Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades
Cuando llegué a la taberna con Kyisse, Wigy se escandalizó al saber adónde la había llevado.
—También hay niños de su edad —gruñí, exasperada.
Wigy no quiso escucharme y mandó a Kyisse a bañarse antes de murmurarme:
—Déjame educarla a mí, ¿quieres?
La miré con fijeza pero no repliqué. Al fin y al cabo, ¿quién se había ocupado de ella durante todo el invierno y la primavera? Wigy. Yo me había ido a matar demonios.
Una vez instalada en mi cuarto, garabateé unas rápidas palabras en un trozo de papel y se lo di a Syu. Luego saqué otra hoja: le había prometido al maestro Dinyú que le mandaría una carta. Y yo no olvidaba mis promesas, afirmé para mis adentros con una sonrisilla irónica. Claro que poco podía contarle, salvo que todos estábamos bien y que al fin iba a poder salir de la Pagoda y trabajar en las patrullas… Traté de ponerle un poco de ilusión: no hacía falta que le contase mis penas. Tras secar la tinta y plegar la carta, apagué la linterna y me dirigí hacia la ventana. El cielo ya estaba oscuro. Y Syu no había vuelto.
Esperé tal vez media hora más antes de coger a Frundis, abrir la ventana y sumirme entre sombras armónicas. El pequeño trayecto hasta el bosque despertó en mí agradables recuerdos. ¡Cuántas veces habría salido por los tejados con Frundis y Syu en plena noche para jugar entre los árboles!
Sin embargo, ese día, en vez de internarme en el bosque, seguí los lindes hacia el oeste. Esa era una zona que muy pocas veces había explorado y decidí redoblar mi prudencia.
Avancé durante un buen rato, preguntándome si acabaría encontrando a Drakvian e Iharath entre tanto árbol y arbusto. Tal vez Syu tampoco los había encontrado.
“¡Syu!”, solté entonces, llamándolo.
Creí oír una respuesta lejana, aunque no pude evitar preguntarme si no sería debido a algún recuerdo de Jaixel que aún rondaba libre por mi cabeza… Resoplé y volví a llamar a Syu por vía del kershí.
“¡Están aquí!”, dijo entonces el mono en algún sitio.
Traté de situarlo y me giré hacia la derecha. Di unos pasos hacia delante, salté sobre una roca y solté una risita.
Del otro lado de la roca, guiados por Syu, se acercaban la vampira y el semi-elfo, iluminados por unos rayos de Luna. Drakvian tenía unas botas rojas terriblemente ridículas. Di un bote y aterricé ante ellos.
—¿Quién demonios te ha regalado esas botas? —lancé a modo de saludo.
Drakvian bajó su mirada hacia sus pies y me enseñó una mueca de mártir.
—Márevor, ¿quién si no? Se supone que cuando se activan sueltan rayos destructores. Todavía nunca las he probado.
Enarqué una ceja y volví a mirar sus botas… Me carcajeé y me avancé para darle un abrazo.
—Me alegro de volver a verte, Drakvian.
—Y yo a ti, Shaedra. ¿Qué tal te va la vida?
—Va —aseguré—. ¿Y a ti?
—Podría ir mejor —contestó. Frunció el ceño e hizo un gesto hacia Iharath—. ¿Te acuerdas de él?
Sonreí.
—Por supuesto. ¿Cómo no voy a acordarme?
Iharath, la sombra a la que Márevor Helith regaló un cuerpo, pensé. ¿Cómo no iba a acordarme?, me repetí. El semi-elfo sonrió y se adelantó para tenderme una mano: era el típico saludo de Éshingra.
—Un placer volver a verte, Shaedra. Espero que toda tu familia está bien.
Le estreché la mano y asentí.
—Perfectamente. Murri está pensando en nuevas aventuras, Laygra se ocupa de todos los bichos heridos que hay a dos millas a la redonda y yo procuro no moverme demasiado.
La sonrisa de Iharath se ensanchó. Sus ojos de un violeta intenso me observaban con detenimiento.
—¿Y no has tenido problemas con la filacteria? —inquirió.
—No, ningún problema —respondí con calma—. Bueno, precisamente ayer vino una Hullinrot. Me descuartizó la mente y luego se marchó sin decirme nada. Supongo que eso significa que los Hullinrots me dejarán al fin tranquila.
Ambos se habían quedado mirándome, anonadados.
—Así que al final fue un Hullinrot… ¿a quitarte la filacteria? —preguntó Drakvian, boquiabierta—. Pero ¿cuándo? ¿Cómo?
Negué con la cabeza, divertida ante su confusión.
—Quitármela no, examinármela —la corregí—. Al parecer, averiguó lo que quería, porque se marchó de nuevo a Neermat.
Quedaron pensativos.
—¿Crees que Márevor sabía algo del asunto? —preguntó de pronto Iharath dirigiéndose a Drakvian.
—Pues… diablos, no lo sé. A mí no me contó nada.
Fruncí el ceño al notarlos tan pensativos.
—¿Y vosotros? —inquirí—. Tenéis… problemas, ¿verdad?
Drakvian e Iharath vacilaron al mismo tiempo.
—Ven, sentémonos —dijo al fin Iharath.
Nos condujo hasta la roca de la que había saltado yo y nos sentamos. Syu se subió a mi hombro y se puso a hacerme trenzas con presteza. Adopté un aire expectante.
—¿Y bien?
Iharath soltó un suspiro.
—Márevor Helith nos ha abandonado.
Lo miré, boquiabierta.
—Quieres decir que Márevor Helith… ¿Pero cómo?
Drakvian soltó una risita.
—Creo que te ha malinterpretado, Iharath. Márevor Helith está vivo. Bueno, todo lo vivo que puede estar un nakrús —rectificó con una mueca divertida.
—Oh —solté, entendiendo—. ¿Y adónde se ha ido?
Iharath se encogió de hombros.
—No nos lo dijo. Pero todos sus actos nos dejaron claro que no iba a volver. Yo personalmente me inclino a pensar que ha ido en busca de Jaixel.
Drakvian sacudió la cabeza mientras yo los miraba alternadamente, anonadada.
—Ha destruido casi todas las mágaras que guardaba en su isla de Dathrun. Incluido su vibrizador órico —comentó, como si aquello fuese una de las cosas más terribles. Lo cierto era que yo no tenía ni idea de lo que era un vibrizador órico.
Iharath juntó tranquilamente las manos sobre sus rodillas y declaró:
—Márevor nos pidió que cumpliésemos unas últimas tareas para él. Y se marchó.
Dioses, pensé. Si Márevor Helith nunca había estado del todo cuerdo, ahora parecía haberse vuelto totalmente loco. ¿Qué demonios iba a hacer ese nakrús en el Laberinto de Tafosia con Jaixel?
—¿Qué tareas? —pregunté entonces percatándome de que, aun lejos de mí, Márevor Helith era capaz de alterar el curso tranquilo de mi vida. Bueno, lo de tranquilo, era un decir…
—En total eran cuatro tareas —contestó Drakvian, levantándose ágilmente. Levantó un dedo, teatral, y fue recitando—: La primera consistía en recoger un cofre lleno de oro que tenía escondido por ahí y dárselo a una joven mirol a la que yo jamás había visto.
—Era una huérfana ciega —explicó Iharath.
—Oh —solté.
Márevor Helith salvaba a una vampira recién nacida, le daba un cuerpo a una sombra perdida y ahora le entregaba un tesoro a una huérfana ciega. Desde luego, el maestro Helith era de lejos la persona más extraña que había conocido.
—¿Le habéis dado todo el oro?
Iharath enarcó una ceja.
—Pues claro. —Sonrió como con ternura—. Se puso muy contenta.
Resoplé, divertida.
—Supongo. ¿Cuáles eran las demás tareas?
—Bueno —carraspeó Drakvian—. La siguiente fue más difícil: Márevor Helith quiso que cogiéramos a todos los gatos que tenía en la isla y que los llevásemos a casa de un amigo suyo en Acaraus. El viaje fue un verdadero infierno. Casi soñaba con maullidos.
—Y el amigo de Acaraus no quiso quedarse con los gatos —apuntó Iharath—. Así que… acabamos dejándolos en libertad por las calles de la ciudad.
—Shaedra, por todo lo que quieras, eso no se lo digas a nadie, ¿eh?
Drakvian se removía, molesta. Puse los ojos en blanco.
—Ni se me ocurriría. Seguro que están muy bien ahí donde los habéis dejado. ¿Y las dos tareas restantes?
Drakvian e Iharath intercambiaron una mirada. El semi-elfo sacó algo de su saco.
—La tercera consiste en darte esto —declaró.
—¿Otra mágara? —solté con un gemido quejumbroso.
—No sé si se la puede llamar una mágara —me aseguró Drakvian, acercándose y mirando el objeto.
Lo cogí entre las manos. Era una pequeña caja azul que tenía tres huecos curvos en la tapa. No había cerradura pero al ir a levantar la tapa, esta no se movió.
—Curioso —murmuré.
—Fabricó esa caja con el objetivo de que sólo se pudiese abrir con las Trillizas —dijo Drakvian—. Quería, por lo visto, que sólo la abrieras tú. Por eso quería ir yo a tu cuarto, porque supongo que no tendrás las Trillizas aquí.
Le dediqué una media sonrisa.
—Te equivocas, siempre las llevo conmigo. E increíblemente, no las he perdido.
Marqué una pausa y busqué las tres pequeñas piedras redondas en el bolsillo interior de mi túnica. El alivio me invadió cuando las encontré y se las enseñé a ambos.
—Aquí están —declaré. Eché un vistazo a la caja azul, poco convencida—. ¿Estáis seguros de que esos huecos están hechos expresamente para las Trillizas?
—Márevor Helith fabricó ambos objetos —comentó Iharath—. Claro que me pregunto si alguna vez probó colocar las Trillizas sobre esos huecos. Las Trillizas son mágaras muy potentes… tal vez demasiado para que la caja salga intacta.
Enarqué las cejas, alarmada.
—Me alegro de que sean tan potentes, pero un día si es posible me gustaría saber para qué demonios sirven —observé.
Iharath hizo una mueca y se pasó una mano por su melena pelirroja.
—Ya. Cuando Drakvian me dijo que Márevor te las había dado sin explicarte nada… —Meneó la cabeza y calló su opinión sobre el asunto—. En fin.
—Tú tampoco me explicaste nada —comenté, dirigiéndome a Drakvian.
La vampira se encogió de hombros.
—En los Subterráneos, nunca estábamos a solas. No era un buen momento para enseñarte cómo usarlas. Por no decir que yo jamás las utilicé. Sólo me sé la teoría. Iharath sabrá explicártelo mejor.
Inspiré hondo, girándome hacia el semi-elfo. Parecía molesto.
—Tan sólo las activé una vez —apuntó—. Las Trillizas canalizan la energía y aumentan los efectos de un conjuro. El problema, es que cuanto más liberas las energías, más difícil controlas el conjuro final. Es una de las obras de Márevor más espectaculares. Pero son… bastante peligrosas.
Reprimí un resoplido divertido.
—Peligrosas para quien sabe activarlas. Para mí siguen siendo tres canicas perdidas en el fondo de un bolsillo.
—Ya. —Iharath había fruncido el ceño—. Sin embargo… creo que es una buena ocasión para que aprendas a utilizarlas.
¿Una buena ocasión?, me repetí, conteniendo una risita nerviosa. No me apetecía provocar ninguna catástrofe. Cavilé un momento, con la caja en una mano y las Trillizas en la otra. Me fijé en que tanto la vampira como el semi-elfo contemplaban ambos objetos con viva curiosidad. Acerqué una de las bolas a un hueco, pero me detuve.
—¿Qué hay dentro de la caja?
Drakvian gruñó.
—¿Y cómo quieres que lo sepamos? Aunque, conociendo a Márevor Helith, lo más probable es que esté vacía y que sea una broma de mal gusto —masculló.
Enarqué una ceja. Dada la curiosidad que brillaba en sus ojos, estaba claro que esperaba ver algo más que vacío. Escudriñé la caja y creé una esfera armónica para ver mejor.
—Llevan marcas —observé. Uno de los huecos tenía de hecho un sol dibujado. Otra contenía un simple círculo y el tercero, un círculo atravesado por una recta. Dados los colores distintos de las tres bolas, era fácil adivinar que cada hueco estaba destinado a una sola Trilliza. Un ruido de hojarasca me sobresaltó y deshice el sortilegio de luz de inmediato.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté en un murmullo.
Nos quedamos los tres inmóviles durante un rato y entonces salió un erizo de un arbusto e Iharath espiró.
—No nos pongamos nerviosos. Bueno, ¿abres la caja o no?
Asentí y dispuse las Trillizas en sus huecos correspondientes. No pasó nada. Le miré a Drakvian y luego a Iharath. Y me concentré. No era ni de lejos la primera vez que activaba mágaras, pero tampoco era la primera vez que intentaba activar las Trillizas, y jamás había obtenido resultado alguno. No entendía el trazado de la mágara. Era tan retorcido como la mente de un nakrús, pensé, suspirando. Al de unos minutos, resoplé.
—No es el mejor momento para hacer experimentos —solté. Le tendí la caja a Drakvian—. Será mejor que lo intentéis uno de vosotros.
La vampira hinchó las mejillas.
—¿Yo?
Cogió la caja y la observó. Cerró los ojos… y salieron unas chispas de sus dedos. Iharath juró entre dientes y se precipitó para cogerle el objeto de las manos.
—¿Quieres dejar de soltar bolas de fuego? —gruñó—. El objetivo no es quemar la caja.
Drakvian levantó los ojos al cielo.
—Está bien. Inténtalo tú, ya que eres tan listo.
El semi-elfo volvió a sentarse en la roca y se concentró. Recordé que él y Murri habían trabajado junto a Márevor Helith en su laboratorio de mágaras. Sin duda tenía muchísima más experiencia que yo en ese tema.
Syu había acabado de trenzarme tal vez mi décimo mechón cuando de pronto las Trillizas se pusieron a brillar con una luz intensa. Iharath soltó una exclamación cuando se le escapó la caja de las manos. Me levanté, alarmada. El objeto ahora vibraba en el suelo como si estuviese a punto de explotar.
—¿Decías que no era una mágara, Drakvian? —solté, retrocediendo todavía más.
Entonces, la caja estalló, emitiendo un ruido parecido a un trueno apagado. Frundis atenuó su música de violines, tal vez ávido por buscar algún nuevo sonido. Me puse lívida.
—Lo que faltaba. ¡Salgamos de aquí! —los apremié.
Me fijé al fin en un detalle: la caja estaba abierta. Iharath la recogió con rapidez y asintió.
—Alejémonos, por si las moscas.
Empezamos a correr hasta que me detuve en seco, con el ceño fruncido.
—¿Y las Trillizas?
Hubo un silencio.
—Vaya —dijo Iharath—. Deben de haber salido disparadas.
Solté un suspiro y le eché una mirada curiosa.
—¿Qué hay en la caja?
El semi-elfo sacó la caja de su bolsillo y le echó un vistazo.
—Un papel enrollado. —Le sonrió a la vampira—. ¿Ves? Estaba seguro de que no se marcharía sin dejarnos una explicación.
Drakvian resopló, suspicaz.
—Espera a leerlo. A lo mejor sólo habla de karolas y margaritas.
Dimos media vuelta y fuimos en busca de las Trillizas. Syu examinaba los árboles y yo el suelo, acercando una esfera de luz a la hierba y a los arbustos.
—Es inútil —mascullé, desolada. Aquellas mágaras eran demasiado pequeñas para encontrarlas con tan poca luz.
Me enderecé y miré a mi alrededor. Entonces me percaté de un súbito movimiento: unos tirabuzones verdes desaparecían entre los árboles a la velocidad del rayo. Oí el grito ahogado del mono y me quedé paralizada cuando vi surgir entre unos árboles una alta figura.
—Tú —dijo de pronto la silueta.
Por un momento quise salir corriendo. Pero entonces pensé en Iharath y Drakvian y me contuve. Deseé con fervor que se alejasen todo lo rápido que pudiesen. Inspiré hondo y junté las manos en un breve saludo.
—Maestro Ew.
El humano invocó luz y me examinó con atención.
—¿Qué haces aquí?
Tragué saliva con dificultad.
—Yo… esto… Mire, maestro, estaba… Ya sabe. Paseándome. Soy sonámbula.
Mi sonrisa forzada desapareció en cuanto vi la expresión de Navon Ew Skalpaï. Me observaba con unos ojos tan penetrantes que bien hubieran podido leer mis pensamientos.
—Paseándote —repitió—. Sonámbula. Tal vez haya visto demasiadas rarezas en mi vida y me haya vuelto paranoico, como dicen algunos. Pero permíteme que te diga que no te creo.
Carraspeé, incómoda.
—Lo entiendo. Y no es un problema de paranoia, maestro Ew. Le aseguro que nadie me creería.
El cazavampiros enarcó una ceja y, por primera vez, vi una débil sonrisa esbozarse en su rostro. Lo observé con curiosidad. Ese hombre era realmente extraño. ¿Y qué hacía en medio del bosque a esas horas? Desde luego, daba que pensar. ¿Acaso había encontrado algún indicio sobre la presencia de un vampiro y había decidido ir a investigar? La pregunta me puso la carne de gallina.
—Bueno —dije, molesta ante su silencio—. Será mejor… que vuelva a casa.
—Sí —aprobó él—. Sí —repitió, más para sí.
—Un placer hablar con usted —solté antes de alejarme, con Syu en el hombro.
Iharath y Drakvian debían de estar ya lejos de aquí. Mientras apretaba el paso, inquieta de que Ew quisiese hacerme más preguntas, no dejaba de pensar en las Trillizas, desaparecidas en el bosque… a menos que hubiesen sido pulverizadas por la caja azul, elucubré entonces. Tan potentes, tan potentes, como decía Iharath, pero a lo mejor no eran tan resistentes.
En todo caso, me había quedado sin saber qué contenía ese pergamino. Y tampoco me había dicho Drakvian en qué consistía su última tarea encomendada por ese maldito nakrús. Aún no salía de mi asombro al imaginarme a Márevor Helith dejando toda su vida de la Superficie para volver a un mundo en el que, por alguna misteriosa razón, ya no era bienvenido. Lo bueno era que el maestro Helith probablemente nunca se enteraría de que había perdido las Trillizas, pensé, irónica. Sin embargo, me prometí con firmeza que volvería en cuanto pudiese para seguir buscándolas… si el maestro Ew no las encontraba antes, claro.
Vi al fin aparecer ante mí las luces de Ató y me aseguré de que Ew no me había seguido antes de envolverme en armonías y salir a descubierto.
A la mañana siguiente, bajé a la taberna vestida con la armadura de cuero y la túnica de Ató por encima. Todos me felicitaron y Kirlens me revolvió el cabello, emocionado, asegurando a todos sus parroquianos que yo era capaz de matar a tres nadros rojos en tres saltos. Puse los ojos en blanco y advertí que, sentados en una mesa aparte, se encontraban Lénisu con Miyuki, Dash y un hombre al que no conocía que llevaba dos espadas cruzadas a la espalda.
Lénisu hizo una mueca al verme ataviada como un Guardia, pero no comentó nada.
—Buenos días, Shaedra —me saludó, mientras engullía un huevo frito—. ¿Qué tal has dormido?
Fruncí el ceño.
—¿Y tú? Parece como si no hubieses dormido en toda la noche —observé, preocupada.
Mi tío puso los ojos en blanco.
—Por eso hoy he decidido desayunar tres veces —replicó. Bajó la voz—. Voy a estar ausente durante unos días, querida. No es nada grave, te lo aseguro. Miyuki, Dashlari y Sau me acompañarán.
Di un respingo. ¡Sau! Ese era el apodo de… Volteé hacia el humano desconocido.
—¡Darosh! —solté, anonadada.
El Sombrío de Kaendra sonrió y realizó un breve saludo con las manos.
—Es un placer volver a verte, Shaedra.
Sonreí de oreja a oreja y me senté frente a él en el banco, mirándolo con asombro.
—¡Estás vivo!
El pálido rostro del humano se iluminó con una media sonrisa.
—Sí. Aquella maldita flecha casi acabó con mi vida. Pero, afortunadamente, el Nohistrá tenía un antídoto contra el veneno.
Enarqué una ceja. Me parecía curioso que hablase de su propio padre de una manera tan distante.
—Esa sí que es una buena noticia. ¿Y Flan? —pregunté.
Darosh hizo una mueca.
—Sobrevivió a la flecha. Pero en cuanto salió de Kaendra, desapareció.
Palidecí.
—¿Quieres decir que los ash…?
—Shaedra —me interrumpió Lénisu—. Estamos desayunando.
Puse los ojos en blanco. Más bien quería decirme que en una taberna era mejor no hablar con demasiada claridad, y menos de asesinos como los ashro-nyns.
—Dejadme adivinarlo —retomé—. Tu aparición tiene que ver con esa súbita decisión de salir de Ató, ¿verdad?
Lénisu, levantando el dedo índice, apuntó:
—Eres sagaz, querida sobrina.
Esperaba que añadiese algo pero se quedó ahí. Creo que sólo en ese instante me di cuenta de que Lénisu no había cambiado su actitud: como siempre, trataba de mantenerme apartada de los asuntos de los Sombríos. Poco le importaba que Deybris Lorent me hubiese tomado como pupila. Y lo cierto es que no se lo eché en cara.
—¿Cuándo os vais? —pregunté al fin.
Lénisu se recostó contra el muro al que estaba pegado el banco y respondió:
—En cuanto haya tomado mi cuarto desayuno.
—¡Lénisu! —protestó Miyuki, falsamente indignada—. Ya te has tomado seis huevos fritos y un pan entero. Vamos ahora o me voy a los Subterráneos y te dejo arreglar tus problemillas solo —determinó.
Mi tío puso cara de amedrentado.
—Está bien, tú decides. —Me miró con un suspiro exagerado—. Y luego me llaman capitán.
Me carcajeé ante su aire teatral y nos levantamos todos. Pensé de pronto en algo.
—¿Y Srakhi? ¿Tienes noticias suyas? —le pregunté.
Lénisu hizo una mueca.
—No —contestó simplemente.
Enarqué una ceja al verlo de pronto más sombrío, pero ante mi aire preocupado mi tío puso los ojos en blanco.
—Estará rezando en alguna Cresta Celeste, qué sé yo.
—¿En una qué? —inquirí, desconcertada.
—En una Cresta Celeste. Según me explicó un día, es una especie de lugar sagrado say-guetrán. Eso sí, en mi vida he visto una, a lo mejor hace falta fe para verlas, quién sabe. Voy a despedirme de Murri y Laygra —concluyó, alejándose.
Lénisu aprovechó también para pasar por el establo a saludar a Trikos. Cuando salió al Corredor, posó una mano firme sobre mi hombro.
—Estaré de vuelta dentro de un par de semanas. Ten cuidado —me dijo con gravedad—. Sé que eres una guerrera estupenda… pero, por favor, no te acerques demasiado a los monstruos, ¿eh? Mejor deja que los maten otros.
Meneé la cabeza, alucinada, mientras lo observaba alejarse junto a Dash, Miyuki y Darosh.
—Dándole consejos cobardes a tu sobrina, ¿eh? —gruñó Dashlari, mientras bajaban el Corredor.
—En este mundo, hay más cobardes que valientes, Dash —comentó Lénisu con un tono burlón—. ¿Por qué será?
Sus voces se perdieron entre los ruidos de la mañana. En un momento Lénisu giró la cabeza y levantó una mano. Le devolví el saludo y volví a entrar en la taberna, pensativa. Esa partida repentina me daba mala espina. Pero, francamente, si Lénisu no había querido explicarme nada, era mejor no tratar de preocuparse. Sonreí. Si Syu no se hubiese ido al mercado a curiosear, seguramente habría aprobado mi sabia decisión.