Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna

24 Yuk

Los Honyrs decidieron pasar y entrar en Lamastá, detalle del que ya no se preocupaba mucho Dashvara, pues había llegado a la conclusión de que, tarde o temprano, no le quedaría otra que aceptar el acuerdo de Todakwa si quería que los Xalyas no desaparecieran del mapa y, en esas circunstancias, no iba a aceptar nunca que los Honyrs le jurasen lealtad a un condenado vasallo de una maldita serpiente muerta.

Llegaron a Lamastá sin que se diera casi cuenta del trayecto. Su mente bullía. Y el pergamino en su puño derecho le pesaba como un yunque. Contuvo sus ganas de reducirlo a migajas mientras se apeaba ante el refugio y dejaba que un muchacho guiara a Amanecer hasta el cerco. Los Xalyas lo rodearon y saludaron con sonrisas de bienvenida a Shokr Is Set, a Yira y a los Honyrs recién llegados. El capitán Zorvun se detuvo ante Dashvara y, al ver que este vacilaba, enarcó una ceja y observó:

—La reunión ha sido corta. Y algo en tu cara me dice que la cosa no ha ido bien.

—¿Van a lanzar el ataque? —preguntó Shurta.

Dashvara hizo una mueca y negó con la cabeza.

—No. Qué va. Todakwa está demostrando ser un diablo cuerdo. Er… Es hora de ir a conversar con Zefrek y Lifdor sobre este… asunto. Tenemos dos días para pensarlo.

—¿Pensar el qué? —preguntó Zorvun con tiento.

Dashvara lo miró a los ojos y tosió delicadamente.

—¿Recuerdas lo que me dijiste en Titiaka sobre el pragmatismo y el orgullo? Bueno… Creo que nos conviene considerar la propuesta de Todakwa —afirmó y levantó por un instante el pergamino agregando—: Mientras les leo esto a los Shalussis, por favor acoged y acomodad a los Honyrs lo mejor posible. Su venida honra a su pueblo y hace honor al nuestro.

Inclinó la cabeza y se fue alejando hacia el cuartel general. Varios hermanos, muertos de curiosidad, lo siguieron.

—¿De qué endemoniada propuesta hablas? —preguntó Sashava, resollando con sus muletas porque iban a buen ritmo.

Dashvara acortó sus pasos y explicó parcamente:

—La serpiente quiere un juramento de vasallaje.

Más de uno se quedó boquiabierto. Zorvun resopló, incrédulo. Los Xalyas recién llegados no habían sido aún informados y ahora se mostraron igual de asombrados. Aligra mostraba una cara lúgubre digna de un cuento de terror —el Liadirlá sabía por qué no se había quedado con las demás mujeres xalyas en territorio honyr. Zamoy fue el primero en reaccionar:

—¡Será maldito el diablo!

El Calvo sofocó de indignación y no dijo más. El asombro los enmudecía a todos. Estaban ya llegando al cuartel general cuando Lumon preguntó:

—¿En qué consiste ese vasallaje exactamente?

Dashvara meneó la cabeza.

—No lo sé. El pergamino lo explica en detalle. He decidido no precipitarme en rechazarlo. Esto es idea de Kuriag. A Todakwa simplemente le ha gustado… No dudo de que habrá impuesto sus propias condiciones de todas formas.

Esta vez, al llegar al cuartel general, no fueron rechazados y Dashvara pasó adentro con el capitán, Yira, Yodara, Lumon y Sashava. Ya se encontraba ahí toda la cúpula shalussi, la cual dada su variedad de origen era numerosa. Una veintena de cabecillas ya estaba ahí voceando en un barullo atronador. Dashvara se detuvo, los observó expectante y, poco a poco, la algarabía se calmó y las miradas se giraron hacia él. Cuando se hubo instalado un silencio relativo, desplegó el pergamino pronunciando:

—Todakwa nos ha sugerido examinar su propuesta. Si os parece bien, os leeré en voz alta las condiciones y luego las comentamos por separado si lo consideráis más apropiado.

Zefrek intervino:

—Creo que en este caso ambos clanes estamos interesados en una discusión conjunta.

Los cabecillas asintieron uno a uno con más o menos ganas y Dashvara comenzó a leer. El principio era una parrafada de presentación del acuerdo, con palabras técnicas que, Dashvara lo sabía, no debieron de entender ni la mitad de los Shalussis ahí presentes. Incluso él no entendía todas esas frases enrevesadas… Aquel texto tenía que venir de la mente de un estudioso… y dudaba de que fuera de Kuriag Dikaksunora. ¿De su primo diplomático, entonces, tal vez? Quién sabe. En cualquier caso, la serie de condiciones comenzó sin sorpresas: Todakwa reclamaba lealtad absoluta, permiso de leva en caso de guerra, libertad de circulación esimea en los territorios de cada clan, prescribía ciertas prohibiciones y se reservaba imponer más reglas de carácter menor en lo relativo a la caza, la ganadería y un largo etcétera, sin posibilidad de rechazo por parte de los vasallos, aunque estos podían «apelar». También imponía respetar la presencia de sacerdotes-muertos para educar y mantener la gloria de Skâra. Denegaba explícitamente el derecho a Lifdor de encabezar el clan de los Shalussis y exigía un único cabecilla que representara a ambos clanes. A cambio de todo eso, se comprometía a venir en ayuda de sus vasallos cuando estos lo necesitasen, a rebajar los precios en función de sus posibilidades y a asegurar el respeto de su cultura e identidad en el seno de la nueva potencia estepeña…

—Nueva potencia estepeña —escupió Sashava—. ¡Arrastraría gustoso a esa serpiente esimea por toda la estepa!

—Déjate. Su sangre envenenaría la tierra —gruñó el capitán con ira contenida.

Dashvara terminó el apartado y finalizó con un:

—Los depositantes de las firmas siguientes aceptan el acuerdo y se comprometen a acatarlo en los próximos doce años.

Zorvun enarcó una ceja.

—¿Doce años? —repitió.

Dashvara se encogió de hombros.

—Supongo que será para que no se nos ocurra rebelarnos antes y esperemos formalmente a que se acabe el plazo.

—Lo cual no sucederá de todos modos —graznó Lifdor—. No vamos a aceptar semejante humillación.

Varios apoyaron su punto de vista con vehemencia, pero otros no parecían para nada tan decididos. Al fin y al cabo, aquello representaba una victoria con respecto a la esclavitud que habían vivido hasta ahora. El acuerdo, en fin, los seducía visiblemente.

Una vez más, los Xalyas hicieron más de espectadores que de actores en la conversación que siguió la lectura del pacto. Las voces se encandilaron. Los que argumentaban a favor del vasallaje eran tratados de cobardes y traidores y estos a su vez llamaban insensatos y estúpidos a los que persistían en enfrentarse a un ejército creciente de Esimeos que por fin proponía liberar a sus mujeres e hijos esclavizados y dejarlos relativamente en paz.

—¡Los Esimeos nos temen! —bramaba uno de barba grisácea y voz potente—. Si no nos atacan es porque saben que sus sortilegios no pueden nada contra un buen golpe de sable. Somos guerreros y ellos unas simples gallinas. ¡Impongamos nuestro propio pacto!

—Podemos añadir condiciones —comentó Zefrek tamborileando sobre la mesa.

—No valen las condiciones —replicó Lifdor—. Mi honor me prohíbe tajantemente considerar siquiera hacer un pacto de vasallaje con esa escoria.

Su aseveración acabó en un trueno estentóreo, que obtuvo numerosos ecos. Dashvara se frotó la frente fruncida por tanto ruido. Trataba, en vano, de pescar algún comentario constructivo entre las voces caóticas que se alzaban. A su oído, Zorvun comentó:

—Esto me recuerda a cuando festejábamos carreras de caballo en Xalya.

Los labios de Dashvara se curvaron. Aunque su sonrisa se torció cuando pensó que la fiesta que se estaba montando ahora amenazaba con acabar a tortas. Tras esperar unos segundos más, Dashvara meneó la cabeza y declaró a sus hermanos:

—Hoy no llegaremos a nada. El sol no tardará en marcharse. Será mejor que volvamos al refugio y compartamos la cena con los Honyrs.

Zorvun aprobó pero dijo:

—Me quedaré aquí un rato más. Tengo curiosidad por saber qué opina Zefrek de todo esto.

Dashvara se encogió de hombros y, dejando ahí al capitán, se encaminó con los demás hacia la salida tras soltar un rápido saludo general al que apenas contestaron los cabecillas.

Ni que no hubiésemos tenido ya bastante barullo a la mañana con los discos explosivos… Será mejor que los Shalussis se vayan a dormir y consulten con sus sueños antes de tomar una decisión precipitada.

Dashvara se sentía más inquieto aún que unas horas atrás, por la simple razón que la propuesta de Todakwa amenazaba con desgarrar tanto a los Shalussis como a los Xalyas entre los que se alegraban de aceptar un rayo de luz a cambio de unos grilletes y los que deseaban conquistar su libertad y morir llevando a cabo una venganza honorable. Y, sinceramente, algo en Dashvara, tal vez el cansancio, la cordura, el amor a su pueblo o quién sabe, le hacía tender hacia los primeros.

Siempre estaremos en medida de rebelarnos si Todakwa no respeta el pacto, pensaba por un lado.

Aunque otra vocecita se burlaba de él:

¿No te estarás contentando con poco, Dash? Ya no buscas libertad, ni venganza, ni justicia. Tu única preocupación es salvar a tu pueblo de la muerte y de la esclavitud completa y hasta te sientes agradecido de la intervención de Kuriag…

Se pasó toda la velada con la cabeza hecha un lío. Los Xalyas compartieron con alegría sus pocos víveres con los Ladrones de la Estepa y estos a su vez compartieron una especie de pastel con leche que arrancó comentarios entusiastas, pronto acallados para no molestar a los Honyrs mientras comían en su ritual silencio. Ya habían acabado de cenar hacía un rato cuando una pandilla de cinco adolescentes regresó adentro ruidosamente, rodeando a un Yuk cuya ropa estaba completamente hundida y embarrada. La madre de Miflin resopló, levantándose.

—Ave Eterna, ¿dónde estabais? Quítate esa camisa, Yuk, está hecha un asco. ¿Qué demonios te ha pasado?

—¡Se ha caído, el muy torpe! —rió uno de los compañeros.

El muchacho, él, no contestó y, para asombro de todos, se abrió un camino entre la pandilla a la velocidad del relámpago e intentó escapar. No lo consiguió: el capitán Zorvun, que andaba por la entrada conversando con Yodara, lo agarró del pescuezo.

—¡Hey! ¿Adónde vas, chaval?

Alertado por la cara profundamente alterada de Yuk, Dashvara dejó a un lado sus meditaciones sobre el pacto y siguió la escena con curiosidad. Ante la pregunta del capitán, el niño no pronunció una palabra. Zorvun frunció el ceño y Lariya los alcanzó, obviamente molesta por el comportamiento del joven xalya pero no sólo por él: al ver a dos de los chavales que habían acompañado a este reírse por lo bajo, Dashvara se ensombreció, adivinando lo ocurrido.

—Venga —suspiró Lariya—. Quítate esa camisa, la lavaré.

—¡No! —replicó Yuk, moviéndose bruscamente. Si Zorvun no lo hubiese tenido bien agarrado, habría salido disparado hacia la salida.

Ante el incomprensible rechazo, Lariya se adelantó y lo forzó a quitársela. Yuk no resistió, pero su rostro pasó a sonrojarse furiosamente. Y pronto todos entendieron por qué. Su torso estaba cubierto de tatuajes. Tatuajes de Skâra con motivos y signos galkas claramente identificables por sus colores negros y azules.

La sorpresa los sobrecogió a todos y Yuk la aprovechó. Con las mejillas empapadas de lágrimas y los ojos abiertos como platos, se liberó de una sacudida y salió a la carrera del refugio. Los demás no reaccionaron de inmediato hasta que, finalmente, se elevaron resoplidos y comentarios y, por encima de estos, Orafe bramó:

—¡Maldigo a los Esimeos y escupo en todos sus muertos!

Por las miradas cómplices que intercambiaron los dos chavales que se habían reído antes, Dashvara dedujo que estos conocían ya el secreto de Yuk y que lo habían estado mareando por ello. Se quedó bien con sus caras y decidió que se ocuparía personalmente de darles una lección que no olvidarían en sus vidas.

Cualquiera diría que Todakwa me ha devuelto a unos demonios esimeos en vez de a unos Xalyas, masculló, disgustado.

Makarva había salido a la noche en busca del chaval. Al de unos minutos, regresó con una expresión inquieta en el rostro.

—No lo encuentro. A saber dónde se habrá metido.

Preocupados, otros se levantaban para salir a buscarlo cuando se oyó de pronto afuera un grito sonoro, de alarma o protesta, Dashvara no supo determinarlo, pero el ruido de cascos que vino después le dio muy, muy mala espina. Llegaba a la entrada cuando la voz estentórea del capitán desgarró la noche:

—¡Vuelve aquí, insensato!

Se lo decía a Yuk. Sólo que este ya se estaba alejando a caballo hacia las sombras nocturnas y tan sólo debió de oírlo de lejos. No le hizo caso de todas formas: siguió cabalgando. Dashvara siseó una imprecación y salió corriendo hacia el cerco. Más de uno tuvo la misma idea al mismo tiempo y Dashvara frenó antes de ordenar:

—¡Boron, Alta! Vuestros caballos son los más rápidos. Traed al muchacho.

Instantes después, el Plácido y Alta galopaban hacia las afueras de Lamastá, hacia el norte. Hacia el campamento esimeo. Dashvara espiró bruscamente. Sólo pensar que Yuk pudiera imaginar que estaría más seguro ahí que con su pueblo le hacía sentirse fatal. Sobre todo porque la culpa ahí no era de Yuk sino del resto, de la suya, por despreciar a Skâra y sus ritos, por condenar a los sacerdotes-muertos y sus prácticas, por denigrar todo lo que habían aprendido los jóvenes xalyas aquellos últimos tres años entre las manos esimeas. Vale, a Dashvara aquella Divinidad le inspiraba temor y desprecio, simplemente por ser esimea, porque sus adoradores le eran hostiles… El problema era que los jóvenes habían sentido ese desprecio. De ahí que algunos estuvieran listos a enseñar a sus mayores que para ellos Skâra no era nada, incluso aunque no fuera cierto; y de ahí que otros, con la Divinidad marcada al rojo vivo en la mente, incluso tatuados por los sacerdotes-muertos, se hubieran estado muriendo de vergüenza en silencio. Y, como gran señor de la estepa ciego y estúpido, Dashvara no había visto nada.

Fantástico, Dash. No tienes nada que envidiarle al rey de los ciegos. Fíjate que esta gente es ante todo humana como tú. Está unida gracias a la tolerancia y confianza que reinan entre nosotros. Y en eso le has fallado a Yuk. Les hemos fallado estrepitosamente a todos nuestros jóvenes.

Se frotó la frente con cansancio y las palabras de Todakwa volvieron a resonar en su mente: “tienes entre tu gente a jóvenes que piensan en galka, rezan en galka y sueñan en galka…” Cierto. Era cierto. Sus sacerdotes-muertos habían logrado algo impensable. Algo que hubiera hecho revolcarse a su señor padre en su tumba.

Buah. A estas alturas el señor Vifkan ya se habría muerto de horror por todo lo ocurrido.

Sintió una mano coger suavemente la suya y respondió con dulzura, volviendo los ojos hacia los de su naâsga.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó esta, curiosa.

Dashvara echó una ojeada a su alrededor. Estaban a medio camino entre el refugio y el cerco de caballos y los Xalyas vagaban y hablaban a media voz, sondeando la oscuridad y esperando el regreso del muchacho. Los Honyrs se habían quedado casi todos dentro, preparándose a dormir después de un día agotador. Aún no había tenido la oportunidad de hablar realmente con ellos aparte de las habituales fórmulas de cortesía y poco más. Sin duda debían de estar preguntándose si no habían caído en una especie de trampa metiéndose en Lamastá a defender a un pueblo medio muerto que, total, estaba considerando traicionar una de las bases más esenciales de su Ave Eterna y someterse a Todakwa. Suspiró.

—En mil cosas distintas —admitió al fin—. Todakwa. Los Shalussis. Los Honyrs. Mi pueblo. Y mi estupidez… Como decía Maloven, quien quiere abarcarlo todo acaba abarcando aire.

Yira emitió un suave resoplido divertido.

—¿Intentas abarcar tu estupidez? —se burló.

Dashvara sonrió y argumentó:

—Antes de remediarla es preciso entenderla.

Cogió a su naâsga por la cintura y oteó con ella la oscuridad. Sobre la colina de la aldea, se veía una línea entera de antorchas encendidas y se adivinaba de cuando en cuando la silueta de un centinela shalussi. Que Boron y Alta tardaran tanto comenzaba a preocuparlo seriamente.

—Dash —dijo de pronto Yira rompiendo el silencio relativo de la noche—. Dime… ¿qué piensas de ese pacto?

Dashvara hizo una mueca.

—No lo sé —confesó—. A veces me parece la vía correcta, otras veces una locura… Sinceramente, no lo sé. Desconfío de Todakwa, como es natural.

Percibió el asentimiento de Yira.

—Tal vez Todakwa no esté haciendo eso únicamente para contentar a Kuriag Dikaksunora —meditó.

Dashvara enarcó una ceja y la miró con sorpresa.

—¿Qué quieres decir?

—Mm… Bueno. Si yo fuera Todakwa, ahora quienes más deberían preocuparme serían los federados. Van a mandar soldados a la estepa y créeme que cuando el Consejo de Titiaka manda soldados no los vuelve a traer para casa tan pronto. Avasallando a los Xalyas y los Shalussis, Todakwa se asegura de que no solamente no debilitaréis su propio clan sino que lo ayudaréis en caso de… —se encogió de hombros— potenciales invasiones indeseables.

Dashvara se la quedó mirando, asombrado. Al cabo, jadeó.

—Caray. —Sonrió anchamente—. Eres la digna hija de Atasiag Peykat, naâsga. Se te da bien todo esto.

La luz de una antorcha iluminó los ojos divertidos de Yira.

—No tan bien como a mi padre —aseguró—. Pero, de tanto escucharlo, alguna lección se me ha quedado.

Dashvara esbozó una sonrisa, alegrándose otra vez de tenerla de nuevo a su lado pese a la situación. Estaba meditando sobre sus palabras cuando Miflin anunció de lejos:

—¡Ya vuelven!

Se oían cascos de caballo acercarse. Ansioso, Dashvara sondeó la oscuridad y, cuando al fin vio a los jinetes, sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el frío de la noche. Sí, Alta y Boron volvían… pero sin Yuk.