Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 1: La llama de Ató
Dolgy Vranc quería que pasase directamente por su casa cuando saliese de la Pagoda. Eso era su segundo deseo. Le quedaba uno. Deseé que lo gastase pronto y que me dejase tranquila. De todas formas, si no lo gastaba pronto no lo gastaría jamás porque con todos las conmociones que me habían producido las palabras de Lénisu, moriría seguramente del efecto. Sólo había que esperar.
Sin embargo, seguía andando calle abajo, sostenida por Lénisu, y no sentía que mi corazón se parase, más bien latía demasiado aprisa. El rostro de Sain venía sin cesar. Hasta me parecía oír su risotada, los ecos de su voz, y luego el silencio, porque ya no volvería a oír nada de él en mi vida. Sabía que no solamente estaba él, que Aleria también había desaparecido, pero por el momento pensar en dos cosas a la vez me parecía demasiado y, por momentos, me quedaba aturdida y con una sensación de vacío parecida a la que tenía cuando utilizaba la energía esenciática, pero cien veces más embrutecedora.
Andábamos sin hablar, en un silencio que a mí ni me afectaba porque tenía la impresión de tener un tambor en las sienes.
Cuando llegamos al portal, había logrado coger el martillo que me golpeaba incesantemente y enterrarlo en las profundidades de mi mente.
—¿Conocías también a Dolgy Vranc?
Lénisu me miró, el ceño fruncido. Su enojo parecía haberse calmado.
—Por supuesto, querida. Todo el mundo conoce a Dolgy Vranc, el creador de juguetes, el identificador… y el contrabandista más feo de toda Ajensoldra.
Esbozó una sonrisa, divertido.
—Parece que mis amigos siempre son contrabandistas disfrazados —mascullé.
—Bueno, para serte sincero, yo también lo fui, antaño, bah, nada del otro mundo, un contrabandista de lo más vulgar. Iba alternando con otros oficios y luego lo dejé, claro, porque tuve la mala suerte de acabar en los Subterráneos. Emariz nunca me lo perdonó.
Pese a la circunstancia, le dediqué una media sonrisa.
—Ya he visto que Emariz no te trataba del todo bien.
Solté un gemido de dolor al apoyar demasiado el pie derecho.
—Oh, siempre me ha tratado así. Es una dama, ¿comprendes? No puede rebajarse a tratar bien a vulgares gañanes como yo. —Sonrió irónicamente.
Mientras tanto, habíamos avanzado en la pequeña avenida de la casa y nos detuvimos delante de la puerta. Lénisu enarcó una ceja interrogante hacia mí. Asentí, cogí la aldaba, sentí un dolor punzante en el lugar de mis manos dañadas, hice una mueca y, sin esperar más, llamé a la puerta.
* * *
Sin una palabra, nos guió hasta el sofá y me senté en él con un suspiro de alivio. Me pregunté si algún día acabaría esa tortura.
Dolgy Vranc miró de reojo mis manos vendadas pero no hizo ningún comentario y se lo agradecí. Ya era bastante duro así como para que nadie comentase nada sobre lo que habían hecho con mis pobres garras. No, lo cierto es que Dolgy Vranc fue directamente al grano.
—Supongo que te habrán multado a base de bien —dijo. Se puso a servirnos una infusión de manzanilla mientras se instalaba el silencio.
—Dos mil quinientos —admití al fin entre dientes.
Silbó, impresionado.
—Dos mil quinientos —repitió—. ¿Se te ha ocurrido cómo puedes pagar ese dinero?
Fruncí el ceño y me puse a reflexionar de pronto sobre la cuestión. Kirlens tendría seguramente unos ahorros, pero simplemente no podía pedirle eso a él. Pensé en Lénisu y recordé que estaba sin blanca. Pensé en mí y se me cayó el alma al suelo.
—No —contesté.
Dolgy Vranc me observó un momento, el ceño fruncido. Entonces me tendió una taza, otra a Lénisu y por fin cogió la suya y se echó para atrás contra el respaldo de su butaca.
—Pensé que se te ocurriría. Por eso te he hecho venir aquí. Tienes algo en tu posesión que vale mucho más de dos mil quinientos kétalos con la condición de que encuentres la buena persona para vendérselo.
Agrandé los ojos como platos. ¿Estaba hablando del Amuleto de la Muerte? Dolgy Vranc sonrió al ver que lo había pillado y continuó:
—Desgraciadamente, aquí, en Ató, no existe una persona así.
Lénisu dejó escapar un suspiro exagerado.
—Amigo mío, dime, ¿no intentarás aprovecharte de la situación, eh? El Amuleto de la Muerte es invendible. Es único, no puedes comprarlo.
Dolgy Vranc dejó de mirarme para observar a su «amigo» con detenimiento.
—Propón algo mejor —le retó tranquilamente.
Lénisu puso cara aburrida y se encogió de hombros, sin hablar. Genial, pensé, Lénisu no parecía querer ayudarme para la negociación. Intenté levantar la taza con toda la delicadeza posible y bebí un sorbo.
—Lénisu tiene razón —dije—. El amuleto ese es único. Así que si te lo vendo… —el semi-orco ya estaba sonriendo a medias— desearía que además de los dos mil quinientos kétalos me prometas tres cosas y olvides la promesa que me queda por darte.
A Dolgy Vranc le brillaban los ojos, no supe si de desconfianza o de emoción.
—Acepto —dijo enseguida.
Lénisu silbó entre dientes.
—Oye, amigo, creo que ese amuleto te ha hecho perder la cabeza. La chica es capaz de hacerte dar tres vueltas a la Luna.
Dolgy Vranc frunció el ceño.
—¿Cuáles son esas tres promesas? —me preguntó, de pronto, desconfiado.
—Has aceptado —le recordé sonriente—. Las promesas las harás en su tiempo.
—Muy bien. Entonces, el dinero lo verás en su tiempo —replicó exasperado.
Me mordí el labio y reflexioné.
—La primera promesa que tienes que hacerme es que me ayudarás a encontrar a Aleria y a Daian. Voy a irme de Ató —hice una pausa, dudé…— y tú vendrás con nosotros.
Estaba preparada a un rechazo rápido y a un fracaso de negociación. Lo que sucedió me dejó pasmada. Lénisu dijo un: «¡No!» mientras Dolgy Vranc asentía lentamente, pensativo.
—¿Y la segunda promesa?
Abrí la boca y la cerré, pensativa. Me quedaban dos promesas. ¿Qué podía pedirle?
—¿Puedes… podrías arreglarme esto?
Le enseñé las manos, con esperanza. Dolgy Vranc observó los vendajes con la mirada perdida y negó con la cabeza.
—Entonces… entonces ¿podrías darme un atrapa-colores?
Dolgy Vranc sonrió, sorprendido, se levantó y al de un minuto ya tenía el objeto cuadrado en la mano, revoloteando de mil colores.
—Toma. Siento lo de tus manos. Y guárdate la tercera promesa para otro día. ¿Cuándo tienes pensado salir de Ató? Porque tengo unas cosillas que hacer antes de dejar esta casa.
—Partiremos dentro de unos días —dijo Lénisu. Tenía una expresión resignada en el rostro—. Cuando Shaedra se reponga.
Di un respingo. ¿Cómo que cuando me reponga?
—Lénisu.
—¿Qué?
—¿Se te ha olvidado que me prometiste que esperaríamos hasta después de los exámenes?
—Oh. Ya veo, persistes para pasar esos estúpidos exámenes. Perfecto. Haz lo que a ti te apetezca, pero no dirás que no te habré avisado: te pondrán todos la nota más baja posible.
Entorné los ojos.
—Eso ya se verá.
Levantó los ojos al cielo, exasperado.
—Shaedra, ¿tienes una idea de quién es la persona a la que has desfigurado?
Fruncí el ceño. ¿Qué…? De pronto, entendí. Ashar. ¿No había leído en alguna parte que los Ashar eran una familia muy poderosa de Ajensoldra? ¿Por qué Suminaria nunca había mencionado que pertenecía a los Ashar?
—No, no tenías ni la más remota idea —soltó Lénisu, incrédulo—. Vaya drama para los Ashar. ¡La pequeña de la familia atacada por una salvaje ternian medio chiflada! Pobrecita —añadió, con una sonrisa torva.
Palidecí.
—¿Una salvaje ternian medio chiflada? —repetí, enojada—. Creí que nos había traicionado. Ella estaba al corriente de lo de Sain —la voz se me quebró—. ¡Y ahora, por su culpa, está muerto!
Apreté mucho la taza y me escocieron tanto los dedos que estuve a punto de soltarla, pero me controlé. El dolor me había hecho olvidar la ira y ahora sólo notaba un vacío horrible.
—De todas formas —intervino Dolgy Vranc—, si no es mucho pedir, necesitaré unos cinco días para prepararme. Porque supongo que ir a buscar a Daian no se hará en una semana.
—Me temo que ni en un año —reforzó Lénisu—, pero bueno, supongo que no perderemos mucho si esperamos cinco días, y así podrás ir a tus tan ansiados exámenes.
—Ya no voy a los exámenes —articulé, cansada—. Tienes razón, Lénisu, cuanto más rápido nos vayamos de Ató, más probabilidades tendremos para encontrar a Aleria.
—Yo nunca he dicho eso —se defendió.
—Cinco días —dijo Dolgy Vranc.
Pestañeé y no tuve fuerzas para protestar. Posé la taza vacía en la mesa y me levanté sin prestar atención al dolor lancinante de mis heridas y me tambaleé hacia la salida.
—Esto… Shaedra… el amuleto.
Me detuve en seco, busqué en mi bolsillo y lo saqué. Rendí gracias a los dioses que no me lo hubiesen robado los ladrones y mutiladores de la Pagoda Azul.
Observé la hoja de acebo y las perlas blancas. La acaricié con la yema de un dedo, recordando que me había acompañado durante todos estos años. Sin previo aviso, me lo puse, y oí gritar a Lénisu y a Dolgy Vranc a la vez, espantados.
No pasó nada. Sólo me sentí mejor al ponérmelo. Me sentí más ligera… pero no moría. A lo mejor Dolgy Vranc y Lénisu se habían equivocado. A lo mejor no era el Amuleto de la Muerte.
—Quítatelo —ordenó Lénisu, molesto.
Los miré a ambos. Los veía asustados. Realmente creían que lo que llevaba al cuello era el Amuleto de la Muerte. Quizá no me hubiesen creído cuando les había dicho que me lo había puesto. Sonreí interiormente. Pues así veían que se habían equivocado en todo.
—Es terrible la muerte, ¿eh? —solté.
Me lo quité y lo tendí al semi-orco. Él lo cogió con precaución y lo examinó con atención, como verificando que era efectivamente el mismo que había identificado.
Lénisu se humectó los labios.
—Los dos mil quinientos para mi sobrina, viejo.
Dolgy Vranc desapareció escaleras arriba y volvió a aparecer rápidamente. Jamás había visto tanto dinero junto en mi vida. Duraría poco en mis manos de todas formas.
Cuando estuvimos en la puerta, Lénisu se volvió hacia Dolgy Vranc y lo escrutó con la mirada.
—Volveremos dentro de cinco días —dijo, al cabo, como a regañadientes.
—No lo dudo —replicó el identificador.
Ya en la calle, estuvimos andando en silencio. Lénisu no dijo una palabra. Parecía enfadado.
Durante nuestro trayecto hasta la taberna del Ciervo alado, pude apreciar con claridad las miradas que nos echaban los que nos reconocían. No era difícil reconocer a la ternian «medio chiflada» que había desfigurado a la hija de los Ashar. Aun así, al lado del suplicio que estaba pasando con mis garras seccionadas, la opinión de la gente me traía totalmente sin cuidado.
* * *
Entramos por la puerta de atrás de la taberna y, para eso, pasamos delante de los soredrips que empezaban a florecer. Con la lluvia se habían caído bastantes pétalos en el suelo y el círculo que formaban me hicieron pensar en una inmensa rosa blanca.
Con un súbito impulso, me detuve, saqué de mi bolsillo la cajita con la rosa blanca, cogí la flor con dos dedos y, mandando un recuerdo a Sain, la tiré entre los pétalos blancos encharcados. Adiós, Sain. Los ojos se me llenaban de lágrimas y dejé la rosa blanca sola y tan hermosa como el primer día.
Seguí a Lénisu adentro. Lo más duro fue subir las escaleras. Me guió hasta su cuarto, cerró la puerta y se giró hacia mí con una expresión totalmente descompuesta.