Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas
Los túneles que recorrían la zona debajo de la Torre de Shéthil eran muy diferentes a los que había recorrido antes de llegar a Meykadria. Más anchos, estaban poblados de plantas, setas y arbustos subterráneos. Deseando alejarnos de la torre, habíamos salido de la caverna de kérejats casi enseguida y nos pusimos en marcha a pesar de nuestro cansancio. Los espaciosos túneles por los que nos hizo pasar la sainal eran una verdadera jungla. Y, mientras avanzaba con dificultad, anhelé que los guardias de Ató no descubriesen la trampilla disimulada: estaba segura de que a Ew Skalpai no le hubiera costado seguir nuestro rastro.
Llevábamos dos horas andando cuando entramos en una especie de caverna alargada cruzada de lado a lado por un río subterráneo. Salvo la orilla, que estaba cubierta de arena, todo era vegetación. Unas plantas azuladas salían de la pared formando un amplio círculo que iluminaba tenuemente los alrededores. Al llegar junto al río, distinguí huellas de pequeñas pezuñas en la arena. Al menos no nos faltaría comida.
Iharath deshizo su luz invocada con un resoplido exhausto.
—Siento que me voy a volver apático de tanto utilizar el tallo energético —se quejó.
Drakvian se dejó caer sobre la arena con un gruñido cansado.
—Yo tampoco puedo más. Ni aunque me pasase una liebre por delante de las narices iría a buscarla.
Si la vampira estaba cansada, yo estaba reventada. Me senté junto a ella, ayudando a Galgarrios a imitarme: el caito estaba aún algo ido y me daba la impresión de que apenas se enteraba de lo que pasaba a su alrededor. En cuanto a Wujiri, seguía inconsciente; Ga lo acababa de posar en la arena antes de encaminarse hacia la orilla. Su gran cuerpo se difuminaba entre las sombras que la envolvían. La vi inclinarse y beber agua a grandes sorbos con su ancha boca.
Desvié la mirada de Ga, meditativa. Aún no acababa de hacerme a la idea de que un sainal, o más bien una sainal, nos estuviese acompañando por estos túneles húmedos y laberínticos que llevaban los dioses sabían adónde. Al fin y al cabo, para cualquier saijit, se asimilaba a viajar con un engendro infernal destructor y abominable. Como lo eran los demonios. Así debía de haberme considerado Ew Skalpaï en la torre, pensé, estremeciéndome al recordar sus ojos fríos y despiadados. Desde luego, esta vez sí que la había liado… “Nunca reveles a nadie lo que no quieres que nadie sepa”. Suspiré. Ese era el consejo que me había dado Lénisu apenas un mes atrás. Y yo me presentaba delante de mi patrulla y el capitán de Ató transformada en demonio. Era casi un milagro que hubiese salido con vida.
Volví a mirar a la sainal, quien en ese momento se había metido en el río hasta la cintura y se aseaba con movimientos tranquilos, envuelta en sus eternas sombras. Francamente, no me acababa de convencer el trato que había cerrado. Aún no me había dado ni tiempo a pedirle que me explicase en qué podríamos ayudarla ni por qué deseaba con tanto anhelo una spiartea de sol. Lo único que sabía era que se trataba de una flor muy hermosa que tenía «propiedades mágicas». Yo sospechaba que, si hubiese sido sencillo hacerse con una de esas flores, ella ya lo habría hecho. Por desgracia, no me cabía duda de que sin Ga no conseguiríamos encontrar a Kyisse. Al menos se suponía que la pequeña estaba viva, me repetí para animarme. Pero no lograba tranquilizarme del todo.
Posé a Frundis sobre la arena y dejé de oír sus susurros de hojas mezclados con notas de guitarra. La caverna estaba silenciosa y sólo se percibía el murmullo del agua que corría. Me tumbé y vi a Syu acurrucarse junto a mí, bostezando abiertamente. Pasando una mano afectuosa sobre su cabeza, sonreí.
“Menudo día, ¿verdad?”, le comenté.
Resopló y paseó una mirada a su alrededor.
“No me gusta esto”, admitió. “La última vez que acabamos tan bajo tierra, no salimos en meses.”
Me mordí el labio.
“Esta vez saldremos antes… bueno, en cuanto hayamos encontrado a Kyisse”, le prometí.
Al mono gawalt no pareció reconfortarle mi respuesta pero, de pronto, se alejó declarando: “Voy a ir a explorar la zona… no me iré muy lejos”, me aseguró. Y con una mueca, añadió: “Este lugar es una hervidero de vida.”
Lo vi desaparecer tras unas enormes hojas rojas antes de que se me cerrasen los párpados. Tenía la impresión de haber estado saltando y corriendo durante un día entero sin parar. La conversación de Iharath y Drakvian me llegaba a los oídos entre cuchicheos y suspiros. Estaban hablando de Ga, adiviné.
—Oye, Shaedra, una pregunta —dijo de pronto Drakvian—. ¿Crees que la sainal nos entiende cuando hablamos en abrianés?
Abrí los ojos y asentí.
—Desde luego que nos entiende. Lo que pasa es que le cuesta reproducir los sonidos del abrianés. Por eso habla en tajal. Aunque me da a mí que esa tampoco es su lengua preferida. Los sainals deben de tener otro idioma —concluí.
Ga asintió desde la orilla pero no respondió, ocupada a asearse. Me volví de nuevo hacia la vampira e Iharath. Parecían pensativos.
—Por cierto —añadí—, gracias por todo lo que habéis hecho. No esperaba que aparecieseis… y menos con las Trillizas —admití—. Ahora me doy cuenta del poder de esas mágaras. Esas bolas de fuego eran increíbles.
Drakvian enseñó claramente sus colmillos.
—Admito que yo misma me he quedado impresionada —confesó, y se giró hacia el semi-elfo—. A propósito, Iharath, deberías devolverle las Trillizas. Son suyas.
Él asintió, rebuscó en uno de sus bolsillos, las sacó y me las tendió, pero yo negué con la cabeza.
—Deberías guardarlas tú —dije—. Al fin y al cabo, yo no sé utilizarlas.
El semi-elfo puso los ojos en blanco.
—Ya te enseñaré, tampoco es tan difícil. Cógelas —insistió.
Me encogí de hombros y recogí las tres bolas coloreadas. Las guardé con cuidado en un bolsillo interior de mi túnica de guardia y solté, curiosa:
—Por cierto, aún no me habéis enseñado el pergamino que me dejó Márevor. ¿Qué decía? ¿Y cuál es esa cuarta tarea que os encomendó?
Ambos intercambiaron una mirada rápida.
—Bueno… —empezó Drakvian, vacilante—. La carta… Espera. ¿Él sabe que tú…? —inquirió de pronto, señalando vagamente a Galgarrios, sin acabar su frase.
Me encogí de hombros, adivinando lo que quería decir.
—No, pero visto que ya sabe que soy un demonio no creo que le choque mucho más oír hablar de Jaixel —supuse. Galgarrios no nos miraba. Parecía como mareado y, pese a lo que dijera Ga, no dejaba de preocuparme su estado. Me enderecé, intrigada—. ¿Así que Márevor Helith habla de Jaixel en su carta?
Vi la cabeza de la sainal levantarse de golpe y mirarnos con curiosidad. No parecía ser la primera vez que oía hablar de Jaixel, medité, con una ceja enarcada.
—Así es —respondió Iharath con calma—. El maestro Helith se ha marchado a ver a Jaixel. Queda confirmado. Quiere intentar hacerlo entrar en razón de una vez por todas.
A pesar de su serenidad, noté como un ligero titubeo. Sacudí la cabeza, pensativa.
—Bueno, que Márevor intente hacer entrar en razón un lich no me sorprende —admití—. ¿Qué más decía la carta? ¿Puedo verla?
Drakvian hizo una mueca y carraspeó, molesta.
—Por poder…
Fruncí el ceño ante sus reacciones, sorprendida. Drakvian enrollaba uno de sus rizos verdes mientras que Iharath jugueteaba con la arena, silencioso.
—¿Qué ocurre? —pregunté, alarmada—. ¿Habéis perdido la carta?
El semi-elfo se pasó una mano por el rostro antes de contestar con serenidad:
—No. Básicamente, en la carta, te pide que seas prudente y que no pierdas las Trillizas.
Los contemplé, sin saber qué decir, con una idea turbadora en mente. Que el maestro Helith me dijese que no perdiese las Trillizas era comprensible. Pero no veía al nakrús pedirme que fuera prudente.
—Mirad —intervino Drakvian con súbita precipitación—, ¿qué os parece si descansamos un rato antes de seguir con esta conversación, eh? Las cosas hay que verlas con tranquilidad y bien reposado —insistió.
Les dediqué una mueca impaciente ante tantas evasivas.
—¿Puedo verla? —repetí.
La vampira suspiró, como contrariada. Iba a contestar cuando un súbito ruido sordo contra la arena nos sobresaltó: era Galgarrios, quien acababa de desplomarse, dormido. Dioses, pensé, preocupada, pasando una mano por su mejilla para apartar un mechón rubio. Esperaba que pronto eliminase todas las toxinas de Ga.
—Deberíamos seguir el ejemplo de tu amigo —carraspeó la vampira.
—Dásela, Drakvian —replicó Iharath suspirando—. Tal vez así duerma más tranquila, quién sabe.
Ella resopló, como dubitativa, pero enseguida rebuscó en uno de sus bolsillos. Sacó la caja y me la tendió como de mala gana.
—Toma.
Escrutando sus rostros con curiosidad, cogí la caja. ¿Qué podía querer decirme Márevor Helith que pudiese alterarlos tanto? Abrí la tapa y saqué el pergamino. En realidad tenía varias páginas muy finas. No era papel de botrillo, sino de lamitril, me fijé, impresionada. Ese papel era muy caro y apenas se estropeaba con el agua. Aprensiva, olvidando mi cansancio, desplegué el pergamino y le eché un vistazo. Estaba escrito en abrianés.
Me concentré y devoré las líneas con ojos febriles.
«Shaedra. Cuando leas esta carta yo ya me habré ido a buscar a Ribok al Laberinto de Tafosia para tratar de hacerlo entrar en razón. Fue como un hijo para mí pero sé que no me será fácil convencerlo. Hay muchas cosas de las que jamás te hablé y pienso que ha llegado el momento para explicarte qué fue realmente de tus padres. Tal vez mi explicación sea un poco larga, pero creo que es necesaria, lee atentamente: en ella no hay mentira alguna.»
Suspendí mi lectura y enarqué una ceja, incrédula. ¿De veras había sido capaz Márevor Helith de escribir una carta sin mentiras? Seguí leyendo y la primera frase me dejó lívida.
«Tu madre y tu tío Lénisu son hijos de nigromantes que murieron intentando convertirse en nakrús. Al quedar huérfanos, los recogí. Los salvé de la miseria más completa y los llevé a Dumblor. Los dejé en manos de un hombre que supuestamente era también un eshayrí, aunque fuese Sombrío y Nohistrá. —Derkot Neebensha, entendí con un escalofrío—. Por si aún no lo sabes, los eshayríes simplemente son una Orden creada hace más de cuatrocientos años que lucha contra las malas prácticas nigrománticas. Yo soy un gran mecenas de esa Orden. Sin embargo, por eso mismo me vi obligado a salir de los Subterráneos apenas unos años después. El tutor con el que dejé a mis nuevos protegidos inició a Ayerel como Sombría y eshayrí al mismo tiempo. Con dieciocho años, Ayerel empezó a trabajar con Zueryn y otros aventureros. Lo que hacían, básicamente, era localizar todos los pueblos donde se perpetraban crímenes para prácticas nigrománticas y luego acababan con estas. Un día, desgraciadamente, todo se torció. Ayerel y Zueryn fueron acusados en Dumblor del robo de un collar muy valioso. Tuvieron que salir de Dumblor, mandaron a Murri y a Laygra a la Superficie junto a un viejo amigo y luego se escondieron.»
Levanté la cabeza, con los ojos agrandados, el corazón latiéndome más aprisa. Esa era una historia muy parecida a la que me había contado Murri hacía años. Drakvian e Iharath me vigilaban con el rabillo del ojo, adivinando la confusión y la conmoción que me provocaban todas estas revelaciones. Volví a bajar la mirada hacia el pergamino.
“Cuando tus padres regresaron a Dumblor encubiertos, Lénisu ya había dejado los Subterráneos. Esa noticia afectó mucho a Ayerel. Quiso ir a buscarlo, pero el Nohistrá se lo impidió. Les asignó a ella, a Zueryn y a otra Sombría llamada Setrasia una misión urgente en Neermat para reunir más información sobre los Hullinrots. Sospecho que Ayerel siempre ignoró las verdaderas intenciones del Nohistrá al mandarlos ahí. Ese hombre había acabado por apasionarse por la nigromancia y, con la Orden, le resultaba fácil encontrar lo que deseaba saber. Sin más dilaciones, tus padres y Setrasia partieron hacia Neermat. Ahí fue donde naciste tú, Shaedra, en Neermat, y no en Dumblor. —Reprimí un resoplido, aturdida—. Ignoro qué pasó exactamente durante todo ese tiempo y por qué la estancia se alargó tanto. Resultó que, un día, los Hullinrots se enteraron de que había sido robado un libro único de nigromancia. Y, por supuesto, acusaron a los tres dumbloranos. Detuvieron a Setrasia pero tus padres lograron huir contigo por el Laberinto de Tafosia. Y se toparon con el lich. Recuerdo que, cuando Ayerel apenas tenía unos doce años, le había contado la historia de Ribok. Tal vez lo haya reconocido al encontrarse cara a cara con él. De alguna manera, Setrasia consiguió huir de Neermat y te encontró, fuera del laberinto. Te salvó la vida. Eso es todo lo que sé a ciencia cierta. Ahora bien, no hay dudas de que Jaixel te inyectó una parte importante de su filacteria en ese laberinto. Y creo ahora saber cuál era su intención, y por esta razón pienso que Ribok aún sigue vivo en el interior del lich. Así que he decidido al fin marcharme con la intención de liberarlo y así reparar mis errores, aunque ya son tantos en mi larga vida que unas buenas acciones no podrán hacérmelos olvidar.”
“Tras estas explicaciones, también querría pedirte un favor. Quisiera que fueras al Kyuhs tan pronto como puedas. Te esperaré ahí y te prometo que podrás al fin librarte de la filacteria: lo tengo todo planeado. No pierdas las Trillizas, sé prudente y confía en Drakvian e Iharath, los quiero como a los hijos que nunca tuve: ellos te guiarán.”
Largo rato me quedé con la mirada fija en el último párrafo, anonadada. Jamás había oído hablar tan claramente de la vida de mis padres. Antes, siempre los había visto como extrañas figuras de un pasado que ni me pertenecía realmente. Pero, ahora, me sorprendía imaginándome su vida y sus preocupaciones, debatiéndose entre sus tareas como Sombríos y como eshayríes… Y, para colmo, resultaba que los padres de Lénisu y Ayerel habían intentado convertirse en nakrús. Si realmente Márevor Helith decía la verdad, Murri no había andado tan desencaminado creyendo las historias del pueblo ternian de las Hordas. Sacudí la cabeza y alcé los ojos. Iharath dibujaba tranquilamente un círculo en la arena mientras Drakvian se miraba las uñas, expectante. Ga dormía, acurrucada como un gato, no muy lejos de la orilla.
—¿Qué es el Kyuhs? —pregunté al fin, rompiendo un largo silencio.
Iharath interrumpió su movimiento y Drakvian levantó sus ojos azules hacia mí.
—Es una zona de los Subterráneos —contestó esta—. Jamás estuve ahí, pero recuerdo que el maestro Helith mencionó un día que era una lugar especial. —Marcó una pausa antes de añadir—: ¿Sabías algo de los eshayríes?
Negué con la cabeza y los vi intercambiar unas miradas pensativas.
—Nosotros tampoco —admitió Iharath—. Bueno… —Carraspeó, mirándome con inquietud—. Tal vez sea mejor que descansemos y que te dejemos asimilar todo esto…
—¿Por qué querrá Márevor Helith esperarme en el Kyuhs? —lo interrumpí, meditabunda.
Iharath se cogió el mentón y apoyó el codo en la rodilla.
—Lo ignoro. Aunque, si te soy sincero, creo que esta vez está cometiendo una locura. Por lo que he supuesto, los Hullinrots le tienen mucha inquina, pero no creo que intenten vengarse de él. En cambio, Jaixel… —se encogió de hombros— es un lich. Y a veces el maestro Helith parece olvidarlo. —Sus ojos violetas detallaron mi rostro con atención antes de que añadiese—: Tengo la impresión de que Márevor Helith pretende sacar al lich del laberinto y llevárselo con él.
Si no hubiésemos estado hablando tan seriamente, me habría echado a reír por una idea tan disparatada: un nakrús paseándose con un lich, juntos, por los Subterráneos… Sin embargo, las consecuencias de su afirmación eran más que preocupantes. Y con sólo pensar en ellas sentía helárseme el corazón.
—Quiere llevarse al lich con él hasta el Kyuhs —murmuré, horrorizada—. Así que pretende quitarme la filacteria para devolvérsela a Jaixel él solito. —Sacudí la cabeza vivamente. Se suponía que Márevor Helith se había prometido a sí mismo que no volvería a utilizar sortilegios nigrománticos. ¿Acaso había cambiado de idea?—. No tengo intenciones de ir al Kyuhs —afirmé.
Drakvian mostró una media sonrisa.
—Me lo suponía —replicó—. Al leer la carta entendí por qué nuestra última tarea consistía en protegerte hasta que nos reuniésemos con él. Pero yo personalmente no te guiaré hasta ese lugar para que el maestro Helith te desquicie la mente…
—Tal vez no lo haga —intervino Iharath, como hablando entre sí—. Tal vez todo salga bien. Estos últimos años ha pasado mucho tiempo encerrado en su laboratorio. Además, en la carta dice que lo tiene todo planeado. Tal vez sepa cómo proceder para quitarle la filacteria sin hacerle daño —concluyó.
La vampira gruñó.
—Iharath, ambos conocemos a Márevor. Con él nunca podemos estar seguros de nada.
—Lo sé —confesó Iharath, cansado—. Pero también podemos estar seguros de que hará todo lo posible para salvarla.
Y para salvar a Ribok, pensé. La cuestión era: ¿a quién quería salvar con prioridad? ¿A Ribok o a mí? Resoplé. Ahora que por fin los Hullinrots se habían quedado tranquilos con el examen de la filacteria, venía Márevor Helith y lo complicaba todo… ¿Cómo podía pensar que iba a hacerle caso?
—Todo esto para salvar a un lich —masculló Drakvian.
—Lo quiere como a un hijo —lo justificó el semi-elfo—. Y por lo visto, Márevor se siente culpable por su destino…
Un grito mental me sobresaltó y me levanté de un bote, interrumpiéndolo.
“¡Syu!”, grité por el kershí, aterrada.
Miré a mi alrededor y pronto vi a Syu aparecer entre la espesa vegetación, precipitándose hacia mí.
“¡Shaedra!”, me gritó, asustado.
Lo acogí, alarmada.
“¿Qué ocurre?”
El mono gawalt respiraba entrecortadamente.
“He visto… saijits”, me informó. “Pero no estaban vivos.”
Palidecí.
—¿Qué sucede? —preguntó Iharath, aprensivo.
—Syu ha visto a saijits muertos —expliqué.
Me mordí el labio, escrutando los alrededores. Syu negó con la cabeza.
“No están muertos. Es como si estuviesen vivos pero están hechos de piedra”, explicó.
Fruncí el ceño y comuniqué los detalles a Drakvian e Iharath. El alivio de ambos era evidente.
—¿Estatuas? —dijo Iharath, intrigado—. Me gustaría verlas.
Drakvian bufó.
—Tu curiosidad te perderá. Yo voy a imitar a la sainal y voy a echar una siesta. ¡Buena exploración!
Dejamos a Galgarrios y a Wujiri al cuidado de Ga y Drakvian, guardé la carta, agarré a Frundis y nos alejamos de la orilla, guiados por Syu.
“Dan miedo”, me previno el mono.
Nos adentramos entre la espesura, prudentes. Al de unos minutos, llegamos a una zona cubierta de hierba azul que guiaba a un túnel iluminado por ercaritas. La entrada del túnel estaba guardada por dos grandes figuras esculpidas.
—Esto no es piedra —dijo Iharath, acercándose con precaución—. Es mármol de Lisia.
Noté un flujo de energías alrededor de la entrada.
—Iharath… —murmuré.
Pero él ya se había detenido. Seguramente había percibido lo mismo que yo. O casi, rectifiqué con una mueca. Dudaba de que hubiese reconocido en el sortilegio que guardaba ese túnel la presencia de sryho. Pero sí tuvo que ver las marcas de la Sreda dibujadas con nitidez en los semblantes perfectos de esas esculturas. Una, de ojos negros, blandía una espada real, desafilada, con una expresión terrible en el rostro; la otra, de ojos blancos, tendía las manos hacia nosotros, como invitándonos a entrar o pidiendo algo…
—Alejémonos de aquí —solté, tan inquieta como Syu. Se despedía de ese túnel un aura que no me gustaba.
Vi a Iharath dar un paso hacia delante y me avancé para cogerlo del brazo con presteza.
—Iharath, Ga conoce estos túneles. Nosotros, no. Volvamos a la playa. No vaya a ser que metamos la pata y muramos tontamente.
El semi-elfo adoptó una mueca decepcionada y asintió, pero no se movió.
—¿Reconoces las figuras? —preguntó.
Lo miré con fijeza.
—¿Debería?
Él se encogió de hombros, ruborizándose.
—No lo sé. Parecen como dioses demonios o algo así.
Solté una risita divertida y le estiré de la manga mientras afirmaba:
—Los demonios no tienen dioses. Lo único que veneran algunos es la Sreda.
Iharath me contempló con vivo interés.
—¿La Sreda? ¿Hablas de la marca…? —interrogó, llevándose las manos a la cara.
Sonreí ante su curiosidad.
—La Sreda es esencialmente algo interno —expliqué—. Y para muchos es lo que da vida a las cosas. Las marcas negras son simplemente una de sus manifestaciones. ¿Volvemos? —insistí.
El semi-elfo asintió y tomamos el camino de regreso a la playa. Aquellas dos figuras me habían puesto los pelos de punta y respiré más tranquila cuando las perdimos de vista.
—Iharath… —dije, vacilante, cuando estábamos a punto de llegar. El semi-elfo se giró hacia mí con aire interrogante—. ¿Tú crees que debería escuchar a Márevor Helith?
Sonrió levemente.
—Tenemos que encontrar una flor y salvar a la Flor del Norte. Ya pensaremos en lo del Kyuhs más tarde, ¿no crees?
Le devolví la sonrisa y asentí. Pero en mi fuero interno me pregunté si, a fin de cuentas, Márevor Helith no tendría razón en querer arreglar lo de la filacteria: no había olvidado el día en que Mártida me había revuelto la mente con energía bréjica, ni la desagradable sensación de haber olvidado completamente quién era yo.
Estábamos llegando a la playa cuando vi de pronto un movimiento con el rabillo del ojo y me quedé lívida al ver la escena que se desarrollaba ante mí: Drakvian, con la rodilla hincada entre los omoplatos de Wujiri, aplicaba su daga Cielo contra la garganta del elfo oscuro y parecía estar murmurándole algo al oído. La sainal, sentada junto a la orilla, observaba a la vampira con atención.
—Demonios —siseé. Syu se subió a mi hombro, aprensivo. “Esa vampira no anda bien de la cabeza”, suspiró.
—¡Drakvian! —tonó Iharath, precipitándose hacia ella.
Lo seguí y desembocamos en la playa. Drakvian levantó la cabeza y nos dedicó una sonrisa traviesa.
—Creo que ya lo ha entendido —declaró.
El semi-elfo la miró con cara sombría.
—¿Qué le has dicho?
—Bueno… Que tenía una sangre muy apetitosa pero que me esforzaría en no beberla si él se esforzaba en no huir y en aceptar que una vampira sea su compañera de viaje —explicó con naturalidad.
En ese momento acababa de rodearla y pude ver el rostro de Wujiri: estaba más pálido que la muerte y cerraba los ojos con fuerza. Respiraba ruidosa y entrecortadamente, como si le faltase aire.
—Suéltalo, Drakvian —dije, arrodillándome junto a él.
La vampira titubeó pero al final asintió, se apartó un poco y observé cómo sus manos sacaban una daga de la bota de Wujiri para desarmarlo del todo.
—Wujiri —lo llamé con dulzura.
El elfo oscuro no pareció oírme. Se puso a temblar con más violencia, pero no abrió los ojos. Iba a ser difícil serenarlo, suspiré.
—¡Wujiri! —dije con más fuerza—. Escucha y mírame. No tengas miedo.
Abrió finalmente los ojos, unos ojos verdes que agrandó mucho cuando me vio.
—¿Shaedra? ¿Qué…? ¿Dónde…? ¿Qué ha pasado?
Se enderezó, masajeándose la cabeza, paseó una mirada aturdida a su alrededor y abrió la boca como para gritar pero no salió ningún sonido. Sin quitarle la vista de encima, tendí las manos para calmarlo, anticipando su reacción.
—Wujiri, aquí estamos a salvo. La sainal y la vampira no nos harán daño. Confía en mí.
Pero el elfo oscuro no me escuchaba. Petrificado por el horror, miraba a la sainal y a la vampira alternadamente. Iharath le cogió del brazo a Drakvian para alejarla un poco más.
—Déjale que hable con él —le murmuró.
—Wujiri —repetí, sin saber muy bien qué decir. Gruñí interiormente al ver que ni siquiera me miraba y proseguí con tono suave—: Wujiri. El capitán Aseth… —Al oír pronunciar el nombre del capitán de Ató, giró bruscamente sus ojos hacia mí. Carraspeé—. El capitán Aseth creyó que Kyisse estaba dentro de la Torre de Shéthil, pero se equivocaba. Bueno, iba por buen camino. La sainal sabe dónde está y va a conducirnos hasta ella.
En la orilla, Ga asintió con la cabeza y dijo «sí» en tajal con un gruñido gutural. Por un segundo, creí que Wujiri iba a desmayarse, pero aguantó estoicamente.
—Shaedra —farfulló—, dime que esto es una pesadilla.
Hice una mueca.
—Si te lo dijera, mentiría. No te dejes llevar por los prejuicios. Esta vampira y esta sainal no tienen nada de malévolo. Es más, me han salvado la vida. —No añadí que quienes habían querido quitármela habían sido los guardias de Ató.
—Por el amor de Ruyalé —resopló Wujiri, mirándome con fijeza—. Entonces, si no voy a morir, explícame qué demonios hacemos aquí y qué ha pasado con el resto de la patrulla… —Se interrumpió y desvió de golpe su mirada—. ¿Ese es Galgarrios?
Asentí y sonreí.
—El mismo. Te lo explicaré. El capitán Aseth y los demás salieron de la torre de Shéthil y seguramente pensaban volver a la carga más tarde… pero la sainal puso una gran roca delante de la puerta. Luego resultó que tú y Galgarrios estabais todavía dentro así que no íbamos a abandonaros sin saber cuánto tiempo tardarían en volver los demás —concluí, resumiendo y simplificando las cosas—. Pero no te preocupes, seguiremos buscando a Kyisse y la encontraremos.
Wujiri se cogió la cabeza con ambas manos, como mareado.
—No puedo creer que me esté pasando esto —murmuró.
Alcé una mano y le di unos golpecitos en el hombro.
—No te preocupes. Volverás a Ató sano y salvo. Pero antes, tenemos que encontrar a Kyisse.
El elfo oscuro sacudió la cabeza y se giró. Sus ojos miraron a la vampira y al semi-elfo y luego pasaron a contemplar a la sainal. Esta, tímidamente, descubrió su lengua azul y su boca negra, sonriente. Pero el guardia no debió de entender las intenciones amigables de Ga y, habiendo llegado sin duda el terror a su paroxismo, se desplomó en la arena sin previo aviso, desmayado.
Oí el resoplido divertido de Drakvian.
—Ya se le pasará —afirmó.
Me levanté y titubeé.
—¿Shaedra? —se inquietó Iharath, precipitándose hacia mí.
—Creo… que esta vez sí que voy a dormir —declaré.
El semi-elfo pelirrojo sonrió y asintió. Al leer la carta de Márevor, había conseguido ahogar mi cansancio, pero ahora este volvía a apoderarse de mí. Avancé unos pasos y me tumbé junto a Galgarrios.
“Este lugar me gusta”, dijo de pronto Frundis, animado. “¿Creéis que habrá rocarreina por aquí? Aunque preferiría encontrarme con algo nuevo. Me da que de aquí voy a salir con una nueva obra maestra.”
Syu y yo resoplamos mentalmente, divertidos.
“¿Y qué tal con la composición de tu obra maestra de balidos?”, inquirió el mono.
El bastón acompañó su pausa reflexiva con una nota de guitarra.
“La abandoné”, confesó entonces. “No me salía nada convincente. A veces, entre tantas inspiraciones, alguna yerra”, apuntó sabiamente. “Y, rectifico, Shaedra: no me dejes en manos de un pastor. Guárdame hasta que nos quebremos uno de los dos, ¿eh?”
Sonreí, emocionada por su tono afectuoso.
“Te lo prometo, Frundis.”
Interiormente, aposté a que yo me quebraría antes que el bastón: al fin y al cabo, él llevaba varios siglos existiendo. No tardé en conciliar el sueño, mecida por una lenta melodía de flautas…
Estaba sentada delante de las dos figuras de mármol, pero estas ya no eran de mármol, sino de carne y hueso. La de la espada saltaba abajo de su pedestal y avanzaba lentamente hacia mí con sus ojos negros como el carbón. Alzó su arma y me apuntó el corazón.
—La sangre y la Sreda despierta se juntan y se abre la puerta —pronunció sin mover los labios.
Inexplicablemente, yo estaba del todo tranquila. Levanté una mano y contemplé sin estremecerme cómo el demonio la hendía con su espada, brillante y afilada, y sacaba el filo enrojecido. Me dio la espalda y se avanzó hacia la silueta de ojos blancos, quien tendía los brazos. Depositó el arma en sus manos y la mujer la cogió por la empuñadura y la alzó, adoptando la misma posición que antes había tenido la silueta de ojos negros.
—La puerta está abierta —murmuré.
—¿Qué?
Abrí los párpados, sobresaltada, y me encontré con los ojos castaños amarillentos de Galgarrios. ¡El sueño había sido tan nítido! Sonreí anchamente.
—¡Galgarrios! ¿Qué tal te encuentras?
Mi amigo se encogió de hombros.
—Bien. Tengo la impresión de haber estado soñando sin parar desde la Torre de Shéthil. Aunque… —su rostro se ensombreció— recuerdo muy bien lo que ocurrió ahí.
Asentí. No era de extrañar. Paseé una mirada a mi alrededor. La sainal estaba otra vez bebiendo agua y Syu la imitaba, metros más lejos; Iharath hablaba pausadamente con Wujiri; y Drakvian no estaba por ninguna parte. Cuando me volví hacia Galgarrios me di cuenta de que seguía contemplándome, ensimismado.
—Así que… ¿eres un demonio? —preguntó en voz baja.
Noté en sus ojos un destello de decepción y miedo y me estremecí. Que el capitán Aseth, Sarpi o Ew Skalpaï me mirasen con horror, pase, pero Galgarrios… Asentí.
—Eso no me hace muy distinta —aseguré.
El caito sacudió la cabeza, sin contestar. Un vacío se había abierto entre nosotros, me percaté, entristecida. Galgarrios me conocía desde mis ocho años. Él había sido mi primer amigo en Ató. No podía perderlo ahora por algo tan absurdo.
—Galgarrios, dijiste que seguíamos siendo amigos. —Mi voz se quebró pero proseguí—: Lo que se cuenta de los demonios es falso. No me posee ningún espíritu maligno. Simplemente es algo así como una mutación de la energía interna. Normalmente nunca ocurre, pero a mí me ocurrió. Y no cambió mi modo de ser. Yo soy la misma de siempre. Te lo aseguro.
La duda en los ojos de mi amigo me hirió profundamente y desvié la mirada. Al menos no había intentado matarme, relativicé. Pensándolo mejor, la reacción de Galgarrios era hasta extraña: parecía escucharme e intentar dar crédito a mis palabras. Cualquier saijit no hubiera hecho el esfuerzo. Pero Aryes y Lénisu sí lo habían hecho…
Una gran mano cogió la mía y levanté los ojos. El joven caito me dedicaba una mueca sonriente.
—Te creo —afirmó—. Pero necesitaré tiempo para asumirlo. Entre el sainal, el vampiro y… tú…
El alivio y la alegría me invadieron al mismo tiempo. Me carcajeé y, pillándolo por sorpresa, lo abracé con fuerza.
—Gracias… por confiar en mí, Galgarrios —musité.
Cuando me aparté, él había recuperado su sonrisa de siempre.
—Yo siempre he confiado en ti, Shaedra.
Le devolví la sonrisa. Bien sabía que lo que decía era cierto, pensé. Sin embargo, por un momento, había dudado, temiendo que unas creencias ancestrales serían más fuertes que nuestra amistad. Cogí a Frundis, sonriendo aún. Dijeran lo que dijeran algunos, Galgarrios sabía perfectamente distinguir la verdad de la mentira y la bondad de la maldad.
—¡El desayuno! —exclamó de pronto la voz discordante de Drakvian.
Nos giramos todos hacia ella y sentí cómo Galgarrios se arredraba levemente: la vampira llevaba en las manos dos animales semejantes a castores negros; una sonrisa embadurnada de sangre surcaba su rostro pálido.