Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

1 Venas subterráneas (Parte 1: La Rueda de la Luz)

Reinaba un silencio sepulcral. A pesar de las piedras de luna que iluminaban ciertas zonas, no se alcanzaba a ver el techo de la caverna, invadido por la penumbra.

Llevábamos andando mucho tiempo y estábamos todos exhaustos. Al principio, habíamos estado a punto de echar a correr hacia las escaleras, otra vez para arriba, convencidos de que alguien había abierto la puerta. Pero lo cierto era que no habíamos encontrado peligro alguno desde que habíamos empezado a caminar.

Una especie de hierba azul, iluminada por la luz de las piedras de luna, cubría el suelo y hasta algunos trechos de las paredes rocosas. La caverna estaba poblada de rocas enormes y de arbustos que ni Spaw reconoció. Según él, debíamos de estar en un nivel superior al de los Subterráneos.

—Tiene que haber otras escaleras que desemboquen fuera del Laberinto —razonó el demonio, mientras descansábamos, tumbados en la hierba azul.

—Tiene que haber alguna criaturilla por aquí que me pueda quitar la sed —agregó Drakvian, con el mismo tono.

La vampira estaba cada vez más nerviosa y hablaba repetidamente de sangre, de tal modo que empezábamos todos a aburrirnos de sus réplicas. Los demás comimos de nuestras provisiones y Lénisu reconoció que, al fin y al cabo, no nos habíamos equivocado Spaw, Aryes y yo al comprar tantas en Kaendra. En un momento, me acordé del papel que había encontrado en una galleta de fortuna y le pregunté a Lénisu si sabía hablar el dialecto de Kaendra. Cuando hubo leído el papel, mi tío soltó una risita.

—El mensaje dice algo así como “El viento es tuyo y tendrás un destino favorable” —me explicó.

Sonreí con ironía. Favorable. Pues vaya.

—Eso me consuela enormemente —dije.

—Odio tener que decirlo —empezó Lénisu, tras un silencio—, pero esta situación me resulta demasiado familiar. Parece que quien desea salir de los Subterráneos nunca lo consigue.

—Bueno, tú lo conseguiste —apunté.

—Después de meses y meses trabajando como un energúmeno.

Aryes enarcó una ceja.

—¿Trabajando?

—Como cocinero —asintió Lénisu—. Eso ya os lo conté. Pero cuando tuve bastante dinero como para pagar un viaje hacia la Superficie, me largué.

Fruncí el ceño.

—Pero me contaste que saliste solo del portal funesto —recordé.

Lénisu soltó un suspiro.

—Sí, pero al principio no estaba solo. Ya sabéis que el portal funesto de Kaendra es uno de los más peligrosos. —Palidecí al entender sus palabras—. Yo me salvé gracias a Hilo —añadió—. Y luego, cuando estaba ya todo feliz de salir del portal después de haber escapado a la muerte, se me abalanzan unos aventureros chiflados convencidos de que era algún espíritu maligno o qué sé yo —masculló, recordando su épica salida de los Subterráneos.

En aquel momento, mi tío parecía dispuesto a dar explicaciones así que me decidí a preguntarle:

—¿Cómo encontraste a Hilo? ¿Es verdad que lo sacaste de la Mazmorra de la Sabiduría?

Lénisu me miró con el ceño fruncido.

—¿Quién te ha contado eso?

Intercambié una ojeada con Aryes y Spaw y carraspeé.

—Fue Darosh.

—Valiente Sau —gruñó él, llamando al Sombrío por su apodo—. Pues sí, fui a la Mazmorra de la Sabiduría. Pero no fui solo, no se me habría ocurrido tamaña estupidez.

—¿Y trabajabas para el Nohistrá de Agrilia? —preguntó Aryes, interesado.

Lénisu resopló con cara aburrida.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio?

—Tío Lénisu, entenderás que nos interesaría saber cómo encontraste a Hilo —dije pacientemente—. No es una mágara cualquiera, al fin y al cabo. Es una reliquia. Y mira cuántos problemas ha causado. Qué menos que explicarnos un poco qué es Hilo y qué tienen que ver los Sombríos en todo esto. Está claro que Hilo no invoca a demonios —añadí, con una sonrisilla inocente.

Lénisu hizo una mueca y nos contempló a los cuatro. En ese momento, Drakvian enseñó sus colmillos afilados, burlona.

—Me interesa la historia —afirmó ella.

—Ya —replicó Lénisu—. Y también a Márevor Helith, supongo.

Drakvian soltó un gruñido, indignada.

—Yo no tengo por qué contarle todo al maestro Helith. Aunque no veo por qué no querrías que supiera él nada de esto.

Acabó la frase con un tono ligeramente interrogante. Lénisu se recostó contra una roca plana, cruzó brazos y piernas y puso cara pensativa. La luz de su piedra de luna, posada sobre su saco, iluminaba tenuemente sus ojos violetas.

—Está bien —dijo—. Es una historia complicada. Pero dado que tenemos tiempo de sobra en esta preciosa caverna… En fin. Todos sabéis que llevo trabajando para los Sombríos desde hace mucho tiempo. Incluso sabéis que antaño me llamaban el Sangre Negra por ser el jefe de los Gatos Negros. Pues bien. Hace unos diez años, el Nohistrá de Agrilia me pidió que, con otros dos Gatos Negros, me infiltrase en una expedición de mercenarios de la cofradía de los Dragones que tenía como objetivo salvar a otra expedición perdida supuestamente en la Mazmorra de la Sabiduría.

Pestañeé y meneé la cabeza, intentando asimilarlo todo. Antes de que Lénisu prosiguiera, Aryes preguntó:

—¿Qué Gatos Negros? ¿Alguno que conozcamos?

—Tú no. Pero Shaedra quizá haya visto a uno en Aefna. Se llama Keyshiem Dowkot. El otro no lo conocéis.

—¿Cómo os infiltrasteis en la cofradía de los Dragones? —preguntó Spaw, intrigado—. No sé mucho de cofradías saijits, pero tengo entendido que los Dragones son muy cerrados.

Su última frase, sin duda, recordó a Lénisu que Spaw, como demonio, no se identificaba con los saijits y advertí un leve mohín que se transformó pronto en una mueca meditativa.

—Cierto. Pero en esa expedición, iban otros mercenarios que no eran Dragones. Sencillamente porque era una expedición ligeramente suicida.

Di un respingo, incrédula.

—¿Y tú te metiste ahí? Creía que eras más prudente.

—Era más joven —explicó Lénisu—. Y de todas formas, no parece que mi prudencia se haya acrecentado mucho dado el lugar donde os he llevado. —Rechinó los dientes, echando un vistazo hacia las lejanas piedras de luna que iluminaban tenuemente la caverna silenciosa—. Bueno, a lo que íbamos. Ya sabéis dónde se ubica la Mazmorra de la Sabiduría. Al sur del macizo de los Extradios. Salimos de Kaendra quince personas. Pasamos por el Corredor de la Noche. Eso fue escalofriante. En un momento, hasta murió uno, mordido por una serpiente. Alucinamos todos cuando supimos que los Dragones no habían llevado antídotos de ningún tipo. En realidad, sólo había cuatro Dragones. El resto éramos “simples mercenarios”. Cuando llegamos al valle de la Mazmorra, los ánimos estaban algo caldeados porque nos habíamos enterado de que sólo uno de los Dragones era celmista, cuando nos habían comunicado que habría tres celmistas, de los cuales un curandero. La cadena de mentiras acabó por exasperarnos, pero seguimos adelante. Teníamos como misión explorar la Mazmorra y averiguar si los Dragones habían encontrado algo interesante dentro.

—¿Cómo encontrasteis la entrada? —preguntó Aryes.

—Oh, muy fácil —aseguró Lénisu con desenfado—. Había unos enormes batientes dorados y abiertos, incrustados en un monte de roca. Se veían de lejos. Entramos ahí y… Bueno, no os voy a contar en detalle nuestra correría por esos deliciosos parajes. —Sus ojos, ensombrecidos por las mechas negras que caían en su rostro, parecían estar reviviendo recuerdos casi olvidados—. En un momento, después de días de búsqueda, acabamos encontrando los cadáveres de la expedición anterior. Habían sido masacrados de manera… —Hizo una mueca que me bastó para representarme la escena—. Salvaje —acabó por decir.

—¿Por nadros? —preguntó Aryes en un resoplido.

—Por orcos —replicó Lénisu. Todos agrandamos los ojos, impresionados—. Los nadros no se meten en ese tipo de Mazmorras —prosiguió él—. Los responsables de aquel baño de sangre eran pueblos orcos. Y averiguamos rápidamente que habitaban una zona de esa Mazmorra que comunicaba con los Subterráneos. Hubo varias batallas, en una de las cuales acabé separado del resto del grupo y a partir de ese momento intenté tomar el camino de regreso. Me costó. Y fue entonces cuando llegué a una habitación abandonada que debía de ser antiguamente una reserva de agua, ya que en el techo había una enorme chimenea que ascendía. Hasta se divisaba un trozo de cielo. Ahí encontré a Hilo. Estaba justo debajo de la abertura, como si alguien lo hubiese tirado de arriba.

—Interesante —dijo Spaw—. ¿Desde cuándo crees que llevaba ahí?

—Er, ni idea. Muchos años. Quizá siglos. El último portador famoso de Hilo fue Álingar y vivió hace ocho siglos.

—Interesante —repitió Spaw, meditabundo.

—Ya. Bueno —dijo Lénisu—. Yo la recogí y me largué enseguida. Me costó salir de ahí mucho más de lo que creía. —Meneó la cabeza—. Pero al final salí. Y, felizmente, me encontré con Keyshiem y el otro compañero que habían decidido esperarme unos días más.

Respiré, aliviada. Casi me había parecido vivir esos días tenebrosos en la Mazmorra de la Sabiduría.

—Mira que meterse en la Mazmorra de la Sabiduría… —mascullé.

—No lo volvería a hacer —me aseguró Lénisu y yo puse los ojos en blanco—. Aunque al menos aprendimos ciertas cosas acerca de los Dragones. Y me quedé con Hilo.

—Darosh dijo que habías encontrado otros objetos que buscaba el Nohistrá de Agrilia —intervino Aryes.

—¿Oh? Me maravilla cómo a la gente le gusta inventarse sus propias historias. Darosh no puede saber nada de lo que ocurrió —retrucó Lénisu—. Entonces tan sólo era un muchacho recién casado al que apenas se le daba explicaciones de nada. No. Los tres Sombríos que estuvimos ahí resolvimos no decir nada sobre esa Mazmorra.

—Hasta hoy —apuntó el kadaelfo.

—Pff —resopló Lénisu, con una sonrisa pícara—. ¿Quién te ha dicho que lo que estaba contando fue realmente lo que pasó?

Solté un gruñido ruidoso.

—¡Lénisu! —protesté, mientras Aryes lo miraba con cara de sorpresa. Al contrario, Spaw parecía sumido en sus pensamientos y Drakvian sonreía. Parecía haberse olvidado por un momento de su sed.

—Vamos, Shaedra —dijo mi tío, divertido—. Te aseguro que la mayoría era cierto. Ya me conoces. No te oculto nada que no sea confidencial.

—Confidencial —repetí, y solté un largo suspiro—. ¡Bah! Por qué debería sorprenderme. Mientes como un saijit.

Lénisu enarcó una ceja.

—¿Como un saijit?

Me mordí el labio. Oh, pensé.

—Es un dicho gawalt —expliqué, ruborizada, mientras Syu saltaba de mi hombro y dedicaba a los demás una amplia sonrisa de mono.

Aryes y Lénisu se echaron a reír al mismo tiempo, Drakvian sonrió y Spaw puso los ojos en blanco, despertando de sus pensamientos.

—Desde luego, cada día te pareces más a un mono gawalt, sobrina —soltó mi tío, divertido, mientras intentaba fingir un aire resignado.

Syu agitó la cola y sonreí anchamente.

—Syu dice que es el mejor cumplido que se le puede hacer a alguien.

Lénisu resopló y meneó la cabeza.

—Estos gawalts —replicó.

De pronto, alcé los ojos, atraída por un movimiento entre las sombras. Vi una forma blanca desaparecer entre las tinieblas.

—¿Qué era eso? —resopló Aryes.

—Parecía un espíritu —dije, y al ver que me miraban, incrédulos, agregué—: Es la impresión que tuve. En los cuentos, los espíritus de los ancestros se describen como personajes etéreos vestidos de un blanco inmaculado.

—Uno de los gawalts ha visto un espíritu ancestral entre las rocas —dijo Spaw, y se giró hacia Syu—. ¿Qué opina el otro?

Siseé y puse los ojos en blanco. Escuché la respuesta de Syu y sonreí.

—Opina que, por si acaso, mejor no acercarse a ese espíritu blanco. En cambio, Frundis dice que a lo mejor podría sacar algún sonido nuevo si de veras fuese un espíritu.

—Yo propongo que nos quedemos aquí —intervino Aryes—. Hace demasiadas horas que no hemos dormido.

—Pues a mí me gustaría averiguar qué era eso —dijo Drakvian, levantándose de un bote—. A lo mejor era una gacela blanca. Dicen que hay muchas en algunas zonas de los Subterráneos.

Sentí un escalofrío al mismo tiempo que Syu se apartaba prudentemente de la vampira mientras esta se alejaba sin que nadie hubiese tenido tiempo de decirle nada.

—Vampiros —resopló Lénisu, con una mueca—. Ya me la imagino corriendo hacia nosotros con una banda de trasgos detrás después de haberse bebido a uno.

—Le falta prudencia —asintió Spaw, con el ceño fruncido—. Dudo de que fuera una gacela blanca.

—Y yo —bostecé, tumbándome otra vez en la hierba azul—. Aryes tiene razón, deberíamos dormir antes de que vengan esos trasgos de los que hablas, Lénisu.

—Está bien. Vigilaré a ver si viene —replicó este.

Antes de cerrar los ojos, pude observar su mirada sombría posada en el lugar donde había desaparecido la vampira a todo correr.

* * *

Cuando desperté, me di cuenta de que había ido rodando en la hierba y de que me había chocado contra Aryes. Este dormía aún profundamente. Me enderecé, desperezándome. Y entonces la vi.

Era una criatura, escondida entre las rocas, que observaba nuestro campamento atentamente. Pero eso no fue lo que más me sorprendió. Cuando vi a Syu al lado de aquella presencia me quedé más que atónita.

“¡Syu!”, exclamé. “¿Qué haces con…?”

“No te preocupes”, contestó, sentado junto a la criatura. “Es simpática, he estado hablando con ella. Dice que nunca ha visto ningún plátano. Le he preguntado si existen gawalts en los Subterráneos. Pero no ha sabido contestarme. Así que no sé si existen”, concluyó.

“Syu, ¿me estás diciendo que has estado hablando con ella?”, solté, incrédula, pestañeando para despertarme mejor.

Lénisu, recostado contra una roca, estaba profundamente dormido. Drakvian no había vuelto aún y Spaw, sentado un poco más lejos, estaba comiendo una especie de cebolla.

—Buenos días, Shaedra —me dijo, al ver que me enderezaba—. ¿Quieres una? Las llaman drimis, de donde vengo. Estaban aquí cuando he despertado. Las habrá traído Drakvian —supuso.

Volví a mirar hacia donde estaba Syu. La presencia blanca seguía ahí, a la sombra de una roca, casi invisible. Me levanté, fui a coger una drimi y le pegué un mordisco. Picaba agradablemente la boca y estaba llena de agua.

“Las ha traído ella”, me informó Syu, corriendo hacia mí y saltando sobre mi hombro. “Deberías hablarle. Parece estar bastante sola.”

Le dediqué una sonrisa, divertida.

“Tú que decías que no había que buscar ese espíritu blanco, por si acaso, y vas y te pones a hablar con él directamente. ¿Así que ha querido darnos de comer? ¿Pero qué tipo de criatura es?”

“Para mí que se parece mucho a los saijits”, caviló Syu.

Acabé de comerme la drimi y, al ver que la criatura blanca seguía observándonos desde su escondrijo, declaré:

—La criatura que vimos ayer está mirándonos.

Spaw agrandó los ojos y paseó su mirada por los alrededores. Le indiqué el lugar con la barbilla.

—No te muevas de aquí. Voy a hablar con ella. Según Syu, se trata de un saijit con buenas intenciones. Nos ha traído esas drimis.

—¿Qué? —exclamó Spaw, apartando el bulbo blanco de su boca—. Podría querer envenenarnos.

Palidecí. No se me había ocurrido esa posibilidad.

—En cualquier caso —dije pausadamente—, voy a hablar con ella.

Procuré no coger a Frundis, para no alertar a la criatura. Lentamente, me acerqué a la roca junto a la que se escondía la extraña presencia. Mientras me alejaba, oí a los demás que se despertaban poco a poco a mis espaldas.

Cuando llegué a estar a unos cinco metros, la silueta retrocedió y me detuve.

“¿Tú crees que me tiene miedo?”, me extrañé.

“Sin duda”, asintió Syu con firmeza. “A mí no puede ser: antes me ha hablado con mucha naturalidad.”

La observé un instante y, al cabo, solté:

—Buenos días, ¿vives por aquí?

La silueta, sorprendemente, avanzó unos pasitos. La luz tenue de las piedras de luna la iluminó y la contemplé con estupefacción. Era muy pequeña. Como una niña. No debía de tener más de seis años, estimé. Su rostro y su largo vestido eran blancos como la nieve. Y su cabello, negro como el carbón, le llegaba a la cintura. Se mordió un labio pálido, me miró con unos ojos dorados, casi transparentes… y entonces habló con una vocecita inocente y triste que me llegó al alma.

Desgraciadamente, no le entendí nada. Hablaba en un idioma muy bello. Pero totalmente incomprensible.