la máscara, desvelando un rostro joven de humano. Tenía ojos violetas como los de Sharozza. Llevaba unos pendientes de hilos dorados en cada oreja y una alhaja morada brillante en el pelo. ¿Qué hacía un joven así en un lugar como este?

Posamos a Saoko sobre el suelo de madera. El interior estaba bien cuidado pero… estaba casi vacío: sólo había un futón en una esquina, un bol, un jarro y un carillón centelleante de plumas y piedras preciosas colgando de la cortina de entrada.

«Er… Gracias por la acogida,» agradecí. «¿Vives solo?»

Galaka Dra esbozó una sonrisa y se sentó ante nosotros diciendo:

«Es la primera vez que veo a tres Arunaeh en un mismo grupo de aventureros. ¿Qué andáis buscando en las mazmorras?»

Mar-háï… ¿Tanto le costaba contestar a mis preguntas? Lústogan tomó la palabra.

«Buscamos a unas personas que entraron al mismo tiempo que nosotros, por un portal.»

«¿No las habrás visto?» se animó Jiyari. Acabó de posar los sacos soltando un suspiro de alivio y dijo: «Una de ellas es una kadaelfa, hermosa, de pelo azul.»

«Mm. No,» respondió Galaka Dra. «Hace meses que no venían nuevos visitantes. ¿Qué os hace pensar que se encuentran en el Jardín?»

«¿En el Jardín?» repetí. «¿Te refieres a las mazmorras?»

«Las personas a las que buscáis deben de haber aparecido en otro lugar,» caviló. «Es un error típico entre los aventureros: pensar que las mazmorras sólo tienen un camino. Las Salas no se siguen en un orden lógico. Aunque siendo Arunaeh, supongo que habréis venido bien informados de esto.»

Se giró, interrogante, hacia mi hermano.

“Está ignorando adrede mis preguntas,” mascullé mentalmente.

“Yo te he propuesto matarlo y tú no querías,” retrucó Kala, vengativo.

“Tus remedios son excesivos,” resoplé.

Con las piernas cruzadas, Galaka Dra agregó:

«¿No os vais a sentar? Podéis estar tranquilos: este es un lugar de paz y meditación. Toda violencia, mentira o traición está proscrita y castigada.»

¿Aquello era acaso una indirecta por el comportamiento sulfurado de Kala? Carraspeé mientras me sentaba con los demás.

«No tenemos malas intenciones,» aseguró Jiyari. «Y a decir verdad no sabemos nada de este lugar.»

«Mm. Ya que me habéis tomado por guía, os enseñaré algo útil. Esta caverna encierra el Jardín. Es menos peligrosa que muchas otras Salas que hayáis podido atravesar para llegar hasta aquí, pero tiene un inconveniente.» Sonrió levemente. «La probabilidad de que encontréis una salida es casi nula.»

El aura de Yánika se enfrió. Repliqué:

«¿Quieres decir que tú también la andas buscando y no la has encontrado?»

Alzó un índice.

«Existen dos caminos posibles. Casi escogéis uno de estos antes de que os aparte de él: el Túnel del Control. La bréjica de ese camino juega con la mente. Todos los aventureros que llegan hasta él sin estar preparados mueren, se vuelven locos o pierden toda voluntad de seguir adelante. La última vez que hice de guía, aconsejé a los visitantes que escogieran el segundo camino: el Precipicio del Coraje. Pero teniendo a tres Arunaeh… supongo que el Túnel del Control no os resultaría tan difícil gracias a vuestro Datsu.»

Intercambiamos miradas incrédulas. Lústogan no se inmutó.

«Un momento,» dijo. «Pareces creer que hemos estado dando vueltas por estas mazmorras, pero la verdad es que acabamos de entrar en ellas por un portal activado por la runista a la que andamos buscando. Esta es la primera “Sala” a la que vamos. Y hasta hace nada pensábamos que las Mazmorras de Ehilyn no existían. ¿Qué clase de aventureros llegan hasta aquí? Obviamente tú no te consideras uno de ellos.»

Galaka Dra se ensimismó unos segundos.

«Ya veo… Es la primera vez que oigo hablar de algo así. Esta es una Sala “oculta” y son pocos los portales conectados a ella… Que hayáis encontrado el Jardín a la primera… ¡es una sorpresa!» Alzó la cabeza riendo. «¡Una enorme sorpresa! Pero,» entornó los ojos, «si lo que dices es cierto, Lústogan Arunaeh, entonces es una suerte que os haya encontrado. Si de verdad pensabais que estas mazmorras no existían…» Su expresión se enterneció extrañamente. «Se os ve exhaustos. Dormid todo lo que podáis. Os ayudaré a encontrar a esa kadaelfa de pelo azul. Lo prometo.»

«La ayuda es bienvenida pero… ¿y a cambio?» pregunté.

Para exasperación mía, Galaka Dra se tumbó contra las tablas de madera cambiando de tema:

«Las energías, en el Jardín, tienen ciclos más fuertes que los que vosotros conocéis. Ahora mismo está empezando el Ciclo del Sueño. ¿No lo notáis?» Bostezó, afirmando alegremente: «¡Es hora de dormir! Pequeña Arunaeh,» añadió girándose hacia Yánika. «Toma ese jergón.»

«¿Y-Yo?» tartamudeó Yánika, sorprendida.

«Es la primera vez en mucho tiempo que veo a una niña en las mazmorras. Quiero que esta estancia te sea agradable.» Sonrió y cerró los ojos. «Buenas noches, aventureros.»

Enarqué una ceja. ¿Noches? Hablaba como un extereño. Casi enseguida, mi órica percibió su respiración regular y meneé la cabeza.

«¿Ya se ha dormido?» murmuré, incrédulo.

«¿Quién diablos será?» preguntó Jiyari en un cuchicheo.

Me encogí de hombros y, tras observar unos instantes el rostro sereno de Galaka Dra, me tumbé con las manos detrás de la cabeza contestando:

«A saber. Pero, como dicen, “en Trasta, haz como los trastanos”. Aunque no conteste a mis preguntas, no parece mala persona, ¿verdad, Yani?»

«Mm…»

La respuesta de mi hermana fue tan vaga que giré la cabeza, curioso, para verla con sorpresa cerrar los ojos y quedarse dormida enseguida sobre el futón. Su aura apacible nos envolvía y el sueño me invadía a mí también. Por lo visto, la protección bréjica del Datsu no servía de mucho contra los ciclos energéticos de aquel lugar. Era cada vez más duro no caer dormido. Decía Galaka Dra que la casa era segura, pero después de haber visto a esa gueladera Tantra, era difícil no imaginarse a un engendro extraño aparecer por el vano de la puerta… Puse los ojos en blanco y solté:

«Siento haberte metido en un lío como este, hermano. Primero, Makabath, luego esto…»

Lúst se había recostado contra una de las paredes, ojeando una carta. Era la carta que el mensajero había traído para él junto con la de los Ragasakis, recordé. Mientras rebuscaba la mía en la mochila, Lústogan contestó:

«No lo sientas. Al fin y al cabo, según me dijiste hace unos años, mi sueño era llegar a las Aguas del Poder escondidas en las mazmorras para convertirme en el brujo más terrorífico de toda Háreka.»

Me carcajeé por lo bajo.

«¿Hace unos años, dices? Diez años a lo menos. Quién habría dicho que íbamos a acabar de verdad en este sitio.»

Le eché un vistazo a Jiyari. Se había quedado dormido tan pronto como había cerrado los ojos. Hice un gesto de barbilla hacia la carta que leía Lúst.

«¿No será del Gran Monje?»

Lústogan esbozó una sonrisa.

«No. Es de la Kaara.»

«¿La Kaara?» me extrañé. ¿Mi hermano había pagado a la Kaara por información? ¿Para qué?

«Mm,» asintió Lústogan. «Llevaba esperando la respuesta desde hacía más de un año. Es para Saoko.»

«¿Saoko?» repetí, cada vez más perdido.

Los ojos penetrantes de Lúst se desviaron hacia el rostro dormido de Saoko.

«Me pidió que lo ayudase a investigar una banda criminal que usaba Brassaria como fuente de esclavos para sus negocios. La banda fue masacrada por otra hace diez años, pero Saoko quería cerciorarse de que todos y cada uno estaban muertos, en especial el cabecilla, Ronarg.»

Me enderecé.

«¿Ronarg?»

Era el mismo nombre que había gritado la mujer a la que había visto al atravesar el portal. ¿Podía ser que hubiese visto un recuerdo de Saoko? ¿Era acaso posible?

«Es irónico,» retomó Lústogan mientras destruía el papel con su órica. «Al parecer, Ronarg huyó de la zona de Raizoria, se dedicó al bandidaje en Dágovil durante un tiempo, lo pillaron los Zorkias y lo mandaron a Makabath con una condena a vida. Si sigue vivo… ahora mismo, debe de estar en las mazmorras como nosotros. Ya lo has oído, Saoko.»

Este gruñó, sobresaltándome. ¿Estaba despierto? Las palabras de Lústogan me habían distraído tanto que no me había dado cuenta. Cuando el drow abrió los párpados, me recorrió un escalofrío.

«Lo he oído.»

Por lo normal, sus ojos rojos estaban apagados por el fastidio, pero ahora refulgían como dos fuegos.

«Nuestro trato acaba aquí,» dijo Lústogan con calma. «Tal y como convenimos. Eres libre.»

Saoko se levantó y se dirigió hacia la salida mascullando:

«Lo sé.»

«Oh. Casi lo olvidaba,» agregó Lústogan. «Al parecer, el hombre recibió unas cuantas cicatrices en la cara a manos de sus enemigos. Tal vez por eso no lo has distinguido entre los presos.»

Saoko se contentó con emitir un gruñido antes de salir.

“¿Adónde va?” se inquietó Kala.

Me precipité tras él.

«Oye, Saoko…»

Se detuvo sin girarse. Me quedé unos segundos sin saber qué decir, en ese hoyo florido, a la luz cada vez más tenue de las piedras luminosas que alumbraban la caverna. Saoko siempre había sido tan reservado en todo. No era fácil hablar con él… Sólo cuando noté la impaciencia de Kala, solté:

«Lo que vi al atravesar el portal… era un recuerdo tuyo, ¿verdad?»

Tras una breve pausa, el brassareño se sentó en la hierba con las flores, agarrando la empuñadura de su cimitarra con fuerza.

«No te preocupes,» dijo al fin. «Seguiré protegiéndoos hasta que salgamos de aquí. Y no necesito tus palabras de consuelo.» El drow ladeó levemente la cabeza sin girarla del todo hacia mí. «El pasado es el pasado, pero lo mataré, aunque sea un fastidio.»

Arqueé las cejas y esbocé una sonrisa.

«Claro. No te alejes mucho de la casa. Galaka Dra, nuestro nuevo guía, dice que estamos seguros aquí. Descansa, amigo.»

El brassareño no contestó, pero la mano en su empuñadura se relajó. De vuelta adentro, bostecé, vencido por el cansancio. Ya leería la carta de los Ragasakis a la mañana. Ahora estaba… completamente… dominado por el sueño…