Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas
Ignoré los gritos de Iharath y Drakvian así como los consejos prudentes de Syu y me concentré tan sólo en seguir avanzando por el terreno embarrado. Era dolorosamente consciente de que me estaba acercando a un hombre que deseaba matarme. Pero no podía dejar que mi tío luchase contra Ew Skalpaï. ¡Ew Skalpaï! Él quien había sido durante toda su vida un cazador de monstruos, un har-karista y un experto en combate. Apreté los dientes. Lénisu no era un guerrero. Nunca lo había sido. Y no podía permitir que perdiese la vida por mi culpa. Aceleré mi carrera, sin tener la más remota idea de lo que haría una vez arriba.
“¡Va a ocurrir una catástrofe, Syu!”, me lamenté.
Lénisu y Ew no estaban solos. Había una silueta que acababa de detenerse detrás de Lénisu y otra observaba la escena detrás de Ew… Era difícil reconocerlos, encapuchados como estaban, pero supuse que el acompañante de Lénisu no podía ser otro que Spaw. Ya no me faltaba mucho…
Mi tío giró levemente la cabeza hacia mí.
—¡No te acerques, Shaedra! —gruñó.
No le hice caso y seguí avanzando, teniendo cuidado de no acercarme a Ew Skalpaï. Su rostro permanecía invisible detrás de la capucha.
—Proteges a un demonio —acusó el cazador con una serenidad inmutable—. Deduzco que tú también lo eres.
Lénisu soltó una risita irónica y fría.
—Un demonio como los hay pocos —replicó, quitándose la capucha con su mano libre—. Un poco como tú, pero en más razonable porque soy partidario de evitar un combate. No actuemos como insensatos. Tratemos de resolver el problema amistosamente.
—No tengo ni la más mínima intención de llegar a acuerdos con unos demonios —escupió el cazavampiros—. Os conozco más de lo que creéis y sé cómo obráis para destruir las almas por dentro. —Movió ligeramente la cabeza, como si calculase sus posibilidades… de capturarme o de salir huyendo, eso no lo tenía claro—. Prefiero morir a convertirme en uno de los vuestros.
—Mmpf —dijo Lénisu. Dio un paso para acercarse a mí e interponerse entre Ew y yo—. No seamos tan trágicos.
Spaw se quitó la capucha y me cogió del brazo para estirarme hacia atrás. Parecía más pálido de lo normal y sus ojos negros brillaban más que nunca, detallándome con intensidad.
—Beksiá… Shaedra —murmuró—. ¿Estás bien?
—Sí… —Vacilé. Hubiera querido preguntarle muchas cosas, entre las cuales cómo demonios habían conseguido encontrarnos, pero finalmente tan sólo dije—: ¿Y tu capa verde?
Esbozó una sonrisa divertida.
—Una capa tan vistosa no es óptima para un fugitivo.
Hice una mueca culpable y desvié la mirada hacia el maestro Ew al pensar que Spaw jamás se habría convertido en un fugitivo si no hubiera metido yo la pata hasta el fondo en la torre de Shéthil… La voz grave de Lénisu me recordó que de momento había preocupaciones más urgentes. Con una breve ojeada comprobé que Aryes e Iharath estaban a punto de alcanzarnos, resollando ruidosamente. Drakvian acababa de colocarse junto a mí, Cielo en mano.
—Nadie va a morir aquí —declaró mi tío—: ni tú, ni yo, ni mi sobrina, ni nadie… Estás en clara minoría. Pero todo depende de ti. Envaina la espada y vivirás. Te doy mi palabra de honor.
—¡Ja! ¿Tu palabra de honor? ¿Y qué honor puede tener un demonio? —siseó Ew Skalpaï. Había girado levemente la cabeza hacia Drakvian. Aun sin verle la cara, la aversión que sentía por todos nosotros era evidente—. Ningún saijit con honor viajaría con vampiros.
Para arreglar el ambiente más que tenso, Drakvian le dedicó una sonrisa asesina. Ew retrocedió un paso.
—La muerte es poco para monstruos así —masculló.
Lénisu suspiró.
—Creo que no lo has entendido: sois dos contra seis. Has perdido tu caza de antemano. Lo siento por ti —concluyó con sarcasmo.
Ew Skalpaï había adoptado una inmovilidad preocupante. Todo lo contrario que yo. Inspiré hondo para tratar de dominarme. Entonces una voz femenina surgió de la silueta encapuchada que se situaba a unos metros de Ew.
—Yo no pertenezco a ningún bando —dijo—. No me meteré en este asunto.
La voz me resultó familiar, pero no alcancé a identificarla. Lénisu enarcó una ceja.
—Uno contra seis, entonces. Me temo que es un argumento de peso.
Ew Skalpaï pareció aceptar la traición de su compañera con suma tranquilidad.
—Un cazador digno de ese nombre no se rinde ni aun rodeado de monstruos —replicó.
—No se rinde porque generalmente los monstruos no le dan la oportunidad de salir con vida —intervine—. Y en este caso, le damos esa oportunidad… maestro Ew —agregué, esforzándome por sonreírle un poco.
A decir verdad, ningún encuentro con Ew Skalpaï que había podido imaginar se asemejaba a este, ni de lejos. Pero, desde luego, era uno de los mejores que hubieran podido ocurrir. A menos que Ew Skalpaï tuviese algún as en la manga, claro. O a menos que persistiese en su tozudez. En tal caso, era capaz de causar muchos estragos antes de que lo neutralizáramos.
—No caeré en un engaño tan torpe —dijo Ew tras un silencio pesado.
—Arroja tu espada —le ordenó Lénisu— y yo envainaré la mía.
—Arroja la tuya y prometo no matarte —retrucó Ew Skalpaï, sardónico.
—Esto es ridículo —intervino Aryes—. Maestro Ew, usted no se da cuenta de que…
—Aryes Dómerath —lo cortó el cazavampiros, como sorprendido—. ¿Qué haces tú aquí?
Los miré a ambos, extrañada, y sólo entonces pensé que probablemente, antes de salir en busca de los abuelos de Kyisse, Aryes había asistido a clases del maestro Ew como kal pagodista.
El kadaelfo carraspeó y prosiguió sin contestar a la pregunta.
—Maestro Ew, no se da cuenta de que está usted muy equivocado al pensar que los demonios destruyen las almas de los saijits poseyéndolas. Eso es pura leyenda. Los demonios tal y como los llama no son los demonios de los cuentos. No son engendros infernales… —Percibí el resoplido discreto de la desconocida—. Son saijits que pueden transformarse un poco mediante… mutaciones y mediante una energía que…
—Abreviad la charla —intervino la desconocida, interrumpiéndolo con sequedad. Se había ido alejando de Ew y ahora se situaba a una decena de metros en la cuesta—. No hace falta entrar en detalles. Ese hombre no cambiará de opinión.
La observé, tratando de adivinar quién demonios era.
—Veo que me han engañado como a un novato —comentó Ew Skalpaï con una calma imperturbable—. Así que… —Suspiró y, con un movimiento elegante, levantó su espada. Alcancé a ver sus labios apretados en la sombra de su capucha—. O me dejáis con vida sin engaños o lucharé contra vosotros. Y podéis estar seguros de que no me mataréis con facilidad.
“De eso no me cabe duda”, murmuré mentalmente. Syu tragó saliva, rezando seguramente por que las cosas no se torciesen.
Percibí varios suspiros.
—No queremos matarte —aseguró Lénisu, más relajado—. Y si tú nos prometes que dejarás de perseguir a Shaedra, estamos en paz.
En silencio, Ew envainó y retrocedió un paso y luego otro. Cuando se hubo distanciado unos cuantos metros, soltó:
—Hace tiempo que Navon Ew Skalpaï dejó de hacer promesas.
Y, con estas palabras amargas, se puso a subir la cuesta con grandes zancadas.
Lo observamos un buen rato en silencio, salvo Frundis, quien tras escuchar la conversación a medias entonó una balada trágica. Meneé la cabeza, incrédula. No podía creer que el problema se hubiera resuelto tan fácil aunque…
—Yo que vosotros no lo dejaría escapar —dijo Drakvian—. Y no lo digo por la sangre. Con un carácter así, seguro que está tan envenenada como la de los escama-nefandos. No me apetecería ni probarla.
Lénisu se giró al fin hacia nosotros. Su rostro expresaba una intensa preocupación mezclada con un curioso alivio.
—No soy un asesino —se limitó a replicar.
Inspiré hondo y sonreí anchamente.
—Lénisu, ¡no sabes cuánto me alegro de verte! —Me precipité hacia él, le di un abrazo y solté una risita, a la cual respondió de buena gana. Sus ojos violetas, clavados en los míos, brillaron bajo la luz de la mañana.
—Desgraciadamente, pareces haber heredado la mala suerte de los Háreldyn, sobrina. —Me dio una palmadita sobre el hombro mientras yo me ruborizaba y alzó la mirada hacia el cielo, añadiendo—: Menos mal que volví a Ató antes de lo previsto. De lo contrario, Spaw y tú ya os habríais ido al infierno. —Se giró bruscamente hacia la figura encapuchada que había dejado plantado a Ew; la escrutó e inquirió—: ¿Y tú quién eres?
La aludida alzó lentamente una mano enguantada y, al fin, se quitó la capucha. Tenía un rostro de ternian de ojos verdes muy claros. Por fin caí en la cuenta y resoplé al mismo tiempo que Iharath. ¿Qué diablos hacía una Demonio de la Oscuridad en la Superficie?
—¡Daorys! —pronuncié, asombrada.
La instructora asintió con tranquilidad.
—Er… —Lénisu nos miraba alternadamente, extrañado—. ¿Os… conocéis?
—Nos conocemos —confirmó Daorys con una sonrisa—. Y dado que acabáis de salvar la vida de una demonio… creo que no os causaré más espanto presentándome. Mi nombre es Daorys Kaarnis. —Alzó sus manos hasta los hombros y realizó un saludo que dejó a Lénisu desconcertado. Enarqué una ceja.
—¿Daorys Kaarnis? —repetí—. Pero… tú eres una ternian. Y Kaarnis es un hobbit. No puedes ser de la misma…
Su súbita carcajada me interrumpió.
—Todos los demonios de la Oscuridad se apellidan Kaarnis —aseguró, con los ojos sonrientes—. Es un simple apelativo. Pero Kaarnis a secas es nuestro Demonio Mayor.
—Oh —entendí.
—Daorys —repitió Spaw, meditativo—. El nombre me resulta familiar. ¿No estuviste una vez en una reunión de instructores en Aefna?
Daorys lo observó con detenimiento.
—Sí… De hecho, soy instructora. ¿Puedo saber con quién estoy hablando?
El humano realizó un saludo de lo más elegante.
—Spaw Tay-Shual —se presentó.
Daorys frunció el ceño, pensativa.
—Creo haber oído hablar de ti. Eres… un templario, ¿verdad?
Spaw se encogió de hombros, algo molesto.
—Mm —se contentó con decir afirmativamente—. Tengo curiosidad, ¿cómo es que te dio por viajar en compañía de un cazademonios?
La ternian sonrió y, más confiada, avanzó unos pasos.
—Os lo explicaré. Ese saijit, Ew Skalpaï, pasó cerca de la Comunidad de la Oscuridad en compañía de una humana rubia llamada Narsia.
Enarqué una ceja. Así que Narsia había acompañado a Ew en su loca empresa… seguramente para buscar a Wujiri y a Galgarrios. Y, quién sabe, tal vez Narsia estuviese en ese instante preparándoles unas tortas a Kyisse y a sus abuelos para el desayuno, pensé, sonriente. Aun así, lo más probable, y lo mejor que podía pasar, era que Sib y Naw hubiesen escondido a Kyisse a tiempo y que ni Ew ni Narsia se enterasen nunca de que sus anfitriones eran los mismísimos Klanez.
Daorys prosiguió:
—Salí de la caverna por un pasadizo para averiguar quiénes venían a incordiar la Comunidad. Pero… el cazademonios me pilló. —Se ruborizó, como si recordase la escena con cierta vergüenza—. En mi vida he visto a un rastreador tan bueno como él —se justificó.
Tragué saliva al imaginarme el encuentro.
—Y… ¿cómo reaccionaron? —pregunté.
Daorys juntó ambas manos y contó con serenidad:
—El cazademonios me atacó sin ni siquiera darme la oportunidad de hablar. Por un momento hasta creí que era capaz de detectar a los demonios por algún sexto sentido. Mmpf. Afortunadamente, Narsia se interpuso y lo hizo entrar en razón. No se me ocurrió otra cosa que presentarme como una aventurera solitaria y decirles que andaba perdida. No sé si llegué a convencerlos del todo, pero no me quedaba otra que viajar con ellos, de lo contrario les habría hecho sospechar que no estaba tan perdida como afirmaba y habrían explorado más la zona. Además… admito que tenía curiosidad por saber qué hacían dos saijits paseándose por ahí —sonrió—. Me explicaron lo ocurrido en la torre de Shéthil y, anoche, llegamos al abismo donde vive la nixe. Hacía tanto tiempo que no iba a la Superficie ¡que casi me traiciono! —confesó—. Cuando Ew Skalpaï decidió continuar la caza aun cuando estaba anocheciendo, supe sin la menor duda que iba a dar contigo, Shaedra. Como ya he dicho, es un rastreador muy bueno. Así que… le supliqué que me dejase ayudarlo. No iba a dejaros solos con ese monstruo. Me fui con él y Narsia se quedó con vuestros compañeros, Wujiri y Galgarrios…
—¿Y Kyisse? —la interrumpí, ansiosa.
—¿La niña? No la vi. —Sonrió al verme tan aliviada—. Por lo visto, los poderes de los nixes superan los de Ew Skalpaï. En fin. Me ha quedado claro que al parecer vuestros compañeros ya no son tan demonios como antes… Jamás hubiera creído que Kaarnis sería capaz de alojar a saijits en su propia casa. —Me sonrojé—. En cualquier caso, vuestros compañeros no os han delatado —reveló—. Le dijeron al cazademonios y a la humana rubia que se habían despertado en los túneles sin saber cómo. —Puso los ojos en blanco—. Por lo que he visto, el caito cojeaba bastante… aunque me daba la impresión de que ambos actuaban más que otra cosa. —Nos miró a todos con atención—. Y ahora, ¿puedo preguntar algo yo? ¿Cuántos demonios hay entre vosotros?
La pregunta pareció hacerle gracia a Lénisu.
—Sólo tenemos a dos —contestó con un tono ligero—. Aunque contigo ya sois tres. Más una vampira. —Se giró hacia Aryes y le dio un palmadita sobre el hombro—. Menuda colección, ¿eh? Me alegra saber que estás vivo, Aryes. Cuando me enteré de que unos orcos pedían un rescate para tres Espadas Negras sin mencionarte a ti, creí que no volvería a verte.
Parpadeé, atónita.
—¿Queé? —jadeó Aryes, incrédulo—. ¿El capitán Calbaderca… Kaota y Kitari están vivos?
Lénisu enarcó una ceja y asintió.
—Sí, según creo. Los orcos no destacan por su amabilidad, pero supongo que si estos piden un rescate no irán a entregar tres cadáveres. Sería de muy mal gusto, incluso para unos orcos —rió—. No te preocupes. Son Espadas Negras. Los liberarán rápidamente.
Aryes silbó entre dientes.
—Diablos —resolló—. Yo… La verdad es que… Qué alivio. —Espiró ruidosamente y me dedicó una sonrisa radiante—. ¡Shaedra, están vivos! ¡Kitari y Kaota y el capitán están vivos! No puedo creerlo. Estaba convencido de… En fin, no suelo decirlo, pero, por una vez ¡loados sean los dioses!
Nos carcajeamos todos, contentos y divertidos al verlo tan aliviado. Acto seguido, nos pusimos a explicarle a Lénisu todo lo ocurrido desde la desaparición de Kyisse y aprovechamos para bajar otra vez la cuesta hacia un terreno menos enlodazado. El cielo se había despejado casi enteramente y los rayos de sol del amanecer iluminaban toda la vertiente. Bajé la mirada hacia mi ropa: cualquiera hubiera dicho que me había estado rebozando en una ciénaga. Cuando llegamos junto al botrillo, Aryes estaba contando sus andanzas por la Tierra Baya pero, poco a poco, sus frases se volvieron deshilachadas e inconexas y lo cogí del brazo con suavidad. Sus ojos azules me miraron y lo vi inspirar hondo para tratar de luchar contra el apatismo.
—Creo que estamos todos muy cansados —declaré.
—No es nada extraño dada la noche que hemos pasado —sonrió Iharath—. Por cierto. ¿Cómo sabíais que ese cazavampiros nos perseguía? —les preguntó a Lénisu y Spaw con curiosidad.
—Pura intuición —contestó simplemente Lénisu—. Vimos vuestras huellas cerca de un enorme agujero y seguimos vuestro rastro y el de ese hombre.
—Por un momento realmente creí que iba a abalanzarse sobre nosotros —comentó Spaw. Sonrió y alzó una mano para arrancar una hoja de botrillo—. Bueno. Tenemos todos un aspecto lamentable y sé que estamos todos cansados, pero propongo que nos movamos y que nos alejemos de ese cazador. Quién sabe si no volverá esta noche a hurtadillas a asesinarnos mientras dormimos. —Ante las caras que pusimos Aryes, Iharath y yo, su sonrisa se ensanchó—. Oh, ¡venga! Es una posibilidad.
No pude más que coincidir con él. Lénisu me cogió afectuosamente de los hombros.
—Alegrémonos de que estamos todos vivos. Debo admitir, sobrina, que jamás ningún guardia ha debido de tener un servicio tan breve como el tuyo. Y, por lo demás, no sé si alguna vez ha ocurrido que una Sombría dure tan poco tiempo en la cofradía… —Le devolví una mirada afligida; rió y añadió teatralmente con tono orgulloso—: ¡No hay nadie como una Háreldin para conseguir una proeza así!
Tragué saliva.
—Tal y como están las cosas, tío Lénisu, me alegra que te lo tomes todo tan bien…
—Mm. —Retomando su seriedad, Lénisu se apartó de mí y apuntó—: Me lo tomo como debe tomarse cualquier error en la vida. Y este podría haber tenido unas consecuencias mucho peores de haber podido Ew Skalpaï cumplir su… tarea. En cualquier caso, antes de que hablemos de cómo vamos a arreglar el problema, bajemos esta montaña, encontremos un arroyo y… —paseó una mirada por todos nosotros antes de añadir—: quitémonos todo este barro.
Mientras los demás asentían y reanudaban la bajada por la vertiente, miré a Lénisu con los ojos entornados.
—Déjame adivinarlo, ¿tienes un plan? —pregunté al fin.
Mi tío hizo una mueca cómica.
—Yo siempre tengo algún plan, querida —sonrió, y frunció rápidamente el ceño—. Por cierto, ¿aún tienes esa carta de Márevor Helith de la que me has hablado? Me gustaría leerla. La historia del Kyuhs… En fin. A veces se diría que para ese nakrús sólo existen él y su querido Ribok.
Esbocé una sonrisa, burlona, y saqué un trozo de papel embarrado de un bolsillo de mi túnica. Al ver la expresión de mi tío, apunté:
—Es papel de lamitril. La letra sigue siendo legible.
—Mm. —Mi tío la cogió, le echó un vistazo y asintió para sí—. Me la leeré.
Se puso a seguir a los demás en la bajada y lo seguí, mordiéndome el labio, meditativa. El sol empezaba a secar el barro de mi ropa y este se desmigajaba poco a poco.
—La verdad, tengo curiosidad por saber en qué consiste tu plan —carraspeé tras un silencio—. Porque a mí, personalmente, ya se me han ocurrido dos ideas: o salgo de Ajensoldra, o bien intento volver a Ató para convencer a todo el mundo de que soy un duende de ojos rojos inofensivo.
Mi tío sonrió.
—Ciertamente, existen muchas posibilidades. Pero confía en mí, todo puede arreglarse. O al menos eso creo —añadió. Me dedicó una leve sonrisa y, sin más palabras, se adelantó para ir a abrir la marcha. Meneé la cabeza.
“A saber qué idea se le habrá ocurrido esta vez”, suspiré.
Syu se encogió de hombros, tan curioso como yo; en cambio, Frundis, ajeno a todo, trasteaba con sus instrumentos y parecía estar retocando trozos de su magnífica armonía del hierro. Al de un rato, el bastón percibió mi diversión y masculló.
“No soy perfeccionista, simplemente mejoro algunos detalles”, se justificó.
Syu y yo intercambiamos una ojeada y sonreímos anchamente.