Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas
“Prefiero no tener demasiada esperanza.”
Spaw meneó la cabeza pero no replicó. Se giró hacia Lénisu, Wanli y Miyuki e indicó de un gesto un angosto desfiladero.
—Por aquí.
Los guió hacia dentro.
“No quiero aguarte la fiesta, pero no va a funcionar”, insistió Zaix, en su mente.
Spaw reprimió un suspiro. Zaix estaba inaguantable desde que le había anunciado que tal vez la espada de Álingar iba a conseguir liberarlo de sus cadenas. Sí, había sufrido tantas decepciones que prefería ya prepararse a una más, pero sus comentarios nerviosos empezaban a acabar con su paciencia.
“No pienses más”, le aconsejó. “Si funciona, funciona. Y si no funciona…” Spaw calló. ¿Y si, de hecho, no funcionaba? La única opción que tenía era viajar hasta el castillo de Klanez para buscar esa mágara absorbedora de energía. Pero sabía que no iba a ser capaz de entrar en el castillo sin la ayuda de un Klanez y, aunque no se lo habría confesado a Zaix, también sabía que jamás le volvería a molestar a Kyisse con esas historias.
“¿Si no funciona?”, interrogó Zaix.
Spaw hizo una mueca.
“Si no funciona, ya seguiré buscando”, concluyó.
Percibió la aprobación del Demonio Encadenado. Se agachó, alzó una mano y apoyó la palma contra el muro del fondo del desfiladero. Empujó. Lo que parecía una piedra se deslizó en el interior, dejando una pequeña abertura. Metió la cabeza por el agujero, siguió empujando y al fin liberó el primer peldaño de las escaleras.
Cuando se retiró, observó que Wanli, Miyuki y Lénisu miraban la abertura con vivo interés. Les dedicó una media sonrisa.
—Las damas primero —soltó.
Lénisu dio un paso adelante y Spaw le echó una mirada burlona pero no comentó nada y lo dejó pasar. Miyuki y Wanli lo siguieron y Spaw cerró la marcha, volviendo a ocultar la entrada.
—¿Cuántos peldaños tiene esto? —preguntó Lénisu cuando empezaron a bajar.
—Unos cuantos —admitió Spaw—. Muchos más que las escaleras que bajamos en el Laberinto. Nos pasaremos el día entero, muy probablemente. Antaño las limpiaba, pero hace tiempo que no lo hago. Así que mantened todos los ojos abiertos por si patina.
“Pff. De todas formas, no me gusta esto”, intervino Zaix. “Meter a tres saijits en mi propia morada… Jamás habría pensado que un día me pasaría algo así.”
“Son tres saijits que han defendido a Shaedra, padre”, replicó Spaw con suma paciencia.
“Ya. Pues no te imaginas lo que me ha costado volver a encontrarla por culpa de los saijits. Y peor: por culpa de un nakrús.” El Demonio Encadenado suspiró. “Ojalá viviese hasta el día en que tú y «tu hermana» dejéis de meteros en líos tan grandes. Aún no entiendo cómo dejaste que ese kadaelfo se la llevara. Ella te quiere y tú la quieres. Y tú vas, la abandonas en brazos de un saijit. ¿Pero qué clase de demonio eres?”
Spaw se sonrojó y a duras penas intentó serenarse.
“Soy un Droskyn”, gruñó. “¿No era suficiente razón para dejarla en brazos de otra persona? No vuelvas a sacar el tema, Zaix. Ya ha pasado casi un mes y no me arrepiento de haberla dejado con Aryes. Él puede hacerla feliz. Yo no.”
Como era de suponer, sus palabras fueron acogidas por un resoplido irritado.
“Eres imposible, hijo mío. Tú no eres un Droskyn. Y claro que serías capaz de hacer feliz a otra persona. A veces tus ideas parecen salidas de la mente de un anubo.”
Spaw tragó saliva.
“Tú sabes que soy un Droskyn y no puedes negarlo. Maté a un saijit.”
“¡Porque te obligaron a matarlo!”, exclamó el Demonio Encadenado, exasperado. “Ningún niño de cinco años en su sano juicio sería capaz de matar a un saijit si no le dijesen que lo hiciera. No fue culpa tuya, ¿cuántas veces tendré que repetírtelo?”
Spaw esbozó una débil sonrisa.
“Muchas”, replicó.
Lénisu se apoyó contra el muro y se detuvo, resoplando.
—Esto da vueltas y más vueltas. ¿Cuánto tiempo llevamos bajando?
Spaw enarcó una ceja, burlón.
—¿Unos minutos? —sugirió. Sonrió ante la expresión sombría de Lénisu—. Es normal que os falte aire. Por aquí no hay mucha rocaleón.
Sin más palabras, continuaron bajando. Spaw adivinaba claramente la aprensión de Lénisu. Este temía que al utilizar a Hilo contra otra reliquia se destruyese su encantamiento… y perdiese lo que había dentro. Spaw no tenía ni idea de si podía ocurrir o no, pero, la verdad, no pensaba que fuera una gran pérdida: hasta podía ser beneficioso para Lénisu. Al fin y al cabo, lo mejor que podía pasarle era que olvidase a esa Sombría muerta desde hacía tantos años.
Spaw percibió un carraspeo y gruñó mentalmente.
“¿Tienes pensado quedarte en mi cabeza durante todo el día?”
Sin contestar, Zaix se marchó a hurtadillas y Spaw siguió bajando con cuidado, tratando de no pensar demasiado en lo que estaba haciendo. No le gustaba mentir y odiaba el chantaje… Sin embargo, la terquedad de Lénisu no le había dejado otra opción.
Bajaron durante horas antes de que Lénisu volviese a detenerse y declarase que necesitaba una pausa. Wanli y Miyuki enseguida aprobaron y se sentaron en los peldaños con evidente alivio. Imitándolas, Lénisu masculló:
—Más le vale a ese demonio encadenado que sepa dónde buscar a Shaedra porque después de bajar esto voy a necesitar un buen aliciente para volver a subir.
—Tal vez salir de la casa de un demonio sea un buen aliciente —se burló Spaw.
Lénisu enarcó una ceja.
—Spaw. ¿De veras no te ha dicho nada sobre su paradero?
Se lo preguntaba por enésima vez y por enésima vez Spaw mintió:
—No. Zaix sólo te dirá dónde está si le prometes de viva voz que lo liberarás con tu espada.
Un reflejo escéptico pasó por los ojos de Lénisu pero este no comentó nada más.
—Bueno —dijo Miyuki—. Por mi parte, estoy bastante contenta. Pasar por aquí va a ahorrarme semanas de viaje y una buena bolsa de kétalos. ¿Así que estas escaleras desembocan en el Bosque de Piedra-Luna?
Spaw asintió.
—Ajá. Te guiaré si quieres… cuando Zaix se haya liberado. El Bosque de Piedra-Luna puede ser peligroso si vas en la mala dirección.
Se detuvo en seco con un súbito pensamiento. Los tres lo miraron, interrogantes.
—¿Qué ocurre? —preguntó Wanli.
Spaw esbozó una sonrisa incrédula.
—Ahora que lo pienso, algunas zonas del Bosque de Piedra-Luna provocan exactamente los mismos efectos que los que sufriste en la ciénaga de Zafiro, Lénisu.
Este agrandó los ojos.
—¿Quieres decir que podría haber nixes escondidos en el Bosque de Piedra-Luna?
Spaw se encogió de hombros.
—Es una posibilidad.
Los cuatro permanecieron meditativos durante unos instantes. Al cabo, Lénisu se levantó.
—Acabemos con esto.
Pasaron aún unas cuantas horas antes de que Spaw avistase las primeras estatuas que bordeaban la escalera. Llegaron al fin a una galería y él pasó a abrir la marcha.
—Por aquí —dijo.
Dobló una esquina y bajaron unas escaleras de unos pocos peldaños. Pasaron delante de la biblioteca pero Spaw no se detuvo. En su bolso, llevaba el famoso libro titulado Cremdel-elmin nárajath, pero decidió que se lo daría a Modori más tarde. Sabía con total seguridad que Zaix sentía su presencia acercarse; casi podía adivinar su impaciencia.
—¿Qué diablos es este lugar? —preguntó Lénisu, mirando a su alrededor, sorprendido.
—Mi hogar —replicó Spaw.
Empujó una puerta y los invitó con un gesto a que entraran. Lénisu lo escudriñó durante unos segundos, como si tratase de adivinar sus pensamientos. Al fin, pasó el umbral, seguido de Miyuki y Wanli; la desconfianza de estas últimas era más que evidente.
Se oyó una voz sonora dentro de la habitación:
—¡Sed bienvenidos a mi morada, saijits! No temáis, no os voy a comer.
Spaw puso los ojos en blanco y entró, cerrando la puerta detrás de él. Zaix estaba sentado en su butaca, transformado como de costumbre y con sus malditas cadenas. Sakuni se plantó ante Spaw y le cogió las manos, sonriente, enseñando sus grandes dientes de mirol.
—Sano y salvo otra vez —soltó Spaw antes de que ella le soltara su frase de bienvenida.
Sakuni le dio un abrazo, al cual respondió con suavidad.
—Bien, bien, bien —dijo Zaix animadamente—. ¡Pero sentaos! ¿Una infusión?
Lénisu le echó una mirada a Spaw antes de contestar:
—Si no pretendes envenenarnos, por mí, bien.
—¿Envenenaros? ¿A vosotros? ¡Pero si sois mis salvadores! Tú vas a liberarme… —los ojos de Zaix se fijaron en la espada de Lénisu y acabó en un murmullo—: con esa maravilla.
Lénisu carraspeó.
—No antes de que me digas dónde se ha metido Shaedra.
Zaix sonrió y sus ojos rojos destellaron.
—Ya. Cierto. Te lo diré. Después de que me liberes.
Lénisu negó con la cabeza.
—Ni hablar. Antes tienes que decirme dónde está. Y luego te juro que haré todo lo posible para quitarte esas cadenas.
Spaw los observó mirarse fijamente, desafiantes.
“Este saijit me cae bien”, soltó de pronto Zaix. Y sonrió.
—Está bien. Acabo de comunicar con ella hace unas horas. Vive en Shtroven y se ha encontrado un trabajo en una herboristería. —Su sonrisa se ensanchó al ver la reacción de Lénisu: se había quedado boquiabierto—. Según me contó, el nakrús los hizo atravesar un monolito, le salió mal y se fueron todos a Shtroven. Shaedra parece feliz.
“Y podría serlo más”, insistió mentalmente. Spaw lo ignoró.
Lénisu abrió la boca, la cerró y la volvió a abrir.
—¿Shtroven? Y… y… ¿y qué más? Seguro que sabes más cosas. ¿Con quién está? ¿Se ha quedado Márevor con ella?
—No lo sé —contestó lentamente Zaix, meditativo—. La verdad es que creo que no. La acompaña ese… kadaelfo.
—Aryes. —Lénisu suspiró, aliviado.
—Así es. Y creo que también hay otra persona.
—Iharath —explicó Spaw. Lénisu se giró hacia él bruscamente y Spaw se apresuró a añadir—: Simple deducción.
La mandíbula de Lénisu se tensó aunque su rostro no manifestó ninguna sorpresa.
—Lo sabías.
Spaw sostuvo su mirada unos segundos y al fin la desvió. Cruzó la mirada poco amena de Wanli y se limitó a contestar:
—Ahora, te toca cumplir con tu palabra.
Hubo un silencio. Sakuni volvió con una bandeja llena de tazas con infusiones y Zaix le sonrió.
—Gracias, Sakuni.
Levantó con dificultad una mano hacia su taza y las cadenas chirriaron en el suelo. Spaw se arrimó a un muro y observó cómo Lénisu se estremecía, mirando de reojo las cadenas. Los vio beber la infusión sin moverse un ápice. Se sentía tan impaciente como Zaix, ansiaba saber si al fin su búsqueda había terminado, si al fin podía devolverle a Zaix lo que él le había devuelto: la libertad.
Miyuki y Lénisu sorbieron lentamente sus tazas, en silencio. Wanli no tocó la suya.
—¿Cómo te encadenaste? —preguntó al fin Lénisu.
Una chispa de diversión pasó por los ojos de Zaix.
—Comportándome como un traidor. Yo era un Demonio de la Mente. Y Yimago Ashbinkhai, el que ahora es Demonio Mayor, era el mejor amigo que jamás un demonio pudo tener. Crecimos juntos. Y nos conocíamos muy bien. Un día, me habló de las cadenas de Azbhel. Me dijo todo lo que su padre le había contado sobre ellas. Eran una reliquia. Una reliquia capaz de encadenar una mente y de otorgarle un tremendo poder.
Zaix meneó la cabeza.
“Hay que ver lo demoníaco que pude llegar a ser de joven”, añadió mentalmente, divertido.
Continuó.
—Por una serie de circunstancias, poco después Ashbinkhai se hizo Demonio Mayor y me pidió que trasladase las cadenas a un lugar más seguro. —Sonrió, irónico—. Y así lo hice. Se las robé y ahora nadie sabe dónde estoy. —Entrecerró los ojos—. Menos vosotros.
“Ellos no dirán nada”, aseguró Spaw.
“De todas formas, si me libero, no me quedaré aquí”, replicó Zaix.
Spaw reprimió un suspiro y trató de no pensar en la posibilidad de que no se liberase.
Con un gesto lento, Lénisu posó su taza vacía y se levantó.
—Tranquilo, yo no desvelaré tu refugio —declaró. Cogió el pomo de su espada y echó una ojeada molesta a Wanli y a Miyuki—. Tal vez… deberíais iros a otra habitación. No tengo ni idea de lo que puede pasar —confesó.
Zaix soltó una risita animada.
—Quién sabe, quién sabe —dijo—. Pero estoy convencido de que si ambos ponemos buena voluntad, lo conseguiremos.
No había estado tan convencido hacía unas horas, pensó Spaw, divertido. Tras varias objeciones por parte de Miyuki y Wanli, Lénisu acabó aceptando que se quedaran. Sacó a Hilo de su vaina y Zaix y él se alejaron del mobiliario prudentemente. Flotaba en el aire una tensión mezclada de una fe embriagadora. Spaw sentía como si fuera suya la expectación casi demente de Zaix.
Un metro escaso separaba ahora las dos reliquias…
—¿Ya? —preguntó Lénisu. Parecía casi aterrado. Que aceptara liberarlo después de que Zaix le hubiera revelado el paradero de Shaedra significaba mucho, se percató Spaw. Tal vez significaba que Lénisu era de veras un hombre de palabra. O tal vez que ya empezaba a darse cuenta de que su obsesión con la espada era enfermiza.
Zaix asintió con la cabeza y tendió ambos brazos, estirando la cadena hacia Lénisu.
—Ya —declaró.
Bajo los ojos atónitos de Sakuni, Miyuki, Wanli y Spaw, Lénisu activó su espada y golpeó.
El impacto provocó una explosión de energías. Zaix y Lénisu salieron proyectados hacia atrás. Spaw sintió como un puñal el dolor intenso que atravesó los brazos de Zaix. Lénisu volvió a enderezarse.
—Nadie dijo que las cosas se solucionaban con un solo golpe —resolló.
Los siguientes golpes tuvieron el mismo efecto. La cadena chisporroteaba e Hilo centelleaba con su luz azul. Zaix parecía estar sufriendo un terrible tormento y Lénisu se estaba quedando sin fuerzas.
—No van a conseguirlo —murmuró Miyuki.
Sakuni miraba a Zaix con los ojos agrandados por el espanto pero guardaba el silencio. Otra vez, Lénisu se incorporó. Su brazo temblaba violentamente. Empuñó a Hilo con ambas manos y la colocó en contacto con la cadena. La espada seguía absorbiendo energía, aunque más lentamente. ¿Pero hasta cuándo podrían aguantar?
Tras unos larguísimos minutos, Lénisu pareció perder todas sus fuerzas. Y lo peor era que aún seguía empuñando a Hilo y absorbiendo energía de las cadenas de Azbhel. Wanli fue la primera en reaccionar: se precipitó y le hizo soltar la espada. La luz azulada de esta última se desvaneció.
—Está inconsciente —murmuró la Sombría con una voz temblorosa.
Luchando contra un dolor que no era el suyo, Spaw se acercó y se agachó junto a Lénisu.
—¿Cómo activas la espada, Lénisu? —preguntó. Lénisu abrió los ojos y parpadeó, aturdido—. ¿Cómo la activas? —insistió Spaw.
Lénisu tragó saliva y articuló:
—Con amor.
Spaw frunció el ceño, sin entender.
—¿Con amor? —repitió.
Pero Lénisu ya había vuelto a perder la consciencia. Spaw suspiró ruidosamente y recogió la espada.
—No tiene sentido —masculló.
¿Cómo podía activarse una mágara con un sentimiento? Era absurdo. Echó una ojeada al filo. Su luz azul se había apagado y parecía ahora una espada corta común y corriente. Mientras que la observaba e intentaba entender algo, Zaix se había vuelto a enderezar estoicamente.
“Inténtalo”, dijo. “Sea como sea.”
Spaw negó con la cabeza.
“No sé activar la espada. No absorberá la energía si no se activa.”
“Actívala”, replicó Zaix, testarudo.
Spaw posicionó la espada junto a la cadena y trató de concentrarse. Trató de activarla por todos los medios que conocía, sin conseguirlo. Activar la espada con amor, se repitió.
“Es absurdo.”
Zaix gruñó.
“Más absurdo es dejar el trabajo a medias. Hijo mío, tú puedes hacerlo. Sólo tienes que concentrarte.”
Spaw negó otra vez con la cabeza, mecánicamente.
“No puedo.”
“¿No me digas que no tienes ni una pizca de amor en tu corazón?”, retrucó Zaix.
Spaw sintió un temblor atravesar todo su cuerpo.
“Soy un Droskyn. Los Droskyns nacen para matar, no para amar”, murmuró. “No estoy preparado.”
“Lo estás de sobra”, gruñó Zaix. Sus ojos rojos se clavaron en los suyos, penetrantes. “Un Droskyn que ama deja de ser un Droskyn. Recuerda todo el amor que te hemos dado Sakuni y yo. Recuerda a Haïbayn. A Modori. A Nidako. Y a Shaedra. Recuerda a todos tus seres queridos y activa la espada.”
Los recuerdos atravesaban la mente de Spaw como relámpagos. El rostro de esa mujer atada a un poste, con los ojos desorbitados. Y la sangre en sus manos menudas, sucias y criminales. El terrible juramento que había pronunciado un día, junto a otros niños, arrodillado ante el panteón de sus ancestros asesinados por saijits… ¿Cómo un ser nacido en medio del odio y de la sangre podía ser capaz de albergar un sentimiento verdadero? ¿Cómo podía saber que lo que sentía era realmente amor y no locura o una simple ilusión?
Recordó entonces una canción, suave, profunda y melodiosa. La canción de su padre. La canción de un Droskyn que había elegido sacar a su hijo de la Comunidad y dejarlo en manos de Zaix para impedir que se convirtiera en un Droskyn. Su padre lo había alejado de él por amor. Y tan sólo le había pedido que, cuando fuera mayor, le devolviera al Demonio Encadenado el favor…
Spaw empuñó la espada con fuerza e intentó activarla con todo el fervor del mundo… Pensó en Zaix, en Sakuni, en su padre, en Shaedra… Y volvió a pensar en ellos. Súbitamente, unas manos firmes agarraron la empuñadura.
—Dame eso —suspiró Lénisu. Se había vuelto a levantar, agotado—. Lo del amor… era una metáfora.
Una luz azul centelleó y una energía recorrió el brazo de Spaw en el instante en que Lénisu le arrebataba la espada. Ambos se miraron, perplejos, durante unos segundos. Entonces, confundido, Spaw soltó a Hilo. Sin detenerse a pensar en lo que acababa de suceder, el ternian alzó su espada activada… y golpeó. Una potente oleada de energía se liberó, propagándose por toda la habitación. Y al fin, se oyó el repentino restallido de unas cadenas al romperse.