Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 4: Destrucción

16 Convencimientos

«Si sigo luchando, no es porque quiera ganar: es porque no quiero perder.»

Zella

* * *

Tras una bajada helada llena de episodios de caída, observé cómo las estalactitas se hacían cada vez más pequeñas y cómo el agua goteaba con más ahínco. Al de un rato, comprobé que ya no nos rodeaba la roca-fría. Era simple granito. Buen granito, sonreí, aliviado. Hasta me paré a palmearlo con mi mano enguantada congelada. El aire se había hecho respirable.

«Este es el túnel,» dijo entonces Tarkul, deteniéndose ante un agujero en la roca. «Lleva directamente a la caverna del Templo del Viento. Os acompaño. Quiero recoger unas hierbas medicinales para Rodja. Eso sí, cuando lleguemos…»

«¡Arpías andantes, darganita!» exclamé de pronto.

Tarkul me miró como si me hubiera vuelto loco. Señalé una enorme roca rojiza cerca de ahí.

«¿Podéis seguir sin mí? Os alcanzo. No tardo nada.»

Hacía tiempo que quería añadirle parches a mi uniforme y ese era un buen momento para abastecerme en recursos. Mientras me adelantaba hacia la darganita, oí a mis espaldas a Chihima decir:

«Rohi, ¿la va a hacer explotar?»

«Er…» carraspeó Rao. «Supongo que, después de tanto frío, quiere calentarse un poco.»

«En marcha,» dijo Sombaw. «Total, a la velocidad a la que voy, nos alcanzará rápido.»

Kala gruñó mentalmente mientras tomábamos la dirección de la darganita.

“Me haces pasar vergüenza. ¿Tan importante es reparar tu uniforme?”

“Es el único material indispensable para un destructor,” me defendí. “Debo mantenerlo en buen estado.”

Acabé rápido. La roca estaba fácil de acceso y rellené mi mochila con dos grandes trozos. Ya los destrozaría en fibra luego. Me puse el saco a cuestas y regresé a la entrada del túnel. No veía la luz del grupo. Tenían que haber pasado una curva.

Iba a dar un paso hacia delante cuando sentí de pronto un movimiento en el aire a mis espaldas. Me giré.

«¿Quién…?»

Agrandé los ojos al ver a la niña encapuchada.

«Anuhi. ¿Qué haces aquí?»

Su rostro sonrió. Se acercó a pasos silenciosos y creí sentir un trazado parecido a la burbuja de silencio de Sanaytay. Se detuvo ante mí. Sus grandes ojos azules e infantiles me miraron sin parpadear.

«Ya no estoy sola,» dijo.

Hice una sonrisa vacilante.

«Me alegro.»

«Ya no estoy sola,» repitió Anuhi, «tengo una familia. Y vosotros habéis ayudado a mi familia. Quiero que tú también seas parte de mi familia. Ven conmigo,» dijo. Repitió perfectamente las palabras que yo le había dicho en mi sueño: «Ven conmigo. La clave es confiar y saber tender la mano cuando se necesita.»

Sin embargo, no tendía la mano. Se la tendió Kala, para sorpresa mía. Y ella sonrió y alargó el brazo. Su mano era blanca y perfecta como la de una niña. La mantuvo un instante a un centímetro escaso de la mía, tan cerca que notaba su calor. Entonces, la volvió a dejar caer, como desanimada.

«Enséñame,» murmuró. «Enséñame a confiar.»

Inspiré, sobrecogido. ¿Me había visto cara de maestro espiritual? Iba a decirle que tal vez Lanken podía ayudarla en eso cuando ella añadió:

«No quiero que te vayas.»

Sus palabras sonaron tan tiernas, tan sinceras, que Kala se derritió casi literalmente. Balbuceó:

«Entonces ven conmigo. Ven conmigo y yo te cuidaré, te protegeré y haré que nadie te mire si no quieres.»

¿Qué diablos?, exclamé para mis adentros. ¿Llevárnosla? ¿Kala bromeaba? El rostro armónico de Anuhi se había quedado paralizado en una expresión serena. Pero su mano temblaba. Temblaba de todo salvo serenidad.

«Tú también viste horrores,» murmuró. «Pero eres fuerte. No eres una ilusión. No eres falso. Eres de verdad…»

Volvió a tender la mano como una persona que, no sabiendo cómo salir de su abismo, esperaba que la sacase yo. Personalmente, no lo entendía. Rodeada como estaba de gente buena, de Lanken, Snofiro, Sawk y esos demonios, ¿por qué me tomaba a mí como si fuera especial? ¿Sería por ese sueño que habíamos compartido?

Esta vez, Kala movió la mano un poco más y ambas se tocaron. Anuhi se estremeció pero, como Kala no hacía ademán de acercarse más, se mantuvo valientemente inmóvil.

«No soy fuerte,» dijo entonces Kala con dulzura. «Quien me hace fuerte es mi confianza en los demás. Yo tampoco confiaba antes en los saijits. Los odiaba,» confesó.

Por un momento, tan sólo se oyeron las gotas que caían de las estalactitas y chocaban contra el suelo. Entonces, Anuhi murmuró:

«No me gusta la muerte. No me gusta el fuego. No me gusta la gente. No me gusta que nadie me toque. Tampoco me gusta verme. Y no quiero ser real. Yo nunca quise ser real…»

Por un instante, creí percibir algo más allá de la ilusión que ocultaba su verdadero rostro. Vi piel pálida y oscura, y luz reflejarse en las lágrimas que brotaban de sus ojos. Kala no le soltaba la mano. Con el pulgar, la acariciaba con dulzura mientras decía:

«Si no fueses real, no tendrías familia. Si no fueses real, no te habría oído reír esta mañana. Si no fueses real, Drey no habría compartido un sueño contigo. Si no fueses real…» agregó con voz vibrante, «no estarías aquí, conmigo, hablando. Y no sabes cuánto me alegra ver que no somos tan distintos.»

Anuhi se sorbió la nariz ruidosamente. Huh… No sabía cuáles eran las intenciones de Kala diciéndole eso pero no parecía estar arreglándolo.

«Te equivocas,» dijo Anuhi. «No soy real. Morí hace treinta años. La guerra estaba acabada y la gente estaba loca. No me gusta,» murmuró. Su mano me apretó con fuerza, temblorosa. «No me gusta el mundo. El maestro es amable. Sawk sonríe. Snofiro intentó ser amigo mío. Pero ninguno se ha atrevido a tenderme la mano de verdad. Ninguno… excepto Mani y tú.»

Alcé la cabeza.

«¿Mani?» repetí. «¿Conocías a Mani?»

Anuhi meneó suavemente la cabeza.

«Cuando me trajeron al templo, él me dijo que no tuviera miedo. Me dijo que me entendía. Yo le tiré un plato a la cara y le grité que no entendía nada.» Inspiró. «Creía que no volvería a hablarme pero al día siguiente me propuso enseñarme las armonías. Dijo que a él no se le daban muy bien pero que podía pedirle al maestro que me enseñara. Aprendí. Y dejé de tener tanto miedo pero… pero Mani un día… un día…» su voz se ahogó y tardó en recuperar el habla. «Un día dijo que se marchaba y me dijo: ven conmigo. Yo… le dije que no quería. Que tenía miedo de salir del templo. Entonces, entonces…»

«Entonces se marchó sin ti,» entendió Kala.

Anuhi asintió.

«Fui una cobarde. Quería ir. Le mentí. Pero hice bien,» murmuró. «Él creía que yo podía curarme si salía afuera. Pero yo sé que no es cierto. Nada puede curarme porque tengo… tengo demasiado miedo. Tengo miedo de la mano que me toca. Tengo miedo de tus ojos mirándome. Tengo miedo de tu voz. No sabes… cuánto… miedo tengo,» admitió con la voz entrecortada.

Pues sí que tenía un trauma, suspiré. ¿Qué es lo que pretendía hacer Kala ahora? ¿Tratar de consolarla? Ya veía venir sus intentos frustrados. Si los Monjes de la Verdad no habían conseguido curarla, si Sombaw no lo había conseguido tampoco… ¿cómo pensaba conseguirlo él?

Por un momento, Kala aligeró la presión de su mano en la suya… entonces la estrechó con firmeza.

«Yo también tengo miedo. Por eso te cojo la mano. Para tener menos miedo. Cuanto más se confía en los demás, menos miedo siente uno. Cuanto más los amas, más miedo sientes por ellos y menos por ti, más sufres por ellos y menos por ti. Debes seguir confiando y amando. Porque la vida eres tú y los demás. Porque la vida somos todos nosotros y no podemos… seguir odiando… más,» murmuró.

Mientras hablaba, había movido la mano de Anuhi hasta posarla contra nuestro pecho. Nuestro corazón latía con rapidez. ¿Tan emocionado estaba Kala? Attah… Si pensaba que con enseñarle a Anuhi lo bien que latía nuestro corazón iba a solucionar su problema mental…

Percibí con mi órica la respiración precipitada de Anuhi. Por un largo silencio, no dijimos nada. Entonces, ella murmuró:

«Lo entiendo. Creo que lo entiendo. La vida no sólo hace daño, ¿verdad? Es verdad que la verdad no sólo hace daño, ¿verdad?»

Kala sonrió y bromeó:

«Nunca he oído tanta verdad en una sola frase. Pero no es sólo cuestión de verdad, Anuhi,» afirmó. «La verdad la construyes. La verdad la crees. La verdad se siente. Por eso, yo quiero que creas en una verdad hermosa. Y la más hermosa de todas es la más sencilla. Sólo tienes que abrir los ojos y ver. Nada más.»

«¿La más… sencilla?» murmuró Anuhi.

«Dejar de huir.»

“Estás de un profundo tremendo,” lo encomié, impresionado. “Pero ni siquiera te entiendo yo, ¿sabes? No creo que tus palabras…”

Súbitamente, la ilusión de Anuhi desapareció como una burbuja que se rompe. El rostro de la niña bonita e irreal dio lugar al de una joven hobbit de mejillas sonrosadas, ojos azules brillantes y labios finos. Parte de su rostro, en la sien izquierda, había sufrido quemaduras serias. Pero la mayor herida que tenía la llevaba dentro. Kala le sonrió. Ella le correspondió. Y entonces se pusieron a reír quedamente. Parecían dos locos sacados de una novela simplona. ¿Qué diablos les pasaba? Se suponía que Sombaw no le había visto su rostro en un montón de años, y Kala iba y tranquilizaba su trauma con unas simples palabras.

«Quiero,» dijo de pronto Anuhi, «decirles a todos gracias sin ocultarme. Quiero decirles que les quiero. También quiero volver a ver a Mani… pero antes tengo que aprender. Tengo mucho que aprender. Si es que puedo todavía…»

«Siempre se puede,» afirmó Kala. «Yo pasé muchos, muchos años odiando a los saijits. Y ahora estoy aprendiendo a no hacerlo. Tú puedes amar la vida, Anuhi. Porque…»

«Lo sé,» lo cortó ella. Sus ojos brillaron de alegría. «Porque yo también soy fuerte. ¿Verdad?»

Kala sonrió y le soltó la mano.

«Verdad.»

Anuhi sonreía ahora anchamente. Y su sonrisa me pareció mucho más pegadiza y sincera que la que pintaba con sus armonías. Dio un paso hacia atrás y dijo:

«Os he oído hablar en la choza. Sé que encontrarás a Mani. Estoy segura. Él me dijo que sentía algo en él, un misterio, que necesitaba aclarar. Estoy segura de que tú puedes aclarárselo. Y cuando lo encuentres… por favor dale esto.» Se apartó la capucha, desvelando su cabello azul, y se quitó un collar oscuro con varias cuerdas entrecruzadas. Cuando Kala lo recogió, inspeccioné el material. Era darshablina, una aleación usada por magaristas. Anuhi confesó: «Era suyo y yo se lo escondí porque no quería que se fuera. Pero se fue de todas formas sin el collar… Por favor, dile que no pretendía robárselo.»

«Lo haré,» prometió Kala.

La joven hobbit se inclinó:

«Que Xoga te bendiga y te guíe por el camino correcto.»

No sabía muy bien por qué me bendecía… pero Kala aceptó la bendición con una sonrisa y, antes de que Anuhi se alejara demasiado, soltó:

«¿Sabes? Eres más hermosa así, sin armonías.»

Anuhi agrandó los ojos, deteniéndose. Sonrió.

«Mani también me lo decía.» Recitó: «Uno siempre es más hermoso cuando es más real.» Hizo una mueca culpable. «Ojalá le hubiera hecho caso antes. Supongo que es mejor tarde que nunca. ¡Pero eso no significa que vaya a dejar las armonías!» aseguró.

Y rió. La risa se reverberó en la caverna y sospeché que Anuhi contribuía en ello con un sortilegio. Vi de pronto aparecer una figura armónica entre ella y yo y puse los ojos en blanco. ¿Más armonías, eh? Entonces me fijé en la imagen y jadeé. Ese humano de rasgos afeminados… ese rostro… me sonaba de algo. ¿Pero de qué? La armonía ya se estaba deshaciendo. Cuando acabó de deshacerse, Anuhi ya no estaba por ningún sitio. Kala inspiró con satisfacción y avanzó hacia el túnel. Me salió una risita burlona.

“¿Sabes, Kala? Podrías trabajar en un manicomio. Lo vaciarías en un día.”

El Pixie resopló.

“¿Qué dices? Anuhi no estaba loca. Estaba traumada, eso es todo.”

Como tú, pensé. Sonreí.

“Sea como sea, me has impresionado.”

Kala enarcó las cejas.

“¿Te estás burlando?”

“No, qué mal pensado. Lo digo en serio,” aseguré.

“Beh. No te creo. Durante la conversación, estabas aburrido.”

“¿Aburrido? Pensaba que no ibas a llegar a nada, eso es todo. Pero vamos, ¿no dices que hay que confiar en los demás, Kala? ¿Por qué no me crees cuando te digo que tu parloteo filosófico me ha impresionado?” protesté. “Es la verdad. Me gusta reconocer las habilidades de la gente. Y tú, además de ser impulsivo, pasional, impresionable y manipulable, sabes hablar con la gente traumada. Y esa es una cualidad.”

Kala gruñó y se sonrojó al mismo tiempo.

“¿Tú crees?”

Sonreí ampliamente.

“Lo creo.”

La luz de mi piedra de luna iluminaba bien el túnel y vi aparecer la figura de Saoko, sentado sobre una roca, esperando. No me sorprendí: el drow siempre se quedaba a esperarme. Se deslizó hasta el suelo y me siguió sin una palabra.

No tardamos mucho en llegar hasta el final del túnel: este desembocaba en una pequeña escalera que subía y terminaba al pie de un árbol. ¿Un árbol? ¿Salíamos del tronco de un árbol? ¿Sería la Arboleda de Kofayura? No. No era un árbol-perla, sino un tawmán. Debía de ser uno de los pequeños bosques que había en el norte de la caverna del Templo del Viento.

«Y ya viene el destructor con su darganita,» se burló Rao.

Jiyari y ella estaban sentados en la hierba azul, esperando. Samba estaba algo más lejos, con el cuerpo agazapado contra la tierra, moviendo la cola y mirando fijamente algo como a punto de pegar un bote sobre su presa. Y de hecho, no bien me hube sentado junto a mis compañeros, lo vi pegar un salto y alzar la cabeza con un ratón entre sus pequeñas fauces. Sus ojos verdes destellaban de orgullo.

«Perky y Tarkul han ido a recoger plantas medicinales para Rodja,» explicó Rao. «Tu viejo pariente los ha acompañado.»

«¿Y Chihima?» pregunté.

«Se ha marchado enseguida a Arhum.»

Miré a Rao con sorpresa.

«¿Ya? ¿Y tú?»

Rao sonrió.

«Apenas tardará. Si tienes pensado ir al Templo del Viento, sin duda pasarás el o-rianshu ahí. Chihima tendrá tiempo de volver. Aunque le he dicho que no tenía por qué, que lo de Lotus sólo nos concernía a nosotros pero… ya sabes un poco cómo es.»

Asentí y señalé a Saoko.

«Lo sé.»

El drow me lanzó una mirada asesina. Meneó la cabeza e indicó el lugar de donde veníamos.

«No se ve el agujero en el tronco. ¿Son armonías?»

Rao asintió.

«Tarkul dice que hay una mágara que esconde la entrada desde fuera. Aunque, aun sin trucos de esos, la entrada no se encuentra fácilmente. Oye,» añadió. «Jiyari y yo estábamos pensando en qué hacer con Perky y hemos llegado a la conclusión de que tú deberías decidir su suerte, Kala. Al fin y al cabo, tú quisiste llevártelo.»

«Fue Drey el que quiso llevárselo,» apuntó Kala. «Pero apruebo su decisión. Es un buen tipo.»

«Lo es pero,» carraspeó Rao, «ha oído demasiado. Aunque no hablara de los demonios del templo, ¿qué hacemos si sospecha de nosotros? ¿qué hacemos si descubre quiénes somos? Es un Isylavi. Un miembro del Gremio. Su familia querrá saber dónde ha estado.»

Guardé silencio. Rao tenía razón. Suspiré. Y Kala soltó:

«Confiemos. Perky puede ayudarnos a encontrar a Lotus.»

Jiyari y Rao se quedaron suspensos. Yo mismo había pensado en que me ayudaría a llegar a los collares que tenía que destruir, pero no había pensado en Lotus.

«¿Tú crees?» murmuró Rao.

Me encogí de hombros.

«Quién sabe. Kala a veces tiene buenas ideas…»

Giré bruscamente la cabeza al notar una agitación de aire y me levanté al ver a Tarkul correr hacia nosotros.

«¡Es vuestro amigo!» soltó el demonio, jadeante. «¡Ha gritado algo y ha salido corriendo de repente fuera del bosque!»

Parpadeamos y, sin más dilaciones, los cinco cogimos nuestras mochilas y nos precipitamos hacia la dirección que señalaba. Alcé una mano hacia Tarkul.

«¡Gracias por todo, cuidaos!»

Alcanzamos el final del bosque rápidamente y desembocamos en un gran campo de hierba azul, junto al río del templo. Por la forma de la caverna y la curva que daba el río, me situé rápidamente. Estábamos en la parte noroeste de la caverna. El templo debía de encontrarse detrás de la Gran Columna.

«¡Ahí está!» dijo Rao.

Perky corría hacia el río. Lo llamamos. Pero él apenas ralentizó. Al llegar a la orilla, dio varias vueltas sobre sí mismo. Y entonces tomó el camino equivocado. Al alcanzarlo, le cortamos el paso.

«Perky, ¿adónde vas? El templo está por ahí,» dije, señalando la dirección contraria.

«Ah…» farfulló el científico dando media vuelta.

Lo observé con inquietud. Estaba pálido y sudoroso. ¿Se habría acordado de algo del laboratorio? ¿Era acaso posible? Rao tenía el ceño fruncido. De pronto, el drow pelirrojo se tambaleó y lo agarré del brazo.

«Esto… ¿Te encuentras bien, Perky?»

«Diablos,» soltó él. «Diablos, acabo de recordar algo, Drey. Algo terrible.»

Attah, eso sonaba mal… Hice esfuerzos para no mirar en dirección de Rao. Perky se frotó la frente sudorosa.

«Cuando ayudé a Rodja, empecé a tener como una sensación extraña. Y ahora ya sé qué.»

Su voz se quebró y, a regañadientes, pregunté:

«¿Qué?»

«T-Tarkul me ha dicho que hoy estamos al primer Muérdago del mes de Amargura. ¿Es cierto?»

Calculé.

«Es cierto. ¿Por?»

Sus ojos se clavaron en los míos con desesperación.

«¡Tengo que casarme con Lina pasado mañana!»

Enarqué una ceja. ¿Eso era todo? Resoplé de lado.

«¿Tan terrible es? Según murmurabas en tus sueños, la quieres bastante.»

«¡Más que mi vida!» exclamó Perky. «Pero si no llego… si no llego a tiempo… Espera, ¿murmuro en mis sueños, dices?»

«Y a veces no tan bajo,» me burlé. «Tranquilo, si coges un anobo en el Templo tienes tiempo de sobra de llegar a Dágovil antes de la boda. No te pongas en ese estado.»

«¿Que no me ponga en ese estado?» protestó Perky de Isylavi. Se puso a andar a grandes zancadas. «¡Vamos! ¡Si no llego, no me lo perdonará nunca!»

«¿Quién? ¿Lina?»

«¡Mi madre!» me corrigió Perky. «Insistió para organizar la ceremonia. Oye,» agregó ralentizando muy levemente el ritmo. «¿Qué es lo que dije en mis sueños?»

Intercambié una mirada con Jiyari y Saoko. Este último masculló un ‘qué fastidio’ por lo bajo. Suspiré.

«Tranquilo. Tus secretos son los nuestros.»

Mis palabras lo pusieron aún más inquieto y ralentizó aún más, ensombreciéndose.

«Secretos… ¿qué secretos?»

Me encogí de hombros, fingiendo.

«Bueno… No he oído nada. Nadie ha oído nada.»

Tratándose de un Isylavi, estaba seguro de que tenía algún secreto. Todos los Isylavi los tenían. Perky se turbó.

«Ya… Esto… Yo tampoco sé que los Arunaeh tratáis con demonios.»

«Me alegro. Yo tampoco lo sabía hasta hace poco,» reconocí. «Pero la decisión de mi familia, como siempre, me parece acertada.»

Perky me echó una curiosa mirada. Y entonces parpadeó.

«¿Y el anciano? Tu pariente… ¿dónde está?»

Frené de golpe y solté una imprecación.

«Attah. Se me ha olvidado. Lo dejamos en el bosque. Voy a por él…»

La risa de Rao me persiguió. Constaté que esta vez Saoko no me seguía. Estaba llegando a los lindes del bosquecillo cuando, de pronto, la imagen del humano con rasgos afeminados volvió a surgir en mi mente y me paré en seco.

«Kala.»

“¿Qué?”

Inspiré… y espiré, boquiabierto.

«Acabo de recordar. Ya nos hemos encontrado con Mani, Kala. El tipo con el niño, junto al Túnel de la Serpiente que se derrumbó, cuando fuimos Livon y yo a ver a Myriah en su cueva… El niño lo llamaba Mani. Era la misma persona que nos ha enseñado Anuhi. Estoy seguro. Pero…» Diablos, ¿no había dicho Kala que, de encontrarse con un hermano, lo sabría enseguida? Pero claro, entonces él no estaba del todo despierto… Me carcajeé por la irónica situación. «Cuando pienso que lo tuvimos a mano… Por Sheyra, ¡es increíble!»

«Lo increíble es que me hayáis olvidado tan fácilmente,» soltó la voz de Sombaw.

El viejo Arunaeh salió de la espesura con una mueca levemente herida. Le respondí con una mueca de disculpa. Realmente me sentía mal por haberlo olvidado así y me incliné profundamente.

«Lo siento, abuelo. Estábamos persiguiendo a Perky.»

Sombaw se detuvo ante mí y me escudriñó con una mirada curiosa.

«Estabas hablando solo. Explícame esto, Drey. Los Arunaeh nunca hemos tenido fantasías de esas como la personalidad múltiple. ¿De verdad eres Drey Arunaeh?»

Hice una mueca. Le debía unas explicaciones. Había tardado ya mucho. Asentí y me erguí.

«Lo soy. Pero llevo a otra mente dentro. Y no es ninguna fantasía. Es la realidad. La historia es un poco larga…»

«Tenemos tiempo antes de llegar al templo,» replicó Sombaw. «Ando lento.»

Y andaría todo lo lento que quería hasta que mi historia lo dejara satisfecho, adiviné. Esbocé una sonrisa.

«Entonces, andando.»