Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego
Me desperté en plena noche, sintiendo la presencia de Zaix. Había aprendido a reconocerla fácilmente: cada vez que llegaba, lo hacía chasqueando la lengua varias veces, como imitando el ruido de los cascos de un caballo.
Abrí los ojos y observé la tranquilidad de la noche. Aryes estaba sentado sobre una piedra, montando la guardia, aunque parecía más dormido que despierto. Me relajé. Al menos, si me veía, no gritaría: ya estaba al corriente de todo… o de casi todo.
Deria dormía junto a mí, Lénisu se había instalado del otro lado del fuego y Dolgy Vranc dormía a la izquierda de Deria. Cuanto más pasaban los días, más me daba cuenta de lo bien que Dol y Deria se llevaban, y no me costó entender que Dolgy Vranc la consideraba como a la hija que nunca tendría. Todo estaba tranquilo. No había rastro de Drakvian, y estaba casi segura de que había ido a cazar para saciar un poco su sed.
Sentí la ola de energía que me invadía cada vez que me transformaba y fijé mi mirada en el cielo cubierto y negro, tratando de conservar la calma.
“Menudo desastre de elección”, soltó Zaix, sin saludar. “¿Qué se supone que debo hacer contigo?”
“¿Por qué no me explicas cómo hacer para no volver a transformarme?”, le propuse, con un tono neutral. “Así, tú te libras de mí y yo de ti. ¿Qué te parece?”
“Es una idea, pero yo no sé cómo impedir que seas lo que eres. Siempre podría abandonarte… pero yo soy una persona generosa y si te portas bien, no te abandonaré.”
Entorné los ojos.
“¿Pero quién eres en realidad?”
Hubo un silencio y luego:
“Te lo explicaré. Soy, Zaix, el Demonio Encadenado. Así me llaman los demás demonios y se ríen de mí a mis espaldas, ¡que se pudran donde están! Pues bien, desde que estoy encadenado, por los engaños de Ashbinkhai,” carraspeó, “tengo unos poderes bréjicos que no veas. Nadie sería capaz de hablar como lo hago ahora, y a mí me costó encontrarte, pero a los demás ¡les sería imposible!”, soltó una risita. “Pero mis cadenas son una carga, y me gustaría no pasarme toda la vida así. No es tan difícil, sólo tendrías que encontrar la llave de las cadenas. Pero, por el momento, si quieres que siga ayudándote en tu transformación, sólo tienes que hacer lo que yo te digo. Es sencillo.”
“Sencillo”, repetí, anonadada. “¿Quieres decir que eres un demonio? ¿Eso existe?”
“No, no existen. Sólo son fruto de tu imaginación… ¡Por las barbas de Meryhlaw! ¡Claro que existimos! ¿En qué crees que te ha transformado la poción ésa que te ha dado el amigo Seyrum?”, soltó Zaix, agitado.
“¿En… qué?”, repliqué, aterrada.
“¡Pues en un demonio! Bueno, supongo que te consolará saber que no eres la única en haberse convertido en un demonio por causas tan absurdas como beberse una poción. Esas cosas pasan más a menudo de lo que parece. Hace cuarenta años, hubo un viejo alquimista que se metió en la casa de otro alquimista y robó una poción equivocada, creyendo que era una poción de rejuvenecimiento. Pero en ese caso, la transformación salió mal y el viejo ladrón se transformó en una criatura extraña pero por lo visto no le repugna a Kaarnis.”
La noticia era demasiado brutal para que me la tragara a la primera. No tenía ni idea de demonios. Apenas había leído algunas historias sobre ellos. No aparecían en los libros de criaturas del mundo y tan sólo eran mencionados en algunos libros de historia o en algunas leyendas. Tenían muy mala reputación y no se les consideraba propiamente saijits. Tampoco eran una especie, en sí. En realidad, no sabía exactamente qué era lo que llamaban «demonio», pero desde luego la palabra no era halagadora.
“Yo que tú, no le contestaría”, me susurró Syu, siempre prudente.
“En eso tiene razón”, aprobó Frundis y me sobresalté al darme cuenta de que se había deslizado entre mis manos para seguir de cerca la conversación entre Zaix y yo.
“¡Demonios, qué es esto! Oigo murmullos, como si estuvieras hablando con otras personas”, gruñó Zaix, mosqueado. “No tienes derecho a cerrarme tu mente. Si he decidido hacerme cargo de ti no es para que empieces a urdir planes contra mí”, exclamó.
Inspiré hondamente y espiré.
“Zaix. Si lo que dices es verdad, entonces la única esperanza que me queda es que me digas cómo debo hacer para no volverme a transformar”, declaré, intentando razonar lo más lógicamente posible.
“Si me prometes que me serás leal, te prometo protegerte y hacer todo lo que esté en mis manos para que aprendas a ser un buen demonio”, sentenció y yo hice una mueca y asentí, bastante de acuerdo con el trato. “Te mandaré a un conocido mío para que te enseñe a no convertirte en un sanvildar.”
“¿En un qué?”, repliqué, asustada.
Pero Zaix ya se había marchado, dejándome sola con mis pensamientos. Bueno, o casi sola. Frundis canturreaba una canción tranquila y Syu se había puesto a trenzarme el pelo, nervioso.
“¿Crees que volverá?”, me preguntó.
Suspiré.
“Espero que sí. Si me olvida, ¿cómo podré volver a mi estado normal? Al menos ahora sé qué tengo que buscar. Libros sobre demonios.” Me mordí el labio y al cabo de un minuto se me iluminó el rostro. “¡Seguro que Aleria sabe dónde buscar!”
A partir de ahí, me imaginé a Aleria y Akín sentados tranquilamente en la Biblioteca de Ató, rodeados de Suminaria, Salkysso, Kajert y los demás… ¡Qué alegría me invadía cada vez que me imaginaba el día en que regresaría a Ató! ¡Y qué cara de decepción tendría Marelta!
Con una sonrisa en los labios, me volví a dormir apaciblemente, en medio de los sonidos nocturnos del bosque.
* * *
El ciervo huía despavorido pero fatigado ya de correr. Llegó al arroyo y metió la pata en medio de dos rocas, se hirió y soltó un mugido de dolor. Drakvian aterrizó junto a su presa, empuñando una daga afilada que tenía reflejos azules. Sus ojos brillaban como dos fuegos en la noche. Con presteza, clavó la daga en la cabeza del animal y lo mató de un golpe. Luego agarró la cabeza del ciervo y lo arrastró hasta la orilla; con una mano lenta, cerró los ojos aterrados del ciervo, se inclinó sobre su cuello y le cortó una vena gorda con sus dientes.
Se pasó así largo rato, succionando toda la sangre, con la avidez del sediento. Cuando se enderezó, se dirigió al arroyo, se limpió las manos y la boca y le sacó la lengua a su daga.
—Ahora estoy más viva que tú. Pero era necesario, Cielo.
Contempló sus manos quemadas y frunció el ceño.
—Todavía no tengo ese sortilegio del todo controlado. Necesitaré días para reponer este estropicio.
* * *
* * *
Nota del Autor: ¡Fin del tomo 3! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.