Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

28 Hielo y fuego

Poco después de que Spaw desapareciese detrás de una colina, el capitán ordenó a dos Espadas Negras que lo siguiesen, pese a nuestras protestas. Uno tenía que volver al de dos horas, el otro seguirlo hasta donde pudiese. Los esperamos durante horas enteras, sentados entre las rocas, y el capitán tuvo tiempo de interrogarnos y sermonearnos a saciedad. Mientras Kaota y Kitari callaban, discretos, el capitán nos recordó a Aryes y a mí todo lo que se suponía que representábamos y todos los errores imperdonables que habíamos cometido.

Fue entonces cuando Lénisu le explicó, sin mencionar en ningún momento a Fahr Landew, que era probable que existiesen aún los abuelos de Kyisse en algún lugar de la Superficie y que consideraba más importante encontrarlos a ellos que viajar hasta un castillo abandonado y peligroso en el que seguramente Kyisse no sabría entrar y quizá nunca había estado en su corta vida.

Los argumentos razonables de Lénisu hicieron reflexionar a más de un aventurero sobre las intenciones iniciales de la expedición. Obsesionados con la idea de realizar grandes hazañas o hacerse de oro entrando por primera vez en un lugar abrasado de energías, muchos se habían olvidado completamente de que la Flor del Norte era también una niña real.

Finalmente, como no volvía ninguno de los Espadas Negras, nos empezamos a preocupar y el capitán Calbaderca se marchó con otros Espadas Negras para averiguar lo sucedido.

Me fijé entonces en que no éramos muchos.

—¿Dónde están los demás aventureros? —le pregunté a Kaota.

La belarca, que había permanecido callada desde la partida de Spaw, se encogió de hombros.

—Hubo otra batalla. El capitán pensó que quien había raptado a la Flor del Norte se dirigiría a Kurbonth. Cayeron en una pista equivocada y… toparon con dos mantícoras. —Me quedé boquiabierta. ¡Mantícoras!—. Hubo varios heridos graves, pero ningún muerto —se apresuró a decir, al verme palidecer—. Ahora hay más de veinte heridos esperándonos en el Templo. Hemos tenido mala suerte.

“Y tanto”, mascullé. “Entre unas mílfidas y unas mantícoras, es difícil elegir.”

Syu agitaba la cola. Se estiró y bostezó.

“Al menos no estábamos ahí”, se consoló.

Cuando, al fin, el capitán Calbaderca regresó, supimos que los dos Espadas Negras no solamente habían perdido totalmente el rastro de Spaw, sino que se habían perdido ellos mismos en el bosque. El aspecto de ambos era inquietante, pero lo era aún más su estado de ánimo. Al parecer, se habían perdido en una zona muy extraña del bosque, poblada de ilusiones, y ambos se mostraban afectados. Alem se sobresaltaba a veces, asegurándonos que oía voces, y el otro, Jetaldo, se quejaba de un dolor de cabeza terrible que no se atenuó pese a las infusiones tranquilizantes y los cuidados que le proporcionó Nimos Wel.

Al fin decidieron soltarnos las manos mientras andábamos. Tras una pausa y después de unas cortas horas de sueño, salimos de la caverna. Mientras caminábamos, Zaix pasó a decirme que Spaw ya estaba subiendo las escaleras hacia la Superficie.

“Y descuida”, añadió, cuando ya estaba por irse. “Voy a tratar de encontrarte un nuevo instructor.”

Se había marchado antes de que yo pudiera opinar sobre el asunto. De todas formas, aquel tema era la menor de mis preocupaciones en aquellos momentos. En cambio, saber que Spaw pronto llegaría a la Superficie reavivaba en mí la esperanza y la alegría.

Apretamos el paso cuando estuvimos andando por los túneles y llegamos al Templo dos días más tarde. Fahr Landew ocultó perfectamente su sorpresa al volver a vernos. Nadie hubiera dicho que nos había ayudado a escapar, pensé, irónica.

En cuanto llegó, el capitán Calbaderca fue a visitar a todos los heridos y luego se reunió con sus Espadas Negras. Lénisu, Manchow, Dashlari, Mártida, Shelbooth, Aryes y yo estábamos sentados en la mesa de la cocina, bastante silenciosos. Algunos pensábamos, sin duda, en volver a huir del Templo como la última vez. Shelbooth parecía bastante desanimado, Mártida, pensativa, el enano contemplaba desde hacía un buen rato el fondo de su jarra vacía y Lénisu se ocupaba, ayudando a Fahr Deunal a preparar la comida. Srakhi y Miyuki, en cambio, habían ido al kelmet a rezar por Kyisse o a la Paz o lo que fuera.

Ante mí, Manchow Lorent jugaba a las cartas con Syu después de que yo le hubiese asegurado que el gawalt era un maestro jugador. Soltaba comentarios burlones al mono y reía por lo bajo, sobre todo cuando perdía. Un tipo curioso, pensé, con una leve sonrisa. No entendía por qué Lénisu lo había llamado imbécil hacía unos meses. Manchow no era tonto, simplemente parecía vivir en el paraíso de la Tierra Prohibida.

En un momento, crucé la mirada de Aryes. Ambos nos levantamos de un común acuerdo.

—Vamos a por agua fresca —dije, al ver las caras interrogantes.

Nos dirigimos en silencio hasta el manantial. Evité mirar el lugar donde se encontraba la cortina que escondía el corredor secreto. El murmullo del agua era agradable y tranquilizante. Me acerqué al manantial, puse las manos en copa y bebí. Estaba helada, me di cuenta.

De repente, recibí agua fría en toda la cara y solté una exclamación que se transformó rápidamente en risa. Le tiré agua a Aryes y este se apartó de un bote, riendo, divertido.

—¡Está helada! —resoplé, agitando las manos para secarlas.

Aryes se sentó sobre una piedra y lo imité, pensativa.

—Después de estos meses, he decidido que los Subterráneos no me gustan —declaré—. Hay demasiados cambios con respecto a Ató.

Aryes asintió.

—Es verdad. Aunque —sonrió— al menos no he tenido que preocuparme de ponerme la capucha últimamente.

—¿Crees que aún te afectará el sol? —le pregunté, frunciendo el ceño.

Él se encogió de hombros.

—Me extrañaría que haya cambiado algo.

—¿No dijiste que el maestro Pi pensaba que se arreglaría?

Sonrió.

—El maestro Pi es muy optimista. No lo puedo asegurar, pero… si no se me ha vuelto a colorear el pelo, supongo que la piel seguirá igual de sensible a la luz del sol.

—Tal vez —coincidí. Me mordí el labio y lo miré de reojo.

Aryes enarcó una ceja.

—¿Qué pasa?

—Bueno… Verás. Siempre me ha extrañado el hecho de que no pasaras por Ató para visitar a tu familia antes de ir a Aefna.

Aryes se quedó un momento suspenso y luego asintió con la cabeza.

—Lo sé.

Tras un silencio, se le escapó una risita nerviosa.

—Es… ridículo —confesó—. Pensé… —Carraspeó—. Me imaginé la cara que pondrían mis padres al verme. Fui un cobarde —concluyó.

Me quedé sobrecogida al verlo tan afectado y me aproximé para apretarle una mano e infundirle confianza.

—No veo por qué te iban a mirar más raro que los padres de Iharath al ver que se había convertido en una sombra —solté.

Enseguida me di cuenta de que mis palabras eran poco apropiadas pero Aryes pareció recobrarse.

—Tienes razón. Eso es lo que me dije luego. Pero en el momento… Ya sabes cómo es mi padre.

Negué con la cabeza suavemente.

—Apenas lo conozco. Pero parece simpático.

Reprimí una mueca, sin embargo, al recordar a su padre entrando desesperado en la taberna del Ciervo alado anunciando que ya había construido el ataúd de su hijo desaparecido… Más valía no mencionarlo.

—Claro. Pero también tiene ideas fijas. —Sonrió, recuperando su humor—. Primero, quiso que aprendiese carpintería, como él, y mi abuelo y mi bisabuelo… Total, que el primer día se me cayó un tablón encima y perdí el conocimiento durante un día entero. Aún recuerdo al maestro Yinur diciéndome que había tenido suerte de salir con vida.

Reprimí torpemente la risa y pregunté:

—¿Por eso te hiciste snorí?

—Sí. Mis padres decidieron que me iría mejor el estudio de las energías. Creían que no podría ganarme la vida de otra forma.

—Bueno, pero supongo que cambiarían de opinión después de nuestra épica travesía por las Comunidades de Éshingra —observé, con una mueca cómica.

Aryes negó con la cabeza.

—Qué va. Mi padre jamás se creyó la historia del dragón y todo eso. Y mi madre no quería oír ni una palabra de tan rocambolesca historia. —Se encogió de hombros—. Es cierto que tampoco insistí, ya que mi hermana sí que me creía. —Puso cara más seria—. Ahora me doy cuenta de lo estúpido que he sido al no volver a casa para decirles al menos que estaba bien.

Esbocé una sonrisa.

—No te atosigues, el maestro Dinyú se encargó de decírselo —le recordé—. Mira. Frundis y Syu una vez crearon una especie de proverbio que decía así: “Los posibles del pasado, si no son presente, hay que olvidarlos” —sentencié.

Aryes resopló, divertido.

—Un buen proverbio. Deberías sacar más del estilo. Quedas como una gran sabia cuando los dices —me aseguró, burlón.

Le di un codazo, juguetona, contenta de verlo más animado.

—Es que Syu a veces me dice que voy camino de convertirme en una sabia —le confesé, como si fuera algún gran secreto.

Sólo entonces me percaté de los ruidos de botas en el pasillo. Asomaron la cabeza Kaota y Kitari. Parecieron aliviados al vernos. Me levanté y, antes de que pudieran decir nada, tomé la palabra:

—Kaota, Kitari, quería deciros que sentimos haberos tratado de esta forma tan… desconsiderada.

Ambos Espadas Negras me miraron como sorprendidos. Proseguí:

—Yo nunca he querido ir al castillo de Klanez. La única razón por la que accedí, además de porque estaba obligada, fue porque Kyisse quería ir. Pero desde que pensé en todos los peligros que suponía entrar ahí…

El carraspeo de Kaota me interrumpió. La miré con cara contrita y su sonrisa se ensanchó.

—Un Espada Negra no juzga —me recordó simplemente—. Venid, el capitán Calbaderca va a hablar en la gran sala.

Aryes, de pie junto a mí, enarcó una ceja.

—¿Ha decidido al fin lo que va a hacer con nosotros?

Kitari y Kaota intercambiaron una mirada.

—Ha decidido más que eso, creo —contestó el hermano—. En realidad, vamos a mandar a todos los heridos con una escolta a Dumblor y los demás nos vamos a ir a la Superficie, a buscar a Kyisse y a Nawmiria Klanez.

Su declaración me dejó atónita.

—¿Qué?

—Lo que oís —asintió Kaota con tranquilidad. Sus ojos se le iluminaban de excitación—. Vamos a la Superficie. El capitán Calbaderca dice que no puede volver a Dumblor tan pronto y con esa sensación de derrota. Aún está en pie la expedición Klanez —afirmó.

Sus palabras me sumieron en la perplejidad y los seguí por el pasillo, meditabunda. Kaota y Kitari parecían bastante animados y advertí que, a pesar de lo que dijeran, un bloque de hielo se había derretido entre nosotros.