Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

8 Brisa asesina

Al día siguiente, Aryes no había mejorado especialmente y acabé dándome cuenta de que, aunque al hablar conmigo recobraba cierta lucidez, tras una larga conversación recaía siempre en una crisis apática que le duraba horas. La Cripta estaba ya a oscuras pese al cielo azul cuando dejé el cuarto, cansada de permanecer sentada y sin hacer nada. Como no había nadie en casa, salí afuera, preguntándome dónde se habían metido los demás. Un remolino de aire me azotó enseguida el cabello y despejé mis ojos con un ademán antes de echar un vistazo general hacia la Cripta de los Colibríes. Extrañamente, aquel lugar me recordaba a la caverna solitaria y tranquila donde había crecido Kyisse en los Subterráneos. Sin embargo, era más ameno y familiar para mí: el sol, aunque oculto la mayor parte del tiempo, llegaba a iluminar la hierba verde y los frutales durante dos o tres horas al día. Revoloteando junto a unos arbustos que crecían entre la roca de las paredes, pequeños pájaros coloridos formaban un verdadero coro armonioso que le tenía entusiasmado a Frundis desde que habíamos llegado. Aquella mañana, le había dicho al bastón que a lo mejor mezclando trinos con balidos podría llegar a realizar una proeza musical. Sin embargo, él me había contestado con tono terminante que aún estaba demasiado ocupado finalizando su composición La música del hierro y que no veía cómo introducir a los colibríes en ella sin estropearla del todo. Estaba inquieto, como solía cuando se quedaba atascado por algunas notas; le dedicaba tanta pasión a su nueva sinfonía que yo ni siquiera me había atrevido a sacarlo de casa.

Sonriente, busqué a los demás con la mirada y no tardé en encontrarlos. Al otro lado del prado, Nawmiria y Sib recolectaban frambuesas con movimientos lentos, como si pretendiesen pasarse toda la tarde rellenando sus cestos. Subidos cada uno a un cerezo, Galgarrios e Iharath participaban de la recolecta con un saco de cuero medio lleno en bandolera; sin lugar a dudas, el caito estaba ya enteramente repuesto de la herida en la pierna. Los saludé desde lejos y giré la cabeza al oír un sonido parecido al de una flauta. Sentados en unas rocas, contra una de las paredes del abismo, estaban Wujiri y Kyisse, él con una un trozo de madera en la mano, ella con una flauta en los labios. Por lo visto, Wujiri le había fabricado el instrumento, observé, intrigada.

“El elfo lleva toda la tarde haciendo agujeros en ese trozo de madera”, confirmó el mono, saliendo de pronto de un arbusto a mi izquierda. Trepó hasta mi hombro y ladeó la cabeza. “¿Qué tal va Aryes?”

“Durmiendo”, me limité a decir.

“¿Y qué tal va Frundis?”, inquirió Syu mientras atrapaba un mechón de mi cabello y se ponía a trenzarlo.

Esbocé una sonrisa burlona y contesté:

“Componiendo.”

Vi a Kyisse hacerme gestos de lejos y me acerqué.

—Wujiri me está enseñando a tocar la flauta —explicó, muy animada—. ¿Quieres oír?

Tanto Wujiri como yo sonreímos anchamente al verla tan entusiasmada.

—Por supuesto —afirmé, sentándome junto a ellos.

Pronto mi sonrisa se quedó fijada en una mueca sobrecogida cuando empezó a tocar. La melodía era un verdadero desastre discordante. Desde luego, se le daba mejor la música armónica. Tras oír un sonido chirriante, resoplé mentalmente y Syu, a punto ya de salir huyendo de esa tortura musical, cerró un ojo con aire sufrido e invocó el nombre de Frundis. Al fin, Wujiri intervino, quitándole casi la flauta de las manos a la niña.

—¡Pequeña! —dijo, tratando de hablar con suavidad sin conseguirlo. Carraspeó ante la mirada interrogante y algo herida de Kyisse—. No hace falta soplar tanto, ¿sabes?

La cara que hizo Kyisse me hizo tanta gracia que me eché a reír. Pronto los dejé con su lección de música y me dispuse a dar una vuelta por la cripta. No vi a Aüro y a Ga por ningún sitio, ni tampoco a Drakvian, y supuse que habrían salido por aquel pasadizo del que había hablado la vampira la víspera. Observé cómo Syu se paseaba alegremente de manzano en manzano examinando cada fruta con aire afable. Me pasé un rato buscando a Borrasca entre los pedruscos de las paredes, convencida de que el pañuelo debía de haberse quedado colgando en alguna roca, árbol o arbusto. Sin duda a Aryes le habría animado saber que no había perdido su querida mágara. Sin embargo, di toda la vuelta a la cripta sin resultados. Estaba volviendo a bajar de una roca de dos metros de altura cubierta de musgo cuando vi a Iharath acercarse con expresión curiosa.

—¿Andas buscando la salida?

Negué con la cabeza. Esa ya la había encontrado, camuflada entre matorrales y espesa hiedra.

—Busco el pañuelo azul que perdió Aryes al caer del abismo —expliqué—. Pero por el momento no he visto nada. Y es una lástima, porque esa mágara era muy especial para él.

El semi-elfo hizo una mueca.

—Márevor Helith solía decir que las mágaras no son eternas.

Traté de reprimir una sonrisa, sin conseguirlo.

—Y yo soy la primera en habérselo demostrado, supongo —solté.

—¿Te refieres al shuamir? —Iharath lanzó una mirada hacia el cielo, divertido—. Bueno, ahí debo admitir que el maestro Helith no esperaba que perdieses su collar con… ese estilo. —Ambos carraspeamos—. Bueno, a propósito, quería saber si te apetecía empezar a aprender a manejar las Trillizas. Ya que aún no las has perdido —apuntó con una ceja enarcada.

Lo miré, sorprendida.

—¿Ahora?

—Sí. ¿Tienes algo mejor que hacer? En realidad, la lección tampoco será muy dura, dado que ya tienes bastantes nociones sobre mágaras, ¿verdad?

Hice una mueca, poco convencida.

—Tenía nociones —lo corregí—. Pero así como dicen que los ternians comparten la sangre de los dragones, me temo que no tengo tanta memoria como ellos.

Iharath sonrió un instante pero su rostro se hizo de pronto más serio.

—Por cierto, Shaedra, hay algo que debiera comentarte.

Su tono me alarmó ligeramente.

—¿De qué se trata?

—Bueno. No sé si habrás notado que en esta Cripta hay mucha densidad de energías. —Asentí, extrañada—. Es una mezcla de energía bréjica con energía órica, básicamente. Sib dice que se forman curiosos remolinos de viento en la cripta, pero al parecer se producen otros fenómenos… —Vaciló antes de continuar—: Sib piensa que este no es el mejor lugar para un apático. Antes no podían sacar a Aryes de aquí y dejarlo solo o en manos de las tribus orcas que pueblan la zona… pero ahora tanto Sib como Nawmiria piensan que cuanto antes lo saquemos de aquí, antes se restablecerá.

Lo miré con aire escéptico.

—Eso… ¿no será una delicada manera de decirnos que no somos bienvenidos…?

—No —me interrumpió el semi-elfo poniendo los ojos en blanco—. Eso mismo le soltó Drakvian cuando nos lo dijo. Sib y Nawmiria aseguran estar encantados de tener a tanta gente en su casa. —Hizo una mueca cómica—. Aunque supongo que si nos quedásemos mucho más tiempo empezarían a hartarse, por supuesto, sobre todo porque acabaríamos con sus provisiones, sus cebollas y… —echó una ojeada a Syu, tranquilamente sentado sobre mi hombro, y añadió—: sus manzanas.

Me quedé pensativa.

—Entonces yo estoy dispuesta a salir mañana mismo. Wujiri y Galgarrios regresarán a Ató. No es justo que anden vagabundeando por las montañas con nosotros —razoné—. Y… Aryes se repondrá.

Iharath me cogió de los hombros con un ligero abrazo tranquilizador.

—Claro que sí. ¿Y Kyisse?

Me mordí el labio, nerviosa.

—Kyisse está… en casa, ahora.

—Así que tienes pensado dejarla sola, con sus abuelos —concluyó Iharath.

Sus palabras me dejaron perpleja.

—Ella tiene sangre de nixe y… es normal que esté con sus abuelos. No soy quien para decidir su futuro —repliqué simplemente.

Iharath sonrió.

—Tampoco pueden decidirlo Sib y Nawmiria. En cualquier caso, te puedo asegurar que vivir una infancia solitaria es un duro castigo. Te lo digo por experiencia. Una sombra, de por sí, sabe lo que significa crecer sola —afirmó con sinceridad.

Inspiré, recordando entonces con quién estaba hablando.

—Lo sé. Pero estoy convencida de que Sib y Nawmiria harán todo lo posible para que viva feliz. No quiero que vuelva a Ató para que la manden al castillo de Klanez. Y no puede venir con nosotros porque… entre lo de los cazademonios y lo de Jaixel, sería un disparate.

Iharath asintió.

—Tienes razón. Propongo que nos instalemos en la pequeña pradera, delante de la casa. ¿Llevas las Trillizas? —Asentí y nos pusimos a andar entre los arbustos, en silencio. Era cierto que la energía de aquella cripta era algo intrusiva y casi palpable, pero ¿realmente era posible que estuviese ralentizando la curación de Aryes? Quién sabe. Cuando nos sentamos en la hierba, observé que Kyisse había dejado su lección de flauta y que correteaba entre los arbustos jugando al escondite con Galgarrios y Nawmiria. Sonreí y deseé por un momento unirme a ellos. Sin embargo, la curiosidad por aprender algo más sobre las Trillizas prevaleció. Saqué las tres bolas de colores y levanté una mirada interrogante hacia Iharath.

—Bueno. ¿Cómo se activan?

Iharath les echó un vistazo antes de recogerse el pelo de fuego tras la espalda mientras decía con tono de profesor:

—Primero, tienes que entender su trazado. Es un trazado bastante complejo. Y cuando se activen, tienes que sujetarlas bien, porque se ponen a vibrar de tal forma que se te pueden caer y generalmente si la situación es crítica podría resultarte fatal.

—No empecemos a ser pesimistas hablando de situaciones críticas —repuse sabiamente antes de adoptar una mueca concentrada y curiosa—. ¿Qué tipo de trazado utilizan? Intenté diez mil veces comprenderlo, pero me fue totalmente imposible conseguir nada.

Él sonrió anchamente.

—Es que esa es la parte más complicada. No sería una mágara del maestro Helith si el trazado no fuese complejo.

Se puso a continuación a hablarme de energías y trazados y, al de una hora, cuando entendí las bases, traté de activar las Trillizas. El primer intento me salió bastante regular: logré activarlas pero no focalizar mi sortilegio de armonía de luz a través de ellas, de modo que tan sólo se pusieron a vibrar sin dar resultado alguno. Al de varios intentos, acabé sabiendo activarlas en tan sólo unos segundos y al enésimo intento conseguí soltar un resplandor armónico que se deshilachó casi tan pronto como había venido pero que me dejó totalmente deslumbrada.

—Vaya. ¡Lo has conseguido! —me felicitó Iharath.

Con la súbita luz me acababa de percatar de que el cielo estaba ya oscureciéndose.

—Creo que ya está bien por hoy —resoplé, animada—. Ya he gastado bastante mi tallo energético.

Iharath asintió vivamente y se levantó.

—Con un poco más de práctica, sabrás manejarlas más o menos correctamente. El mayor riesgo, de todas formas, es que no focalices bien la energía y que todo tu sortilegio se deshaga. Es particularmente difícil controlar un sortilegio con una mágara de por medio…

Calló repentinamente, fijando los ojos en un objeto a mis espaldas. Seguí la dirección de su mirada y me enderecé, alarmada.

—¿Qué…?

Mi voz murió en mi garganta cuando alcancé a ver las dos formas oscuras que se aproximaban corriendo a toda prisa. Algo me dijo que salían del pasaje que llevaba a los Túneles Blancos, ya que el túnel que subía hasta los Extradios estaba del otro lado de la Cripta.

“Todo no va bien”, comentó Syu, con sus habituales intuiciones adivinas.

—¡Shaedra! —exclamó Ga en tajal.

Con aprensión, la vi llegar hasta mí.

—Shaedra —repitió la sainal. Tenía los ojos casi totalmente oscurecidos por la urgencia—. Tres saijits… Están subiendo el pasadizo, desde los Túneles Blancos y uno de ellos es el que te amenazó con su arma en la torre. Ha sido un milagro que no nos hayan visto. Van a llegar en cualquier momento. Tienes que marcharte de aquí.

Abrí la boca y la volví a cerrar sin que ningún sonido saliera de ella. Entonces, me entró el pánico.

“¡Es… Ew Skalpaï, Syu!”

“Pues no te quedes como un árbol ahí parada y salgamos de aquí”, sugirió el mono gawalt con apremio.

Iharath me cogió del brazo para sacudirme.

—¡Shaedra! ¿Qué demonios ocurre?

Tomé una inspiración para serenarme un poco.

—Parece ser que Ew Skalpaï nos ha encontrado —expliqué con tono monocorde.

Volví a ver con nitidez los ojos chispeantes del cazavampiros, llenos de una fría razón que lo había conducido durante su vida a querer matar a cuantos «monstruos» encontrase por su camino. Maldito…

Al fin, reaccioné y salí corriendo hacia la casa de los Klanez como una endemoniada. Syu tuvo que agarrarse a mi cuello para no caerse.

“¿Pero qué haces? ¡La salida, Shaedra! ¡Está por ahí!”, rezongó.

“Antes debo avisar a los demás, Syu.”

Pasé el umbral a la velocidad del rayo y llegué al comedor con el corazón desbocado. Estaban preparándose para la cena y vi los rostros de todos girarse hacia mí, sorprendidos.

—¿Shaedra…? —soltó Wujiri, alarmado. Como en un sueño, me fijé en que estaba deshuesando las cerezas y tenía las manos llenas de jugo.

—Ew Skalpaï está aquí —solté, lacónica—. Vosotros quedaos en la cripta. A vosotros no os están buscando. Pero yo me voy de inmediato.

—Y yo —jadeó Iharath, a mis espaldas—. Ahora mismo.

La noticia los había dejado a todos pasmados, o al menos a casi todos. Curiosamente, Nawmiria no parecía muy impresionada.

—No os preocupéis —intervino—. Ocultaré la casa. Nadie os verá, darán una vuelta por el abismo y con un poco de suerte encontrarán la salida hacia la Superficie y continuarán su camino sin sospechar nada…

No esperé a que terminase: en aquel momento, sus palabras carecían de sentido para mí. Me precipité hasta el cuarto de Aryes y entré. El kadaelfo estaba sentado sobre el jergón y parpadeó ante la luz del candelabro del pasillo.

—¿Ew Skalpaï? —pronunció—. Así que ese maldito ha conseguido seguiros.

Por lo visto, lo había oído todo.

—Dicen que es un rastreador de primera —suspiré mientras agarraba a Frundis.

Aryes se levantó y observó mi agitación con aire inquieto.

—Bueno… —dijo—. Entonces, será mejor que nos marchemos cuanto antes.

Debió de percibir la duda en mi expresión; sin embargo, esbozó una sonrisa.

—Tal vez pueda tener todavía alguna crisis apática —admitió—, pero no te preocupes, ya no estoy tan cansado y, aunque diga tonterías de cuando en cuando, sigo corriendo igual de rápido.

Y además, según Sib, no le venía bien quedarse en la Cripta, completé para mis adentros.

—No es razonable —dije sin embargo.

—No… Tal vez no —reconoció él—. Pero te prometo que si me quedo será simplemente para servirle alguna pócima envenenada a ese asesino.

Puse los ojos en blanco.

—Está bien —acepté sin pensármelo más—. Pero démonos prisas.

—Es inútil darse prisas —intervino una voz discordante en el pasillo. Me giré de golpe hacia Drakvian. Un hilillo de sangre le recorría aún los colmillos—. Los acabo de ver —declaró—. Se dirigían hacia la casa. En menos de dos minutos estarán aquí.

Agrandé los ojos y miré alternadamente a Aryes, Iharath y Drakvian con aire desazonado.

—Venid —nos pidió Sib.

Entró con andar presto en el cuarto del fondo, destinado a las provisiones, y abrió la ventana mientras nos apresurábamos todos a seguirlo.

—Salid y escondeos detrás de esas rocas —nos dijo—. Los retendremos todo lo posible para que tengáis tiempo de huir. Nadie verá a Yarim.

Sin una palabra, Drakvian dio un salto y salió por la ventana, seguida rápidamente por Iharath.

—Shaedra —murmuró Galgarrios. Su rostro estaba descompuesto ante la súbita emergencia de la situación.

Le dediqué una débil sonrisa franca.

—Vuelve a Ató, amigo —le dije con rapidez—. Trata… de no hablar demasiado de mí a nadie, ¿eh? —Le eché una ojeada elocuente a Wujiri, quien se contentó con hacerme un gesto apremiante con la barbilla. No iba a delatarme, entendí con alivio—. Cuidaos todos y gracias por todo —me contenté con añadir. Puse un pie sobre el borde de la ventana e iba a saltar cuando Kyisse sollozó:

—Shaeta…

En el mismo instante, se oyó una voz en la puerta de entrada. No entendí lo que decía, pero me imaginé sin dificultad que era Ew Skalpaï. Sólo podía ser él. Giré la cabeza hacia la pequeña con el corazón helado. Los ojos dorados de Kyisse se habían llenado de lágrimas.

—No te preocupes, nadie la verá —aseguró Sib por lo bajo.

Me llevé la mano al pecho en un gesto de eterno cariño antes de alejarme prestamente en la oscuridad del crepúsculo. Me prometí que, pasase lo que pasase, volvería a verla un día.

Alcancé la pared de la cripta y me reuní con Aryes, Drakvian e Iharath. El kadaelfo parecía estar en uno de sus momentos de lucidez pero… ¿qué pasaría si de pronto se ponía a gritar el nombre de Borrasca? Tragué saliva con dificultad al imaginarme la escena. Sin embargo, de momento era mejor permanecer ocultos entre las rocas y no moverse demasiado, de modo que me senté junto a ellos en silencio y nos envolví a todos en una esfera armónica bastante eficaz incluso para quien hubiese estado a escasos metros de nosotros.

—¿Y Ga? —inquirí por lo bajo.

—La he visto correr hacia el túnel con Aüro —susurró Drakvian, con una voz prácticamente inaudible.

Aun desde donde estábamos, se oían voces apagadas que provenían de la casa. En ningún momento pareció salir nadie y supuse que entre los Klanez y Wujiri habían tenido que convencer a Ew Skalpaï y sus compañeros de que la demonio no se encontraba en la Cripta.

“Debería haberles pedido que les dijesen que me había caído en un pozo infernal”, deploré. “Así habrían dejado de buscarme.”

Syu no paraba de trenzarme y destrenzarme el mismo mechón.

“No entiendo por qué es tan persistente ese Ew”, masculló. “Ningún gawalt es tan cabezota.”

“Es que Ew Skalpaï dista mucho de ser un gawalt, Syu”, suspiré.

En un tácito acuerdo, decidimos bordear la pared hasta la entrada del túnel que subía hacia los Extradios. La oscuridad era ya casi total y, aunque adivinaba que a ninguno le apetecía moverse por miedo a meter ruido, salimos de nuestro escondite rodeados por mi sortilegio. Iharath me sugirió en un murmullo que utilizase las Trillizas para ampliar las sombras, pero me negué en rotundo: bien sabía que aún no tenía la suficiente práctica como para hacer experimentos en un momento tan crítico. Aryes aprobó mi prudencia y llegamos al comienzo del túnel sin que nos hubiese interpelado ninguna voz atronadora.

Sin atrevernos a hablar más de la cuenta, nos adentramos por el angosto túnel que nos llevaría, según Drakvian, hacia una montaña situada al norte del macizo, no muy lejos del lugar donde ella misma había estado viviendo con su antiguo clan de vampiros. No pudo evitar dedicarnos una sonrisa lóbrega al mencionarlo, aunque aseguró que en su incursión de aquella tarde no había visto ni rastro de sus antiguos compañeros. El túnel resultó ser bastante largo y durante la ascensión habría estado dándole vueltas inútilmente a lo sucedido si Frundis no hubiese declarado, exultante, que su obra maestra estaba al fin lista para ser estrenada. Me pregunté si se había enterado de algo de lo ocupado que había estado dándole los últimos toques a su épica composición.

“Me temo que tu público está algo desconcentrado”, le confesé.

“¡Bah! La armonía del hierro te reconcentrará”, afirmó, muy seguro.

Enarqué una ceja.

“¿La armonía del hierro? Creía que la habías llamado La música del hierro.”

Percibí claramente el resoplido del bastón.

“Ese era un título provisional”, replicó. “Bueno, ¿queréis escucharla o no?”, se impacientó.

Pese a saber que un humano se encontraba a escasos metros de mí con intenciones de matarme, no pude evitar sonreír. Syu y yo lo alentamos, medio curiosos medio burlones, hasta que Frundis se decidiese a iniciar la función. La verdad era que, vista su fuente de inspiración, me había esperado a que saliese una obra tétrica y horrible, como una lluvia de barrotes metálicos, pero me equivocaba. Aquella era una obra maestra comparable a la de rocarreina y consiguió emocionarnos tanto a Syu como a mí. En un momento, percibí un ligero coro de balidos e hice un tremendo esfuerzo para no echarme a reír y no interrumpir su bella composición. Cuando acabó, el mono y yo lo alabamos largo rato.

“Veo que al final has conseguido meter tus famosos balidos en una obra maestra”, observé, muy divertida.

“Sí”, reconoció el bastón con modestia. “Me dije que el sonido era apropiado en ese instante, justo después del segundo movimiento. Fue una idea repentina y me salió bastante bien, la verdad, aunque así no parece pero me pasé un día entero con ese trozo…”

Siguió hablando por los codos sobre cómo había conseguido tamaña proeza y, reprimiendo la risa, le rasqué el pétalo azul, pensando que, así como cuando componía estaba más bien callado, cuando acababa una de sus composiciones maestras no había quien lo parase. No tardamos mucho más en salir del túnel. Desembocamos en una pequeña gruta cuya entrada estaba cubierta de plantas ramificadas. En cuanto nuestros pasos fueron iluminados tenuemente por la Luna, Iharath deshizo el sortilegio de luz.

—Bueno —murmuró—. Y ahora, ¿adónde vamos?

—¿Subimos el monte? —propuso Drakvian—. Si lo bajásemos, acabaríamos en la Insarida. No es muy recomendable. A menos que nos dirijamos más al oeste.

Iharath sacudió la cabeza.

—Me refería a… bueno, a lo que se supone que tenemos que hacer. Shaedra no puede volver a una zona poblada por saijits. Y no tenemos ni idea de adónde se han marchado Ga y Aüro… seguramente han debido de encontrarse algún refugio. Así que supongo que lo de la spiartea queda descartado. De modo que… ¿qué hacemos?

Sus palabras nos sumieron en un breve silencio pensativo y me dejaron particularmente afectada. La idea de no poder volver a vivir con los saijits era todavía más terrible cuando la oía así, pronunciada en voz alta.

Iba a contestar al fin que de momento lo más urgente era alejarse de aquel lugar cuando vi un enorme bulto negro surgir de entre los árboles.

—Diablos, menudo susto —jadeó Iharath.

Ishrsisk —pronunció Ga. Sus dos ojos lechosos brillaron en la oscuridad. «Olvídala», decía.

—¿Que olvide el qué? —pregunté en tajal, desconcertada.

—La spiartea de sol —explicó Ga—. Y tu promesa.

Se giró hacia un lugar sumido entre las sombras y adiviné que Aüro no debía de andar muy lejos.

—Tenías razón —me dijo, sacando la lengua azul—. Un sueño siempre seguirá siendo un sueño y no será nunca tan bonito como la realidad. Es bueno no sentirse sola —confesó, echando una ojeada hacia las sombras… y hacia Aüro, entendí—. Aunque tal vez te parezca ridículo…

No pude retener una carcajada de alegría. Iharath y Drakvian nos miraban alternadamente, intrigados.

—Tienes toda la razón, Ga —aprobé—. Y no sabes cuánto me alegro de que te des cuenta de ello.

Los ojos blancos de Ga brillaron más intensamente. Inclinó la cabeza y me lamió la cara amistosamente con su enorme lengua azul y rasposa. Se giró hacia Iharath y me carcajeé cuando el semi-elfo se pasó una mano por el rostro, asqueado. Drakvian dio un bote hacia atrás, enseñando los colmillos.

—No, Ga, no es necesario. Ya sé que me echarás de menos y yo te echaré de menos a ti. Dejémoslo así —aseguró, nerviosa.

Cuando Ga le dio las gracias a Aryes, este estuvo a punto de perder el equilibrio. Entonces, la sainal dio unos pasos hacia atrás, desapareció entre la oscuridad y se despidió con esas palabras:

—Suerte a todos vosotros y que las sombras os protejan.

—Suerte a ti también, Ga —contesté. Oí un susurro de hojas y dos sombras se perdieron en la noche.

—El sol da demasiadas vueltas…

Me giré hacia Aryes con el corazón en un puño. El kadaelfo había levantado la cabeza hacia el cielo, melancólico. La luz trémula de la Luna vagabundeaba en sus ojos azules. Iharath y Drakvian se miraron el uno al otro y suspiraron a la vez.

—Alejémonos de aquí —declaró la vampira—. Y, mientras tanto, nos cuentas qué te ha dicho la sainal.

Tomé el brazo de Aryes con dulzura y comenzamos a subir la montaña boscosa con sigilo. La Luna, detrás de la copa de los árboles, iluminaba silenciosamente nuestro camino.