Página principal. El espía de Simraz
—… diles hola a Suna y a Viuri de mi parte. Tu esposo, Pigado.
Fruncí el ceño con la pluma en suspenso.
—¿Tu esposo? —solté—. No es muy afectuoso.
De pie ante mí, el alto y fornido pescador resopló.
—Oye, pero ¿y eso qué te importa?
Me encogí de hombros.
—Bah, no he dicho nada, pondré «Tu esposo», pero es un adiós de lo más soso.
Unté tranquilamente la pluma en el tintero y estaba a punto de escribir cuando el pescador suspiró ruidosamente.
—Espera. ¿Y tú qué pondrías?
Reprimí una sonrisa y adopté una expresión serena.
—Tu cariñoso esposo que te quiere, ¿por ejemplo? —sugerí.
El pescador puso los ojos en blanco.
—¿No es un poco demasiado… empalagoso?
Hice una mueca.
—No demasiado. Es típico y además, ¿no le quiere usted a su esposa?
—Pff, ¡pues claro que la quiero! —replicó el pescador, irritado—. Venga, marchando un «Tu cariñoso esposo que te quiere».
Sonreí, divertido, escribí, sellé la carta y solté:
—En cuatro días habrá llegado a su destino.
Lo saludé animadamente antes de extender el cuello para ver si había más gente aguardando afuera para dictarme cartas. ¡Qué calor hacía en las Ciudades del Sol! La puerta estaba abierta y se veía la calle, donde hervía el aire. Más allá, se extendía el mar. De pronto, una sombra me tapó la vista. Rinan entró con grandes zancadas, cargado con una caja de papel.
—¡Más papel! —declaró—. ¿Cómo le va al secretario?
—Hace calor.
—Sí, pues Uli ha tenido una idea genial: va a cocinar venado horneado para esta noche.
Agrandé los ojos, alarmado.
—¡Pero normalmente cocino yo! Venado. Qué ideas. Pero… ¿no se supone que estaba dando clases de himoriano esta tarde?
Rinan hizo una mueca.
—Sí. Pero la mayoría de sus alumnos son hijos de pescadores, como ya sabes. Y hoy el gran barco de tres palos iba a zarpar así que la clase fue anulada. —Frunció el ceño—. ¿Cómo se llama ya el barco?
—¿El Valiente?
—Eso es. Nunca se me quedan esos nombres.
Sonreí.
—Lo he visto pasar delante de mi puerta hace una hora con todas las velas desplegadas. Algunos marineros del barco han enviado cartas esta tarde. Al parecer, tienen pensado tardar más de dos meses hasta llegar al otro continente. Esa gente es increíble.
—Son unos valientes —aprobó Rinan.
Me enderecé y me estiré.
—¿Qué hora es?
—Las seis, creo. Podríamos cerrar, no hay nadie esperando.
Asentí y me giré hacia una bola profundamente dormida.
—¿Nuityl?
El pequeño tigre bostezó y se agitó. Bueno, ya no era exactamente un pequeño tigre: en un año había seguido creciendo y me preguntaba cuánto tenía pensado seguir así.
Salimos los tres. La calle estaba desierta, llena de polvo seco y ardiente.
—Por cierto, el venado lo ha cazado Suldor —apuntó Rinan.
Enarqué una ceja.
—¿Y está entero?
Rinan rió por lo bajo.
—Según Uli, sí.
Cruzamos el puerto y nos alejamos hacia las calles periféricas. Vivíamos en una casa de planta única rodeada de flores: a Uli le encantaban y siempre quedaba consternada cuando a Suldor le salía mal el aterrizaje y patinaba hasta las flores. Para calmarla, la primera vez, le había dicho al oído que la melena del dragón podía confundirse con la hierba verde y Uli, riendo, había sido incapaz de enfurruñarse con el dragón. La segunda vez había sido más duro pero, a la larga, se había acostumbrado. En cualquier caso, el dragón había hecho bien en renunciar a ser un héroe aventurero, pensé, divertido. No era un fiera atinando… pero, desde que se había instalado en la ciudad, todos lo mimaban y ningún pirata se había arriesgado a acercarse a menos de diez millas de la costa.
Husmeé el aire: olía a quemado. Un grito de protesta resonó en el interior. Suldor, tumbado junto a la casa, levantó la cabeza alarmado en el instante en que Uli abría una ventana en volandas. Un humo denso se escapó. Uli y el dragón se miraron, ella con aire culpable y él con aire amenazante.
Rinan y yo intercambiamos una mirada y prorrumpimos en carcajadas.
—¿Qué decías que íbamos a cenar, Rinan? —solté, incapaz de contener del todo mi ataque de risa.
Suldor mascullaba, preguntándose seguramente por qué cazaba él si luego reducían a cenizas su presa.
—Lo siento, Suldor —dijo Uli con un tono del todo inocente.
Sonriendo ampliamente, solté:
—Si nos dejas la cocina, Uli, te cocinaremos una comida de reyes.
La joven puso los ojos en blanco y se apartó de la ventana humeante mientras nosotros entrábamos en casa, con Nuityl pisándonos los talones.
* * *
¿Tal vez os estéis preguntando lo que fue de Tanante y de Ravlav? Pues, a decir verdad, no lo sé a ciencia cierta. Cuando nos fuimos, aún estaban con sus negociaciones y el asedio de Eshyl. Kathas fue quien nos ayudó a embarcar para las Ciudades del Sol; le propuse acompañarnos, pero él quiso quedarse para recibir los favores prometidos por Otomil de Tanante. Me hace gracia ahora, porque acabo de recibir una carta de su puño y letra: me escribe que está más que harto de las historias de reyes, que le ha tirado a Isis su nueva insignia de Simraz a la cara y que ha decidido venir a visitarnos. Tengo la impresión de que una vez llegado aquí enseguida le tomará cariño a la felicidad y a la tranquilidad que reinan en nuestro pueblo. «¡Adiós reyes, adiós espías, adiós parlamentos, adiós dioses!», escribe en su carta. Francamente, tengo ganas de volver a ver a ese tanantés. Y así podrá enseñar a tocar la flauta a los hijos de los pescadores. ¡Ah! Al parecer, no viene solo: Sliyi lo acompaña. Estoy seguro de que Suldor va a estar encantado cuando le diga que es una excelente cocinera. Por cierto, no os he dicho, Rinan se ha encontrado una nueva afición: le encantan los mosaicos y precisamente está rehaciendo toda la plaza del pueblo con un par de amigos y les está saliendo una verdadera obra de arte. Ese gran hermano de ojos y cabello negro como el ébano que repetía siempre las palabras del viejo Isis… ¿Quién lo hubiera imaginado? En cuanto a mí, jamás he sido tan feliz. Cada mañana, cuando me despierto junto a Uli, la miro, y luego admiro el pueblo, el mar y el cielo… Y a Suldor también, que se pasea por los aires con su melena verde oscilando bajo el viento.