Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna

1 Dignidad, Confianza y Fraternidad

Al principio, el viaje en barco fue espantoso. Se mareó la mitad de los Xalyas, Dashvara incluido, y este pasó los tres primeros días aturdido y pálido como la nieve, convencido de que el clan de los Xalyas acabaría finalmente muriendo en el fondo del mar. Al tercer día, estaba jarreando afuera y él se había acurrucado en su hamaca tratando vanamente de dormir cuando, de pronto, Rokuish apareció por el dormitorio gritando:

—¡Tsu! ¡Tsu! Zaadma está… Zaadma está… ¡Tsu!

El pobre Shalussi estaba muerto de miedo y Dashvara sonrió al ver al drow coger su neceser y salir corriendo hacia otro de los dormitorios. Según supo luego Dashvara, trasladaron a la republicana a la cabina de Atasiag. Se oyeron sus gritos por todo el barco. Shkarah y Dwin salieron a ayudarla y los Xalyas se quedaron expectantes y tensos. La espera fue interminable pero, cuando se oyó un llanto de recién nacido, todos se pusieron a sonreír. Tras un buen rato oyendo berridos, empezaron a resoplar. Orafe graznó:

—Vamos a pasar un viaje de lo más tranquilo…

Estaban ya hartos de oír al recién nacido cuando Rokuish reapareció por el dormitorio, rojo de alegría.

—¡Tres potrillos! —exclamó—. Por mi madre, ¡son tres! Son unas niñas. ¡Unas niñas!

La increíble noticia arrancó ruidosas carcajadas. Tratando de ignorar el mareo, Dashvara salió de su hamaca y le dio un fuerte abrazo fraternal al Shalussi bramando:

—Trillizas, demonios, Rok. ¡Ahora sí que vais a tener un problema con los nombres! ¿No habrá entre ellas dos calvas y una pelambruda, por casualidad?

Rokuish negó con la cabeza.

—Qué va. Son una preciosidad…

—¿Qué tal está Zaadma?

—Escandalizada. El médico de Matswad dijo que sólo iba a ser uno. Y que vendría dentro de varias semanas. Pero está contenta. Eso creo. Yo al menos lo estoy —rió—. Diablos sí que lo estoy. Voy a volver junto a ella.

Dashvara asintió con una ancha sonrisa mientras el joven Shalussi echaba a correr de vuelta a la cabina de Atasiag. Era toda una alegría ver a su viejo amigo tan feliz. Cuando se giró y advirtió los rostros sonrientes de Raxifar y Zefrek, concluyó que había ciertos acontecimientos que cualquier clan podía entender.

—Bueno —espiró, de buen humor—. Esto ha sido más extenuante que perseguir a una banda de orquillos.

—Y lo que nos queda —lanzó Ged con una leve sonrisa—. Esas criaturas no nos van a dejar dormir en todo el viaje.

El maestro armero sabía de qué hablaba: había sido padre de cuatro hijos. De estos, sólo la joven Dwin seguía viva. Mientras volvía a su hamaca, Dashvara recordó la imagen de sus otros tres hijos luchando junto al señor Vifkan. Los había visto morir. También recordó que, años atrás, tras la muerte de su propio hijo en patrullas, Zorvun había elegido al mayor de los tres para formarlo como capitán. Tantos sueños habían muerto aquel día…

Deja ya de pensar en el pasado, Dash, se recriminó con paciencia. No sirve de nada.

El pronóstico de Ged se cumplió: las tres nuevas criaturas no dejaron de berrear durante los días siguientes y Rokuish pasó una vez a disculparse y a quejarse, afirmando que los potros verdaderos no metían tanto ruido.

—Van camino de ser tan parlanchinas como mi mujer —resopló antes de marcharse a visitar a las tres escandalosas.

Tardaron días en ponerse de acuerdo con los nombres y finalmente, para asombro de los Xalyas, decidieron preguntarles a ellos su opinión. A Rokuish se lo veía ya más que harto del tema. Las primas de Alta se animaron enseguida y propusieron nombrarlas como tres antiguas princesas de los Antiguos Reyes. Les gustó la idea a los padres y las Trillizas fueron al fin llamadas Rahilma, Aodorma y Sizinma, que en oy'vat significaba «Dignidad», «Confianza» y «Fraternidad». Tener a tres pequeñas Shalussis republicanas con el lema del Dahars xalya como nombre hizo que más de uno se detuviera a reflexionar. Por la tarde, al haberse instalado todos los Xalyas en la proa a disfrutar un poco del sol, se pusieron a comentar el caso y el Gran Sabio Shokr Is Set pronunció:

—Myhraïn y Sinta han tenido una buena idea. Puede, tal vez, que este sea un paso simbólico hacia la paz estepeña. He observado a ese joven Shalussi. Es un hombre recto y bueno. No es un salvaje ni un zok —dijo, soltándole una mirada elocuente a Sirk Is Rhad—. Creo que deberías proponerle entrar en nuestro clan, Dashvara.

Este jadeó, tan atónito como los demás.

—¿Qué?

El Honyr sonrió y su rostro se arrugó todavía más.

—Es una simple sugestión. ¿Qué opináis los demás?

Dashvara observó los rostros de sus hermanos con curiosidad y poco a poco entendió la estrategia del Honyr. El objetivo principal no era hacer entrar a Rokuish en el clan sino conseguir que los Xalyas aceptasen que un Shalussi podía ser digno del Dahars. Desde luego, en algunas cosas el nuevo shaard era más astuto que el antiguo. El capitán tomó la palabra el primero con una voz tranquila:

—Es un hombre al que yo llamaría hermano sin vacilar.

Dashvara vio a varios asentir con la cabeza. Maef, quien siempre era muy tajante en sus decisiones, aprobó:

—Yo estoy a favor de la propuesta.

—Y yo —apoyó Lumon.

—Y yo, diablos —se animó Zamoy—. Me encantaría tener a unas Trillizas como hermanas.

Sonrieron y pronto todos dieron su acuerdo. Al fin, se giraron hacia Dashvara, expectantes.

—¿Y tú, sîzan? —preguntó Atsan Is Fadul.

Dashvara alzó las manos, sonriente.

—Yo hace ya tiempo que lo llamo hermano. Estoy dispuesto a preguntárselo —declaró—. Pero, sinceramente, dudo de que acepte. No creo que Zaadma quiera volver a la estepa.

—Pregúntaselo de todas formas —replicó Zorvun—. A lo mejor algún día cambia de opinión.

De pronto, se veía a los Xalyas ansiosos por saber qué diría Rokuish. Dashvara disimuló mal una sonrisa y se levantó. Se inclinó respetuosamente ante su naâsga, quien había estado observando la escena con curiosidad, y se alejó cruzando la cubierta. La cabina de Atasiag estaba abierta y encontró al Shalussi sentado en el suelo, acunando a dos de sus hijas mientras Zaadma amamantaba a una. Sentado a su escritorio, Atasiag escribía en un libro, absorto. Dashvara sonrió levemente cuando lo vio alzar la cabeza. El pobre titiaka tenía ojeras profundas.

—Buenos días, Eminencia. Hola, Zaadma. Hola, Rokuish. Espero que Rahilma, Aodorma y Sizinma estén bien.

Zaadma resopló sin contestar, manifestando su cansancio.

—Al menos ahora se han callado —susurró Rokuish.

Dashvara observó a las pequeñas criaturas unos segundos antes de soltar:

—¿Puedo hablar contigo un momento?

El Shalussi enarcó una ceja pero asintió y se levantó. Salieron a la cubierta y se aproximaron a un borde para no molestar a los marineros. Dashvara abrió la boca, vaciló y, al ver que Rokuish lo miraba, cada vez más perplejo, se decidió a ir al grano.

—Verás, Rok. Lo hemos estado pensando y a mis hermanos y a mí nos gustaría que… Quiero decir, sería un honor si… Diablos, quiero decir que me encantaría que aceptaras formar parte de nuestro clan.

La boca de Rokuish se abrió poco a poco hasta que se quedó boquiabierto.

—¿Yo? —resolló. Al ver a Dashvara asentir, el Shalussi resopló y se rascó la cabeza, anonadado—. Wow. ¿Estás hablando en serio? Por mi madre —murmuró—. No sé qué decir. Me siento… muy honrado.

Dashvara vio venir el rechazo y trató de suavizar la cosa:

—Puedes perfectamente decir que no sin ofender a nadie, Rok. Lo entendería. Zaadma es republicana. Tú eres shalussi. Puede parecer raro, en esas circunstancias, que los Xalyas queramos adoptaros. Simplemente… consideramos que vuestras Aves Eternas son hermanas a las nuestras. Y que aceptes o rechaces, eso no lo cambiará. Pero… estaría muy feliz si aceptases. Todos lo estaríamos.

Rokuish bajó la mirada, enmudecido. Al fin, rompió el silencio.

—Zaadma quiere fundar otra herboristería en Dazbon. Como su padre murió hace unos meses… ya no teme que le complique la vida.

Dashvara asintió y, pese a que la respuesta no lo sorprendía, no pudo evitar sentir cierta decepción. La disimuló.

—Entonces os deseo toda la suerte del mundo, a ti y a tu familia.

—Gracias —susurró el Shalussi—. No me malinterpretes. Tus hermanos son encantadores. Bueno, algunos más que otros —sonrió—. Pero los respeto a todos. No quisiera que se tomaran mal…

—No se lo tomarán mal —aseguró Dashvara—. De verdad, no te preocupes por eso. —Le dio unos golpecitos en el brazo—. Te echaré de menos cuando nos vayamos a la estepa, hermano.

Rokuish se turbó.

—Si no fuera por Zaadma y mis potrillos… te acompañaría —afirmó—. Intentaría ayudar a Zefrek y liberar a mi madre y a mis hermanos. Pero… es que ni siquiera soy un guerrero.

—Los liberaremos nosotros —dijo Dashvara con un súbito impulso. Sonrió ante la mueca de asombro del Shalussi—. Es verdad que prefiero luchar contra los nadros rojos que contra los saijits pero… que los Esimeos esclavicen a sus pueblos vecinos no me agrada más que a ti. Te prometo que, si siguen vivos, Menara, Andrek, tu madre y tus demás hermanos serán liberados. No sé cuándo, pero lo serán.

Rokuish lo agarró por la manga con el entrecejo fruncido.

—Oye, Dash, déjate de promesas heroicas. ¿Es que te vas a meter en territorio esimeo para liberarlos?

—No me quedará más remedio que meterme en su territorio de todas formas —replicó Dashvara—. Si es verdad que los Esimeos han esclavizado a los pueblos shalussis, ahora toda la parte sur de la estepa es territorio esimeo.

Rokuish palideció.

—Cierto. Sinceramente, no sé por qué queréis meteros otra vez ahí, Dash. ¿Por qué no os quedáis en Dazbon? Maltagwa podría ayudarle a Zaadma con sus plantas. Ella dice que es un buen herborista. Y Alta y yo podríamos trabajar en unas caballerizas. Y tú podrías fundar un taller de carpintería o…

—Rok —rió Dashvara, interrumpiéndolo—. ¿De verdad nos ves a los Xalyas vivir en una ciudad como Dazbon? Nosotros somos estepeños. Sabemos cabalgar en la estepa. Sabemos matar monstruos. Pero no sabemos nada de dinero, ni de leyes republicanas, ni queremos saber nada de eso. Somos unos ignorantes de la civilización y orgullosos de serlo —bromeó.

El Shalussi suspiró y pareció resignarse.

—Por el norte de la estepa no tendrás mucha madera que esculpir —comentó—. Dicen que es todo llanuras y hierba.

Dashvara sonrió con todos sus dientes.

—Cierto. Esculpiré huesos de Esimeos.

Rokuish puso cara asqueada. En ese instante, un berrido resonó en la cabina de Atasiag, seguido de otro. Y de otro. Pronto hubo un coro de lloros y Zaadma se desesperó:

—¡Que el Dragón Blanco os amordace a las tres!

—Por mi madre —gimió Rokuish.

Dashvara lo vio echar a correr hacia la cabina y se carcajeó por lo bajo. Se encaminaba hacia la proa cuando la voz de un marinero cubrió los berridos de Dignidad, Confianza y Fraternidad:

—¡Tierra a la vista!

Todos los Xalyas se levantaron y se agolparon junto al borde para intentar ver lo que, poco a poco, se convirtió en unos acantilados. Dashvara se inclinó junto a Yira, entrecerrando los ojos. En lontananza, vio dos líneas blancas brillar bajo el sol. Una debía de ser la Gran Cascada de Dazbon. Y la otra las Escaleras. Tierra, sonrió Dashvara. Al fin. Y lo mejor era que esta vez tenía la feliz impresión de que jamás volvería a abandonarla.

—¿Ha rechazado, no? —preguntó de pronto Zamoy, a su izquierda.

Dashvara observó las miradas atentas de sus hermanos antes de contestar:

—Bueno. Él ya tiene a su pequeño clan que va camino de meter más ruido que el nuestro… —Sonrió, burlón—. Me temo que ya está bastante ocupado con su Dignidad, su Confianza y su Fraternidad. Si le añadiésemos a los Trillizos, las makarvadas de Makarva y las filosofadas mías, se volvería loco. Aceptemos su decisión con comprensión, hermanos, y deseémosle buena suerte.

Sintió la aprobación de los Xalyas y se relajó. Finalmente, a este paso, van a acabar aceptando a Zefrek y a Raxifar y hasta, quién sabe, pedir que se conviertan en Xalyas también. Sonrió y una oleada de afecto hacia su pueblo lo invadió.

* * *

Desembarcaron a lo largo del dique del puerto de Dazbon en medio de un griterío de voces de marineros, pescadores y paseantes republicanos. Los Xalyas esperaron en la cubierta con impaciencia a que los marineros colocasen la pasarela y empezaron a bajar a tierra. La mayoría llevaba sus sacos casi vacíos. Pero todos llevaban el corazón lleno de esperanza, sonrió Dashvara.

—Filósofo.

Dashvara acababa de posar el pie sobre el dique y, algo mareado, se giró hacia el barco para ver que Atasiag cruzaba la pasarela justo detrás de él. Iba vestido como un ciudadano titiaka, con el bastón de mando en la mano. Según le había explicado, actuaría como un simple comerciante titiaka, ya que al fin y al cabo es lo que era, y se hospedaría con toda su servidumbre en el albergue de La Perla Blanca en el Distrito de Otoño. Como su mandato como magistrado había acabado y no había asistido a ninguna elección en Titiaka, había insistido desde el principio del viaje para que Dashvara se fuera acostumbrando a llamarlo otra cosa que «Eminencia». Dashvara había acabado confesándole que una vez que tomaba una costumbre le costaba mucho rectificar… La mirada venenosa de Atasiag lo había hecho rectificar.

—Espera aquí con los demás —dijo al fin Atasiag tras pasear la mirada por el puerto animado—. Voy a ir a pagar al registrador del puerto. Serl, ¿me acompañas? Luego, Filósofo, descargaréis los barriles de vino al almacén.

—¿Qué almacén? —se sorprendió Dashvara.

—El almacén que voy a alquilar para el vino —explicó Atasiag con tranquilidad—. Y no mareéis mucho los toneles… Son delicados.

Dashvara enarcó una ceja y lo miró alejarse con el tío Serl hacia un pequeño edificio de donde salió en ese preciso instante un enorme caito vestido con estrafalarios atuendos. Lo vio alzar las manos de manera exagerada y darle un vigoroso apretón de manos a Atasiag. Por lo visto se conocían.

Esperaron tal vez media hora, sentados entre redes de pesca y toneles, antes de que el tío Serl regresase solo y les diera instrucciones para ir descargando los cincuenta barriles que había en el barco. Todos pesaban malditamente, pero algunos no parecían contener vino y, al no ver señal de los doce Hermanos del Sueño que habían estado viajando con ellos, Dashvara acabó por entender dónde se habían metido. La artimaña le hizo gracia a más de un Xalya y Dafys, el guardián sibilio, les pidió secamente que se contuvieran un poco. Fueron haciendo rodar los barriles por la calle tan delicadamente como pudieron y los metieron en un pequeño almacén. El tío Serl les indicó el lugar exacto donde colocarlos y, cuando estuvieron todos, cerró el almacén con llave, dedicó una amplia sonrisa a los Xalyas y señaló el barco.

—Ahora sólo os falta sacar las pertenencias de Su Eminen… quiero decir, de Atasiag Peykat y de los demás: las transportarán unas carrozas al albergue. Yo me quedaré aquí. Tiene que pasar la inspección del puerto para verificar la mercancía.

Dashvara intercambió una mirada alarmada con el capitán. Más le valía al inspector del puerto no ser tan puntilloso como el Quisquilloso de la Frontera… A menos, claro, que fuera él también un miembro de la Hermandad del Sueño. Se encogió de hombros y regresó con los demás junto al barco de Atasiag donde los esperaban las mujeres xalyas con el pequeño Shivara, Sedrios y Sashava. Estaba llegando a ellos cuando, de pronto, una masa se interpuso en su camino y una voz profunda pronunció:

—Dashvara de Xalya.

Este alzó la mirada hacia Raxifar con una mueca interrogante. El Akinoa parecía molesto.

—Me marcho.

Dashvara lo miró, anonadado.

—¿Qué?

—Me marcho a la estepa.

—Yo también me marcho —lanzó Zefrek, acercándose—. No tengo por qué soportar las idioteces de ese ciudadano titiaka más tiempo. No soy su esclavo.

Dashvara resopló y miró al Akinoa y al Shalussi con cara contrariada.

—No tenéis dinero ni para compraros armas —objetó—. Por favor, no os marchéis. Él nos comprará caballos. No hace falta que trabajéis para él. Nosotros lo haremos. Te debo un enorme favor, Raxifar. Y tú, Zefrek, ¿es que pretendes meterte en la estepa andando para que te pillen los Esimeos y te esclavicen como a los demás? No os marchéis —insistió—. Os lo pido por favor.

Raxifar enarcó sus cejas. Zefrek frunció el ceño.

—Los tuyos no quieren que nos quedemos —dijo este último—. Y yo no quiero quedarme.

Dashvara gruñó y se giró hacia los Xalyas, que escuchaban la conversación a una distancia prudente. Declaró:

—Xalyas. Deseo que Raxifar y Zefrek se queden con nosotros. Los ayudaremos como a nuestros hermanos. ¿Alguien tiene una objeción?

Sólo se oyó el fuerte rumor del puerto. Dashvara suspiró.

—Bueno. Pues asunto arreglado. Os prometo, Raxifar y Zefrek, que volveréis a la estepa con vuestros pueblos con caballos y armas.

—¿A qué se debe tanta generosidad? —inquirió Zefrek con una mezcla de burla y recelo.

Dashvara miró el rostro del joven Shalussi. Ahora vestía mejor ropa que cuando había corrido a asesinarlo en Matswad y, exceptuando los collares de oro que llevaba su padre, se parecía inquietantemente a este.

—No se trata de generosidad —dijo al fin—, sino de justicia. Vosotros también merecéis volver a la estepa vivos después de todo lo que hemos pasado. Y solos no lo conseguiréis. Entonces, ¿vais a quedaros?

Tras una vacilación, Zefrek asintió.

—Me quedaré —aceptó, como si hiciera una concesión—. De momento.

Raxifar tenía los ojos clavados en los de Dashvara cuando agitó la cabeza afirmativamente. Dashvara les sonrió a ambos.

—No sabéis cuánto me alegro. Bueno. —Llamó la atención de los Xalyas—. A bordo otra vez, hermanos. Hay que sacar los cofres de las cabinas.

Se dirigió hacia la pasarela esperando que el problema con Raxifar y Zefrek estuviera lo suficientemente resuelto… de momento.