Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

5 Más allá del límite

De vuelta al albergue de La Sombra, Kala contó todo lo que sabíamos sobre Erla Rotaeda. Yo no dije ni una palabra. Un buen Arunaeh mantenía siempre su promesa.

Extrañamente, los otros Pixies no se lo tomaron tan bien como Kala. Rao se negó a creerse que de verdad el Gremio de las Sombras hubiese adoptado a Lotus y afirmaba que o bien Trylan Rotaeda chocheaba o bien había querido gastarnos una broma. Jiyari se había quedado silencioso. Melzar se contentó con decir:

«Si trabaja para el Gremio, entonces ya no es el Lotus del que me hablaste, Rao.»

Arrancó un trozo de pan con los dientes. Sus ojos rojos no desvelaban ni frustración ni decepción. ¿Tan fácilmente abandonaba a Lotus? ¿Acaso me había tocado convivir con el único Pixie empeñado en reencontrar a su padre fuera quien fuera?

«No,» dijo de pronto Jiyari. Estábamos sentados en una habitación del piso de arriba de la taberna, cenando el delicioso rowbi prometido por Li-Djan. El Pixie rubio atrajo nuestras miradas mientras repetía: «No. No lo entendéis. Piénsalo, Melzar. Si Lotus ya no recuerda quién era, no significa que no sea Lotus. Si aprendió tan fácil las artes celmistas, fue porque, inconscientemente, las recordaba. Si llegamos a hacerle recordar quién es… vendrá con nosotros.»

«¿Y si esa chica no tiene nada que ver con Lotus?» replicó Rao cerrando los puños. «Lotus probablemente no se puso ningún vínculo bréjico como nosotros, así que no le saldrán marcas ni se le pondrán los ojos rojos. Si no recuerda nada, ¿cómo vamos a saber que no estamos metiendo la pata? Kala, no es que esté dudando de tus palabras, pero… no me cuadra. ¿Por qué el abuelo de esa Erla te habría hablado de esto? Para hacer que se interese por la bréjica, dices. Pero de ser Lotus, Erla jamás habría rehuido de la bréjica. ¿Por qué lo haría? Era su pasión.»

Su nerviosismo crecía junto con la contrariedad de tener que aceptar una verdad que no le gustaba. Haciendo un gran ademán, Li-Djan intervino con tono de reprimenda:

«¡Vamos, hijos, no os pongáis así! Andabais tan ansiosos por encontrar a Lotus, ¿y ahora os enfada saber quién es?» Agitó una tajada de rowbi con su tenedor apuntando a Jiyari. «Tomad ejemplo sobre este muchacho. Si esa Erla de verdad es el Lotus al que buscáis, ya acabaréis por averiguarlo. Y si os habéis equivocado, seguiréis buscando o cambiaréis de rumbo. Melzar podría dejar esos cuchillos en el cajón y quedarse en la taberna. Y tú, Rao, podrías formar una familia con Kala y así…»

«Tengo setenta y dos años: ya he pasado la edad de preocuparme por esas cosas,» lo cortó Rao, cruzándose de brazos. «Mar-háï… Ya tengo una familia. Todos los Pixies, si te parece poco. Somos unos cuantos. Además… Es cierto que me molesta pensar que Lotus esté ahora trabajando para el Gremio, y por eso en cierto modo me consuela saber que no recuerda sus conocimientos bréjicos. Pero…» Frunció el ceño, con una súbita pausa. «Se supone que, después de beber la poción del Príncipe Anciano, Lotus se quedó sin tallo energético. No podía hablar ya por bréjica y mucho menos reencarnar a alguien. ¿Cómo pudo reencarnar a Boki y reencarnarse a sí mismo? A no ser que haya sido otra persona pero… ¿quién? Los Arunaeh no pudieron ser: ignoran que Lotus está vivo. Así que… suponiendo que todo esto sea cierto, alguien tuvo que ayudarlo a reparar su tallo energético, y probablemente Lotus actuó en contra de su voluntad: ya había llegado a la conclusión de que reencarnarse y robar el cuerpo de un recién nacido estaba mal. Tal vez lo habría hecho para Boki, para cumplir su promesa, pero…» Meneó la cabeza. «No puedo creer que se haya reencarnado por voluntad propia.»

Su razonamiento tenía lógica. Sin embargo…

«Según Trylan, los del Gremio forzaron a Lotus,» dije. «Supongo que hubiera podido elegir entre morir y reencarnarse, pero… ¿no prometió no morir hasta veros a todos juntos?» Rao alzó unos ojos sobrecogidos hacia mí. «Es lo que le dijiste a Kala cuando estaba en la lágrima, ¿no? No morirá hasta que no os haya encontrado.»

Hubo un silencio. Kala sonrió solo, imaginándose tal vez ya el encuentro con Lotus… No le recordé que, según él, y según Rao, Lotus había afirmado que, en cuanto los encontrase, dejaría de ser su Padre. A saber lo que significaban esas palabras de todas formas… Alcé la cabeza cuando oí el resoplido de Melzar. Dejando el plato vacío sobre la mesilla, el Cuchillo Rojo se levantó diciendo:

«Alguien no puede cumplir promesas que no recuerda. Pero qué importa…» se giró hacia su hermana, «iré a ver si consigo alguna información sobre esa chica. He oído hablar de ella. Es bastante famosa. Una celmista prodigio, al parecer. Seguro que preguntar por ella no levanta sospechas.»

Abrió la puerta de la habitación y se marchó sin esperar la opinión de nadie. Intercambié una mirada con Yánika. Desde luego, Melzar era pragmático. Pese a que decía no recordar nada de su pasado, su comportamiento distaba de ser el típico de un adolescente de quince o dieciséis años.

Rao se había quedado ensimismada. Apenas había tocado su plato. Fijándose, Kala se preocupó.

«Rao, si no comes, no sobrevivirás…»

Resoplé, ahogando una risa.

“¿De qué te ríes?” se indignó Kala.

La intervención de Li-Djan, exhortando a su hija a acabar su plato, me ahorró una respuesta. Cuando Rao hubo tragado su última tajada de rowbi, soltó alegremente:

«Ya está, Kala, ¡ahora sobreviviré a todo!»

Kala sonrió y… estornudamos. Al detener la corriente con mi órica, apagué casi todas velas.

«Perdón…»

El aura tranquila de Yánika se había ensombrecido extrañamente y, cuando advertí su mirada posada sobre mí, parpadeé.

«¿Yani…?»

Sin previo aviso, tanto ella como Rao tendieron una mano hacia mi frente y Jiyari las imitó. La inquietud se disparó y, tal vez por ello, empecé a darme cuenta de lo cansado que estaba. No es que tuviese mucha fiebre pero… la orden implícita que brillaba en los ojos de los tres nos hizo entender a Kala y a mí cuál sería nuestro próximo destino: la cama. Kala suspiró y yo le repliqué mentalmente:

“Hay que curarse para sobrevivir, Kala.”

Kala gruñó en voz alta:

«Vuelve a soltar la palabra ‘curar’ y me como una tajada de rowbi cubierta de sal y moigat rojo con azúcar y…»

«Pero qué me cuentas,» protesté. «Ya has comido suficiente. ¿Quieres mandarnos al hospital?»

Advertí la mirada curiosa de Li-Djan. Por lo visto, Rao no le había hablado de nuestra doble personalidad… Sonrió como si de nada.

«Tengo un cuarto vacío. Puedes cogerlo y descansar cuanto quieras.»

Realmente estaba listo a aceptar cualquier cosa de su yerno. Meneé la cabeza.

«Gracias, pero será mejor que vuelva a casa de mi tío.»

No quería quedarme en pleno antro de Cuchillos Rojos y forajidos… Pero a Kala no le gustó la idea. Echó una mirada intensa a Rao y le tomó las manos diciendo:

«No quiero descansar. No quiero irme. No sabes cuánto te he echado de menos…»

Ante la expresión conmovida y sorprendida de Rao, lo corté:

«Vamos, Kala. Antes habían pasado años, así que no quedaba tan ridículo, pero después de cinco días apenas…»

«¡Tú qué sabrás de lo que siento por ella!» graznó Kala, temblando.

Me paralicé ante su asalto de sentimientos. El cansancio le afectaba el buen humor, entendí. Suspiré y murmuré un:

«Ciertamente, no lo , pero…» me levanté al mismo tiempo que Saoko, «nos vamos a casa, Kala. Seguro que mañana estaremos completamente cur… er… saludables, y podremos investigar sobre Lotus o los dokohis con la cabeza más fresca.»

Mis esfuerzos por evitar la palabra «curados» calmaron a Kala. Rao nos acompañó fuera de la taberna diciendo:

«Jiyari, si quieres, puedes quedarte aquí. Mi padre estará encantado. Sólo te aviso… No te acerques demasiado a sus amigos. No lo parece así, pero…» sus ojos sonrieron, «mi padre tiene un don para atraer a todos los matones del barrio.»

Lo decía como si fuera una cualidad. Mar-háï. Jiyari contestó sin embargo:

«Prefiero los matones que los dokohis.»

No me gustaba la idea de dejarlo en tal compañía, pero dado que mi tío Varivak no lo dejaba entrar en su casa…

Una vez en el umbral, Kala se giró, de nuevo reacio a marcharse. Rao apartó un mechón negro de nuestros ojos con suavidad y lo recolocó detrás de mis lazos rojos. Sus ojos azules rezumaban un profundo afecto.

«Drey, no deberías dejarle a Kala salir con un resfriado. Ya sabes lo poco que piensa cuando tiene un objetivo en mente…»

«No sé por qué das por sentado que yo pienso más que él,» me burlé.

Puso los ojos en blanco y sentí sus dedos rozar mi Datsu al apartarse.

«Entonces, le pediré a Yánika que cuide de vosotros dos.»

«Cuenta conmigo,» afirmó mi hermana con firmeza.

Se había agachado para acariciar a Samba una última vez. El gato negro ronroneaba de placer. Rao sonrió y tuvo que burlarse de él por bréjica porque Samba le echó una mirada fulminante antes de seguir ronroneando. La Pixie se giró de nuevo hacia mí.

«Bueno. Hoy ha sido un día lleno de novedades. Y es la primera vez que veo a Melzar ponerse en serio para averiguar más cosas sobre nuestro Padre. Como habréis visto, no es muy sociable con los extraños pero… cuando empiece a aceptaros como familia, veréis que es un muchacho estupendo, con la cabeza un poco en las estalactitas a veces, pero cuando le interesa tiene una memoria de dragón.» Alzó una mano, sonriente. «¡Nos vemos mañana!»

En ese instante, un recuerdo de Kala cayó como un yunque en mi mente. Rao, en el laboratorio, sonreía a sus hermanos Pixies mientras decía: “Iré de centinela con Boki, ¡nos vemos pronto!” Había sido justo antes de que ella y Boki se fugasen, justo antes de que los demás fuesen atrapados por los científicos… Durante dos meses, Kala había ignorado el paradero de Rao y Boki. ¿Habrían muerto? ¿habrían logrado huir…? Pese al inmenso dolor, nunca había dejado de pensar en ellos. Nunca había dejado de temer, por encima de todo, perderlos.

* * *

Desperté a la mañana siguiente con la mente clara y una renovada energía. La luz de las piedras de luna se infiltraba agradablemente por la ventana, creando reflejos azulados contra el suelo alfombrado.

“Buen rigú, Kala,” dije.

Este bostezó y me contestó mientras estiraba todo nuestro cuerpo. Consulté mi piedra de Nashtag y resoplé. Eran ya las doce del mediodía. Habíamos dormido como osos lebrines.

Kala husmeó el aire y se levantó, poniéndose los pantalones y agarrando el chaleco antes de salir al pasillo. Fue directo a la cocina, en la planta baja. Parecía como si su olfato fuera mejor que el mío pese a compartir cuerpo: ahí estaban todos. Con un libro abandonado en su regazo, mi hermana charlaba con nuestra prima Azuri. Esta, de veintidós años, tenía el pelo tan negro como casi todos los Arunaeh. Sus ojos violáceos, en cambio, eran una rareza en nuestra familia: según había oído, los heredaba del padre del Gran Monje. Me sonrió al verme.

«¡Primo! ¿Qué tal estás?»

«¡Revivido!» sonrió Kala anchamente avanzándose en la lujosa cocina con paso de conquistador.

Me alegró comprobar que la buena salud le había devuelto todo el optimismo y el buen humor. El tío Varivak estaba colocando un plato de tugrines en una bandeja, seguramente con intenciones de subírmela. Se detuvo al verme. Tanto Azuri como él llevaban el uniforme negro con borlas rojas de inquisidor.

«¿Es que nunca os quitáis el uniforme?» le pregunté, sentándome a la mesa. «Buen rigú a todos.»

«¡Buen rigú!» contestó Yánika.

«Estuvimos trabajando este o-rianshu,» explicó mi tío. «Y me quedé dormido con la ropa puesta.»

«Yo también,» confesó Azuri con una sonrisilla culpable.

Resoplé mientras me servía el desayuno.

«Esos Zombras… ¿no pueden esperar hasta la mañana para interrogar a sus criminales? Os dejáis explotar.»

«Y cómo,» suspiraron ambos.

Tras una vacilación, el tío Varivak se sentó ante mí en la mesa de la cocina y sonrió, satisfecho.

«Tienes apetito.»

Él mismo se sirvió unos tugrines con tranquilidad, pero no dejé de notar que su Datsu ocupaba perceptiblemente más espacio en su rostro. De pronto, lo oí hablarme por vía bréjica.

“Quiero que me aclares una cosa, sobrino. ¿Qué tal lo llevas con Kala?”

Hablaba en voz baja, como si temiese que, pese a sus precauciones, Kala lograse oírnos. Reprimí un suspiro.

“Suficientemente bien, tío. ¿Por qué lo preguntas?”

“El Datsu no lo protege y pierde fácilmente el control… ¿Hasta qué punto puede perderlo?”

¿A qué venía esa pregunta? Tratando de no alterar mis gestos, seguí comiendo mientras meditaba sobre el caso.

“Depende,” dije al fin. “Si le hablas de curarse, se enfurruña. Si le dices que Lotus está muerto, se desespera completamente como le pasó en el sanatorio de Kozera…”

“¿Y si le pasa algo a uno de los Pixies?” La pregunta de mi tío me tensó inevitablemente. Añadió: “Hipotéticamente.”

Ya, hipotéticamente y un cuerno. ¿A qué se refería con que había pasado algo a un Pixie?

“Probablemente la armaría,” le dije sin mirarlo. “Oye, ¿qué diablos ha pasado?”

Tal vez notando mi inquietud, Kala alzó una mirada interrogante hacia Varivak. Este sonrió.

«Sigue comiendo, sigue comiendo, necesitas retomar fuerzas. ¿O es que mis tugrines no están ricos?»

Le hablaba como a un crío, pero Kala no pareció ofenderse: asintió enérgicamente con la boca llena.

«Buenísimos, tío Varivak.»

Se atragantó al hablar y Varivak aprovechó para rodear la mesa y darme unos cuantos golpes en la espalda. Resoplé.

«No hace falta que me descoloques la espalda ahora…»

«Perdón, perdón,» se excusó, divertido. Y añadió por bréjica: “Me pregunto qué opinaría Yodah si supiese que has estado escondiéndole la identidad de Lotus Arunaeh.”

Agrandé los ojos. ¿Y cómo la había descubierto él? Attah… Pensé en Jiyari, Rao y Melzar…

“¿A quién de los tres?” pregunté con el Datsu algo desatado. “¿A quién de los tres has estado interrogando?”

El inquisidor me miró a los ojos y sonrió con total tranquilidad palmeándome el hombro.

«No se habla con la boca llena.»

Pensé entonces que tal vez estuviese equivocado y que mi tío sacaba la información de otra persona. Mis ojos se posaron en Yánika, que había retomado la lectura de su libro tras comprobar con alivio nuestro apetito. Toda su aura evidenciaba su ignorancia en el asunto. Entonces… ¿Saoko? Recordé la cara particularmente sombría que me había echado al despedirme en el umbral de la casa. ¿Dónde estaría ahora?

«Diablos. Saoko,» dejé escapar de pronto. «Olvidé darle algo para que pudiera pagarse un cuarto en un albergue…»

El aura de Yánika se cubrió de diversión e incomodidad.

«Yo lo pensé,» confesó alzando los ojos de su libro. «Cuando quise darle algo, Saoko dijo que era un fastidio y que sabía ocuparse de sí mismo. Pero… er… cuando le pregunté el otro día si había dormido bien, no me contestó.»

¿Quería decir eso que estaba durmiendo en la calle? Por Sheyra, ahora entendía por qué me había puesto cara tan refunfuñona al pedir moigat rojo el día anterior: debía de llevar días durmiendo mal.

«Podría habérmelo dicho ayer,» suspiré.

Y Kala agregó:

«Mira que será complicado ese saijit.» Pinchó el último tugrín a la plancha, se lo comió y se levantó con ánimo. «Voy a ver a mis hermanos. ¿Vienes, Yani?»

Mi hermana se sorprendió por la súbita decisión y mascullé:

«Kala, nuestra hermana está leyendo, a lo mejor no quiere moverse, ¿se te ha ocurrido? Y a lo mejor yo tampoco quiero moverme justo después del desayuno…»

«No empieces, Drey, no empieces,» me cortó el Pixie con tono alegre. «Hoy estoy de buen humor y no conseguirás quitármelo.»

«Me alegra oír eso,» intervino mi tío mientras recogía los platos. «El optimismo fortalece el espíritu, y un Arunaeh lucha por tener siempre un espíritu fuerte. ¿No crees?»

Kala parpadeó, desconcertado.

«Pues…»

«Tengo curiosidad,» agregó el inquisidor. Se limpió las manos con agua y, bajo nuestra mirada interrogante, prosiguió: «Si alguien tuviese una noticia buena y otra mala, ¿cuál querrías oír primero, Kala?»

Se me escapó una mueca torcida. ¿A qué jugaba ese brejista? Tanto él como Azuri esperaban la respuesta. Yánika había fruncido el ceño. Kala se frotó la frente y lo noté a punto de pedirme consejo por vía mental pero se retuvo.

«Las dos al mismo tiempo,» soltó entonces para asombro de todos. «Rao me ha dicho más de una vez que yo sólo oigo lo que quiero. Así sólo oiría la buena noticia.»

Yánika se carcajeó. Ante la expresión suspensa de los dos inquisidores, mostré una amplia sonrisa.

«¿A que Kala tiene un espíritu fuerte, tío Varivak?»

Este puso los ojos en blanco y se colocó las manos en jarras antes de soltar:

«Comprobémoslo. Azuri, tú haces la parte mental, ¿vale?»

«De acuerdo,» dijo mi prima.

Attah, ¿a qué jugaban? Concentrados, los dos inquisidores soltaron al mismo tiempo, Varivak en voz alta y Azuri por vía bréjica:

«Los Rotaeda nos invitan a una recepción…»

“Este o-rianshu, los Zombras capturaron…”

«… esta tarde para festejar…»

“a un dokohi en La Escudera, y…”

«… los dieciséis años de…»

“… tu amada Rao y Jiyari…”

«… sus dos hijos mayores…»

“… fueron interrogados por estar hablando con dokohis.”

Se me desató el Datsu y Kala gruñó:

«No… No… ¡No!»

Se agarró la cabeza con ambas manos. Estaba perdiendo los papeles, noté. El aura de Yánika se cubrió de inquietud. Mi tío alzó las manos para calmar a todo el mundo:

«Tranquilos, no hace falta que destroces la cocina, Kala, no les ha pasado nada: he convencido a los Zombras de que no sabían con quiénes estaban hablando. Últimamente están muy paranoicos con los Ojos Blancos. Soltaron a tus amigos esta mañana. Pero es posible que estén bajo vigilancia, así que mejor no ir a buscarlos hoy. Y bueno…» Sonrió levemente al ver que, efectivamente, Kala no perdía el juicio y apuntó: «Finalmente, a pesar de lo que has dicho, no sólo has escuchado la buena noticia, Kala.»

Ambos le devolvimos una mirada aburrida. Solté con voz ahogada:

«Te equivocas, tío. Yo sólo me he enterado de la mala noticia. Y me temo que Kala no se ha enterado de ninguna.»

«Es demasiado,» gimió Kala, aún sosteniéndose la cabeza entre las manos. «Entender dos cosas al mismo tiempo es imposible. No me vuelvas a hacer eso, tío Varivak…»

Realmente se había saturado. Azuri soltó una risa incrédula. Yánika, en cambio, se sentía cada vez más inquieta y su aura nos envolvió cuando se giró hacia nuestro tío.

«Rao y Jiyari,» murmuró. «Los interrogasteis… Pero ¿dónde están ahora?»

La tensión de Kala se disparó como una flecha.