Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

10 Interrogatorio

—¿Eres etísea?

—No.

—Entonces, ¿de qué religión?

—Eriónica —expliqué, mientras miraba con aprensión al elfo oscuro que me interrogaba detrás de un amplio escritorio.

—Está bien. ¿Juras por los dioses eriónicos que vas a decir la verdad?

Enarqué una ceja. En Ató, para los juicios, nunca se juraba por nada: se suponía que decías la verdad en todo momento. No se podía jurar al mismo tiempo por Hórojis, el dios del caos, y por Nagray, el dios del Orden. Era una incongruencia.

—Diré la verdad —asentí.

El elfo frunció el ceño y me tendió una hoja.

—Verifica que las informaciones son correctas.

—Gracias —dije, tomando la hoja. Eché un vistazo. Ahí figuraba mi nombre y apellido, escrito correctamente. También estaba mi fecha de nacimiento… y los nombres de mis padres, cada uno con sus dos apellidos. Se me aceleró el pulso—. ¿Estos son los nombres de mis padres? —pregunté, con la boca seca.

El elfo oscuro agrandó los ojos, sorprendido por la pregunta.

—Sí. Estabas inscrita en el registro, como todos los que han nacido en Dumblor.

Me quedé sin habla. El elfo oscuro tuvo que advertir mi turbación porque preguntó:

—¿Crees que ha habido un error en tu identificación? ¿Eres Shaedra Úcrinalm Háreldin, verdad?

—Sí, sí, lo soy. Simplemente… no sabía que había nacido en Dumblor. Verá, nunca conocí a mis padres y…

—Lo entiendo —me cortó amablemente el elfo oscuro—. Si los datos son correctos, podemos seguir adelante. Voy a hacerte unas preguntas y tú contestarás con la mayor claridad.

Asentí, formal. El hombre juntó sus dos manos y pareció meditar un rato. Allá, afuera, se oían las voces de los guardias charlando y bromeando. Entonces, rompió el silencio.

—¿Cómo llegaste a Dumblor?

—Con una caravana que venía de Meykadria —contesté con presteza—. En realidad, venía de más allá.

—¿De dónde?

—De la Superficie —expliqué—. Estábamos viajando, mi tío Lénisu, Aryes y… Kyisse. —Suspiré para mis adentros. Ya empezábamos con las mentiras. No iba a mencionar a Spaw. Y no iba a contarle que habíamos encontrado a Kyisse sola en una torre—. Salimos de Kaendra —proseguí—. Quisimos atajar por los Extradios pero unos trasgos nos atacaron y tuvimos que huir por el Laberinto. Ya sabe, esa zona tan peligrosa. Encontramos unas escaleras que bajaban. Atravesamos muchísimos túneles y finalmente llegamos a Meykadria.

—¿No sufristeis ataques en los túneles? —preguntó el elfo, mientras anotaba mis afirmaciones.

—No.

Él asintió, anotó varias palabras y entonces se agachó para coger algo detrás del escritorio y sacó mi saco naranja. Agrandé los ojos, contenta de volver a verlo. Sólo faltaba Frundis.

—¿Este saco es tuyo?

—Así es. Lo tengo desde hace más de cinco años.

—¿Y este cancionero? Lleva tu nombre en la primera página. ¿Qué relación tienes con Ató?

—Soy alumna de la Pagoda Azul —dije.

El elfo oscuro enarcó una ceja.

—¿Estudias artes celmistas?

—Har-kar, combate cuerpo a cuerpo —especifiqué.

—Oh. ¿Por qué razón habéis decidido ir a Dumblor desde Meykadria?

Me encogí de hombros.

—Porque dicen que salir de los Subterráneos por los Portales Funestos es muy peligroso y queríamos encontrar una caravana que nos llevara a Kaendra.

—Pero no la habéis encontrado —concluyó.

—La verdad es que ni hemos buscado. Apenas teníamos cuarenta kétalos cuando llegamos a Dumblor. Es una ciudad cara.

—¿Cuánto tiempo llevas en Dumblor?

Fruncí el ceño y conté los días.

—Cuando nos arrestaron, llevábamos quince días.

—Y, según lo que has dicho, en ningún momento os encontrasteis con un vampiro.

Palidecí.

—No.

Me maldije cien veces por no saber mentir. El elfo oscuro carraspeó para que yo entendiese bien que no estaba convencido. Nos miramos en silencio durante un momento y, aun sabiendo que estaba actuando indebidamente, perdí la paciencia.

—Somos buena gente, inspector. Tenemos buen corazón. No suponemos ningún peligro en Dumblor. Al contrario que otras personas.

—¿Como por ejemplo los vampiros?

—No lo sé, nunca he podido comprobar que un vampiro fuese peligroso —repliqué.

El elfo oscuro meneó la cabeza, suspiró y escribió en su cuaderno de notas. Su actitud me estaba sacando de los nervios. ¿Acaso cada palabra que pronunciaba me estaba incriminando cada vez más?

—Los vampiros son peligrosos —afirmó al fin, posando su lápiz en el escritorio con tranquilidad—. Tenemos una prueba tangible. El día en que os arrestamos, hubo un asesinato. Un hombre de treinta y dos años murió degollado por una daga y cuando lo encontramos no le quedaba una sola gota de sangre.

Sentí que se me humedecían los ojos e inspiré hondo. Vale, Drakvian había bebido la sangre de un saijit. Pero ese saijit había intentado matarlas a ella y a Kyisse. ¿Dónde estaba el problema? Al menos el agresor había servido para algo…

—¿No te parece un crimen abominable? —prosiguió el inspector.

—Claro —farfullé—. Espantoso. ¿Dónde está Kyisse?

La pregunta pareció sorprenderlo.

—¿La niña? No tienes por qué preocuparte por ella. En Dumblor existe toda una organización dedicada especialmente a los niños abandonados.

—¡Kyisse no es una niña abandonada! —me sublevé.

—Silencio, por favor —me conminó.

—Perdón —suspiré, exasperada.

—No sé cómo funciona el erionismo. Pero cuando un etíseo pierde toda su sangre, es imposible que su espíritu salga del cuerpo y muere encarcelado para siempre. Es un crimen terrible.

—No lo sabía —confesé.

—La familia del muerto ha perdido para siempre la protección de un espíritu y de un ser querido.

Menudo protector, pensé. ¿Acaso el resto de su familia sabía que iba despojando y robando violentamente a la gente por la calle?

—Explícame cómo conociste al vampiro.

Alcé la cabeza y sostuve los ojos amarillentos del inspector.

—¿Cuántas veces quiere que le repita que yo no tengo nada que ver con todo esto?

El elfo posó los codos sobre la mesa y me miró fijamente.

—También interrogamos a la niña de la que te ocupabas. Ella reconoció que una persona llamada Drakvian le había salvado la vida. Pero dijo que no sabía lo que era un vampiro.

Al menos Kyisse no había revelado lo peor, me dije, optimista. El problema es que ahora mi relato no se tenía en pie. Había metido la pata hasta el fondo y el inspector lo sabía.

—Quizá Drakvian haya matado a esa persona —dije, prudentemente—. Sé que tenía una daga. Pero ella no era una vampira. El vampiro debió de venir después.

—No necesito que des tus hipótesis. Tan sólo los hechos. Estás diciendo ahora que conociste a esa Drakvian.

—Pues claro que la conocí. Viajábamos con ella.

—Según nuestra información, había otra persona —aventuró él.

—Esa persona no tiene nada que ver, se marchó de Dumblor antes de que nada sucediera —contesté.

—Entonces viajabais con la vampira.

—Y con varios nakrús, muy simpáticos, que nos servían de guías —repliqué, con tono mordaz—. Y por cierto, también había un demonio y tres arpías. Se me había olvidado comentarlo, pero creí que eran detalles.

—Te ruego que mantengas la calma —me dijo el inspector, al ver que estaba perdiendo los nervios.

Inspiré hondo. Me sentía realmente mal. Ya me imaginaba la cara de decepción de Lénisu cuando le contase la conversación.

—Contesta a la pregunta —me pidió al de un rato.

—No. No viajábamos con una vampira —declaré—. Viajábamos con dos personas que encontramos en una caverna. Vivían en una torre. Nos salvaron la vida de una manada de nadros rojos y cuando quisieron viajar con nosotros no pudimos rechazar. Además, nos venía bien.

El elfo oscuro había empezado a sonreír y lo fulminé con la mirada.

—Está bien —dije—. Invéntese la historia que le apetezca. Pero le repito, yo soy una persona honrada. Y me daría muchísima rabia que una ciudad como Dumblor, con tanto prestigio, me condenara por ser honrada.

—Honrada pero mintiendo —retrucó el inspector. Suspiró y se levantó—. Bien. Creo que nos quedaremos con esta declaración.

—¿Qué ha decidido hacer? —pregunté, inquieta.

—Levantar el velo de este misterio —contestó simplemente. Llamó a un guardia y se despidió de mí con estas palabras—: Me parece increíble que una ternian tan joven como tú, y pagodista de Ajensoldra encima, tenga tratos con una vampira. Pero tu declaración me invita a pensar lo contrario —añadió.

Con un escalofrío, uní las manos y realicé un saludo.

—Una cosa más, inspector —dije—. Creo que, a mi edad, he aprendido a distinguir el bien del mal, contrariamente a otros, y no me equivoco cuando digo que soy totalmente inocente.

Con estas palabras, seguí al guardia por la sala principal del cuartel general.

* * *

—¿Por qué nunca me dijiste que había nacido en Dumblor? —pregunté, alucinada.

—Porque no lo sabía —resopló Lénisu—. Cuando tú naciste, yo estaba en la Superficie. Ocurrió durante el destierro que me impuso el Nohistrá de Dumblor.

—Mmpf. En la ficha incluso he visto el número de la casa donde vivían antiguamente. Y hasta he visto que mi padre trabajaba de ayudante de sacerdote. No puedo creerlo.

—Pues era cierto —dijo Lénisu. Y como lo miraba, incrédula, añadió—: Bueno, eso creo. Me parece que pasó a trabajar para el Templo para ayudar a los sacerdotes a adquirir productos a precio más bajo… Una historia de esas. Por eso dejó de trabajar conmigo. Zueryn, aunque me llevase más de diez años, fue siempre un buen compañero mío —añadió, con una mueca sombría, sin duda recordando que ya Zueryn no pertenecía al mundo de los vivos.

—Pero… ¿por qué os metisteis en esos líos? —solté, sin entenderlo—. ¿Tan difícil es vivir sin hacer cosas ilegales?

—En esa época yo llevaba toda la vida en ese ambiente. Tenía la impresión de que era imposible salirse de ahí. Y bueno, tampoco es que tuviese una mala vida. No hacíamos daño a nadie. Tan sólo jugábamos con la gente que tenía dinero. Pero… es cierto que no me cuestionaba lo suficiente todas las órdenes que me daba el Nohistrá. Desde entonces, he mejorado mucho —me aseguró, sonriendo—. Por algo lo dejé.

Enarqué una ceja, suspicaz.

—¿Realmente lo dejaste?

Lénisu inspiró hondo y puso los ojos en blanco.

—Vamos a ver, sobrina, ¿por qué me preguntas tantas cosas tan precipitadamente? Con la bonita prestación que hemos hecho delante del inspector, vamos a tener tiempo de hablarlo detenidamente hasta aburrirnos.

—Lo hemos hecho fatal —asintió Aryes, desanimado.

—Sí —afirmó Lénisu, meditativo—. Deberíamos haber sido más perspicaces y habernos preparado mejor. Pero que eso no nos quite los ánimos. Aún tenemos una esperanza.

Su tono me sorprendió.

—¿Cuál?

—Que el Nohistrá se entere de que estoy en la cárcel —dijo con calma—. Porque antes de ser prisionero de por vida, no me privaré de hablar de todos los secretos oscuros que tiene ese hombre. Más le vale liberarnos.

Tras sus mechones negros, una leve sonrisa vengativa surcó su rostro. Tuve que reconocer que ahí Lénisu tenía una buena carta. A menos que estuviese tratando de reconfortarnos y lo de los secretos oscuros fuese mera palabrería, añadí para mis adentros.