Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

8 La petición

«La ilusión es más bella cuando se convierte en realidad.»

Broilan Weard (5431-5465): Perdóname, Vasilia

* * *

«¿La ves?»

Asentí con los ojos cerrados, concentrado. Lústogan me enseñaba con su órica el lugar exacto donde había que golpear.

«¿Estás seguro? ¿Y si la rompo mal?» pregunté.

No era la gran piedra de luna lo que Lústogan me pedía que rompiese sino un simple trozo que él ya había desatado pero… aun así, lo que tenía entre las manos valía lo menos cuatro mil kétalos.

Sentí pesar sobre mí la mirada de Lústogan.

«De no haber roto mal nunca una piedra de luna, no habría aprendido a romperla,» me dijo.

Hice una mueca, abriendo un ojo. Decía él que nunca había roto piedra de luna oficialmente, pero al verlo manos a la obra estaba claro que tenía un gran dominio sobre el tema. Romper piedra de luna sin autorización era delito en Dágovil, Kozera y Razoiria…

«Aprendiste viajando hasta las raíces del Sello… ¿verdad?» dejé escapar.

Advertí el suspiro de Lústogan con mi órica.

«Concéntrate, Drey. No te preocupes: con este trozo sólo se podrán hacer dos piedras de luna, que yo vea. No hay más separaciones posibles. Tranquilo: si fallas, te tirarás por el barranco siete veces seguidas. ¿Qué te parece?»

¿Eso era tranquilizarme? Resoplé pero asentí, animado. Un desafío siempre era bueno para la moral.

“¿Lo has oído, Kala? No me desconcentres: si no, nos tiramos por el barranco siete veces.”

Kala permaneció silencioso. Desde que Lústogan le había soltado su sermón, estaba de capa caída. Meneé la cabeza y me concentré. Reuní mi órica, la modulé con precisión y, tras una vacilación, la apliqué en la raja que me había señalado Lúst. Oí un crujido cristalino. Seguí aplicando mi órica, dividiendo la piedra luminosa en dos. Mi confianza subía a medida que me daba cuenta de que, a fin de cuentas, no era tan difícil como lo pintaban. Cuando los dos trozos se separaron al fin, sonreí anchamente.

«¡Lo he…!»

Callé de pronto cuando vi la luz de una de las piedras apagarse con suavidad. Miré los dos trozos, uno hermoso y luminoso, el otro un mero trozo de cristal extinto… Lústogan me palmeó el hombro.

«No ha estado nada mal para un primer intento. Te ha fallado el final. ¿Entiendes por qué? Los nervios que atan las piedras de luna deben ser seccionados al mismo tiempo. Es como el cuento del abismo: dos saijits a ambos lados de un precipicio están atados con una cadena a un gran peso que sostienen, colgando sobre el abismo. El que rompa su cadena antes hará que el otro sea arrastrado por el peso hacia el vacío. Por eso, la única solución es romperlas al mismo tiempo. No te confíes,» agregó, examinando la piedra luminosa. «Un destructor no ha acabado su trabajo hasta que no se ha quitado los guantes.»

Le dediqué una mirada aburrida. ¿Acaso sabía que no lo iba a conseguir? Mar-háï… dos mil kétalos a la basura.

«¿Cuántos intentos necesitaste tú para pillarle el tranquillo?» pregunté.

«Unos cuantos para llegar a lo que has hecho tú a la primera. Pero yo no era un genio.»

Sonrió. Bien sabía que no me gustaba que me llamaran genio. Mascullé levantándome:

«Ni tenías a un maestro para decirte exactamente cómo hacer las cosas. »

Lústogan se encogió de hombros y alzó una mano mientras se alejaba hacia la enorme piedra de luna que quedaba aún por fragmentar.

«Ya que una de las piedras sigue viva, serán cuatro caídas por el barranco. Te dejaré algún trozo de piedra de luna más para cuando vuelvas. Si lo consigues la próxima vez, tal vez te dé algún consejo para el diamante de Kron.»

Meneé la cabeza, divertido. Nunca dejaría de entrenarme, ¿eh? Tenía que admitirlo: me alegraba verlo. Di un paso hacia la salida del taller con intenciones de ir a hacer mis cuatro caídas por el barranco… y me detuve.

«No te esfumes esta vez, ¿eh?»

Lústogan se giró con sorpresa. Y se contentó con sacudir la cabeza. Aunque, cuando salí, creí oír un:

«Te lo prometo, hermano.»

* * *

“Lo que quieres es hacerme sufrir,” gruñó Kala.

Ya era la cuarta vez que subíamos por el paseo que conducía al Palacio de Ámbar. Sonreí y hablé en voz alta:

«Lo prometido es deuda: nos queda una caída todavía.»

«Te queda,» me corrigió el Pixie. «Yo no tengo nada que ver con esto.»

Ralenticé el ritmo, turbado. Di unos pasos antes de detenerme junto al banco con marquesina donde habíamos estado hablando unas horas antes con Lúst.

«Me sorprendes, Kala. Creía que lo llevabas bien. El estar en un mismo cuerpo,» especifiqué. «¿A qué se debe el cambio?»

Kala me robó los músculos de la boca para resoplar de lado.

«A quién le importa… Total, ya no puedo ir a ver a mis hermanos, porque dice el tío Varivak que es más prudente. No puedo hablar con Padre porque ella no me recuerda y tú quieres seguir la etiqueta. Y no puedo controlar este cuerpo porque entonces Lúst se enfada conmigo.»

Permanecí un rato en silencio sin saber qué decir. Entonces, Kala suspiró.

«Perdón, Drey. Cuando he dicho que el cuerpo era mío… En realidad… bueno… también es tuyo, eh, es sólo que… a veces…»

«Lo entiendo,» lo interrumpí. «Estás alterado, no tienes Datsu y…»

«¡Tú y con tu Datsu! ¡No tiene nada que ver!» se exasperó el Pixie. «Ya le has oído a Lúst. Simplemente tú eres un tipo raro. Si me hubiese fundido en la cabeza de Lúst y no en la tuya, a saber cómo habríamos terminado…»

Traté de imaginármelo. Lústogan y Kala hablando en la misma cabeza y robándose el cuerpo… Mis labios se estiraron acusadamente.

«Mi hermano te habría tomado como discípulo para llenarte la cabeza de consejos y máximas rigú tras rigú, o-rianshu tras o-rianshu… En el peor de los casos, habría pedido a Madre o a Liyen que encontraran algún medio para extraerte de su cabeza sin demasiados riesgos. Puedo imaginármelo…»

Kala se alejó del barranco y se sentó en el banco preguntando por vía mental:

“¿No te asusta un poco?”

Enarqué una ceja.

“¿Te refieres a Lúst? Bueno…” Sonreí. “¿Sabes? Hubo una época, cuando era niño, en la que me imaginé que mi hermano era en realidad un gran mago negro nigromante que me entrenaba para que lo ayudara a entrar en las Mazmorras de Ehilyn y a llegar hasta las Aguas del Poder para conquistar el mundo. Lo que oyes. Yo estaba seguro de que, en el camino, me dejaría tirado diciendo: ya no me haces falta, hermanito. Y, entonces, me tiraría a un abismo y yo pensaría: ah, ¡ahora te quitas la máscara!” Puse los ojos en blanco. “Estuve un mes convencido de que ocurriría y le tenía tanto miedo que se me desataba el Datsu cuando entrenaba… hasta que Lústogan me sonsacó mis delirios, me dio un capirotazo en la cabeza y dijo: el poder no se adquiere por magia: se trabaja.”

Supe que Kala estaba viendo en ese mismo momento mis recuerdos. Noté una pizca de burla suya. Agregué, pensativo:

“Pasaba rigús enteros destruyendo roca: es normal que me gustara imaginarme historias para cambiar mi rutina de aprendizaje. Aquel día,” recordé, “cuando de repente se hizo más severo conmigo, después de lo ocurrido en el Gran Túnel… creo que al fin entiendo por qué lo hizo. Deseaba evitar que mi Datsu se desatara otra vez totalmente por culpa suya y, para eso, tenía que distanciarme de él emocionalmente.”

Y durante tres años Lústogan se había vuelto una roca incluso para mí, convirtiéndose en un Maestro frío. ¿Acaso había conseguido evitar así otra crisis mía? Tal vez. No podía dejar de pensar que el sacrificio no había valido la pena pero… no podía echárselo en cara.

Tras un largo silencio meditativo, sentí un movimiento de aire y alcé la cabeza. Me sorprendí al ver a Trylan Rotaeda en persona acercarse a la marquesina, solo. El viejo drow llevaba de nuevo la túnica negra con la que lo había visto por primera vez, en la Academia.

Me levanté, cortés.

«¿Crees que es seguro, nahó?» pregunté. «Acaba de haber un intento de asesinato, te recuerdo.»

«Contratar a un Makshun para deshacerse de un viejo sin poder sería un derroche,» respondió Trylan con un deje burlón. Se sentó haciendo un ademán para que lo imitara. «Las vistas son hermosas. Aunque lo son más desde lo alto de la Torre Brenda.»

Se refería a la más alta torre del Palacio de Ámbar, adosada a la Gran Columna. Yo había subido una vez, justo antes de pasar los exámenes en la Academia: se veía, desde ahí, toda la Cortina de agua que rodeaba Dágovil desde el sur. Asentí comentando:

«Dudo de que hayas subido ahí desde hace años, nahó. Son muchos peldaños.»

Los labios de Trylan se torcieron en una sonrisa mientras sus ojos contemplaban las luces de la ciudad.

«Los años no perdonan, es cierto.»

Hubo un silencio interrumpido por los vivos rumores de la ciudad. Por el camino principal que llevaba al palacio, apenas había ya carruajes que bajaban: todos los invitados habían vuelto a sus casas.

«¿Y bien?» solté. «¿Qué hay del asesino? ¿Ha hablado?»

«Poco. No era más que un nuevo recluta de los Makshun. Los que le contrataron le prometieron dinero a cambio del asesinato de Erla Rotaeda diciéndole que lo sacarían de apuros si lo pillábamos. Si cree que lo van a salvar, puede seguir soñando. Probablemente sabían ya que era posible que fallase. Puede que el objetivo fuese simplemente perturbar la ceremonia y seguir amenazando.»

¿Seguir amenazando? Parecía como si ya supiese de quiénes estaba hablando… Trylan continuó:

«La historia del Gremio se repite como el eco. Hace un tiempo, algunos miembros de nuestra organización se enteraron de la verdadera identidad de Erla y nos acusan de aliarnos con el enemigo que tantas muertes causó, todos de manera furtiva, claro está: por algo somos el Gremio de las Sombras. Así, hace un mes, hubo un intento por desacreditar a mi nieta colocándole libros prohibidos en su biblioteca particular. Recibió varias amenazas de muerte. Y ahora atentan contra su vida…»

Calló. Kala temblaba por dentro. Suspiré. De modo que según él, quienes habían intentado matar a Erla eran miembros del propio Gremio y no los dokohis de Zyro… Todo eso no me lo había dicho en la Academia… pero ahora su petición de acompañar a Erla se me hacía un poco más comprensible.

«Quieres alejarla de todo esto, al menos durante un tiempo, ¿verdad?» adiviné. «Y, quién sabe por qué, quieres que los Pixies le den su apoyo.»

El viejo me echó una ojeada cansada.

«¿Qué ridículo, eh? Pedir ayuda a un antiguo cobaya del Gremio… Pero sé que vosotros cuidaréis de ella mejor que ningún guardia. Lo sé porque hablé con Lotus más de una vez al final de su vida. El vínculo que os une va más allá de la reencarnación, ¿verdad? Erla debe huir,» asintió con calma. «Este asunto se nos ha ido de las manos. Hasta que no hayamos aplastado las malas lenguas… no podrá ser una celmista de renombre.»

O al menos no una celmista Rotaeda, corregí para mis adentros. Hice una mueca.

«¿La convenciste tú para participar en el Festival de Trasta?»

«Simplemente le hablé de ello. Estaba decidida a arrastrar a su hermano a la aventura. Esos dos siempre han estado compitiendo…»

Su expresión se ensombreció. Kala lo miró, turbado.

«Psydel ha sido envenenado, ¿verdad?»

Su inquietud era sincera. En serio… tanto odiar a los del Gremio, ¿y ahora se preocupaba por ellos? El anciano sacudió la cabeza.

«Aunque ese asesino Makshun no era ningún experto, el veneno es real.»

No dijo más, por lo que entendí que aún no sabía si su nieto saldría o no con vida. Agregó con voz aún más neutra:

«Sé que hay más Pixies en la capital, Kala. Jiyari fue interrogado este o-rianshu por tu tío Varivak. Y este, saltándose una de las reglas más básicas de Dágovil, guardó silencio y no comentó nada acerca de ello… pero el muchacho lleva el mismo nombre que uno de los Ocho Pixies del Desastre. ¿Me equivoco?»

Sentí mi Datsu desatarse poco a poco mientras iba entendiendo adonde quería parar el viejo Rotaeda.

«La otra joven interrogada es en realidad una sospechosa de pertenecer a un grupo de rebeldes que se hacen llamar los Cuchillos Rojos,» prosiguió. «Mmpf. Robar el nombre ilustre de una antigua organización que sirvió el Gremio… Qué ridículo, ¿no? Pero, en fin, ella también es Pixie, ¿verdad? Y el encapuchado cuyo rostro, al parecer, es negro como el carbón, también lo es. Si no me equivoco, son cuatro Pixies, más Kibo cinco, y Erla seis… Sólo os faltan dos. ¿A menos que ellos también estén en la capital?»

Chasqueé la lengua y Kala fulminó al viejo con la mirada gruñendo:

«Maldito espía. Ni se te ocurra hacerle daño a mis hermanos…»

Él alzó una mano apaciguadora.

«No pienso hacerlo. Sin duda, dejar correr a unos potenciales rebeldes no es aconsejable, pero su poder es nimio en comparación con los levantiscos del Gremio.» Se levantó con pesadez. «Tanto el Gremio como los Arunaeh fuimos culpables al dejar a Lotus desviarse de la buena ley. Ahora que sabéis quién es… tal vez podáis despertarlo. Antes de que lo obligásemos a reencarnarse,» agregó, «dijo algo muy curioso.»

Sus ojos rojos me miraron, me dio la espalda y citó:

«Hacen falta siete llaves para abrir la puerta del Infierno.»

Trylan Rotaeda se alejó con andar pausado hacia la pequeña puerta del Palacio de Ámbar. Kala y yo lo seguimos con la mirada, turbados.

Attah… Toda esta conversación me había dejado más confuso. Ese Rotaeda ¿quería salvar a su nieta o quería despertar a Lotus? ¿Era acaso posible hacer ambas cosas? ¿Y qué habría querido decir Lotus con sus últimas palabras? “Hacen falta siete llaves para abrir la puerta del Infierno.” Hacía referencia a la leyenda de los Siete Infernales, sin duda. ¿Pero por qué la presencia de los Pixies juntos lo ayudaría a despertar? Kala no había notado ningún vínculo cuando Erla lo había tocado para recuperar su corona de flores. Pero tampoco me podía fiar de sus capacidades bréjicas…

«Arpías andantes,» solté, incorporándome. «Necesito una buena caída.»

Me dirigí hacia el barranco. Kala resopló:

“Hablas como si fuera un simple chapuzón…”