Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 1: La llama de Ató
No me moví en toda la tarde y ayudé como pude en la taberna, lavando platos, sirviendo y cocinando, según tocase. Por nada del mundo quería salir del Ciervo alado. Era capaz de provocar otro desastre y de desencadenar una decena de desgracias. Mejor hacer tareas monótonas y tranquilas como lo era vigilar la sopa para la cena.
Lénisu estuvo ausente toda la tarde, y me pregunté qué demonios haría durante el día. ¿Conversando con Dolgy Vranc? Sonreí. Eso era la última cosa que haría Lénisu. Con todo lo que lo había criticado, yo no dejaba de pensar que tal vez había cometido un grave error cuando había obligado al semi-orco a venir con nosotros. Pero Dolgy Vranc había aceptado su promesa con buen humor, y no veía en qué podía representar un grave error.
En la cena, sin embargo, Lénisu apareció en la cocina mientras estaba comiendo con Wigy. Llevaba siempre su espada corta al cinto pero había dejado su capa negra de viajero.
—Buenas noches, Lénisu —solté.
—Buenas noches, Shaedra. He oído que el día te ha sido favorable —dijo Lénisu, con una gran sonrisa.
Enarqué una ceja sin entender a qué se refería.
—Me quedé desmayada durante la prueba. No creo que el jurado aprecie mucho mi prestación —añadí, dándome cuenta sólo ahora de que probablemente estaba en lo cierto.
Lénisu me miró con extrañeza y se encogió de hombros, cambiando de tema mientras se sentaba a la mesa con un plato de sopa. Desde luego no hacía falta decirle que hiciese como en su casa. De todas formas, dudaba de que tuviera una aparte de los Subterráneos que tanto parecían enorgullecerle. Como a Wigy no le gustaban las maneras y el desenfado crónico de mi tío, no pude más que sorprenderme cuando se puso a conversar con Lénisu sobre el tema de la tradición.
La conversación me pareció estar girando siempre alrededor de un mismo recipiente así que al cabo, en un momento de silencio, pregunté:
—Lénisu, ¿cómo son los Subterráneos?
Mi tío enarcó una ceja, cogió su vaso de vino y se lo sorbió todo. Lo posó y eructó, sin duda para provocar la categórica desaprobación que ahora se dibujaba en el rostro de Wigy.
—Perdón —dijo sin la menor pinta de sentirse culpable—. Los Subterráneos… —repitió, pensativo—. Bueno, hay túneles, cavernas, mazmorras, torreones… Todo muy oscuro. —Sonrió—. Pero eso ya lo sabes. También hay ciudades con todo tipo de bebidas y platos que abrirían el apetito de un troll que acaba de tragarse a cien saijits. Para chuparse los dedos, sobrina. Me encontré un día con un cocinero… —Frunció el ceño, como inquieto, recordando—. Era un humano de esos altos que no ves por todas partes. Me enseñó una receta para cocinar cangrejos de barro a la cazuela con pimientos, si quieres te la enseño.
Puse los ojos en blanco mientras se me ponía a hablar de la gastronomía de los Subterráneos. Finalmente, empezaba a pensar que su estancia en los Subterráneos no había tenido que ser tan terrible como me la había imaginado, a menos que Lénisu evitase a toda costa rememorarse los días oscuros.
Después de la cena, volví a mi cuarto y me encontré con que la ventana estaba otra vez cerrada. Después de balancearme un poco, pensativa, decidí no abrirla. Así, reprimiría las ganas irresistibles que tenía de salir y de buscar, por ejemplo, a la persona que me había cerrado la ventana en tres ocasiones.
Aquella noche dormí poco y tuve pesadillas. Soñé que estaba otra vez en la sala de la prueba y, en lugar del monstruo, vi a Taroshi… Kirlens y Wigy se estaban acercando a él muy lentamente y yo les gritaba que se detuviesen, pero seguían andando. Y Taroshi los arrastraba hacia un agujero y los tres caían y volvían volando, sostenidos como marionetas, mientras resonaba una risa atragantada y aguda.
Me desperté cubierta de un sudor frío con la impresión de haberme pasado toda la noche agitándome como un animal enjaulado.
* * *
Aquel día era el último día de exámenes prácticos. Según el maestro Jarp, aquella prueba tenía que evaluar nuestra capacidad de reacción en un entorno real. Para ello, nos guió hasta los bosques.
En el camino, nos cruzamos con Nart y me sorprendí al verlo hacernos un gesto para animarnos, a Akín y a mí. ¿Acaso él había decidido pasar ampliamente de lo que pensaban los demás de mi ataque brutal contra Suminaria?
—Shaedra… —me dijo Akín al de un momento.
—¿Qué?
—¿Es normal la manera con que te mira la gente?
—¿Como a una bestia furiosa, quieres decir? Claro. Me odian.
—No, no, fíjate bien. Ya no te miran así. Al menos no todos —se corrigió, algo molesto.
Fruncí el ceño y observé los rostros a mi alrededor. Esperaba cruzar miradas de desprecio, esperaba que la gente rehuyera de mí automáticamente. En lugar de eso, me encontré con miradas curiosas. ¿Acaso me había convertido en algún animal de circo?, pensé, mosqueada.
—¿Qué mosca les ha picado? —refunfuñé.
Salkysso se giró hacia mí y me sonrió ampliamente.
—¿No lo sabes? Le salvaste la vida a Suminaria —me reveló—. Al menos eso cuentan los del jurado. Al parecer, cogiste el pergamino que estaba leyendo Suminaria y lo rompiste. Y al parecer era un pergamino roba-vidas. Le salvaste la vida —repitió, muy contento.
Hice un esfuerzo por no saltar de alegría ante la primera buena noticia que recibía desde hacía días. Así que no había soñado ni había hecho el ridículo haciéndole caso a la voz. Y todo el mundo lo sabía. Akín se había quedado boquiabierto. Salkysso me miraba con una gran sonrisa franca. Se le había pasado la etapa en que me miraba con miedo, pensé.
—¿Pero quién había puesto ese pergamino? —pregunté. Y añadí interiormente: ¿cómo había podido pasar un pergamino encantado dentro del edificio de los exámenes prácticos sin que el jurado se diese cuenta?
Salkysso frunció el ceño, súbitamente pensativo.
—No se sabe.
—¡Silencio! —tonó el maestro Jarp girándose hacia los snorís.
Nos callamos y no dijimos nada más durante todo el trayecto. Suminaria caminaba junto al maestro Jarp. Estaba pálida como la muerte. Quizá temiese algún nuevo intento de asesinato. ¿Pero por qué alguien querría de pronto matar a la hija de los Ashar? En todo caso, poco me importaba que la gente que no me conocía me mirase con desprecio o con curiosidad. Haría todo por proteger a Suminaria hasta mi partida, me juré.
El maestro Jarp también estaba un poco pálido cuando se giró hacia nosotros.
—Esta es la última prueba de los exámenes de los snorís de primer año. La prueba consiste en que conozcáis bien vuestras reacciones y vuestro instinto. El instinto es sabio pero no sirve en todos los casos. Cuando os veáis en una batalla de verdad, lo sabréis. Ahora, os informo de que vais a entrar en una zona protegida y vigilada donde encontraréis a diversos monstruos invocados. Si un monstruo os toca u os roza, desaparecerá y eso significará que habéis reaccionado mal, ¿de acuerdo? El objetivo es huir de las bestias, pero si alguno se cree capaz de matar a alguna, lo puede hacer, siempre y cuando no ponga en peligro a los demás compañeros. Lo ideal sería que fueseis cada uno por vuestro lado, pero si queréis podéis formar grupos. No tengo nada más que deciros, excepto buena suerte.
Con una mueca bonachona, hizo un gesto, invitándonos a seguir, a entrar en la “zona protegida y vigilada” con monstruos dentro.
* * *
Me agarré a la rama como pude, maldiciendo mis vendajes. Dos nadros rojos rabiaban abajo, intentando agarrarse al tronco y subir para cogerme. Vi a uno que cogía carrerilla y me asusté. Me levanté y empecé a trepar todavía más arriba. Cuando me hube agarrado a otra rama, un poco más fina que la anterior, me giré hacia abajo al tiempo que oía un grito. Los nadros rojos se iban. Habían encontrado a otra presa. Sobre otro árbol, vi al maestro Yinur concentrado en mantener las ilusiones de sus dos monstruitos y aparté rápidamente la mirada para que no viera que lo había visto.
No esperé a que viniese otro monstruo y me deslicé al suelo con rapidez. Miré hacia la izquierda, hacia la derecha, y eché a correr hacia donde habían salido los nadros rojos, con un mal presentimiento.
Me encontré con Akín, solo junto a un pequeño arroyuelo. Tenía una expresión gruñona.
—¿Dónde están los nadros rojos? —le pregunté, alcanzándolo.
—Se me tiraron encima.
—Mm. —Sonreí—. Esta prueba me parece más divertida que la de ayer. Al menos uno no está pendiente de si va a andar sobre un hexágono coloreado lleno de lava.
—Tienes razón —coincidió; se le suavizó la expresión—. ¿Dolgy Vranc está preparado para el viaje? —me preguntó en voz baja.
Me encogí de hombros.
—Lénisu me dijo que no tendría más remedio que estar preparado si quería venir con nosotros.
Sus ojos brillaron de excitación y de esperanza.
—¿Por dónde iremos?
—Hacia el sur.
—¿Hacia la Insarida? —articuló él, tragando saliva.
—Remontaremos el Trueno —expliqué—. Lénisu dice que lo más probable es que Aleria haya pensado ir por ahí.
Akín frunció el ceño.
—¿Seguro que no te estará engañando, eh? Si bien recuerdo, Murri y Laygra deben de estar por el sureste, según dijiste…
—Sí —lo corté—. Francamente, cuando llegue el momento, creo que habrá que convencer a Lénisu de alguna forma para que nos ayude a buscar a Aleria… y si no… si no, que se vaya solo a buscar a Murri y a Laygra mientras nosotros vamos a buscar a Aleria.
Akín me observó atentamente, como intentando leer mis pensamientos.
—Pero… Shaedra. Murri y Laygra son tus hermanos.
—Sí —repliqué—. Pero apenas los conozco. Y aun sabiendo que estaba viva, me olvidaron.
—Murri no te olvidó —apuntó Akín tímidamente.
—Vino una vez, lo vi durante unas horas, y se fue. Quién sabe dónde está ahora. Sinceramente, tengo tantas probabilidades de encontrarme con él que de encontrarme con Aleria. No tengo ni idea de dónde está nadie.
Akín iba a protestar cuando de pronto algo muy extraño sucedió. Aparecieron dos monolitos en ángulo recto. Uno tenía una luz azul, el otro una luz blanca tenue, y ambos emitían un sonido grave parecido al de una cuerda tensada que vibraba. Del monolito blanco, salió Aleria cubierta de sangre y con los ojos locos. Nos contempló durante unos segundos como en un sueño, parpadeó, pareció oír algo terrible, dio un respingo y titubeó hacia el monolito azul, donde desapareció echando un grito.
—¡Aleria!
Akín salió corriendo hacia los monolitos, y me quedé aturdida mientras contemplaba la escena sin poder dar crédito a mis ojos. Grité algo, horrorizada, mientras Akín desaparecía. Y entonces, como en un sueño, fui avanzando cual un reo hacia el cadalso.
* * *
Suminaria contemplaba boquiabierta la escena desde una rama. Sin quererlo, había oído la conversación de Akín y Shaedra. No había entendido todo, pero había entendido que pretendían ir a buscar a Aleria. No le extrañaba, aunque se había quedado admirada por la determinación que brillaba en los ojos de ambos. Sintió envidia porque ella nunca en su vida tendría amigos así. Si ella llegaba a desaparecer, ¿quién la añoraría realmente? Su familia sólo pensaba en el honor, el tío Garvel parecía verla más como a un blasón que como a un ser vivo. Quizá algún amigo que había dejado en Aefna pensaría de cuando en cuando en ella, pero jamás nadie fue a buscarla para sacarla de su cárcel de títulos y honra.
Y ahora habían aparecido dos monolitos así como una silueta cubierta de sangre. Cuando la había reconocido, se había quedado espantada y cuando Akín se había puesto a correr hacia el monolito había creído desfallecer… pero se había agarrado firmemente a la rama y se había dado cuenta de que todo aquello era real.
Akín desapareció en el monolito y al de unos segundos Shaedra gritó su nombre y, pálida y temblorosa, fue avanzando hacia donde había desaparecido su amigo. ¿Cruzará? Suminaria la vio desaparecer a su vez, aturdida.
Jamás nadie había cruzado un monolito sin saber adónde llegaba, dejando todo detrás… ¡Qué imprudencia!, se dijo, consternada. ¿Cómo sabían que no acabarían en medio del océano Dólico?
Entonces, salió del bosque la persona que menos se lo esperaba. Aryes. Corrió hacia el monolito azul, echó una rápida ojeada a su alrededor y, sin dudarlo más, penetró en el flujo azulado y desapareció. Suminaria estaba segura de que Aryes acababa de hacer la cosa más temeraria de su vida. Aquellos monolitos, ¿habrían aparecido ahí con el fin de matarla? ¿Aparecería de pronto alguna silueta oscura y asesina y se dirigiría hacia el árbol donde se escondía desde hacía casi media hora?
Todo había vuelto a la normalidad, pero los monolitos seguían ahí. Suminaria tardó un buen rato antes de bajar del árbol y vaciló otro largo rato antes de acercarse al monolito, temblando de los pies a la cabeza. Aleria, Akín, Shaedra y Aryes habían cruzado el monolito… de pronto oyó un ruido horrible de garganta y se dio la vuelta. Demasiado tarde. Un nadro rojo se abalanzaba sobre ella… y cuando creyó que iba a morir, desapareció.
¡Qué tonta! Aquella zona estaba protegida. No podía venir ningún monstruo real, ¿verdad? Miró los monolitos y supo que algo se le había escapado al jurado. Otra vez. Voy a morir, pensó, en el momento en que aparecía una silueta que no había visto más que descrita en los libros. Era un humano y llevaba una armadura pesada. Tenía la espada llena de sangre negra. En su frente, Suminaria pudo ver la cicatriz del Cuadrado. Lo reconoció sin problemas: ¡era un legendario renegado!
—¿Ha pasado el monolito azul? —preguntó limpiando su mandoble en su pierna. Parecía exhausto.
Tuvo que repetirle la pregunta antes de que Suminaria asintiese, boquiabierta y sin poder hablar. Sin esperar más, el legendario renegado salió disparado y desapareció en el monolito azul sin dudar ni un solo instante.
* * *
—¡Corre, maldito!
—Hago lo que puedo. A mi edad, esto de las carreras…
Lénisu soltó un bufido. Oía las botas de los Guardias de Ató detrás, demasiado cerca para su gusto. El semi-orco, además de ser un mentiroso, era lento como una tortuga iskamangresa. Si quería llegar al monolito antes de que todos los Guardias de Ató hiciesen un círculo alrededor de él, tendría que abandonarlo.
Como no sabía dónde estaba el monolito, la tarea se volvía todavía más complicada. Además, la idea de que estuviese corriendo para nada le quitaba los ánimos. Suminaria quizá le había mentido.
La pequeña Ashar había desembarcado jadeando en la taberna del Ciervo alado buscándole a él precisamente y provocando un alboroto entre los parroquianos. Le contó todo en unas cuantas frases rápidas. Parecía tan aterrorizada que en el momento le creyó, pero no podía dejar de pensar que todo aquello no era más que una venganza idiota de niña Ashar con rasguños de ternian en la cara. En todo caso no acababa de entender por qué Suminaria había corrido directamente a decírselo a él, en vez de avisar a todo el mundo. Apenas había tenido tiempo de sacar a Dolgy Vranc de su casa precipitadamente y se habían puesto a correr hacia el bosque. Para adentrarse ahí, habían tenido que pasar por delante de una decena de Guardias que, tras un breve titubeo, se habían puesto a perseguirlos y a gritarles que estaba prohibido pasar por ahí.
Al fin, alcanzaron a ver los monolitos. La simple vista de esos dos rectángulos de energía, rodeados de Guardias, le dio un escalofrío. Tendrían que pasar a la fuerza.
Focalizó su atención en el monolito azul, el que Suminaria le había indicado, y corrió colina abajo, sin preocuparse de si Dolgy Vranc lo seguía o no. Ya era un milagro que el monolito siguiese ahí, no podía perder tiempo.
Cuando llegó a la altura de los Guardias, que no habían ni levantado sus arcos o sus armas porque tenían que considerarlos realmente inofensivos, se tiró al suelo, hizo una voltereta entre las piernas de un guardia, se chocó contra un escudo de madera y se levantó, aturdido y con una sonrisa en los labios.
—Buenos días —soltó a los Guardias que lo miraban con asombro, mientras Dolgy Vranc llegaba tranquilamente hasta ellos.
—Por favor, señores, déjenme pasar —dijo el semi-orco con calma—. No toquéis a mi paciente. Está un poco perturbado. Dejadme pasar, con esa gente hay que ir con tranquilidad. No hagáis movimientos bruscos o se pondrá nervioso y se le ocurrirá atravesar el monolito y su familia no me lo perdonará. Así es, despacio. —Dolgy Vranc llegó a la altura de Lénisu mientras éste conservaba una sonrisa que se le había transformado en un rictus forzado.
Entonces, con un movimiento brusco, Lénisu lo cogió del brazo y lo arrastró sin miramientos hacia el monolito azul.