Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

10 Canje fallido

Encaramado a la roca, Kala apretaba nuestras asideras con tal saña que nos estaba destrozando las manos. Yánika debía de haber entendido qué estaba sucediendo porque su aura se había cubierto de horror.

Desde la entrada de Makabath, Reik usaba un amplificador. ¿De dónde lo habría sacado? En cualquier caso, los Zombras se miraban, indecisos, preguntándose seguramente qué tramaban esos criminales. El comandante de los Zorkias agregó:

«Aceptar en vuestras filas a mercenarios a los que traicionasteis fue de estúpidos. Lo que oís: ¡los Zorkias seguimos vivos!»

Se elevaron comentarios entre los Zombras.

«Es Reik Cuervo-Rojo,» decía uno. «El que volvió a fugarse hace poco.»

«¿Por qué lleva nuestro uniforme?» se indignó su vecino.

«Deberíamos haberlos matado a todos,» gruñó otro.

«Y reveláis otra vez vuestro juego sucio,» lanzó otra voz fuerte. Ese era el Zombra de galón de plata. Se había subido a otra roca menos alta que la mía, mostrándose a la vista de todos. Prosiguió: «Seguid jugando: pronto llegarán refuerzos y os atraparemos y os quemaremos por traidores. A todos los que habéis intentado escapar.»

Para apoyar sus palabras, numerosos Zombras golpearon el suelo con sus lanzas gritando:

«¡Traidores!»

Sin embargo, cuando algunos hicieron ademán de acercarse, el del galón de plata los detuvo con un gesto. Entendía qué era lo que lo frenaba: provocar la muerte de la hija-heredera de los Rotaeda hubiera sido el final de su carrera.

«¿Qué nos puede importar esa joven?» dijo aun así para sorpresa mía.

Reik dejó a un lado el amplificador para contestar de viva voz:

«Es una nahó, ¿no?»

De modo que Reik no conocía la identidad de Erla Rotaeda. En todo caso, todo parecía indicar que la amenazaba en serio —lógicamente, no esperaba que Erla tuviera vínculo alguno con los Zorkias, pero ¿por qué demonios se había metido en Makabath?

«Si tú lo dices,» replicó el Zombra. «No la veo bien de tan lejos. Lo que veo es que no se mueve. ¿No estará muerta ya?»

Sintiendo el pavor creciente de Kala, decidí bajar de la roca. Aterricé junto a mi hermana, Saoko, Jiyari y Lúst cuando Reik contestó con una voz sonora que se reverberó:

«No está muerta: está inconsciente. Lleva unas mágaras raras y su puñal tiene grabado un lotus negro en la hoja. Si me dices que lo ha robado, no te creería: con esas manos de princesa, está claro que no ha tocado una azada en su vida. Lo irónico es que gracias a ella hemos tenido la oportunidad de liberarlos a todos a tiempo y matar a vuestros guardias. Un pequeño cambio de planes que está dando grandes resultados: nosotros no tenemos ni una baja,» se jactó.

Más allá del grupo de Zombras, entreví al guerrero kadaelfo darle una patada a un cadáver. Por Sheyra… Reik estaba desatado y en ese momento tan sólo me inspiró decepción. Bueno, al menos no la había matado a ella… Pero Kala seguía agitado. El horror en el aura de Yánika se comunicaba al resto eficazmente y los Zombras dejaron escapar imprecaciones asqueadas por lo bajo. Mi hermana me dijo por vía mental:

“Hermano… Esto pinta mal, ¿verdad?”

“Sabía que Reik intentaría algo, pero no algo así,” confesé. “Por salvar a sus compañeros, quién sabe lo que es capaz de hacer.”

Por ejemplo matar a una muchacha inocente… El aura de Yánika estaba cargada de preocupación.

“¿Has visto a los demás?”

Inspiré de golpe.

“Pues no…”

Rao, Melzar, Chihima y Aroto… No los habíamos visto en el túnel y de ningún modo podrían haber entrado en la caverna sin que los Zombras se dieran cuenta, ¿verdad?

“¿Lo conoces?” preguntó de pronto otra voz por bréjica.

Me sobresalté.

“¿Hermano? ¿Desde cuándo sabes…?”

“Es Yánika la que ha creado la conexión bréjica,” me explicó Lústogan, cortándome.

¿Yani? Seguía sin acostumbrarme al cambio de la relación entre ambos. Ahora, los presos liberados vociferaban maldiciones silenciadas durante tanto tiempo. Eran sin duda más que los cuatro que había visto: se escondían en la torre… Y no sólo eran Zorkias.

“Lo conozco,” contesté al fin. “Es Reik. El comandante Zorkia. Ya te hablé de él.”

Lústogan asintió. Los ojos de Jiyari estaban dilatados por el miedo. Me agarró de la manga.

«Gran Chamán… ¿Qué hacemos? ¿Cómo la salvamos? Si él la mata…»

No acabó la frase: su voz se quebró. Entendí su desazón. Después de tantos esfuerzos por buscar a Lotus, lo encontrábamos y lo perdíamos casi al mismo tiempo. Parecía como si la aparición de Erla en la prisión había precipitado los acontecimientos. ¿Reik acaso pensaba poder huir usándola de rehén?

Ningún Zombra insistió en hacernos marchar siempre y cuando permaneciéramos tranquilos. Estuvimos largo rato esperando, sentados en una roca, mientras los dos grupos se echaban imprecaciones de cuando en cuando y comentaban la situación entre ellos. El sargento Zombra miraba hacia la torre con ojos de profundo desdén.

Estábamos preguntándonos qué demonios podíamos hacer para evitar un mar de sangre cuando Kala estalló mentalmente:

“No lo aguanto más. Vayamos a hablarle a Reik.”

“¿Y arriesgarnos a que nos coja también de rehén? No, Kala,” le dije. “Reik ya no nos debe nada. Para él, sus compañeros son más importantes que todo. Tranquilo, mientras los Zombras no ataquen, Erla no morirá: sin ella, los presos están muertos. ”

Y me hubiera gustado saber qué esperaba conseguir Reik. Ciertamente, los Zombras no podían atacar. Pero ellos tampoco podían huir. Estaban estancados.

Sentí un súbito cambio en el aura de Yánika y le eché una ojeada interrogante. Mi hermana meneó la cabeza y nos habló a todos por bréjica:

“Es Samba. Está escondido cerca. Dice que Zella, Aroto, Chihima y Melzar consiguieron pasar usando una mágara armónica, pero que esta ya no les funciona y están escondidos en la parte sombría de la caverna. No han entendido bien la situación. Se la explicaré a Samba.”

Hubo un silencio en el que nos ensimismamos todos. Media hora más tarde, Samba estaba de regreso con noticias. El asombro de Yánika no me dijo nada bueno…

“Rao se va a meter en la torre para analizar la situación,” declaró Yánika. “Hay una ventana en el cuarto piso lo suficientemente grande para que pase, dice.”

Saoko y yo soltamos un resoplido de incredulidad al mismo tiempo. Jiyari palideció. Lúst fruncía el ceño.

“¿Sabe levitar?” preguntó mi hermano.

“Qué va,” contesté. “Sabe escalar. Eso me dijo.”

“Pero cuatro pisos…” agregó Kala, inquieto. “Es mucho. Y si llega a meterse…”

“Confiemos en ella,” afirmó Yánika. Sonrió. “Samba la conoce mejor y dice que lo logrará.”

Le correspondí, burlón.

“Pues, si el gato dice que lo logrará, quién va a dudarlo.”

* * *

Menos de una hora más tarde, Samba regresó y Yánika anunció:

“Todo bien.” Kala y yo respiramos con más tranquilidad. Entonces, el aura de Yánika se llenó de confusión. Retomó, transmitiendo las noticias: “Al parecer, Rao no encontró a nadie en el cuarto piso. Todas las celdas y corredores están vacíos. Vio dos… dos guardias muertos. Eso sí, las rejas entre plantas están cerradas con llave. Cuando escalaba, ha echado un vistazo por las aspilleras de los pisos inferiores. Y nada. No ha oído ni el más mínimo ruido. Samba dice que es como si… no hubiera nadie.”

Aquello me dejó igual de desconcertado. ¿Que no había nadie? ¿Y entonces los voceos que habíamos oído? Ladeé la cabeza. Ciertamente, ahora ya no se oían. Los rebeldes estaban tranquilos desde hacía un buen rato. Pero los cuatro Zorkias de la entrada seguían ahí, ¿verdad?

Fui a comprobarlo subiéndome a la roca. Enarqué una ceja al constatar que ahora tan sólo quedaba Reik sentado con la espada desenvainada. Erla seguía tendida en el suelo, maniatada. La vi mover ligeramente la cabeza. ¿Se habría despertado?

No bien hube bajado y explicado lo que había visto, Lústogan declaró por bréjica:

“Ese túnel que cavé hace diecinueve años fue en realidad una escalera secreta en la punta de la torre conectada con el techo. El Gremio pensaba crear un camino hacia la Superficie para evitar tener que depender de Kozera y Ámbarlain. No era mala idea hacerla en Makabath: pese a ser una prisión, es la columna más alta de toda Dágovil. Además, está siempre guardada y cercana a la capital. Pensaron aprovecharlo.”

Lo miramos con los ojos agrandados. ¿Quería decir… que los presos habían descubierto esa escalera y se habían marchado? Pero entonces Reik… ¿había decidido quedarse atrás para hacerles ganar tiempo a sus compañeros? Se había sacrificado…

“Sólo que,” continuó Lúst, “nunca acabamos de construir la escalera porque, en un momento, desembocamos en una zona magmática de alto desequilibrio energético, imposible de atravesar.”

Imprequé:

«Attah…»

Lústogan se levantó a su vez con tranquilidad.

“Dime, hermano. Ese mercenario está preparado para morir. ¿Qué crees que va a hacer con su rehén una vez que los Zombras descubran la pantomima?”

Me pedía mi opinión. Pero Kala sacó conclusiones y empezó a temblar.

«¿Va a matarla?» se atragantó.

“No es su estilo,” opiné. “Matar a una inocente cuando no gana nada a cambio… no es su estilo. ¿Verdad, Yani?”

Mi hermana meneó la cabeza.

“Creo… que no. A nosotros nos salvó, a pesar de odiar a los inquisidores Arunaeh. Pero… nunca lo había visto así.”

Se refería a los guardias muertos, entendí. Y no olvidaba que Reik sentía un profundo rencor hacia los nahós del gremio. Por más que quisiera negar la realidad, Erla Rotaeda no estaba fuera de peligro. Tras un pesado silencio, Lústogan se giró hacia mí, expectante.

«¿Y bien? ¿Qué vas a hacer ahora, Drey?»

Nos miramos a los ojos. Tenía el Datsu casi tan desatado como yo, prueba de que se preocupaba de lo que iba a pasar a continuación. Probablemente porque había adivinado en mi órica o mi expresión que había tomado una decisión.

Bajé ligeramente la cabeza.

«Lotus no puede morir ahora. Voy a hablar con Reik.» Me llegó una oleada de inquietud y le dediqué una media sonrisa a Yánika. «No te preocupes, Yani. Seré prudente.»

«Te acompaño.»

«Ya-náï

«Te acompaño,» repitió mi hermana, inflexible. «Dijiste, hace unos días, que había ganado la apuesta de hacerle reír a Mewyl, ¿recuerdas? Tengo derecho a un deseo. Y mi deseo es este: me dejas acompañarte cuando me da la gana.»

La miré con fijeza. El aura de Yánika estaba determinada. Suspiré.

«Está bien. Sólo te aviso: hay cadáveres en la entrada. ¿Crees que es prudente?»

El aura se enfrió… pero enseguida se animó de nuevo de decisión.

«Sé controlarme. O al menos empiezo a aprender… Controlaré mi aura y haré que Reik te escuche tranquilamente. Puedo hacerlo.»

Me encogí de hombros.

«Entonces en marcha. Lo siento, Jiyari: si vamos más, Reik se pondrá nervioso.»

Le palmeé el hombro al Pixie rubio y este murmuró algo como que tuviera cuidado. Lústogan no dijo nada. Me alejé con Yánika, pasando junto a los Zombras. Nos interpelaron y le dije al sargento:

«De morir Erla Rotaeda, tendremos todos problemas. La salvaré negociando.»

«¿Qué pretendes?» preguntó el sargento con el ceño fruncido. «Si lo provocas…»

«Los Arunaeh conocemos la mente saijit,» repliqué. Ese Zombra no tenía por qué saber que yo no era brejista.

El sargento vaciló. Si Erla Rotaeda moría por culpa mía, eso que se quitaba de encima… pero si llegaba a pasarme algo a mí también, la culpa recaería sobre él, por haberme dejado pasar. Yánika transformó su aura en una gran burbuja positiva, mezcla de confianza y alivio.

«Gâaa… Está bien,» aceptó el sargento. «Dejadlo pasar. Pero no te acerques demasiado, joven mahí. Ese hombre es Reik Cuervo-Rojo. La gente lo apodó así hace años por un antiguo tirano rosehackiano que imponía la paz a base de hacer correr sangre. Ese tipo… es un verdadero carnicero.»

Enarqué una ceja. ¿Tan conocido era Reik? Me contenté con asentir y pasar la fila de Zombras con Yánika… Mi órica me avisó de que alguien más me seguía y, echando una mirada hacia atrás, vi a Saoko, lo vi abrir la boca y dije antes que él:

«Qué fastidio, ¿eh?»

Los ojos de pez aburrido del brassareño chispearon. ¿De diversión? Detrás, Lústogan y Jiyari nos observaban, expectantes. Caminamos con lentitud y, a medio camino, le dije a Saoko:

«Si no te importa, seguiremos Yani y yo solos.»

Saoko se encogió de hombros.

«Si te mata o mata a tu hermana, no será culpa mía.»

Torcí la boca pero no repliqué y seguí avanzando. Yánika miraba fijamente hacia el frente.

«Está tranquilo y hasta contento,» constató con sorpresa. «O eso creo.»

Nada de extrañar: Reik estaba solo, ante los Zombras, burlándose de ellos a escondidas.

«Di, Yani,» dije entonces. «Ya que me has pedido un deseo, tendrás que pedírselo a Yodah también.»

Un deje de sorpresa apareció en su aura, reemplazado rápidamente por un claro entretenimiento.

«Ya lo hice,» contestó.

Agrandé los ojos.

«¿Qué?»

Yánika esbozó una sonrisa.

«Le pedí que no cambiara.»

Parpadeé, le di vueltas al asunto rápidamente y mascullé:

«¿Eso significa que yo, en cambio, tengo que cambiar?»

Yánika rió quedamente pero su risa fue ahogada por la vista de los cadáveres de los guardias de Makabath. Meneó la cabeza, retomando su seriedad.

«No. No significa nada de eso. Le pedí que no cambiara… una decisión que tomó.»

Me dejó perplejo pero… bueno, preferí no indagar más en ello. Estábamos a una quincena de metros cuando Reik, de pie junto a Erla, lanzó:

«Ni un paso más, muchachos. No porque os conozca voy a ser más tierno con vosotros.»

Me detuve y miré al mercenario. Su uniforme de Zombra estaba manchado de sangre en varios sitios. Y no era la suya. Su pelo largo y negro estaba recogido y enseñaba ahora sin vergüenza alguna el ojo de Norobi en su frente, señal de que había sido un traidor a Dágovil. Y seguía siéndolo.

«Tú…» murmuró una voz.

Kala desvió enseguida nuestra mirada hacia Erla Rotaeda. La joven nahó estaba en una posición incómoda. Su tez de kadaelfa estaba lívida. Reik le acercó la hoja de su espada.

«¿Ahora hablas?»

Kala estuvo a punto de chafarlo todo abalanzándose hacia él, lo vi venir, y lo frené con un “no” mental rotundo.

«Reik,» solté en voz alta. «No te precipites. Vengo a salvar a la muchacha. Ella es inocente.»

«¿Inocente? Es una miembro del Gremio. La mataría ahora si no tuviera cierto valor como rehén.»

«¿Y esperas negociar tu huida con ella?» me burlé. «No me engañas, Reik. Sabes que estás muerto.» Reik frunció el ceño. Agregué: «Los Zombras no saben nada. Pero yo sé, Reik. Lo de la torre. Y tu sacrificio.»

No le dije que la salida de arriba no era una salida. Hubiera sido demasiado cruel. Y no quería que perdiera los nervios ahora. Ni quería ser demasiado explícito ante Erla. Ante el mutismo del Zorkia, di un paso hacia delante.

«Te propongo un canje. Entrega a la muchacha. Y yo me quedo contigo a cambio. Un Arunaeh también es un rehén valioso, ¿no?»

Reik alzó los ojos hacia el techo de la caverna y los bajó de nuevo con una risa sarcástica.

«Imposible. La chica sabe lo de las escaleras de arriba. Llegó aquí hablando de ellas y exigiendo a los guardias que la dejaran pasar. No pensábamos provocar la rebelión hasta pasados varios días, pero cambiamos de opinión. Una salida a la Superficie… nos soluciona la huida.»

Agrandé los ojos, sorprendido. De modo que Erla había querido viajar por el túnel secreto. ¿Acaso conocía a alguien en la Superficie capaz de fabricar un antídoto para su hermano? Si supiese que esas escaleras no llevaban a ningún sitio… En el aura forzadamente tranquila de Yánika se infiltró un deje de lástima. Le eché una mirada de soslayo antes de contestar:

«¿Y los tuyos estuvieron de acuerdo? Dejarte atrás y sacrificarte.»

Los ojos de Reik centelleaban de frialdad.

«Soy su comandante. Ordeno y obedecen.»

Puse los ojos en blanco.

«Claro. Entonces, sabes que estás muerto.»

«Lo sé.»

«Y me lo dice el que me dio un sermón no hace mucho por despreciar mi vida a cambio de salvársela a otros.» Lo vi esbozar una sonrisa y chasqueé mi lengua. «Es ridículo. ¿Sabes? Los refuerzos no tardarán en llegar, probablemente con muchos soldados. No vas a durar mucho más.»

«Cuando uno ha quitado vidas, se prepara a dar la suya,» retrucó el mercenario. Jugueteó con su espada. «¿Sabes, muchacho? Tienes razón. Voy a liberar a la chica. A cambio, vendrás conmigo y harás todo lo que te pida. ¿Qué me dices?»

No me inmuté por su cambio de planes.

«Estamos de acuerdo. Pero con lo de “harás todo lo que te pida”, ¿a qué te refieres?»

«A destruir Makabath.»

Tragué saliva con dificultad. ¡¿Qué?! Reik liberó a Erla y, con un ademán, me invitó a acercarme.

«Tu hermana no,» añadió al ver a esta dar un paso hacia delante. «Sé lo que trama. Es una brejista. Que se quede lejos. Y tú,» agregó para Erla mientras yo llegaba a su altura. «Piérdete.»

Erla Rotaeda se levantó. Se había vestido con ropajes descuidados y usados, para fugarse mejor. Esperaba verla salir corriendo hacia los Zombras con los ojos anegados en lágrimas o algo así, pero me equivoqué: le puso al Zorkia una cara de rabia pura y… se precipitó adentro de la torre. Reik imprecó pero no se movió soltando por lo bajo:

«Es inútil, querida: las rejas están cerradas.»

Instantes después, Erla reapareció gruñendo:

«¡Tengo que ir a esas escaleras! Mi hermano morirá si no lo hago…»

«Otro nahó. ¿Qué me importa?» se burló Reik.

«Mientes,» intervino Yánika. «Sí que te importa.»

El mercenario se tensó y escupió hacia los cadáveres.

«Yo que quería un final tranquilo. Me lo estáis estropeando.»

¿Final tranquilo? Casi me atraganté por la ironía. Erla no desistió.

«Ordeno que abráis las rejas. De ningún modo vais a destruir Makabath. Lo ordeno. Tú,» me dijo señalándome. «Oí decir que eras destructor. Destruye las rejas. Ahora mismo. ¡O te declararé traidor!»

Mi Datsu se desató un poco más. Erla estaba decidida. Sabía bien que regresar junto con los Zombras era renunciar a su escapada.

«¿Dónde piensas encontrar el antídoto, nahó?» pregunté.

Erla emitió un gruñido de impaciencia.

«No me creerías si te lo dijera. Sé de alguien capaz de curarlo, eso es todo. Y está arriba de esas escaleras.»

«Arriba de esas escaleras, no está la Superficie,» le repliqué.

Erla chasqueó la lengua.

«Idiota. Ya lo sé. Esos presos acabarán muertos probablemente. Me da igual. Ahora, abre las rejas,» me ordenó.

Me encogí de hombros ante la mirada perdida de Reik.

«Yani… ¿Puedes decirles a los demás que la nahó está mandona y no quiere marcharse?»

Yánika asintió sin moverse. Comunicaría el mensaje con bréjica, entendí. Seguía sin querer dejarme atrás. Me metí en la torre. Reik me alcanzó, algo pálido.

«¿Qué has querido decir con que las escaleras no llevan a la Superficie?»

«Yo nunca dije que iban a la Superficie,» replicó Erla antes de que yo pudiera decir nada. «Dije que subían. Por la Sombra… ¿por qué sigo tan aturdida?» se quejó, masajeándose la cabeza. «Me hicisteis respirar anrenina, ¿verdad? Casi me extraña que unos mercenarios utilicen métodos tan suaves. Sobre todo que dejé inconsciente a uno de tus hombres.»

Sonrió un poco, vengativa. Ante la primera reja del corredor, yo sacaba ya de mi mochila los guantes de destructor y me los ponía cuando Reik estalló:

«¡Un momento!» Con su espada, dio un tajo en el aire, irritado. «¿Me estás diciendo que he mandado a mi gente a un callejón sin salida? ¡Dijiste que podrían escapar por esas escaleras!»

Erla se encogió de hombros.

«Dije que se podía salir por ahí, no que saldrían con vida. Esas escaleras desembocan en una de las mazmorras más viejas de Háreka. Las Mazmorras de Ehilyn.»

Aquello dejó a Reik paralizado. Y a mí asombrado.

«¿Las Mazmorras de Ehilyn? ¿Existen de verdad? Te lo estás inventando.»

La nahó me apuntó con su índice.

«¿A qué esperas para destruir la reja? Claro que no me lo invento. ¡Un profesor mío fue y regresó vivo de milagro! Y mi hermano y yo pensábamos ir el día en que estuviéramos preparados.»

¿Tan terribles eran esas mazmorras? Ciertamente, según la tradición, las Mazmorras de Ehilyn eran un poco como un símbolo del mal. Los padres amenazaban con mandar a sus hijos a la semi-diosa caída Ehilyn cuando se portaban mal. Era un poco como el Infierno de los cuentos de los Infernales y cosas del estilo…

Posé las manos en la cerradura. Los barrotes eran de hierro grueso y duro. La cerradura era de hierro negro. En ese momento, oí ruido en la caverna. Reik siseó, echando una ojeada afuera.

«Los refuerzos. Diablos, pequeña,» agregó, girándose hacia Erla. «¿De verdad huyes de los Zombras?»

«De momento,» replicó Erla.

Estallé la cerradura y la reja se abrió. Pasamos y estaba tanteando el muro para ver cómo podía destruirlo lo mejor posible cuando percibí un movimiento de aire en la entrada y me giré. Jiyari, Lústogan, Yánika y Saoko franquearon el umbral. Con Samba.

«Vienen detrás,» informó Lústogan. «Necesitarás ayuda.»

Lo miré, alucinado.

«Lúst… En serio, no lo hagas. El Templo del Viento todavía no te ha perdonado lo otro. Ahora no puedes meterte en…»

«Estoy siguiendo las órdenes de la hija-heredera de los Rotaeda, ¿no?» me interrumpió. Clavó sus ojos en los de Erla Rotaeda. «¿Verdad?»

Esta agrandó los ojos pero apenas vaciló antes de asentir firmemente. Lústogan concluyó:

«Deja de darle vueltas, Drey.»

«Pero Rao y los demás…»

«Están dentro,» me informó Yánika. «Samba dice que han escalado los cuatro y están en el cuarto piso, intentando forzar las cerraduras. Pretendían bajar para atacar a Reik por sorpresa, creo…»

Mar-háï… Se me agotaron las objeciones. Mientras los demás corrían hacia el piso de arriba, Lústogan y yo nos pusimos prestamente nuestras máscaras de destructor y aplicamos nuestra fuerza en los muros. Rápidamente, hicimos colapsar parte del techo del primer piso, bloqueando más o menos el pasillo. Estábamos corriendo escaleras arriba cuando oímos voces del otro lado del montón de rocaleón. Los Zombras, con los refuerzos, no tardarían en abrir paso… Pero en eso no podían vencer a dos destructores.

Sonreí para mis adentros mientras nos reuníamos con los demás junto a la siguiente reja.

«Más te vale explicar todo esto al Gremio si regresamos… nahó,» le dije a Erla.

E hice estallar la cerradura.