Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna

22 La reina de la Muerte

Lamastá amaneció con estruendos de cuerno y gritos caóticos. Dashvara espabiló de inmediato y, olvidando su brazo, lo movió de tal suerte que le arrancó una mueca de dolor, pero sin más: ya no le hacía ver las estrellas ni lo doblegaba en dos. Mientras los Xalyas se agitaban en el refugio, se abrochó el cinturón y la capa y se ponía las botas cuando Alta apareció apartando el telón de la entrada y vociferó:

—¡La infantería esimea ha avanzado por el norte! Están instalando sus malditas catapultas.

Dashvara hizo una mueca. Por lo visto, Todakwa había perdido la esperanza de que Lamastá se rindiera sola e iba a forzar la situación, comenzando con sus máquinas infernales. La pérdida de su avanzadilla del suroeste debía de haberlo irritado…

Súbitamente los sobresaltó a todos un ruido estrepitoso semejante al de un nadro rojo muerto explotando. Por un instante, Dashvara permaneció inmóvil. Intercambió una mirada llena de confusión con sus hermanos.

—Liadirlá, ¿qué ha sido eso? —resopló Orafe.

Para sorpresa de los guerreros, fue Lariya, la madre de Miflin, la que soltó con amargura:

—Discos explosivos. —Al fijarse en que todos la miraban, asombrados, carraspeó y explicó—: Hace un tiempo, oí decirle a un sacerdote-muerto que andaban perfeccionando un arma nueva inventada por la mismísima Daeya, la esposa de Todakwa. Es una alquimista poderosa. Y hermosa y fría como la Muerte.

Dashvara se estremeció, rememorando el rostro pálido y tatuado de la esposa de Todakwa. Tan sólo la había visto una vez, pero recordaba bien la completa serenidad que se desprendía de ella. La serenidad de la Muerte.

Cuando pienso que esa bruja de Skâra cabalga ahora sobre Lusombra…

Al oír otra explosión, emitió un gruñido y se dirigió afuera sin una palabra. El tiempo que los Xalyas se acercaran a las afueras de Lamastá, decenas de proyectiles mágicos explosivos habían sido arrojados ya. Unos cuantos explotaban en el aire o no alcanzaban siquiera la aldea, pero algunos dieron con los muros de escombros, los desestabilizaron, derrumbaron y estropearon las zanjas que se habían cavado a ambos lados de la colina. Uno llegó incluso a golpear una casa y creó tal boquete en ella que Dashvara se quedó un rato mirando el agujero con los ojos agrandados antes de que otra explosión lo sacara de su estupefacción.

—Deberíamos alejar a los caballos —consideró Alta.

Tenía razón: los caballos de los cercos olían el peligro y se arremolinaban, angustiados, ante el ruido inusual. Cuando uno logró saltar por encima de la barrera, los Xalyas se apresuraron a ayudar a los Shalussis a calmar el alboroto, aunque a duras penas lo consiguieron. Los Esimeos debían de estar pasándoselo en grande viéndolos agitarse desde la lejanía… Durante toda la mañana, esos malditos no pararon de usar sus catapultas, arrojando rocas, sacos de polvo ardiente o discos explosivos según el humor del momento. Cuando un proyectil reventó una cabaña y por poco quemó vivos a una familia entera, unos Shalussis indignados quisieron lanzarse a caballo contra las máquinas. Afortunadamente, Lifdor intervino a tiempo haciéndoles entrar en razón: una carga en esa situación habría sido una sangría, habrían perdido hombres y caballos tontamente y total para poca cosa. Las catapultas, al fin y al cabo, provocaban más caos y humaredas que reales bajas, pues se habían refugiado todos fuera de su alcance. Además, cuando los ataques amainaron, aprovecharon los escombros de piedra de casas periféricas dañadas para reforzar las defensas. Estas comenzaban a parecerse a verdaderas barricadas y, tras largas horas de estrépitos y estruendos, constatar que finalmente Lamastá seguía orgullosamente en pie levantó el ánimo de todos.

Falta saber cuánto durará, pensó Dashvara mientras acariciaba el hocico de Amanecer por encima de la barrera del cerco.

Bajo su mano helada por el viento invernal, Amanecer emitió un resoplido y agitó suavemente la cabeza alborotando su crin blanca recién cepillada antes de inclinarse hacia un brote de hierba al pie de la barrera. Ahora, los caballos estaban tranquilos y varios Xalyas se ocupaban de mimarlos y darles agua, mentalmente exhaustos después de la estresante mañana. En el aire, flotaba aún una ligera humareda mezclada a un fuerte olor a quemado y a polvo. Tras la revuelta shalussi y las explosiones de Daeya, la bella Lamastá de Lifdor ofrecía un aspecto desordenado y ruinoso. Pero qué importaba, las casas podían ser levantadas de nuevo. Lo importante era que nadie había muerto aquel día.

Aún, se dijo Dashvara sombríamente.

Apartándose del cerco, echó una ojeada hacia el refugio cercano de los Xalyas. Las mujeres se atareaban, al igual que los hombres y los muchachos: sacudían el polvo omnipresente, traían cubos de agua del río, emplumaban flechas y se cuidaban mutuamente. Tan sólo verlos así, y oír sus voces y sentir esa familiaridad pasada revivir, le produjo a Dashvara en ese instante un respeto incondicional hacia su pueblo. Los Xalyas hubieran parecido del todo ajenos al asedio de no ser por las frecuentes ojeadas que soltaban, como presas acechadas, hacia el cielo polvoriento y traicionero. ¿Temían acaso un nuevo ataque de catapultas o bien un nuevo invento aún más terrible de Daeya de Esimea?

Dashvara percibió entonces un rumor que se elevaba por la aldea y se detuvo con el corazón temeroso y esperanzado al mismo tiempo. Su lado optimista le hacía ya ver acercarse a los guerreros honyr guiados por su naâsga mientras que su lado pesimista le decía: ya está, Dash, estamos condenados, Todakwa nos ataca. Sin embargo, no sonó ningún cuerno de alarma. Ansioso de nuevas, iba a dirigirse hacia el barullo con sus hermanos cuando, viendo al joven Yuk aparecer corriendo, saltando de escombro en escombro, enarcó una ceja interrogante y el rostro del muchacho se animó de entusiasmo.

—¿A que no sabéis lo que ocurre? ¡Los Esimeos nos han rodeado! —exclamó, deteniendo su carrera ante los guerreros xalyas—. Cruzaron el río esta noche y las patrullas de Zefrek no vieron nada. Doscientos jinetes lo menos, según Lifdor. ¡Y sé aún más cosas! —añadió mientras Dashvara y sus hermanos imprecaban entre dientes—. Al parecer, los Esimeos también atacaron un pueblo al este de aquí. ¡Y los aplastaron como a ratas! Eso ha dicho uno que se llama Fushek y que acaba de llegar. Está herido y Zefrek dice que a ver si puede el drow ocuparse de él. Yo sé quién es Fushek. Un amigo mío de Aralika me dijo que era un gran maestro de armas y que estos tres años estuvo viviendo en el desierto sin agua y sin comida, buscando el momento oportuno para regresar y liberar a su pueblo y…

Lumon le revolvió el cabello a modo de agradecimiento por la información y los guerreros xalyas dejaron de hacerle caso. Algunos se alejaron enseguida hacia el río para comprobar las palabras de Yuk sobre la caballería esimea; el capitán se había quedado absorto en sus pensamientos y una prima de Dashvara le recriminaba al muchacho por fisgonear solo entre los Shalussis… Yuk resopló ruidosamente por toda respuesta y Dashvara le dio un suave coscorrón.

—Un poco de respeto, chaval. Atok, avísale a Tsu, ¿quieres? Capitán —agregó y realizó un gesto de cabeza hacia Sashava y Yodara con expresión expectante—. ¿Qué opináis vosotros de todo esto?

Zorvun espiró largamente.

—Primero, que Zefrek haría bien en respaldarse de gente competente. Segundo, que, como Todakwa lance el ataque esta misma tarde, dudo de que aguantemos más de dos o tres días, como máximo. Ellos tienen más caballería que nosotros, más munición, más hombres, más de todo. Esas barricadas apenas los retrasarán y Todakwa lo sabe.

Nada nuevo, pero aquello pintaba efectivamente bastante mal, reconoció Dashvara para sus adentros.

—¿Y entonces a qué espera para lanzar la ofensiva? —gruñó Orafe.

—Sobre todo si sabe que los Honyrs están de camino —comentó Miflin—. Debería darse prisa.

Apenas hubo hablado el Poeta, Dashvara se fijó en que tanto Taw como Ged mudaban ligeramente de expresión, como si aún no tuvieran muy claro que los Honyrs fueran realmente a venir en su ayuda. Y bueno, ¿quién podía achacarles su desconfianza? Los Ladrones de la Estepa, al fin y al cabo, siempre habían sido percibidos por los Xalyas como un pueblo esquivo, lleno de secretos y todo menos sociable con los demás clanes. Pese a todo, tras escuchar las historias de Shokr Is Set, Dashvara había entendido que ambos pueblos eran, en el fondo, muy semejantes y confiaba en el nuevo shaard y en Yira para que animaran a los Honyrs a al menos ayudarlos a salir vivos de esta. Opinó:

—Todakwa es un hombre muy teatral. No me extrañaría que quisiera hacer de esta revuelta una lección para sus esclavos. Nos ha cortado la vía de escape tomando el pueblo de Nanda… Lo único que le queda ahora es atacar.

Y derramar sangre rebelde por doquier, agregó para sí con el corazón lúgubre. A menos que Kuriag logre minimizar los daños y consiga que nos perdonen la vida pese a todo… pero hay límites. Puede que Todakwa esté dispuesto a mucho para ganarse los favores de Kuriag, pero no a mostrarse débil. Tal vez clemente… pero no débil.

Reprimió un resoplido.

¿Pensando ya en rendiciones, Dash?, se espetó. Una cosa es que no seas tan burro como tu señor padre y otra que empieces a batir las alas al menor ruido. Huir o rendirse ahora sería tirarse en la boca del lobo.

En ese momento, se cruzó con los ojos oscuros de Zorvun y se dio cuenta de que se estaba mesando la barba con nerviosismo. Detuvo su gesto, molesto, y el capitán carraspeó.

—Vayamos a ver a Zefrek —sugirió. Dashvara asintió y, al ponerse en marcha por la calle polvorienta, el capitán agregó bajando la voz—: ¿Sabes? Deberías mostrarte un poco más… qué sé yo, irritado de que el pirata no te mantenga informado. Empieza a ser insultante.

Dashvara hizo una mueca.

—Lo es —convino—. Se me ha ocurrido que tal vez Zefrek piense que hacernos más caso sería perjudicial para su carisma.

El capitán dejó escapar una carcajada baja.

—Zefrek está perdiendo apoyo entre los suyos por otras razones más evidentes —aseguró—. Ese muchacho podría ser un buen líder, pero le falta experiencia. Y, en una situación como esta, se entiende que un guerrero prefiera seguirle a un veterano y no a un novato.

Dashvara asintió, sombrío.

—Hablas de Lifdor.

—Ajá —confirmó Zorvun—. Ese hombre perdió su reputación resignándose a ser esclavizado, pero ahora la está recuperando y… sinceramente, si consigue poner un poco de orden en su pueblo, no puede venirnos mal.

Dashvara no replicó. Prefería no hablar de Lifdor. Su solo nombre lo ponía tenso. Pese a no tener entera confianza en Zefrek, hubiera preferido que este no acabara delegando las decisiones a ese cabecilla salvaje.

Cuando alcanzaron el cuartel general de los Shalussis, el ambiente seguía agitado y la llegada de los Xalyas pasó mayormente desapercibida. La cólera y la inquietud vibraban en el aire. Nada de extrañar, pues aquellos Shalussis tenían compañeros y familiares en el pueblo de Nanda y ahora debían de estar preguntándose qué habían hecho con ellos los Esimeos. Un hombre macizo de pelo entrecano se encontraba sentado afuera del refugio de Zefrek, con un virote aún metido en la pierna y la ropa ensangrentada. En ese momento, Dashvara lo oyó rechazar la manta que le tendían con un ademán brusco e insistir con voz profunda:

—No pude verlo todo. Estaba patrullando la zona norte. El tiempo que cabalgara hacia el poblado los muy malditos ya habían arrasado con todo. De haber estado ahí desde el principio, habría luchado hasta la última gota de sangre, no lo dudéis.

Mientras los Shalussis siseaban maldiciones contra los Esimeos, Dashvara detalló el rostro de Fushek con curiosidad. El maestro de armas de Nanda estaba sensiblemente más flaco que la última vez que lo había visto y la rebelión, la herida y la huida a caballo lo habían dejado claramente reventado, pero no dejaba de desprender una potente fuerza de rectitud y confianza en sí mismo. Recordando la paliza que le había dado Fushek la primera vez que habían luchado con espadas de entrenamiento, Dashvara pensó con diversión que, por más que admirasen los extranjeros la elegancia del combate xalya cuerpo a cuerpo, el de los Shalussis era, sinceramente hablando, más práctico y menos arriesgado.

—Tú —dijo de pronto Fushek.

El repentino silencio que siguió aquella palabra arrancó a Dashvara a sus pensamientos. Se fijó entonces en que el maestro de armas se había levantado pese a su herida y lo fulminaba ahora directamente con la mirada. Sus labios lograron destensarse para escupir:

—Xalya traidor asesino. Mataste a Nanda de Shalussi, ¿y te atreves a acercarte a estos hombres honorables? —Su voz reflejaba ira e incredulidad. Desenvainó de golpe el sable rugiendo—: ¡Deberías estar muerto!

Dashvara sintió a sus hermanos tensarse y posar las manos en el pomo de sus sables. Alarmado, realizó un gesto brusco.

—Calmaos, hermanos. No hará nada —aseguró en común.

En ese instante vio cómo, alertado por las voces, Zefrek salía del cuartel con presteza. El joven Shalussi analizó la situación de un vistazo y se adelantó interviniendo:

—¡Fushek! Los Xalyas están aquí luchando por la libertad igual que nosotros.

Los ojos de Fushek refulgieron.

—Su propio hijo —gruñó con voz ronca—. ¿Su propio hijo es capaz de luchar lado a lado con el asesino de su padre? Si al menos lo hubiera matado en un duelo, ¡pero no! —Agitó su sable con rabia hacia Dashvara—. Este hombre se hizo pasar por un Shalussi. Durante dos semanas estuvo en mi pueblo fingiendo como una serpiente para atacar a Nanda a traición con la ayuda de una ramera. —Escupió esta vez de veras hacia Dashvara, airado—. Los Xalyas son incapaces de aceptar una derrota y no merecen la misericordia que les dimos. Con la muerte de Nanda vinieron todas las desgracias. La muerte de inocentes. Sucia rata xalya —graznó—. Tal vez muera luchando contra los Esimeos, pero jamás aceptaré luchar junto a una escoria como esta. Antes muerto que aliado a un canalla. —Sus labios se torcieron—. ¿Lo veis? Ni siquiera es capaz de defenderse y de explicar cómo un guerrero pudo rebajarse a semejante villanía.

Dashvara se retuvo de poner los ojos en blanco o de devolverle una expresión de incredulidad y se esforzó por permanecer impasible. Por lo visto, tanto sol del desierto no le había venido bien a ese buen hombre, pensó, tratando de relajarse. Echó una rápida ojeada circundante. Los Shalussis, amigables a la mañana, parecían haber cambiado completamente su posición y ahora lo miraban con desprecio. Sin siquiera rozar el pomo de sus sables, muy consciente de que sus hermanos y él estaban en muy mala postura así rodeados, Dashvara replicó:

—Reconozco que fue una villanía, Fushek. Aunque Zaadma en esto no tuvo nada que ver… —Fushek emitió un resoplido despectivo y Dashvara vaciló. Consideró explicar que todo eso lo había hecho para seguir las órdenes de su señor padre aunque significara ir en contra de su propia Ave Eterna. Pero se retuvo. Los Shalussis podían verlo como a un canalla si les apetecía pero no como a un hijo que limpiaba su honor sobre el de su propio padre. Finalmente, concluyó—: El pasado es el pasado. Nuestros clanes fueron enemigos pero ya no tienen por qué serlo. Estos tres últimos años todos hemos sufrido por culpa de los Esimeos. Y me parece que de momento Todakwa es un problema más urgente.

—Sin duda —intervino Lifdor. Cercado de sus hombres más leales, el jefe shalussi dio unos pasos hacia delante—. Aunque, teniendo en cuenta que tienes tan sólo a dieciocho guerreros y nosotros a doscientos veinte… tu presencia no nos ayuda mayormente. La hospitalidad de Zefrek tiene sus límites. Tu pueblo está usando nuestros víveres, distrae a mis hombres y no trabaja lo suficiente. Quitando a vuestro médico —realizó un gesto con la barbilla señalando al drow que se aproximaba con tiento a Fushek—, los demás son un peso muerto para Lamastá. Opino que deberían participar ellos también en la defensa.

Dashvara se quedó mirándolo con una mezcla de irritación y asombro.

—¿Y con qué armas? —replicó.

—Con piedras, escombros… Ya improvisaría algo —aseguró el jefe Shalussi—. Dada su inexperiencia, no representarían una gran ayuda, pero podrían usarse a los niños más rápidos para recuperar flechas y mandar mensajes.

Dashvara tensó la mandíbula. ¿De veras le sugería meter a unos niños en pleno campo de batalla a recuperar flechas? Reprimió un gruñido sordo.

Este Shalussi se ha creído que los Xalyas somos, como dirían los federados, carne de Condenado. Maldito granuja.

La respuesta era sencilla, así que no vaciló y meneó la cabeza diciendo:

—Lo siento, pero me niego a que uses a mi pueblo de esa forma, Lifdor.

Los ojos del jefe Shalussi sonrieron con burla.

—Lo imaginaba. Bueno. Ya que es así, no verás inconveniente en volver al refugio que Zefrek os prestó y a dejarnos discutir tranquilamente entre miembros del clan.

Dashvara reprimió una mueca al verse así despachado y asintió, fingiendo una calma que no sentía para nada.

—Por supuesto —dijo.

Le echó una ojeada al rostro sombrío de Zefrek, se cruzó con la mirada aún más sombría de Fushek y, sin más dilaciones, inclinó secamente la cabeza, les dio la espalda y se marchó con sus hermanos de vuelta al refugio sintiendo pesar sobre él la renovada hostilidad de los Shalussis. La conversación había sido un verdadero desastre. No sólo no había conseguido proponerles algún plan de negociación para seguir retrasando el ataque de Todakwa sino que además Lifdor le había dejado claro delante de sus hombres que los Xalyas estaban ahí por gracia suya y que estaban mejor callados. Y Dashvara no había podido más que agachar la cabeza. Suspiró para sus adentros.

Liadirlá, que vengan pronto los Honyrs…

Un vistazo a sus hermanos lo informó de que el cambio de actitud de Lifdor los tenía igual de inquietos. Salvo a uno: para asombro suyo, vio que el capitán sonreía. Ante la expresión interrogante de Dashvara, Zorvun lanzó:

—Alegrémonos, muchachos. Lifdor nos ha dado la excusa perfecta para no luchar en el frente. Eso nos va a dar tiempo para pensar. Y el tiempo, hijo, es la mejor arma del hombre desarmado.

Le palmeó el hombro a Dashvara y este carraspeó y esbozó una sonrisa.

—Tu optimismo me tranquiliza, capitán. Aunque, francamente, ando escaso de ideas —admitió, deteniéndose ante el refugio—. Esto no es una típica riña de clanes donde se mueren unos pocos, se roba algún botín y se hacen las paces. Todakwa tiene apoyo de Titiaka, un ejército bien armado, más los explosivos y demás… No va a negociar.

El capitán pasó adentro del refugio replicando:

—No descartemos posibilidades. Aún tenemos a su hermano como prisionero, más dieciocho guerreros esimeos, que siempre es algo. Mientras estén en Lamastá, Todakwa no se atreverá a forzar demasiado.

—Pero tampoco se retirará —apuntó Yodara—. Ni aun con los Honyrs. No se irá sin haber ahogado la rebelión.

—Y menos teniendo a los federados detrás apoyándolo —concedió Sashava, y alzó una muleta para golpetearle la pantorrilla a Dashvara diciendo—: Si quieres mi opinión, muchacho, deberíamos asegurarnos de que los Honyrs están de camino y, si lo están, intentar abrir una brecha hasta ellos. No conseguiremos nada quedándonos aquí soportando a esa gentuza shalussi.

Dashvara asintió, del todo de acuerdo, y se giró hacia los Xalyas que se encontraban en el refugio; algunos los miraban de reojo, otros con descarada expectación… Dashvara tragó saliva. Un día, hacía tiempo, su padre le había dicho que un buen señor debía ser capaz de aplacar los temores de su pueblo y permitirle que entendiera sus acciones. Recordaba que entonces le había preguntado que para qué debían entender nada pues ¿no eran acaso hombres de un mismo Dahars? ¿No debían acaso lealtad a su señor de todos modos? El señor Vifkan había asentido solemnemente contestándole: “Por supuesto que me deben lealtad, pero la lealtad se afirma con la confianza, hijo. El señor xalya dirige el Dahars de su pueblo y ha de mostrarse fuerte. Ha de mostrar en todo momento que es el digno reflejo de las Aves Eternas de su pueblo.”

El digno reflejo… Y bueno, Dashvara comprendía ahora lo duro que resultaba tomar decisiones para un pueblo entero. Y comprendía que no había nacido para ello. Porque de lo contrario no estaría ahí inmóvil y mudo ante su gente, con el corazón latiéndole de indecisión y temor y con vergonzosas ganas de salir de ahí al galope… ¿verdad? Deseaba hacer todo lo posible por su pueblo, por supuesto, pero como un hombre, como el que siempre había sido, no como un señor cuyo papel estaba lejos de entender y que, se suponía, debía sacar de un agujero de muerte a todo un pueblo vivo y con el Dahars intacto.

Makarva se deslizó ante él con expresión inquieta.

—¿Dash? ¿Te encuentras bien?

Dashvara le devolvió a su amigo una mirada absorta, masculló algo ininteligible a modo de asentimiento, hizo un vago ademán incómodo, dio media vuelta y salió del refugio.

Maldito cobarde.

Se dirigió hacia el cerco de los caballos a grandes zancadas gruñendo en su interior:

Peor que eso. Un idiota. Si te asusta tu propio pueblo, señor de la estepa, vuelve a Matswad, hazte pirata y dedícate a abordar barcos y liberar a esclavos. Esos no te asustarán, porque no los conoces, ¿verdad? Porque no esperan que hagas nada por ellos.

Resopló ruidosamente y, apoyándose sobre la barrera, intercambió una mirada con Amanecer. La yegua se acercó y lo empujó suavemente con el hocico mientras Dashvara pasaba una mano por la crin blanca, entre sus dos orejas.

—Tienes razón, daâra —le dijo en oy'vat tras un silencio—. No hay nada peor que tener a un filósofo como señor.

El caballo pareció sonreírle y una voz, detrás, soltó con tono divertido:

—Por supuesto que lo hay. Tener a un muchacho inconsciente cegado por el poder sería mucho peor. —Poniendo los ojos en blanco, Dashvara se giró para ver al capitán acercarse y agregar—: O un hombre capaz de enviar a unos niños a recuperar flechas perdidas. O un hombre incapaz de dudar de sus propias acciones en un momento en que es vital hacerlo. —Se arrimó a la barrera y concluyó con un movimiento de cabeza—: ¿Lo ves? Los Xalyas no podemos quejarnos de señor.

Dashvara se encogió de hombros.

—Pues seré el único en quejarme, entonces. —Hizo una mueca meditativa bajo la mirada interrogante del capitán—. Verás… No puedo dejar de pensar que mi señor padre habría hecho las cosas con más acierto. Él no habría aceptado la hospitalidad de Zefrek, habría atravesado la estepa, lo sé, y, aunque hubieran muerto algunos durante el viaje, otros probablemente habrían sobrevivido. Y habríamos caminado directo hacia el monte Bakhia. —Esbozó una sonrisa—. En la Torre del Ave Eterna, me dije que si llegábamos a aquel monte estaríamos salvados. Es algo en lo que no paro de pensar últimamente —confesó. El capitán enarcó una ceja y Dashvara hizo una mueca molesta—. Sé que es una tontería… ¿Qué diablos vamos a hacer en ese monte? Morirnos de hambre, a lo sumo. Pero mi instinto sigue diciéndome que debemos ir hasta ese monte.

De hecho, la persistencia con que pensaba en el tema lo había llegado a inquietar. Era como si hubiera puesto toda su esperanza en un gran montón de tierra y roca… un montón que era en cierto modo sagrado para los Xalyas, pero un simple monte al fin y al cabo. El capitán recibió sus palabras con cara intrigada.

—Quién sabe —meditó—. Tal vez tu instinto no vaya mal encaminado. No seré yo quien te diga que no hagas caso al instinto. Aunque, como decía mi padre, no dejes que el futuro te ciegue. Seguimos en Lamastá rodeados de Esimeos… —Su mirada se perdió más allá de Dashvara y este lo vio entornar los ojos con interés mientras terminaba—: Y parece que hay novedades.

Dashvara se giró y vio que Andrek de Shalussi se acercaba a ellos a buen ritmo. El hermano de Rokuish rodeó el cerco y se detuvo a unos pasos de ambos Xalyas soltando sin ceremonias:

—Ha llegado un mensajero de Todakwa. Propone un encuentro diplomático y Lifdor y Zefrek están dispuestos a aceptarlo. Pero Todakwa exige la presencia del… —Sus labios se transformaron en una mueca burlona cuando pronunció—: señor de la estepa.

Dashvara frunció el ceño. ¿Un encuentro diplomático? Conociendo a los Esimeos, aquello le apestó a trampa.

—¿Dónde es el encuentro? —preguntó.

Andrek señaló el noreste.

—Cuando salga Zefrek, tocará el cuerno.

Se aprestaba ya a marcharse cuando el capitán soltó:

—Espera. ¿Cuántos hombres pueden acompañarlo?

Andrek se encogió de hombro.

—Nadie lo ha especificado, pero… siendo un encuentro diplomático, supongo que no conviene llevar a demasiados. Además, no creo que Zefrek permita que le ocurra nada a vuestro jefe. —Vaciló y sus ojos alternaron entre ambos dos veces antes de añadir—: Por lo que ha dicho el mensajero, va a haber otros invitados en ese encuentro.

Dashvara se irguió ante la buena noticia y sonrió.

—Gracias.

Andrek realizó un gesto seco de cabeza y se marchó. Dashvara lo vio alejarse con una mezcla de impaciencia e inquietud. Otros invitados… Sin duda debían de ser los Honyrs. O bien los Akinoa, se corrigió. Meneó la cabeza y, antes de que el capitán comentara nada, soltó con ánimo:

—Pensándolo bien, no creo que sea una trampa, y eso significa que no va a haber ataque hoy. Es una buena noticia. —Marcó una pausa, pensativo—. Tengo curiosidad por saber qué quiere decirnos Todakwa.

Chasqueó la lengua para Amanecer y, tras abrir la puerta del cerco, agarró las riendas de su caballo. Ni siquiera necesitó ayuda para subirse a su lomo, prueba de que su brazo comenzaba a no ser del todo inútil.

—Espero que no tendrás en mente ir solo —carraspeó el capitán tras observar sus tejemanejes en silencio.

Dashvara estiró de las riendas y vaciló antes de confesar:

—Mno. Avisa a Lumon y a Sirk Is Rhad. Me acompañarán. —Como el capitán hacía una mueca, obviamente disgustado de que tuviera previsto respaldarse de tan sólo dos hombres, Dashvara apuntó—: De momento, hay más peligro dentro de Lamastá que fuera. Y si Todakwa tiene planeada una trampa… —se encogió de hombros— ya estamos dentro de una, ¿no? Volveré vivo, capitán, te lo prometo.

Zorvun tenía el ceño fruncido pero acabó por asentir.

—Más te vale.

Y desapareció refugio adentro para avisar al Arquero y al Honyr. Zefrek no tardó en hacer sonar el cuerno y casi todos los Xalyas y Shalussis asistieron a la partida de la pequeña comitiva. Eran diecinueve en total. Dieciséis guerreros, Zefrek, una sabia shalussi llamada Meyda, y el señor de la estepa. Lifdor se había quedado en Lamastá de jefe de rescate, tal vez secretamente esperando que Todakwa se cargara a Zefrek para reemplazar a este del todo… o no. Quién sabe lo que cabía en la mente de ese Shalussi. Quizá no pensamientos tan retorcidos. Quizá. Pero Dashvara no se fiaba ni un pelo.

Mientras cabalgaban por la llana extensión de hierba hacia un ala del ejército esimeo, Zefrek se posicionó junto a él. Aquellos tres días no le habían venido bien. Tenía el rostro tenso y nervudo, los ojos rodeados de ojeras… De haber visto a un Xalya con ese aspecto Dashvara no habría podido más que decirle: vete a dormir, hermano. Con esas pintas, inspiraría en los Esimeos más lástima y burla que temor. Incluso Dashvara sentía lástima. El joven pirata se había creído muy inteligente consiguiendo armas de los dazbonienses, había iniciado la rebelión, había recuperado el territorio shalussi en unos días… Hasta entonces tan sólo habían sido victorias aplastantes, y ahora que veía la derrota acercarse ante el poder esimeo, las lealtades aflojaban, la confianza se resquebrajaba… y Zefrek se hundía.

Dashvara reprimió una mueca compasiva. Le resultaba estúpidamente reconfortante ver que, aunque él no tuviera experiencia de jefe, Zefrek la tenía aún menos.

El Shalussi entonces rompió el silencio.

—Cuando has hablado con Fushek… no le has dado la verdadera razón por la cual mataste a mi padre.

Dashvara no dijo nada y Zefrek continuó:

—El deber del hijo también es esencial entre los Shalussis. El mío debería haber sido el de matarte a ti. Pero no lo hice.

—Lo intentaste —replicó Dashvara con un deje de diversión en la voz.

Zefrek hizo una mueca.

—Sí. Pero de una manera que me avergüenza hoy. El pasado es el pasado, como bien dices… —Dashvara asintió con calma y Zefrek agregó—: pero también es presente. Fushek tiene razón. Mi honor depende de esta venganza. Traicioné a mi padre cuando prometí no matarte y cuando me alié a los Xalyas.

Marcó una pausa y Dashvara le echó una mirada confusa. ¿Adónde quería ir a parar hablándole con tal franqueza?

—Tengo curiosidad —admitió Zefrek—. ¿Qué habrías hecho en mi lugar?

Dashvara enarcó una ceja.

—¿Si hubieras matado a mi padre y me hubieras perdonado la vida por intentar quitarte la tuya? —El joven pirata asintió y Dashvara lo meditó un instante. Se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa sardónica—. Dedicarme a pensar en otras cosas, como hacer todo lo posible por salvar a mi pueblo y liberarlo de las garras esimeas… Arreglar los problemas de mi pueblo antes que los míos. Por curiosidad, ¿qué habrías hecho tú si tu padre te hubiera ordenado matar al jefe Xalya y a sus hijos después de que los Xalyas hubieran arrasado con tu clan?

Los ojos cansados de Zefrek destellaron. Permaneció en silencio un rato antes de contestar:

—Ni siquiera habría necesitado una orden expresa.

Dashvara asintió y la conversación acabó ahí. No habían resuelto absolutamente nada… pero al menos había quedado claro a los oídos de quienes los rodeaban que el problema de honor que los enfrentaba era de esos difícilmente entendibles: ambos tenían razón de haber actuado como habían actuado y ambos habían decidido hacer las paces… De momento, la alianza seguía en pie, que era lo principal.

Llegaron al pie de una pequeña elevación. Era el punto de encuentro, a una distancia supuestamente equidistante de ambos bandos. Mientras ascendían la colina, Dashvara no pudo dejar de notar que, en realidad, se situaba sensiblemente más cerca del campamento esimeo.

Ya se encontraba ahí Todakwa con su guardia personal, así como Kuriag Dikaksunora con los Ragaïls. Al llegar arriba de la colina, Dashvara sondeó sus alrededores y pudo ver aproximarse desde el noreste a una línea de jinetes. No eran más de setenta. De lejos, hubieran podido parecer esimeos, dado que iban todos de negro. Pero llevaban un pañuelo que les cubría la cara y ya sólo la manera de montar los identificaba como a Ladrones de la Estepa. Verlos al fin de verdad le hizo olvidar a Dashvara el número más bien reducido de jinetes e intercambió con Lumon y Sirk Is Rhad una ancha sonrisa esperanzada antes de girarse de nuevo para seguir el avance de los Honyrs. En cabeza de fila, iban dos jinetes, uno corpulento, otro delgado. Dashvara fijó sus ojos en este último sintiendo una rayo de emoción brotar en su pecho. Era Yira, ¿verdad? Tenía que serlo. Sí, ¡lo era! Su corazón lo confirmó antes que sus ojos. Por un momento, se olvidó completamente de Todakwa y, adivinando que los Esimeos no los dejarían acercarse más de lo aceptable, cabalgó a su encuentro. Le parecía que habían pasado meses desde que no había visto a su naâsga. Cuando esta se apeó con Shokr Is Set, él hizo otro tanto y se adelantó hacia los Honyrs con una ancha sonrisa.

—¡Mil veces bien hallados! —dijo en oy'vat con voz profunda.

Shokr Is Set replicó:

—Más bien hallados si hubiéramos llegado antes. Y no somos muchos… Pero los que estamos venimos con ganas de ayudar.

—Gracias a ti, Gran Sabio —dijo Dashvara, emocionado—. Y a todos vosotros por haber venido —agregó, inclinándose hacia los jinetes que se habían quedado unos pasos más atrás.

—¡De nada, Dash! —replicó con voz fuerte Zamoy, burlón, mientras los Honyrs respondían ceremoniosamente inclinando a su vez la cabeza desde sus monturas—. Al parecer, nos hiciste otra makarvada en Aralika. Liadirlá, ¡lo que quieres es matarnos de un susto, primo! ¿Qué tal van mis hermanos?

—Todos están bien —aseguró Dashvara y volvió a inclinarse hacia los Honyrs—. Que el Ave Eterna os bendiga.

Observó a los Honyrs con la misma intensidad con la que ellos lo observaban a él; era la primera vez que veía a tanto Ladrón de la Estepa. De ellos, se desprendía ese mismo misterio legendario que, de niño, Dashvara había admirado en aquel pueblo. Y no era sólo por los paños negros: montaban con el orgullo de unos reyes estepeños… y a la vez parecían sombras del pasado. Trató de adivinar pese a los rostros cubiertos si había entre esos guerreros algún cabecilla dispuesto a tomar la palabra, alguien que hiciera de representante… pero ninguno habló. Así que retomó:

—Honyrs, tenéis toda mi gratitud por haber acogido a las mujeres xalyas que viajaron hasta vuestras tierras. Hubiera preferido que nuestro encuentro se realizara en un sitio más tranquilo pero… Bueno, espero que podamos intercambiar pronto más palabras. —Avistando entonces al adolescente que se acercaba estirando las riendas de su caballo con su única mano agregó sonriente—: Buen trabajo, Tinan.

El joven Xalya se ruborizó de satisfacción. Dashvara buscó a Api de una ojeada, pero no lo vio por ningún sitio y, decidiendo que se preocuparía más tarde de ese demonio, se giró al fin hacia Yira. Los ojos de esta sondeaban a los Esimeos con una extraña intensidad pero, cuando Dashvara se aproximó, la sursha alzó la mirada hacia él, y la bajó con diversión cuando este se inclinó con respeto y besó su mano enguantada.

—Ayshat, naâsga. Mil veces gracias porque has vuelto sana y salva trayendo la esperanza contigo —dijo en común.

Yira puso los ojos en blanco y murmuró:

—Me he sentido como una muertoviviente sin ti, Dashvara de Xalya.

Dashvara agrandó los ojos y se echó a reír.

—Cuidado, naâsga, eso es humor xalya —le advirtió. Le besó la frente tapada por el pañuelo negro y susurró—: Yo sí que me he sentido un muertoviviente sin ti. Tu ausencia es peor que el veneno de serpiente roja —aseguró—. Pero ahora revivo. Queda por saber para cuánto tiempo —confesó con desenfado y se giró hacia los Esimeos apuntando—: Ahora tengo esperanza. A lo mejor le cae un caballo del cielo a Todakwa y deja de marearnos. Sería perfecto.

Yira se carcajeó por lo bajo con una ligera tensión. Ahora todos tenían los ojos fijos en Todakwa. El jefe esimeo ya había entablado conversación con Zefrek y lo normal habría sido unirse… pero Dashvara no se acercó enseguida. Dejó a su caballo a manos de sus hermanos y aprovechó el momento para preguntar lo básico:

—Gran Sabio. ¿A cuántos días a caballo se encuentra el territorio honyr?

—A unos cinco días yendo rápido —contestó Shokr Is Set.

Cinco, se repitió Dashvara.

—¿Cuántos más crees que estarían dispuestos a tomar las armas?

Shokr Is Set le echó una curiosa mirada.

—No lo sé —admitió—. Considerando el poco tiempo que teníamos para convencerlos y sabiendo que no es fácil llegar a todas las familias del clan… cincuenta y seis voluntarios es más de lo que esperaba en un principio. También es cierto que en invierno no tienen mucho más que hacer. Pero es comprensible que muchos guerreros no hayan querido dejar sus tierras sin protección.

O sea que difícilmente iban a sacar a muchos más, completó Dashvara, asintiendo. No se desilusionó. Que cincuenta y seis Honyrs hubieran estado dispuestos a salir de sus tierras para ayudar a un pueblo del Ave Eterna al que hasta ahora habían visto con malos ojos era ya bastante milagroso. Shokr Is Set debía de haber sido realmente convincente. Y su naâsga también.

Dashvara observó los gestos de Todakwa y Zefrek durante unos instantes antes de inspirar y soltar:

—Pues allá vamos.

Y, con andar tranquilo, avanzó junto con Shokr Is Set y Yira hacia la reunión. Al aproximarse, sus ojos se cruzaron con los de Todakwa. Le dirigió una mirada desafiante y burlona.

Como nos tiendas una trampa ahora, rata muerta, vas a conocer a Skâra en persona…